martes, 23 de septiembre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 09. LA DESPEDIDA DE UN SUEÑO


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 09. LA DESPEDIDA DE UN SUEÑO
Entre sombras, luz y amor, llegó el instante de partir hacia ese destino que se había quedado pendiendo de la nada. Llegó ese momento de separarnos de aquel mágico rincón donde habíamos recuperado la inocencia que la maldad había estado a punto de quebrar para siempre. La certeza de que debíamos irnos flotaba por el aire, se arraigaba en la tierra y se adhería a los árboles. El viento la portaba entre suspiros de tristeza que hacían caer las hojas; las hojas que ya, lánguidas, esperaban su muerte entre las raíces de los árboles se agitaban inquietas y los animales que encontraban su hogar entre las plantas vagaban lenta y espesamente por nuestro alrededor. Nunca había sentido una despedida tan intensa. La naturaleza jamás me había dicho adiós con tanta pena y melancolía; pero enseguida entendí que aquella naturaleza otoñal era especial. Parecía sentir como cualquier ser, se estremecía de terror, tristeza y esperanza según cómo entonase el viento.
La mañana de nuestra partida amaneció brillante y a la vez sombría. Unas espesas y azuladas nubes se deslizaban pausadamente por el firmamento grisáceo. El viento soplaba trayendo fragancias húmedas y frías que hacían temblar las delicadas flores que trataban de sobrevivir en el otoño más avanzado y eterno. Yo abrí los ojos sintiéndome extrañamente esperanzada, pero sobre todo notando que por dentro de mí algo me presionaba el alma y me encogía el corazón. Era una angustia insólita que intentaba avisarme de algún suceso que todavía yo no podía vislumbrar en las sombras de mi despertar. Salí de aquella morada para lavarme la cara y atisbar entre la decadente fronda de los árboles los vestigios de la luz que debía acompañarme en aquella travesía que apenas me atrevía a reemprender. Cuando me dispuse a regresar al hogar de Cerinia y Lianid, encontré a Brisita y a Lianid escondidos tras el grueso tronco de un árbol cercano a aquél donde habíamos vivido unos días harmoniosos, serenos y mágicos. No quise hacer ruido para no interrumpir la conversación que estaban manteniendo. Me quedé quieta y queda también oculta entre plantas altas y densas. Sabía que no tenía derecho a escuchar tan furtivamente unas palabras que solamente les pertenecían a ellos; pero tampoco podía irme, pues oirían mis pasos si me movía.
-          No he dormido nada en toda la noche —hablaba Lianid—. Ha sido la noche más larga y difícil de mi vida.
-          ¿Por qué? —le preguntó Brisita con mucha timidez. Me imaginé que apenas podía mirarlo a los ojos.
-          Brisita, no quiero que te vayas —le confesó él con una voz trémula.
-          Yo tampoco quiero irme. No sé por qué tengo que existir en un destino que yo no deseo vivir. Yo prefiero quedarme aquí para siempre... contigo —musitó casi inaudiblemente. Me imaginé que había agachado sus vergonzosos ojitos.
-          Me gustaría decirte algo, Brisita; pero me da mucha vergüenza hacerlo. Sin embargo, sé que, si no lo hago, me arrepentiré para siempre...
-          No te dé vergüenza. Aunque yo también la sienta, anhelo escuchar lo que quieras decirme...
-          Brisita... yo... yo nunca he sido tan feliz como lo he sido estos días, contigo...  Eres lo más bonito que me ha sucedido nunca y no quiero perderte. Me has enseñado el valor del sentimiento más importante de la vida. Me has hecho descubrir la parte más preciosa de nuestra existencia y la razón por la que siempre debemos vivir y luchar por nuestra felicidad. Tus ojos siempre han sido como un libro donde he podido leer el significado de mi vida... Me has enseñado a amar, Brisita, a amar con locura. Nunca creí que me ocurriría algo así. Siempre pensé que mi vida sería triste y apagada... y tú la has llenado de luz...
La voz de Lianid sonaba trémula, casi susurrante. La emoción interrumpía la fluidez de su profunda y majestuosa voz. Sentir su emoción me hizo tener ganas de llorar, pero me contuve. Anhelaba prestarle toda la atención que me resultase posible a aquel instante tan bonito y mágico. No creí que Brisita pudiese vivir tan pronto un momento tan amoroso y brillante.
-          Lianid, yo también he aprendido a amar gracias a ti. Sé que tú y yo estamos destinados a estar juntos, por eso no temas por mi marcha. Volveremos a vernos mucho antes de que tengas la oportunidad de extrañarme.
-          No te has ido y ya te añoro, Brisa...
-          Lianid, yo también siento algo muy bonito por ti; el sentimiento más precioso que jamás ha invadido mi corazón... Sé que tú y yo estaremos juntos para siempre, pero tenemos que ser valientes y pacientes. Te aseguro que siempre lucharé por ti...
-          Te vas hoy... No puedo soportar esa certeza... —lloró tiernamente.
-          Lianid... no llores... Entonces será más difícil...
Mas Brisita también estaba llorando. Su voz había albergado tanto desconsuelo y nostalgia al hablar que incluso las hojas caducas temblaron. Deseaba percibir los sentimientos que emanaban de la mirada de mi hijita, así que, aunque corriese el riesgo de ser descubierta, me alcé lentamente de donde estaba escondida y caminé muy cuidadosamente hacia la vera de un grueso tronco que me permitió observar la apariencia de aquel mágico instante. Entonces vi a Brisita y a Lianid muy juntos. Él le rodeaba la cintura a Brisita con sus delicadas manos y ella había apoyado las suyas en los hombros de Lianid. Se dedicaban una mirada lacrimosa, reluciente y llena de ternura. Parecía como si en el mundo no existiese nada más, como si el único fulgor de la vida se hallase en sus ojos. De pronto, Lianid tomó la cabecita de Brisita entre sus manos y se acercó a ella con un primor muy tímido. Brisita cerró los ojos y permitió que aquel entrañable audelf la besase por primera vez. Y subrepticiamente me pareció que Brisita había dejado de ser esa niña inocente para convertirse en una mujer que amaría y sufriría por amor con una intensidad que la naturaleza no podría prever.
Fue hermoso ver cómo se besaban bajo los brillantes susurros de la mañana, entre las brisas que mecían las murientes y rojizas hojas de los árboles, entre fragancias otoñales que despertaban recuerdos cubiertos de polvo, entre el amor, la felicidad y la lástima más intensa... Aquel beso fue mucho más potente y revelador que cualquier palabra que hubiesen pronunciado antes. El mundo se les redujo a ese beso que duró un tiempo incontable, que alargaron y alargaron inocente y apasionadamente hasta que ambos comenzaron a reírse de ternura y alegría. No obstante, no deseaban separarse el uno del otro. A medida que la intensidad de sus besos aumentaba, se abrazaban con más desesperación y dulzura. Su abrazo fue una protesta al destino, una réplica a esos momentos que no podían compartir...
Me aparté de aquel instante antes de que mi corazón se llenase de melancolía y corrí hacia el hogar de Cerinia para preparar nuestro equipaje. Apenas podía hablar ni mirar a mi alrededor. Cerinia enseguida intuyó mi estado, pero no me preguntó nada. Solamente me sonrió y se mantuvo en silencio mientras las dos guardábamos en nuestras mochilas todo aquello que podíamos requerir, así como comida, mudas limpias, velas... Sin embargo, a mí todos aquellos objetos me resultaban insuficientes. El viaje que teníamos que reemprender se me asemejaba a un inmenso vacío por el que teníamos que dejarnos caer para desaparecer para siempre.
-          ¿Dónde están Brisita y Lianid? —me preguntó Cerinia al fin.
-          Creo que ha dejado de ser Brisita... Ahora es Brisa... Jamás me imaginé que pudiese percibirla crecida... Creí que siempre sería una niña... —le confesé a punto de ponerme a llorar.
-          En Lainaya todos crecemos muy rápido, adorable Sinéad. A mí también me estremecía darme cuenta de que Lianid estaba dejando de ser un niño. Crecen tan rápido porque la naturaleza los vuelve sabios... pero dime... ¿dónde están? —insistió sonriéndome.
-          Están allí afuera, pero yo no los buscaría. Están despidiéndose... Cerinia, ¿puedo preguntarte algo?
-          Sí, por supuesto.
-          ¿Con cuánto tiempo de vida se puede ser madre en Lainaya?
-          Ay, Sinéad —rió Cerinia con inocencia—. No te preocupes por eso ahora... Ve a buscar a Brisita y partid antes de que se os haga más tarde —me aconsejó alzándose de donde estaba sentada.
No le objeté nada. Me despedí de Cerinia con un cariño muy tierno e inocente y después salí a buscar a Brisita sintiendo cómo mi alma temblaba de pena por dentro de mí. No deseaba que Brisita y Lianid se separasen. Sabía que Brisita sufriría mucho por su ausencia, pero tampoco podía luchar contra nuestro destino. Era necesario que Brisita viajase con nosotros, básicamente porque era la principal razón de nuestra travesía.
Encontré a Brisita y a Lianid todavía abrazados, pero ya no se besaban, sino que se miraban con un amor y una tristeza infinitos. Cuando oyeron que me acercaba a ellos, se separaron tímidamente, casi alarmados, y me miraron con los ojos llenos de súplicas, como si yo tuviese la potestad de sus destinos.
-          Hola, Lianid. Hola, Brisita... Cariño, ha llegado el momento de irnos. Tenemos que buscar a Leonard, a Scarlya, a Eros y a Rauth. Cerinia me ha asegurado que están bien, pero están perdidos...
-          No quiero irme, mamá —protestó Brisita con lágrimas en los ojos.
-          Volveremos mucho antes de lo que te imaginas, vida mía... Debes venir conmigo. Tú eres la razón de este viaje.
-          Lo sé, pero...
-          ¿Yo no puedo ir con vosotros? —preguntó Lianid esperanzado.
-          No estás preparado para experimentar los cambios temporales de Lainaya, Lianid —le advirtió su madre de pronto. Su súbita aparición nos sobresaltó a todos—. Deja que Brisita se marche. Es necesario que viaje para que Lainaya se llene de paz y harmonía.
-          Lo sé...
-          Yo sí os acompañaré a la región del agua.
-          ¿Y por qué yo no puedo ir? —quiso saber Lianid con pena.
-          Debes quedarte cuidando de nuestro hogar... Lo siento, hijo; pero tienes que despedirte de Brisa ya...
La despedida fue larga, triste, casi imposible; pero al fin dijimos adiós por última vez a Lianid y a aquel mágico bosque y empezamos a caminar hacia la región de las aguas, donde Cerinia había intuido que aún se hallarían perdidos todos, escondidos tal vez en cuevas acuáticas, frías y húmedas.
Caminamos en silencio durante un tiempo que pareció una vida. Creí que el tímido sol que iluminaba aquel grisáceo cielo se convertiría en noche mucho antes de que alguno de nosotros se atreviese a quebrar aquel profundo silencio; pero de pronto Cerinia habló calmadamente, infundiéndonos alivio y serenidad con su suave voz:
-          Iremos a la región del agua para buscar a vuestros seres queridos, después regresaremos a mi hogar para que os recuperéis y recobréis las fuerzas que necesitáis para viajar y por último, antes de que os marchéis de nuevo, os entregaré un mapa que Lianid y yo hemos elaborado con la ayuda de la laguna mágica para que no volváis a perderos.
-          Gracias, Cerinia.
-          Yo no puedo acompañaros hasta el fin de vuestro viaje porque los audelfs no podemos tener relación intensa con el calor de la región del verano. Me gustaría hacerlo, pero podemos deshacernos. El otoño no puede existir si el verano se niega a desaparecer y en Lainaya la presencia del verano es inquebrantable. También quisiera que supieseis que, antes de llegar a la tierra del estío, tendréis que atravesar un peligroso valle de donde nace el otoño. Es un valle lleno de vientos descontrolados y tormentas incesantes. Yo podré acompañaros hasta el fin de dicho valle, pero a partir de ahí tendremos que separarnos.
-          ¿Y por qué yo sí puedo viajar a la región del estío? —preguntó Brisita con timidez.
-          Porque eres una audelf especial, Brisa. Estás preparada para ser reina. La naturaleza te ha otorgado esa función en la vida de Lainaya. La reina de Lainaya tiene que soportar todos los cambios climáticos de Lainaya y también debe vagar sin estremecerse por todas sus regiones. Lumia está enlazada al fuego, pero puede viajar hasta la región de la nieve sin morir. Ningún estidelf puede hacer eso.
Mientras Cerinia nos hablaba sobre la magia de Lainaya y sus reinas, nos acercábamos cada vez más a aquel lugar de donde nacían todos los ríos de Lainaya, donde las aguas más feroces batallaban contra las más tranquilas para apoderarse del territorio que éstas ocupaban, donde era imposible respirar sin introducir en el alma la húmeda fragancia de los mares, de los lagos y de todos los ríos caudalosos que inundaban aquella región tan oscura y azulada. Me pregunté si en aquel rincón de Lainaya todavía quedaban vestigios de la oscuridad que había agitado las aguas hasta volverlas inhóspitas e inexpugnables. Me había percatado de que la oscuridad pasaba destrozando toda la calma que podía cubrir aquella mágica tierra, pero, cuando se marchaba, el sosiego y la templanza volvían a adueñarse de todos esos recovecos que había intentado desvanecer.
Tenía mucho miedo, pero no deseaba que Brisita se apercibiese de ello. Caminaba tomada de su mano, mirándola de vez en cuando para encontrar en sus ojos esas fuerzas que me ayudarían a no perder la esperanza; pero la mirada de Brisita estaba llena de tristeza y melancolía. Sus violáceos ojitos parecían haberse convertido en el cielo de un anochecer que alberga la tormenta más destructiva y nostálgica de la Historia. Sin embargo, aunque sintiese plenamente su lástima, no me atreví a preguntarle nada, pues conocía perfectamente las causas de su congoja.
La noche caía lenta, pero intensamente sobre nosotras. Creí que nunca saldríamos de la región del otoño y que eternamente permaneceríamos caminando incesantemente por aquella melancólica tierra; pero, inesperadamente, la voz del agua se introdujo en nuestro momento, deslizándose por el silencio que la naturaleza mantenía con nosotras. La voz del agua me pareció casi tangible. Gritó tanto de pronto que me sentí ensordecida. Cuando su denso rumor nos envolvió y se convirtió en el único sonido que podíamos oír, Cerinia se detuvo y con sus mágicos ojos buscó el aroma del agua entre los árboles. Sonrió al percibir el primer suspiro de agua deslizándose por la tierra y nos guió hasta allí. Se paró enfrente de un gran lago de aguas oscuras y aparentemente innavegables. Unas olas sutiles y poderosas rompían la serenidad que cubría aquellas aguas nocturnas. La noche no podía reflejarse en aquellas movidas y revoltosas aguas, pero de vez en cuando la luz de las estrellas brillaba entre las olas, descubriendo efímera y levemente el fondo de aquel enorme lago. Había peces y plantas de colores reluciendo en aquella inquebrantable oscuridad. Los peces se refugiaban en las plantas buscando un lugar donde poder dormir.
-          Invocaré la barca mágica que nos llevará a la primera isla de la región del agua. Esta tierra está llena de pequeñas islas de las que surgieron inmensas montañas. En esas montañas, el tiempo y el agua han horadado cuevas profundas donde posiblemente se escondan vuestros seres queridos. No os preocupéis. Buscaremos a algún niadae que conozca mejor este lugar y que pueda guiarnos por entre las montañas... Solas no conseguiremos encontrar nada... y es peligroso que vaguemos sin ayuda por estos lares.
Recordaba que la oscuridad se había adentrado en el palacio de Oisín y el agua descontrolada lo había anegado impiadosamente. Aquel recuerdo me estremeció, pues me hizo cuestionarme si aquella preciosa fortaleza acuática todavía seguiría en pie. Oisín era un ser extraño e incomprensible, pero yo había detectado que amaba el lugar donde habitaba mucho más que a su propia vida.
La barca mágica apareció lenta y brumosamente entre las tinieblas que cubrían aquel majestuoso y oscuro lago. Se dirigió hacia nosotras con un navegar lento y a la vez intenso y, cuando la tuvimos al alcance de nuestras manos, Cerinia nos ordenó que subiésemos a su cubierta y nos acomodásemos juntas. Cuando estuvimos preparadas para proseguir con nuestra travesía, la barca comenzó a deslizarse sobre las nocturnas aguas no sólo portándonos a nosotras, sino también a un sinfín de esperanzas que todas guardábamos en nuestra alma.
Navegamos en silencio. Lo único que podíamos oír era el roce de la madera de la barca contra la superficie gélida y húmeda del agua, el canto de unos lejanos grillos, el croar de las ranas, el soplo imperceptible del viento y nuestra sutil respiración. El silencio se había apoderado de nuestra voz, pero sobre todo de nuestros sentimientos. Éramos incapaces de prestarles atención a las emociones que anegaban nuestra alma. Continuamente intentábamos mantener la llama de la esperanza reluciendo en nuestro corazón.
-          El palacio de Oisín está cerca, lo intuyo —nos comunicó Cerinia casi inaudiblemente.
-          Recuerdo que la oscuridad lo invadió —le confesé temerosa.
-          La oscuridad... la oscuridad no puede destruirlo todo para siempre. La magia de Lainaya es mucho más poderosa que la oscuridad —me reveló ella con una voz sombría. Sin embargo, sus palabras me aliviaron.
Entre las cascadas que alimentaban el agua del lago que navegábamos, apareció una resplandeciente fortaleza azul que quebró la soledad y la oscuridad que nos envolvían. En medio de la noche, aquel palacio me pareció mucho más imponente y desafiante que cuando lo había visto por primera vez. Sin embargo, enseguida me acordé de que no había visto su silueta. Solamente había conocido una pequeña parte de su interior.
Me pregunté, encantada, cómo era posible que hubiésemos encontrado tan rápido el palacio de Oisín. Aquel hecho me permitió empezar a confiar un poco más en la magia, en la suavidad con la que podían suceder los hechos en nuestro presente. La barca mágica comenzó a deslizarse más rápidamente por las aguas cuando todas advertimos la presencia de aquel palacio donde se resguardaba una pequeña parte de nuestras esperanzas. En breve, tras cruzar las imponentes cascadas que rodeaban aquel azulado palacio, las que nos empaparon enteramente, nos detuvimos enfrente de un río estrecho y brillante que conducía hacia una inmensa puerta hecha de algas y plantas acuáticas que refulgían como si las estrellas les hubiesen entregado su fulgor.
-          ¡Oisín! —lo apeló Cerinia con respeto y a la vez desesperación.
Me resultaba curioso que todos los habitantes de Lainaya supiesen de la existencia de los otros sin necesidad de que se hubiesen visto nunca. Supe que aquello era posible gracias a la magia, lo cual me hizo sonreír y desprenderme levemente del miedo que todavía latía en mi corazón.
En cuanto el llamado de Cerinia se esparció por nuestro entorno, convirtiéndose en efímeros ecos que nos hicieron descubrir la inmensa soledad que vagaba por aquellos lares, la puerta de la morada de Oisín se abrió lentamente y en su azulado umbral apareció aquel extraño ser que había intentado ayudarnos antes de que la oscuridad cubriese y amenazase su hogar. Nos miró receloso, con los ojos llenos de temor y a la vez inseguridad.
-          No podéis pasar —nos advirtió a Brisita y a mí—. La última vez que estuvisteis en mi hogar, la oscuridad descontroló las aguas y estuvo a punto de destruir mi morada; pero, gracias a más niadaes, pude salvar todo lo que me pertenece.
-          Está bien, no nos adentraremos en tu hogar; pero, por favor, Oisín, ayúdanos. Necesitamos que lo hagas —le suplicó Cerinia con respeto—. Sinéad y Brisita no tienen ni una sola relación con la oscuridad, al contrario: están huyendo de ella. Necesitan viajar a la región del fuego para encontrar a la reina Lumia y explicarle todo lo que está sucediendo en nuestra tierra... Además, Brisita será la próxima reina de Lainaya.
-          Lo sé —contestó secamente.
-          Tenemos que encontrar a nuestros seres queridos cuanto antes para proseguir con nuestro viaje —hablé yo, intimidada y sobrecogida.
-          ¿En qué puedo ayudaros yo?
-          A explorar los recovecos secos de estas tierras y también las aguas para encontrarlos... ya sea vivos o muertos —musitó Cerinia con tristeza.
-          No, no, ellos no están muertos. Me aseguraste que estaban bien, Cerinia —protesté nerviosa.
-          Sí, Sinéad, seguro que están bien... pero nunca sabemos lo que puede suceder mientras los buscamos.
Extrañamente, Oisín accedió a ayudarnos. Nos solicitó que lo aguardásemos unos instantes en aquel calmado riachuelo y entonces se adentró en su hogar para salir a los pocos minutos seguido por un número inconcreto de niadaes. Todos se me asemejaron iguales: seres directamente nacidos de las algas y las aguas más azuladas. Sus cabellos parecían olas de mar, incluso sus puntas eran níveas y espumosas; sus ojos se asemejaban a lagos innavegables y cuando hablaban me parecía escuchar el murmullo de los ríos. Eran seres hermosos que desprendían un intenso olor a humedad, como si se hubiesen vestido con la tierra que la lluvia encharca, y sus movimientos eran lánguidos, pero a la vez estaban cargados de fuerza, como las olas del mar...
Todos se presentaron uno por uno, pero fui incapaz de retener todos los nombres que sonaron en aquel silencio lleno de ecos. Sin embargo, todos esos nombres me parecieron hermosos y, en cuanto me di cuenta de que el número de niadaes que nos acompañaban pasaba de veinte, me sentí inmensamente agradecida con ellos y empecé a desarrollar una tierna simpatía y un inquebrantable respeto por aquellos seres misteriosos y bellos.
De algún lugar inconcreto, trajeron barcas de madera con las que navegaron serenamente por aquellos ríos y lagos mezclados en aguas sonoras y frías. Todos navegábamos juntos, las barcas cercas unas de las otras, para que el vaivén de las aguas no nos separase. Viajamos en silencio, pero no era necesario hablar, pues el agua ya lo hacía por nosotros. Sin embargo, pasados unos densos y húmedos minutos, Oisín quebró aquel acuático silencio, interrumpido por el murmullo de las ranas y el suspiro de las plantas, y se dirigió a Cerinia, a Brisita y a mí con una voz casi carente de emociones.
-          Como habréis intuido, nosotros no necesitamos viajar en barca, pues podemos desplazarnos con facilidad y libertad por las aguas; pero las requerimos para transportar a vuestros seres queridos. —Nosotras asentimos con los ojos y entonces él prosiguió—: Estoy profundamente conectado a la vida del agua, por lo que ella misma puede revelarme si cerca de nosotros se halla algún ser que no pertenece a estos terrenos. Son heidelfs, ¿verdad? —Nosotras volvimos a asentir—. Bien, los heidelfs no suelen llegar a estos lares... Por ese motivo será más sencillo detectarlos. Nos encontramos cerca de una isla toda llena de montes pequeños donde hay cuevas hondas e inhóspitas. Seguro que, si aún están vivos, se esconderán en alguna de esas cuevas.
Las palabras de Oisín nos inquietaron a la vez que nos hicieron sentir un alivio muy tierno expandiéndose por todo nuestro cuerpo. Cuando vimos la verde tierra de aquella isla donde habíamos depositado el nacimiento de nuestras tímidas esperanzas, el corazón se nos encogió y el alma se nos llenó de impaciencia, miedo y expectación. Las barcas mágicas se detuvieron en la orilla de aquella isla redonda y verdosa que me recordó a un hermoso lugar donde había sido plenamente feliz en mi vida vampírica. Las extrañas olas de agua dulce apenas contenían espuma cuando la arena y las piedras las detenían, sino que se volvían mucho más cristalinas, pareciéndose plenamente a un espejo donde se reflejaban los distantes árboles, la cima de los montes, la vida de aquel rincón donde el aire exhalaba el cálido aroma de la ilusión.
-          Ya hemos llegado —nos anunció Oisín—. Detecto que en esta isla hay presencias que no pertenecen al mundo del agua.
-          ¿Están vivos? —preguntó Brisita impaciente. Era la primera vez que hablaba en todo el viaje. Hasta entonces se había mantenido taciturna y triste.
-          No lo sé... —respondió Oisín.
Algunos de los niadaes que viajaban con nosotros se bajaron de sus barcas y corrieron etéreamente por aquella mágica isla, adentrándose en la espesa y brillante vegetación, ascendiendo velozmente los montes, observando el paisaje desde sus cumbres, introduciéndose rápidamente en las cuevas, saliendo con una mueca de decepción encogiendo su rostro... Buscaron incesantemente mientras Oisín, Cerinia, Brisita y yo  caminábamos nerviosamente por entre los frondosos árboles, aspirando el aroma de aquella húmeda naturaleza esperando encontrar en su seno la continuidad de nuestras esperanzas.
-          ¡Aquí hay alguien! —gritó uno de los niadaes que viajaban con nosotros. Me di cuenta de que tenía los cabellos muy densos y los ojos, muy profundos. La forma de sus facciones, tan finas y arredondeadas, me desveló que se trataba de una mujer—. Detecto una vida latiente.
Todos corrimos hacia donde aquella niadae había gritado. Portaba una pequeña llamita en sus manos que el viento hacía temblar. Se trataba de una fina rama de árbol que ella había prendido de algún modo misterioso. Aquella llamita titilante nos permitió observar nuestro entorno con un poco más de nitidez. Nos adentramos en una pequeña cueva donde las plantas habían formado en el suelo un mullido y cómodo lecho. Las ramas de algunos árboles cercanos se introducían en aquel oscuro rincón, logrando, con su fronda, que el techo de la cueva fuese brillante y colorido.
-          ¿Hola?
La voz de Oisín se perdió en el silencio, deviniendo en ecos que se chocaron contra los pedregosos muros. Entonces, algo se movió en el fondo de la cueva. Oímos que alguien se alzaba del suelo y caminaba con languidez y temor hacia nosotros. La llamita que aquella niadae portaba iluminó unos ojos asustados, unas manos temblorosas, unos cabellos revueltos y enredados por la humedad, un abrigo rojo estropeado por el arañazo de las piedras, en el que se habían enganchado un sinfín de hojitas y ramitas rotas...
-          Scarlya —susurré emocionada al verla tan amedrentada ante mí—. No tengas miedo, Scarlya. Somos Brisita, Cerinia y yo acompañadas de muchos niadaes que están ayudándonos... Ven.
Scarlya se hallaba detenida en la mitad de la cueva, sin atreverse a caminar hacia nosotros y tampoco a retroceder hacia el rincón donde se había escondido. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y sus párpados aparecían cansados y agotados de llorar. Sus manos todavía temblaban y la tristeza había convertido su rostro en el más lastimoso y apagado que jamás había visto.
-          Scarlya... —la apelé acercándome a ella.
-          Está demasiado impresionada —observó Cerinia—. Está ida.
-          ¿Cómo podemos ayudarla? —preguntó Brisita con pena.
-          Tenemos que darle calor... pero aquí es imposible. Ve y tómala de la mano, Sinéad —me ordenó Oisín con paciencia—. Le hará mucho bien sentir que no está sola.
Obedecí a Oisín con el alma temblándome por dentro de mí y entonces tomé la mano de Scarlya con mucho cuidado y ternura, como si ella estuviese dormida y yo no quisiese despertarla. Scarlya agachó la cabeza y empezó a llorar desconsoladamente. El temblor que se había apoderado de sus manos se esparció por todo su cuerpo y empezó a tiritar como si la fiebre más devastadora se hubiese adentrado en sus entrañas. La abracé con fuerza y amor mientras le susurraba en el oído dulces palabras de consuelo.
-          Tranquilízate, Scarlya. Ya no estás sola. Te prometo que haremos todo lo posible por encontrar a Leonard, a Rauth y a Eros... Tienes que calmarte para contarnos qué ha sucedido. Ven, sentémonos aquí y encendamos un fuego que seque tus cabellos...
-          Ay, ay, ay —gimió Scarlya cuando intenté que se sentase tomándola de los brazos—. Me duele.
-          Lo siento, cariño. Dime, ¿qué te duele? —le pregunté con mucha delicadeza.
-          Me duele, me duele. Me han hecho daño.
-          Lo sé, pero tienes que decirnos dónde te duele para que podamos curarte.
-          Me duele, me duele y tengo mucho miedo. Las aguas, las aguas...
-          Las aguas ya se han calmado, Scarlya —la tranquilizó Cerinia sentándose a mi lado. Scarlya lo había hecho enfrente de mí y apenas podía mantenerse erguida.
-          Las aguas, las aguas...
-          No temas... —le susurré acariciando sus enredados y húmedos cabellos.
-          Está muy asustada —determinó Oisín.
-          Dinos qué te ha sucedido, Scarlya —le pidió un niadae que entró de pronto en la cueva.
Scarlya nos miró asustada y abrió los labios para comenzar a hablar; pero, cuando intentó pronunciar el empiece de una palabra, una tos feroz, profunda y desgarradora se apoderó de ella y agitó todo su cuerpo. Esperamos a que aquel acceso de tos se disipase, pero los segundos transcurrían sin que aquel malestar la abandonase. Cerinia le puso la mano en la frente para que no se sintiese sola y para comprobar si la temperatura de su cuerpo era alarmante. Yo tomé las manos de Scarlya para transmitirle alivio y fortaleza; pero era como si Scarlya se hallase en otra realidad. Cuando creímos que la intensidad de aquella tos mermaría al fin, a Scarlya comenzó a faltarle el aire. Era como si acabase de emerger a la superficie de un mar desbocado cuyas aguas habían anegado sus pulmones. Inesperadamente, aquella terrible tos empezó a rasgar su interior y Scarlya expulsó una preocupante cantidad de sangre que manchó su abrigo y nuestras manos enlazadas.
-          No puede ser —musité asustada.
-          Está muy enferma —indicó Oisín—. La frialdad de las aguas y la maldad de la oscuridad la han enfermado.
-          ¿Qué podemos hacer por ella? ¡Tenemos que ayudarla! —grité casi histérica sobreponiendo mi voz al horrible sonido de aquella tos que parecía estar destrozando las entrañas de mi mejor amiga—. Tenemos que ayudarla... No deja de sangrar...
-          Se morirá si no la sacamos de aquí, Oisín —advirtió Cerinia intentando no perder la calma—. Tiene mucha fiebre.
-          La oscuridad ha contaminado su alma. Está ida porque Alneth se ha apoderado de la mayor parte de su espíritu y su cuerpo está envejeciendo por no hallar la parte inmaterial que debe proteger. Está muriéndose.
-          Scarlya, por favor, intenta dejar de toser, cariño —le pedí a punto de llorar.
-          No te oye y no creo que pueda reconocerte —me advirtió el niadae que le había pedido a Scarlya que nos explicase lo que le había sucedido.
-          No está aquí, Sinéad —musitó Brisita—. En sus ojos no encuentro el reflejo de su alma.
-          Scarlya, por favor...
-          Es inútil, Sinéad —me avisó Oisín con delicadeza.
-          ¿No podemos hacer nada por ella? —le cuestioné llorando sin poder evitarlo. Mientras tanto, Scarlya no dejaba de vomitar sangre.
-          Lo único que podemos hacer es devolverla a su hogar. Tiene que dejar Lainaya —me contestó la niadae que había detectado la enferma presencia de Scarlya.
-          ¿Cómo va a ir sola si ni siquiera capta su entorno? —la interrogó Brisita con educación.
-          Alguien debe ir con ella... —respondió Oisín—, alguien que no sea necesario en estos instantes en Lainaya. Tú, Sinéad, y tu hijita Brisita sí lo sois. Cerinia... tú... tú no lo eres tanto. Puedes viajar con Scarlya a la Tierra para poder curarla allí.
-          Yo nunca he salido de Lainaya —protestó ella asustada. La madurez que había demostrado hasta entonces se desvaneció y Cerinia pareció de pronto una niña amedrentada cuyo único consuelo es el regazo de su madre—. Por favor... no me hagas ir... Me da miedo ese mundo. Está lleno de amenazas, la naturaleza es destruida sin piedad y nadie se respeta.
-          El lugar donde vivimos está lejos de la crueldad de la humanidad —le revelé a Cerinia con paciencia—. Es un bosque frondoso rodeado de montañas en cuyo centro hay un inmenso y majestuoso castillo. Si el cuerpo de Scarlya todavía alberga una pequeña parte de sus recuerdos, podrás adentrarte en nuestra realidad sin que te pierdas... Yo tampoco quiero que te marches, pero...
-          Tengo mucho miedo, pero te prometo que haré todo lo posible por ella, Sinéad. No obstante, no es seguro que recupere su alma cuando regrese a su realidad. Su alma está aquí, pero en posesión de un ser maligno que está destruyéndola...
-          Scarlya ha perdido su alma en otras ocasiones y la ha recuperado porque es fuerte y ni siquiera la muerte consiente en abrazarla... —le conté con amor.
Cerinia permaneció en silencio, casi ausente. Lo único que quedaba a nuestro lado eran sus ojos, los que exhalaban un miedo inacabable. Cerinia cerró con fuerza los ojos y se quedó quieta y queda hasta que, al fin, su mirada volvió a resplandecer en aquella oscuridad tan espesa y, con una voz llena de valentía y conformidad, nos advirtió.
-          Es necesario que Scarlya sobreviva. La naturaleza no quiere perder un espíritu tan soñador y bondadoso. La llevaré a mi hogar para curarla. Sé que, con las medicinas que la misma tierra nos ofrece, podré retirar de su cuerpo esa molesta tos que está destruyendo su interior y podré devolverle su alma a través de trances hipnóticos que le permitirán a su espíritu reclamar los pedacitos intangibles de su vida que Alneth le ha arrebatado.
-          ¿Será posible que vuelva a ser la que fue siempre? —pregunté esperanzada.
-          En tu hogar no podrás salvarla, Cerinia —la regañó Oisín—. Además, Scarlya es peligrosa. No es conveniente que permanezca en Lainaya.
-          No pienso ponerla en peligro. Si sale de Lainaya, perderá para siempre los fragmentos inmateriales de su alma que esa maldita criatura le ha robado. Estando en Lainaya es la única forma de que los recupere —le respondió Cerinia tomando a Scarlya en brazos y comenzando a caminar hacia la salida de la cueva—. Lo siento, Brisita y Sinéad. No puedo estar con vosotras ahora, pero os prometo que Scarlya se pondrá bien.
-          ¡No puedes ni debes llevártela! —chilló Oisín casi histérico.
-          Soy la reina del otoño y te ordeno que no oses enfrentarte a mí. El otoño es más poderoso que el agua, así que lo mejor será que aceptes mi voluntad.
Era la primera vez que Cerinia hablaba con tanta seriedad y estridencia delante de nosotras, pero su comportamiento me resultó atractivo y poderoso. Nadie fue capaz de objetarle nada. Cerinia se fue sosteniendo a Scarlya con ternura y respeto y se acomodó en aquella barca que nos había transportado a las tres, desapareciendo en breve entre las brumas que cubrían aquellas azuladas y nocturnas aguas.
-          Debemos proseguir con nuestra búsqueda —exigió Oisín con su característica voz apática.
-          Vuelve a su hogar —musitó Brisita.
-          Tenemos que encontrar a los demás, cariño —le advertí—. Empiezo a perder la esperanza de que estén bien...
-          No la pierdas. Entonces será peor, Sinéad —me pidió la niadae que había descubierto la presencia de Scarlya.
-          ¿Cuál es tu nombre? —le pregunté con respeto.
-          Me llamo Mistinia —me respondió con simpatía.
-          Encantada de conocerte, aunque sea en estos momentos tan tensos. Gracias por ayudarnos...
-          Los habitantes de Lainaya debemos ayudarnos los unos a los otros —me sonrió.
Ya navegábamos por aquellas aguas inhóspitas que podían contener tanto la calma más inquebrantable como el descontrol más punzante. Navegábamos rompiendo las brumas, adentrándonos en las tinieblas, bajo el nublado cielo del anochecer, en el que, sin embargo, brillaba perdida alguna lejana estrella...
Creía que en aquella profunda e irrompible oscuridad no lograríamos encontrar ni el más sutil vestigio de la senda que debíamos seguir, pero todos los niadaes navegaban con seguridad y calma. Brisita y yo nos abrazábamos en medio de aquellas húmedas nieblas intentando encontrar en nuestro cariño un calor que nos hiciese sentir protegidas. Cerinia se había llevado la barca que nos había conducido hasta el palacio de Oisín, así que habíamos tenido que incorporarnos en la barca de Oisín y otros niadaes que nos acogieron con paz y con una sonrisa risueña. No obstante, aunque nos tratasen con tibieza y amabilidad, Brisita y yo teníamos el alma llena de congoja, miedo y tristeza. Haber encontrado a Scarlya a punto de abandonar la vida nos había sobrecogido profundamente, había hecho temblar nuestro corazón y nos había arrebatado las frágiles esperanzas que palpitaban en nuestra soñadora mente.
No puedo determinar el tiempo que pasamos navegando por aquellas aguas nocturnas y gélidas; pero, al fin, la barca que Oisín guiaba mediante la magia se detuvo enfrente de otra isla, mucho más grande que aquélla en la que habíamos hallado a Scarlya. Había muchísima más vegetación, se oía el crujir de las ramas mecidas por el viento y la voz de los animales nocturnos que vagaban serenamente entre las plantas. Había montañas rodeando un denso bosque de árboles que yo nunca había visto, cuyas gruesas y frondosas ramas ocultaban el color del cielo. Oisín y todos los niadaes descendieron de sus barcas y comenzaron a caminar serenamente por aquella isla tan espesa y hermosa. Brisita y yo fuimos las últimas en salir de la barca. Teníamos el alma encogida, sentíamos que no podíamos andar con sosiego, pues la tristeza nos oprimía el corazón, y no nos apetecía recorrer un lugar amenazante y oscuro si aquello no daría ningún resultado. Sabía que las dos estábamos demasiado cansadas y ansiábamos que la consciencia se apagase por unos momentos y que el sueño más brumoso se apoderase de nuestra mente y la llenase de sueños bellos.
No obstante, también bajamos de nuestra barca y empezamos a caminar tras de todos esos niadaes que, mientras buscaban entre los troncos de los árboles el mejor camino que debíamos seguir para llegar a alguna cueva profunda, reían y bromeaban sobre todo lo que veían como si en verdad la vida no fuese amarga y difícil. Sentí ganas de llorar de impotencia cuando me apercibí de que su estado de ánimo distaba muchísimo del mío.
-          No sé cómo tienen fuerzas para reírse —me confesó Brisita con un hilo de voz. Me conmovió darme cuenta de que ella se sentía igual que yo—. Ahora mismo yo no sería capaz ni de sonreír...
Las últimas palabras de su confesión sonaron tristemente trémulas, un sollozo hondo e inocente las quebró, las silenció. Miré a Brisita y se me encogió el corazón cuando la vi llorar desconsoladamente, ocultando sus lágrimas tras esas manos que habían dejado de pertenecerle a una niña. La abracé en cuanto su lástima me anegó el alma y la presioné contra mi pecho. Fue entonces cuando me percaté de que Brisita había crecido muchísimo. Su cabecita llegaba hasta mi hombro y podía mirarme a los ojos sin sentir que los míos quedaban muy lejos de su mirada.
-          No sé cómo vamos a salir de esta. No quiero que Scarlya se muera, Sinéad; pero sé que no podemos escapar de nuestro destino cuando éste ya está forjado desde tiempos inmemorables. Tal vez ella tenga que morir en Lainaya... porque en el mundo del que proviene no hay espacio para que un alma tan pura y buena se vaya.
-          Scarlya no va a morir, Brisita, cariño —le aseguré sabiendo que mis palabras no designaban la realidad—. Por favor, necesito que seas fuerte, amor mío.
-          No puedo, no puedo. Creo que necesito que Lianid me mire para que pueda sentirme fuerte...
-          Lianid te mirará dentro de muy poco, hijita mía —susurré con una voz temblorosa.
-          ¡Sinéad! ¡Brisa! —nos llamó Oisín desde la lejanía—. ¡Venid! ¡Hemos encontrado a alguien!
Sin decirnos nada, sin ni siquiera mirarnos, Brisita y yo deshicimos el abrazo que nos unía y, dadas de la mano, corrimos hacia donde había sonado la voz de Oisín. Las hojas caídas crujían bajo nuestros pies, desvelando la velocidad de nuestros pasos, y las ramas de los árboles parecían apartarse de nuestro camino cuando nosotras pasábamos cerca de sus troncos. Al fin, entre la frondosidad de las copas de los árboles, vimos una cueva horadada por el tiempo en una inmensa montaña cuyas piedras habían atrapado el matiz de la noche más oscura. La falda de aquella montaña estaba adornada con plantas que refulgían bajo las estrellas y por árboles de tronco fino de apariencia quebradiza.
-          ¡Ay, Diosa! —gritó Brisita de pronto. Entonces me di cuenta de que yo me había quedado atrás—. ¡Sinéad, Sinéad!
Me faltaba el aliento, pero hice un gran esfuerzo por llegar a aquella honda y oscura cueva, donde fulguraba un fuego de llamas trémulas y anaranjadas. Cuando me adentré en aquel hondo y silencioso rincón, el corazón estuvo a punto de partírseme en miles de fragmentos irreparables. Siempre había experimentado esa sensación por causas tristes y devastadoras, nunca por la alegría más aliviadora y mágica.
-          ¡Eros, amor mío! —exclamé embargada por los sollozos más incontrolables que me atacaban desde hacía muchísimo tiempo—. ¡No puede ser! ¡Gracias, Ugvia!
Eros estaba de pie frente a mí, esperando que me lanzase a sus brazos para abrazarme. Él apenas podía moverse, pues la estupefacción más tierna e inmensa se había apoderado de su corazón. Me miraba incrédulo, aliviado, agradecido. Cuando me acerqué a él para abrazarlo, me rodeó con fuerza con sus brazos llorando desconsoladamente, tal como yo también plañía, y me apretó contra sí con una desesperación que templó todos los recovecos gélidos de mi cuerpo.
-          Eros, Eros, Eros, amor mío...
No podía hablar, pues el llanto ahogaba mi voz; pero no quería silenciar las ganas de decir su nombre, de llamarlo, de reclamarlo con todo el amor que mi corazón creaba para él. A su vez, Eros me apretaba cada vez más fuerte y tiernamente contra su cuerpo, el que estaba agitado por los sollozos más insoportables de su vida... Nunca lo había visto llorar así, con tanta desesperación, con tanto miedo, tristeza y alivio.
-          Shiny, mi Shiny, mi Shiny...  —suspiraba mientras me presionaba contra su pecho y me besaba en la frente, en las mejillas, en los labios...
-          Eros, vida mía...
-          Ahora sé qué apariencia tienen los ángeles, mi Shiny... Deben de ser como tú, sí, como tú... pues has aparecido como un ángel en esta oscuridad. Shiny, mi vida, mi vida... te amo, vida mía. Perdóname. No supe protegerte, mi Shiny —hipaba.
-          No te culpes de nada, vida mía. No fue culpa de nadie. Ahora estamos juntitos, aquí, y tenemos que ser fuertes... No pienso permitir que vuelvan a separarme de ti, amor mío. Eres mi vida, mi existencia, mi destino, y te amaré dondequiera que me halle tanto en la vida como en la muerte...
-          Esto es un sueño...
Sí, era un sueño, nuestro sueño, un mágico y bello sueño hallado en medio de una acuosa y húmeda pesadilla tan oscura como la noche más interminable. Las lágrimas que brotaban de nuestros ojos se mezclaban deviniendo un mar en el que se hundieron nuestros miedos, nuestros sollozos se unían en un suspiro de vida que exhalaba promesas que nunca podríamos romper y el abrazo que nos enlazaba tan fuertemente era una réplica a todas esas noches que habíamos permanecido separados por culpa de la maldad más honda e inexpugnable; la cual, sin embargo, jamás sería capaz de desvanecer el amor que palpitaba con potencia en nuestro destino, el amor que siempre nos mantendría aunados unos con los otros en una vida cuya magia deseábamos cuidar y preservar a través de las edades.
 

1 comentario:

Wensus dijo...

Ya no la podemos llamar Brisita, ahora es Brisa. Es increíble como la magia de Lainaya la ha hecho crecer. Me gusta también que la naturaleza y la magia le hagan sabia, es un personaje entrañable. Que sensación tan extraña habrá sentido Sinéad al ver como se besaba con Lianid. Si a los padres de nuestro mundo ya les cuesta con sus hijos adolescentes, imagina con un hijo que crece mucho más rápido y casi no te da tiempo de aceptar su madurez y sus cambios. Hacen una pareja perfecta, Brisa y Lianid. Es normal que se sienta triste estando lejos de su primer amor. Oisín impone, te lo tengo que reconocer. No me terminaba de fiar de él, pero en este capítulo me ha ganado por completo. También nos descubres a otro personaje, Mistinia. Me gusta su forma de hablar y comportarse, y su asepcto. Que penita me ha dado Scarlia, pobre...espero que se recupere, sería una pérdida muy dolorosa. Espero que Cerinia esté en lo cierto y consiga curarla. Esa isla en la que estaba Scarlia, ya sé que no tiene nada que ver, pero me recordaba a la isla de TR5, de la aventura cuando es niña. Mientras leía esa parte y la de Eros, me imaginaba esos sonidos, esa ambientación de esa aventura y más terrorífico me parecía. Una alegría, Eros está vivo. Solo queda saber dónde están Leonard y Rauth. Espero la próxima entrada con ansiaaaaaas.