martes, 19 de julio de 2016

LA VISITA - 04. QUIERO SABER DE TI

4
Quiero saber de ti
Latía en mi corazón un anhelo, un recuerdo, una inquietud que se expresaba en forma de una melancolía que me anegaba el alma. Leyendo las palabras de Alex, había rememorado a todos aquellos seres que yo había querido con una locura inocente e inocua. De ese modo, cuando lloraba por lo pasado y lo que nunca volvería, mi memoria viajó en el tiempo hasta recuperar esos instantes que tan tiernamente yo había compartido con el único ser que de veras había nacido de mis entrañas, llevándose de mi interior una dulzura que el mundo jamás podría devolverme. 
Brisa aparecía en mis recuerdos, reluciente y mágica, brillando y a la vez mirándome con nostalgia, como si me recriminase que no hubiese vuelto a Lainaya después de marcharme de una forma tan triste. Parecía como si, en la lejanía de esos recuerdos, Brisa hubiese olvidado que yo había anhelado desesperadamente permanecer junto a ella en su mágico mundo. No quisieron alojarme en esa tierra eternamente hermosa y yo me había alejado de allí sintiendo en el alma un pesar que no tenía ni principio ni fin, olvidando allí la capacidad de seguir soñando y luchando por la inocencia de la vida. 
Quería saber de ella. Aquel deseo se me clavaba en el alma como si de un puñal interminable se tratase. No podía silenciarlo, por mucho que intentase convencerme de que nunca más podría volver a Lainaya. Brisa era mi hija; la única hija que yo tendría en la vida. No podía abandonarla para siempre. Quien creyese que yo podría vivir sin conocer su estado, sin saber cómo vivía y qué sentía realmente no tenía ni idea de lo que significaba el amor de una madre al fruto de sus entrañas. 
Supe que la única forma de saber cómo se encontraba Brisa era pidiéndole ayuda a Artemisa. Ella parecía conocer todos los secretos para comunicarse con otros mundos. Así pues, dejando atrás mis lágrimas, salí de aquella alcoba que tanta intimidad me había ofrecido para asomarme una vez más a los sentimientos de Alex y recorrí los pasillos que me llevarían hasta la vera de aquellas dos mujeres que tanto me apreciaban sin que yo apenas les hubiese entregado una pequeña parte de mi existencia. 
Cuando llegué al salón en el que tan amenamente habíamos conversado, me sobresalté muchísimo al comprobar que aquel lugar estaba invadido por la soledad y el silencio más profundos. No quedaba ni rastro de la lumbre que nos había entregado tanto calor y la luz que había alumbrado nuestros instantes se había desvanecido. El frío más inquebrantable se había adentrado allí convirtiendo aquel hogar en la morada del invierno. Estaba completamente sola. No había nadie a mi lado que pudiese ayudarme.
Desorientada, corrí hacia el exterior. El bosque también estaba inundado de silencio. Mi desconcierto y mi inseguridad se acrecieron cuando me percaté de que el alba ya se acercaba. Se adivinaban, tras las copas de los árboles, los primeros destellos de un nuevo día.
Presentí que aquel día que nacía más allá de las montañas sería gélido y vacío, silente y tierno a la vez. Una fina capa de nubes grises cubría el empiece de la mañana, oscureciendo el esplendor con el que aquella luminiscencia naciente podía esconder las sombras de la noche. 
Hacía tanto frío que el aire que yo introducía en mi cuerpo de forma lenta e imprecisa me helaba la sangre. Los aromas de la madrugada eran distantes, estaban atenuados por el congelado aliento de aquella triste noche. El vacío que me rodeaba era absoluto. Ni siquiera los árboles parecían hallarse a mi lado. 
No obstante, empecé a caminar sin saber muy bien a dónde quería llegar. Sabía que en algún momento de la mañana aparecería ante mí la senda que podía llevarme hasta el lugar que me protegería del alba. Entre los árboles trataba continuamente de adivinar la sombra de algún hogar abandonado o la de aquel castillo en el que me había encontrado con Artemisa y con la ausencia de todos los detalles que podían ayudarme a evocar los recuerdos de los momentos que había vivido allí. 
La mañana se doraba sobre mí, y no conseguía encontrar esa senda que podía ayudarme a ampararme de la creciente luz del día. Además, no podía desprenderme de la preocupación que me había anegado el alma cuando había pensado en Brisita. Incesantemente me preguntaba qué sería de ella, cómo estaría, cómo sería su vida, y no conocer las respuestas a tales inquietantes preguntas me desasosegaba profundamente. 
Sinéad, Sinéad.
Mi nombre sonó en una voz llena de intranquilidad y miedo. Me asustó oír que alguien me llamaba con tanta prisa e inquietud, como si ante mí tuviese el borde de un abismo interminable. Me detuve y miré a mi alrededor para descubrir quién me había apelado de ese modo tan desasosegante.
Soy yo, Sinéad.
No reconocía la voz que me llamaba con tanta seguridad y a la vez cariño. Yo detectaba cariño en la forma como me apelaba; lo cual me preocupaba mucho más, puesto que siempre me ha inquietado mucho que alguien me reconozca sin que yo sepa quién es. 
No sé quién eres —le contesté con timidez.
Hace tanto tiempo que nos vimos por última vez que te resulta costoso recordarme, lo entiendo.
Era una voz femenina, muy dulce y calmada. Procedía del interior de un árbol con el tronco muy grueso. Me acerqué a aquel árbol notando que las manos me temblaban y deslicé los dedos por su poderosa corteza; la que estaba alisada por el viento y el paso del tiempo. Entonces, debajo de mis dedos, la madera cedió y apareció ante mí un hueco que me invitaba a adentrarme en aquel tronco que era sin embargo un hogar confortable y acogedor.
Pasa. Creo que a ninguna de las dos nos conviene que la luz del día nos toque la piel.
Cuando me introduje en aquel hogar tan misterioso, entonces me encontré con quien me había llamado con tanto cariño, como si hubiese compartido conmigo un sinfín de instantes. Entonces, me sobrecogí profundamente al descubrir quién era la mujer que me había protegido del alba.
No te acuerdas de mí porque es complicado recordarme cuando me hallan fuera del mundo en el que siempre he vivido.
Sí, sí te recuerdo. Lo único que me sucedía era que no esperaba encontrarte en este mundo.
En realidad ambas formamos parte de la misma tierra. No obstante, la isla en la que yo siempre habité desde que me dieron por muerta está alejada de esta realidad. 
¿Qué haces aquí, Morgaine?
¿Y tú?
Yo vago perdida desde hace noches. Me desorienté cuando traté de...
¿Qué trataste de hacer?
Llegué a un castillo en el que habité durante muchos años y...
Pero ¿a qué lugar deseabas llegar?
Tenía ganas de llorar. Hasta entonces no había recordado dónde se encontraba el origen de todo aquello que me había sucedido hasta ese instante. Poder rememorarlo todo me hizo sentir desvalida. Los recuerdos de los instantes previos a hallarme en el castillo de Hispania me estremecían tanto que no podía evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Lo que más me conmovía, sin embargo, no era recordar que había fallado en el intento de huir de esta realidad, sino el hecho de que hasta esos momentos aquellos instantes se habían escondido tras una neblina que yo no había podido disipar, por mucho que me esforzase por traer a mi memoria el recuerdo de aquellos momentos. 
Dime, ¿adónde querías llegar? —me preguntó Morgaine de nuevo con mucha delicadeza y cariño.
A Lainaya —le contesté con timidez, sobrecogida y asustada.
¿Y qué ocurrió?
No pude. Me quedé encerrada en el viento, rodeada por unas brumas negrísimas que me impedían también regresar a mi mundo. De repente, cuando creía que para siempre vagaría perdida por esa dimensión oscura y vacía, me encontré corriendo por el bosque que rodea un castillo que...
¿Por qué no pudiste volver a Lainaya?
Porque no puedo regresar. Me expulsaron de esa tierra para siempre. No tengo permitido adentrarme en ese mágico mundo.
¿Por qué querías volver?
Para ver una vez más a Brisita, mi hijita, una última vez.
¿Una última vez?
Sí.
¿Por qué?
Pensaba dormir, dormir durante milenios.
¡Sinéad!
Lo sé, sé que todos pensáis que tengo que ser fuerte, que no debo rendirme, que tengo que luchar contra la tristeza y la maldad de este mundo porque la naturaleza no se merece perder a alguien como yo, que puede defenderla de cualquier adversidad; pero ninguno de vosotros está en mi piel. No tenéis mi alma en vuestro cuerpo, no tenéis que soportar mis sentimientos ni tampoco mis recuerdos. Ninguno de vosotros tiene ni la menor idea de lo que supone cargar con unos recuerdos tan dolorosos y con la tristeza nacida de darte cuenta de que todo lo que amaste un día durante muchos años está desvaneciéndose. Es cierto que no debemos rendirnos, pero llega un momento en el que te cansas de pugnar contra todo, como quien se agota al subir una cuesta muy inclinada. Yo necesito vivir en otra parte, y no hay ningún mundo que quiera acogerme. Estoy obligada a habitar en esta tierra enferma en la que cada vez se respetan menos los verdaderos sentimientos.
Yo te entiendo, Sinéad, créeme.
¿De veras? No sé si tú habrás visto morir a la naturaleza que tanto amé yo.
Sí. Verás, hace algunos meses que salí de Muirgéin para comprobar en qué estado se hallaba el mundo que abandoné hace tantos siglos. Me ha sorprendido mucho descubrir que los lares que yo tanto conocí no se asemejan en absoluto a los que formaron el escenario de mis días. Además, me he perdido. No sé volver a Muirgéin. Cuando creía que me alejaría ya de esas ciudades tan ruidosas y contaminadas, me encontraba con algún bosque desconocido. Así llegué hasta esta tierra que todavía conserva porciones bellísimas de naturaleza. Pude construirme este hogar en el interior de este árbol. Quiero volver a Muirgéin, pero no sé ir y además me da miedo hallarme perdida en medio de tanta modernidad.
¿De veras quieres volver?
Sí, al menos antes sí quería regresar. Dejé solo a Arthur...
Arthur... —musité sobrecogida. Hacía mucho tiempo que no pensaba en él. Al hacerlo, un ramalazo de dolor me agrietó el alma, pero tuve que disimular para que Morgaine no percibiese el desconsuelo que me había anegado la mirada.
Me espera y sé que estará desasosegado por mí. Hace muchos meses que me alejé de él.
¿Por qué lo hiciste? —intenté preguntarle con entereza, pero la voz me temblaba.
Por la misma razón que a ti ahora te ha llenado los ojos de lágrimas.
No, yo he empezado a llorar antes.
No es verdad. 
No lo entiendo.
Sinéad, el año pasado... bien, Arthur y yo pudimos ser felices un tiempo, aunque seguramente fue mucho más efímero de lo que creo; pero llegó un momento en el que me percaté de que, cuando estaba solo, lloraba y su mirada se llenaba de lejanía. Hablé con él y me confesó, con mucho esfuerzo, que nuestro amor tuvo sentido en el pasado. Sí pudimos revivirlo, pero...
No, Morgaine. Tú eres el amor de su vida. 
Fui el amor de su vida mortal, Sinéad, pero...
No, por favor, no, no, no, no revivas estos sentimientos —le rogué asustada, notando cómo el alma se me partía en dos y las lágrimas empezaban a resbalarme por las mejillas.
Es que yo no entiendo por qué estáis separados si tanto os amáis —se rió Morgaine, pero su risa no fue sino el eco de su llanto; el que ella intentaba esconder tras esa carcajada inocente. Cuando alguien ríe, le brillan los ojos y, sin embargo, de los suyos solamente se desprendía tristeza—. Yo sé que os amáis con locura. Entre vosotros existe un lazo mucho más poderoso que el que une agua y lluvia e intentar quebrarlo es tratar de romper el núcleo de la Tierra, Sinéad. 
No quiero sufrir más por él —susurré atemorizada.
¿Qué problema hay en que volváis a estar juntos?
No finjas, Morgaine. Esto te duele demasiado.
Sinéad, yo permanecí aguardando a Arthur durante muchísimos siglos sin saber ciertamente si él podía amarme de nuevo. Cuando recuperé su amor, me sentí dichosa y plena, supe que había merecido la pena esperarlo; pero hace poco descubrí que poder reunirnos una vez más sólo sirvió para despedirnos de todo lo que vivimos y sentimos.
Arthur tuvo un hijo contigo, Morgaine.
No, no, no tuvo un hijo conmigo ni yo tampoco tuve un hijo engendrado por él.
No importa.
Sí, Sinéad, sí importa. Nosotros no yacimos siendo nosotros mismos.
No quiero separaros más.
Pero es que no eres tú quien nos ha separado, Sinéad, es ese amor inquebrantable que sigue vivo después de que la muerte haya intentado distanciaros en tantas ocasiones.
Estás confundida.
No, no lo estoy.
¿Quieres regresar a Muirgéin? Yo puedo ayudarte a volver.
No, Sinéad. No quiero regresar a Muirgéin ni a ninguna parte. Me gustaría pedirte otro favor.
¿Cuál? —le pregunté sobrecogida y temerosa.
Puedes escoger entre matarme o llevarme a Lainaya.
¡No puedo hacer ninguna de las dos cosas! Y, aunque pudiese, jamás te mataría. ¿Cómo se te ocurre pedirme algo así?
Sinéad, no me apetece seguir viva en ninguna parte.
Entonces Morgaine arrancó a llorar desconsoladamente, pero su llanto era silencioso y profundo.
Ya he vivido suficiente —sollozaba—. Ha merecido la pena vivir si pude tener a Arthur conmigo una vez más, pero ya no...
¿De veras crees que él no te ama?
Fui el amor de su vida mortal, él mismo me lo reconoció. El amor de su vida inmortal eres tú. Él es tan infeliz, Sinéad... y, si él no es feliz, yo tampoco podré serlo y nunca más sonreiré. No merece entonces la pena vivir si él no es feliz. Yo seguía viva por él, porque sabía que en algún momento nos reencontraríamos, y eso fue posible. Puedo irme, ya puedo irme.
No quiero que te marches. Eres tan mágica...
Tú misma has protestado porque los demás te insistimos en que debes seguir luchando cuando realmente no te queda aliento para hacerlo. No me fuerces a mí también a existir en una vida que no me llena.
Sí, tienes razón. Yo no puedo matarte, no puedo, y tampoco puedo regresar a Lainaya. No se me permite.
Si la muerte no puede ser mi hogar, que lo sea esa tierra mágica donde eternamente seré un hada.
No vivirás eternamente.
No me importa. Quiero saber que mis días tienen fin. De ese modo podré disfrutar más de la vida. Dime, si a ti te dijesen ahora que vivirás cincuenta años más como mucho, ¿no cambiarían tus sentimientos? Tal vez sea la inmortalidad la que te hace tan infeliz.
No lo sé. Lo único que puedo asegurarte es que, cuando era humana, saber que mi vida era tan efímera y finita también me torturaba.
Sinéad, por favor, ayúdame a viajar a Lainaya.
No puedo hacerlo, Morgaine.
Tal vez, no pudieses lograrlo porque era solamente un interés egoísta lo que te hacía ansiar volver. Ahora, en cambio...
¿Te parece de veras que querer saber cómo está Brisita es un interés egoísta?
Sí, lo es, Sinéad. Ella no necesita que te esfuerces por regresar a Lainaya solamente porque anheles saber cómo está. Si a Brisita le sucediese algo, te aseguro que lo sabrías.
Morgaine, no puedo creerme que pienses de ese modo.
¡Yo no pienso de ese modo! —exclamó asustada—. Pienso como lo haría ella.
Brisita debe de sentirse muy sola —susurré con mucha lástima—, sobre todo porque no podía superar la muerte de Lianid.
Brisita no es como tú, Sinéad, ni como yo —sonrió con pena—. Brisita es mucho más fuerte de lo que piensas.
Morgaine, basta ya, por favor. Cada palabra que dices me duele más que las anteriores. No creo que superar la muerte de alguien o no dependa de la fortaleza de cada ser. Hay partidas con las que no podemos vivir porque quien se ha marchado estaba irrevocablemente unido a nuestra alma.
No lo niego, Sinéad; pero Brisita es fuerte, debe serlo, es la reina de Lainaya.
¿Cómo conoces todo eso?
Arthur me ha hablado de ese mundo. Fue él quien me propuso viajar allí para convertirme en una de sus preciosas hadas. Además, a él le consolaría mucho saber que Brisita me tiene cerca por si necesita algo. 
¿O sea que Arthur quiere que te conviertas en su madre, en la madre que ella no puede tener?
Puede que sí. Él sabe que tú no puedes estar a su lado. Él tampoco puede ir a Lainaya y cuidarla como su padre que es. 
Está bien, te ayudaré a viajar a Lainaya; pero, tal como te ha sucedido con Arthur, con el tiempo te darás cuenta de que todo amor es insustituible —le comuniqué con impotencia.
¿Qué te ocurre, Sinéad?
Nada que sea de tu incumbencia. ¿Quieres que te ayude a viajar a Lainaya? Está bien, lo intentaré, aunque me pierda entre los mundos y no pueda volver a mi tierra. No me importa. En esta vida ya nadie me echará de menos.
Sinéad, tranquilízate —me pidió tomándome de las manos.
No necesito tranquilizarme. Ahora siento la fuerza que requiero para viajar de una realidad a otra.
Estás muy alterada. 
No es cierto. Vayamos afuera.
Pero está amaneciendo, Sinéad —me recordó asustada.
¿Temes la luz?
Si la luz del día me toca, desapareceré. Ya sabes que me convierto en brumas cuando amanece.
A mí la luz puede hacerme mucho daño, y sin embargo estoy dispuesta a luchar contra mis miedos y mis instintos para llevarte a Lainaya cuanto antes. 
No escuché sus protestas, las que me intimidaban, aunque fingiese que la valentía más inquebrantable me había anegado el alma. Salí del árbol que tanto nos había protegido tomando de la mano a Morgaine, quien se había rendido ante mi indoblegable voluntad.
Cuando nos hallamos en el bosque, cubiertas por los destellos del día, entonces la abracé con fuerza y deseé, con un ahínco sobrecogedor, que Lainaya me atrajese hacia sí, aunque no me dejase adentrarme en su magia. Solamente quería alejar para siempre a Morgaine de ese mundo que no estaba hecho para ella. Sentía rabia, era cierto; rabia porque Morgaine, una vez más, podría gozar del amor de uno de los seres que yo más amaba en la vida, porque podría habitar junto a Brisita en mi lugar, porque tenía la posibilidad de distanciarse para siempre de la tierra enferma en la que yo estaba obligada a vivir. Cuando ella consiguiese introducirse en Lainaya, entonces el alma se me quebraría para siempre y estaba segura de que nadie lograría sanarme las heridas que me la horadarían.
¿Estás dispuesta?
No, no. Me encuentro mal. Estoy desvaneciéndome.
Entonces no hay tiempo que perder.
Aunque Morgaine no lo supiese, yo también me sentía a punto de estallar. Era cierto que la luz del día ya no podía matarme, pero sí podía notar cómo ésta me templaba insoportablemente la piel y hacía arder mi interior. También le oculté que, además de suplicar que la magia de Lainaya me atrajese hacia sí, le rogaba a Brisita, a través de la distancia, que me ayudase a realizar aquella misión.
Una fuerza estalló por dentro de mí, como si fuese una bola de luz y calor, y me ayudó a olvidarme de mis pesares y de mis injustas envidias. Entonces empecé a correr con Morgaine entre mis brazos hasta alcanzar una velocidad que a ella le hizo lanzar un alarido de sorpresa. Sin avisarla, me alcé hacia el cielo y comencé a volar bajo la grisácea y esplendorosa luz del día, rogando continuamente que mi alrededor se convirtiese en esas brumas que me permitirían alejarme de la Tierra para llegar hasta Lainaya.
¡Sinéad, tengo miedo! —protestó Morgaine aferrándose con mucha fuerza a mí.
No temas, Morgaine. 
Justo entonces la luz del día comenzó a oscurecerse, como si mi volar nos llevase de nuevo a la noche, y nuestro alrededor se convirtió en unas espesas brumas que nos impedían respirar con calma. Morgaine hiperventilaba a la vez que acrecía la fuerza con la que se asía a mí. Le pedí que cerrase los ojos y que no tuviese miedo. 
Justo en ese preciso instante fue cuando recordé que, la última vez que había tratado de regresar a Lainaya, me había perdido en ese punto, justo en ese momento en el que el aire de la magia me rodeaba y las brumas de la oscuridad me envolvían. Rogué con toda mi desesperación que ante nosotras apareciese la mágica tierra de Lainaya. No me sentía con fuerzas para esforzarme por volver a mi mundo, pues llevaba mucho tiempo sin alimentarme y el cambio de un mundo a otro me debilitaba excesivamente. 
Mas nada cambiaba a nuestro alrededor. Comencé a desesperarme. Morgaine, además, se desvanecía entre mis brazos, desaparecía como si, en lugar de hallarse a mi lado alguien tangible, tuviese aferrado a mí al eco de una vida. No podía abrir los ojos para comprobar cuál era su estado, pero podía intuir que la piel le había empalidecido y que apenas guardaba ya en su ser el rescoldo de la voz de su alma.
Sin embargo, justo entonces noté que alguien se acercaba a nosotras y que la arrancaba de mi lado, dejándome sola en medio de la nada. Quise gritar, pero no podía conseguir que mi voz emanase de mi pecho. Estaba encerrada en la frontera que separaba dos dimensiones completamente distintas y opuestas. Intenté alargar la mano para que alguien me la tomase, pero únicamente el viento oscuro de la magia me la tañó con fuerza. La escondí rápidamente, intuyendo que, si seguía permitiendo que aquel viento feroz me la acariciase, sería capaz de arrancármela.
Me hallaba completamente sola en aquella tierra de nadie, alejada de mi mundo y de Lainaya, perdida en la inmensidad de la nada. La desesperación más profunda se apoderó de todo mi ser y me llenó el alma de pánico. No obstante, enseguida me serené creyendo que era imposible que todas las hadas de Lainaya me dejasen perdida en aquel espacio intangible, incoloro y huracanado. 

No podía hablar, pero con la voz de mi mente rogaba continuamente que alguien me ayudase. No obstante, el tiempo (si es que en ese espacio vacuo el tiempo continuaba fluyendo) transcurría sin que nadie se comunicase conmigo. Cada vez me sentía más sola y abandonada. Entonces pensé que aquélla era una de las mejores formas de desaparecer, de perderme para siempre, de no volver a sufrir nunca más, de dejar el dolor y la tristeza atrás. Si de veras me desvanecía en aquel momento, todo lo que me atería el alma desaparecería también. Podría morir en paz.

2 comentarios:

Wensus dijo...

¡Ya no me acordaba de Morgaine! Parece que han pasado siglos desde que escribiste sobre ella. Vaya, veo que otra historia de amor se tuerce, pobre Morgaine. Por lo visto, Arthur no consigue olvidar a Sinéad, o más bien dejar de amarla. Me da pena que las historias de amor siempre salgan mal...Pensaba que Arthur había encontrado su sitio, su felicidad junto a Morgaine. Los razonamientos de Morgaine parecen tener mucha lógica. Quizás vivir eternamente conlleve este tipo de problemas, ser infeliz. El amor no dura, se apaga...o desaparece. Un humano en su corta vida puede amar a varias personas y el amor desaparece igual, pero es cierto que muchos se enamoran y pasan el resto de sus días juntos. Quizás el amor tenga fecha de caducidad, no sé. Aunque Arthur sigue amando a Sinéad, después de todas las cosas que han ocurrido (su traición con Scarlia y su amor por Tsolen). Una cosa está clara, el amor es complicado y tan doloroso como un dolor de muelas.

También veo que se apodera de ellas las ganas de dejar de vivir, las dos llevan muchos años vivas (o no muertas). Me apena que Morgaine quiera morir porque Arthur ya no la ama, ella vale mucho y la vida es más que eso, pero claro, si le añades su cansancio o desgana por la vida, ya que "ha vivido demasiado"...Y es que eso quizás sea una enfermedad de los eternos, el cansancio de vivir. No me parece tan mala la idea de dormir unos años para descansar, aunque tampoco me apasiona, pero mejor que la muerte es. Me duele que dejen a Sinéad ahí sola, las que en su momento la apoyaron. Su marcha de Lainaya fue dolorosa (y yo les pillé manía a las hadas por su comportamiento, después de salvar su mundo...un poco desagradecidas son), y no sé, pero tampoco parecen tan felices, las veo amargadas por sus propias normas.En fin, todo es muy complejo. ¡¡¡Espero que Sinéad no muera!!! Que deje de pensar así de una vez, en la muerte, en desaparecer, en dormir mil trescientos años, en el desamor, en lo que perdió, en la tristeza...¡Basta! Que mire la vida de una forma más positiva, ¡es una afortunada! Tiene a su padre, a Tsolen y unos amigos que la adoran. Es bella, escribe como los ángeles...además, el mundo la necesita. La vida sigue, y hay miles de experiencias buenas por vivir. ¡¡No puede rendirse!! Espero que sobreviva y que entre en Lainaya, abrace a Brisita, le diga lo mucho que la quiere y luego las mande a todas a freír espárragos, por desagradecidas y malas amigas. No tardes en poner la continuación!! (No seas mala con Sinéad porfaaa)

Uber Regé dijo...

Morgana realmente es el amor de Arthur pero... en otra vida. Al cruzarse Sinéad lo que era un destino claro se ha descarrilado; yo no veo a Arthur con Sinéad, incluso estoy bastante convencido de que sería un desastre esa relación, y de nuevo por lo mismo: porque es algo de otra vida, de otro presente. Y vemos ahora dos casos de desesperación que se cruzan: Morgana y Sinéad corren desbocadas sin llegar a ninguna parte. Dos hombres que no aparecen tienen también sus destinos marcados, y Lainaya se convierte en un lugar donde puede estar el desastre o tal vez la salvación para todos ellos. Si bien las protagonistas, Morgana y Sinéad, se nos antojan casi semidiosas por las extraordinarias capacidades que tienen, al final su vida y sus anhelos no son tan distintos de los de todos: no aprecian lo que tienen, desean lo que es imposible, sufren a pesar de todas sus ventajas, que no les sirven de ningún consuelo. Me emociona la maternidad de Sinéad, creo que eso sí es algo que sirve de inflexión en su persona, que la humaniza, aunque en cierto modo es una condena porque la obliga a vagar entre mundos incompatibles. La situación es, no hay duda, endiablada, en un momento pienso una cosa y a continuación pienso en el desenlace contrario, ¿qué va a pasar? Por suerte está puesta la continuación... ¡voy a leerla!