miércoles, 27 de julio de 2016

LA VISITA - 05. NO TE MARCHES, POR FAVOR

No te marches, por favor
La serenidad empezó a acariciarme el alma. Ya no luchaba contra la fuerza de ese viento feroz que me había arrastrado hacia aquella nada, sino que me quedé quieta, aguardando el momento en el que mi voz mental también se silenciaría. Lo había hecho ya mi alrededor. El viento ya no se oía, la nada era un vacío silente que se expandía y se expandía como si quisiese abarcar todos los mundos y la oscuridad que me rodeaba era tan profunda que apenas podía percibir la negrura que me envolvía. Aunque no pudiese abrir los ojos, sabía que no había a mi alcance ni el menor destello de luz. Mi entorno estaba tan oscuro que me costaba percibir hasta mi propio cuerpo. 
Mas, de repente, cuando el alma se me había llenado enteramente de sosiego, alguien, con mucha dulzura, me asió de la cintura y comenzó a arrastrarme suavemente hacia alguna parte que yo no podía ni imaginarme. No sabía quién me había agarrado con tanto primor, pero no tuve miedo ni tampoco sentí curiosidad. Parecía como si mi mente también hubiese comenzado a desvanecerse. Tenía sueño, pero sabía que éste no era más que el principio de mi muerte. 
No puedo permitir que te dejen aquí, Shiny. Ya está bien de tantas prohibiciones, cariño.
La voz que me susurró aquellas palabras tan tiernas me hizo sentir ganas de llorar, pues en su sonar albergaba un sinfín de recuerdos que me sobrecogieron y que repartieron por mi interior una calidez acogedora. 
Entonces, lentamente, mi entorno empezó a cambiar. Ya no me rodeaba esa densísima oscuridad ni aquel interminable y profundo silencio, sino que, poco a poco, mi alrededor fue llenándose de calidez, de luz, de amor, sobre todo de amor, porque de quien me había rodeado la cintura con sus brazos se desprendía un cariño interminable que me hacía sentir acogida.
Ya estamos en casa.
Noté que el cuerpo trataba de cambiarme, pero una prohibición ancestral se lo impidió. Continué siendo vampiresa cuando me adentré en aquel mundo en el que tanto había deseado hallarme. Saber que era la misma criatura que habitaba en la otra tierra me hizo sentir desvalida, pero pareció como si al ser que tanto cariño me entregaba no le importase.
No temas. Aquí está atardeciendo y nos queda toda la noche por delante. No puedes quedarte hasta el amanecer, pero al menos compartiremos estas efímeras horas.
Brisa —susurré sobrecogida.
Sí, soy yo, mamá. Tranquilízate. No, no llores, pues entonces tendrás mucha sed y aquí no puedes alimentarte. Además, debes guardar fuerzas para regresar a tu mundo cuando aquí alboree.
Brisita...
Ya puedes abrir los ojos.
Brisa me limpió las lágrimas que me resbalaban por las mejillas con un pañuelo hecho de una tela muy suave que me hizo sentir acogida. 
Te extrañaba tanto, cariño... —me confesó con una voz quebrada. Me abrazó con una fuerza contenida. Yo noté que le temblaba el pecho y que la respiración se le convertía, lentamente, en dolorosos suspiros que se me clavaron en el alma—. Te añoro tanto, Shiny... 
Y yo a ti también. No encuentro los motivos para seguir luchando si me hallo tan lejos de ti.
Pero ya sabes que no podemos formar parte del mismo mundo.
Lo sé, lo sé. Y no saber cómo estás me mata, Brisa.
A veces es mejor que ignores ciertas cosas.
¿Por qué dices eso?
Todavía no había mirado a Brisita a los ojos. Me retiré de ella un poco para poder observarla. Me limpié las lágrimas que de nuevo me habían humedecido los ojos y entonces me hundí en su mágica imagen. Cuando lo hice, el puñal de la sorpresa y la inquietud se me hundió profundamente en el alma.
Brisa no era la misma. Estaba extremadamente pálida, de sus preciosos ojos violáceos solamente se desprendía oscuridad y vacío y estaba mucho más delgada que la última vez que la vi. Parecía enferma.
Brisa, no puede ser. ¿Qué te ocurre?
He pasado una mala temporada —se limitó a contestarme—; pero ahora no quiero recordarla. Ven, vayamos a dar un paseo. Nos hallamos en la región del otoño y han crecido muchos frutos.
Hablaba con distancia, como si no pensase mucho las palabras que pronunciaba, y, cuando se levantó y empezó a caminar, la inquietud que se me había adherido al alma se acreció al percatarme de que sus movimientos estaban cargados de pesadez, aunque ella tratase de convencerme de que el vigor más indestructible llenaba todo su interior.
Brisa, dime qué te sucede, por favor —le rogué deteniéndome entre dos árboles milenarios.
¿Has visto las estrellas? Una vez dijiste que te parecía que en Lainaya las estrellas se hallaban más cerca del alcance de tus manos.
Brisa, no me cambies de tema, por favor.
Shiny, quiero vivir plenamente contigo estas horas que podemos compartir. No quiero que nada ensombrezca estos momentos. 
Brisa, solamente quiero que me confieses lo que te sucede. No puedo estar serena si no me hablas de ti, si no me informas de cómo estás, si no me revelas por qué tienes ese aspecto tan inquietante y enfermizo. No eres la misma.
Está bien —suspiró apoyándose en el tronco grueso de uno de esos árboles que protegían nuestros tensos momentos—. Estoy enferma, Shiny. No te asustes —me pidió cuando cerré los ojos con fuerza—. Es una enfermedad que ataca a las hadas que han sido engendradas por seres provenientes de otro mundo. 
¿Y qué te sucede?
No quiero decírtelo.
Brisa, por favor...
No quiero —lloró de repente, cubriéndose el rostro con las manos para que yo no percibiese todo el desconsuelo que se le escapaba de los ojos.
Brisa, Brisa —la apelé intentando llenar mi voz de fortaleza mientras me dirigía hacia ella para abrazarla. Brisa se dejó caer entre mis brazos sollozando profundamente—. Dime si puedo hacer algo por ti, por favor.
No, no, no podéis hacer nada. Estáis separados y eso es lo peor.
¿Qué dices, Brisa?
Ninguno de los dos puede estar aquí para ayudarme.
Pero yo soy capaz de renunciar a todo lo que soy y lo que tengo si así consigo darte mi vida, ayudarte, no sé, Brisa...
Brisa no volvió a hablarme hasta que transcurrieron unos largos minutos, durante los cuales me limité solamente a acariciarle los cabellos y a abrazarla con mucha fuerza y amor.
Mientras Brisa lloraba entre mis brazos, yo me fijé más detenidamente en su aspecto. Me sobrecogí de tristeza cuando me percaté de que sus preciosas orejitas estaban demacradas también, como si se hubiesen empequeñecido. Además, bajo mis manos, notaba que su cuerpo había menguado, perdiendo la vitalidad y la apariencia sana que siempre la habían caracterizado.
Brisa, dime qué puedo hacer por ti.
Nada, Shiny —me contestó apartándose de mí y limpiándose las lágrimas con timidez—. Escúchame, es una enfermedad muy rara. No la sufren todas las hadas que nacen de seres procedentes de otra tierra. Es... no sé cómo decirlo... sufrirla no depende solamente de quiénes fueron tus progenitores. Es cierto que las hadas que no fuimos alumbradas por un hada de Lainaya somos más propensas a padecerla, pero...
Quieres decir que ser engendrada por seres de otro mundo no es una condición suficiente  para padecer esta enfermedad.
Es una condición necesaria, es cierto, pero no suficiente. Es un factor que puede influir.
¿Entonces?
Entonces nada, me ha tocado a mí, y punto. Lo peor es que todavía no hemos encontrado la sucesora del trono...
¿Qué quieres decir? ¿Por qué tienes que encontrar una sucesora? —le pregunté inmensamente asustada.
Shiny... estoy muriéndome, ¿acaso no te das cuenta? Yo no viviré lo que suelen vivir las hadas de Lainaya. Me queda muy poco tiempo de vida. La comida que ingiero no hace ningún efecto en mi cuerpo, es como si no me alimentase, y cada vez tengo menos fuerzas para respirar y caminar. Muchas veces duermo durante días y, cuando me despierto, me doy cuenta de que mi cuerpo ha menguado mucho más. 
No, no, no, no... No, por favor, no —supliqué arrodillándome en el suelo, ante ella—. Tiene que haber algo, Brisa, algo, alguna solución, alguna cura.
No, Shiny, no hay nada que puedas hacer.
¡No me lo creo!
Shiny... cada uno de nosotros tiene escrito un destino contra el que no se puede luchar.
¡No quiero que te vayas!
Soy un hada del otoño, enlazada al viento. La próxima reina de Lainaya debe ser un niedelf, vinculado a la tierra. Tengo que encontrar a la niedelf o al niedelf que puedan desempeñar con maestría y empatía el cargo de reina o rey supremos de Lainaya —dijo distraídamente.
Brisa...
Y tengo que encontrar mi sucesor o mi sucesora antes de que sea demasiado tarde.
Brisa, escúchame.
Tú fuiste una niedelf, pero, claro, éste no es tu mundo. No puedes ser reina de Lainaya, lo siento mucho.
Brisa, no acepto que estés marchitándote, no lo acepto.
Lo único que pido es que estés a mi lado cuando llegue mi hora.
¿Es que no entiendes que tu hora no va a llegar?
Shiny, no seas ingenua. No puedes luchar contra mi destino.
No me lo creo.
Shiny, Shiny —me apeló una voz nueva, tierna y cálida.
Lluvia...
Hola, Shiny.
Lluvia tenía la mirada tan llena de tristeza que no pude evitar comenzar a llorar en cuanto la tuve ante mí. Brisa me agarró de las manos para que no me lanzase a ella si de los ojos me brotaban esas lágrimas sangrientas que tanto podían macular el mágico mundo de Lainaya.
No le tengo miedo, mamá, te lo aseguro —se rió Lluvia con amor—. Ya la he visto tal como es en su verdadero mundo.
Lluvia, hazme un favor —le pidió Brisa casi sin aliento. Entonces noté que la fuerza con la que me asía de las manos se atenuaba—. Llévanos al lugar que más amo de Lainaya.
Lluvia no se opuso. Me pidió que tomase a Brisa en brazos y la siguiese a través de ese brillante bosque en el que la noche había dejado caer todas sus sombras. Sin embargo, yo podía percibir, perfectamente, cada detalle que formaba aquella preciosa y serena naturaleza. 
Qué bello es ver la luz de las estrellas cuando la tuya está desvaneciéndose. Te hace pensar que, aunque tu vida se apague, al universo todavía le queda fulgor con el que poder alumbrar la vida de quienes amas.
No hables así, Brisa, por favor —le pedí sobrecogida y muy triste.
Shiny, es inútil que luches contra sus sentimientos. Le ha costado mucho aceptar que su vida no será tan larga como la de todas las hadas de Lainaya, pero no le importa porque asegura que no se cambiaría por nadie. 
No, no me cambiaría por ningún hada que viviese casi eternamente porque haber nacido de ti es lo mejor que puede sucederle a nadie, Shiny.
Lluvia, debe de haber alguna cura para ella —protesté intentando no llorar.
Lo siento mucho, Shiny; pero no la hay. Lo hemos intentado todo, todo —me aseguró Lluvia con impotencia—. No hay ninguna hierba que pueda sanarla.
¿Podría sanarla si Arthur, digo Rauth, y yo estuviésemos una vez más a su lado? —le pregunté esperanzada.
¿En qué podría influir eso, Shiny? Ni la presencia de la misma Diosa podría sanarla. La Diosa nos ha asegurado que Brisa debe partir antes de tiempo.
¡Pero no es justo! —exclamé horrorizada.
Shiny, tranquilízate, por favor. No pierdas fuerzas sintiendo esa impotencia por mí. No merece la pena. Cada uno tenemos que cumplir con nuestro destino.
Justo entonces Lluvia se detuvo ante una inclinación bastante pronunciada por la que parecía que resbalase la luz de las estrellas. Me indicó que corriese porque el suelo era deslizante y, cuando ya la hubimos sorteado, llegamos a la orilla de un lago inmenso cuyas aguas estaban protegidas por un sinfín de ramas frondosas que se enlazaban como si no quisiesen que el esplendor de las estrellas se reflejase allí. 
Me gustaría que nos sentásemos aquí mismo —indicó Brisa señalando un hueco que quedaba entre dos árboles de tronco grueso y protector—. Muchas veces vine a este lugar cuando estaba triste porque me transmite mucha serenidad.
Ni Lluvia ni yo fuimos capaces de decir nada. Nos sentamos al lado de Brisa y ella permaneció observando la belleza que nos rodeaba durante unos largos y silenciosos minutos. Cuando creí que el amanecer nos sorprendería sumidas en una calma tan triste, entonces Brisa habló.
Ahora mismo, aunque os cueste creerlo, me siento inmensamente feliz porque estoy al lado de los dos seres que más quiero en el mundo. Digo seres porque no sé cómo nombraros a las dos sin que ninguna de vosotras se sienta excluida.
¿Y qué ocurre con Sauce?
Sauce se casó con una niedelf hace unos pocos meses —me informó Lluvia con amor— y ahora se hallan descubriendo juntos Lainaya.
¿No sabe que estás así, tan enferma?
No, nadie ha querido turbar su felicidad —me informó Lluvia susurrando.
No es justo que no esté con su madre en estos momentos tan...
Shiny, no quiero que mi hijo sufra. Ha padecido mucho por la muerte de su padre. No quiero que...
Pero él querrá estar a tu lado, aprovechando el tiempo que te queda aquí, mamá —le indicó Lluvia con paciencia—. Shiny, he mantenido con ella esta conversación infinidad de veces, y no hay manera de convencerla.
Es que Brisa no quiere interrumpir la felicidad de Sauce porque sabe que no se irá. No, no se irá, no se irá —negué incapaz de evitar empezar a sollozar con una impotencia punzante.
Pobre Shiny —suspiró Brisa con mucha lástima.
No quiero vivir esto... No te irás, Brisita. Soy capaz de dar mi vida por ti.
Entonces, una idea enloquecida me anegó la mente. Brisa había nacido de mis entrañas, llevándose posiblemente una pequeña parte de mi magia, una esencia que solamente ella y yo compartíamos. Yo había engendrado a Brisita desde la distancia portando el brote de su alma en mi cuerpo vampírico. No quedaba duda de que ella podía soportar mi poder si se lo entregaba; pero ¿cómo podría lograrlo?
Brisa, ¿qué ocurre si un hada de Lainaya bebe sangre vampírica? —le pregunté intentando que los nervios que se me habían anudado al estómago no se reflejasen en mi voz.
No lo sé. La verdad es que nunca me he hecho esa pregunta y tampoco ningún hada de Lainaya ha bebido sangre vampírica jamás o al menos yo no sé de ningún hada de Lainaya que lo haya hecho.
No creo que sea buena idea —espetó una nueva voz, severa y a la vez tierna.
Morgaine —musité sobrecogida.
Perdonad. No he podido evitar oír vuestra conversación cuando me acercaba a vosotras.
¿Quién la ha ayudado a adentrarse en este mundo? —pregunté intimidada. 
Oisín —me contestó Lluvia.
¿Oisín? —me reí inquieta.
Morgaine es un hada del agua, está claro. Su nombre así lo designa: nacida del agua. No podía pertenecer a otra especie —me comunicó Brisa con cariño.
Entonces observé a Morgaine. Me sobrecogí al verla tan hermosa. Conservaba muchos detalles de su aspecto, pero también había cambiado el matiz de su piel, volviéndose levemente azulado. Tenía todavía los cabellos negros, lisos y largos, el rostro arredondeado, los ojos profundos y nocturnos; pero su cuerpo se había tornado más ligero, tal vez más ágil, y portaba un vestido azul que le cubría solamente las partes más comprometidas de su cuerpo. Se movía con mucha soltura y adiviné que había salido del agua, pues tenía los cabellos húmedos y algunas gotas se le habían posado en el rostro, como si fuesen lágrimas perdidas. Además, el tono de su voz también había mutado.
Gracias por ayudarme a adentrarme en Lainaya, Shiny —me agradeció agachándose a mi lado—. Yo sabía que aquí se hallaba la continuación de mi destino.
Me alegro mucho por ti.
Entonces, repentinamente, alguien me tocó la espalda con delicadeza. Cuando me volteé, descubrí que se trataba de Oisín, que me miraba fija y tiernamente. Me demostraba, con sus profundos ojos sabios, que se alegraba muchísimo de volver a verme. No pude evitar que, entre toda la tristeza que sentía, se asomase un rayo de felicidad que me hizo levantarme de donde estaba sentada y abrazar a Oisín con mucha dulzura. 
Qué atractiva estás, Shiny, siendo vampiresa —me comunicó abrazándome ardientemente; lo cual me sobrecogió—. Perdona, no quería avergonzarte. Los niadaes somos así, a veces muy fríos y otras, muy apasionados —se rió inquieto.
No te preocupes por nada. 
Oisín estaba cambiado. No tenía ya los cabellos largos, sino que se los había cortado y tenía unos rizos muy rebeldes que le cubrían las orejas y una parte de su lisa frente. Aquel corte de pelo les otorgaba mucha luz a sus ojos. Me di cuenta de que, cuando no me miraba, Oisín dirigía los ojos hacia Morgaine y se le asomaba a la mirada una extraña emoción que me costaba interpretar. Morgaine, a su vez, le sonreía sincera y tiernamente. Entonces advertí que entre ambos había nacido un vínculo muy curioso e inesperado.
Sé que no te quedarás mucho tiempo aquí, pero...
Oisín, ¿qué crees que sucedería si un hada de Lainaya bebiese sangre vampírica? —le pregunté nerviosa.
Eso es algo que nunca se ha hecho en Lainaya —me respondió titubeante.
De todas formas, ¿qué puede ocurrirme que sea peor que morir? —intervino Brisa con melancolía—. Shiny, vayamos a algún lugar que sea más íntimo y...
No creo que sea buena idea. La sangre vampírica tiene mucho poder y puede destruir tu interior, Brisa —la avisó Morgaine preocupada.
Morgaine, no creo que pueda sucederme nada malo. Solamente tomaré unas gotitas —intentó tranquilizarla Brisa.
¡Si nos quedamos ahora sin reina de Lainaya, será todo un desastre! —exclamó Morgaine con temor.
MI hijo Sauce se ha casado con una niedelf. Estoy segura de que dentro de poco será padre de una niedelf preciosa que podrá ser mi sucesora. Ya sabéis todos que un niedelf nace de la tierra, pero, si un niedelf se une a un audelf, se enlazan entonces el viento y la tierra y engendrar a un niedelf es mucho más sencillo. Deberán criarlo entre los dos en un lugar frío y seco. 
¿Los niedelfs, entonces, no pueden alumbrar a sus hijos? —preguntó Morgaine sorprendida.
No, no, es decir, sí, los alumbran cuando solamente son una semilla, los entierran y entonces aguardan a que vayan creciendo.
Es tan curioso todo... —susurró impresionada.
Lo más curioso es que de repente mi vida se haya llenado de luz —le sonrió Oisín.
Yo pensaba, Oisín, que te excitaban otros seres —se rió Lluvia con labia y picardía.
Sí, es cierto; pero en Lainaya no se sabe nunca qué puede ocurrir. Sé que Morgaine será la madre de mis hijos. Llenaremos de niadaes las aguas de Lainaya.
¡Eso será si a mí me apetece volver a ser madre! —exclamó Morgaine divertida.
No sé si te apetece tenerlos, pero hacerlos sí, ¿no? —le cuestionó Oisín acercándose a ella con sensualidad y tomándola después de la cintura.
Hacerlos, ¿tan pronto? Tendrás que ganártelo.
Entonces Morgaine se desprendió de los brazos de Oisín y se lanzó al agua riendo despreocupada. Oisín me guiñó un ojo y después se tiró al lago para perseguirla. Los dos se sumergieron bajo las aguas, nadando juguetona y sensualmente, el uno en pos del otro, alejándose de repente, escondiéndose entre las plantas y las rocas que alfombraban aquellas clarísimas profundidades, para después salirle al encuentro y sorprenderlo risueñamente.
¿Crees que tardará en ganárselo? —preguntó Lluvia divertida.
Qué va. Morgaine se ha hecho la remilgada delante de nosotras para quedar como una dama, pero en realidad le apetece tanto como a Oisín —respondió Brisa con calma.
¿Y cómo lo sabes? —quiso saber su hija.
Porque se le notaba en la mirada, en el cuerpo, en la forma de hablar, de observarlo... Una mujer no solamente habla con la voz.
Todavía tengo que aprender a detectar esos detalles tan sutiles.
Sí, porque el pobre Alain está cansado de insinuársete.
¿Quién es Alain? —me interesé.
Un estidelf que está loquito por los huesos de Lluvia y Lluvia no hace más que rehuirle.
Sé que ese estidelf siente tanto calor que necesita la frescura de una lluvia otoñal, pero a mí no me gusta.
¿Estás segura, hija? Se te ponen unos ojitos cuando lo ves o cuando se te acerca...
Es que es muy atractivo, pero anímicamente no me siento atada a él, mamá.
Eso también me ha ocurrido a mí muchas veces —me reí tiernamente. En esos momentos parecía como si el sufrimiento y el miedo hubiesen quedado irrevocablemente atrás.
Mirad, ya se van juntos —nos indicó Brisa mirando hacia el lago.
Entonces vimos que Morgaine tomaba de las manos a Oisín y se le acercaba tanto hasta confundir el matiz de su piel con el de la de Oisín. Entonces él la rodeó con sus brazos y se la llevó a un lugar que quedaba oculto a nuestros curiosos ojos. 
Llenarán de niadaes revoltosos las aguas de Lainaya —recordó Brisa sonriente—. No os imagináis lo traviesos que son los niadaes pequeños.
Sí, como todas las hadas de Lainaya —indicó Lluvia—. Yo también era muy traviesa.
No, Brisita no era nada traviesa —rememoré con cariño. Al hacerlo, la tristeza que había ignorado durante los últimos segundos regresó a mí y me hizo acordarme de por qué estábamos allí—. Quizá deberíamos irnos ya, Brisa, y...
Sí, sí, perdonad —atajó Lluvia—. Corre más prisa lo otro que esta conversación.
Solamente estábamos olvidándonos unos momentos de lo que sucede —la tranquilizó Brisa.
Entonces tomé de la mano a Brisa y ella miró unos instantes a Lluvia. Le acarició los cabellos y luego se inclinó hacia ella para darle un tierno beso en la frente. Se volteó antes de que Lluvia se diese cuenta de que a Brisa se le habían llenado los ojos de lágrimas.
Nos separamos de ella y, cuando tomé a Brisa en brazos para descender una costosa pendiente que nos llevaba a la intimidad de un rincón formado por troncos gruesos y ramas caídas, me comunicó:
Sé que no volveré a verla nunca más.
No es cierto, Brisa —la contradije con impotencia.
Aquí mismo, Shiny.
Entonces nos sentamos en el suelo; un suelo alfombrado por una hierba dulcemente mullida y por hojas caídas que crujían cuando el viento las rozaba. Brisa se inclinó sobre mi pecho y cerró los ojos, incapaz de saber qué debía hacer. Yo tampoco sabía cómo debía obrar.
Dime qué debo hacer.
Debes... 
No tengo colmillos como tú para morderte —me recordó intentando sonreírme, pero estaba tan asustada y triste que aquel intento de sonrisa no fue sino una mueca de lástima y pánico.
Brisa... mi Brisita...
Shiny, prométeme algo, por favor —me pidió con una voz susurrante.
Sí...
Dime, ¿eres feliz con Tsolen?
Sí, bueno, a ratos. A él también le cuesta entenderme y soportar mi tristeza.
¿Y Arthur ahora está solo donde vivía antes con Morgaine?
Sí.
Vuelve con él. Shiny, yo sé que amas a Tsolen, pero a Arthur lo amas mucho más. La Diosa no lo habría escogido para ser mi padre si no os amaseis tanto, te lo aseguro. Os une un vínculo poderosísimo que ni siquiera la muerte ha podido destruir, de veras.
No puedo hacer eso.
Shiny...
Brisa, no soy capaz de hacerle daño a Tsolen.
Tsolen te ama, pero lo entenderá.
Brisa hablaba cada vez con menos fuerza. Me percaté de que su pálida piel estaba desvaneciéndose, como si unas brumas la cubriesen, y de los ojos apenas le emanaba ese destello de luz que siempre me había hecho sentir dichosa de existir. Estaba apagándose. Su vida estaba apagándose y yo debía darme prisa en alargarla, en devolverle el esplendor que siempre se había desprendido de su ser.
Entonces, sin decirle nada más, me rasgué la piel del cuello y tomé la cabeza de Brisa entre mis manos para acercarle los labios a aquella herida sangrante.
No me prometas nada. Todo lo decidirá la Diosa —musitó antes de lamerme la herida. Noté que, cuando lo hizo, se estremeció, aunque no sé si fue de repulsión o de comodidad—. Sabe... sabe bien —musitó sonriendo.
Rogaba, continuamente, que Brisa no percibiese en la sangre que ingería las intensísimas ganas de llorar que me atacaban. Los ojos se me habían llenado de lágrimas, pero no me atrevía a retirármelas de las mejillas porque no quería soltar a Brisa, quien había cerrado los ojos y estaba concentrada en el sabor y en la textura de mi sangre. Cuando notaba que la tragaba, mi ser se llenaba de conformidad y a la vez de miedo.
Ya no bebas más, Brisa —la avisé con un susurro retirándole la cabeza de mi cuello.
¿Por qué no? Me gusta.
A ver si ahora vas a ser un hada vampiresa —me reí acariciándole los cabellos.
Brisa se quedó quieta, con los ojos cerrados, respirando cada vez más lentamente. Entonces me percaté de que se había quedado dormida entre mis brazos.
No la desperté, sino que permanecí quieta y queda intentando que el miedo no se me adhiriese más al corazón, esperando que transcurriesen unos cuantos minutos antes de extraerla de ese calmado sueño. Mientras la acunaba entre mis brazos, recordaba todas aquellas veces que la había dormido siendo ella una pequeña hadita indefensa. En esos momentos, ya había crecido, pero todavía seguía siendo para mí la misma niña que me llamó con su llanto cuando yo no quería saber nada de lo que me ocurría en ese mágico mundo. Recordé cuando me apeló por primera vez, evoqué lo bonito que había sido oír sus primeras palabras, ver sus primeros pasitos... y también compartir con ella el día en que se hizo mujer.

Mas Brisa seguía siendo la misma niña que se asustaba cuando su alrededor se llenaba de maldad, la misma que había temido a Alneth, comunicándomelo con un simple y rotundo «Alneth no». Aquel recuerdo me hizo sonreír. Qué inteligente y sabia había sido siempre Brisa, qué intuitiva y mágica... No, un ser como ella no podía marcharse de Lainaya ni de ningún otro mundo. No era necesario que Lainaya aguardase a que naciese y creciese el hijo o la hija de Sauce porque Brisa sería la reina suprema de Lainaya durante una incontable cantidad de siglos.

2 comentarios:

Uber Regé dijo...

"Alneth no"... realmente algunas de tus frases no las olvidaré nunca, y esta es una de ellas. Esta entrada me ha encantado, posiblemente porque en ella te muestras como eres: maaaaaaala. Porque hay que ser mala para hacer sufrir así a tus lectores, ¡en Lainaya no tienen que pasar cosas así! ¡Y menos a Brisita, que es un encanto de hadita! Me preocupa mucho todo lo que rodea su enfermedad, si hasta la diosa ha dicho que se tiene que morir mal veo la cosa, peroooooo... la sangre de Sinéad es algo inigualable, es como la fábula medieval del pelícano, un ave que pensaban que daba su propia sangre como alimento para sus crías (algo falso, desde luego), lo que la convirtió en la personificación de la entrega generosa. Ahora ella le da su sangre a Brisita, es genial que le guste en lugar de la escenita que yo esperaba de vómitos, náuseas... me ha gustado mucho también encontrarme con Lluvia y con Oisín, ¡qué pillo se ha vuelto, no pierde el tiempo! Lluvia, claro, no pierde el tiempo tampoco y se encarga de arrimar el ascua a la sardina de Arthur, en perjuicio del buenazo de Tsolen, pero no, Tsolen es la pareja de Sinéad y punto, no removamos lo que no tenemos que remover, que sí, es un buenazo y posiblemente se sacrificaría y todo eso... pero es que Arthur no puede ser ya su amor, Rauth en todo caso tal vez, pero como ni pueden ni deben vivir más en Lainaya... pues eso, que no y que no. De verdad, me gustaría mucho ver que Brisa se cura y es feliz, se lo merece, y mucho más se lo merece Sinéad, se lo merece Lluvia, se lo merece Lainaya ¡y los lectores! No me extraña que haya gente enganchada al relato, si es que ahora esto va a ser un sinvivir hasta que pongas lo que sigue... ¡buenísimo! Y recuerda siempre que toda la intuición y la magia de Brisa vienen de ti.

Wensus dijo...

No creía que pudiesen ocurrir más cosas tristes, y vas y nos saltas con esto. Estoy con Vicente, malaaaaaa. Pobre Brisita, ¡no se merece un final así! Debe seguir reinando Lainaya. Tengo la esperanza que la sangre de Sinéad sea su salvación, la cura a su extraña enfermedad. Ojalá se salve...me daría mucha pena su muerte. Morgaine ha triunfado. Nuevo espectacular cuerpo, nuevo maravilloso mundo y encima con Oisín loco por ella. Deberá estar agradecida a Sinéad el resto de su vida. Me ha gustado saber de Oisín, de Sauce (ahora casado y viajendo por Lainaya)y Lluvia (quizás el personaje que más me gusta después de Brisa). A ver que sucede a continuación, nos has dejado con la miel en los labios.¡Que siga prontoooooo!