jueves, 4 de agosto de 2016

LA VISITA - 06. ABRE LOS OJOS

Abre los ojos
El tiempo de aquella triste noche se hallaba cada vez más cerca de su fin. El amanecer se adivinaba tras las copas de los árboles, allí en la lejanía del horizonte, pero yo notaba que la piel intentaba templárseme como si una intensa luz lloviese con fuerza del cielo.
Brisa todavía dormía entre mis brazos. No me atrevía a mirarla por miedo a descubrir que mi sangre no le había devuelto ni la mitad de las fuerzas que yo deseaba retornarle, pero, cuando comenzó a alborear, la observé con timidez y mucha ternura. 
No pude evitar sonreír cuando detecté que sus mejillas habían recuperado su calmada tonalidad rosada. Tenía los ojos cerrados, pero yo adiviné tras sus párpados el brillo que siempre había inundado su mirada. Además, sus puntiagudas orejitas se erguían hacia el cielo, como si quisiesen captar de nuevo todos los detalles de su entorno. 
Empecé a llorar de felicidad cuando, entre mis brazos, noté que el corazón de Brisa latía con más ímpetu y decisión. Su respiración era profunda y serena. Ya no temblaba , sino que se mantenía quieta y tranquila.
Como el amanecer se hallaba cada vez más cerca, sentí la necesidad de despertarla; pero, cuando estaba a punto de hacerlo con temor, Brisa abrió los ojos, como si quisiese arrebatarme la culpa que sentiría si la extraía de aquel sueño reparador.
Shiny —me sonrió con calma. Al sonreír, bajo sus redondas mejillas aparecieron sus marcados pómulos—. Tengo hambre, mamá.
Sí, lo sé. ¿Qué quieres comer? —le pregunté ocultando la felicidad que sentía.
Mandarinas; pero éstas crecen en la tierra del invierno. Puede que aquí haya algunas castañas... 
Sí, hay cerca de aquí un castaño.
Yo quiero un kiwi o también me gustaría comer higos. ¡Tengo tanta hambre que no sé por cuál fruta decidirme!
Yo te traeré todo lo que quieras.
No es necesario —aportó de repente la voz de Lluvia—. Aquí traigo una cesta llena de frutas.
Brisa comió con placer, en silencio, saboreando cada bocado de fruta que ingería. Lluvia y yo la observábamos con una tensión que se deshacía conforme pasaban los segundos. Cuando Brisa terminó de comer, entonces se tumbó en la hierba y volvió a cerrar los ojos. Me sentí tentada de preguntarle cómo se encontraba, pero, de nuevo, Brisa se me adelantó:
Me siento como si me hubiesen devuelto las fuerzas para vivir.
¿De veras? —le preguntó Lluvia incrédula.
Lluvia, lo mejor será que acompañes a Shiny al prado para que regrese a su mundo.
No quiero irme todavía, Brisita —me quejé con pena.
No estaré sola. Mira, por allí viene Zelm.
¡Zelm!
Zelm caminaba ligera y animadamente hacia nosotras. Leí en sus ojos que ansiaba abrazarme cuanto antes, así que corrí hacia ella y la rodeé tiernamente con mis brazos cuando la tuve al alcance de mis manos. Siendo yo vampiresa, las hadas de Lainaya eran más menudas que yo, pero a Zelm aquello no le inquietaba. Además, noté que su piel no estaba ya tan fría si la comparaba con la mía.
Qué bella estás, Shiny —me halagó Zelm observándome con minuciosidad—. Los vampiros sois realmente hermosos.
No tanto como las hadas de Lainaya.
No te preocupes por Brisa. Yo me quedaré con ella mientras tú te marchas.
Por favor, Zelm, logra que pueda regresar a Lainaya siempre que lo desee, aunque solamente pueda permanecer aquí unas pocas horas.
No puedo lograr yo eso. Eso depende de la Diosa.
Pero, si le ha salvado la vida a la reina de Lainaya, es posible que ahora todo sea distinto —aportó Lluvia.
Zelm se quedó en silencio, observando a Brisa con interés. Brisa estaba incorporada en la hierba y volvía a tener entre las manos un racimo de uvas que se comía lenta y pensativamente, con la mirada agachada.
Será mejor que vuelvas antes de que amanezca, Shiny —me informó Zelm con calma. Su silencio y su serenidad me sobrecogieron.
Yo te acompañaré, Shiny —se ofreció Lluvia.
Abracé a Brisa y después me despedí de Zelm, sintiendo que aquélla no era la última vez que las veía. Intuía que la Diosa Ugvia me permitiría regresar a Lainaya siempre que lo anhelase porque había obrado de un modo totalmente necesario: le había salvado la vida a Brisa.
¿Cómo te encuentras? —oí que le preguntaba Zelm cuando ya nos hallamos bastante lejos de ellas. Sabía que Lluvia no podía oírlas hablar, pero, en cambio, mis vampíricos oídos podían percibir nítidamente cada susurro que se dedicaban—. Ahora no creo que nos oigan.
No quiero que Shiny regrese a Lainaya y se encuentre con la verdad. Deseo que la Diosa le impida volver y que le transmita que yo estoy bien, aunque no sea cierto.
¿No te ha ido bien su sangre? 
Zelm, me va bien ahora como una medicina, pero, cuando se me pase el efecto que causa en mi cuerpo, entonces volveré a encontrarme tan mal como antes. No puede salvarme. Puede aliviarme el dolor, pero no me devolverá la salud. Eso yo lo sabía desde el principio, pero prefería que ella creyese que podía ayudarme.
No creo que le guste saber que le has mentido.
Yo quiero que sea feliz. Shiny no soportará saber que me he ido. No, no lo soportará. Ha sufrido muchísimo ya a lo largo de su vida. No quiero que siga sufriendo. Se enloquecería de dolor si...
Brisa, pero lo que no es justo es que mueras sola.
No quiero morir sola. Quiero que estés a mi lado. Lluvia tampoco conocerá nunca la verdad. Me iré a la cueva de los manzanos y allí pereceré, junto a ti.
Ugvia no puede permitir que te vayas —susurró Zelm con la voz temblorosa—. Te queremos demasiado. No podemos vivir sin ti.
MI hijo Sauce engendrará a una niedelf preciosa que...
No será como tú.
Zelm estaba llorando y yo tenía que luchar contra mis sentimientos para no empezar a llorar delante de Lluvia. Quería que ella también creyese que su madre estaba bien. Tampoco la creía capaz de soportar su marcha. Caminaba serenamente a mi lado y de cada uno de sus movimientos se desprendía una felicidad que yo no me atrevía a destruir. Sin embargo, yo me sentía como si me hubiesen arrancado el alma. Me costaba andar y fijarme en lo que me rodeaba. No podía disimular mi malestar porque éste era mucho más poderoso que cualquier deseo. 
¿Estás bien, Shiny? —me preguntó Lluvia con preocupación.
Simplemente tengo mucha sed. 
Es comprensible. ¿Cuánta sangre te ha quitado mi madre?
Poca.
Apenas podía hablar. El nudo que me presionaba la garganta me arrebataba la nitidez de mi voz y se esforzaba continuamente por llenarme los ojos de lágrimas. Por suerte, nos hallábamos cerca del lugar que se convertiría en el principio de la senda que yo debía recorrer para alcanzar mi hogar.
Tengo que dejarte sola para que puedas concentrarte —me avisó Lluvia deteniéndose en medio de un prado todo lleno de amanecer—. Hasta pronto, cariño. Gracias por salvarle la vida a Brisita —me agradeció abrazándose a mí. Yo la estreché entre mis brazos como si quisiese que se me contagiase su tranquilidad.
Gracias a ti por ser como eres. Eres tan buena...
Lo he aprendido de vosotras. Hasta pronto, Shiny.
Lluvia se alejó de mí por un camino orillado por robles y manzanos. Cuando las brumas del amanecer me la hubieron ocultado, entonces miré a mi alrededor, despidiéndome de aquel instante, de aquella tierra a la que, dentro de muy poco, se le apagaría la estrella que más la alumbraba. El alba, sin embargo, repartía una calma profunda que parecía no formar parte del mismo mundo en el que Brisa estaba desapareciendo. 
Entonaban los pájaros más madrugadores una melodía serena que se mezclaba con el lejano sonido del viento y del agua de los ríos. Aquella triste calma me instó a cerrar los ojos y a desear fervientemente volver a mi mundo. Antes, había anhelado separarme de esa tierra para siempre; pero en esos momentos necesitaba regresar para conversar con alguien muy importante para mí que tal vez se sintiese completamente solo y abandonado en una vida vacía. 

La tristeza era como unas manos que me empujaban hacia el viento y la nada. De repente desapareció la luz de Lainaya y todos sus sonidos y me hallé rodeada por un vacío brumoso que, lentamente, fue convirtiéndose en los primeros destellos de la realidad en la que estaba obligada a sobrevivir. Entonces, cuando percibí que me envolvía aquel cielo que había cubierto todos los segundos de mi vida humana y vampírica, deseé que el viento me ayudase a encontrar la senda que me conduciría hacia una isla mágica que también sobrevivía a duras penas en una realidad cada vez más nociva. Sabía que tenía que llegar a Muirgéin. Todavía me quedaba volver realidad una última idea.

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