lunes, 29 de agosto de 2016

LA VISITA - 08. ESCUCHA EL VIENTO, TIENE MUCHO QUE DECIRNOS

8
Escucha el viento, tiene mucho que decirnos
Llegamos al lago dorado cuando apenas había llovido la luz del día sobre los bosques. Me parecía que el amanecer, en Lainaya, era lento y se quedaba rezagado junto a los últimos destellos de la noche. La naturaleza despertaba poco a poco. Susurraban los pájaros más madrugadores, se abrían las flores, revivía el eco del agua. El silencio se acallaba, ofreciéndole el terreno de los sonidos a los detalles del bosque, a la voz del día. 
El lago estaba en calma, acariciado por la serenidad que inspira la silenciosa oscuridad de la noche. Brisita no estaba allí, algo que intuíamos; pero sabíamos que dentro de poco llegaría, guiada por Lluvia. No estaba segura de que Brisita supiese que Arthur y yo nos hallábamos en Lainaya. 
Nunca he visto este lugar —me dijo Arthur observando minuciosamente nuestro entorno—. Es absolutamente precioso, Sinéad. Qué paz se respira aquí, que bien huele, qué silencio tan agradable. Tengo la sensación de que somos los únicos que vivimos aquí.
Éste es el lugar que Brisita más ama de Lainaya.
Sí, lo comprendo. Es muy inspirador. Solamente con observar la belleza que nos rodea, se me llena el alma de versos preciosos.
Arthur se sentó  en la hierba e inspiró profunda y lentamente, como si quisiese introducir en su ser el mágico y aromático silencio que nos rodeaba. Yo me situé a su lado, acomodada también en la hierba, entre los árboles, y, sin saber muy bien qué debía hacer, cerré los ojos e, involuntariamente, comencé a hablar con Ugvia. Hacía mucho tiempo que no me dirigía a ella y me daba vergüenza que oyese mi voz anímica, pero vencí mis nervios y empecé a confesarle todo lo que sentía. Le rogué que permitiese que Brisita siguiese siendo reina de Lainaya por muchos años más, que no le arrebatase la vida tan pronto, que la dejase disfrutar de la felicidad plena otra vez. 
Necesito tanto oír la voz de Ugvia asegurándome que todo va a ir bien... —me comunicó de pronto Arthur, justo cuando ese mismo deseo me había anegado toda el alma.
Yo también lo necesito. Si pudiésemos oírla, aunque solamente fuese por esta vez... Cuántas cosas le preguntaría, cuánto la adoraría en esa efímera fracción de segundo que la tuviésemos enfrente...
Entonces, de repente, apareció ante nosotros una luz azulada que lo invadió todo, apagando el creciente matiz dorado del cielo y la oscuridad del lago. Me acordé de aquella mañana en la que había tenido una alucinación tan profunda, en la que había sentido que el alma se me llenaba de fe, de bondad, de magia; pero aquel instante se diferenciaba muchísimo del que vivía en esos momentos en que yo sabía que no era la única que estaba experimentando aquella sensación tan potente y percibiendo ese resplandor tan brillante. Arthur estaba inmerso en ese mar esplendente y podía sentir el calor que se desprendía de aquel intenso fulgor.
Ambos nos habíamos hundido en un hondo silencio que se nutría de nuestro asombro; el que se intensificó cuando, en medio de aquella intensísima luz azulada y cálida, apareció una figura resplandeciente que se difuminaba entre tanto fulgor. La figura fue volviéndose cada vez más concreta a medida que transcurría el tiempo; un tiempo que parecía no discurrir por el Universo. 
Distinguimos, entre la blanquecina niebla que nos rodeaba, un cuerpo esbelto, delgado y ágil; una mujer alta, bella, imponente. Todavía no podía percibir el rostro de aquella hermosa mujer, pero yo sentía que de todo su ser, su inconcreto y tal vez intangible ser, se desprendía una energía muy tibia que me arropaba y me hacía sentir acogida. Estaba segura de que a su lado no podía ocurrirme nada lamentable ni doloroso, al contrario, mi vida solamente estaría hecha de dicha si me mantenía a su vera. 
La niebla la envolvía, tornaba misteriosa su presencia; pero, poco a poco, la bruma que la rodeaba fue difuminándose y ella apareció cada vez más nítida y brillante. Surgió de entre las tinieblas como lo hace la luna en una noche tormentosa. 
No puedo describirla, pues, en el momento en el que la tenía ante mí, tampoco era capaz de identificar su apariencia con alguna palabra. No podía encontrar la forma de definir el matiz de sus cabellos ni el de sus ojos grandes. No sonreía, pero el gesto que tenía congelado en su rostro no era de seriedad, sino de serenidad, de armonía, incluso de felicidad; pero se trataba de una felicidad muy dulce y cálida que no agobiaba. 
Deseaba saludarla, pero me había quedado sin palabras. Sabía que, en pocos segundos, ella se dirigiría a mí con su poderosa voz y aquel hecho me ponía muy nerviosa. Fue acercándose a mí casi sin moverse, como si la transportase el aire. Nuestro alrededor estaba anegado en una calma inquebrantable que no estaba compuesta ni de sonidos ni de olores, solamente de un resplandor muy tibio y azulado que me hacía sentir inmensamente acogida. El lago frente al que nos encontrábamos también había desaparecido. 
No temáis.
Aquellas palabras sonaron sin sonar. Supe que Arthur y yo éramos los únicos que habíamos podido oírla. Arthur se mantenía a mi lado, con la mirada perdida, con las manos unidas, mirándome sin mirarme. El amanecer eterno que cubría aquel momento hacía resplandecer sus rojizos cabellos otoñales. Rogué que aquella imagen se grabase profundamente en mi memoria para poder plasmarla en un lienzo en cuanto pudiese.
La voz que nos había ordenado que no tuviésemos miedo era profunda y poderosa, parecía emanar de lo más hondo de la tierra y a la vez de lo más lejano del cielo. Portaba en su sonar el brillo de todas las estrellas, el ímpetu del sol, la fuerza del viento, la humedad de la lluvia, la gelidez de la nieve y el eco del trueno. Era una voz muy dulce, pero a la vez muy imponente que hacía temblar el aire cuando se colaba por el silencio. 
Has rogado que me presente ante ti. Me has asegurado, a través de la distancia, que me adorarías profundamente si aparecía. Dime qué deseas. No puedo prestarte mucho tiempo, pero te dedicaré mi presencia en estos instantes efímeros. Te ruego que seas concisa.
Las palabras que Ugvia acababa de dirigirme me sobrecogieron profundamente e intensificaron los nervios que me habían anegado el alma. Creyendo que no sería capaz de ordenar mis pensamientos ni de construir un discurso claro, empecé a seleccionar, veloz y nerviosamente, las palabras con las que le rogaría a Ugvia que salvase la vida de Brisita. Comencé a hablar tratando de que aquel ser mágico e imponente no detectase todas las emociones que me anegaban el alma; aunque yo sabía que su inmenso poder le otorgaba la capacidad de percibir todo lo que se desprendía del alma de quien estuviese ante ella.
Tenía el alma henchida de sublimidad y los ojos estaban a punto de llenárseme de lágrimas, pero traté de ser fuerte. No quería que la emoción tan intensa que sentía me arrebatase la consciencia de ese instante y la noción de todo lo que me ocurría y me rodeaba.
Ugvia, siento por vos una...
No, Shiny, no. No me trates de vos. Mi tratamiento no tiene tiempo ni deferencia. Es tu alma quien me otorga el respeto que quieras dedicarme, no las palabras, así que dirígete a mí tal como te lo pide tu corazón.
Me pide que os trate así, de vos, porque para mí no existe otro tratamiento más respetuoso y sublime. Fue el que conocí cuando apenas podía pensar.
Haz entonces lo que te pide el alma.
Siento por vos, Ugvia, una inmensa gratitud por permitirme estar aquí una vez más, por facilitarme adentrarme en Lainaya sin ponerme ningún impedimento. Sois consciente de que adoro esta tierra con todo mi corazón y que para mí no existe un lugar más hermoso que estos lares. Por eso no quiero que Lainaya sufra la pérdida de su amada reina. Por favor, curad a Brisita. 
No pude evitar que la voz se me quebrase cuando pronuncié el nombre de mi querida hija. Ugvia cerró los ojos. Supe entonces que mis sentimientos se habían transmitido a su alma a través de mi voz y de mi mirada. Ella era la madre de todos. Podía conocer perfectamente el amor que se le dedica a un hijo, a alguien que ha nacido de tus entrañas. Ugvia no era sólo la madre de todos nosotros, sino sobre todo la madre de la naturaleza. Aquel pensamiento me sobrecogió profundamente y me hizo pensar de repente en lo triste que ella debía estar al ver cómo su mayor creación, la más hermosa de todas, se desvanecía, se destruía, moría lentamente en manos de unos seres que no sabían amarla realmente y que vivían creyendo que su presencia era totalmente invencible y eterna; pero la naturaleza también tiene fin, tiene caducidad, sobre todo si no se la cuida, si no se tiene por ella esa atención que tanto se merece. Amparando a la naturaleza, es posible cuidar cualquier vida. Si ni siquiera sabemos respetar nuestro hogar, nuestro entorno, ¿cómo podremos tener cautela de nuestros seres queridos y de nosotros mismos?
Shiny, bien sabes que yo amo a Brisita tanto como tú. La ungí con mi saber, con mi paciencia, con mi magia, y deseé que su reinado durase muchísimos años; pero ha llegado un momento en la Historia en la que nada puede ser tan imperecedero, en el que todo es caduco. Debes aceptar el destino de tu hija así como yo tengo que luchar por aceptar el de mi mayor creación, mi más amada hija.
La voz de Ugvia sonaba distante, pero también estaba impregnada de humedad. Noté que de los ojos me brotaban unas lágrimas espesas que me resbalaban lentamente por las mejillas. Ansié retirármelas, pero temía que Ugvia se desvaneciese si me movía. Ella continuó hablando, aunque su voz sonase trémula, aunque de sus palabras se desprendiese una insoportable impotencia:
El destino de mi creación más mágica y poderosa está quebrándose. Yo, cuando lo creé todo, pensé que sería eterno todo bosque, todas las montañas, que nunca dejarían de nacer ríos de lo más profundo de la tierra y de lo más oculto de las piedras, que nunca la lluvia se agotaría de humedecer el vientre de su madre, pues ansiaría eternamente que brotasen los árboles y las flores más bellas de su verdosa tierra. Creí que el cielo siempre resplandecería, que siempre sería azul, que las estrellas nunca dejarían de ser la luz de la noche, que el esplendor de la luna jamás se turbaría ni opacaría, que los mares serían la voz más fuerte de toda la Tierra, que cuando tronase temblarían hasta los volcanes... Creí que siempre sabrían escucharme, sabrían interpretar mis silenciosas palabras, las que porta el viento, las que contiene el murmullo de los ríos y de los lagos; pero me he dado cuenta de que apenas puedo expresarme ya a través de los elementos. Se ha apoderado de mi creación un abatimiento inquebrantable que irá acreciéndose con el paso de los años. No se puede hacer nada para luchar en contra de la destrucción.
Ugvia, no puede ser que os hayáis rendido —expresé con una impotencia desgarradora. No podía luchar contra las poderosas ganas de llorar que se habían apoderado de mi alma—. Si vos os habéis rendido, ¿qué me queda entonces?
Shiny, querida Shiny. Sería menester que todos los seres que viven en tu tierra pensasen y sintiesen como tú. Apenas quedan almas como la tuya en el mundo y en el Universo. En Lainaya todos aman la naturaleza, pero lo hacen porque no han conocido otra cosa. Si lo hiciesen, si por casualidad alguna de las hadas que aquí ahbita comprobase cómo viven los seres de tu planeta, estoy segura de que dejarían atrás todo esto para internarse en la excesiva modernidad que reina en tu inmenso hogar. Es cierto que muchos seres humanos piensan y sienten como tú, pero no es suficiente, no basta con sus sentimientos ni sus pensamientos, tampoco con sus intenciones. No basta. Lo que sería necesario sería que la Historia se invirtiese, que el tiempo dejase de fluir hacia adelante para retroceder hasta esos tiempos en los que los bosques no sufrían por la presencia de las personas.
Por favor, Ugvia, no os rindáis. Si vos os rendís, no sé qué motivo me queda para seguir viviendo en ese mundo adverso. No soporto saber que os habéis rendido. No lo soporto. Debe haber alguna solución.
¡Por supuesto que la hay! —exclamó Ugvia cerrando con fuerza los ojos y alzando la voz—. ¡La solución es que de repente yo agite toda la tierra, todos los cimientos de las montañas, haga brotar de los volcanes toda la lava que albergan, remueva la tierra hasta derruir todos los edificios que la pisan, para destrozar todas las calles que la ahogan! ¿La solución es que haga brotar del centro de vuestro mundo una inmensa columna de humo y piedras que lo arrase todo! ¡La solución es que haga caer del cielo un sinfín de diluvios que inunden las ciudades, que haga nacer de las nubes los rayos más poderosos que fundan todas las luces artificiales, que resuenen por doquier los truenos más ensordecedores! ¡La solución es que me alíe de nuevo con la fuerza del viento, del agua y del fuego para que, juntos, nos levantemos en contra de la modernidad! ¡La solución sería destruir esta era para construir una nueva en la que no quede ni rastro de lo que ha ocurrido durante todos los últimos siglos que hemos estado obligados a vivir! ¡La solución es que todo muera! ¡La solución es que lo destruya todo! —exclamó cada vez con más fuerza; tras lo cual, permaneció unos instantes en silencio. Al fin, con una voz más calmada, me dijo—: Pero no puedo hacer eso, querida Shiny, porque una de las premisas que me impuse a mí misma cuando creé el mundo fue no intervenir en el destino del Universo. Yo lo creé todo, pero no puedo influir en su hado porque eso ya no forma parte de mi responsabilidad, sino de la de todos los que habitan en todas partes. Yo no puedo controlar todas las mentes existentes porque entonces estaría faltando a mi propia promesa, a mi propia confianza. Puedo crear, pero no controlar, Shiny, así como ningún padre ni ninguna madre deberían controlar la mente de sus hijos. Solamente pueden crearlo s y educarlos, pero no dominarlos.
¡No puede ser! ¡Yo puedo ayudaros, Ugvia! Recordad cuando juntas creamos un nuevo mundo.
Ese nuevo mundo también ha desaparecido, Shiny, igual que lo hará el que tú conoces y en el que has vivido durante toda tu vida. También desaparecerá Lainaya cuando en la Tierra apenas quede aire fresco, cuando apenas queden regiones que no estén contaminadas. La contaminación llega hasta los lares más recónditos. Debes aceptarlo.
No puedo.
Sé que lo harás.
No, no, no. Yo no tengo motivos para vivir si todo lo que he conocido y amado desaparecerá, si llegará un momento en el que no pueda reconocer ni un solo rincón de los que formaron el escenario de mis días.
MI llanto  era inconsolable. Sollozaba sin poder respirar y apenas veía lo que me rodeaba, pues las lágrimas me habían cubierto los ojos por completo. De repente noté que Ugvia se acercaba a mí y que me rodeaba con sus etéreos brazos. En aquel abrazo me sentí inmensamente protegida. Me rendí entre sus brazos, en su pecho, llorando como hacía mucho tiempo que no plañía. Me sentí feliz entre tanta tristeza al saber que me hallaba en los brazos de la Gran Madre. Ugvia comprendía mi llanto y también lo agradecía, sobre todo lo agradecía.
Puedo hacer una última cosa por ti, es cierto, porque tu alma es la mía. Eres tan poderosa porque estamos eternamente conectadas. Sientes tanto la destrucción de la naturaleza porque estás arraigada a su alma, porque de su alma ha nacido la tuya. Cuando llegaste al mundo, nació también en el alma de la naturaleza un lazo que siempre te atará a ella. Por eso no puedes ser feliz ya, porque no hay  nada que pueda asegurarte que esta destrucción tendrá fin. No obstante, puedo darte un último consuelo. Lucharé contra la muerte para alargar la vida de tu hija todo lo que se merece vivir, ¿de acuerdo? No llores más, mi amada hija, mi poderosa hija.
Aquel momento parecía un sueño. Aunque no pudiese percibir con los ojos la belleza de aquel instante, sabía que el amanecer se doraba sobre nosotras, resplandeciendo sobre los mares, los ríos, los lagos. Sobre el viento, la luz se intensificaba. Más allá de las montañas, nacía el día, un día atardeciente para el alma de la naturaleza; para la que siempre anochecía. Las estrellas cedían su luminosidad a la mañana mientras se apagaba la luna, se escondía para morar al otro lado del mundo, recibiendo ese esplendor áureo que les brindaba a los bosques la posibilidad de desvanecer las sombras que la noche había acumulado entre sus poderosos troncos. Mas para mí se trataba de un fulgor hiriente del que necesitaba y debía protegerme. No sabía si Ugvia conocía ese detallito que para mí era tan importante, pero no me atrevía a recordárselo.
Además, la falta de sangre y las lágrimas que me habían brotado de la mirada con tanta intensidad habían acrecido mi sed. La sed turbaba la belleza de ese momento y hacía arder mi cuerpo como si éste fuese el pábilo de una vela. Seguramente Ugvia también podía percibir ese detalle, pues estaba completamente convencida de que podía detectar todo lo que sucedía en mi interior. 
Debes protegerte del día, ¿verdad?
Ugvia... Brisa...
No temas por ella. Brisa no se irá este día. Debes alimentarte y dormir. No olvido que todavía mantienes   tu esencia  en este mundo. Conozco todo lo que eres, pues gran parte de lo que eres te lo ofrecí yo. Yo también te creé.
Aquellas palabras me hicieron sonreír. Me sentí, de pronto, como si me hallase entre los brazos de mi madre Klaudia o de Undine; pero aquel sentimiento no se asemejaba en absoluto al que me anegaba el alma cuando alguna de aquellas dos mujeres que yo tanto quería me amparaba entre sus brazos, sino que era más potente, mucho más potente, porque sabía que me encontraba entre los brazos de la madre más poderosa y mágica.
De repente me acordé de Arthur. Había perdido la noción de su presencia. No sabía si todavía estaba a mi lado o si se había marchado para esconderse de la luz del día. Intenté preguntarle a Ugvia dónde se hallaba Arthur, pero no pude porque el sueño había comenzado a adueñarse de mi alma y de mi mirada. 
No temas, Shiny. Todo estará bien. Arthur también está protegido. En el lugar donde se encuentra, he hecho nacer unas sombras que lo ampararán de la luz del día y podrá dormir hasta el anochecer. No te preocupes por nada y descansa, que tu alma necesita la sombría paz del sueño.


Pude cerrar los ojos en paz, como si de repente nada más me preocupase, como si hubiesen desaparecido todos los sentimientos punzantes de la vida. Me dormí entre los brazos de Ugvia, perdiendo entonces la noción de mi alrededor, de mi propio cuerpo, de mi alma. Todo desapareció, incluso la percepción de los brazos etéros de Ugvia rodeándome. Una oscuridad densa se apoderó de mi ser y se abatió sobre mis sensaciones, desvaneciendo el contorno de mis sueños. 

1 comentario:

Wensus dijo...

Has escrito muchas entradas, muchos libros, historias, cuentos...pero esta entrada me parece especialmente mágica, muy especial. Sentía ganas de ser Sinéad, de estar en su piel, recibiendo respuestas, apoyo, cariño y amor de Ugvia. No sé que has escrito a continuación, pero yo habría renacido tras vivir estos momentos. Nunca más sentirse solo, abandonado y haciendo miles de preguntas a las que jamás encontrarás respuesta. Tengo la sensación que Sinéad tenía una herida y Ugvia se la ha curado. Además, salva a Brisita de una muerte segura dándole una nueva oportunidad para vivir la vida que le corresponde. Ojalá fuesen los Dioses que adoran muchos así...son todo lo contrario, venganza, castigo, humillación, severidad, incomprensión...nada que ver con Ugvia. Me alegra muchísimo que Brisita viva, se lo merece. Todavía sigo confuso con lo que ocurrirá entre Sinéad y Arthur. Veo mucha complicidad entre ellos. Por un lado tenemos a Tsolen, al que adoro (sabes que soy fan de él), y por otro al dulce Arthur. Los dos son tan distintos pero tan maravillosos...yo de Sinéad también estaría liada.

Por otro lado entiendo la frustración de Ugvia con el comportamiento del hombre (yo no sé si tendría tanta paciencia). Está empeñado en destruir todo, no respeta nada. También puedo comprender mejor a Sinéad. La naturaleza es una extensión de su cuerpo y su alma. Con la deforestación, los incendios,la contaminación...no sólo están destruyendo la tierra, también una parte de su alma. En fin, una entrada muy bonita para reflexionar.

Gracias por salvar a Brisa!!

No tardes mucho en continuar, porfiiiii