PROTECCIÓN
En esos momentos, la vida me resultaba un
ininterrumpido engaño, los sonidos de la noche parecían formar parte de otro
mundo y creía que el silencio que se había instalado entre Leonard y yo era la
única conversación que existía. Permanecimos sin decirnos nada durante unos
largos minutos en los que yo traté de ordenar mis pensamientos y atenuar la
fuerza de mis emociones. No podía orientarme. Me sentía como si de repente todo
lo que yo había creído parte de mi existencia hubiese emanado de un sueño.
Al fin, tras suspirar profundamente, Leonard me
miró con los ojos anegados en disculpas y, entonces, empezó a hablarme con
delicadeza y cariño. Me costaba comprender las palabras que me dedicaba y
también creer que formaban parte de la realidad en la que existíamos. Me
parecía que Leonard se refería a un tiempo muy lejano que en verdad nunca había
pertenecido a nuestro destino y que los hechos que me relataba con tanto
cuidado y a la vez firmeza describían unos recuerdos que no eran los míos.
—
Sinéad, primeramente quisiera disculparme por haber provocado que te
sintieses y te sientas tan desorientada. Créeme que todo lo que yo hago siempre
es para protegerte; pero me temo que no puedo ampararte de todos los hechos que
acaecen en la Historia. Efectivamente, tú viajaste a ese otro mundo que creaste
uniendo tu alma a la de la naturaleza. Pasaste allí un tiempo que ni tú misma
supiste contar; un tiempo que, seguramente, para nosotros transcurrió muchísimo
más rápidamente que para ti. Es cierto, también, que ese mundo empezó a
desaparecer porque Lacnisha estaba cambiando. La nieve de Lacnisha está
derritiéndose, es cierto también, están deshaciéndose las brumas que la rodean
y las banquisas que la protegían de la humanidad están fundiéndose. Es verdad
que perdiste el conocimiento porque tu alma fue incapaz de soportar el
desvanecimiento de ese mundo que creaste con tanto amor. Yo intenté
resguardarte de esas emociones tan fuertes durmiéndote durante un tiempo; pero
te sentías tan desasosegada que el sueño en el que intenté sumergirte se te
llenó de pesadillas horribles. Cuando yo noté que estabas tan desesperada,
acudí enseguida a tu vera y entonces te encontré tirada en el suelo de
Lacnisha.
—
¿Entonces es cierto que Lacnisha está desapareciendo? —le pregunté con
una voz muy frágil, llena de lágrimas retenidas—. ¿Es cierto que la Lacnisha
que yo siempre amé ya no existe?
—
No, no existe ya —me confirmó Leonard con un cuidado incalculable.
—
¿De veras no se puede hacer nada para devolverles la vida a Lacnisha y
a ese mundo donde vivían mis seres queridos? —le cuestioné incrédula, tratando
de que las intensas ganas de llorar que me atacaban tan vilmente no me arrebatasen
la voz.
—
Es posible que, si te esfuerzas, consigas salvar a Lacnisha de la
destrucción; pero necesitas ser muy fuerte y saber emplear muy bien todas tus
facultades. Es muy probable que, si no logras tus propósitos, quedes exhausta
para el resto de la eternidad. Incluso ese incalculable esfuerzo puede
arrebatarte la cordura.
—
¿Y qué debo hacer, Leonard?
—
Tienes que tratar de invertir el tiempo que transcurre en Lacnisha
hacia un pasado en el que sea posible atrapar un poco de su magia eterna para
devolvérsela y también regresar al presente para construir unas nieblas que
sean un escudo que la protejan de todo lo que ocurre en la humanidad.
—
¿Cómo se hace eso? Yo nunca me he atrevido a controlar tan
notablemente el fluir del tiempo.
—
No creo que seas capaz de lograr algo así, ni siquiera creo que
merezca la pena que lo intentes.
—
Padre, conoces perfectamente qué es Lacnisha para mí. Lacnisha es el
rincón del mundo que más amo. Yo no puedo permitir que ella desaparezca, que la
enfermedad que está atacando a la Naturaleza también la devaste a ella.
Lacnisha es la prueba de que existió un tiempo en el que fui feliz. Lacnisha
siempre me ha acogido en su abrazo eterno y gélido cuando más desamparada me he
sentido. Yo creía que Lacnisha era inmortal e imperecedera, como yo, y
descubrir que no es así me hace pensar que no merece la pena seguir viviendo en
este mundo ni en esta Historia —le confesé empezando a llorar cada vez más
desesperadamente—. Lacnisha está en mí, por eso no puedo permitir que muera.
—
Tienes toda la razón, cariño; pero me aterra la idea de que intentes
conseguir algo que puede destruirte.
—
Si en verdad mi destino es morir, haga lo que haga feneceré. Prefiero
desaparecer antes que marcharme de este mundo sin haber luchado por devolverle
su magia a mi amada isla.
—
Siempre has sido muy testaruda, hija. Nadie ha podido disuadirte de
tus ideas y convicciones. Haz lo que tengas que hacer; pero recuerda que siempre
te quedará un hogar dondequiera que yo me encuentre.
No pude contestarle, pues las ganas de llorar
que me atacaban me habían arrebatado la voz. Solamente pude abrazarlo y
entregarle en ese abrazo todo el cariño y la gratitud que sentía por él. No
pude prometerle que regresaría a su lado y tampoco tuve fuerzas para sonreírle
luminosamente. Me marché de su lado sin saber cuándo volveríamos a vernos, volé
a través de la espesa oscuridad de la noche hacia ese rincón del mundo que yo
tanto había amado y no dejé de recordar todas las palabras que Leonard me había
dedicado. Me detuve varias veces para alimentarme. Sabía que necesitaba estar
henchida de sangre para poder disponer plenamente de todas mis facultades. La
misión que debía cumplir era muy complicada. Ni siquiera en esos momentos podía
experimentar rencor hacia Leonard por haber intentado alejarme de mi dolorosa
realidad, pues lo único que me anegaba la mente era el deseo de rescatar
Lacnisha de las garras del olvido y de la destrucción. Ni tan sólo podía
preguntarme si quedaba en el mundo algún destello de la vida de esa tierra que
habíamos creado entre la Naturaleza y yo, puesto que no me atrevía a
enfrentarme a una verdad mucho más desgarradora y estremecedora.
Tenía el alma llena de sentimientos que me
costaba experimentar. Por un lado, la tristeza más devastadora me controlaba,
se me posaba en los ojos y oscurecía todos mis pensamientos; pero, por el otro,
el deseo de devolverle a Lacnisha toda la magia que la había caracterizado
siempre me hacía sentir una euforia que hacía mucho tiempo que no me invadía.
Esa euforia me instaba a volar rápidamente por el cielo y a descender a la
tierra cuando notaba que mis fuerzas empezaban a desvanecerse. Tomaba la sangre
con presteza y desesperación y después reanudaba mi volar.
Al fin, noté que la temperatura que me
rodeaba descendía hasta convertirse en una caricia helada. No obstante, me
apercibí de que aquel aliento tan gélido estaba mucho más templado que aquél
que siempre me había dado la bienvenida a Lacnisha. Me fijé en que el mar que
sobrevolaba estaba agitado por una fuerza que nunca antes habían movilizado
aquellas aguas y la oscuridad que lo cubría todo estaba interrumpida por la luz
de unas tímidas estrellas que brillaban en el firmamento con inseguridad y
temor, como si fuese la primera vez que resplandecían en medio de la noche.
Podía ver, en la distancia, la arredondeada
isla de Lacnisha. No obstante, su nieve ya no refulgía igual. Parecía atenuada
por el resplandor de las estrellas. Conforme me aproximaba a las imponentes
montañas que la cercaban, me convencía más de que aquella isla no era la que
siempre me había amparado de la dureza y la crudeza de la realidad. Había
cambiado muchísimo; pero fue precisamente aquella certeza la que me animó a
luchar con todas mis fuerzas contra el paso del tiempo y la maldad de la
destrucción.
—
Lacnisha, estás enferma —le dije sentándome entre sus árboles. El
suelo de Lacnisha ya no estaba cubierto por una nieve mullida y poderosa, sino
por una capa quebrantable de hielo—; pero yo te ayudaré a curarte, te lo
prometo; aunque sea lo último que haga en esta vida.
No sabía cómo empezar a luchar contra aquella
desgarradora realidad, pues me parecía que me hallaba muy lejos de todo lo que
había formado mi existencia. Incluso notaba que por dentro de mí la voz de mis
poderosas facultades se había silenciado; pero yo sabía que sentía todo aquello
por culpa del miedo. El miedo me guiaba a través de un camino hecho solamente
de desolación e inseguridad.
Traté de percibir la voz de la naturaleza que
siempre había cuidado de Lacnisha, pero el silencio más desgarrador lo invadía
todo. Incluso me desconcentraba el murmullo de esa agua que siempre había sido
hielo; la que se había derretido convirtiéndose en pequeñas olas que arañaban
la orilla de Lacnisha. No obstante, intenté, con toda mi concentración,
apartarme de todos esos desalentadores estímulos y me encerré en mí misma para
avivar la fuerza de mis poderes vampíricos; ésos que hacía mucho tiempo que no
empleaba.
Entonces percibí que la voz de todos esos
poderes se alzaba sobre el miedo y la desorientación y que su vigor me invadía
toda el alma. Me aferré a todas esas sensaciones para no perder la calma, para
que mi propia magia me volviese más fuerte, para poder engrandecerme y
enfrentarme a la crueldad de ese presente.
Entonces, un incontrolable vigor me invadió
toda el alma y de repente me creí el ser más poderoso de la Historia. Me
levanté del suelo, notando que mi apariencia era imponente. Aunque me hallase
rodeada por la soledad más impenetrable, yo sabía que no era la única que me
encontraba allí, en ese bosque cargado de inviernos lejanos e indestructibles.
Sentía que el poder de esa naturaleza tan
antigua me acompañaba en ese momento, rodeándome, haciéndome saber que no
lucharía sola contra la crueldad de la humanidad y contra esa enfermedad que
estaba acabando con todos los lugares bellos de la Tierra.
Con aquellas sensaciones tan bellas
palpitando por dentro de mí, alcé las manos hacia el cielo, como si de aquella
noche tan oscura y densa quisiese atrapar toda la luz de la vida, y después las
descendí mientras las abría, notando que la magia que anegaba todos los
rincones de aquel bosque se esparcía por doquier. Tenía los ojos cerrados, pero
me sentía deslumbrada por todo el fulgor de Lacnisha.
—
Quiero que vuelva ese tiempo pasado en el que Lacnisha brillaba con
toda la fuerza del invierno. Quiero que el mismo tiempo que ha transcurrido
hasta arrastrarla a este infame presente le devuelva su resplandor, su
eternidad y su inquebrantable poder. Quiero que nos traslademos al pasado para
atrapar de esos tiempos toda la inmortalidad que Lacnisha tenía guardada en su
seno. No me importa morir en el intento de retornarle a mi amada isla toda la
magia que le perteneció siempre, por conseguir rodearla de nieblas que la
alejen para siempre de cualquier mirada y de cualquier vida que pueda
destruirla. Mi existencia no tiene sentido si Lacnisha no está en este mundo
brillando como siempre lo hizo.
Mientras pronunciaba aquellas palabras tan
cargadas de impotencia y a la vez anhelos perdidos, notaba que la fuerza que se
había apoderado de mí se expandía por mi interior, devolviéndome las ganas de
luchar por algo que sí merecía la pena, que sí tenía sentido.
Noté que de repente me rodeaban las nieblas
más gélidas e indisipables. Oí que el viento soplaba con una fuerza que podía destruir
los árboles, que agitaba la poca nieve que alfombraba el suelo de aquella
mágica isla y que deshacía las nubes que me cubrían. Percibí que algo me
atrapaba y me separaba de la protección de Lacnisha. No podía abrir los ojos,
pues lo tenía rotundamente prohibido; pero sabía que ya no me encontraba
conectada a esa pura tierra, sino perdida en las tinieblas del tiempo. Deseé,
con todas las fuerzas de mi alma, regresar al primer instante de mi vida
vampírica; aquella noche en la que descubrí la hermosura más inquebrantable de
la vida, en la que me hallé por primera vez en el lugar más precioso y mágico
en el que yo jamás había estado. No me costó convencerle al tiempo de que me
permitiese viajar hasta esa noche, pues sabía que tanto el tiempo como el
espacio deseaban ayudarme para devolverle a Lacnisha su inmaculada perfección.
Brevemente, me pregunté si aquella hazaña me
permitiría reconstruir la tierra donde habían habitado tan en calma mis seres
queridos; pero mi razón me advirtió de que no debía pensar en nada, de que
tenía que concentrarme profundamente en aquellos momentos para no errar en el
camino del tiempo. Noté que, de repente, me encontraba tendida en un suelo todo
cubierto por la nieve más inquebrantable. El frío más indestructible me
rodeaba. Hacía muchísimos años que no sentía un frío tan punzante. Se trataba
del frío que me había recibido la primera noche de mi vida vampírica cuando me
había dejado caer por la ventana del primer castillo en el que vivía; ese frío
que me había hecho descubrir que yo era fuerte y que ya no tenía por qué temer
la oscuridad de la noche ni la gelidez de la nieve.
Abrí los ojos, desorientada, pero sabía que
no podía permitirles a mis sentimientos que me desconcentrasen. Tenía que darme
prisa o las puertas del tiempo se cerrarían eternamente para mí y no podría
regresar al desalentador presente que debía vivir. Así pues, me levanté del
suelo y empecé a correr a través de los árboles todavía deseando que la inmensa
magia que dominaba el destino de aquella resplandeciente isla se introdujese en
mi interior y me permitiese transportarla hasta mis oscuros días.
Me alentaba sentir que no estaba errando, que
no me equivocaba, que se cumplía todo lo que deseaba. Notaba que mi interior se
llenaba de un poder que no provenía de mi alma, sino de la de aquella isla tan
antigua y mágica. Cuando percibí que el alma ya se me había anegado en todo el
ímpetu mágico que necesitaba, entonces le rogué al tiempo que me llevase hasta
esa noche que había abandonado tan vagamente.
Antes de que las brumas del tiempo me
rodeasen de nuevo, noté que alguien me observaba desde un punto inconcreto. No
quise mirar atrás. No podía interactuar con nadie, con ningún ser que no
formase parte de mi momento ni del tiempo en el que ilícitamente me encontraba.
Sentía que unos ojos estaban clavados y fijos en mí, pero no quise saber de
quién se trataba. Posiblemente fuese Leonard, pero no quería comprobarlo.
Permití que esas tinieblas intemporales me llevasen de nuevo a mi presente.
En breve me encontré allí tras un tiempo
incalculable en el que me había esforzado lo indecible por no dejar ir toda esa
magia que Lacnisha me había entregado para que la trajese a mi presente. La
resguardaba en mi alma sabiendo que no podía desconcentrarme. Cuando percibí
que me rodeaba la soledad de la Lacnisha que trataba de subsistir en ese oscuro
presente, me senté en el suelo y volví a concentrarme todo lo que pude. La
magia que me había permitido viajar al pasado se desvaneció para cederle el
hueco que había dejado al poder que me facilitaría comunicarme con el alma de
Lacnisha.
—
Quiero entregarte esta magia pasada para que la resguardes en tu alma
y no la dejes ir nunca, nunca.
Percibí que algo me arrebataba esa magia que
no había brotado de mi alma. A la vez que experimentaba aquella sensación tan
inconcreta e indescriptible, notaba que mi alrededor se llenaba de frío, se
enfriaba, se enfriaba hasta convertirse en el aliento helado de ese eterno
invierno que yo había conocido hacía ya tantos y tantos siglos.
—
Quiero que, tú misma, Lacnisha, te protejas del exterior, que no
permitas que nada ajeno a tu vida se introduzca en tu existencia. Rodéate de
las brumas más indisipables, ampárate de la mirada de cualquier intruso con
unas nieblas que nadie, salvo los que te amamos de verdad, pueda atravesar.
Provoca que, de nuevo, el mar que te cerca se llene de banquisas que impedirán
la navegación de cualquier embarcación que pueda acercarse a tu orilla. Sé que
comprendes mis palabras, pues, aunque las piense en mi idioma, mi alma te las
comunica en tu lenguaje. Por favor, no permitas que el presente y la enfermedad
que está acabando con la Naturaleza te destruyan a ti también. Tú eres mucho
más fuerte que cualquier parte del mundo.
Sí, sabía que Lacnisha me comprendía, por eso
no me desanimé en ningún momento y continué dedicándole aquellas palabras hasta
que noté que se agotaba toda la magia y la fuerza que habían gritado en mi
interior durante todo aquel tiempo tan inconcreto. Entonces sentí que, lentamente,
la consciencia se me desvanecía y que la oscuridad más impenetrable deseaba
apoderarse de mis sentidos y de mis pensamientos. Me rendí a esa oscuridad
sabiendo que ya había cumplido con mi propósito.
Me sentía tan agotada que no pude evitar que
mi entorno se desvaneciese súbitamente. Sabía que el alma de Lacnisha se había
apoderado de todas mis fuerzas, por ello estaba tan exhausta. Confiaba en que
ella misma terminase de recuperarse gracias a todo lo que yo le había
entregado.
Entonces todo desapareció. Solamente noté que
la nieve me cubría y me abrazaba, que aquellos ancestrales árboles me protegían
del frío y que el cielo que me cubría se llenaba de aquellas nubes liliáceas de
las que había brotado el matiz de mis ojos. Me sentí en calma cuando descubrí,
vagamente, que Lacnisha empezaba a recuperar su magia, su poder, su
imperturbable belleza...
—
Sinéad, Sinéad.
Alguien con una voz calmada, paciente y
profunda me llamaba con urgencia, pero también con ternura, me agitaba de los
hombros con mucha delicadeza y me acariciaba de vez en cuando los cabellos y el
rostro, instándome con aquellas caricias a que abriese los ojos. Los abrí
desorientada, incapaz de recordar lo que había ocurrido antes de que aquel
espeso sueño me dominase. Cuando los abrí, entonces me encontré tendida en un
lecho muy cómodo, cubierta por una suave manta y con la cabeza apoyada en una
mullida almohada. La oscuridad de la noche se resguardaba en los rincones de
una alcoba confortable en el fondo de la cual brillaba una lumbre tímida y a la
vez poderosa. Me serené en cuanto la harmonía de aquel ambiente me acarició el
alma.
Leonard estaba a mi lado, tomándome de la
mano, presionándomela cuando los ojos se me llenaban de extrañeza. Me sonreía
con amor, orgullo y felicidad. El silencio más denso se había apoderado de
nuestro alrededor, pero yo no necesitaba que me dedicase ninguna palabra. Con
la forma como me miraba ya me revelaba todo lo que yo necesitaba saber.
—
Sinéad, hija mía, que estés viva es un milagro —me confesó
presionándome la mano—. Has realizado un esfuerzo inmenso que podía haberte
arrebatado para siempre tu inmortalidad; pero eres tan fuerte que nada puede
vencerte, nada —me susurró emocionado. La voz le temblaba.
—
¿Qué ha ocurrido con Lacnisha? —le pregunté con una voz débil. Noté
que la garganta me escocía muchísimo, revelándome así que debía beber sangre
cuanto antes. Tenía tanta sed que me costaba sentirla.
—
Lacnisha está protegida por el poder que tú misma le entregaste. Le
has dado parte de tu magia para que nadie pueda destruirla jamás. Ahora ya no
eres tan poderosa como antes, pues parte de lo que te hacía ser tan vigorosa
ahora le pertenece a Lacnisha.
—
No me importa —musité con una voz quebrada por la sed.
—
Posiblemente necesites beber mucha sangre para que te sientas
recuperada.
—
Me da igual matar a un número incontable de humanos malditos que no
saben cuidar ni de su hogar. No me importa matar a las personas que no sienten
remordimientos. Odio a la especie humana con todas mis fuerzas. Me avergüenzo
de haber sido una de ellos —le revelé a mi padre con la voz llena de rencor—.
Ojalá la humanidad desapareciese. Me gustaría destruirla yo misma si pudiese.
—
No, Sinéad, no es bueno que sientas ese rencor tan destructivo —me
advirtió Leonard sobrecogido.
—
Yo jamás sería capaz de hacerle daño a la Naturaleza, pero sí
agarraría a todas esas personas desagradecidas e inconscientes y las torturaría
para que aprendiesen a apreciar más la vida. Es curioso: viven unos años
efímeros y en cambio pretenden transformar la Historia, algo que sí es eterno,
y dejar su insignificante huella en el destino de esta Tierra cuando ellos no
valen nada, nada, ¡nada!
—
Cálmate, Sinéad, cariño —me pidió mi padre tomándome de los hombros.
La impotencia y la sed me habían descontrolado.
—
¡Por culpa de esos estúpidos humanos que te empeñas en defender y
dejar con vida, mis seres queridos han desaparecido otra vez para siempre y
Lacnisha casi muere! —chillé sin poder evitarlo. La sed le arrebataba a mi voz
la nitidez con la que yo deseaba expresarme.
—
Tienes que serenarte y beber algo de sangre.
—
¡Te juro, Leonard, que la humanidad pagará por lo que está haciendo!
—exclamé deshaciéndome de su abrazo y saltando fuera del lecho—. ¡Nadie me
detendrá!
—
Sinéad, por favor, cálmate —me suplicó Leonard poniéndose en pie ante
mí e intentando aferrarme de las manos; pero yo me despojaba de sus caricias
antes de que él pudiese tocarme—. Hija, sintiendo ese rencor no vas a lograr
nada bueno.
—
¡Y es que no quiero lograr nada bueno! ¡Quiero darle un escarmiento a
la especie humana! ¡Malditos humanos! —estallé en llanto sin poder evitarlo.
—
Ven, salgamos. Te acompañaré a alimentarte.
—
No, Leonard...
—
Estás descontrolada. No piensas con claridad. No voy a dejarte sola,
cariño.
—
¡Hace muchos años que deberíamos habernos vengado de la especie humana
por todo el daño que nos han hecho! ¡Ahora están destruyendo nuestro mundo!
—sollozaba descontrolada por la rabia y la tristeza.
—
Hace mucho tiempo que están destruyendo nuestro mundo, Sinéad.
—
¿Y por qué nunca hemos hecho nada para remediarlo?
—
Porque nosotros no podemos intervenir en el destino de la humanidad,
vida mía. No podemos controlar la Historia.
—
No podemos controlar la Historia, pero ellos sí pueden hacerlo, ¿no?
¿Qué los convierte en merecedores de dominar la Historia?
—
No, Sinéad, eso no es así.
—
¿Acaso piensas que ellos tienen más derecho que nosotros a vivir en
este mundo que no saben apreciar?
—
Por supuesto que no pienso así, hija; pero no podemos hacer nada.
—
¡Me niego a aceptar eso! —le chillé desasiéndome de sus manos y
corriendo hacia el exterior.
Leonard no me detuvo. Sabía que yo no me
atrevería a hacer nada de lo cual pudiese arrepentirme después. Me permitió que
corriese por aquella morada en la que nunca había estado y que llegase cuanto
antes al bosque que la rodeaba. Nunca había visto esos pasillos ni esas
puertas, pero aquel lugar me resultaba levemente conocido. Me pregunté si no me
hallaba en otro sueño provocado por Leonard en el que había viajado atrás en el
tiempo; pero supe que me encontraba sumergida en la realidad más horrible. La
naturaleza que protegía aquella morada estaba llena de vacíos, de silencios
incómodos; pero pude detectar el ininterrumpido murmullo de la civilización
mezclándose con la voz del viento. Aquello me desesperó mucho más y me hizo
correr a través de esas sendas ya demasiado recorridas hasta una ciudad llena
de contaminación, de coches que pasaban sin cesar quebrando la quietud de la
noche, de personas que reían despreocupadas en parques que ellos mismos
ensuciaban, de calles llenas de basura y de casas espantosas y sosas, de
edificios horrorosos que se alzaban hacia el cielo sin importarles que
estuviesen invadiendo el terreno de las estrellas.
Sentí ganas de gritar, pero me contuve y en
cambio me introduje en una casa de paredes grises. Me alimenté sin pensar en el
número de vidas que estaba llevando a la muerte. Tampoco pude saborear con
placer la sangre, pues tenía la sensación de que, desde hacía muchísimos años,
la sangre ya no sabía igual, estaba atenuada, estaba contaminada por sustancias
contra las que nuestro cuerpo vampírico ya se había acostumbrado a luchar.
No obstante, aquella noche no pude evitar
vomitar cuando salí del último hogar donde me había alimentado. Me encontraba
mareada, pero sabía que no era el sabor de la sangre lo único que me
desorientaba y me enfermaba, sino también la impotencia y la rabia que me
invadían el alma.
Me encontraba muy mal, pero no quería pedir
ayuda. Deseaba pasar en soledad aquel trance. Cuando me sentí mejor tras haber
devuelto al menos la mitad de toda la sangre que había ingerido, me alcé de
donde estaba arrodillada y empecé a andar por esas calles tan modernas y a la
vez tan sucias. Entonces noté que alguien me perseguía, caminando con sigilo
como si no quisiese que yo percibiese su presencia. Me volteé desorientada y
entonces me encontré frente a una mirada anegada en preocupación y desasosiego.
Un hombre de unos aproximadamente treinta años me observaba con minuciosidad y
me formulaba con los ojos preguntas que yo no sabía cómo podría responder. Lo
único que se me ocurrió hacer fue huir de su lado, pero él me detuvo
aferrándome de repente de las manos.
—
Estás muy enferma —me comunicó con una voz llena de impaciencia—. He
visto que has vomitado muchísima sangre. ¿Desde cuándo te ocurre eso? Soy
médico. Permíteme que te examine y que...
—
No, yo no... —titubeé intentando soltarme de sus manos.
—
Estás muy enferma. ¿Están tratándote?
—
Sí, pero no...
—
Lamento meterme donde no me llaman; pero tienes un aspecto muy
inquietante.
—
Debo irme —susurré incapaz de mirarlo a los ojos. Su aspecto me
imponía mucho. Tenía los ojos verdes y los cabellos rizados y pelirrojos—. No
puedo seguir hablando contigo.
—
¿Por qué?
—
Porque no me encuentro bien. Necesito ir a casa.
—
Yo puedo llevarte en mi coche.
—
No, no. Te lo agradezco mucho, pero...
—
Si estás en tratamiento y sigues vomitando tanta sangre, significa que
para ti no hay cura.
—
No, no la hay...
—
Lo siento mucho.
—
No vuelvas a pensar en mí —le pedí mirándolo fijamente al fin, pero
solamente con la intención de hipnotizarlo—. Olvídate de mí.
Cuando noté que la mente de aquel humano se
había llenado de vacío y olvido, me desasí de sus fuertes manos y corrí hacia
mi hogar sintiendo que algo se quebraba por dentro de mí. Me preguntaba cómo
era posible que una persona se hubiese preocupado tanto por mí sin conocerme.
Rogué que aquel hombre no tuviese ninguna conexión ni con mi pasado ni con mi
presente.
—
Sinéad.
La voz de Leonard sonó llena de alivio cuando
me adentré en la alcoba donde me había despertado aquella noche. Mi padre se
hallaba sentado en el lecho donde yo había dormido y tenía un libro en las
manos. No obstante, yo sabía que no estaba leyendo.
—
Con todo lo que has escrito, has intentado comunicarte con la especie
humana para avisarla de que no están comportándose bien con este planeta —me
dijo con tristeza.
—
Pero todo ese esfuerzo no ha merecido la pena porque hoy en día la
gente ya no sabe leer y, casualmente, los pocos que se han atrevido a leer mi
obra piensan igual que yo. No puedo llegar al corazón de quienes están
equivocándose precisamente porque no tienen la sensibilidad necesaria para leer
mis palabras. No sé si me entiendes.
—
Te entiendo perfectamente, hija; pero no debes desalentarte. Sigue escribiendo
e intentando comunicarte con la humanidad.
—
Creo que ya no intentaré que mis palabras lleguen a la gente.
Escribiré, sí, pero para mí y para quienes de veras estén interesados en leerme,
no por compromiso, sino porque realmente les guste cómo escribo. No creo que
merezca la pena luchar contra la humanidad entera para forjarme un puesto en
este mundo; un puesto que en realidad nunca se ha inventado para mí.
—
Estás demasiado desanimada.
—
Después de todo lo que ha ocurrido, Leonard, he perdido la fe en todo,
en todo.
—
Menos en ti, supongo.
—
¿Cómo?
—
Has perdido la fe en todo, menos en ti, pues, gracias a ti, Lacnisha
todavía está viva.
—
Supongo que tú también me has ayudado.
—
No, Sinéad. Yo solamente te animé a que lo hicieses, pero el resto lo
has conseguido tú solita.
—
Espero que no tenga que volver a emplear así mis facultades nunca más.
—
Yo también lo espero.
Tras aquellas palabras, nos invadió de nuevo
el silencio más profundo. Fui yo quien se atrevió a romperlo:
—
La sangre me sienta mal últimamente.
—
Sí, a mí también. No debes beberte toda la sangre de un cuerpo, sino
alimentarte de distintos humanos sin llegar a matarlos.
—
No puedo impedir que el éxtasis de la sangre me domine. No puedo
luchar contra mis ansias de matar a la persona que está alimentándome. Es una
forma de vengarme por el daño que nos han hecho.
—
No, Sinéad. Tienes que volver a ser tú, cariño. Tú no eres así, hija.
Tú nunca has sentido ese rencor. No permitas que el alma se te llene de
sensaciones y emociones tan horribles.
—
Estoy cansada de ser buena, de ser dulce, de luchar contra mis
instintos para que la humanidad no me tema. Soy vampiresa. Ya no quiero seguir
siendo esa medio humana encerrada en un cuerpo eterno que intenté ser durante
toda mi existencia. Se acabó. Seré ahora tan egoísta como la humanidad entera.
—
No, Sinéad, hija.
—
No me apetece discutir contigo ni con nadie.
—
Te sientes así porque crees que los humanos tienen la culpa de que
haya desaparecido el mundo que con tanto amor creaste, ¿verdad?
—
Y por muchas cosas más —le dije mirándolo con pena.
—
Sinéad, tu naturaleza no es sentir esas emociones tan tristes. No te
dejes reinar por el rencor.
—
No sé para qué quieres que siga siendo la de siempre.
—
Para que te sientas en paz contigo misma. Escúchame, hija —me pidió
levantándose del lecho y tomándome de las manos—, ese mundo ha desaparecido
para siempre, es cierto; pero no lo han hecho tus seres queridos. Ellos no han
muerto, cariño. Ellos están en este mundo.
—
Habría preferido que se muriesen de nuevo —sentencié con impotencia—.
Esta porquería de mundo no está hecho para que ellos vivan.
—
El mundo no tiene la culpa de que la especie humana sea tan
inconsciente y absurda, hija mía.
—
No quiero que les ocurra nada malo.
—
Sabrán cuidarse.
—
¿Y dónde están?
—
Cada uno ha escogido un lugar distinto para vivir; pero tus padres
están aquí, junto con Eitzen, Alex y Áurea.
—
¿Están en este castillo?
—
No estamos en un castillo.
—
No importa.
—
Sí, están aquí.
—
¿Y Tsolen?
—
Tsolen todavía se encuentra donde vivías antes con él.
—
Que se quede allí —dije con rabia.
—
Sinéad, deberías ir a buscarlo y hablar con él.
—
No me apetece verlo. No me apoyó, no ha estado a mi lado en estos
momentos tan horribles.
—
Pero porque no tiene ni idea de lo que ha ocurrido.
—
¿No se lo has contado? —le pregunté incrédula.
—
Le dije que estabas en peligro; pero, cuando le aseguré que te había
dormido y que ya estabas a salvo, se serenó y te dejó en mis manos.
—
¿No ha venido a verme en ningún momento?
—
No, Sinéad, pero ha hablado conmigo todos los días.
—
Entonces no es necesario que vuelva junto a él para explicarle todo lo
que ha sucedido.
—
Sinéad...
—
No quiero volver a verlo nunca más.
—
Sinéad, no te dejes llevar por el rencor.
—
No se trata de rencor. No quiero volver a ver a nadie. Me marcho,
Leonard.
—
Creo que no estás muy equilibrada, hija.
—
Me marcho a un lugar donde no haya coches, ni contaminación, ni
farolas ni...
—
Sinéad, aquí estamos a salvo.
—
No, no. A pocos kilómetros hay una ciudad horrible cuyo murmullo
espantoso puedo captar desde aquí. Necesito irme unos días.
—
Está bien, no te lo impediré; pero ten mucho cuidado, cariño, no con
tu estado físico, sino mental. Tengo la sensación de que...
—
Si me quedo aquí, me enloqueceré definitivamente, padre. Necesito
estar sola durante un tiempo.
Leonard se conformó, pero porque sabía,
perfectamente, que yo era mucho más testaruda que él. Me dejó ir, me permitió
que preparase mi ligero equipaje y que me dirigiese hacia ese bosque donde nos
despedimos con un largo y cariñoso abrazo. Le pedí que no le comunicase a nadie
el lugar al que partiría y después desaparecí engullida por las nubes de
contaminación que cubrían aquel estrellado cielo donde ya nada brillaba, nada.
Empezaba para mí un viaje cuya duración no me
atrevía a determinar. Ni siquiera sabía adónde deseaba dirigirme. Solamente era
consciente de que no quería permanecer en un lugar habitado por la modernidad o
por los seres humanos. Sabía que tendría que realizar grandes esfuerzos para
alimentarme, pero no me importaba, y sobre todo tendría que esforzarme por
hallar unos lares que se correspondiesen con lo que yo deseaba encontrar, pues
el mundo cada vez estaba más invadido por la modernidad, por la destrucción de
los avances, por las guerras y por la inconsciencia de la especie humana; pero
lo encontraría, y no me importaba si, para lograrlo, tenía que mover cielo y
tierra o sumergirme en el océano más profundo e inaccesible de todo el planeta.
2 comentarios:
Bueno, son muchas las novedades de este capítulo, que demuestra que no hay que dar nada por sentado y que la imaginación que tienes es algo fuera de lo normal, para nada me imaginaba este giro en los acontecimientos. Estás matando dos pájaros de un tiro: por una parte se ha salvado Lacnisha (¡bieeeeen!), que es algo que resultaba imprescindible, porque perderla sería un daño intolerable, y por otro Sinéad resulta menos invulnerable a todo, y ante eso... ¡bien también! Es decir, me da penita que pueda verse afectada por más cosas que antes, no sé muy bien en qué va a resultar eso, pero por otro lado sin duda le da más riqueza y posibilidades a sus aventuras. El momento en que Sinéad entrega su magia y se reconstruye Lacnisha es majestuoso, muy bonito, ojalá se pudiera hacer eso, dar parte de la propia vida para preservar para siempre algo natural, me ha parecido muy emocionante y profundo. Me gusta también la actitud de Sinéad, rabiosa por todo lo que pasa en el mundo, por el daño que estamos haciendo en la naturaleza y la dureza que demuestra, en general creo que nos merecemos eso, hoy pensaba que llegará un día en todo esté bien en el mundo, los seres vivos vuelvan al equilibrio... pero ese día, que no dudo que llegará, será cuando hayamos desaparecido como especie, algo que no solo nos merecemos, sino que ruego porque se produzca lo antes posible. Y me gustaría que, ese día, Sinéad esté allí para recordar la locura que presenció (por cierto, algunos humanos como ganado sí puede que queden, so pena que se tenga que conformar con una dieta a base de liebres y conejos).
Me gusta también que su familia vuelva a un castillo, pero me preocupa la relación con Tsolen, pobrecito, si es un pedazo de pan, además, a los chicos guapos hay que perdonarles más cosas de lo normal, ¡que hagan las paces, que hacen muy buena pareja! ¿Dónde irá ahora Sínéad? Espero que no muy lejos, porque necesito saber de ella y notar que me cuida, como dice mi sobrina Ana.
¡Bieeeen! Salvó Lacnisha, vivaaaa. Por un momento pensaba que eso no ocurriría. ¿Quién sería el que la observaba? Me intriga, ¿sería Leonard? Muy intensa esa parte. Me gusta la idea de que Lacnisha la escuche, que tenga espíritu o alma. Ha perdido parte de su magia, pero gana que la isla viva para siempre sin temor a ser destruida o invadida. Después del éxito, de curarla de su enfermedad, ¡no disfruta de su logro! Esperaba que se quedase allí, ¿que lugar mejor que su querida Lacnisha? Eso me ha sorprendido, creo que bien no está. Ese odio a la humanidad no es normal. Es cierto, ella ha pasado por ese tipo de episodios en su vida. Ha odiado a la humanidad por muchas causas, sobretodo por la destrucción del mundo, pero no de esta forma. Ella misma ha sido defensora de los humanos buenos que respetan el planeta en muchas ocasiones. Ya veremos en que termina todo esto...¿Dónde irá? ¿Habrá enloquecido un poco por el esfuerzo? Me sabe mal también por Tsolen...Debería hablar las cosas con él y solucionarlo, pero no la veo por la labor. Otra cosa buena es que todos están bien, aunque hayan decidido vivir en distintos lugares en el mundo. A ver cómo continúa la historia, pinta muy interesanteee!! Yo tampoco quiero que se vaya lejos, que a mi también me tiene que cuidar jijiji.
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