REGRESANDO A LAINAYA
09
DEBES VOLVER A CASA
Un gran salón lleno de luz, de
colores vivos y de aires templados me acogió inesperadamente como si de un
nuevo hogar se tratase. Linviur me asió del brazo cuando nos adentramos en
aquella luminosa y amplia sala de paredes relucientes y de techo alto. El suelo
estaba cubierto por una alfombra mullida de color azul celeste y en el centro
había una gran mesa de cristal adornada con grandes y resplandecientes fuentes
que contenían frutas suculentas partidas a fragmentos jugosos y apetecibles. Al
percibir aquella comida tan gustosa, el hambre más intensa se despertó por
dentro de mí; mas no lo expresé en ningún momento.
Linviur me condujo hacia una
silla de color blanco, de respaldo alto y decorada con mullidos cojines. Me
senté allí incapaz de creerme todo lo que estaba viviendo. Pensaba que me
hallaba sumergida en un sueño brillante, mágico e interminable. Me parecía como
si todo mi alrededor formase parte de un escenario donde próximamente mi vida
cambiaría irreversiblemente.
Creí que el silencio sería la única
conversación que adornaría aquel instante, pero de pronto se adentró en aquella
sala un pequeño grupo de estidelfs que hablaban y reían animadamente. Al verme,
todos enmudecieron y me miraron con sorpresa y a la vez complacencia. Entre
ellos, reconocí a Adina (me sorprendió que estuviese allí, ya que sabía que
ella no era hija de Galeia), a Almur y a muchos estidelfs más que nos
acompañaron al palacio de Lumia. Los que no me conocían me sonrieron
intrigados. No obstante, yo era consciente de que, aunque nunca me hubiesen
visto, sabían perfectamente quién era. Me parecía que todos los habitantes de
Lainaya tenían noción de lo que había acaecido conmigo.
—
Sinéad desayunará con nosotros y después algunos la acompañaremos a la
región del otoño para que converse con todas las reinas de Lainaya —les explicó
Linviur con amabilidad.
—
Yo no entiendo por qué no puede quedarse. No veo nada de malo en que
viva aquí si es lo que desea —expresó Adina con lástima—. Con su presencia,
tengo la sensación de haber recuperado la mejor amiga que la vida ha podido
regalarme. Si se marcha, de nuevo se adueñará de Lainaya un vacío que ninguna de
las hadas que la habitamos podrá suplir jamás. Sinéad es mágica y con su magia
hace que este mundo brille mucho más.
—
Pero éste no es su hogar: eso es lo único que les importa a las reinas
de Lainaya —la contradijo una estidelfs de cabellos dorados y trenzados, de
ojos grandes y verdosos—. A mí también me gustaría que se quedase con nosotros
para siempre, pero no es posible.
—
¿Acaso conocéis lo que se ha decidido sobre su futuro? —les preguntó
Linviur con extrañeza.
—
No, pero nos lo imaginamos —le respondió Adina.
—
No entiendo nada. Si no ha habido ningún problema en que Scarlya se
quede con nosotros, ¿por qué tiene que haberlo con Sinéad? —se cuestionó Almur;
aquel estidelf tan seductor y de apariencia tan graciosa.
—
Yo tampoco lo entiendo, ciertamente —adujo Linviur—; pero ahora no
debemos preocuparnos por eso. Comamos y después ya conoceremos todo lo que
sucederá.
Yo no pude comer. La poca hambre
que se me había despertado al entrar en aquella sala se había desvanecido. Al
escuchar todas las palabras que aquellos estidelfs intercambiaban sobre mi
futuro, se habían adueñado de mi estómago unos punzantes nervios que me
impidieron ingerir el más sutil fragmento de aquellas deliciosas frutas. No
obstante, nadie me obligó a comer ni tampoco me insistieron en que debía
hacerlo. Comprendían, perfectamente, cómo me sentía.
Cuando todos hubieron
desayunado, Linviur les pidió a algunos de ellos que nos acompañasen a la
región del otoño. Salimos de aquel hogar seguidos por Adina, por Almur y por
dos estidelfs más, una de ojos claros y pelo castaño y otro de cabellos rubios
como el trigo y de ojos pequeños y redondos. Salvo Adina, todos reían
animadamente y conversaban sobre cualquier cosa, aunque ésta careciese de
importancia.
El camino a la región del otoño
se me hizo largo como un día sin nieve. El calor que vagaba sobre aquella
tierra de vez en cuando pretendía asfixiarme; pero me consolaba recordar que ya
no era una frágil niedelf que podía derretirse bajo la incandescente templanza
del verano. Era una heidelf que podía soportar aquellas tibias temperaturas sin
desfallecer.
Al fin, la senda que seguíamos
cambió de apariencia. Ya no estaba cubierta por un sinfín de hierbas secas y orillada
por árboles repletos de hojas casi temblorosas, sino que, de repente, me
apercibí de que nos rodeaba un mágico bosque de abetos altos y frondosos y de
hayas que estaban empezando a perder su espesura. La temperatura que creaba
nuestro alrededor se volvió menos densa y un viento más fresco empezó a soplar,
agitando las ramas de los árboles con cuidado y creando una melodía muy serena
que me acarició el alma. Ya estábamos llegando a la región del otoño.
Aunque el trayecto se me hubiese
hecho largo, me sorprendió que hubiésemos llegado tan rápido al hogar de
Brisita. Enseguida reconocí los campos que rodeaban su majestuoso y brillante
palacio. La voz del río donde me había bañado con Eros hacía unos días (era
incapaz de saber cuánto tiempo había transcurrido ya) sonaba con timidez entre
las rocas. Me estremecí cuando el recuerdo de aquella tierna y romántica mañana
invadió toda mi memoria. Una punzada de dolor me atravesó el alma y estuve a
punto de empezar a llorar, pero me contuve. Lo cierto era que me sentía tan
nerviosa que era incapaz de prestarles una atención equilibrada a mis
emociones.
—
Ya estamos llegando, Sinéad —me anunció Linviur tomándome del brazo.
—
Reconozco estos lugares. Allí está el hogar de Brisa —le contesté
intentando sonreírle con amabilidad. Lo logré a pesar de lo nerviosa que me
sentía.
—
Exactamente. Creo que a nosotros no nos corresponde acompañarte hasta
su hogar y entrar allí, por lo que te aguardaremos en este bosque por si
necesitas algo. Nos bañaremos en el río para refrescarnos. ¿Os parece bien la
idea? —les preguntó a los estidelfs que nos seguían.
—
¡Sí! —contestaron todos, salvo Adina, con energía y felicidad.
Así pues, me dirigí a solas
hacia el palacio de Brisita y entré allí con los nervios punzándome todo el
cuerpo. No me atrevía a vivir sola aquella situación, pero tampoco me había
sentido capaz de pedirle a alguien que me acompañase. Sin embargo, cuando
estaba a punto de adentrarme en la sala donde sabía que todas me aguardaban,
alguien me tomó con delicadeza de la cintura para detenerme. Me sobrecogí
cuando descubrí que se trataba de Adina. Verla a mi lado me produjo una inmensa
sensación de alivio y felicidad, pero no supe expresarlo ni siquiera con la
mirada. Los nervios y el miedo me paralizaban irrevocablemente.
—
No quería dejarte sola —me comunicó con cariño mientras se situaba a
mi lado.
—
Muchas gracias, Adina.
—
Te acompañaré porque también tengo algo que decir. Además... sé que
próximamente me convertiré en la siguiente reina del verano —me confesó
entornando los ojos. Noté que le brillaban de entusiasmo y alegría—; pero
todavía queda mucho para que llegue ese momento. Ven, vayamos... Están
esperándonos en la sala donde conociste a los hijitos de Brisita.
—
¿Cómo sabes todo lo que ha ocurrido?
—
Porque ella misma me lo ha contado —me sonrió con cariño—. Sinéad,
quiero que sepas que, aunque tu destino no esté en Lainaya, en mi corazón
siempre tendrás un hogar donde puedes protegerte. Eres como una hermana para mí
y lamento mucho que no hayamos nacido en la misma tierra. Estoy segura de que
siempre habríamos sido una para la otra un apoyo incondicional. Sé que para ti
es difícil existir lejos de nosotras y de nuestro mundo; pero debes aceptar los
designios de tu vida, Sinéad. Scarlya tampoco debería quedarse aquí, pero no
existe fuerza ni celestial ni terrenal que la ate a su otra vida; pero contigo
no sucede lo mismo, Sinéad.
Adina me hablaba con franqueza,
a punto de emocionarse. Su sinceridad me parecía tan pura e inocente que no
pude evitar abrazarla con todo mi cariño. Entonces Adina empezó a llorar
silenciosamente entre mis brazos. Intenté serenarla acariciándole la cabeza y
la espalda, pero su llanto se volvía cada vez más incontrolable. Cuando
transcurrieron unos cuantos momentos, se separó levemente de mí y, mirándome
hondamente a los ojos, me confesó:
—
Lo siento. Lamento haberme derrumbado, pero es que hace mucho tiempo
que no hablo con nadie. Nunca le he confesado a ninguna hada lo mucho que
extraño a mi mamá. Me percibo desprotegida sin ella. Desde que se marchó, nada
ha vuelto a ser igual, Sinéad. Y tú eres la única que puede comprender mi
dolor. Haber nacido en otro mundo y en otro cuerpo te permite experimentar
sensaciones y sentimientos que en Lainaya casi no tienen vida. Todas las hadas
que aquí vivimos estamos forzadas a sonreír siempre, pues la naturaleza que nos
rodea es maravillosa; pero nadie se molesta en explorar en su interior para
encontrar los verdaderos sentimientos que invaden nuestra alma. Se supone que
tenemos que aceptar la pérdida de los seres queridos porque al irse se
convierten en algo que morará siempre en la naturaleza; pero eso no facilita
nada, Sinéad. Dime, ¿dónde quedan todos esos momentos que deseo vivir con mi
mamá? A mí no me sirve saber que ahora es fuego o aire. No me sirve porque yo
no puedo comunicarme con ella. Yo lo que anhelo es poder cuidarla, mirarla a
los ojos, escuchar su sabia voz, y nada de eso es posible ya... A veces me
gustaría desaparecer como ella, convertirme en humo y vagar eternamente por el
firmamento de Lainaya sin sentir nada, nada...
Hacía mucho tiempo que nadie me
hablaba con tanto sentimiento. Las palabras de Adina parecían nacer de la
tristeza más absoluta e inconsolable. Comprendía perfectamente cómo se sentía,
pero no sabía qué podía hacer para serenarla. Lo único que me permitía a mí
misma era acariciarle los cabellos y retirarle las lágrimas que rodaban
brillando por sus mejillas. Adina me agradecía aquellos gestos con sonrisas que
volvían más reluciente la pena que refulgía en sus ojos.
—
Tienes un alma muy pura, Adina. Sé cómo te sientes, de veras. Me
gustaría que pudiésemos vivir en este mundo o en cualquier otro para superar
juntas las pérdidas que tanto nos torturan...
—
Por eso te defenderé, Sinéad. No me importa si tengo que enfrentarme a
la reina de Lainaya. He acudido al hogar de Galeia para poder acompañarte hasta
aquí
—
Gracias, Adina.
—
Creo que no debemos perder más tiempo. Entremos antes de que sea
demasiado tarde. Por favor, prométeme que, decidas lo que decidas, estarás
respondiendo a tus deseos, estarás escuchando a tu alma. Prométemelo, por
favor.
—
Te lo prometo, Adina.
—
Gracias —me sonrió con tanto cariño que no pude soportarlo—. Vayamos,
pues.
Adina me tomó de la mano y me la
presionó con mucha ternura. Me conmovía que aquella estidelf me quisiese tanto.
Intenté saber por qué me tenía tan alta estima, y entonces me acordé de aquella
noche en la que la había consolado por la pérdida de su madre. Además, sabía
que Adina era consciente de cuánto me había esforzado por acabar con la
oscuridad que deseaba exterminar el mágico mundo de Lainaya.
Nos adentramos en la sala donde
todas las hadas reinas de Lainaya nos aguardaban. Al entrar allí, todas nos miraron
con extrañeza, especialmente a Adina. No obstante, nadie le replicó nada. Me
senté junto a ella y a Galeia en una silla de madera, enfrente de Brisita,
quien parecía tener la mirada perdida por pensamientos inalcanzables.
—
Muy bien. Ya estamos todas —principió Galeia con serenidad.
—
Sinéad, hemos consultado con Ugvia qué debemos hacer contigo —me
comunicó Laudinia con cariño.
—
Y Ugvia nos ha informado de que te ofrece otra oportunidad para
regresar —prosiguió Zelm con felicidad.
—
Si la desaprovechas, solamente quedará de ti en tu mundo las cenizas
de tu existencia. Eros no se encontró con ellas porque Ugvia todavía deseaba
ofrecerte esta oportunidad —me explicó Brisa con severidad—. Si la
desaprovechas, jamás podrás regresar a tu mundo, jamás, ni siquiera en sueños,
y tampoco podrás saber qué sucede allí. La naturaleza no te entregará la
posibilidad de asomarte al lago mágico para comprobar cómo discurre la vida de
los seres queridos que has abandonado.
—
Así que debes pensar muy bien qué deseas hacer, Sinéad, si quedarte o
marcharte —me instó Galeia nerviosa.
—
Lo que no entiendo es por qué me he quedado embarazada si no puedo dar
a luz a este hijo. ¿Qué sentido tiene que Ugvia me haya enviado otro hijo si
puedo perderlo?
—
Lo ha hecho para que entiendas cuánta importancia tiene tu vida —me
respondió Brisa.
—
Exactamente. En este caso, tienes que decidir entre tu vida o la de
ese hijo que llevas en tu vientre —apuntó Zelm con tristeza.
—
¿Y por qué? —exclamé excesivamente nerviosa.
—
Porque llevas mucho tiempo quejándote de tu vida, insistiéndote a ti
misma en que no consigues ser feliz en el otro mundo —me desveló Brisa.
—
No sé qué hacer —me sonrojé—. No quiero matar a nadie, ni a mí ni a
esta hadita que está creciendo en mí...
—
Nosotras tampoco queremos que muráis ni tú ni ella —me correspondió
Adina— y, en mi opinión, tampoco quiero que te marches. Sé que puedes ser mucho
más feliz en Lainaya.
—
Pero tu destino no era ser hada para siempre, Sinéad —me reveló
Brisa—. Lo lamento mucho, pero tienes que regresar a tu mundo, y tienes que
hacerlo antes de que se te niegue la oportunidad de volver.
—
Pero entonces no soy yo quien decide sobre mi vida, sino vosotras.
—
Es cierto. No tienes otra opción, me temo —me confirmó Zelm con mucha
lástima.
—
No quiero regresar a ese mundo tan corrompido —me negué con lágrimas
en los ojos.
—
Sinéad, piensa en Eros, piensa en Leonard. ¿Acaso ellos no significan
nada para ti? —me apremió Brisa.
—
Sí, sí lo son; pero... no puedo —lloré sin poder evitarlo—. En ese
mundo tan destruido me siento nadie, siento que estoy perdiendo la esencia que
me crea.
—
Eso no es cierto, Sinéad. Eres una vampiresa muy poderosa y mágica. Si
te marchas para siempre de esa vida, entonces estarás arrebatándole a la Tierra
la oportunidad de albergar en su destruido seno a un ser que la ama con todo su
corazón. Sinéad, ese mundo te necesita. Es cierto que no puedes hacer nada para
curar a la naturaleza de la enfermedad que la ataca, pero sí puedes conseguir
que la vida sea mucho más hermosa allí. Por favor, no te quedes aquí, Sinéad.
No le quites la vida a tu esencia, a tu ser, a lo que has sido siempre. Yo te
quiero con todo mi corazón, mamá, y deseo con toda mi alma que pudieses vivir
conmigo eternamente; pero no puedo ser egoísta, mamá. Tienes que volver —me
declaró Brisita llorando también.
—
No hay vuelta atrás, ¿verdad? Vuestra decisión es irrevocable —musité
agachando la mirada.
—
Sí, lo es —contestaron todas las hadas reinas al mismo tiempo.
—
Pero no es justo —protestó Adina con lágrimas en los ojos—. Ella no
desea quedarse. Ella quiere vivir en Lainaya. Y no quiere matar al hijito que
está creciendo en su vientre.
—
Por esa hadita no te preocupes, Sinéad. Ugvia le asignará otro destino
—intentó serenarme Zelm. Brisa no fue capaz de decirme nada sobre mi embarazo.
—
Sinéad tiene que volver. Es lo que desea —apuntó Brisa con una voz
trémula.
—
¡No quiere hacerlo! —exclamó Adina con impotencia.
—
No es cierto. Tiene miedo. Está asustada. Mírala a los ojos. No está
segura de querer abandonar para siempre lo que es —la contradijo Brisita con cariño
y muchísima lástima—. Ugvia le permitirá vivir en nuestro mundo cuando perciba
que está realmente segura de querer habitar en esta mágica tierra siendo hada
para siempre. Mientras capte inseguridad y temor en su alma, no dejará de
ofrecerle oportunidades para que regrese a su verdadera vida. Ugvia le debe
mucho a Sinéad. Le debe la vida, ciertamente, por eso nunca la desprotegerá.
¡Por supuesto que a mí me gustaría que mi mamá se quedase conmigo para siempre!
Pero todavía no ha llegado el momento de que eso ocurra.
No tenía nada más que decir.
Aunque mi corazón se hubiese impregnado de tristeza y la lástima más profunda
me hubiese anegado toda el alma, no podía luchar contra la decisión que todas
las hadas de Lainaya habían tomado, y mucho menos si ésta provenía de Ugvia.
Así pues, a pesar de que la pena más honda ahogase mi voz, les agradecí con
cariño todo lo que habían hecho por mí. No quise abrazar a ninguna de aquellas
hadas para despedirme de ellas, pues sabía que, si lo hacía, me derrumbaría inevitablemente.
Sin decir nada más, me dirigí hacia el exterior. Corrí por aquellos luminosos
pasadizos hasta llegar a la puerta que me permitiría huir de ese lugar donde yo
había abandonado la última estela de mis esperanzas. Antes de salir de aquel
hermoso y majestuoso palacio, oí que Brisa le ordenaba a Adina que no me
siguiese, que me dejase a solas, que no me forzase a nada ni provocase que
aquellos momentos fuesen mucho más complicados.
Estaba preparada para regresar a
mi mundo. Solamente me faltaba empezar a correr deseando que se abriese ante mí
un portal que me permitiese abandonar la mágica e inocente tierra de Lainaya;
mas, antes de que pudiese comenzar a anhelar marcharme de allí, alguien me llamó
con desesperación y urgencia. Con curiosidad y temor, me volteé para comprobar
quién me había apelado tan sentidamente.
Vi a Scarlya corriendo entre los
árboles, pidiéndome desesperadamente con la mirada que no me moviese, que la
aguardase. Lo que más me sobrecogió fue descubrir que Courel también corría en
pos de ella. Los esperé intranquila y, al fin, lograron situarse ante mí. Ambos
tenían la respiración agitada.
—
No queríamos que te marchases sin que pudieses despedirte de nosotros
—me comunicó Courel recuperando el aliento.
—
Sinéad, por favor, perdóname —me pidió Scarlya de repente con lágrimas
en los ojos—. Perdóname por ser tan egoísta, por no pensar bien en las
consecuencias de mis actos.
—
No tienes ningún motivo para pedirme perdón, Scarlya. Es tu vida, y tú
eres la única que puede decidir cómo debe ser.
—
No se refiere a eso —adujo Courel con pena—. Scarlya quiere volver
contigo.
—
¿Cómo?
—
Sí, quiero volver —confirmó con una voz entrecortada—. Nadie acepta
que yo viva en este mundo para siempre. Ni siquiera mi alma se siente completa
hallándose encerrada en este cuerpo.
—
Pero... creo que no puedes regresar, Scarlya —la contradije con temor.
—
Sí, sí puede regresar. Ugvia le ha ofrecido otra oportunidad para que
vuelva —me explicó Courel con serenidad.
—
Pero...
—
Sinéad, te prometo que no entorpeceré tu vida nunca más. Cuando
regresemos juntas, desapareceré e intentaré rehacer mi vida en cualquier parte
del mundo. Sé que no debo habitar cerca de Leonard después de todo el daño que
nos hemos hecho. Creo que buscaré un rincón apartado de la sociedad para vivir
en paz. Por favor, llévame contigo —me rogó tomándome con fuerza de las manos.
—
Pero ¿cómo piensas que puedo negarte algo así, cariño? —le pregunté
con lágrimas en los ojos. Me cuestioné si alguna vez había dejado de llorar.
Sentía que llevaba plañendo desde que me había adentrado en Lainaya.
—
Gracias, Sinéad, gracias.
—
Entonces, partid antes de que se os haga más tarde. Antes de que os
vayáis, quiero agradeceros que me hayáis permitido conoceros, aunque no haya
percibido ni la mitad de vuestra magia. Nunca os olvidaré. Deseo que seáis
felices dondequiera que viváis y que vuestra existencia esté llena de magia y
amor. Os lo merecéis.
—
Gracias, Courel. A mí también me ha gustado mucho conocerte. Eres muy
especial —lo correspondí con vergüenza y ternura.
—
Gracias por todo, Courel. Si no hubiese sido por ti... yo no habría
encontrado paz en este mundo tampoco.
—
Ojalá pudiese viajar con vosotras a la Tierra. Me gustaría ser vampiro
—se rió Courel con mucha inocencia.
—
Huy, no. No sabes lo que estás diciendo —me reí incómoda.
—
Lo sé perfectamente, Sinéad... Lamento que no pueda contarte nada
ahora. Algún día... posiblemente... sepas quién soy en verdad.
Tras aquellas palabras, las que
Courel había pronunciado casi en silencio, aquel audelf tan entrañable
desapareció sin que ni a Scarlya ni a mí nos diese tiempo a decirle adiós.
Cuando se fue, entonces Scarlya me miró hondamente a los ojos tras haber
deslizado su mirada por nuestro alrededor, captando, tal vez por última vez,
toda la espléndida magia que nos rodeaba.
—
Vayámonos ya, Sinéad —me pidió cerrando los ojos.
Así pues, sintiendo en mi cuerpo
la fuerza de los deseos de Scarlya, empecé a correr tomándola todavía de la
mano. Cuando creí que el aire que nos rodeaba se tornaría un camino deslumbrante,
nos alzamos hacia el cielo y empezamos a volar todo lo rápido que nos lo
permitían nuestras vaporosas alitas.
Cerré los ojos cuando noté que
el brillante cielo que me rodeaba se convertía en la cuna de unas neblinas que
me envolvieron inevitable e irrevocablemente. Cerré todo el flujo de deseos que
emanaba de mi alma para no errar en mi camino. Lo único que noté cuando ya
empezaba a marcharme de Lainaya era que de mis ojos no dejaban de brotar unas
lágrimas espesas que me presionaban los párpados con fuerza, como si quisiesen
lograr que abriese los ojos para ver el último haz de luz que Lainaya me
enviaba como despedida.
Sin embargo, aunque la presencia
de Scarlya me serenase, aún así necesitaba suspirar para liberar mi tristeza,
pero mantuve detenida mi respiración hasta que percibí que algo me absorbía con
fuerza desde un lugar inconcreto. Un vacío histérico gritó en mi vientre y
estuve a punto de chillar, pero me contuve. Todavía no había dejado de llorar.
Los recuerdos de los últimos momentos que había vivido en Lainaya no cesaban de
brillar en mi memoria, pero mi mente se negaba a experimentarlos.
A la vez que regresaba a mi
mundo, a mi austero y pobre mundo, noté que algo se quebraba en mi interior. Me
pareció detectar un grito de impotencia, pero atribuí aquella percepción a mi
imaginación. Sentí un dolor muy fuerte en el vientre que, sin embargo, fue
silenciándose a medida que me alejaba de Lainaya. No necesité preguntarme qué
había ocurrido. Además, justo entonces Scarlya me presionó la mano con tanta
fuerza que creí que me la desharía.
De pronto, percibí que algo me
esperaba por debajo de mi vuelo. Tal vez fuese la tierra que creaba el suelo de
ese mundo donde yo no deseaba habitar; ese mundo que, sin embargo, debía ser mi
irrevocable hogar.
Abrí los ojos sin poder
evitarlo, casi como si fuese una necesidad de mi cuerpo. Noté que mi piel
cambiaba justo cuando el viento de la Tierra me acogía de nuevo en su soplar.
Capté que el aire olía a enfermedad, a destrucción, a incendios, a
contaminación; pero intenté que aquellas percepciones no me sobrecogiesen. No
comprendía por qué me parecía que aquella atmósfera tenía una fragancia tan
espesa, pero enseguida entendí que podía aspirar más nítidamente su asfixiante
olor porque había recuperado la agudeza de mis sentidos vampíricos. Además,
comparado con el puro aire de Lainaya, cualquier viento de cualquier mundo
tiene una tonalidad mucho más brumosa y turbia.
—
Ya hemos regresado. Vuelvo a ser vampiresa otra vez —susurró Scarlya.
Su voz sonó casi lejana, como si
todavía me hablase desde Lainaya. Sin embargo, su presencia no compuso, en
ningún momento, el centro de todas las percepciones que captaban mis sentidos.
Lo único que experimentaba era que mi ser estaba anegado en sensaciones que me
costaba sentir.
Algo pesaba en mi interior y no
era solamente la sensación de la sed, sino sobre todo una melancolía que no
tenía ni principio ni fin, una melancolía que me revelaba que nunca había deseado
tan y tan poco regresar a casa.
No obstante, algo me esperaba al
otro lado de esa emoción. Se trataba de mi destino, el que estaba formado por
Eros y por todos los seres que me querían sin límites; pero me preguntaba qué sentido
tenía vivir junto a ellos si los había traicionado. No me había importado
alejarme para siempre de ellos. Solamente había anhelado quedarme en Lainaya
eternamente, y nada había enturbiado aquellas ansias. No tenía sentido regresar
junto a Eros. Sin embargo, también podía reconocer que lo había extrañado
inmensamente y que plantearme la posibilidad de no volver a verlo nunca más me
había destrozado el alma. Lo quería, lo amaba, pero algo me revelaba que
aquello ya no era suficiente.
Poder ser feliz junto a él no
consistía únicamente en amarnos. Había algo más. Se trataba del deseo de formar
parte de la misma vida. Si uno de los dos ya no anhelaba caminar junto al otro
por la senda que el destino nos ofrecía, entonces todo carecía de importancia,
incluso el amor que nos profesábamos. No era querer vivir a su lado por amarlo
lo que volvía hermosa nuestra relación. Era saber que ambos ansiábamos
hallarnos en el mismo camino. Y por mi parte... aquello no había sucedido así.
Yo había roto nuestro hado al querer abandonar para siempre mi vida y
permanecer en Lainaya. El amor no era un motivo tan potente que me hiciese
regresar a su lado sonriéndole con felicidad. Me faltaba el aliento, las ganas
de vivir allí, de intentar ser feliz de nuevo. Carecía del ímpetu que me permitiría
caminar por nuestro mundo.
No obstante, a pesar de que
todas aquellas certezas me aplastasen como si de grandes rocas se tratase, me
alcé del suelo y empecé a caminar por aquel bosque que, aunque fuese
inmensamente hermoso, comparado con los que creaban el mundo de Lainaya, me
parecía sombrío, lleno de neblinas densas que lo oscurecían todo, incluso me
parecía falto de vida y de luz. Scarlya andaba a mi lado, en silencio; pero de
pronto rompió aquella tensa falta de palabras y, con una voz anegada en
emoción, me comunicó:
—
Creo que lo mejor es que te deje sola. Noto que tienes muchas cosas en
las que pensar. No sé cuándo volveremos a vernos, Sinéad. No sé dónde iniciaré
mi nueva vida; pero quiero que sepas que, dondequiera que vaya, tú siempre
serás la estrella que más me guiará, que más relucirá en mi corazón. Eres lo
más bonito que me ha ocurrido nunca. Creo que mi vida tiene sentido porque te
conocí. Después de haber vivido un tiempo en Lainaya, estoy más segura de que
nada podrá ser más hermoso que todos los momentos que compartí contigo; unos
momentos irrecuperables e insuperables. Gracias por todo, Sinéad. Por favor,
intenta que la crueldad de la vida no te cambie nunca. Eres demasiado mágica.
No importa dónde te halles, pues tu magia es imperecedera. No permitas que nada
la apague, por favor. Lucha por ser siempre tú misma, siempre. Perdónate los
errores que cometes y haz de ellos una enseñanza que te ayude a caminar por
este mundo tan adverso y lleno de maldad. Yo también trataré de renacer
quedándome únicamente con los instantes más luminosos que he vivido. No pierdas
nunca la esperanza. Puedes ser feliz pese a todo...
—
Gracias, Scarlya —le contesté con lágrimas en los ojos.
Tras darnos un abrazo casi
eterno, Scarlya se separó de mí y empezó a correr entre los árboles. Me costaba
aceptar que de nuevo la hubiese abrazado siendo su cuerpo tan gélido e
invencible; pero entonces comprendí que Scarlya tampoco podía tener otra forma,
otra vida. Lainaya era muy mágica, era el mundo más mágico que siempre existirá;
pero nosotras no podíamos pretender pertenecer al destino de una tierra donde
no nacimos; una tierra que no nos otorgó la inocencia de su luz cuando abrimos
los ojos a la vida.
Cuando me quedé sola, reanudé mis
pensamientos. Sí, era cierto que mi alma había permanecido anegada en dudas y
miedo desde que me había despertado aquel día; pero en esos momentos ya podía
notar cómo nacía por dentro de mí el empiece de unas ansias de vivir, de
luchar. Las palabras de Scarlya me habían animado irrevocable y tiernamente.
Caminé hasta llegar a la ciudad
donde se encontraba el hogar que compartía con Eros. ¿Cómo reaccionaría al
verme? Tenía miedo a aparecer ante él y ser rechazada, pero era consciente de
que aquello era en verdad lo que me merecía.
Ignoré todos esos pensamientos y
continué caminando hasta hallarme al fin ante la puerta que me permitiría
adentrarme en aquel pisito que debía considerar mi único hogar. No tenía
fuerzas para correr ni para respirar hondamente, pero, aún así, abrí la puerta
con mi mente y me introduje allí. El silencio que lo envolvía todo me
sobrecogió profundamente. Me parecía como si en aquel lugar no hubiese vivido
nadie en años. Sin embargo, al instante me di cuenta de que no estaba sola.
Alguien se hallaba en la alcoba que tanto nos pertenecía a Eros y a mí.
Enseguida supe que era él quien se encontraba allí, tal vez sumido en un sueño
provocado para alejarse de aquel insoportable presente.
Me dirigí hasta allí y me quedé
completamente sorprendida cuando descubrí a Eros sentado en nuestro lecho con
un libro en las manos. Al oírme llegar, alzó los ojos y se quedó perplejo al
verme allí, ante él, mirándolo con temor y vergüenza.
—
Sinéad.
Pronunció mi nombre como si no
se creyese que me hallaba ante él. Se alzó de donde estaba sentado y se situó
enfrente de mí. Me miraba con incredulidad y a la vez emoción, pero estaba tan
ofendido que apenas le brillaban los ojos.
—
¿Qué ha ocurrido?
—
Eros...
—
Dime, ¿qué ha ocurrido?
—
Primeramente, me gustaría pedirte perdón, Eros. Sé que no me he
comportado bien.
—
¿Por qué?
—
Sabes perfectamente lo que ha ocurrido. No quise regresar. Volví a
Lainaya porque no quería retornar a este mundo. No soporto vivir aquí, Eros.
—
Entonces, ¿por qué has vuelto? —me preguntó con frialdad.
—
Porque Ugvia así lo ha decidido y todas las hadas reinas de Lainaya la
han apoyado. Al regresar, nuestro hijito ha muerto.
—
Así pues, no estás aquí porque hayas querido volver conmigo, ¿verdad?
—
Sí deseaba volver contigo. Sí deseo vivir eternamente a tu lado, pero
no en este mundo. Sin embargo, tú no quieres habitar en Lainaya.
—
Por supuesto que no. Ese no es nuestro destino, Sinéad.
—
Siento mucho que esté ocurriendo esto.
—
Yo lamento más que lo sientas, pues para mí ha quedado todo muy claro
ya, Sinéad.
—
¿Qué quieres decir?
—
Nuestro amor no te parece suficiente razón para ser feliz. Entonces no
tiene sentido que sigamos juntos, ¿no crees?
—
Te equivocas. Si nos separamos, todo será más difícil... —protesté sin
saber qué decir. Noté que las piernas me temblaban.
—
Será más difícil para ti porque ahora tienes muy pocos motivos para
ser feliz y para sentirte dichosa y, si yo te dejo, menos razones tendrás para
sonreír a esta vida que tanto y tanto te ha costado conservar, Sinéad.
—
No me dejes, Eros —le pedí a punto de ponerme a llorar.
—
No llores, Sinéad. Creo que será lo mejor para los dos. Tú no
encuentras en mí las razones para vivir y yo ya no puedo encontrar en ti la luz
que adorne mi vida. Algo se ha quebrado, Sinéad, y creo que es para siempre. Yo
no puedo estar eternamente pendiente de la frágil alma de un ser como tú,
¿entiendes? El amor no consiste únicamente en apoyar al ser que amas en todos
sus momentos, incluso en los peores. El amor es algo mucho más fuerte, Sinéad,
es ser parte de una misma vida, de un mismo mundo, y creo que tú y yo ya no
formamos parte de una misma vida ni de un mismo mundo. Creo que también lo
piensas.
—
Sí, así es —reconocí con tristeza. Aquellas ganas de luchar por
nuestra vida se desvanecieron como lo hace un suspiro en medio de una tormenta.
No merecía la pena que quisiese esforzarme por reconstruir nuestra vida si él
no estaba dispuesto a hacerlo—. No es conveniente que nos engañemos creyendo en
un futuro que no puede existir.
—
Puede que, en algún futuro lejano, cuando entiendas cuánto vales y
cuánto valor tiene la vida en la que existes, podamos unirnos de nuevo; pero,
por el momento, creo que no es posible construir una vida juntos.
—
Lo entiendo. No tienes por qué cargar con el peso de un alma tan
destruida, inconforme y herida como la mía. No quiero que tu presente se llene
de lágrimas. No quiero que seas infeliz. Reconozco que serás mucho más libre
sin mí.
—
Solamente te pido que seamos amigos, Sinéad, que no rompamos
definitivamente nuestra relación. Te quiero mucho, y no quiero perderte,
Sinéad.
—
De acuerdo.
—
Te recomiendo que vayas a vivir junto a Leonard. Se siente muy solo.
—
Todo será como al principio —musité con una voz casi inaudible.
—
Será lo mejor para que te cures, Sinéad. Tú no estás bien.
—
No. No estoy bien. Siento mucho que esto esté ocurriendo.
—
No hagas ninguna locura, por favor, Shiny.
—
Ya no me llames así, por favor —le pedí empezando a llorar sin poder
evitarlo. Cuando noté que mi llanto se volvía profundo e inconsolable, me
volteé para que Eros no percibiese mi derrota—. Ven a verme cuando lo desees
—le ofrecí intentando que mi voz fuese clara, pero sonó temblorosa y
susurrante.
—
Hazlo tú también —me contestó con una voz trémula.
No quise mirarlo a los ojos por
última vez. Corrí hacia el salón para saltar por la ventana y alejarme de aquel
hogar que acababa de perder antes de que Eros advirtiese que había empezado a
llorar desconsoladamente. No obstante, antes de marcharme, oí que Eros me
comunicaba aún desde nuestra alcoba:
—
Llevaré tus cosas al hogar de Leonard mañana mismo.
No le contesté. Me lancé hacia
el cielo de la noche sin pensar en nada, solamente sintiendo cómo mi alma se
resquebrajaba irrevocablemente. Volé temblorosamente por entre las nubes de
aquella noche tan cálida y a la vez fría para mí. La luna brillaba con una fuerza
casi insoportable desde la lejanía del Universo, pero ni siquiera su luz me
serenaba. Todo estaba oscuro y gélido a mi alrededor. No obstante, era
plenamente consciente de que me merecía todo aquel sufrimiento y todo el que
aún me quedaba por experimentar.
2 comentarios:
Menos mal que Adina le apoyó, en ella tenía una gran amiga. Sigo pensando que han sido muy estrictas y han sentido poca empatía por ella. Unas pocas lágrimas al final y poco más. Creo que debe cerrar una etapa de su vida, y Lainaya tiene que ser ya un pasado. Aunque hay seres maravillosos allí que le han apoyado y es un lugar precioso, está claro que allí no es bien recibida. Después de esto, debe empezar de cero. No debe dejarse llevar por la melancolía, los recuerdos y sus vivencias allí vividas. No es la primera vez que comienza una nueva vida, y seguro que lo hará genial. Scarlya yo creo que está incluso más perdida que ella. También le vendrá bien alejarse un tiempo. Es curioso, las dos ya no tienen a sus parejas por las que tanto han sufrido y luchado. Para Eros ese bebé no significaba nada (me sentí fatal cuando al volver a este mundo se desvaneciese y ella lo notase), parece que nadie comprende que para ella era importante y que lo quería. Les importa un pimiento...En estos momentos Eros y ella tienen una visión muy diferente de la vida y no es mala idea que se separen. Me da mucha pena que se separen...espero que sea temporal y que ambos se aclaren. Ahora vuelve a su antigua vida, con Leonard. Me veo venir que se deprimirá mucho...y no sé si Leonard será capaz de animarle, con todo lo de Scarlya. ¡A ver que ocurre! Felicidades, otro gran capítulo!!!
He leído el capítulo con un nudo en la garganta durante la mayor parte del tiempo. Quizá la conclusión más evidente de todo es que un mismo ser no puede habitar impunemente en mundos distintos, porque cuando esas visitas son algo más que un momento fugaz el alma se divide y no está bien en ninguno de los mundos, ni siquiera en aquél que le pertenecía de inicio. La solución que finalmente ha propuesto Ugvia es la única lógica, aunque me dé pena, pero en todo caso es menos irreversible, porque creo que Sinéad podrá volver a Lainaya alguna vez, al revés ya no era posible, y pensar que aquí nos quedaba un puñado de cenizas me parecía tristísimo, no puedo evitar pensar que yo estoy de este lado, y que por tanto también perdía con Sinéad confinada en Lainaya, un mundo en el que las hadas se ven forzadas a sonreír, esa frase me ha impactado mucho. Me encanta también recuperar a Scarlya, y por otro lado saber que Courel es posiblemente un vampiro, quién sabe si del pasado de Sinéad, me ha parecido también un hallazgo literario, verdaderamente Lainaya me entusiasma, es un mundo complejo que no tiene fin. De vuelta, la reacción de Eros es, cuando menos, entendible, aunque creo que se equivoca de medio a medio, ahora le tocaba apoyar a Sinéad y no proponer esta separación tan dolorosa para ambos. Confío en que de nuevo el amor se restablezca, a veces han hecho falta décadas para solucionar problemas de relación, pienso en el nacimiento de Sinéad, ¡cuántos años pasaron antes de saber siquiera que había más vampiros en el mundo! Paciencia, el tiempo para los vampiros es algo diferente que para nosotros. Pero Leonard, Sinéad, y todos los demás forman ya parte de mi vida también, y procurar su felicidad es conseguir un poquito de la mía así que ¡no seas mala! Es evidente que los resortes que mueven el ánimo del lector ya no tienen secretos para ti, cada día escribes mejor.
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