sábado, 1 de agosto de 2015

REGRESANDO A LAINAYA - 09. DEBES VOLVER A CASA


REGRESANDO A LAINAYA
09
DEBES VOLVER A CASA
Un gran salón lleno de luz, de colores vivos y de aires templados me acogió inesperadamente como si de un nuevo hogar se tratase. Linviur me asió del brazo cuando nos adentramos en aquella luminosa y amplia sala de paredes relucientes y de techo alto. El suelo estaba cubierto por una alfombra mullida de color azul celeste y en el centro había una gran mesa de cristal adornada con grandes y resplandecientes fuentes que contenían frutas suculentas partidas a fragmentos jugosos y apetecibles. Al percibir aquella comida tan gustosa, el hambre más intensa se despertó por dentro de mí; mas no lo expresé en ningún momento.
Linviur me condujo hacia una silla de color blanco, de respaldo alto y decorada con mullidos cojines. Me senté allí incapaz de creerme todo lo que estaba viviendo. Pensaba que me hallaba sumergida en un sueño brillante, mágico e interminable. Me parecía como si todo mi alrededor formase parte de un escenario donde próximamente mi vida cambiaría irreversiblemente.
Creí que el silencio sería la única conversación que adornaría aquel instante, pero de pronto se adentró en aquella sala un pequeño grupo de estidelfs que hablaban y reían animadamente. Al verme, todos enmudecieron y me miraron con sorpresa y a la vez complacencia. Entre ellos, reconocí a Adina (me sorprendió que estuviese allí, ya que sabía que ella no era hija de Galeia), a Almur y a muchos estidelfs más que nos acompañaron al palacio de Lumia. Los que no me conocían me sonrieron intrigados. No obstante, yo era consciente de que, aunque nunca me hubiesen visto, sabían perfectamente quién era. Me parecía que todos los habitantes de Lainaya tenían noción de lo que había acaecido conmigo.
     Sinéad desayunará con nosotros y después algunos la acompañaremos a la región del otoño para que converse con todas las reinas de Lainaya —les explicó Linviur con amabilidad.
     Yo no entiendo por qué no puede quedarse. No veo nada de malo en que viva aquí si es lo que desea —expresó Adina con lástima—. Con su presencia, tengo la sensación de haber recuperado la mejor amiga que la vida ha podido regalarme. Si se marcha, de nuevo se adueñará de Lainaya un vacío que ninguna de las hadas que la habitamos podrá suplir jamás. Sinéad es mágica y con su magia hace que este mundo brille mucho más.
     Pero éste no es su hogar: eso es lo único que les importa a las reinas de Lainaya —la contradijo una estidelfs de cabellos dorados y trenzados, de ojos grandes y verdosos—. A mí también me gustaría que se quedase con nosotros para siempre, pero no es posible.
     ¿Acaso conocéis lo que se ha decidido sobre su futuro? —les preguntó Linviur con extrañeza.
     No, pero nos lo imaginamos —le respondió Adina.
     No entiendo nada. Si no ha habido ningún problema en que Scarlya se quede con nosotros, ¿por qué tiene que haberlo con Sinéad? —se cuestionó Almur; aquel estidelf tan seductor y de apariencia tan graciosa.
     Yo tampoco lo entiendo, ciertamente —adujo Linviur—; pero ahora no debemos preocuparnos por eso. Comamos y después ya conoceremos todo lo que sucederá.
Yo no pude comer. La poca hambre que se me había despertado al entrar en aquella sala se había desvanecido. Al escuchar todas las palabras que aquellos estidelfs intercambiaban sobre mi futuro, se habían adueñado de mi estómago unos punzantes nervios que me impidieron ingerir el más sutil fragmento de aquellas deliciosas frutas. No obstante, nadie me obligó a comer ni tampoco me insistieron en que debía hacerlo. Comprendían, perfectamente, cómo me sentía.
Cuando todos hubieron desayunado, Linviur les pidió a algunos de ellos que nos acompañasen a la región del otoño. Salimos de aquel hogar seguidos por Adina, por Almur y por dos estidelfs más, una de ojos claros y pelo castaño y otro de cabellos rubios como el trigo y de ojos pequeños y redondos. Salvo Adina, todos reían animadamente y conversaban sobre cualquier cosa, aunque ésta careciese de importancia.
El camino a la región del otoño se me hizo largo como un día sin nieve. El calor que vagaba sobre aquella tierra de vez en cuando pretendía asfixiarme; pero me consolaba recordar que ya no era una frágil niedelf que podía derretirse bajo la incandescente templanza del verano. Era una heidelf que podía soportar aquellas tibias temperaturas sin desfallecer.
Al fin, la senda que seguíamos cambió de apariencia. Ya no estaba cubierta por un sinfín de hierbas secas y orillada por árboles repletos de hojas casi temblorosas, sino que, de repente, me apercibí de que nos rodeaba un mágico bosque de abetos altos y frondosos y de hayas que estaban empezando a perder su espesura. La temperatura que creaba nuestro alrededor se volvió menos densa y un viento más fresco empezó a soplar, agitando las ramas de los árboles con cuidado y creando una melodía muy serena que me acarició el alma. Ya estábamos llegando a la región del otoño.
Aunque el trayecto se me hubiese hecho largo, me sorprendió que hubiésemos llegado tan rápido al hogar de Brisita. Enseguida reconocí los campos que rodeaban su majestuoso y brillante palacio. La voz del río donde me había bañado con Eros hacía unos días (era incapaz de saber cuánto tiempo había transcurrido ya) sonaba con timidez entre las rocas. Me estremecí cuando el recuerdo de aquella tierna y romántica mañana invadió toda mi memoria. Una punzada de dolor me atravesó el alma y estuve a punto de empezar a llorar, pero me contuve. Lo cierto era que me sentía tan nerviosa que era incapaz de prestarles una atención equilibrada a mis emociones.
     Ya estamos llegando, Sinéad —me anunció Linviur tomándome del brazo.
     Reconozco estos lugares. Allí está el hogar de Brisa —le contesté intentando sonreírle con amabilidad. Lo logré a pesar de lo nerviosa que me sentía.
     Exactamente. Creo que a nosotros no nos corresponde acompañarte hasta su hogar y entrar allí, por lo que te aguardaremos en este bosque por si necesitas algo. Nos bañaremos en el río para refrescarnos. ¿Os parece bien la idea? —les preguntó a los estidelfs que nos seguían.
     ¡Sí! —contestaron todos, salvo Adina, con energía y felicidad.
Así pues, me dirigí a solas hacia el palacio de Brisita y entré allí con los nervios punzándome todo el cuerpo. No me atrevía a vivir sola aquella situación, pero tampoco me había sentido capaz de pedirle a alguien que me acompañase. Sin embargo, cuando estaba a punto de adentrarme en la sala donde sabía que todas me aguardaban, alguien me tomó con delicadeza de la cintura para detenerme. Me sobrecogí cuando descubrí que se trataba de Adina. Verla a mi lado me produjo una inmensa sensación de alivio y felicidad, pero no supe expresarlo ni siquiera con la mirada. Los nervios y el miedo me paralizaban irrevocablemente.
     No quería dejarte sola —me comunicó con cariño mientras se situaba a mi lado.
     Muchas gracias, Adina.
     Te acompañaré porque también tengo algo que decir. Además... sé que próximamente me convertiré en la siguiente reina del verano —me confesó entornando los ojos. Noté que le brillaban de entusiasmo y alegría—; pero todavía queda mucho para que llegue ese momento. Ven, vayamos... Están esperándonos en la sala donde conociste a los hijitos de Brisita.
     ¿Cómo sabes todo lo que ha ocurrido?
     Porque ella misma me lo ha contado —me sonrió con cariño—. Sinéad, quiero que sepas que, aunque tu destino no esté en Lainaya, en mi corazón siempre tendrás un hogar donde puedes protegerte. Eres como una hermana para mí y lamento mucho que no hayamos nacido en la misma tierra. Estoy segura de que siempre habríamos sido una para la otra un apoyo incondicional. Sé que para ti es difícil existir lejos de nosotras y de nuestro mundo; pero debes aceptar los designios de tu vida, Sinéad. Scarlya tampoco debería quedarse aquí, pero no existe fuerza ni celestial ni terrenal que la ate a su otra vida; pero contigo no sucede lo mismo, Sinéad.
Adina me hablaba con franqueza, a punto de emocionarse. Su sinceridad me parecía tan pura e inocente que no pude evitar abrazarla con todo mi cariño. Entonces Adina empezó a llorar silenciosamente entre mis brazos. Intenté serenarla acariciándole la cabeza y la espalda, pero su llanto se volvía cada vez más incontrolable. Cuando transcurrieron unos cuantos momentos, se separó levemente de mí y, mirándome hondamente a los ojos, me confesó:
     Lo siento. Lamento haberme derrumbado, pero es que hace mucho tiempo que no hablo con nadie. Nunca le he confesado a ninguna hada lo mucho que extraño a mi mamá. Me percibo desprotegida sin ella. Desde que se marchó, nada ha vuelto a ser igual, Sinéad. Y tú eres la única que puede comprender mi dolor. Haber nacido en otro mundo y en otro cuerpo te permite experimentar sensaciones y sentimientos que en Lainaya casi no tienen vida. Todas las hadas que aquí vivimos estamos forzadas a sonreír siempre, pues la naturaleza que nos rodea es maravillosa; pero nadie se molesta en explorar en su interior para encontrar los verdaderos sentimientos que invaden nuestra alma. Se supone que tenemos que aceptar la pérdida de los seres queridos porque al irse se convierten en algo que morará siempre en la naturaleza; pero eso no facilita nada, Sinéad. Dime, ¿dónde quedan todos esos momentos que deseo vivir con mi mamá? A mí no me sirve saber que ahora es fuego o aire. No me sirve porque yo no puedo comunicarme con ella. Yo lo que anhelo es poder cuidarla, mirarla a los ojos, escuchar su sabia voz, y nada de eso es posible ya... A veces me gustaría desaparecer como ella, convertirme en humo y vagar eternamente por el firmamento de Lainaya sin sentir nada, nada...
Hacía mucho tiempo que nadie me hablaba con tanto sentimiento. Las palabras de Adina parecían nacer de la tristeza más absoluta e inconsolable. Comprendía perfectamente cómo se sentía, pero no sabía qué podía hacer para serenarla. Lo único que me permitía a mí misma era acariciarle los cabellos y retirarle las lágrimas que rodaban brillando por sus mejillas. Adina me agradecía aquellos gestos con sonrisas que volvían más reluciente la pena que refulgía en sus ojos.
     Tienes un alma muy pura, Adina. Sé cómo te sientes, de veras. Me gustaría que pudiésemos vivir en este mundo o en cualquier otro para superar juntas las pérdidas que tanto nos torturan...
     Por eso te defenderé, Sinéad. No me importa si tengo que enfrentarme a la reina de Lainaya. He acudido al hogar de Galeia para poder acompañarte hasta aquí
     Gracias, Adina.
     Creo que no debemos perder más tiempo. Entremos antes de que sea demasiado tarde. Por favor, prométeme que, decidas lo que decidas, estarás respondiendo a tus deseos, estarás escuchando a tu alma. Prométemelo, por favor.
     Te lo prometo, Adina.
     Gracias —me sonrió con tanto cariño que no pude soportarlo—. Vayamos, pues.
Adina me tomó de la mano y me la presionó con mucha ternura. Me conmovía que aquella estidelf me quisiese tanto. Intenté saber por qué me tenía tan alta estima, y entonces me acordé de aquella noche en la que la había consolado por la pérdida de su madre. Además, sabía que Adina era consciente de cuánto me había esforzado por acabar con la oscuridad que deseaba exterminar el mágico mundo de Lainaya.
Nos adentramos en la sala donde todas las hadas reinas de Lainaya nos aguardaban. Al entrar allí, todas nos miraron con extrañeza, especialmente a Adina. No obstante, nadie le replicó nada. Me senté junto a ella y a Galeia en una silla de madera, enfrente de Brisita, quien parecía tener la mirada perdida por pensamientos inalcanzables.
     Muy bien. Ya estamos todas —principió Galeia con serenidad.
     Sinéad, hemos consultado con Ugvia qué debemos hacer contigo —me comunicó Laudinia con cariño.
     Y Ugvia nos ha informado de que te ofrece otra oportunidad para regresar —prosiguió Zelm con felicidad.
     Si la desaprovechas, solamente quedará de ti en tu mundo las cenizas de tu existencia. Eros no se encontró con ellas porque Ugvia todavía deseaba ofrecerte esta oportunidad —me explicó Brisa con severidad—. Si la desaprovechas, jamás podrás regresar a tu mundo, jamás, ni siquiera en sueños, y tampoco podrás saber qué sucede allí. La naturaleza no te entregará la posibilidad de asomarte al lago mágico para comprobar cómo discurre la vida de los seres queridos que has abandonado.
     Así que debes pensar muy bien qué deseas hacer, Sinéad, si quedarte o marcharte —me instó Galeia nerviosa.
     Lo que no entiendo es por qué me he quedado embarazada si no puedo dar a luz a este hijo. ¿Qué sentido tiene que Ugvia me haya enviado otro hijo si puedo perderlo?
     Lo ha hecho para que entiendas cuánta importancia tiene tu vida —me respondió Brisa.
     Exactamente. En este caso, tienes que decidir entre tu vida o la de ese hijo que llevas en tu vientre —apuntó Zelm con tristeza.
     ¿Y por qué? —exclamé excesivamente nerviosa.
     Porque llevas mucho tiempo quejándote de tu vida, insistiéndote a ti misma en que no consigues ser feliz en el otro mundo —me desveló Brisa.
     No sé qué hacer —me sonrojé—. No quiero matar a nadie, ni a mí ni a esta hadita que está creciendo en mí...
     Nosotras tampoco queremos que muráis ni tú ni ella —me correspondió Adina— y, en mi opinión, tampoco quiero que te marches. Sé que puedes ser mucho más feliz en Lainaya.
     Pero tu destino no era ser hada para siempre, Sinéad —me reveló Brisa—. Lo lamento mucho, pero tienes que regresar a tu mundo, y tienes que hacerlo antes de que se te niegue la oportunidad de volver.
     Pero entonces no soy yo quien decide sobre mi vida, sino vosotras.
     Es cierto. No tienes otra opción, me temo —me confirmó Zelm con mucha lástima.
     No quiero regresar a ese mundo tan corrompido —me negué con lágrimas en los ojos.
     Sinéad, piensa en Eros, piensa en Leonard. ¿Acaso ellos no significan nada para ti? —me apremió Brisa.
     Sí, sí lo son; pero... no puedo —lloré sin poder evitarlo—. En ese mundo tan destruido me siento nadie, siento que estoy perdiendo la esencia que me crea.
     Eso no es cierto, Sinéad. Eres una vampiresa muy poderosa y mágica. Si te marchas para siempre de esa vida, entonces estarás arrebatándole a la Tierra la oportunidad de albergar en su destruido seno a un ser que la ama con todo su corazón. Sinéad, ese mundo te necesita. Es cierto que no puedes hacer nada para curar a la naturaleza de la enfermedad que la ataca, pero sí puedes conseguir que la vida sea mucho más hermosa allí. Por favor, no te quedes aquí, Sinéad. No le quites la vida a tu esencia, a tu ser, a lo que has sido siempre. Yo te quiero con todo mi corazón, mamá, y deseo con toda mi alma que pudieses vivir conmigo eternamente; pero no puedo ser egoísta, mamá. Tienes que volver —me declaró Brisita llorando también.
     No hay vuelta atrás, ¿verdad? Vuestra decisión es irrevocable —musité agachando la mirada.
     Sí, lo es —contestaron todas las hadas reinas al mismo tiempo.
     Pero no es justo —protestó Adina con lágrimas en los ojos—. Ella no desea quedarse. Ella quiere vivir en Lainaya. Y no quiere matar al hijito que está creciendo en su vientre.
     Por esa hadita no te preocupes, Sinéad. Ugvia le asignará otro destino —intentó serenarme Zelm. Brisa no fue capaz de decirme nada sobre mi embarazo.
     Sinéad tiene que volver. Es lo que desea —apuntó Brisa con una voz trémula.
     ¡No quiere hacerlo! —exclamó Adina con impotencia.
     No es cierto. Tiene miedo. Está asustada. Mírala a los ojos. No está segura de querer abandonar para siempre lo que es —la contradijo Brisita con cariño y muchísima lástima—. Ugvia le permitirá vivir en nuestro mundo cuando perciba que está realmente segura de querer habitar en esta mágica tierra siendo hada para siempre. Mientras capte inseguridad y temor en su alma, no dejará de ofrecerle oportunidades para que regrese a su verdadera vida. Ugvia le debe mucho a Sinéad. Le debe la vida, ciertamente, por eso nunca la desprotegerá. ¡Por supuesto que a mí me gustaría que mi mamá se quedase conmigo para siempre! Pero todavía no ha llegado el momento de que eso ocurra.
No tenía nada más que decir. Aunque mi corazón se hubiese impregnado de tristeza y la lástima más profunda me hubiese anegado toda el alma, no podía luchar contra la decisión que todas las hadas de Lainaya habían tomado, y mucho menos si ésta provenía de Ugvia. Así pues, a pesar de que la pena más honda ahogase mi voz, les agradecí con cariño todo lo que habían hecho por mí. No quise abrazar a ninguna de aquellas hadas para despedirme de ellas, pues sabía que, si lo hacía, me derrumbaría inevitablemente. Sin decir nada más, me dirigí hacia el exterior. Corrí por aquellos luminosos pasadizos hasta llegar a la puerta que me permitiría huir de ese lugar donde yo había abandonado la última estela de mis esperanzas. Antes de salir de aquel hermoso y majestuoso palacio, oí que Brisa le ordenaba a Adina que no me siguiese, que me dejase a solas, que no me forzase a nada ni provocase que aquellos momentos fuesen mucho más complicados.
Estaba preparada para regresar a mi mundo. Solamente me faltaba empezar a correr deseando que se abriese ante mí un portal que me permitiese abandonar la mágica e inocente tierra de Lainaya; mas, antes de que pudiese comenzar a anhelar marcharme de allí, alguien me llamó con desesperación y urgencia. Con curiosidad y temor, me volteé para comprobar quién me había apelado tan sentidamente.
Vi a Scarlya corriendo entre los árboles, pidiéndome desesperadamente con la mirada que no me moviese, que la aguardase. Lo que más me sobrecogió fue descubrir que Courel también corría en pos de ella. Los esperé intranquila y, al fin, lograron situarse ante mí. Ambos tenían la respiración agitada.
     No queríamos que te marchases sin que pudieses despedirte de nosotros —me comunicó Courel recuperando el aliento.
     Sinéad, por favor, perdóname —me pidió Scarlya de repente con lágrimas en los ojos—. Perdóname por ser tan egoísta, por no pensar bien en las consecuencias de mis actos.
     No tienes ningún motivo para pedirme perdón, Scarlya. Es tu vida, y tú eres la única que puede decidir cómo debe ser.
     No se refiere a eso —adujo Courel con pena—. Scarlya quiere volver contigo.
     ¿Cómo?
     Sí, quiero volver —confirmó con una voz entrecortada—. Nadie acepta que yo viva en este mundo para siempre. Ni siquiera mi alma se siente completa hallándose encerrada en este cuerpo.
     Pero... creo que no puedes regresar, Scarlya —la contradije con temor.
     Sí, sí puede regresar. Ugvia le ha ofrecido otra oportunidad para que vuelva —me explicó Courel con serenidad.
     Pero...
     Sinéad, te prometo que no entorpeceré tu vida nunca más. Cuando regresemos juntas, desapareceré e intentaré rehacer mi vida en cualquier parte del mundo. Sé que no debo habitar cerca de Leonard después de todo el daño que nos hemos hecho. Creo que buscaré un rincón apartado de la sociedad para vivir en paz. Por favor, llévame contigo —me rogó tomándome con fuerza de las manos.
     Pero ¿cómo piensas que puedo negarte algo así, cariño? —le pregunté con lágrimas en los ojos. Me cuestioné si alguna vez había dejado de llorar. Sentía que llevaba plañendo desde que me había adentrado en Lainaya.
     Gracias, Sinéad, gracias.
     Entonces, partid antes de que se os haga más tarde. Antes de que os vayáis, quiero agradeceros que me hayáis permitido conoceros, aunque no haya percibido ni la mitad de vuestra magia. Nunca os olvidaré. Deseo que seáis felices dondequiera que viváis y que vuestra existencia esté llena de magia y amor. Os lo merecéis.
     Gracias, Courel. A mí también me ha gustado mucho conocerte. Eres muy especial —lo correspondí con vergüenza y ternura.
     Gracias por todo, Courel. Si no hubiese sido por ti... yo no habría encontrado paz en este mundo tampoco.
     Ojalá pudiese viajar con vosotras a la Tierra. Me gustaría ser vampiro —se rió Courel con mucha inocencia.
     Huy, no. No sabes lo que estás diciendo —me reí incómoda.
     Lo sé perfectamente, Sinéad... Lamento que no pueda contarte nada ahora. Algún día... posiblemente... sepas quién soy en verdad.
Tras aquellas palabras, las que Courel había pronunciado casi en silencio, aquel audelf tan entrañable desapareció sin que ni a Scarlya ni a mí nos diese tiempo a decirle adiós. Cuando se fue, entonces Scarlya me miró hondamente a los ojos tras haber deslizado su mirada por nuestro alrededor, captando, tal vez por última vez, toda la espléndida magia que nos rodeaba.
     Vayámonos ya, Sinéad —me pidió cerrando los ojos.
Así pues, sintiendo en mi cuerpo la fuerza de los deseos de Scarlya, empecé a correr tomándola todavía de la mano. Cuando creí que el aire que nos rodeaba se tornaría un camino deslumbrante, nos alzamos hacia el cielo y empezamos a volar todo lo rápido que nos lo permitían nuestras vaporosas alitas.
Cerré los ojos cuando noté que el brillante cielo que me rodeaba se convertía en la cuna de unas neblinas que me envolvieron inevitable e irrevocablemente. Cerré todo el flujo de deseos que emanaba de mi alma para no errar en mi camino. Lo único que noté cuando ya empezaba a marcharme de Lainaya era que de mis ojos no dejaban de brotar unas lágrimas espesas que me presionaban los párpados con fuerza, como si quisiesen lograr que abriese los ojos para ver el último haz de luz que Lainaya me enviaba como despedida.
Sin embargo, aunque la presencia de Scarlya me serenase, aún así necesitaba suspirar para liberar mi tristeza, pero mantuve detenida mi respiración hasta que percibí que algo me absorbía con fuerza desde un lugar inconcreto. Un vacío histérico gritó en mi vientre y estuve a punto de chillar, pero me contuve. Todavía no había dejado de llorar. Los recuerdos de los últimos momentos que había vivido en Lainaya no cesaban de brillar en mi memoria, pero mi mente se negaba a experimentarlos.
A la vez que regresaba a mi mundo, a mi austero y pobre mundo, noté que algo se quebraba en mi interior. Me pareció detectar un grito de impotencia, pero atribuí aquella percepción a mi imaginación. Sentí un dolor muy fuerte en el vientre que, sin embargo, fue silenciándose a medida que me alejaba de Lainaya. No necesité preguntarme qué había ocurrido. Además, justo entonces Scarlya me presionó la mano con tanta fuerza que creí que me la desharía.
De pronto, percibí que algo me esperaba por debajo de mi vuelo. Tal vez fuese la tierra que creaba el suelo de ese mundo donde yo no deseaba habitar; ese mundo que, sin embargo, debía ser mi irrevocable hogar.
Abrí los ojos sin poder evitarlo, casi como si fuese una necesidad de mi cuerpo. Noté que mi piel cambiaba justo cuando el viento de la Tierra me acogía de nuevo en su soplar. Capté que el aire olía a enfermedad, a destrucción, a incendios, a contaminación; pero intenté que aquellas percepciones no me sobrecogiesen. No comprendía por qué me parecía que aquella atmósfera tenía una fragancia tan espesa, pero enseguida entendí que podía aspirar más nítidamente su asfixiante olor porque había recuperado la agudeza de mis sentidos vampíricos. Además, comparado con el puro aire de Lainaya, cualquier viento de cualquier mundo tiene una tonalidad mucho más brumosa y turbia.
     Ya hemos regresado. Vuelvo a ser vampiresa otra vez —susurró Scarlya.
Su voz sonó casi lejana, como si todavía me hablase desde Lainaya. Sin embargo, su presencia no compuso, en ningún momento, el centro de todas las percepciones que captaban mis sentidos. Lo único que experimentaba era que mi ser estaba anegado en sensaciones que me costaba sentir.
Algo pesaba en mi interior y no era solamente la sensación de la sed, sino sobre todo una melancolía que no tenía ni principio ni fin, una melancolía que me revelaba que nunca había deseado tan y tan poco regresar a casa.
No obstante, algo me esperaba al otro lado de esa emoción. Se trataba de mi destino, el que estaba formado por Eros y por todos los seres que me querían sin límites; pero me preguntaba qué sentido tenía vivir junto a ellos si los había traicionado. No me había importado alejarme para siempre de ellos. Solamente había anhelado quedarme en Lainaya eternamente, y nada había enturbiado aquellas ansias. No tenía sentido regresar junto a Eros. Sin embargo, también podía reconocer que lo había extrañado inmensamente y que plantearme la posibilidad de no volver a verlo nunca más me había destrozado el alma. Lo quería, lo amaba, pero algo me revelaba que aquello ya no era suficiente.
Poder ser feliz junto a él no consistía únicamente en amarnos. Había algo más. Se trataba del deseo de formar parte de la misma vida. Si uno de los dos ya no anhelaba caminar junto al otro por la senda que el destino nos ofrecía, entonces todo carecía de importancia, incluso el amor que nos profesábamos. No era querer vivir a su lado por amarlo lo que volvía hermosa nuestra relación. Era saber que ambos ansiábamos hallarnos en el mismo camino. Y por mi parte... aquello no había sucedido así. Yo había roto nuestro hado al querer abandonar para siempre mi vida y permanecer en Lainaya. El amor no era un motivo tan potente que me hiciese regresar a su lado sonriéndole con felicidad. Me faltaba el aliento, las ganas de vivir allí, de intentar ser feliz de nuevo. Carecía del ímpetu que me permitiría caminar por nuestro mundo.
No obstante, a pesar de que todas aquellas certezas me aplastasen como si de grandes rocas se tratase, me alcé del suelo y empecé a caminar por aquel bosque que, aunque fuese inmensamente hermoso, comparado con los que creaban el mundo de Lainaya, me parecía sombrío, lleno de neblinas densas que lo oscurecían todo, incluso me parecía falto de vida y de luz. Scarlya andaba a mi lado, en silencio; pero de pronto rompió aquella tensa falta de palabras y, con una voz anegada en emoción, me comunicó:
     Creo que lo mejor es que te deje sola. Noto que tienes muchas cosas en las que pensar. No sé cuándo volveremos a vernos, Sinéad. No sé dónde iniciaré mi nueva vida; pero quiero que sepas que, dondequiera que vaya, tú siempre serás la estrella que más me guiará, que más relucirá en mi corazón. Eres lo más bonito que me ha ocurrido nunca. Creo que mi vida tiene sentido porque te conocí. Después de haber vivido un tiempo en Lainaya, estoy más segura de que nada podrá ser más hermoso que todos los momentos que compartí contigo; unos momentos irrecuperables e insuperables. Gracias por todo, Sinéad. Por favor, intenta que la crueldad de la vida no te cambie nunca. Eres demasiado mágica. No importa dónde te halles, pues tu magia es imperecedera. No permitas que nada la apague, por favor. Lucha por ser siempre tú misma, siempre. Perdónate los errores que cometes y haz de ellos una enseñanza que te ayude a caminar por este mundo tan adverso y lleno de maldad. Yo también trataré de renacer quedándome únicamente con los instantes más luminosos que he vivido. No pierdas nunca la esperanza. Puedes ser feliz pese a todo...
     Gracias, Scarlya —le contesté con lágrimas en los ojos.
Tras darnos un abrazo casi eterno, Scarlya se separó de mí y empezó a correr entre los árboles. Me costaba aceptar que de nuevo la hubiese abrazado siendo su cuerpo tan gélido e invencible; pero entonces comprendí que Scarlya tampoco podía tener otra forma, otra vida. Lainaya era muy mágica, era el mundo más mágico que siempre existirá; pero nosotras no podíamos pretender pertenecer al destino de una tierra donde no nacimos; una tierra que no nos otorgó la inocencia de su luz cuando abrimos los ojos a la vida.
Cuando me quedé sola, reanudé mis pensamientos. Sí, era cierto que mi alma había permanecido anegada en dudas y miedo desde que me había despertado aquel día; pero en esos momentos ya podía notar cómo nacía por dentro de mí el empiece de unas ansias de vivir, de luchar. Las palabras de Scarlya me habían animado irrevocable y tiernamente.
Caminé hasta llegar a la ciudad donde se encontraba el hogar que compartía con Eros. ¿Cómo reaccionaría al verme? Tenía miedo a aparecer ante él y ser rechazada, pero era consciente de que aquello era en verdad lo que me merecía.
Ignoré todos esos pensamientos y continué caminando hasta hallarme al fin ante la puerta que me permitiría adentrarme en aquel pisito que debía considerar mi único hogar. No tenía fuerzas para correr ni para respirar hondamente, pero, aún así, abrí la puerta con mi mente y me introduje allí. El silencio que lo envolvía todo me sobrecogió profundamente. Me parecía como si en aquel lugar no hubiese vivido nadie en años. Sin embargo, al instante me di cuenta de que no estaba sola. Alguien se hallaba en la alcoba que tanto nos pertenecía a Eros y a mí. Enseguida supe que era él quien se encontraba allí, tal vez sumido en un sueño provocado para alejarse de aquel insoportable presente.
Me dirigí hasta allí y me quedé completamente sorprendida cuando descubrí a Eros sentado en nuestro lecho con un libro en las manos. Al oírme llegar, alzó los ojos y se quedó perplejo al verme allí, ante él, mirándolo con temor y vergüenza.
     Sinéad.
Pronunció mi nombre como si no se creyese que me hallaba ante él. Se alzó de donde estaba sentado y se situó enfrente de mí. Me miraba con incredulidad y a la vez emoción, pero estaba tan ofendido que apenas le brillaban los ojos.
     ¿Qué ha ocurrido?
     Eros...
     Dime, ¿qué ha ocurrido?
     Primeramente, me gustaría pedirte perdón, Eros. Sé que no me he comportado bien.
     ¿Por qué?
     Sabes perfectamente lo que ha ocurrido. No quise regresar. Volví a Lainaya porque no quería retornar a este mundo. No soporto vivir aquí, Eros.
     Entonces, ¿por qué has vuelto? —me preguntó con frialdad.
     Porque Ugvia así lo ha decidido y todas las hadas reinas de Lainaya la han apoyado. Al regresar, nuestro hijito ha muerto.
     Así pues, no estás aquí porque hayas querido volver conmigo, ¿verdad?
     Sí deseaba volver contigo. Sí deseo vivir eternamente a tu lado, pero no en este mundo. Sin embargo, tú no quieres habitar en Lainaya.
     Por supuesto que no. Ese no es nuestro destino, Sinéad.
     Siento mucho que esté ocurriendo esto.
     Yo lamento más que lo sientas, pues para mí ha quedado todo muy claro ya, Sinéad.
     ¿Qué quieres decir?
     Nuestro amor no te parece suficiente razón para ser feliz. Entonces no tiene sentido que sigamos juntos, ¿no crees?
     Te equivocas. Si nos separamos, todo será más difícil... —protesté sin saber qué decir. Noté que las piernas me temblaban.
     Será más difícil para ti porque ahora tienes muy pocos motivos para ser feliz y para sentirte dichosa y, si yo te dejo, menos razones tendrás para sonreír a esta vida que tanto y tanto te ha costado conservar, Sinéad.
     No me dejes, Eros —le pedí a punto de ponerme a llorar.
     No llores, Sinéad. Creo que será lo mejor para los dos. Tú no encuentras en mí las razones para vivir y yo ya no puedo encontrar en ti la luz que adorne mi vida. Algo se ha quebrado, Sinéad, y creo que es para siempre. Yo no puedo estar eternamente pendiente de la frágil alma de un ser como tú, ¿entiendes? El amor no consiste únicamente en apoyar al ser que amas en todos sus momentos, incluso en los peores. El amor es algo mucho más fuerte, Sinéad, es ser parte de una misma vida, de un mismo mundo, y creo que tú y yo ya no formamos parte de una misma vida ni de un mismo mundo. Creo que también lo piensas.
     Sí, así es —reconocí con tristeza. Aquellas ganas de luchar por nuestra vida se desvanecieron como lo hace un suspiro en medio de una tormenta. No merecía la pena que quisiese esforzarme por reconstruir nuestra vida si él no estaba dispuesto a hacerlo—. No es conveniente que nos engañemos creyendo en un futuro que no puede existir.
     Puede que, en algún futuro lejano, cuando entiendas cuánto vales y cuánto valor tiene la vida en la que existes, podamos unirnos de nuevo; pero, por el momento, creo que no es posible construir una vida juntos.
     Lo entiendo. No tienes por qué cargar con el peso de un alma tan destruida, inconforme y herida como la mía. No quiero que tu presente se llene de lágrimas. No quiero que seas infeliz. Reconozco que serás mucho más libre sin mí.
     Solamente te pido que seamos amigos, Sinéad, que no rompamos definitivamente nuestra relación. Te quiero mucho, y no quiero perderte, Sinéad.
     De acuerdo.
     Te recomiendo que vayas a vivir junto a Leonard. Se siente muy solo.
     Todo será como al principio —musité con una voz casi inaudible.
     Será lo mejor para que te cures, Sinéad. Tú no estás bien.
     No. No estoy bien. Siento mucho que esto esté ocurriendo.
     No hagas ninguna locura, por favor, Shiny.
     Ya no me llames así, por favor —le pedí empezando a llorar sin poder evitarlo. Cuando noté que mi llanto se volvía profundo e inconsolable, me volteé para que Eros no percibiese mi derrota—. Ven a verme cuando lo desees —le ofrecí intentando que mi voz fuese clara, pero sonó temblorosa y susurrante.
     Hazlo tú también —me contestó con una voz trémula.
No quise mirarlo a los ojos por última vez. Corrí hacia el salón para saltar por la ventana y alejarme de aquel hogar que acababa de perder antes de que Eros advirtiese que había empezado a llorar desconsoladamente. No obstante, antes de marcharme, oí que Eros me comunicaba aún desde nuestra alcoba:
     Llevaré tus cosas al hogar de Leonard mañana mismo.
No le contesté. Me lancé hacia el cielo de la noche sin pensar en nada, solamente sintiendo cómo mi alma se resquebrajaba irrevocablemente. Volé temblorosamente por entre las nubes de aquella noche tan cálida y a la vez fría para mí. La luna brillaba con una fuerza casi insoportable desde la lejanía del Universo, pero ni siquiera su luz me serenaba. Todo estaba oscuro y gélido a mi alrededor. No obstante, era plenamente consciente de que me merecía todo aquel sufrimiento y todo el que aún me quedaba por experimentar.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

Menos mal que Adina le apoyó, en ella tenía una gran amiga. Sigo pensando que han sido muy estrictas y han sentido poca empatía por ella. Unas pocas lágrimas al final y poco más. Creo que debe cerrar una etapa de su vida, y Lainaya tiene que ser ya un pasado. Aunque hay seres maravillosos allí que le han apoyado y es un lugar precioso, está claro que allí no es bien recibida. Después de esto, debe empezar de cero. No debe dejarse llevar por la melancolía, los recuerdos y sus vivencias allí vividas. No es la primera vez que comienza una nueva vida, y seguro que lo hará genial. Scarlya yo creo que está incluso más perdida que ella. También le vendrá bien alejarse un tiempo. Es curioso, las dos ya no tienen a sus parejas por las que tanto han sufrido y luchado. Para Eros ese bebé no significaba nada (me sentí fatal cuando al volver a este mundo se desvaneciese y ella lo notase), parece que nadie comprende que para ella era importante y que lo quería. Les importa un pimiento...En estos momentos Eros y ella tienen una visión muy diferente de la vida y no es mala idea que se separen. Me da mucha pena que se separen...espero que sea temporal y que ambos se aclaren. Ahora vuelve a su antigua vida, con Leonard. Me veo venir que se deprimirá mucho...y no sé si Leonard será capaz de animarle, con todo lo de Scarlya. ¡A ver que ocurre! Felicidades, otro gran capítulo!!!

Uber Regé dijo...

He leído el capítulo con un nudo en la garganta durante la mayor parte del tiempo. Quizá la conclusión más evidente de todo es que un mismo ser no puede habitar impunemente en mundos distintos, porque cuando esas visitas son algo más que un momento fugaz el alma se divide y no está bien en ninguno de los mundos, ni siquiera en aquél que le pertenecía de inicio. La solución que finalmente ha propuesto Ugvia es la única lógica, aunque me dé pena, pero en todo caso es menos irreversible, porque creo que Sinéad podrá volver a Lainaya alguna vez, al revés ya no era posible, y pensar que aquí nos quedaba un puñado de cenizas me parecía tristísimo, no puedo evitar pensar que yo estoy de este lado, y que por tanto también perdía con Sinéad confinada en Lainaya, un mundo en el que las hadas se ven forzadas a sonreír, esa frase me ha impactado mucho. Me encanta también recuperar a Scarlya, y por otro lado saber que Courel es posiblemente un vampiro, quién sabe si del pasado de Sinéad, me ha parecido también un hallazgo literario, verdaderamente Lainaya me entusiasma, es un mundo complejo que no tiene fin. De vuelta, la reacción de Eros es, cuando menos, entendible, aunque creo que se equivoca de medio a medio, ahora le tocaba apoyar a Sinéad y no proponer esta separación tan dolorosa para ambos. Confío en que de nuevo el amor se restablezca, a veces han hecho falta décadas para solucionar problemas de relación, pienso en el nacimiento de Sinéad, ¡cuántos años pasaron antes de saber siquiera que había más vampiros en el mundo! Paciencia, el tiempo para los vampiros es algo diferente que para nosotros. Pero Leonard, Sinéad, y todos los demás forman ya parte de mi vida también, y procurar su felicidad es conseguir un poquito de la mía así que ¡no seas mala! Es evidente que los resortes que mueven el ánimo del lector ya no tienen secretos para ti, cada día escribes mejor.