ILUSIÓN
Una nueva vida nos esperaba más allá de ese
presente que tanto me había costado vivir. Nos aguardaba un nuevo camino tras
todos esos instantes dolorosos llenos de tristeza que me habían hecho creer que
la vida nunca volvería a brillar para mí. No obstante, aunque anhelásemos con
todo nuestro corazón viajar hacia el lugar que se convertiría en nuestro nuevo
hogar, Tsolen y yo permanecimos durante unos cuantos días en aquella selva que,
con su majestuosa densidad, nos protegía de cualquier mirada peligrosa, nos
ofrecía la posibilidad de disfrutar de una naturaleza poderosa y nos incitaba a
sentirnos libres de cualquier sentimiento asfixiante. Tsolen se enamoró de esos
lares y se olvidó de que existía más mundo al otro lado de esos árboles
tupidos, de esas plantas resplandecientes, de ese río tan caudaloso, de esa
noche tan cargada de detalles que estimulaban nuestros sentidos y despertaban
nuestras ganas de soñar.
Mas cualquier época, sea triste o alegre,
siempre llega a su fin. Un atardecer nos despertamos sabiendo que aquélla era
la última vez que abríamos los ojos en aquel lugar, protegidos por la madera
antigua y gruesa de aquel árbol que había sido nuestro hogar durante un tiempo
que me había costado contar. Tsolen todavía dormía entre mis brazos cuando la
consciencia regresó a mí. Lo miré con ternura, sintiéndome inmensamente dichosa
por tenerlo conmigo. Una vez más, él me había demostrado que nuestro amor era
mucho más fuerte que cualquier tristeza y que toda la maldad existente en la
Tierra. Jamás pude haberme imaginado que Tsolen realizaría un viaje tan largo
para buscarme, para encontrarme y para asegurarme que me amaba y que estaba
dispuesto a luchar contra todo lo que quisiese abatirme para hacerme la mujer
más feliz de la Historia. Si compartía mi vida con Tsolen, no tenía ningún
motivo para permitir que la aflicción más profunda se adueñase de todos mis
sentimientos y pensamientos. Tenía que apoyarme en él cuando notase que mi
equilibrio deseaba desvanecerse, debía confesarle todo lo que pensaba o sentía
y no tenía que dejar que el silencio hablase por nosotros y nos distanciase.
—
Shiny —musitó de pronto abriendo tiernamente los ojos—, ¿desde cuándo
estás despierta? —me preguntó abrazándome con mucho amor.
—
Hace poquito —le contesté risueña.
—
Creo que hoy es la última noche que debemos pasar aquí. Estoy deseando
llevarte a nuestro nuevo hogar, cariño —me confesó apretándose contra mí, como
si quisiese protegerse de la realidad que desvelaban sus palabras.
—
¿Estás seguro de que quieres irte?
—
Sí, Shiny. No podemos perder más tiempo.
—
Somos inmortales. No debe importarnos el transcurso del tiempo, al
contrario, habiendo sido víctimas de su paso, deberíamos ignorarlo un poco.
—
Es el transcurso del tiempo precisamente lo que te hace sentir tan
desdichada y dolida. Tienes razón.
—
Pero sí quiero que me muestres dónde viviremos nuestros próximos años
—le pedí acariciándole los cabellos.
Disfrutamos de la última noche que
compartíamos con aquella naturaleza como si nunca más pudiésemos regresar a
esos lares tan protectores y tan llenos de vida. Al atardecer siguiente, bajo
los últimos destellos dorados del ocaso, Tsolen y yo emprendimos el vuelo que
nos llevaría hacia nuestra nueva vida. La ilusión palpitaba en mi corazón como
hacía mucho tiempo que no palpitaba. Sentía una felicidad creciente cuando
miraba atrás y recordaba que estaba abandonando un hermoso lugar del mundo para
internarme en un futuro que Tsolen me había asegurado anegado en belleza y
amor. Confiaba en él. No tenía ningún motivo para no hacerlo. Tsolen nunca me
había fallado, nunca. Siempre había sabido hacerme feliz. Solamente debía
permitir que todo fluyese con sencillez.
Tsolen no quiso revelarme, en ningún momento,
dónde se encontraba nuestro nuevo hogar. Me guiaba por el cielo, a través de las
nubes, bajo la luz de las estrellas, por caminos que yo nunca había recorrido.
Lo único que podía saber era que cada vez nos hallábamos más lejos de la ciudad
donde habíamos vivido serenamente hasta antes de que yo me marchase a Lacnisha
guiada solamente por mi anhelo de apartarme de todo lo que podía hacerme daño.
—
Dime algo, al menos en qué continente se encuentra nuestro nuevo hogar
—le pedí protestona y traviesa situándome a su lado.
—
No, no. Tú vuela y cuando yo te diga...
—
Eres malo —musité con pena, fingiendo sentirme muy ofendida.
—
¡Shiny! —se rió con fuerza—. No seas impaciente.
—
Estoy muy intrigada —me reí también mirándolo con amor.
Cuando creí que Tsolen me guiaría eternamente
por el cielo hacia un lugar que quizá no existiese, me avisó con los ojos
anegados en ternura e ilusión:
—
Estamos llegando, Shiny.
—
Al fin —me reí con felicidad.
Entonces me fijé en la apariencia del paisaje
que sobrevolábamos. Me quedé sin aliento cuando me encontré con una de las
imágenes más hermosas que había visto en mis últimos años de vida. Me pregunté
si todavía nos hallábamos en aquel mundo enfermo cuya beldad estaba
desapareciendo. Me parecía imposible creer que aquellos lares perteneciesen a
la Tierra y que los humanos todavía no los hubiesen destruido.
Altas e imponentes montañas cercaban bosques
densos donde solamente habitaban los animales más curiosos. Había tantas
especies de animales que creí que no conocía nada acerca de la vida de la
Tierra; pero lo que más me sobrecogió fue percatarme de que aquellos bosques
estaban regados por las nítidas y transparentes aguas de un río caudaloso que
descendía con mucha fuerza de la montaña más alta de aquella sierra. Aquel río
se alimentaba con el agua de otros ríos más tímidos que también nacían en la
cumbre de otras montañas. La voz de la noche se mezclaba con el ininterrumpido
murmullo de aquellas aguas y el olor de la humedad emanaba con fuerza de todos
los rincones de aquella naturaleza tan llena de vida. Noté que los ojos se me
llenaban de lágrimas y que Tsolen sonreía a mi lado, satisfecho por verme tan
feliz.
—
¿Dónde estamos?
—
En Oceanía, en un lugar que queda muy lejos de la civilización. Nos
costará alimentarnos, pero creo que eso no te importa si puedes vivir en calma,
¿verdad? —me preguntó tomándome de la mano y presionándomela con fuerza.
—
No, no me importa.
—
Pero nuestro hogar no se encuentra en este bosque que tanto te ha
enamorado. Ven conmigo.
Tsolen me condujo ilusionado hacia una de las
montañas que formaban parte de aquella sierra tan imponente que dividía el
mundo en naturaleza y civilización. Fue descendiendo hacia la tierra hasta
tocar el suelo con los pies y recuperar el equilibrio. Entonces me tomó de
nuevo de la mano y me guió a través de los árboles hacia un lugar que yo ni
siquiera podía imaginarme. Empezamos a ascender la cuesta de la montaña más
alta de aquella sierra hasta notar que el viento se quedaba atrás y que el
silencio más profundo nos rodeaba y nos protegía de cualquier voz.
Entonces advertí que, entre las fuertes rocas
de aquella montaña, había un hueco profundo que parecía una cueva horadada por
el tiempo y la erosión del agua. Tsolen se dirigió precisamente hacia aquella cueva
y se introdujo allí todavía tomándome de la mano, presionándomela de vez en
cuando al detectarme tan sorprendida y conmovida.
—
Éste es nuestro nuevo hogar —me reveló cuando nos hubimos adentrado en
lo más profundo de aquella cueva.
—
¿Una cueva? —le pregunté levemente asustada.
—
No se trata de una cueva cualquiera. Es un santuario, un templo; un
lugar donde, hace miles y miles de años, los humanos adoraron a sus deidades.
Hay pinturas en los muros que nos dan pistas de los rituales que aquí se
celebraban y de cómo eran esos dioses y diosas que...
—
Pero...
—
No se trata de una cueva cualquiera, te digo. Mira.
Tsolen comenzó a caminar por aquella inmensa
cueva, adentrándose más en ella cuando yo creía que habíamos llegado hasta su
fondo. Entonces me percaté de que aquella cueva estaba dividida en distintas
secciones e incluso había, camufladas entre las rocas, unas escaleras de
piedra. Tsolen las ascendió gozoso, sabiendo que cada vez estaba más
impresionada, y llegamos a un piso también distribuido en varias estancias que
se distinguían las unas de las otras por muros de piedra adornados con imágenes
de seres mágicos y de humanos bailando alrededor de hogueras poderosas.
—
Y esto no es lo más sorprendente —me reveló guiándome hacia un rincón
que yo no había captado—. Mira.
Entonces advertí que la voz del agua se
mezclaba muy sutilmente con aquel profundo silencio. Miré a mi alrededor, obedeciendo
las cariñosas órdenes de Tsolen, y de pronto me encontré con una imagen muy
curiosa que me hizo sonreír. Entre dos grandes rocas, discurría un tímido río
cuya agua parecía ser de plata. Esta agua caía en un recipiente que se llenaba
lentamente y que, al rebosarse, el agua bañaba otras piedras en las que esta
misma agua había horadado surcos donde se formaban relucientes charquitos.
—
Está preparado para lavarnos las manos o incluso bañarnos con
paciencia. Puedes aprovechar este pequeño cauce para llenar recipientes para
bañarte o puedes bañarte en el río, como quieras.
Yo no podía decirle nada, pues la impresión
más profunda se había adueñado de mi voz. Estaba maravillada y muy feliz, pero
no sabía cómo transmitírselo a Tsolen. Él parecía no saber leerme la mirada en
esos momentos, pues la emoción que experimentaba le había vuelto un poco torpe;
lo cual me hacía ansiar abrazarlo con todo mi amor.
—
Puedes escoger la estancia que más te guste para dormir. No creas que
vamos a dormir sobre piedras durísimas, no. Lo he preparado todo.
Tsolen me llevó hasta una de las estancias
del piso superior. Me quedé boquiabierta cuando me percaté de que estaba
amueblada con muebles preciosos cuya madera potente combinaba perfectamente con
el matiz y la textura de las piedras que formaban los muros de aquel lugar.
Había un lecho sencillo, pero que parecía muy cómodo, una mesa y una silla de
madera y un pequeño armario. Entre el armario y la mesa de madera, Tsolen había
colocado mi amada arpa. Verla allí, tan de súbito, me llenó los ojos de
lágrimas.
—
He dispuesto otra estancia para guardar los libros y los objetos que
más aprecias; pero ésta queda lejos del agua. La humedad estropea los libros,
así que he preferido modificar un poco su apariencia y la he recubierto de un
material aislante que...
—
¿Cuándo has hecho todo esto? —le pregunté conmovida.
—
Durante todo el tiempo que hemos permanecido separados.
—
¿No te ha ayudado nadie?
—
Por supuesto que sí; alguien que vivirá con nosotros durante un tiempo
porque se siente incapaz de estar tan lejos de ti.
—
Leonard —susurré satisfecha.
—
Pero tienes que llamarlo tú mediante el lazo que os une. Él no quería
molestarnos.
—
No, él nunca molesta —dije con encanto.
—
Ya sabes cómo es. Quiere que disfrutemos íntimamente de nuestra
reconciliación.
—
Tsolen, todo lo que has hecho es...
—
Y no lo has visto todo. He construido una puerta para que nadie pueda
detectar la presencia de este lugar, he condicionado otras estancias para que
sean un poco más acogedoras y hay otra alcoba donde pueden dormir los
invitados. Lo que más importa es saber si te gusta o no. Si no te gusta, bueno,
podemos buscar otro sitio...
—
No, no, Tsolen, no quiero buscar ningún otro sitio —le aseguré
tomándolo con fuerza de las manos y mirándolo a los ojos—. Lo que has hecho por
mí es maravilloso. Este lugar es perfecto, perfecto.
—
¿De veras te gusta?
—
Sí, muchísimo; pero...
—
Pero ¿qué?
—
Me preocupa que te asfixie vivir en este lugar. Tú estás hecho a
habitar en la civilización. No te gusta vivir apartado de las ciudades.
—
Shiny, tenía que escoger entre vivir en una ciudad sin ti o vivir
contigo en el lugar más recóndito de la Tierra. ¿Qué crees que prefiero?
—
Pues puede que durante un tiempo no te importe, pero...
—
No quiero vivir sin ti en ninguna parte, ¿me entiendes? En ninguna
—enfatizó presionándome las manos—. Cualquier lugar me parece acogedor si puedo
estar contigo, amor mío. Yo no quiero vivir sin ti, no quiero.
—
Eres un ángel.
—
Solamente soy un vampiro locamente enamorado del ser más mágico que
existe y existirá jamás en la Historia.
—
Gracias, Tsolen —le dije con lágrimas en los ojos—. Gracias. No sabes
lo feliz que me has hecho... que me haces.
—
Por supuesto que lo sé y lo sé porque te conozco, porque a nadie he
conocido mejor que a ti. Eres parte de mi alma, te conozco más a ti que yo a mí
mismo. Eres el reflejo de todos mis sueños, Shiny. ¿Sabes algo? Ya estaba
enamorado de ti mucho antes de conocerte. Estoy enamorado de ti desde que supe
qué deseaba encontrar en la mujer de mi vida. Cuando te conocí, supe que eras
tú, lo supe; pero siempre fui tan tímido y miedoso...
—
Tsolen —suspiré con amor mientras lo abrazaba—. Nunca me han dicho
algo tan bonito.
—
Tú eres lo más bonito que existe, amor mío. Venga, ¿quieres que
estrenemos esta cama tan suculenta?
—
Siempre piensas en lo mismo —me reí divertida mientras me dejaba
llevar por él, mientras notaba que se despertaba en mí la felicidad más
intensa; una felicidad que hizo brillar mis ojos y me hizo sonreír con plena
sinceridad—. Te amo, Tsolen. Te prometo que lucharé para que siempre podamos
ser felices, tú y yo, independientemente de dónde nos encontremos.
—
Yo también lo haré, vida mía. No quiero que vuelvas a pensar que yo no
te amo. Perdóname. A veces soy demasiado egoísta.
—
Yo también lo soy y lo he sido. Perdóname tú a mí.
—
No tengo que perdonarte nada. Era necesario que te marchases a esa
tierra que nació de tu alma, era necesario que viajases hasta Lacnisha. Si no
lo hubieses hecho, entonces Lacnisha ahora mismo no existiría.
—
Tienes razón; pero no existe ya ese mundo donde podíamos vivir sin
temer que nadie nos hiciese daño.
—
No, ya no existe, es cierto —confirmó con mucha pena—; pero nunca
olvides que puedes construir un mundo mágico dondequiera que te encuentres.
Ahora tus seres queridos están aprendiendo a vivir en la Tierra y, créeme, me
parece que no se les da del todo mal.
—
¿Sabes algo de mis padres y de mi hermano?
—
Sé que tu hermano está estudiando muy intensamente para entrar en la
universidad. Tu madre y tu padre viven en una casita muy hermosa en un
pueblecito muy entrañable de Suecia y...
—
Qué bien —me reí gozosa.
—
Quizá algún día vengan a visitarnos. Saben dónde vivimos.
—
Gracias, Tsolen. Eres mi luz, mi vida, mi cielo, mi mundo.
Aquella curiosa cueva, la que en realidad era
un templo mucho más antiguo que el principio de mi destino, se convirtió para
nosotros en el hogar más acogedor donde nunca habíamos habitado antes; en un
lugar en el que era demasiado sencillo soñar, en el que la vida era amor,
sonrisas luminosas y momentos inolvidables.
Nos olvidamos del paso del tiempo, del cambio
del día a noche, del fluir de las horas y de la existencia de otros espacios.
Aquel bosque, aquellas montañas y sobre todo la cueva en la que empezamos a
vivir se convirtieron en nuestro único mundo. Cada vez me sentía más feliz y
conectada con aquellos lares. Hacía muchísimo tiempo que no me notaba tan atada
a un rincón de la Tierra y que no vivía olvidándome de que existían otros
lugares. Tsolen se volvió la razón por la cual abría los ojos todos los
atardeceres experimentando una felicidad sin límite que me hacía olvidar que
hacía pocos días que la tristeza me había anegado toda el alma. Me resultaba
imposible creer, hallándome inmersa en aquella inmensa felicidad, que hubiese
estado a punto de perder la cordura de nuevo por culpa de la tristeza. En esos
momentos me parecía que los únicos sentimientos que existían en la vida eran la
alegría, la ilusión y el amor.
Pasaron unas cuantas semanas hasta que un
bello suceso modificó agradablemente la apariencia de nuestras noches. Tsolen y
yo nos hallábamos caminando serenamente bajo la luz de las estrellas, entre
aquellos ancestrales árboles, soñando juntos con nuestra realidad, sonriéndonos
con amor e ilusión, sintiendo que éramos los únicos habitantes de un mundo que
había estado a punto de desaparecer, cuando, de pronto, notamos que alguien
andaba cerca de donde nos encontrábamos. Ambos supimos enseguida que quien se
aproximaba a nosotros era un vampiro, pues no captamos, en ningún momento, el
eco de unos latidos ni el sonido de una respiración necesaria. Lo que llegó
hasta nuestros sentidos fue el siseo de una leve respiración que solamente
existía para transportarle a quien respiraba las fragancias que lo rodeaban y
para hacerle sentir un poco más vivo.
—
Es Leonard —susurré incrédula y emocionada—. Lo sé porque el lazo que
nos une grita por dentro de mí. Hacía mucho tiempo que no lo sentía tan vivo.
—
Sí, Leonard me dijo que vendría alguna noche —me confirmó Tsolen
deteniendo nuestro paso para aguardar la llegada de mi padre. Supe que en breve
aparecería entre los árboles, brillando cual estrella descendida a la Tierra—;
pero no me imaginaba que sería tan pronto —se rió incómodo y entonces susurró—:
No tenemos nada preparado para él.
—
Pero si me dijiste que habías condicionado una estancia para...
—
Sí, pero ¿no recuerdas que la hemos llenado de libros y de otros
objetos muy importantes para ti?
—
No creo que a Leonard le importe eso.
Hablábamos quedo, con miedo a que Leonard
captase, desde la distancia, el eco de nuestras atolondradas palabras; pero
ambos sabíamos, perfectamente, que Leonard podía oírnos aunque un millar de
leguas lo alejase de nosotros.
—
Sal a su encuentro, anda —me pidió Tsolen sonriéndome con mucho amor
al notar que de mis ojos se desprendía demasiada expectación—. Os espero en
nuestro hogar, cariño.
Lo obedecí feliz. Corrí serenamente hacia
donde Leonard caminaba y entonces aparecí ante él sonriéndole con un amor que
no cabía en mi alma. Leonard me sonrió también y me abrazó como si los últimos
momentos que habíamos vivido no hubiesen sido inquietantes ni delirantes, como
si la vida siempre hubiese sido sencilla para nosotros. Me apretó contra su
pecho como si hasta entonces se hubiese sentido desprotegido o como si temiese
que el aire que nos rodeaba pudiese herirme.
—
Me ha costado días y noches llegar hasta vuestro nuevo hogar —se rió
incómodo mientras me acariciaba los cabellos—; pero todo ese esfuerzo ha
merecido mucho la pena. Os habéis trasladado a un lugar precioso, Sinéad.
—
En realidad ha sido Tsolen quien lo ha escogido. Tenía entendido que
sabías que...
—
Sí, yo sabía que él deseaba comenzar una nueva vida contigo lejos de
todo lo que podía herirte y también que había escogido este lugar tan remoto,
pero no me imaginaba que todavía seguiría siendo tan bonito.
—
No quiero que los humanos lo destruyan, padre.
—
Puedes protegerlo con tu magia.
—
No creo que pueda volver a usarla hasta que pasen unos cuantos siglos
—le confesé apartándome de su pecho y mirándolo a los ojos—. Lo que hice para
salvar Lacnisha de la destrucción me dejó exhausta y creo que he perdido parte
de mi magia.
—
No te preocupes por eso, hija mía. Aunque hayas perdido una pequeña
parte de tu magia, sigues siendo fuerte y poderosa, pues tu poder era inmenso y
yo diría que era interminable. Recuerda que todo lo que sentimos físicamente
proviene de nuestra mente. Si te convences de que eres capaz de usar cualquier
poder, podrás hacerlo, de veras.
—
De acuerdo —me reí satisfecha—. Entonces lo intentaré.
—
¿Dónde está Tsolen? —me preguntó curioso mirando a su alrededor.
—
Está aguardándonos en la cueva.
—
Es un templo, Sinéad —me corrigió Leonard con cariño mientras me
tomaba de la mano y empezaba a caminar junto a mí—. No te imaginas lo feliz que
me hace verte tan resplandeciente. Hacía mucho tiempo que los ojos no te
brillaban tanto. La felicidad más interminable y hermosa luce en tu mirada,
Sinéad, y pareces tan conforme, tan serena...
—
Lo estoy —le aseguré entornando los ojos. Sus palabras me habían
emocionado muchísimo.
—
Recuerda que, aunque la tristeza más potente nos anegue el alma,
siempre nos quedarán motivos para luchar por nuestra vida. Posiblemente nos
cueste conseguir ser plenamente felices, pero eso no debe detenernos. Recuerda
que lo que más importa en el mundo eres tú misma. Por ti merece la pena pugnar
contra todas las adversidades con las que el destino quiera golpearte. No te
rindas nunca, Sinéad. Acuérdate de cuando no tenías nada para comer, cuando tus
padres y tú vagabais durante semanas por la nieve sin encontrar nada. Ellos
nunca se rindieron, Sinéad. Nunca permitieron que el hambre y la pobreza los
abatiesen. Una forma de agradecerles todo lo que hicieron por ti es seguir luchando
por tu vida, Sinéad.
—
Tienes razón —susurré sobrecogida y conmovida.
—
Tú también luchaste con todas tus fuerzas contra el hambre y la
miseria.
—
Pero yo sí me rendí.
—
No te rendiste, te dejaste vencer.
—
Es lo mismo.
—
Pero luchaste. Estabas agotada de ser tan desdichada.
—
Ahora soy feliz otra vez —le confesé intentando interrumpir aquella
conversación que, sin saber muy bien por qué, estaba hiriéndome en el alma—.
Solamente ruego que todos mis seres queridos encuentren la paz y la felicidad
allá donde vayan.
—
Las han encontrado, te lo aseguro. Converso con ellos casi todas las
noches.
—
Me alegra saber eso.
Ya habíamos llegado a la cueva. Me percaté de
que la felicidad que mis días y mis noches me entregaban se mezclaba con una
nostalgia que deseaba llenarme los ojos de lágrimas. Las palabras que Leonard
me había dedicado con tanto amor me habían conmovido profundamente, me habían
hecho recordar esos momentos tan duros en los que mi familia y yo habíamos
luchado contra la nada para que el hambre y la pobreza no destruyesen nuestro
destino. Me pregunté por qué era tan fácil hacerme llorar, por qué, con tan
poquito, mis emociones cambiaban tan rápidamente, por qué necesitaba tan pocos
detalles para que la ilusión se me convirtiese en melancolía y tristeza. Me
esforcé por desprenderme de esos sentimientos tan desalentadores y a la vez
tiernos para poder sonreírles a Leonard y a Tsolen con toda la luz que pudiese
emanar de mi mirada. Lo logré, sobre todo cuando detecté todo el amor con el
que Tsolen me miraba y cuando le di más importancia al hecho de hallarme junto
a Leonard, mi creador, y al amor de mi vida.
A Leonard le asignamos una pequeña estancia
en la que habíamos colocado un lecho muy cómodo y algunos muebles más. Leonard se
mostró encantado con aquella alcoba y nos aseguró que estaba deseando dormir en
un lugar confortable. Nos pidió que le permitiésemos bañarse en el río que
quedaba muy cerquita de nuestro hogar y, cuando hubo terminado, los tres nos
reunimos en la sala central de aquella curiosa morada. Conversamos hasta que la
noche se convirtió en destellos dorados que llovieron suavemente sobre los
árboles, adornando con esplendor todos los rincones de aquella naturaleza tan
poderosa.
—
Leonard, yo quisiera saber si en este lugar podemos encender la lumbre
—le pidió Tsolen cuando empezaba a amanecer.
—
¿Por qué no se lo has preguntado a Sinéad?
—
Pensaba que ella no tenía nociones de arquitectura —se rió mi amado
con mucho cariño.
—
Pues no tengo muchas; pero lo que tengo entendido es que, para
encender aquí una lumbre, tiene que haber un conducto en el techo que permita
la huida del humo. Tsolen, me extraña que no sepas eso —me reí con curiosidad.
—
No es necesario que haya un conducto en el techo, hija. Con que el
humo se vaya por alguna abertura que dé al exterior ya es suficiente.
—
Pero la puerta queda muy lejos de aquí, padre.
Posiblemente fuesen conversaciones insulsas,
sin importancia; pero nosotros las necesitábamos como los bosques ansían la
lluvia para sentirse vivos. Necesitábamos olvidarnos de que nos hallábamos en
aquel lugar porque el mundo estaba enfermo y porque la humanidad estaba cada
vez más enloquecida.
Leonard vivió con nosotros durante un tiempo
que nos olvidamos de contar. Los tres éramos plenamente felices en aquel lugar.
Incluso había noches en las que juntos nos atrevíamos a vagar por aquellos
lares en busca de rincones hermosos cuya belleza nos acariciase el alma.
Aquellos bosques, aquellas montañas, aquellos ríos y aquellas ingentes
extensiones de naturaleza parecían encontrarse inmensamente lejos de la
civilización. No llegaba ningún sonido estridente que interrumpiese la
serenidad de la noche. Podíamos sumergirnos en silencios profundos y
aterciopelados sin miedo a que nada los quebrase. Aprendimos a ser felices
allí, los tres viviendo en un sueño, al fin un sueño que era una realidad
mágica y brillante. Entonces rogué que aquel presente se alargase y se alargase
en el tiempo, construyendo nuevos espacios, apartándonos para siempre de la
maldad, de la destrucción y del olvido.
2 comentarios:
Pocas veces una entrada me ha resultado tan placentera como esta, del mismo modo que a veces eres capaz de ponerme muy triste, o muy ansioso, esta vez he estado soñando con ese lugar tan maravilloso donde van a estar Tsolen y Sinéad, ¡y Leonard! Oceanía es un lugar evocador, en un principio pensé en Australia como destino, ahora tal vez pienso que pueda ser Nueva Zelanda, que es más boscosa y templada, me encantaría ir a esa cueva de aguas limpias y pasar un ratito con nuestros amigos, ¡cuántas cosas me podrían contar! Mientras eso no sea posible al menos me quedará la comunicación de tus libros, a través de esta historia me doy cuenta de que yo también quiero vivir en paz, alejarme de los problemas y encontrar un oásis mágico donde enterrarme con todos los que quiero, lejos de este mundo enfermo que nos hace perder el tiempo con pamplinas. Y opino, como Leonard, que Sinéad no ha perdido su magia, basta con que se empeñe en usarla, y también nosotros podemos hacer lo mismo... eso quizá es lo más bonito de tus historias, que no salgo de ellas igual que antes de leerlas. Ojalá Sinéad encuentre la felicidad, porque así también sus lectores la disfrutaremos con ella.
Bueno, al fin he podido leer la entrada (estaba ocupado leyendo cierta novela jiji). Me encanta el lugar que has elegido como nuevo hogar para Sinéad, Eros y Leonard. Con cada palabra que utilizas para describirlo sentía que estaba allí mismo. Viendo esas paredes pintadas y frías, pero acogedoras. El misterio que envuelve esas estancias y cómo lo ha adaptado Tsolen para que tenga el calor de un hogar. Eso de que tenga un pequeño río dentro es...ayy, me encanta la idea. Ahora sí que creo que es el momento para ser feliz. Pienso que Sinéad tenía que reencontrarse consigo misma. Tenía conflictos que debía resolver. Ha salvado Lacnisha, y aunque ahora no tenga todos sus poderes al 100%, ha valido la pena. Creo sinceramente que este es el lugar definitivo, el hogar que necesitaban. Es mágico, misterioso. ¿Sabes que me imagino? Sinéad recorriendo las estancias del templo/hogar e investigando sobre los que vivieron allí buscando documentos antiguos y conociendo historias pasadas, aunque seguro que entre esas paredes jamás ha habido un ser tan interesante como ella. Siento esta entrada como un broche, un punto, no final, pero si a parte. Ahora es el momento de ser feliz, de disfrutar de ese mágico lugar, ahora que por fin se encuentra bien consigo misma y ese malestar que siempre le ha machacado ha desaparecido. Una entrada preciosa que nos ha hecho volar muy alto. Gracias por compartirlo con nosotros, somos unos privilegiados.
Publicar un comentario