domingo, 15 de marzo de 2015

ORÍGENES DE LLUVIA - 02. EL AMOR VUELTO TIBIEZA


ORÍGENES DE LLUVIA
02.
EL AMOR VUELTO TIBIEZA
En Muirgéin, los días parecían nacidos del aroma de la tierra húmeda. La luz que iluminaba aquella mágica isla acariciaba tímidamente la arena que orillaba el mar, se posaba con delicadeza en las grandes hojas de los árboles y se escondía entre la hierba y las abundantes plantas que alfombraban aquel mullido suelo. Las olas del mar devoraban los destellos del amanecer para proteger el fulgor del día bajo sus aguas y, cuando la tarde empezaba a declinar, del mar surgía una neblina dorada que volvía rosado el esplendor del crepúsculo. Era imposible ver las estrellas en aquel lugar, pues su titilante mirada se ocultaba tras aquella espesísima capa de nubes azuladas; pero yo podía sentir en mi piel el suave destello de los lejanos astros.
Me parecía que la realidad se había desvanecido, creía que en verdad nos hallábamos en aquella mágica isla porque la Tierra se había deshecho y solamente había quedado aquel inmaculado rincón del mundo. No me costaba soñar con la posibilidad de vivir eternamente entre aquellos poderosos y frondosos árboles, junto a dos de los seres más importantes y especiales de mi vida. Miraba al cielo, notando que las estrellas centelleaban tras aquellas profundas nubes que parecían albergar toda el agua de la Historia, y entonces podía sentir en todo mi cuerpo el hechizo que cuidaba de aquella naturaleza tan virgen y vigorosa.
Sin embargo, apenas llovía en aquella isla. La lluvia sólo se percibía desorientada en la distancia. Podíamos detectar, muy vagamente, la brillante presencia de unas gotas doradas que se hundían en lo más profundo del mar. De vez en cuando, un relámpago prendía todo el cielo, volviendo insondablemente oscuras las nubes que lo cubrían, y después el sonido del trueno se esparcía por todos los rincones de aquella naturaleza que tan tiernamente nos protegía y nos acogía. En aquel lugar, la voz del trueno parecía poder destruir todo lo que respirase. Hacía temblar los árboles, se colaba entre las piedras y agitaba la resplandeciente espuma de las olas del mar.
Habíamos perdido la noción del tiempo y del espacio. Me costaba saber cuántos días había vivido ya en Muirgéin, junto a Arthur y Eros, compartiendo momentos inolvidables llenos de complicidad, ternura y timidez. De la mirada de Eros se desprendía tanta conformidad y felicidad que me olvidaba de que conocía lo que Arthur y yo sentíamos.
Sin embargo, aunque Eros nos hubiese asegurado que aceptaba nuestros sentimientos y nuestro amor, todavía no nos habíamos atrevido a volver infinitamente íntimos los momentos que compartíamos. Eros se había marchado de la isla en algunas ocasiones para ir a alimentarse y para conocer la belleza de las demás islas que se hallaban cerca de Muirgéin, y Arthur y yo no habíamos sido capaces de entregarnos más que besos apasionados y abrazos llenos de desesperación y dulzura. Ambos experimentábamos una sensación muy extraña cuando veíamos volver a Eros y notábamos que nos sonreía con harmonía y serenidad. Cuando Arthur se dormía junto a nosotros, no podía evitar confesarle a Eros que todavía no había ocurrido nada entre Arthur y yo y que no me atrevía a provocar esos instantes que serían tan delirantes. Eros se reía con cariño y me aseguraba que no tenía ningún motivo para inquietarme y me incitaba a vivir intensamente nuestro amor.
Y así transcurrieron unos cuantos días llenos de paz, de sencillez y dulzura. Un atardecer azulado, en el que parecía que el cielo sentía unas incontrolables ganas de llorar, Eros se alejó de nosotros alegando que le apetecía pasear por las calles de Dublín. Antes de marcharse volando bajo el crepuscular firmamento, nos guiñó un ojo, lo cual me estremeció de sobresalto y nervios. Tal vez intuyese que... que aquella vez sí ocurriría.
Arthur estaba tras de mí, sonriéndome con timidez y ternura. Notaba que estaba nervioso. Me volteé y lo miré con todo mi amor. Vi que se presionaba los dedos y que sus ojos estaban impregnados de expectación y amor. Cuando percibió que lo observaba tan profundamente, deshizo el lazo que unía sus manos y se acercó a mí para abrazarme con una ternura que me sobrecogió y me empequeñeció. Hacía mucho tiempo que Arthur no me abrazaba así, con tanto primor y dulzura... Tal vez hiciese siglos que... que no me hallaba tan deshecha entre sus brazos. Ni siquiera en Lainaya había podido captar tanta delicadeza e intimidad... pues aquél que yo amé en Lainaya no era Arthur, sino una mutación de su ser, tan tibia como el amanecer, pero tan distinta como lo es la nieve de la lluvia.
     Necesito... necesito tenerte cerca, Sinéad —me susurró Arthur en el oído mientras deslizaba sus trémulos dedos por mis cabellos. Ya habíamos estado tan arrimados en muchas ocasiones, pero aquélla era especial. Se respiraba entre nosotros una tensión que lentamente iría adueñándose de nuestros pensamientos y nuestro cuerpo—. Necesito que hablemos y...
Yo no dije nada. Permití que Arthur me tomase de la mano  y me guiase a través de la noche hacia el corazón de aquella isla, donde los árboles se unían hasta formar una muralla natural que podía protegernos de la mirada de las olas del mar. El suelo estaba cubierto por una hierba mullida cuyos tallos se mezclaban con los pétalos resplandecientes de unas flores delicadas y aromáticas. Arthur y yo nos sentamos entre aquellos árboles milenarios. Sus grandes hojas nos amparaban dulcemente, construían para nosotros un techo donde reverberaba el relente de la noche.
     No sé cómo decirte esto, Sinéad —me confesó agachando los ojos—. Necesito... necesito que estemos juntos ya, amor mío. Llevamos más de quince días en esta isla y... y todos los atardeceres me despierto creyendo que tú y yo, esa noche... pero siempre llega el amanecer y ensombrece todas mis esperanzas.
     Arthur —susurré estremecida de ternura—. No digas nada más, por favor, Arthur. Las palabras sobran en este momento —le dije posando mi mano diestra en su barbilla.
Arthur me sonrió con tanto amor que creí que me derretiría, que mi materia se convertiría en aire. Los ojos le resplandecían de ternura, de amor, de deseo y de nervios, sobre todo de nervios. Estaba tan nervioso que apenas podía controlar el temblor de sus manos. De pronto, al fundirse su mirada y la mía en una única mirada, noté que el aire que nos separaba se volvía pesado, que la noche se acallaba, que la voz del mar se silenciaba y que la danza de las olas se detenía en un instante que duraría para siempre. Entonces cerré los ojos y me acerqué muy suavemente a los labios de Arthur. Comenzamos a besarnos con un primor propio de la vergüenza, con una calma que contrastaba con todos los sentimientos que nos anegaban el alma. Yo también estaba muy nerviosa. Era la primera vez que intimaríamos tanto tras su regreso...
No pudimos controlar las sensaciones que de pronto se despertaron por dentro de nosotros. La suavidad con la que nos besábamos empezó a intensificarse imparablemente hasta volverse una desesperación indomable que se apoderó de todos nuestros movimientos y pensamientos. Sin retener mis sentimientos y mis deseos, lo abracé muy cariñosamente contra mí, perdiendo entonces el equilibrio y cayendo tímidamente entre sus brazos, donde Arthur me acogió sin preguntarse nada, sin acordarse de nada, sólo de que aquel instante era únicamente nuestro y que la naturaleza lo protegería hasta de la mirada del mismo aire.
     Te necesito —me confesó Arthur suspirando al sentirme de pronto tan pegada a él, al fin tan suya—. No soporto más este deseo, amor mío. Quiero ser uno contigo —susurró abrazándome cada vez con más fuerza.
Aquel suelo lleno de hierba y de pétalos quebradizos devino de repente en el lecho más cómodo y aromático de nuestra vida. Perdimos la noción del tiempo y del espacio entre nuestros besos, mientras nos besábamos con una desesperación cada vez más tibia, mientras nos desnudábamos con pausa y a la vez impaciencia, acariciándonos con una vergüenza muy inocente hasta que las sensaciones que anegaban nuestro cuerpo se tornaron completamente insoportables.
No controlé lo que sentía, no detuve mis pensamientos, no reprimí mis deseos. Lo acaricié, lo besé y lo amé con toda la fuerza de mi amor, poniendo en cada beso, en cada caricia, en cada abrazo y en cada movimiento de mi cuerpo toda mi alma, impregnando todos mis gestos, mis suspiros y mis palabras de una pasión inagotable, permitiendo que todo el deseo que experimentaba por él se hiciese dueño de todo mi cuerpo, de mi espíritu y de mi mente. No me importó nada, sólo saber que tenía a Arthur entre mis brazos, que al fin era él, mi gran amor, el hombre que estaba fundiéndose conmigo. Era él, el vampiro que siempre amé. Estaba entregándome al primer hombre por el que perdí la cordura, por quien siempre habría sido capaz de dar toda mi vida. Era él. Tenía entre mis brazos al hombre que había sido siempre mi locura. Podía acariciar la misma piel que muchas veces tañí con todo mi amor, podía notar en mí ese cuerpo gélido y perfecto que siempre se había templado entre mis brazos. Era él, no una mutación de su ser, no una versión caduca de su existencia. Era él, era mi Arthur, mi Arthur, mi Arthur.
No eran las potentes sensaciones que experimentábamos lo que más nos enloquecía. Era saber que al fin volvíamos a estar juntos, que, después de que la muerte hubiese intentado separarnos de nuevo, podíamos volver a fundirnos en un solo ser, podíamos volver a ser uno a través del tiempo, del espacio, de la vida, de todas las vidas de la Historia. Éramos uno de nuevo. Su alma y la mía se habían mezclado hasta devenir un suspiro eterno de vida que ascendía y ascendía a través del oscuro firmamento de la noche hasta encontrar una morada entre las estrellas; esas estrellas relucientes que de pronto iluminaron eternamente aquel amoroso y desesperado momento lleno de pasión.
Dije su nombre hasta que noté que mi voz ya no podía articular ni un solo sonido más, hasta que percibí que la locura se apoderaba irrevocablemente de mi cuerpo, de mi mente y de mi alma, hasta que me perdí junto a él por el cielo eternamente estrellado del amor. Vi que el mundo se reducía hasta encerrarse en los atardecientes y otoñales ojos de aquel hombre que me amaba como si la vida ya no continuase después de aquel instante, hasta que su sonrisa devino mi única realidad. No fui yo entonces, sino una prolongación de su ser, la sombra de su amorosa luz, la vida que podía combatir la muerte que todavía podía quedar en las líneas de su destino. Y dije su nombre hasta que su sonar se mezcló irreversiblemente con la voz de la naturaleza, esa voz que cantaba en el viento, en el mecer de las olas del mar, en el suspiro de todos los animales que harmoniosamente vivían en aquel lugar. Su nombre se eternizó en el aire, se hundió en lo más profundo del océano para convertir en vida todos los silencios que allí se resguardaban, ascendió hasta el cielo para prender más estrellas y sobre todo se acurrucó en mi alma para que, en ningún momento, dejase de ser consciente de que estaba entregándome a Arthur, a mi Arthur; a un alma inmortal que había burlado la frialdad de la muerte y que había regresado a la vida porque el mundo no podía existir sin su mirada, sin él, sin su mágica presencia.
     Arthur, Arthur, Arthur... amor mío —suspiraba entre sus brazos sintiéndome presa de una sensación muy potente que mezclaba una felicidad indomable, una desesperación inquebrantable y un amor que trascendía cualquier sentimiento y cualquier vida—, Arthur, te amo, te amo, amor mío...
Estaba a punto de ponerme a llorar de felicidad y de nostalgia al mismo tiempo. Cuando Arthur oyó mis palabras a la par tan desesperadas y amorosas, me miró hondamente a los ojos, haciéndome creer que su cariñosa y melancólica mirada era lo único que existía en el mundo, y me sonrió con tanta complicidad y felicidad que me olvidé de todos esos momentos en los que había plañido de tristeza. Todo fue felicidad y harmonía...
Hacía muchísimo tiempo que no me entregaba tan irrevocablemente a alguien, a un momento, a un alma. Le había dado a Arthur todo lo que yo era, todo lo que había sido y todo lo que me quedaba por ser. Le había dado mucho más de lo que tenía, mucho más de lo que jamás sería. Y él había acogido entre sus brazos todo lo que me formaba para protegerlo en su alma, en su mágico y noble corazón. Y Arthur se entregó a mí no importándole que en la vida misma ya no quedase nada de él, dándome todo lo que lo creaba, deshaciéndose de su destino para que yo lo poseyese hasta el fin de la Historia.
Fuimos tan uno del otro que incluso llegué a preguntarme si había existido algún momento en el que habíamos podido vivir separados, no siendo un único ser. Quise que nuestra entrega durase toda la vida, pero de pronto, tras enloquecernos de amor, felicidad y lujuria, supe que todo había acabado. Nuestra respiración se mezclaba con el suspiro del viento, el que mecía levemente las grandes hojas que nos protegían de la mirada del cielo. De repente nos miramos a los ojos y, al notarnos tan inmensamente felices, empezamos a reírnos de conformidad, de alegría, de satisfacción.
Nuestra risa estaba impregnada de inocencia, de vida, de amor. Nos reíamos cariñosamente, como dos niños que acaban de descubrir un juego apasionante, pero también con timidez, pues ambos éramos demasiado conscientes de que la lujuria y la pasión nos habían dominado demasiado enloquecedoramente, provocando que nos deshiciésemos de nuestros pensamientos racionales para que únicamente nos guiase nuestro amor.
     Sinéad —me musitó sonriéndome con tanto cariño que no pude evitar estremecerme—, Sinéad, jamás pensé que...
     ...que sería así, ¿verdad? —le pregunté revolviendo sus rojizos y ensortijados cabellos.
     Sí... Ha sido maravilloso. Ahora es cuando en verdad he vuelto a la vida, Sinéad —me confesó con timidez y nostalgia—. Ahora es cuando verdaderamente me siento vivo. Necesitaba tu cuerpo para poder alejarme definitivamente de la muerte.
Las palabras de Arthur me conmovieron tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Los cerré rogando que éstas no rodasen por mis mejillas. No quería que ningún sentimiento triste ni nostálgico quebrase la magia de ese instante, pero Arthur se apercibió enseguida de que mi alma se había llenado de añoranza y desesperación.
     No puedo soportar saber que durante un tiempo insufrible existí sin ti, Arthur —le confesé llorando tiernamente—. Lo siento... Estoy llena de emociones que no puedo controlar, amor mío.
     Sinéad, nunca más me iré si estás conmigo. Sé que suena... a chantaje —se rió sintiéndose infinitamente incómodo—; pero es que no puedo vivir sin ti, Sinéad. Eres el refugio de mi alma. Sin ti, mi alma no tiene hogar, vagaría siempre perdida por un mundo lleno de crueldad y oscuridad. Tú vuelves luz todos mis instantes, tú me das razones para respirar, para observar mi alrededor, para formar parte de la vida. Si no estamos juntos, entonces la vida ya no me parece vida, sino un lugar inhóspito donde jamás podría hallar paz. No tengo aliento sin ti, Sinéad.
     Arthur —sollocé apretándome contra él.
     Pero no llores así, amor mío —me pidió limpiándome tiernamente las lágrimas que resbalaban por mis redondas mejillas.
     Tú también tienes ganas de llorar. Te lo noto en la voz  y en tu forma de respirar —le advertí mirándolo con mucha dulzura a los ojos.
     Sí, pero mis ganas de llorar son de felicidad. Tenerte entre mis brazos es sentir la vida. Y haber podido amarte así... ha sido lo más maravilloso que he vivido nunca. Ni siquiera en Lainaya era tan intenso...
     En Lainaya éramos distintos. Ahora somos quienes fuimos siempre, los dos amantes enloquecidos que se quisieron con toda la insania de la vida.
     Sí, sí —se rió amorosamente—. He tenido entre mis brazos el cuerpo que siempre acaricié y adoré, la mujer eterna y frágil que siempre deseé... He podido acariciar la piel fría que siempre se templó bajo mis dedos...
     Arthur... yo he pensado lo mismo cuando te amaba —me reí sorprendida.
     Estamos infinitamente conectados, Sinéad, recuérdalo. Por eso estoy aquí de nuevo, por eso he podido regresar de la muerte, porque tú estás viva y, mientras lo estés, siempre habrá un vínculo que me enlace a la vida.
     ¿Cómo es posible que digas cosas tan bonitas? —le pregunté emocionada de nuevo—. ¿Cómo es posible que tu alma sea tan romántica y... especial? Eres mágico, Arthur.
     Eso me ocurre porque estoy enamorado de ti... de la mujer más maravillosa que existe, existió y existirá jamás. Eres lo más preciado que pude encontrar... Te amo, amor mío.
Y entonces nos fundimos en un largo, cálido y calmado beso que nos estremeció suavemente y nos hizo reír de nuevo. Permanecimos así, abrazándonos con ternura, besándonos con precisión y a la vez pasión, acariciándonos con amor y dedicándonos palabras inmensamente hermosas hasta que notamos que el amanecer empezaba a apagar la oscuridad de la noche. Captamos que el día llegaba cuando las aves nocturnas silenciaban su canto y lo sustituía el trinar de los pájaros más madrugadores, cuando el viento de repente nos trajo la fragancia del temprano rocío del alba, cuando, tras las grandes hojas de los árboles, vimos que destellaba un fulgor muy primoroso que se escondía entre las azuladas y espesas nubes que cubrían aquel firmamento de ensueño.
     Eros estará a punto de llegar —me comunicó Arthur apartándose lentamente de mí. Entonces empecé a sentir frío—. Será mejor que nos bañemos antes de que vuelva... y nos sorprenda así.
     Sí, tienes razón.
     Vayamos al lago...
Aquel oscuro y misterioso rincón donde susurraba la voz del agua entre imponentes y preciosas rocas estaba lleno de serenidad. Los muros de aquella cueva estaban impregnados del olor del amanecer mezclado con la fragancia de todo el tiempo que había transcurrido en aquel lugar. Arthur y yo nos bañamos en silencio, temiendo que el sonido de nuestros movimientos pudiese agrietar la piedra de aquellas antiguas rocas; pero de nuestros ojos no dejó de emanar, en ningún momento, toda la felicidad que se albergaba en nuestra alma. Haber podido estar tan juntitos, tan íntimamente unidos, nos había inyectado una inagotable dosis de vida.
Cuando terminamos de bañarnos y regresamos a la curiosa casita donde nos albergábamos, Eros ya se hallaba sentado en medio del salón. Miraba ensimismado cómo el amanecer iba perlando la arena, convirtiéndola en la continuación dorada de ese mar cuyas olas espumosas danzaban serenamente. La orilla del mar estaba impregnada de gotitas de lluvia que el cielo lloraba con timidez y harmonía.
     Eros —lo saludé estremecida. Sin saber muy bien por qué, me sentía levemente culpable. Me habría gustado hallarme en nuestro hogar cuando él regresó—, ¿hace mucho tiempo que has vuelto?
     Que va, Shiny —me contestó despreocupadamente mientras se alzaba de donde estaba sentado—. Tengo mucho sueño —me confesó abrazándome con cariño—. Vaya, tienes el pelo mojado.
     Sí, es que nos hemos bañado en el lago...
     Lo supongo —se rió incómodo—. Por cierto, Dublín es una ciudad preciosa. Me gustaría pasear contigo por sus elegantes calles.
     Lo haremos pronto.
     ¿Cómo ha ido la noche? —le preguntó a Arthur de repente tras separarse de mis brazos.
     Bien —contestó Arthur sobrecogido y distraído.
     Supongo que no te quedarán ganas de estar conmigo, ¿verdad? —me cuestionó mirándome travieso a los ojos.
     ¡Eros! —exclamé avergonzada.
     Shiny, sé que esta noche sí ha ocurrido y, de veras, me alegro muchísimo. Os lo merecíais.
     Eros... —intentó hablar Arthur, pero Eros lo silenció con una sonrisa encantadora. Sin embargo, yo capté algo extraño en sus ojos.
     No digáis nada. Vayamos a dormir, por favor. Estoy agotado.
     ¿Agotado? —le pregunté desorientada.
     Cansa mucho volar bajo la lluvia y bajo el amanecer —me respondió tomándome de la mano.
Aquel día no pude dormir. Continuamente estuve acordándome de todos los instantes que había compartido con Arthur. Continuamente me parecía sentir sus caricias en todo mi cuerpo, sus besos... Y sabía que él sentía exactamente lo mismo que yo. Aunque tuviese los ojos cerrados, simulando hallarme en un sueño que en verdad no existía, yo intuía que Arthur también estaba despierto.
Y aquello se me confirmó cuando oí que se movía junto a nosotros. Eros dormía profundamente a mi diestra y Arthur se había acomodado a mi siniestra. Aquel lecho tan improvisado era uno de los lugares más cómodos donde había dormido, y ya no sólo porque las mantas que lo formaban fuesen inmensamente mullidas, sino porque me encontraba entre los dos seres que más quería en la vida.
Sin embargo, aquel día todo empezó a cambiar. Cuando me apercibí de que Arthur no dormía, abrí lentamente los ojos para tratar de hallar su mirada. Lo encontré sentado en la cama, mirando inquieto hacia la salida de la alcoba. De repente se levantó y se dirigió hacia la estancia contigua, donde supuse que la luz del día brillaría con una fuerza indomable. Oí que se acercaba a la ventana y se mantenía asomado al exterior, observando un paisaje bañado por un fulgor que podía rasgarle la piel. Me inquieté levemente por él, pues temía que aquel resplandor tan intenso lo hiriese, pero de súbito percibí que volvía a nuestra cama y se acurrucaba de nuevo bajo las mantas.
Su respiración era lenta, casi imperceptible. Parecía tranquilo, pero  yo sabía que su interior estaba lleno de sensaciones y de sentimientos que abatían cualquier ápice de sueño que pudiese posarse en sus ojos. Inesperadamente, cuando creí que el sueño me vencería inevitablemente, noté que Arthur me rozaba la espalda con mucha delicadeza. Sin pensar en nada, ni siquiera sin planearlo, me volteé y me acomodé a su lado.
Sin mediar palabra, Arthur se acercó más a mí y me besó muy tiernamente en la frente. Me estremecí al sentir la dulzura con la que me besaba. No pude evitar alzar levemente la cabeza, sin saber por qué lo hacía, y entonces Arthur unió sus labios a los míos con una delicadeza que me sobrecogió. En esos momentos no me pregunté nada, ni tan sólo me intranquilizaba saber que Eros estaba junto a nosotros, dormido profundamente. Lo único que experimenté fue una inmensa felicidad recorriendo todo mi cuerpo. Repentinamente, mi alma se llenó de pasión, de deseo y sobre todo de amor, de ese amor que siempre ha palpitado por dentro de mí desde que conocí a Arthur.
     Te quiero —me dijo muy suavemente, susurrando con amor y ternura—. Te quiero, Sinéad.
     Te quiero, Arthur —le contesté musitando con mucho amor. Mi voz sonó llena de ternura.
Entonces sí pude dormir. Fue como si Arthur, con sus suaves besos, me hubiese acariciado el alma y hubiese retirado de mí todo aquello que me impedía dormir. Sin embargo, en cuanto me adentré en el mundo de los sueños, la calma que se había apoderado de todo mi ser empezó a desvanecerse cada vez más vertiginosamente. En aquella tierra onírica no existía la serenidad que se respiraba en aquel hogar donde todos compartíamos nuestros días.
Arthur y yo estábamos viviendo un momento lleno de pasión, de locura, de amor. Nuestros besos se mezclaban con nuestras caricias y su cuerpo y el mío se habían convertido en un único suspiro de vida; mas la insania que impregnaba aquel instante tan delirante de repente se tornó punzante. Sin preverlo, deslicé los ojos por nuestro alrededor y entonces me encontré con la oceánica mirada de Eros, quien nos observaba desde la orilla del mar. Lentamente, fue acercándose a nosotros hasta que al fin nos tuvo al alcance de sus manos. Entonces se sentó en el suelo, aún dedicándonos una inquisidora mirada llena de decepción y sobresalto. Sin comprender nada, dejé de besar y de acariciar a Arthur y nos separamos uno del otro notando que se instalaba entre nosotros todo el frío existente en la Tierra.
     No me imaginaba que pudieseis hacer esto en mi presencia —nos recriminó con impotencia—. Sabíais que estaba aquí, y no os ha importado.
     No lo sabíamos —se apresuró a decir Arthur. Yo no sabía qué palabras debía dedicarle, pues Eros tenía razón. Arthur y yo estábamos amándonos sin importarnos que Eros se hallase en Muirgéin—. Eros... lo siento.
     No entiendo por qué os permito estar juntos. Lo que debería haber hecho desde el principio es llevarme a Sinéad a otro lugar, alejándola para siempre de ti; pero en lugar de eso he permitido que retoces con ella siempre que te plazca.
     Eros... no puedes echarnos nada en cara —protestó Arthur.
     Cállate, malnacido —lo insultó de pronto—. ¡Eres un desagradecido!
     Eros, por favor, no te enfades así —le pedí temerosa.
     ¡Tú cállate, maldita furcia! ¡Eres una egoísta!
Eros se había alzado del suelo y miraba a Arthur con una furia que estremeció las hojas de los árboles. Yo me apresuré a ponerme en pie también para detener cualquier movimiento hiriente que él pudiese hacer. Entonces, inesperadamente, los ojos de Eros comenzaron a quemar todo lo que nos rodeaba: los árboles, las plantas, las flores, la hierva... Todo se incendió como si del cielo hubiesen llovido las llamas más devastadoras. Intenté gritar, pero el humo se introdujo violentamente en mi cuerpo y me impidió articular cualquier sonido. Arthur me había tomado con fuerza de la mano y me la presionaba con una desesperación que me hizo tener ganas de llorar. De repente, lo oí gritar:
     ¡No, por favor, Muirgéin no!
     ¡Tenía que haberla destruido desde el principio! —chilló Eros lanzándose hacia Arthur y agarrándolo con fuerza del cuello. Instantáneamente, la fuerza con la que Arthur me asía de la mano se desvaneció—. ¡Te odio! ¡Siempre te he odiado!
     Basta, por favor —supliqué casi sin voz.
Quise defender a Arthur, quise alejarlo de ese momento y llevármelo volando hacia algún lugar donde nada pudiese hacernos daño; pero de súbito aquellas imágenes tan hirientes desaparecieron. Oía que Arthur me llamaba con preocupación y cariño desde la lejanía de la vigilia. Abrí los ojos sintiéndome completamente desorientada, pero no tardé en saber que todo lo que había vivido había formado parte de una horrible y tristísima pesadilla.
     ¿Estás bien? Estabas respirando... —me preguntó inquieto—. No es natural que un vampiro respire mientras duerme.
     Estaba teniendo una pesadilla —me quejé frotándome con suavidad los ojos—. Ha sido horrible, Arthur.
     ¿Quieres explicármela?
     No, será mejor que no. Tengo... ganas de alimentarme
     Eros se ha ido a alimentarse. Me ha dicho que tardará más de una hora —me comunicó con picardía.
     Arthur, me siento extraña. La pesadilla que he tenido me hace plantearme muchas cosas.
     ¿Qué cosas?
     Arthur, no sé cuánto tiempo podrá durar esto. No sé cuánto tiempo Eros aguantará esta situación. Parece conforme, pero yo sé que está sufriendo. Se lo noto en los ojos. Aunque intente aparentar serenidad, su mirada destila tristeza. Ya no es el mismo de siempre. Cuando estamos juntos, vive cada momento como si fuese el último que podemos compartir. No sé si podrá aguantar por más tiempo esta situación.
     ¿Y yo, Sinéad? ¿Crees que yo sí podré soportarla? —me cuestionó sobrecogido. Noté que estaba poniéndose cada vez más nervioso—. Piensas en Eros, y eso está muy bien, nunca podré recriminártelo; pero ¿quién piensa en mí, Sinéad? Yo también tengo que aceptar que puedes estar entre los brazos de otro hombre, también tengo que aceptar que no me quieres solamente a mí, y, créeme, es algo muy difícil, Sinéad. No puedo dormir porque continuamente estoy intentando luchar contra mis sentimientos para poder vivir de este modo tan extraño. Yo no soy tan moderno como Eros. Él es más liberal que yo. Posiblemente le cueste menos aceptar esta situación, pero yo soy un hombre de la Edad Media —se rió avergonzado—. Me cuesta vivir así, Sinéad.
     ¿Y qué me insinúas, que deje a Eros, Arthur? ¿Quieres que lo deje cuando fue él precisamente quien nos propuso vivir así? —le pregunté asustada.
     No, no estoy diciéndote que lo dejes, jamás te lo pediría... —respondió con mucha timidez—. Tal vez lo mejor sería que me abandonases a mí, que me dejases aquí y te fueses con él adonde quisieseis.
     Arthur, no digas eso, por favor. Yo te necesito —le confesé tristemente—. No vuelvas a pensar que cabe la posibilidad de separarnos.
     No puedo ser tan soñador como deseo —protestó con la voz quebrada—. No puedo seguir soñando cuando nada es tan maravilloso como parece... No lo es. No estoy contigo como anhelo estarlo. Yo quiero tenerte a mi lado en cada momento... No puedo vivir compartiéndote. Creía que sería más sencillo hacerlo, pero no ha sido así, no es así.
Arthur lloraba. Toda su tristeza se había concentrado en su alma y emanaba de su cuerpo convertida en unas lágrimas rojizas que parecían resbalar también por mi corazón, congelando mis sentimientos. No supe qué hacer. Sabía que Arthur tenía razón, sabía que tenía demasiados motivos para estar tan afligido. Él no era como Eros. Su corazón necesitaba vivir conmigo la historia de amor que la muerte destruyó.
     Lo siento. Pensaba que esto sería más fácil.
     No, no, perdóname a mí. Soy un egoísta. Eros está siendo muy bueno conmigo y yo lo único que hago es despreciar el esfuerzo que está haciendo para que tú seas feliz. Lo siento. No volveré a derrumbarme de este modo. Yo quiero estar contigo, pero no puedo exigir nada...
     No se trata de exigir ni tampoco pienses que eres egoísta. Simplemente me has confesado lo que piensas, y eso es necesario, Arthur. Yo necesito saber qué sientes, qué piensas...
     Pero a veces debería callar mis sentimientos. Lo siento, Sinéad...
     No te disculpes más, por favor. No quiero que te sientas culpable por nada. Esto que estamos viviendo no es fácil para ninguno de los tres. Yo también me siento perdida en muchísimas ocasiones. No sé qué debo hacer... No sé si lo que estoy haciendo es lo más correcto. A veces creo que soy una mujer vanidosa que lo único que desea es que todos me adoren, pero no es cierto. También me da miedo pensar que no puedo vivir soportando las pérdidas... Tal vez debería tomar una decisión, pero soy incapaz de hacerlo. No puedo vivir sin ninguno de los dos. Quizá eso suene egoísta. Tal vez parezca una furcia...
     ¡No! ¡No digas eso, Sinéad! —me suplicó Arthur acercándose más a mí y tomándome de las manos. Esta vez era yo la que lloraba.
     Lo siento... La pesadilla que he tenido este día me ha afectado mucho.
     Vayamos afuera para que nos dé el aire.
No me opuse. Salí de nuestro lecho y seguí a Arthur hasta el exterior. En contraste con nuestros sentimientos, la naturaleza estaba sumida en una calma casi sepulcral. Vagaba por el bosque un inmenso silencio que solamente las lejanas olas del mar se atrevían a interrumpir. Ni siquiera cantaban las aves nocturnas, ni tampoco susurraban los grillos. No entonaba el viento, no se mecía ni una sola hoja. Todo estaba tan callado que incluso me sentí tentada de detener mi respiración. Creí que en ese lugar no tenía permitido hablar. Pensé que las palabras no podían sonar allí.
Noté que Arthur estaba a punto de decir algo, pero un sonido inesperado y suave interrumpió sus intenciones. Oímos unos primorosos pasos. Eros se acercaba a nuestro hogar con una serenidad que parecía emanar de los árboles. En cuanto nos vio en la puerta de aquella casita de piedra, nos sonrió amablemente. Su sonrisa me tranquilizó profundamente.
No obstante, aunque estuviese sonriéndonos, yo notaba que de sus ojos emanaba un sentimiento que él deseaba ocultarnos. Cuando notó que estaba tan hundida en su mirada, el resplandor de ese sentimiento se intensificó sombríamente, pero Eros parecía querer ignorar todas sus emociones, pues se acercó a mí y me besó muy tiernamente en los labios mientras me rodeaba cariñosamente con sus brazos. No pude evitar estremecerme de tristeza cuando lo percibí tan tembloroso entre mis brazos. Aunque Eros pusiese su alma en cada mirada y en cada gesto, yo sabía que su interior estaba anegado en confusión y lástima. No me atrevía a preguntar por qué estaba tan afligido. Me daba miedo conocer la respuesta.
Entonces me planteé la posibilidad de que mi pesadilla hubiese nacido de detectar inconscientemente los sentimientos que se encerraban en los ojos de Eros. Tal vez mi alma sí se hubiese apercibido de que el corazón de Eros estaba lleno de congoja y confusión y mi razón hubiese querido negarlo con todo el empeño de la Historia.
     ¿Cómo estás? —le pregunté levemente intimidada.
     Bien, estoy bien, aunque creo que me he propasado esta noche. He bebido más de lo debido —se excusó retirándose de mis brazos y mirándome a los ojos—. ¿Y tú? ¿Cómo estás tú, cariño?
     Yo... bien —le mentí descaradamente. En aquellos momentos ya había aceptado que había empezado a tener dudas—. Yo también necesito alimentarme. Si me disculpáis...
     Por supuesto —susurró Eros dejándome ir.
Corrí a través del bosque hasta distanciarme de Eros y de Arthur, quienes se quedaron mirándome desde la entrada de nuestro hogar. Cuando noté que la hierba se convertía en aquella arena mullida y rojiza que alfombraba la orilla del mar, salté hacia el cielo y comencé a volar cada vez más rápido, ignorando mi sed, ignorando los sentimientos que me presionaban el alma, deseando acercarme cada vez más a las estrellas para que su luz alumbrase mi vida. Había empezado a advertir que mi presente se había oscurecido. No, yo no deseaba que aquello ocurriese, yo quería que nuestra vida siguiese siendo tan amena y harmoniosa, pero mi corazón, aquel anochecer, me había desvelado que él sí podía decantarse...
El mundo se me había caído encima. Notaba su peso sobre mis hombros, notaba su fuerza en mi corazón. Ni siquiera en la sangre encontré esa calma que mi presente me había arrebatado. Me alimenté más prominentemente de lo que tenía previsto. Deshice más de cinco vidas sin querer hacerlo. Yo no solía matar cuando me alimentaba, pero aquella noche no pude evitarlo. Mis instintos más feroces se apoderaron de mi ser y me dominaron como si yo no tuviese fuerza de voluntad para controlarme. Cuando murió entre mis brazos la última persona de la que me había alimentado, me sentí morir; pero enseguida entendí que mi indomable vampirismo resurgía con potencia cuando mi alma estaba impregnada de confusión y desesperación.
Regresé a la isla sintiendo que explotaba, que en cualquier momento podía convertirme en una estrella que moriría irradiando antes toda la fuerza de su luz. Volaba sobre el mar fijándome en las espesas nubes que protegían la mirada de los astros, intentando encontrar en las profundidades del mar esa calma que me permitiría mostrarme serena ante Arthur y Eros. Mientras volaba, mi corazón no dejaba de revelarme lo que sentía, lo que deseaba... y todo lo que podía susurrarme me estremecía violentamente, como si en verdad sus silenciosas palabras fuesen puñales que podían rasgarme toda el alma. ¡Yo no quería hacerle daño a Eros!
Ya podía ver los árboles que poblaban el corazón de Muirgéin, esos árboles mucho más antiguos que el viento, cuyas grandes hojas nos protegían de cualquier mirada y de la oscuridad de la noche. Muirgéin, aquel anochecer, estaba cubierta por unas nieblas que casi me impedían vislumbrar el brillo de las tímidas y tiernas flores que crecían junto a la hierba. Fueron aquellas brumas tan densas las que, de pronto, me trajeron el sonido de sus voces. Arthur y Eros conversaban serenamente en medio del bosque, casi susurrando; pero mis oídos vampíricos podían captar cada una de las palabras que se dedicaban:
     Arthur, no soy tonto. No es menester que me lo niegues. Además, no tienes por qué disculparte ante mí. Que ocurriese es totalmente comprensible. Yo os lo permití, así que no tienes que sentirte culpable.
     No deseaba que supieses cuándo ocurrió.
     Sinéad no quiso estar conmigo ayer cuando te dormiste. Eso es... muy extraño. Además, todo su cuerpo estaba impregnado de tu olor. No podéis ocultármelo.
     Lo siento, Eros. Esto no debe de ser cómodo para ti.
     Es cierto, no lo es; pero no lo es porque sepa que haya ocurrido, sino porque me he dado cuenta de algo... de algo que posiblemente preferiría ignorar.
     ¿De qué? —le preguntó Arthur asustado, aunque sabía disimular perfectamente sus sentimientos.
     Me he dado cuenta de que Sinéad te quiere más a ti. No, no digas nada. No es necesario. Hay algo en su mirada... Cuando te mira, los ojos le resplandecen de una forma distinta... Además, cuando te mira, noto que su alma se enlaza a la tuya... No sé por qué lo he captado, pero lo sé. Arthur, quiero que Sinéad sea feliz. Sé que estando con los dos al mismo tiempo no lo será jamás, jamás.
La voz de Eros sonaba propensa a quebrarse, lo cual  me destrozó el corazón. No, no podía soportar que él estuviese sufriendo; pero algo me dijo que... que aquel sufrimiento era invencible, que había nacido para no morir jamás y que en verdad era el principio de un cambio irreversible. Ansié volar hasta ellos para decirle a Eros que estaba equivocado, que yo nunca podría ser feliz si él... si él se iba; mas mi alma me reveló, de pronto, que no tenía sentido que protestase.
     Hablaré con ella. Le pediré que me diga la verdad. No creo que sea bueno seguir así. Ella se siente culpable cuando me mira. Lo noto. La conozco mucho más de lo que nadie se imagina.
     ¿Y por qué tienes que ser tú? Puedo irme yo... irme... y no volver nunca más. No tenía que haber regresado. Os he destrozado la vida. Siempre que aparezco os la destrozo...
     Jamás digas eso. Tú nunca debiste desaparecer. Sé que Sinéad te quiere a ti más que a nadie. Os conocisteis hace más de cinco siglos... e incluso tú sabías que ella existía mucho antes de que ella te mirase a los ojos por primera vez. No debo estar en medio de un amor que ha trascendido el tiempo, que ha sobrevivido a la muerte y que ha seguido vivo incluso cuando parecía que os habíais separado para siempre... Ni siquiera la locura ha podido destruir vuestro amor...
     Eros, no es justo que sufras... No es justo que precisamente tú...
     No sé lo que es justo o no, Arthur, ya no lo sé.
     Habla con ella. Estoy seguro de que estás equivocado.
     No, no lo estoy; aunque me siento incapaz de hablar con ella precisamente esta noche. Quiero... quiero disfrutar un poco más de su presencia, de su cariño... de ese cariño que ella me entrega con tanta culpabilidad.
     No es verdad. Sinéad te quiere con locura... Si fue capaz de enamorarse de ti cuando tenía el alma totalmente destrozada, no debes dudar de su amor, Eros. No, no puedo permitir que os separéis. Yo me esforzaré por vivir sin ella, intentando aceptar que contigo es feliz...
     No digas tonterías, Arthur. Tú te quitaste la vida por ella...
Arthur no dijo nada más. El silencio que de pronto se instaló entre ellos dos me presionó tan fuertemente el alma que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Descendí hacia la arena y me senté en la orilla del mar esperando que aquellas ganas de llorar tan potentes se desvaneciesen. Las olas del mar seguían danzando lentamente, como si no les importase nada, como si el mundo no existiese, como si ni siquiera el tiempo pudiese detenerlas. Deseé ser una de esas olas espumosas y brillantes para rozar la arena sin importarme nada, sin que nadie pudiese apagar mi danza... Deseé ser el mar para albergar en mi interior toda la belleza y la vida que la humanidad todavía no había conocido, para poder sentir que era poderosa pese a toda la pena que existía en el mundo.
     Sinéad.
La voz de Eros sonó susurrante, pero aún así me sobresaltó profundamente. Me limpié rápidamente las lágrimas que resbalaban por mis mejillas antes de que él pudiese apercibirse de que estaba llorando. Eros se sentó a mi lado y esperó a que yo lo mirase... pero yo no me atrevía a hacerlo. Aunque me hubiese retirado las lágrimas que desvelaban mis sentimientos, él podría adivinar con demasiada facilidad cómo me sentía.
     Shiny, necesito preguntarte algo.
     Hoy no, Eros, por favor —le supliqué casi sin poder hablar.
     Creo que no es necesario que te lo pregunte, Sinéad. Escúchame, Shiny, las cosas pasan sin que nadie las decida...
     No intentes engañarme. Sé que estás destrozado. La verdad es que no sé por qué piensas todo eso.
     Yo...
     Lo he oído todo, Eros.
     Shiny, yo quiero que seas feliz.
     ¿Y acaso tú no importas, Eros? —le pregunté a punto de llorar—. Tú me importas con locura.
     Sé que me amas, pero yo no puedo ser el amor de tu vida. Arthur es... es mucho más que tu enamorado.
     No vuelvas a pensar que yo puedo vivir sin ti. No es cierto —protesté llorando sin poder evitarlo. Me cubrí el rostro con las manos antes de que el mar viese mis lágrimas una vez más—. Por favor, deja que pase el tiempo. Es natural que tengamos dudas. Lo que estamos viviendo no es sencillo, pero no por ello tenemos que hacernos tanto daño.
     Tú lo amas más a él, Sinéad. No te preocupes por mí. Puedo aceptarlo si sé que eres feliz.
     Tú formas una gran parte de mi vida, Eros. No pienses que puedo ser feliz estando lejos de ti.
     Ahora posiblemente te cueste porque estamos muy acostumbrados uno al otro, pero estoy seguro de que lo lograrás con el tiempo.
     No, no y no. Deja que pasen unos cuantos días. No seas impulsivo, Eros. Disfrutemos de nuestro amor... de esta isla, de nuestra compañía. No permitamos que el sufrimiento lo destruya todo, por favor. Te prometo que cavilaré profundamente sobre nuestra vida, pero ahora no tomemos ninguna decisión, por favor.
     No creo que nada cambie. Tus sentimientos son indomables. Tal vez siempre supiste que deseabas estar con él, pero tu amor hacia mí te impedía aceptarlo. Sé que me quieres sinceramente, pero... no podemos estar toda la vida así, Sinéad.
     Ahora no quiero que nos hagamos daño...
     No tiene sentido  que lo alarguemos...
     Vayamos junto a Arthur y hablemos los tres.
     Arthur... es tan bueno que tampoco quiere saber nada de esto —se rió incómodo—. Es capaz de renunciar a ti para que yo no sufra.
     A ver si quienes os gustáis de verdad sois vosotros —bromeé acariciándole los cabellos.
     ¡Shiny! Eso no —conseguí que se riese.
     Vayamos junto a Arthur... Voy a pedirle algo...
     ¿De qué se trata?
     Ya lo verás —le contesté sonriéndole pícaramente.
     Shiny, no seas perversa —se quejó entornando los ojos—. ¿En qué estás pensando? —me preguntó asustado.
     ¡Eros! ¿En qué estás pensando tú? —me reí tirándole de la mano para ayudarlo a levantarse.
     Esa mirada me preocupa.
No le contesté. Solamente le sonreí con mucho amor y entonces empezamos a correr hacia el corazón del bosque, donde Arthur se hallaba sentado entre dos árboles observando la lejanía del mar. La espuma resplandecía entre las nieblas que anegaban aquella noche la isla de Muirgéin; unas nieblas que volvían más brillante aquella inocente espuma. Cuando Arthur nos percibió a su lado, nos sonrió tiernamente, aunque en su mirada yo detecté mucha incomodidad y culpabilidad.
     Quiero que le impidamos al sufrimiento que nos domine esta noche —les dije tomando la mano de Arthur y la de Eros—. Arthur, hace tiempo que deseo que hagas algo...
     ¿Yo? —preguntó extrañado e inquieto.
     Creo que ya es hora de que nos cuentes toda tu vida. Sé que, cuando me la explicaste hace ya tantos años, omitiste muchísimos detalles, y lo entiendo; pero ahora quiero que seas totalmente sincero con nosotros. ¿Qué significa en verdad esta isla para ti? ¿Qué papel tuviste realmente en la Historia? ¿Quién fuiste, Arthur? Queremos conocerte.
     Es... todo muy confuso —se excusó entornando los ojos.
     Queremos saber quién fue realmente el rey Arturo —intervino Eros simpáticamente—. No nos ocultes por más tiempo quién fuiste, Arthur.
     Los humanos...
     No importa lo que hayan dicho los humanos... —lo animé acariciándole los dedos—. Sabemos ya todo lo que han dicho sobre tu leyenda.
     Exactamente. Conocemos perfectamente todas las versiones que se han hecho, todas las referencias que se han dado; pero no conocemos la verdadera verdad.
     La verdadera verdad —se rió Arthur tiernamente—. Ni siquiera yo sé cuál puede ser la verdadera verdad...
     No importa. Ábrenos tu corazón, Arthur, por favor —le pedí muy dulcemente.
Arthur no se negó. Por primera vez en mucho tiempo, los ojos le resplandecieron de fuerza y sobre todo de una añoranza que tenía su origen en el pasado más lejano y legendario. Antes de comenzar a relatarnos su vida, nos pidió que no se la revelásemos a nadie, que para siempre restase escondida en nuestro corazón. Desconozco si él también deseaba que no la convirtiese en palabras silenciosas. Sólo anhelo que la historia de ese vampiro tan perfecto, amoroso y romántico nunca se apague y que permanezca flotando en la inmensidad del Universo hasta que todo se destruya.
 

2 comentarios:

Uber Regé dijo...

He pasado angustia, no lo puedo negar, cuando en el relato Eros empieza a incendiar Muirgéin con la desesperación de saber que Arthur y Sinéad se aman sin que él lo pueda soportar; el alivio posterior, saber que era un sueño, ha durado poco, porque verdaderamente el conflicto existe. Antes, ha sido muy hermosa toda la descripción del amor de estos eternos novios, pero ¿y Eros? De ninguna manera me olvido de él, él es quien hace posible la situación, en un acto generoso que en nada le beneficia, salvo en que así Sinéad es más feliz, e indirectamente eso le hace a él feliz, pues lo que más desea es eso precisamente, que ella alcance la felicidad absoluta. Me asusta ese brillo especial que ahora tiene su mirada, como si en su mente hubiera un plan: quitarse de enmedio. No sería justo. Él, más que nadie, puede reclamar el amor de Sinéad, es cierto que Arthur es más antiguo, que su amor está por encima de la muerte... pero no creo que su marcha solucionara nada, al contrario, a la larga sería un peso no solo para Sinéad, sino también para Arthur, ¿puede vivirse a costa del sacrificio de un inocente? Lo cierto es que la historia ha tomado un giro inesperado: por fin Arthur parece dispuesto a contarnos su vida, la "verdad verdadera", y eso es tan importante que suspende de momento el drama del triángulo amoroso, ¿quién sabe qué saldrá de ahí? Ya espero con ganas la continuación.

Wensus dijo...

Menuda entrada! Está cargada de gran erotismo, eso está claro. Esa isla paradisíaca (Murgéin) es un lugar tan bonito que florecen los sentimientos más puros, que es lo que les ha ocurrido a Sinéad y Arthur. Con esa pesadilla casi me da un infarto, ¡menos mal que era tan solo una pesadilla! Que mal rato he pasado. Aunque tenía mucho significado, las cosas no estaban bien. Existen relaciones a tres, pero ellos no son así. Creo que Sinéad...se debe aclarar de una vez por todas. Sin quererlo está haciendo daños a los dos. Yo tengo una especial unión con Eros, lo adoro (ya lo sabes), y sufro mucho por él. Debe decidirse ya, no puede seguir amando a los dos eternamente y tenerlos en vilo, es una situación dura para ambos. No sé, pero si se acuesta con Arthur y le dice tantas veces que lo ama, es que es a él al que ama. Veo que a Eros le da más de lado. Bueno, ya veremos que ocurre, pero que no alargue más esta situación. Ahora Arthur nos contará toda su historia, que interesanteeee! Tengo mucha curiosidad!!!