ORÍGENES DE LLUVIA
04
CUANDO EL PASADO SE VUELVE SÓLO TRISTEZA,
TODO SE APAGA
El poder de la nostalgia es
mucho más impetuoso que la fuerza de la felicidad. Puede adueñarse de todos los
rincones de la Tierra, puede apagar el brillo de la luna, puede cubrir el
resplandor de las estrellas y puede convertir en tinieblas hasta el lugar más
refulgente. Y así nos acaeció a nosotros. La melancolía más desgarradora y
brumosa envolvió nuestro corazón y nos anegó toda el alma. Muirgéin dejó de ser
esa isla llena de intimidad y magia para tornarse el hogar de la añoranza más
gélida y lánguida.
Cuando Eros y yo regresamos a
Muirgéin aquel triste amanecer en el que todo había empezado a perder sentido
para mí, la lluvia inundaba todos los recovecos de aquella isla tan antigua.
Llovía con tanta fuerza que hasta las olas del mar parecían inquietas. Se
agitaban en la orilla, removiendo su cristalina y brillante espuma. La lluvia
había cubierto la arena, había encharcado los rincones de la densa naturaleza
que poblaba aquella isla de ensueño y había ahogado las tímidas flores que
crecían junto a los árboles. Parecía como si en aquel lugar no pudiese
alborear, pues el cielo estaba repleto de nubes oscurísimas que nos hacían
creer que todas las estrellas del Universo se habían apagado.
Aquella lluvia tan intensa me
oprimió el corazón, me arrancó la voz y me sobrecogió profundamente. Fui
incapaz de decir nada durante unos largos y tensos minutos. Caminé junto a Eros
hasta nuestro hogar intentando que la tristeza que llovía del firmamento no me
hiciese llorar. Eros pareció captar mis sentimientos, pues me tomó con fuerza
de la mano y aligeró su paso. Enseguida llegamos a la casita donde debíamos
reencontrarnos con Arthur, pero él todavía no estaba allí. No me pregunté nada.
Me sentía tan deshecha que ni siquiera me importaba si el mundo se destruía en
esos momentos. A mí me parecía que aquella poderosa lluvia deseaba desvanecer
todas las vidas existentes en la Historia y en la Tierra, y a mí no me
importaba que todo se acabase en esos instantes.
Me preguntaba por qué me sentía
tan y tan triste, por qué notaba una pena tan honda presionándome con fuerza el
alma. Ni tan sólo me consolaba saber que Eros estaba a mi lado para entenderme
en todos mis silencios y para apoyarme en todo lo que yo desease, pues incluso
su presencia me llenaba el alma de culpabilidad.
Cuando nos acomodamos en aquel
lecho donde ya habíamos dormido tantos días, me escondí bajo las mantas y,
apoyándome en el pecho de Eros, permití que él me protegiese entre sus brazos.
Al sentir de nuevo su cariño, me derrumbé inevitable e irreversiblemente.
Eros no me dijo nada. Sólo se
limitó a acariciarme tibiamente, tratando de que aquellas ganas de llorar tan
insoportables se desvaneciesen; pero su cariño me hundía más. Creía no
merecérmelo. Estaba tan triste y tan asustada que no podía entender lo que me
ocurría; pero una pequeña parte de mí me advertía de que estaba tan afligida
porque me daba mucho miedo reconocer que Arthur nunca me había amado por lo que
yo era, sino porque había creído ver en mí el amor que tuvo que abandonar en el
olvido. Cada vez que aquella posibilidad se deslizaba por mi mente, todo mi cuerpo
temblaba.
—
Necesitas hablar con él —me comunicó Eros con una voz llena de amor—.
Tienes que aclarar las cosas con Arthur. No puedes pensar de ese modo sin haber
conversado con él sobre lo que él siente, Shiny. No hagas hipótesis erróneas
antes de tiempo. Ve a buscarlo, cariño. Estoy seguro de que se encuentra en la
cueva.
—
Ahora... no quiero... hablar... con él —le contesté intentando que mi
voz sonase clara, pero los sollozos la ahogaban.
—
Está bien, pero tampoco puedes seguir llorando así, cariño. Cálmate.
Mañana búscalo y habla con él.
—
No... no quiero hablar nada —me negué estúpidamente. Estaba tan
asustada que no podía pensar en nada.
—
Shiny, serénate, cariño...
Sí, conseguí tranquilizarme,
pero porque Eros permaneció acariciándome hasta que me sentí inmensamente
protegida, hasta que sus caricias y sus tiernas palabras me hicieron creer que
mi dolor no tenía motivos de ser. Sin darme cuenta de en qué momento aquello
ocurrió, me dormí entre sus brazos. El sonido de la lluvia también fue una
canción de cuna para mí. La lluvia golpeaba la piedra de nuestro hogar como si
desease adentrarse allí para acurrucarse junto a nosotros. Aquella trova tan
nostálgica me hacía creer que entre los brazos de Eros nunca me sucedería nada
malo, nunca más sufriría.
Cuando el día empezó a
convertirse en anochecer, abrí los ojos, sintiéndome de repente desorientada y
extraña. Tenía mucha sed y sobre todo me atacaba la sensación de haberme
dormido en un momento delirante. Notaba que tenía en el alma una profunda
herida que todavía sangraba, pero no podía recordar por qué estaba tan triste y
por qué experimentaba aquel hondísimo pinchazo que parecía querer rasgar todo
mi interior.
Eros estaba a mi lado, aún
dormido. Lo observé durante un tiempo incontable y por unos instantes su quieta
imagen me hizo creer que en verdad el dolor era una ilusión. Eros estaba
acurrucado entre mis brazos, tenía la cabeza apoyada en mi almohada y estaba
tan... tan hermoso que no pude evitar emocionarme. Con mucha suavidad, deslicé
los dedos por su mejilla y los escondí después entre sus nocturnos cabellos. Me
hundí en sus ojos cerrados, tratando de imaginarme qué soñaría... y por unos
largos momentos quise que únicamente existiese ese instante, ese instante que sólo
podía pertenecernos a nosotros.
Antes de separarme de él, me incliné
sobre su frente y le di un beso ligero y lleno de amor. Después, salí de
nuestro lecho y corrí hacia el exterior de nuestro hogar. Todavía llovía con
fuerza. La lluvia caía desesperadamente del cielo, como si las estrellas la
amedrentasen. A lo lejos, el sonido del trueno hacía temblar las profundidades
del mar y los relámpagos iluminaban un firmamento anegado en desolación y
nostalgia. Me imaginé que estaría lloviendo durante toda la noche.
Necesitaba alimentarme, pero me
sentía incapaz de volar bajo aquella lluvia tan potente. No me apetecía mojarme
enteramente, así que opté por dar un sereno paseo por la naturaleza que creaba
la isla de Muirgéin. Las grandes hojas de los árboles me protegían de aquella
lluvia tan furiosa y desesperada.
Caminando entre aquellos
poderosos árboles, sentí unos irrefrenables deseos de tañer mi amada arpa en
aquella naturaleza tan anegada en nostalgia y magia. Aunque no brillase ni una
sola luz allí, yo notaba que aquel bosque resplandecía con una fuerza inquebrantable.
Aquella calma tan inmensa se adentró en mi corazón y me acarició el alma hasta
retirar de mí toda esa tristeza que aún palpitaba en mi interior. El olor y el
sonido de la lluvia y los nítidos matices de los árboles y de las flores que
intentaban vivir entre los charcos de agua me ayudaron a aceptar todo lo que
estaba ocurriendo y todo lo que acontecería a partir de entonces. Me hicieron
comprender que no merecía la pena desfigurar el recuerdo de todo lo que había
vivido con Arthur por el hecho de que él nos hubiese revelado que desde siempre
amó a otra mujer... Yo también lo amaba a él y a Eros al mismo tiempo, y Arthur
había aceptado aquella realidad. Además, yo no tenía ningún motivo para
desconfiar de sus sentimientos. Debía hablar con él antes de que aquellas
hipótesis tan dolorosas que mi mente había creado siguiesen haciéndonos tanto
daño.
Sonreí al darme cuenta de que,
una vez más, la naturaleza me había ayudado a serenarme. Una vez más, su magia
y su poderosa presencia habían sido mucho más fuertes que mi alma y mis
sentimientos. La naturaleza siempre me ha calmado, siempre, siempre ha extraído
de mí todas esas emociones punzantes que pueden oscurecer la luz de la vida.
Siempre me ha ayudado a entender mejor la realidad que mi destino desea hacerme
vivir y siempre ha sido mi templo; el templo donde he podido reencontrarme con
la parte más ancestral de mi ser, esa parte que yace en todos nosotros, esa
parte que nació del espíritu de los bosques, del mar, de los ríos, de las
montañas... En nosotros hay un gran pedacito de ese espíritu creador y
expansivo que mora en los bosques, que canta en el viento y que llora en la
lluvia.
Sintiéndome mucho más animada,
corrí hacia la cueva donde sabía que podía encontrar a Arthur. Ni siquiera la
naturaleza podía revelarme con su silencio todo lo que ocurriría a partir de
entonces. La vida estaba cambiando vertiginosamente para todos justo en esos
instantes en los que yo me dirigía hacia aquel rincón tan mágico y antiguo.
Corría entre los árboles, sintiendo el poder de la tierra, aspirando el aroma
de la lluvia y oyendo la voz de la noche sin saber que, corriendo de ese modo,
estaba dejando atrás el presente que tanto nos había costado vivir a la vez que
me acercaba a un futuro lleno de hechos inexplicables y absolutamente mágicos.
Había conocido la magia de
Lainaya, había presenciado con mis propios ojos hechos indescriptiblemente
maravillosos; pero nunca pude figurarme que en una vida tan terrenal pudiesen
caber tantos matices celestiales. Nunca pude figurarme que la vida fuese tan y
tan mágica.
Antes de llegar al declive que
conducía a aquella silenciosa y misteriosa cueva, noté que los matices del
bosque se volvían levemente más refulgentes. Me detuve de pronto cuando percibí
que me rodeaba una luz verdosa que parecía provenir del tronco de los árboles.
Miré a mi alrededor, intentando adivinar de dónde emanaba aquel fulgor tan
cálido, pero no vi nada que me resultase alarmante ni revelador. El bosque
seguía sumergido en ese silencio que la lluvia exige. Las lágrimas que el cielo
lloraba se chocaban con fuerza contra la tierra y se posaban tímidamente en las
hojas de los árboles.
No obstante, yo sentía que no
estaba sola, que alguien me observaba desde el aire, posiblemente desde la
parte intangible de la naturaleza. Aquella sensación me empequeñeció
inmensamente. No pude evitar empezar a tener miedo. Mi temor se acreció cuando
de repente noté que aquel fulgor que me rodeaba se volvía mucho más intenso. La
oscuridad de aquella tormentosa noche devino en un rayo intensísimo de luz que
se deslizó por entre los árboles, posándose en sus raíces, envolviendo sus
gruesos troncos y perdiéndose entre las azuladas y espesas nubes que cubrían el
cielo. Me quedé deslumbrada, incapaz de entender lo que estaba sucediendo.
—
¡Arthur!
Lo llamé sin poder evitarlo. Mi
voz emanó de mis labios sin que yo pudiese detenerla. Lo llamé con un susurro
anegado en extrañeza, miedo e inseguridad. En cuanto lo apelé de ese modo tan
desesperado, el rayo de luz que había iluminado todo el bosque se tornó una
neblina destellante que lo inundó todo. El fulgor que me rodeaba se desvaneció
y en su lugar quedó un intensísimo olor
a flores y a humedad. De nuevo, miré desorientada a mi alrededor, y entonces...
entonces... entonces descubrí, entre los troncos de los árboles, escondido
entre las plantas, a un ser de apariencia indescriptible que me observaba con
los ojos llenos de temor.
Mi reacción fue huir. No sé por
qué me escapé de esa visión. No era la primera vez que veía a un ser mágico...
pero sentí que aquella presencia era mucho más poderosa que cualquiera con la
que me hubiese encontrado antes. No pude evitar descender rápidamente la cuesta
que me conducía a la cueva donde podía hallar a Arthur. Corrí notando que mi
respiración se agitaba imparablemente y que unos temblores gélidos se adueñaban
de todo mi cuerpo.
No podía dejar de recordar la
impresionante apariencia de aquel ser que se había materializado ante mí, que
me había observado con temor desde la intimidad del bosque. Tenía la piel
brillante como la faz de la luna, los ojos grandes y nocturnos, los cabellos
relucientes, largos y negros... Su rostro era bellísimo, quizá un rostro inverosímilmente
hermoso. Apenas pude observar el aspecto de su cuerpo porque el miedo me había
apartado inevitablemente de su lado... Entonces, antes de adentrarme en la
cueva donde la magia resplandecía en unas piedras ancestrales, la curiosidad
convirtió mi temor en intriga. Deseé regresar a aquel lugar donde aquella
mágica presencia había aparecido, pero no me atrevía a hacerlo, pues me
asustaba la posibilidad de no volver a hallarla, de que solamente hubiese sido una
ilusión.
—
¿Sinéad?
La voz de Arthur me extrajo
repentinamente de mis pensamientos. Me sobrecogí cuando lo descubrí ante mí,
mirándome con culpabilidad y desorientación. Le sonreí sin pensar en nada, sin
recordar lo que había acaecido entre nosotros la noche anterior. La misteriosa
aparición de ese ser tan mágico me había robado la razón y la memoria.
—
¿Qué haces ahí, Sinéad? ¿Quieres entrar? —me preguntó con respeto y
delicadeza. El tono de su voz me hizo recordar súbitamente todo lo que había
sucedido entre nosotros—. Necesito hablar contigo, Sinéad.
Al acordarme de todo lo que
había ocurrido la noche anterior, la pena que tan desesperadamente me había
oprimido el pecho volvió a presionarme el alma. Sentí de nuevo la hondísima lástima
nacida de plantearme la posibilidad de que Arthur nunca me hubiese amado
plenamente por lo que yo era... de que nuestro amor hubiese sido la continuación
de aquél que se había quedado pendiendo del olvido...
—
Yo también necesito hablar contigo —le contesté tímidamente.
—
Entonces, pasa. Estás empapada y, si sigues ahí, te mojarás
enteramente.
Cuando ya nos hallamos sentados
entre aquellas ancestrales piedras, frente a aquel refulgente lago de aguas
nítidas y azuladas, Arthur me miró
hondamente a los ojos. No soporté la fuerza de su mirada, por eso agaché
la cabeza, notando de nuevo cómo esa tristeza tan asfixiante se apoderaba de
mis sentidos y de mis sentimientos.
—
No sé lo que pensarás de mí, pero quiero avisarte de que nada de lo
que crees es cierto.
—
No es necesario que me mientas por pena, Arthur —le dije intentando
que mi voz sonase clara. Todavía no era capaz de mirarlo a los ojos.
—
No sé lo que piensas, Sinéad; pero...
—
Arthur, no es necesario que te disculpes, ni que te justifiques ante
mí ni nada de eso. Yo no voy a juzgarte ni tampoco a acusarte de nada.
—
Sinéad, dime lo que crees, por favor. Esta situación está haciéndome
mucho daño. Ayer tuve la impresión de que de pronto desconfiabas de mi amor,
del amor que te he profesado siempre.
—
No desconfío de tu amor, Arthur. Simplemente ahora lo veo desde otro
punto de vista. Ahora entiendo que nunca me amaste a mí realmente, sino a lo
que podías encontrar de ella en mí —titubeé sin saber muy bien cómo expresar lo
que pensaba—. Posiblemente, si no te hubieses enamorado de Morgaine, nunca te
habrías fijado en mí.
—
Pero ¿qué dices, Sinéad? ¿Cómo puedes pensar eso? Después de todo lo
que hemos vivido, ¿cómo es posible que dudes de mí, de todo lo que te amé y te
amo? —me preguntó exaltado, herido y con una voz anegada en decepción.
—
Ya te he dicho que no dudo de tu amor, Arthur —le reiteré con ganas de
llorar. Me pregunté por cuánto tiempo sería capaz de reprimírmelas—. Arthur, sé
que me amaste realmente, pero... pero nada de eso habría sido posible si...
—
¡No, Sinéad, no! ¡Yo me enamoré de ti por lo que siempre fuiste,
independientemente de lo que sentía por ella! No es justo que me digas todo
eso.
—
Arthur, no lo hiciste de forma consciente —le advertí con una voz
trémula. Su dolor intensificaba el mío—. Nunca fuiste consciente de ello... Ya
sabes que el amor es indomable...
—
No, pero es que estás creyendo algo muy injusto, Sinéad; algo que
destroza la belleza de nuestra historia de amor. Por favor, Sinéad, no vuelvas
a pensar nada de eso —me suplicó tomándome con fuerza de las manos—. Me duele
muchísimo, amor mío, muchísimo. Yo te amo por lo que eres, por lo que fuiste
siempre, porque eres maravillosa, vida mía, no porque una parte de ti se
parezca a Morgaine...
—
Arthur, si en algo no he errado nunca, es en interpretar el
significado de tus miradas...
—
Pero es que estás equivocada, Sinéad, estás totalmente equivocada,
cariño —me insistió con impotencia.
—
Arthur, no creo que todo pueda seguir igual a partir de ahora. Algo se
ha quebrado por dentro de mí. Ya no puedo mirarte a los ojos sintiéndome segura
de nada...
—
Pero ¿por qué, Sinéad? Morgaine ha quedado en el pasado. Tú eres la
que me importó siempre desde que te conocí.
—
No es verdad, Arthur, lo sabes. Sabes perfectamente que Morgaine no
quedó en el pasado...
—
Pero ella nunca más volverá, Sinéad...
—
Sí, sí volverá —lo contradije recordando turbada lo que había ocurrido
en el bosque.
—
¿Por qué estás tan segura, Sinéad?
—
Arthur... creo que no será conveniente para ninguno de los dos que
sigamos hablando de esto. Lo siento... Lamento que todo haya acabado así.
—
Pero ¿por qué quieres terminar conmigo, Sinéad? ¿Por qué no me crees,
maldita sea? —preguntó con la voz quebrada, con tanta frustración que noté que el
alma se me partía en mil pedazos—. ¡Me hiere hondamente que no me creas,
Sinéad!
—
Lo siento, Arthur; pero ya nada es igual... Ya no puedo pensar en
nuestro amor sin creer que existió porque existió el de Morgaine.
—
Pero ¿eso que más da, Sinéad? ¡Yo te amo! ¡Créeme, por favor!
—
Creo que lo mejor será que acabemos con esta situación.
—
No, no, no, por favor, no. ¡No me dejes, Sinéad!
—
Ya no tiene sentido que estemos juntos, Arthur. Lamento mucho que
hayamos terminado así.
—
Pero ¿por qué quieres hacernos tanto daño? ¿Por qué?
—
No quiero hacernos daño, ni a ti, ni a mí ni a...
—
¿A quién, Sinéad? —me interrogó nervioso.
—
Arthur, nuestro amor ha perdido sentido, no lo niegues. No quisiste
revelarme la verdad cuando me explicaste tu pasado hace casi un siglo porque no
querías que la magia de nuestra vida se desvaneciese. Ahora entiendo por qué no
me contaste toda la verdad...
—
¡La que está destruyendo la magia de nuestra vida eres tú, Sinéad!
—
¿Cómo te atreves a acusarme de eso? No es cierto, no quiero destruir
la magia de nada, Arthur. Simplemente, soy realista. ¡Y la realidad es que tú
nunca me amaste con plena sinceridad! ¡Nunca me amaste a mí, sino a lo que de
ella podías encontrar en mí! —le revelé impotente soltando sus manos—. ¡Yo
siempre fui la sombra del amor que sentías por ella!
—
¡Eso no es cierto! ¡Yo nunca he amado a nadie más desde que te conocí,
Sinéad! ¡En cambio tú... tú sí!
—
¿Cómo? ¡Yo estuve a punto de perderme para siempre por culpa de lo que
sentía por ti! ¡La locura estuvo a punto de destruirme! ¡Y cuando te perdí la
noche de nuestra boda...! ¡Eso fue lo más doloroso que he vivido nunca! ¡No te
imaginas lo que sufrí por ti, Arthur! ¡Nunca podrás imaginarte el infierno que
viví durante todos esos años! —le declaré con una impotencia desgarradora—.
¡Comprende, al menos, que sea doloroso para mí descubrir que amaste a otra
mujer tanto como a mí y que, para colmo, la veías en mí! ¿Qué soy yo ante esa
certeza, Arthur? ¡Dime! ¿Qué queda de mí ante una realidad tan poderosa? ¡No
soy nada, sólo una mujer estúpida que amó hasta la locura y que estuvo a punto
de morir en miles de ocasiones por no soportar la vida sin su amor, el amor de
un hombre que no la amaba de verdad! ¡Toda mi vida ha perdido sentido, Arthur!
—
¡No es necesario que seas tan extremista, Sinéad! ¿Acaso no recuerdas
que yo lo pasé horriblemente mal por ti cuando la locura te destruyó? ¡No me
hagas hablar, Sinéad! ¡No es justo que pienses todo eso! ¡Yo morí en nuestra noche
de bodas porque te salvé la vida a ti! ¿Acaso no recuerdas que esa bomba iba a
matarnos a los dos? ¡Si yo no te hubiese arrancado de mi lado, no estarías
aquí! ¡Habrías muerto, Sinéad, si yo no te hubiese lanzado a la tierra! ¡Yo no
daría la vida por una mujer idealizada! ¡Yo la di por ti porque te amaba como
jamás había amado, no porque quisiese seguir amando al recuerdo de mi hermana!
¡Dios mío! ¿Cómo es posible que seas así, tan injusta? —me chilló llorando
desesperadamente—. Está bien, si no crees en mí, si no crees en mi amor, ¡vete
de aquí!
—
Arthur... créeme, tengo demasiados motivos para que acabemos con
esto... —intenté decirle serenamente, pero las ganas de llorar que sentía se
habían adueñado de todo mi ser.
—
¡Todo lo que me has dicho me ha destrozado el alma, Sinéad! ¡No creo que
exista ninguna razón que justifique tu comportamiento!
—
¡Lo único que yo quiero es que seas feliz con ella! No quiero ser
ningún obstáculo entre vosotros. Ya está bien de sufrir, Arthur. No podemos
seguir así.
—
¿Qué estás diciendo? ¡Morgaine no volverá nunca, Sinéad!
—
Eso no es cierto, Arthur.
—
Sinéad, vete de aquí, vete con Eros a donde sea. No quiero volver a
verte nunca más —me suplicó con rabia e impotencia—. Nunca creí que pudieses
hacerme tanto daño.
—
¿Yo? ¡A mí también me duele esto, Arthur! No me acuses de haberte
herido porque lo que está ocurriendo no es culpa de ninguno de los dos.
—
¡No tendría que haberte contado nada!
—
Ahora ya es demasiado tarde para lamentarnos... Ven conmigo, Arthur...
Tienes que ver algo. Por favor, créeme.
—
Sinéad, no... No me engañes más. Déjame en paz.
—
Arthur, no seas testarudo. Esto ya está siendo demasiado difícil...
—
¿Cómo es posible que te hayas creído con el derecho de despreciar mi
amor y de decirme que tú me amaste de verdad y que yo a ti no? ¿Cómo es posible
que hayas olvidado todo lo que sufrimos uno por el otro? No tiene sentido que
me hayas dicho todo eso porque quieras apartarte de mí. No te creo, ya no creo
nada de lo que puedas decirme. Lo único que deseas es deshacerte de mí para
estar con Eros como lo estabais antes de que yo llegase. ¡Nunca tuve que
regresar de la muerte, nunca!
—
No digas eso, ya no por mí, sino por ella.
—
¿Qué dices?
—
Arthur, creo que... creo que he visto a Morgaine.
—
¡No juegues con eso, Sinéad!
—
No estoy jugando, Arthur. La he visto.
—
¡Eso es imposible!
—
Dime, ¿sabes si murió de verdad?
—
Ya te dije que no supe nada más de ella desde que Maurdred me
traicionó.
—
Maurdred mentía. Seguro que se aprovechó de vuestro amor para
hundirte.
—
Si así era, seguro que estará pagándolo en el infierno.
—
¿Cómo?
— Maurdred
me hirió a la vez que yo lo mataba.
— ¿Lo
mataste? —le pregunté estremecida.
— Sí...
Excalibur se hundió manchada de su sangre en las aguas de aquel lago. Nunca he
soportado la traición, Sinéad. La traición es mucho más horrible que la
mentira, que cualquier otra cosa.
— Se
lo merecía.
— Sinéad...
— Pero
te aseguro que ella... ella está aquí, Arthur. La he visto.
— Eso
es imposible, Sinéad, y lo sabes.
— Si
estoy diciendo la verdad, entonces me iré de Muirgéin para que podáis ser
felices eternamente. Si solamente ha sido una ilusión, entonces me quedaré aquí
contigo, aunque no creo que todo vuelva a ser como antes.
— ¿Dónde
la has visto? Y, si es cierto que está aquí, ¿qué tipo de ser es? —me preguntó
asustado.
— Dime,
¿tú nunca percibiste nada cuando vivías aquí?
— Ya
os dije que a veces me parecía escuchar sonidos que no procedían de la
naturaleza, que no podían asemejarse a la voz del viento ni de ningún animal.
Además, justo al anochecer, siempre me parecía ver una luz verdosa perdiéndose
por el bosque, hundiéndose en los árboles.
— Esa
luz verdosa me ha rodeado a mí esta noche, justo antes de entrar en esta cueva.
Y esa luz verdosa ha devenido en un rayo dorado que ha cruzado el bosque y ha
envuelto los troncos de los árboles. Ese rayo dorado, de repente, se ha apagado
para convertirse instantáneamente en una imagen preciosa cuyo aspecto no puedo
describir con palabras —le confesé nerviosa.
— Sinéad,
no puede ser.
— Posiblemente
ella haya vivido siempre aquí, escondida en la naturaleza, y al contar tu
pasado la hayas revivido...
— No
quiero saber si es cierto. No puedo, no puedo soportar la certeza de que ella
esté viva.
— Arthur,
por favor, créeme. Vayamos afuera.
— Tengo
miedo, Sinéad. Y no me siento bien. Todo lo que nos hemos dicho...
— Perdóname,
Arthur. Tal vez no tendría que haber sido tan sincera contigo; pero el dolor me
ha dominado y no he podido controlar lo que pensaba... —me disculpé con
vergüenza, aún sintiendo ganas de llorar.
— No
te disculpes. Yo también te he dicho cosas muy duras.
— Olvidemos
esto ahora. Centrémonos en buscarla...
— No
puedo creer que esté viva... No puedo imaginármela...
— Posiblemente
no sea ella, pero debemos intentar encontrar a ese ser que he visto. Me miraba
con temor, Arthur.
Arthur no me
dijo nada. Me sonrió con mucha timidez y permitió que lo tomase de la mano para
conducirlo hacia el exterior. Ya no llovía, lo cual agradecí profundamente,
pues buscar a un ser mágico soportando la fuerza de la lluvia es algo
imposible. La lluvia vuelve borrosos todos los matices y oculta los rincones
más sutiles.
El olor de la
lluvia era tan intenso que creí que podía tañerlo con las manos. El bosque
estaba impregnado de un aroma a humedad tan fresco y exquisito que no pude
evitar respirar hondamente para que toda la magia de aquella noche se adentrase
en mi cuerpo y desvaneciese los rescoldos de esos sentimientos punzantes que me
habían rasgado el alma. Le rogué al cielo que nos permitiese encontrar a aquel
ser tan misterioso que se había presentado efímeramente ante mis ojos... De
hallarlo o no dependía la belleza de nuestro futuro.
1 comentario:
Sin duda Murgéin es un lugar mágico, único en el mundo. Mientras describías el paisaje, la lluvia, el olor...me lo iba imaginando. Esa sensación de placer al escuchar la lluvia, el olor a mojado en plena naturaleza, los truenos y al mismo tiempo la incomodidad de mojarse y que la ropa se pegue al cuerpo o no puedas abrir bien los ojos por la lluvia, me encanta. En tus historias la naturaleza es otro personaje más. Siempre está presente y es cierto que consigue calmar a Sinéad cuando se siente mal. Sinéad ha sido dura y clara con Arthur, pero era necesario. Está claro que la amaba, que no era solo una ilusión, pero no puede negar que la influencia de Morgaine es real. No esperaba que pudiese aparecer, imaginaba que la revivirían como han hecho en otras ocasiones con otros personajes. ¡Que emocionante! ¿La encontrarán? Por otra parte, Sinéad tiene que dejar esa tristeza atrás. Tiene a Eros, que la ama con locura, ella también a él. Arthur es posible que encuentre la felicidad junto a Morgaine y el amor que han vivido eso fue real, puro y bonito y quedará grabado en sus corazones para siempre. A ver que ocurre a continuación, está muy interesante!!!
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