viernes, 27 de marzo de 2015

ORÍGENES DE LLUVIA - 04. CUANDO EL PASADO SE VUELVE SÓLO TRISTEZA, TODO SE APAGA


ORÍGENES DE LLUVIA
04
CUANDO EL PASADO SE VUELVE SÓLO TRISTEZA, TODO SE APAGA
El poder de la nostalgia es mucho más impetuoso que la fuerza de la felicidad. Puede adueñarse de todos los rincones de la Tierra, puede apagar el brillo de la luna, puede cubrir el resplandor de las estrellas y puede convertir en tinieblas hasta el lugar más refulgente. Y así nos acaeció a nosotros. La melancolía más desgarradora y brumosa envolvió nuestro corazón y nos anegó toda el alma. Muirgéin dejó de ser esa isla llena de intimidad y magia para tornarse el hogar de la añoranza más gélida y lánguida.
Cuando Eros y yo regresamos a Muirgéin aquel triste amanecer en el que todo había empezado a perder sentido para mí, la lluvia inundaba todos los recovecos de aquella isla tan antigua. Llovía con tanta fuerza que hasta las olas del mar parecían inquietas. Se agitaban en la orilla, removiendo su cristalina y brillante espuma. La lluvia había cubierto la arena, había encharcado los rincones de la densa naturaleza que poblaba aquella isla de ensueño y había ahogado las tímidas flores que crecían junto a los árboles. Parecía como si en aquel lugar no pudiese alborear, pues el cielo estaba repleto de nubes oscurísimas que nos hacían creer que todas las estrellas del Universo se habían apagado.
Aquella lluvia tan intensa me oprimió el corazón, me arrancó la voz y me sobrecogió profundamente. Fui incapaz de decir nada durante unos largos y tensos minutos. Caminé junto a Eros hasta nuestro hogar intentando que la tristeza que llovía del firmamento no me hiciese llorar. Eros pareció captar mis sentimientos, pues me tomó con fuerza de la mano y aligeró su paso. Enseguida llegamos a la casita donde debíamos reencontrarnos con Arthur, pero él todavía no estaba allí. No me pregunté nada. Me sentía tan deshecha que ni siquiera me importaba si el mundo se destruía en esos momentos. A mí me parecía que aquella poderosa lluvia deseaba desvanecer todas las vidas existentes en la Historia y en la Tierra, y a mí no me importaba que todo se acabase en esos instantes.
Me preguntaba por qué me sentía tan y tan triste, por qué notaba una pena tan honda presionándome con fuerza el alma. Ni tan sólo me consolaba saber que Eros estaba a mi lado para entenderme en todos mis silencios y para apoyarme en todo lo que yo desease, pues incluso su presencia me llenaba el alma de culpabilidad.
Cuando nos acomodamos en aquel lecho donde ya habíamos dormido tantos días, me escondí bajo las mantas y, apoyándome en el pecho de Eros, permití que él me protegiese entre sus brazos. Al sentir de nuevo su cariño, me derrumbé inevitable e irreversiblemente.
Eros no me dijo nada. Sólo se limitó a acariciarme tibiamente, tratando de que aquellas ganas de llorar tan insoportables se desvaneciesen; pero su cariño me hundía más. Creía no merecérmelo. Estaba tan triste y tan asustada que no podía entender lo que me ocurría; pero una pequeña parte de mí me advertía de que estaba tan afligida porque me daba mucho miedo reconocer que Arthur nunca me había amado por lo que yo era, sino porque había creído ver en mí el amor que tuvo que abandonar en el olvido. Cada vez que aquella posibilidad se deslizaba por mi mente, todo mi cuerpo temblaba.
     Necesitas hablar con él —me comunicó Eros con una voz llena de amor—. Tienes que aclarar las cosas con Arthur. No puedes pensar de ese modo sin haber conversado con él sobre lo que él siente, Shiny. No hagas hipótesis erróneas antes de tiempo. Ve a buscarlo, cariño. Estoy seguro de que se encuentra en la cueva.
     Ahora... no quiero... hablar... con él —le contesté intentando que mi voz sonase clara, pero los sollozos la ahogaban.
     Está bien, pero tampoco puedes seguir llorando así, cariño. Cálmate. Mañana búscalo y habla con él.
     No... no quiero hablar nada —me negué estúpidamente. Estaba tan asustada que no podía pensar en nada.
     Shiny, serénate, cariño...
Sí, conseguí tranquilizarme, pero porque Eros permaneció acariciándome hasta que me sentí inmensamente protegida, hasta que sus caricias y sus tiernas palabras me hicieron creer que mi dolor no tenía motivos de ser. Sin darme cuenta de en qué momento aquello ocurrió, me dormí entre sus brazos. El sonido de la lluvia también fue una canción de cuna para mí. La lluvia golpeaba la piedra de nuestro hogar como si desease adentrarse allí para acurrucarse junto a nosotros. Aquella trova tan nostálgica me hacía creer que entre los brazos de Eros nunca me sucedería nada malo, nunca más sufriría.
Cuando el día empezó a convertirse en anochecer, abrí los ojos, sintiéndome de repente desorientada y extraña. Tenía mucha sed y sobre todo me atacaba la sensación de haberme dormido en un momento delirante. Notaba que tenía en el alma una profunda herida que todavía sangraba, pero no podía recordar por qué estaba tan triste y por qué experimentaba aquel hondísimo pinchazo que parecía querer rasgar todo mi interior.
Eros estaba a mi lado, aún dormido. Lo observé durante un tiempo incontable y por unos instantes su quieta imagen me hizo creer que en verdad el dolor era una ilusión. Eros estaba acurrucado entre mis brazos, tenía la cabeza apoyada en mi almohada y estaba tan... tan hermoso que no pude evitar emocionarme. Con mucha suavidad, deslicé los dedos por su mejilla y los escondí después entre sus nocturnos cabellos. Me hundí en sus ojos cerrados, tratando de imaginarme qué soñaría... y por unos largos momentos quise que únicamente existiese ese instante, ese instante que sólo podía pertenecernos a nosotros.
Antes de separarme de él, me incliné sobre su frente y le di un beso ligero y lleno de amor. Después, salí de nuestro lecho y corrí hacia el exterior de nuestro hogar. Todavía llovía con fuerza. La lluvia caía desesperadamente del cielo, como si las estrellas la amedrentasen. A lo lejos, el sonido del trueno hacía temblar las profundidades del mar y los relámpagos iluminaban un firmamento anegado en desolación y nostalgia. Me imaginé que estaría lloviendo durante toda la noche.
Necesitaba alimentarme, pero me sentía incapaz de volar bajo aquella lluvia tan potente. No me apetecía mojarme enteramente, así que opté por dar un sereno paseo por la naturaleza que creaba la isla de Muirgéin. Las grandes hojas de los árboles me protegían de aquella lluvia tan furiosa y desesperada.
Caminando entre aquellos poderosos árboles, sentí unos irrefrenables deseos de tañer mi amada arpa en aquella naturaleza tan anegada en nostalgia y magia. Aunque no brillase ni una sola luz allí, yo notaba que aquel bosque resplandecía con una fuerza inquebrantable. Aquella calma tan inmensa se adentró en mi corazón y me acarició el alma hasta retirar de mí toda esa tristeza que aún palpitaba en mi interior. El olor y el sonido de la lluvia y los nítidos matices de los árboles y de las flores que intentaban vivir entre los charcos de agua me ayudaron a aceptar todo lo que estaba ocurriendo y todo lo que acontecería a partir de entonces. Me hicieron comprender que no merecía la pena desfigurar el recuerdo de todo lo que había vivido con Arthur por el hecho de que él nos hubiese revelado que desde siempre amó a otra mujer... Yo también lo amaba a él y a Eros al mismo tiempo, y Arthur había aceptado aquella realidad. Además, yo no tenía ningún motivo para desconfiar de sus sentimientos. Debía hablar con él antes de que aquellas hipótesis tan dolorosas que mi mente había creado siguiesen haciéndonos tanto daño.
Sonreí al darme cuenta de que, una vez más, la naturaleza me había ayudado a serenarme. Una vez más, su magia y su poderosa presencia habían sido mucho más fuertes que mi alma y mis sentimientos. La naturaleza siempre me ha calmado, siempre, siempre ha extraído de mí todas esas emociones punzantes que pueden oscurecer la luz de la vida. Siempre me ha ayudado a entender mejor la realidad que mi destino desea hacerme vivir y siempre ha sido mi templo; el templo donde he podido reencontrarme con la parte más ancestral de mi ser, esa parte que yace en todos nosotros, esa parte que nació del espíritu de los bosques, del mar, de los ríos, de las montañas... En nosotros hay un gran pedacito de ese espíritu creador y expansivo que mora en los bosques, que canta en el viento y que llora en la lluvia.
Sintiéndome mucho más animada, corrí hacia la cueva donde sabía que podía encontrar a Arthur. Ni siquiera la naturaleza podía revelarme con su silencio todo lo que ocurriría a partir de entonces. La vida estaba cambiando vertiginosamente para todos justo en esos instantes en los que yo me dirigía hacia aquel rincón tan mágico y antiguo. Corría entre los árboles, sintiendo el poder de la tierra, aspirando el aroma de la lluvia y oyendo la voz de la noche sin saber que, corriendo de ese modo, estaba dejando atrás el presente que tanto nos había costado vivir a la vez que me acercaba a un futuro lleno de hechos inexplicables y absolutamente mágicos.
Había conocido la magia de Lainaya, había presenciado con mis propios ojos hechos indescriptiblemente maravillosos; pero nunca pude figurarme que en una vida tan terrenal pudiesen caber tantos matices celestiales. Nunca pude figurarme que la vida fuese tan y tan mágica.
Antes de llegar al declive que conducía a aquella silenciosa y misteriosa cueva, noté que los matices del bosque se volvían levemente más refulgentes. Me detuve de pronto cuando percibí que me rodeaba una luz verdosa que parecía provenir del tronco de los árboles. Miré a mi alrededor, intentando adivinar de dónde emanaba aquel fulgor tan cálido, pero no vi nada que me resultase alarmante ni revelador. El bosque seguía sumergido en ese silencio que la lluvia exige. Las lágrimas que el cielo lloraba se chocaban con fuerza contra la tierra y se posaban tímidamente en las hojas de los árboles.
No obstante, yo sentía que no estaba sola, que alguien me observaba desde el aire, posiblemente desde la parte intangible de la naturaleza. Aquella sensación me empequeñeció inmensamente. No pude evitar empezar a tener miedo. Mi temor se acreció cuando de repente noté que aquel fulgor que me rodeaba se volvía mucho más intenso. La oscuridad de aquella tormentosa noche devino en un rayo intensísimo de luz que se deslizó por entre los árboles, posándose en sus raíces, envolviendo sus gruesos troncos y perdiéndose entre las azuladas y espesas nubes que cubrían el cielo. Me quedé deslumbrada, incapaz de entender lo  que estaba sucediendo.
     ¡Arthur!
Lo llamé sin poder evitarlo. Mi voz emanó de mis labios sin que yo pudiese detenerla. Lo llamé con un susurro anegado en extrañeza, miedo e inseguridad. En cuanto lo apelé de ese modo tan desesperado, el rayo de luz que había iluminado todo el bosque se tornó una neblina destellante que lo inundó todo. El fulgor que me rodeaba se desvaneció y en su lugar quedó  un intensísimo olor a flores y a humedad. De nuevo, miré desorientada a mi alrededor, y entonces... entonces... entonces descubrí, entre los troncos de los árboles, escondido entre las plantas, a un ser de apariencia indescriptible que me observaba con los ojos llenos de temor.
Mi reacción fue huir. No sé por qué me escapé de esa visión. No era la primera vez que veía a un ser mágico... pero sentí que aquella presencia era mucho más poderosa que cualquiera con la que me hubiese encontrado antes. No pude evitar descender rápidamente la cuesta que me conducía a la cueva donde podía hallar a Arthur. Corrí notando que mi respiración se agitaba imparablemente y que unos temblores gélidos se adueñaban de todo mi cuerpo.
No podía dejar de recordar la impresionante apariencia de aquel ser que se había materializado ante mí, que me había observado con temor desde la intimidad del bosque. Tenía la piel brillante como la faz de la luna, los ojos grandes y nocturnos, los cabellos relucientes, largos y negros... Su rostro era bellísimo, quizá un rostro inverosímilmente hermoso. Apenas pude observar el aspecto de su cuerpo porque el miedo me había apartado inevitablemente de su lado... Entonces, antes de adentrarme en la cueva donde la magia resplandecía en unas piedras ancestrales, la curiosidad convirtió mi temor en intriga. Deseé regresar a aquel lugar donde aquella mágica presencia había aparecido, pero no me atrevía a hacerlo, pues me asustaba la posibilidad de no volver a hallarla, de que solamente hubiese sido una ilusión.
     ¿Sinéad?
La voz de Arthur me extrajo repentinamente de mis pensamientos. Me sobrecogí cuando lo descubrí ante mí, mirándome con culpabilidad y desorientación. Le sonreí sin pensar en nada, sin recordar lo que había acaecido entre nosotros la noche anterior. La misteriosa aparición de ese ser tan mágico me había robado la razón y la memoria.
     ¿Qué haces ahí, Sinéad? ¿Quieres entrar? —me preguntó con respeto y delicadeza. El tono de su voz me hizo recordar súbitamente todo lo que había sucedido entre nosotros—. Necesito hablar contigo, Sinéad.
Al acordarme de todo lo que había ocurrido la noche anterior, la pena que tan desesperadamente me había oprimido el pecho volvió a presionarme el alma. Sentí de nuevo la hondísima lástima nacida de plantearme la posibilidad de que Arthur nunca me hubiese amado plenamente por lo que yo era... de que nuestro amor hubiese sido la continuación de aquél que se había quedado pendiendo del olvido...
     Yo también necesito hablar contigo —le contesté tímidamente.
     Entonces, pasa. Estás empapada y, si sigues ahí, te mojarás enteramente.
Cuando ya nos hallamos sentados entre aquellas ancestrales piedras, frente a aquel refulgente lago de aguas nítidas y azuladas, Arthur me miró  hondamente a los ojos. No soporté la fuerza de su mirada, por eso agaché la cabeza, notando de nuevo cómo esa tristeza tan asfixiante se apoderaba de mis sentidos y de mis sentimientos.
     No sé lo que pensarás de mí, pero quiero avisarte de que nada de lo que crees es cierto.
     No es necesario que me mientas por pena, Arthur —le dije intentando que mi voz sonase clara. Todavía no era capaz de mirarlo a los ojos.
     No sé lo que piensas, Sinéad; pero...
     Arthur, no es necesario que te disculpes, ni que te justifiques ante mí ni nada de eso. Yo no voy a juzgarte ni tampoco a acusarte de nada.
     Sinéad, dime lo que crees, por favor. Esta situación está haciéndome mucho daño. Ayer tuve la impresión de que de pronto desconfiabas de mi amor, del amor que te he profesado siempre.
     No desconfío de tu amor, Arthur. Simplemente ahora lo veo desde otro punto de vista. Ahora entiendo que nunca me amaste a mí realmente, sino a lo que podías encontrar de ella en mí —titubeé sin saber muy bien cómo expresar lo que pensaba—. Posiblemente, si no te hubieses enamorado de Morgaine, nunca te habrías fijado en mí.
     Pero ¿qué dices, Sinéad? ¿Cómo puedes pensar eso? Después de todo lo que hemos vivido, ¿cómo es posible que dudes de mí, de todo lo que te amé y te amo? —me preguntó exaltado, herido y con una voz anegada en decepción.
     Ya te he dicho que no dudo de tu amor, Arthur —le reiteré con ganas de llorar. Me pregunté por cuánto tiempo sería capaz de reprimírmelas—. Arthur, sé que me amaste realmente, pero... pero nada de eso habría sido posible si...
     ¡No, Sinéad, no! ¡Yo me enamoré de ti por lo que siempre fuiste, independientemente de lo que sentía por ella! No es justo que me digas todo eso.
     Arthur, no lo hiciste de forma consciente —le advertí con una voz trémula. Su dolor intensificaba el mío—. Nunca fuiste consciente de ello... Ya sabes que el amor es indomable...
     No, pero es que estás creyendo algo muy injusto, Sinéad; algo que destroza la belleza de nuestra historia de amor. Por favor, Sinéad, no vuelvas a pensar nada de eso —me suplicó tomándome con fuerza de las manos—. Me duele muchísimo, amor mío, muchísimo. Yo te amo por lo que eres, por lo que fuiste siempre, porque eres maravillosa, vida mía, no porque una parte de ti se parezca a Morgaine...
     Arthur, si en algo no he errado nunca, es en interpretar el significado de tus miradas...
     Pero es que estás equivocada, Sinéad, estás totalmente equivocada, cariño —me insistió con impotencia.
     Arthur, no creo que todo pueda seguir igual a partir de ahora. Algo se ha quebrado por dentro de mí. Ya no puedo mirarte a los ojos sintiéndome segura de nada...
     Pero ¿por qué, Sinéad? Morgaine ha quedado en el pasado. Tú eres la que me importó siempre desde que te conocí.
     No es verdad, Arthur, lo sabes. Sabes perfectamente que Morgaine no quedó en el pasado...
     Pero ella nunca más volverá, Sinéad...
     Sí, sí volverá —lo contradije recordando turbada lo que había ocurrido en el bosque.
     ¿Por qué estás tan segura, Sinéad?
     Arthur... creo que no será conveniente para ninguno de los dos que sigamos hablando de esto. Lo siento... Lamento que todo haya acabado así.
     Pero ¿por qué quieres terminar conmigo, Sinéad? ¿Por qué no me crees, maldita sea? —preguntó con la voz quebrada, con tanta frustración que noté que el alma se me partía en mil pedazos—. ¡Me hiere hondamente que no me creas, Sinéad!
     Lo siento, Arthur; pero ya nada es igual... Ya no puedo pensar en nuestro amor sin creer que existió porque existió el de Morgaine.
     Pero ¿eso que más da, Sinéad? ¡Yo te amo! ¡Créeme, por favor!
     Creo que lo mejor será que acabemos con esta situación.
     No, no, no, por favor, no. ¡No me dejes, Sinéad!
     Ya no tiene sentido que estemos juntos, Arthur. Lamento mucho que hayamos terminado así.
     Pero ¿por qué quieres hacernos tanto daño? ¿Por qué?
     No quiero hacernos daño, ni a ti, ni a mí ni a...
     ¿A quién, Sinéad? —me interrogó nervioso.
     Arthur, nuestro amor ha perdido sentido, no lo niegues. No quisiste revelarme la verdad cuando me explicaste tu pasado hace casi un siglo porque no querías que la magia de nuestra vida se desvaneciese. Ahora entiendo por qué no me contaste toda la verdad...
     ¡La que está destruyendo la magia de nuestra vida eres tú, Sinéad!
     ¿Cómo te atreves a acusarme de eso? No es cierto, no quiero destruir la magia de nada, Arthur. Simplemente, soy realista. ¡Y la realidad es que tú nunca me amaste con plena sinceridad! ¡Nunca me amaste a mí, sino a lo que de ella podías encontrar en mí! —le revelé impotente soltando sus manos—. ¡Yo siempre fui la sombra del amor que sentías por ella!
     ¡Eso no es cierto! ¡Yo nunca he amado a nadie más desde que te conocí, Sinéad! ¡En cambio tú... tú sí!
     ¿Cómo? ¡Yo estuve a punto de perderme para siempre por culpa de lo que sentía por ti! ¡La locura estuvo a punto de destruirme! ¡Y cuando te perdí la noche de nuestra boda...! ¡Eso fue lo más doloroso que he vivido nunca! ¡No te imaginas lo que sufrí por ti, Arthur! ¡Nunca podrás imaginarte el infierno que viví durante todos esos años! —le declaré con una impotencia desgarradora—. ¡Comprende, al menos, que sea doloroso para mí descubrir que amaste a otra mujer tanto como a mí y que, para colmo, la veías en mí! ¿Qué soy yo ante esa certeza, Arthur? ¡Dime! ¿Qué queda de mí ante una realidad tan poderosa? ¡No soy nada, sólo una mujer estúpida que amó hasta la locura y que estuvo a punto de morir en miles de ocasiones por no soportar la vida sin su amor, el amor de un hombre que no la amaba de verdad! ¡Toda mi vida ha perdido sentido, Arthur!
     ¡No es necesario que seas tan extremista, Sinéad! ¿Acaso no recuerdas que yo lo pasé horriblemente mal por ti cuando la locura te destruyó? ¡No me hagas hablar, Sinéad! ¡No es justo que pienses todo eso! ¡Yo morí en nuestra noche de bodas porque te salvé la vida a ti! ¿Acaso no recuerdas que esa bomba iba a matarnos a los dos? ¡Si yo no te hubiese arrancado de mi lado, no estarías aquí! ¡Habrías muerto, Sinéad, si yo no te hubiese lanzado a la tierra! ¡Yo no daría la vida por una mujer idealizada! ¡Yo la di por ti porque te amaba como jamás había amado, no porque quisiese seguir amando al recuerdo de mi hermana! ¡Dios mío! ¿Cómo es posible que seas así, tan injusta? —me chilló llorando desesperadamente—. Está bien, si no crees en mí, si no crees en mi amor, ¡vete de aquí!
     Arthur... créeme, tengo demasiados motivos para que acabemos con esto... —intenté decirle serenamente, pero las ganas de llorar que sentía se habían adueñado de todo mi ser.
     ¡Todo lo que me has dicho me ha destrozado el alma, Sinéad! ¡No creo que exista ninguna razón que justifique tu comportamiento!
     ¡Lo único que yo quiero es que seas feliz con ella! No quiero ser ningún obstáculo entre vosotros. Ya está bien de sufrir, Arthur. No podemos seguir así.
     ¿Qué estás diciendo? ¡Morgaine no volverá nunca, Sinéad!
     Eso no es cierto, Arthur.
     Sinéad, vete de aquí, vete con Eros a donde sea. No quiero volver a verte nunca más —me suplicó con rabia e impotencia—. Nunca creí que pudieses hacerme tanto daño.
     ¿Yo? ¡A mí también me duele esto, Arthur! No me acuses de haberte herido porque lo que está ocurriendo no es culpa de ninguno de los dos.
     ¡No tendría que haberte contado nada!
     Ahora ya es demasiado tarde para lamentarnos... Ven conmigo, Arthur... Tienes que ver algo. Por favor, créeme.
     Sinéad, no... No me engañes más. Déjame en paz.
     Arthur, no seas testarudo. Esto ya está siendo demasiado difícil...
     ¿Cómo es posible que te hayas creído con el derecho de despreciar mi amor y de decirme que tú me amaste de verdad y que yo a ti no? ¿Cómo es posible que hayas olvidado todo lo que sufrimos uno por el otro? No tiene sentido que me hayas dicho todo eso porque quieras apartarte de mí. No te creo, ya no creo nada de lo que puedas decirme. Lo único que deseas es deshacerte de mí para estar con Eros como lo estabais antes de que yo llegase. ¡Nunca tuve que regresar de la muerte, nunca!
     No digas eso, ya no por mí, sino por ella.
     ¿Qué dices?
     Arthur, creo que... creo que he visto a Morgaine.
     ¡No juegues con eso, Sinéad!
     No estoy jugando, Arthur. La he visto.
     ¡Eso es imposible!
     Dime, ¿sabes si murió de verdad?
     Ya te dije que no supe nada más de ella desde que Maurdred me traicionó.
     Maurdred mentía. Seguro que se aprovechó de vuestro amor para hundirte.
     Si así era, seguro que estará pagándolo en el infierno.
     ¿Cómo?
     Maurdred me hirió a la vez que yo lo mataba.
     ¿Lo mataste? —le pregunté estremecida.
     Sí... Excalibur se hundió manchada de su sangre en las aguas de aquel lago. Nunca he soportado la traición, Sinéad. La traición es mucho más horrible que la mentira, que cualquier otra cosa.
     Se lo merecía.
     Sinéad...
     Pero te aseguro que ella... ella está aquí, Arthur. La he visto.
     Eso es imposible, Sinéad, y lo sabes.
     Si estoy diciendo la verdad, entonces me iré de Muirgéin para que podáis ser felices eternamente. Si solamente ha sido una ilusión, entonces me quedaré aquí contigo, aunque no creo que todo vuelva a ser como antes.
     ¿Dónde la has visto? Y, si es cierto que está aquí, ¿qué tipo de ser es? —me preguntó asustado.
     Dime, ¿tú nunca percibiste nada cuando vivías aquí?
     Ya os dije que a veces me parecía escuchar sonidos que no procedían de la naturaleza, que no podían asemejarse a la voz del viento ni de ningún animal. Además, justo al anochecer, siempre me parecía ver una luz verdosa perdiéndose por el bosque, hundiéndose en los árboles.
     Esa luz verdosa me ha rodeado a mí esta noche, justo antes de entrar en esta cueva. Y esa luz verdosa ha devenido en un rayo dorado que ha cruzado el bosque y ha envuelto los troncos de los árboles. Ese rayo dorado, de repente, se ha apagado para convertirse instantáneamente en una imagen preciosa cuyo aspecto no puedo describir con palabras —le confesé nerviosa.
     Sinéad, no puede ser.
     Posiblemente ella haya vivido siempre aquí, escondida en la naturaleza, y al contar tu pasado la hayas revivido...
     No quiero saber si es cierto. No puedo, no puedo soportar la certeza de que ella esté viva.
     Arthur, por favor, créeme. Vayamos afuera.
     Tengo miedo, Sinéad. Y no me siento bien. Todo lo que nos hemos dicho...
     Perdóname, Arthur. Tal vez no tendría que haber sido tan sincera contigo; pero el dolor me ha dominado y no he podido controlar lo que pensaba... —me disculpé con vergüenza, aún sintiendo ganas de llorar.
     No te disculpes. Yo también te he dicho cosas muy duras.
     Olvidemos esto ahora. Centrémonos en buscarla...
     No puedo creer que esté viva... No puedo imaginármela...
     Posiblemente no sea ella, pero debemos intentar encontrar a ese ser que he visto. Me miraba con temor, Arthur.
Arthur no me dijo nada. Me sonrió con mucha timidez y permitió que lo tomase de la mano para conducirlo hacia el exterior. Ya no llovía, lo cual agradecí profundamente, pues buscar a un ser mágico soportando la fuerza de la lluvia es algo imposible. La lluvia vuelve borrosos todos los matices y oculta los rincones más sutiles.
El olor de la lluvia era tan intenso que creí que podía tañerlo con las manos. El bosque estaba impregnado de un aroma a humedad tan fresco y exquisito que no pude evitar respirar hondamente para que toda la magia de aquella noche se adentrase en mi cuerpo y desvaneciese los rescoldos de esos sentimientos punzantes que me habían rasgado el alma. Le rogué al cielo que nos permitiese encontrar a aquel ser tan misterioso que se había presentado efímeramente ante mis ojos... De hallarlo o no dependía la belleza de nuestro futuro.
 

1 comentario:

Wensus dijo...

Sin duda Murgéin es un lugar mágico, único en el mundo. Mientras describías el paisaje, la lluvia, el olor...me lo iba imaginando. Esa sensación de placer al escuchar la lluvia, el olor a mojado en plena naturaleza, los truenos y al mismo tiempo la incomodidad de mojarse y que la ropa se pegue al cuerpo o no puedas abrir bien los ojos por la lluvia, me encanta. En tus historias la naturaleza es otro personaje más. Siempre está presente y es cierto que consigue calmar a Sinéad cuando se siente mal. Sinéad ha sido dura y clara con Arthur, pero era necesario. Está claro que la amaba, que no era solo una ilusión, pero no puede negar que la influencia de Morgaine es real. No esperaba que pudiese aparecer, imaginaba que la revivirían como han hecho en otras ocasiones con otros personajes. ¡Que emocionante! ¿La encontrarán? Por otra parte, Sinéad tiene que dejar esa tristeza atrás. Tiene a Eros, que la ama con locura, ella también a él. Arthur es posible que encuentre la felicidad junto a Morgaine y el amor que han vivido eso fue real, puro y bonito y quedará grabado en sus corazones para siempre. A ver que ocurre a continuación, está muy interesante!!!