FE
Volar a través de la noche, entre densas
nubes tras las que se esconde la luz de las estrellas, dejando atrás ciudades
llenas de contaminación y ruido, sobrevolando bosques amenazados por la
modernidad y divisando, en las brumas de la distancia, paisajes alejados de la
mano de la humanidad fue lo más bello que vivía en muchísimos años. Saber que
estaba sola, que nadie me perseguía, que no tenía que rendirle cuentas a nadie
sobre mi camino me alentaba, me hacía volar cada vez más rauda, internándome
cada vez más en la oscuridad de la noche.
Me distanciaba de la cercanía del alba para
impedir que el tiempo nocturno de mi volar se terminase. Conocía muy bien el
camino que debía seguir para llegar a aquellos lares donde sería posible apartarme
de la voz de la civilización. Me acordaba de aquella selva en la que Arturo,
Undine, Stella, Leonard y yo habíamos vivido durante unos años que me parecían
eternos. Recordaba todos los instantes que habíamos compartido en aquel lugar
de ensueño, protegidos por la vegetación más densa, por los animales más
fieles, por las lluvias más intensas y por la humedad más espesa. La imposibilidad
de caminar serenamente por aquel territorio había sido también un escudo que
nos había amparado de la horrible posibilidad de ser descubiertos por los
humanos. Las únicas personas que habían formado parte de esos momentos nos
habían adorado sin motivo ni regreso, nos habían creído parte de un sueño o de
una fantasía que, en realidad, creaba sus días. Todavía recordaba la noche en la
que aquella humana tan entrañable me había tratado como una diosa, como su
Diosa, y me había llevado hasta un poblado en el que muchos humanos más me
habían rendido honores que tal vez no me mereciese.
Volé durante noches, recordando los momentos
más felices de mi vida, sintiendo cuán lejos se hallaban ya de mi presente. A
veces las ganas de llorar más intensas se apoderaban de todo mi ser y me
obligaban a descender a la tierra para llorar entre los árboles, o escondida en
alguna cueva u oculta en las sombras de alguna calle solitaria. Después
reemprendía mi vuelo y seguía mi camino.
Al fin llegué a aquel rincón del mundo que yo
creía que podría protegerme de todo lo que me dañaba; pero, cuando me hallé
rodeada por aquella espesa y mágica naturaleza, me percaté de que la hermosura
que me había hipnotizado y hechizado hacía ya tantos años no existía, se había
desvanecido. Aún resplandecía entre los árboles toda esa vida que me había
anegado el alma y me había ayudado a ser tan feliz; pero su luz se había atenuado.
No obstante, aquellos lares todavía podían ampararme del resto de la humanidad,
podían ser para mí un hogar donde la vida podría fluir con facilidad y
harmonía.
Durante las primeras noches que duró mi
estancia en aquellos lares que trataban de sobrevivir con ahínco en un mundo
donde la Naturaleza cada vez estaba más enferma, permanecí vagando sin rumbo
por aquellos densos bosques cuya espesura me apartaba tanto del resto del
mundo. Intentaba soñar con una vida mejor sumergiéndome en el potente sonido del
agua, oyendo el murmullo de los animales, aspirando la inmensa cantidad de
fragancias que adornaban aquella naturaleza, bañándome en aquel río que aún era
caudaloso, sintiendo la fuerza del agua, la interminable grandeza del
firmamento.
No obstante, cuando transcurrieron
prácticamente dos semanas, me percaté de que tenía el alma inmensamente vacía,
tan vacía que incluso me costaba percibir la belleza de lo que me rodeaba. Me
despertaba sobresaltada de sueños que me entristecían muchísimo, recordando instantes
que ya se hallaban muy lejos de mi presente. Todos los días soñaba con Tsolen o
con mi padre. Los veía viviendo sin ánimo en una ciudad llena de ruido, de
contaminación, en la que no brillaba ni el más sutil reflejo de las estrellas.
A veces conversaban sobre temas triviales y después cada uno se perdía por la
soledad de su vida. Tsolen aparecía cabizbajo, sombrío, triste. Me despertaba
justo cuando él empezaba a llorar, tal vez porque mi alma no se sentía capaz de
soportar el dolor que me causaba detectar la incalculable pena que invadía a
Tsolen.
En aquel eterno verano, yo me sentía helada,
notaba que el frío más gélido y penetrante se había instalado en todos los
rincones de aquellos bosques tan densos. De repente, un anochecer no pude huir
por más tiempo de la asfixiante sensación de estar sola, de creerme totalmente
sola y abandonada por mí misma. Recordaba todo lo que había ocurrido con
Lacnisha y me parecía que aquellos momentos formaban parte del sueño más
lejano. Me preguntaba, de pronto, por qué estaba allí, qué pretendía encontrar
en aquel lugar. La única explicación que me anegaba la mente era que estaba en
esos lares porque había tratado de huir del horrible presente en el que se
había convertido mi vida, porque pretendía hallar la felicidad en unas tierras
donde había podido ser inmensamente feliz mientras la Historia vivía los
instantes más delirantes y espantosos de su vida. Había podido ser feliz allí
mientras el mundo se destruía. Me había escapado hasta esa selva probando a ser
feliz de nuevo a la vez que la Tierra temblaba y cada vez se enfermaba más;
pero no lo había conseguido. Había fracasado. En ese lugar estaba completamente
sola. Ni siquiera yo me hallaba conmigo misma.
Además, cuando todas esas certezas me
invadieron, me percaté de que extrañaba a Tsolen con todas mis fuerzas.
Recordaba continuamente todos los momentos que habíamos compartido desde que
nos habíamos conocido, incluso aquéllos que habían estado a punto de separarnos
para siempre. Me acordaba de todo lo que él había luchado siempre por mí, todo
lo que me había dado, lo feliz que me había hecho ser, cómo apenas tenía que
esforzarse por hacerme sonreír, pues yo con él me sentía completa, sentía que
no me faltaba nada, nada. Con él lo había tenido todo después de creer que no
me quedaba nada tras perder a Arthur. Con Tsolen todo había sido siempre tan
sencillo...
Y, entonces, si siempre había sido tan fácil
ser feliz juntos, ¿por qué estaba allí, sola, apartada de él? ¿Por qué no le
había dado otra oportunidad para ser feliz junto a mí, para tratar de superar
juntos todas las adversidades del presente y construir un futuro unidos, como
siempre lo estuvimos? ¿Y por qué Tsolen me había dejado ir? ¿Por qué no me
buscaba? ¿Por qué tenía la sensación de que él también se había rendido? ¿Acaso
se había cansado de mí? ¿Acaso ya no me quería como antes? Si era así, si
Tsolen se había agotado de mi tristeza, si ya no me amaba, si el amor que me
había profesado se había desvanecido, esto solamente había ocurrido por culpa
mía, por no saber pugnar contra el desánimo, por dejarme invadir por el
desaliento sin ser consciente de que, permitiendo que la tristeza me abatiese,
perdería lo que más feliz podía hacerme, perdería el sentimiento más importante
de la vida: el amor.
—
No, no —me decía cuando todas aquellas certezas me anegaban la mente.
Dejaba de caminar de súbito y cerraba los ojos para que ninguna imagen me
trajese más recuerdos, para quedarme en silencio conmigo misma; pero todos esos
pensamientos horribles que me atacaban tenían una voz inquebrantable y no
cesaban de gritar por dentro de mí—. Yo soy la única culpable de todo, la
única... Yo quise irme. Él no tenía por qué haberme detenido, no tenía por qué
detenerme una vez más.
Cuando me percaté de que ni siquiera en
aquella densa selva que tanto podía apartarme de la civilización podía sentirme
en calma, el desaliento más profundo se apoderó de todos mis sentidos, de todos
mis sentimientos y de toda mi alma. Me pregunté qué sentido tenía entonces
permanecer en el mundo, qué sentido tenía seguir viva, si no iba a encontrar la
paz en ninguna parte, si para siempre se habían desvanecido todas aquellas
razones que yo siempre había hallado para continuar caminando por el sendero de
mi destino. En esos momentos creía que había perdido todos los motivos que me
impulsaban a vivir, a respirar, a seguir luchando por la luz de mi existencia.
Permanecí un número incontable de días
durmiendo, dormitando entre una inconsciencia densa y una vigilia sutil,
soñando con mis seres queridos, incapaz de pugnar contra mi memoria para que no
evocase continuamente esos recuerdos que tanto me entristecían, de los que
emanaban esos sueños que tanto me agitaban el alma. Me despertaba llorando,
incluso sintiendo ganas de gritar. Corría hacia el exterior de aquel árbol que
protegía mi sueño y vagaba durante toda la noche por aquel bosque tan tupido y
tan lleno de vida; pero incluso en esos momentos tenía la sensación de que
podía percibir el rumor de la civilización.
Apenas me alimentaba y la falta de sangre
también me impedía sentirme en calma. No me atrevía a acudir a la ciudad más
cercana para buscar la sangre, pues me horrorizaba pensar en la posibilidad de
encontrarme de repente con alguno de esos elementos tan horribles que formaban
parte de la modernidad. No me apetecía ver coches, ni escuchar el espantoso sonido
de los aviones o el ruido de los aparatos electrónicos, nada. No me apetecía en
absoluto aspirar el olor de la contaminación.
Entonces me sentaba entre los árboles y
trataba de encontrar las fuerzas que me ayudasen a enfrentarme a ese presente
que tanto me aterraba; pero me sentía tan inmensamente sola que era incapaz de
hallar el ímpetu de caminar.
Una noche en la que me encontraba en este
estado tan desolador y tan horrible, noté que alguien caminaba cerca de donde
yo estaba. Me asusté mucho al plantearme la posibilidad de que se tratase de
algún ser humano que se hubiese adentrado sin tener que hacerlo en aquel denso
bosque, pues, si lo era, el olor de la sangre me descontrolaría por completo y
mataría a esa persona sin pensar en nada, sin preguntarme qué estaba haciendo
allí; pero entonces advertí que del cuerpo que vagaba próximo a mí no se
desprendía la voz de un corazón latiente. Me paralicé cuando comprendí que
quien caminaba entre los árboles no guardaba en su interior el rumor de una
vida mortal.
Me quedé tan paralizada, intentando entender
el significado de ese momento, que no reparé en que el ser que vagaba por ese
bosque tan solitario se había aproximado irremediablemente a mí. Noté de
repente que alguien me tomaba con mucha delicadeza de la cintura, como si no
quisiese sobresaltarme, y que luego dejaba caer un beso ligero y efímero entre
mis cabellos. Reconocí enseguida el olor que se desprendía de aquel cuerpo,
reconocí el sonido de ese beso, reconocí las manos que me rodeaban la cintura,
lo reconocí todo, todo lo que le pertenecía, y entonces creí que me encontraba
inmersa en un sueño, creí que aquel momento no era real, y es que no podía ser
real porque era demasiado hermoso para que lo fuese.
—
No puede ser —musité con una voz quebrada, susurrante, sin fuerza—.
Estoy enloqueciéndome.
—
No, no estás volviéndote loca. Yo estoy aquí de verdad, Shiny. Mírame,
Shiny.
La voz de Tsolen sonó tan llena de amor que
no pude evitar empezar a llorar con un desconsuelo silencioso mientras me daba
la vuelta y me lanzaba a sus brazos. Él me abrazó con una dulzura que me
desmoronó mucho más, que profundizó mi llanto y mi desesperación.
—
Shiny, cariño, eh, tranquilízate, mi Shiny. Ya estoy aquí, amor mío.
Venga, serénate, que tenemos que hablar. Shiny, Shiny...
Mientras Tsolen me dedicaba aquellas palabras
tan llenas de amor y comprensión, me acariciaba la cabeza con sus dulces manos,
me presionaba contra su pecho, dejaba caer entre mis cabellos esos besos que
tanto me enternecían. No podía creerme que él estuviese allí conmigo, después
de haberme sentido tan sola, tan sola...
No podía serenarme. Todo lo que había llorado
durante días me parecía una nimiedad frente a ese llanto que tanto me agitaba,
que tanto me agrietaba el alma en esos momentos. Además, la sed protestaba cada
vez con más intensidad, pues apenas me quedaba sangre en el cuerpo y la poca
que me daba las fuerzas para caminar se me escapaba de los ojos convertida en
unas lágrimas que expresaban todo el desconsuelo que me embargaba.
—
Tsolen... perdóname, perdóname —intenté pedirle con claridad, pero mi
voz sonó llena de lágrimas.
—
Shiny, serénate, cariño. Estoy aquí para escucharte. Venga, cálmate.
—
Tsolen...
—
Sentémonos aquí, venga —me pidió tomándome de la mano y sentándose en
aquel mullido suelo. Me ayudó a acomodarme en su regazo y volvió a abrazarme.
No quiso soltarme en ningún momento—. Debes sosegarte. Sé que estás sedienta. No
tengas miedo, Shiny. No he venido aquí para recriminarte nada, ¿de acuerdo? He
venido porque quiero que hablemos. Sé lo mal que te sientes. Conozco todo lo
que ha ocurrido, cielo mío.
—
¿Has venido a buscarme? —le pregunté incrédula, desconsolada de repente
por la posibilidad de que todo lo que había creído sobre Tsolen hubiese sido un
engaño de mi triste mente—. ¿Has venido a buscarme porque aún me amas?
—
Por supuesto que sí, amor mío. Ya está bien de hacernos tanto daño,
¿no crees? Me he portado muy mal contigo, Sinéad. Sé que no estás bien, y yo no
he sabido entenderte —me confesó con una voz trémula.
—
Yo pensaba que ya no me amabas.
—
Yo también lo creía. Creía que yo ya no te importaba, pero Leonard me
ha ayudado a entenderlo todo.
—
Yo le dije a mi padre que no me apetecía buscarte, pero estando aquí
te he extrañado tanto, tanto... —le revelé llorando todavía desconsoladamente—.
Me sentía tan vacía sin ti, Tsolen... y no dejaba de recordar todos nuestros
momentos. Perdóname, perdóname. No sé por qué siempre yerro de ese modo. No me
merezco nada, nada, no me merezco ni que estés aquí, ni que me quieras, ni que
me quiera nadie, ni siquiera me merezco estar viva —hipaba.
—
No, Shiny, no digas eso nunca más, amor mío —me pidió con lágrimas en
los ojos—. Estás triste porque la vida está cambiando mucho, porque está
desapareciendo todo lo que amaste un día, porque te cuesta existir en este
presente tan asqueroso; pero no puedes perder la fe en el amor. Shiny, yo siempre
te amaré, siempre, siempre. No podía soportar la vida sin ti, no puedo
soportarla. La vida sin ti no es vida, Sinéad, no es vida. Si no estoy contigo,
este presente es mucho más espantoso y no merece la pena luchar por nada si no
estamos juntos —me declaró llorando también sin consuelo—. Shiny, no vuelvas a
dejarme, por favor. No vuelvas a irte. Luchemos juntos contra todo lo que
quiera abatirnos. Yo te quiero, Sinéad, te quiero con una fuerza que puede
destruir cualquier adversidad, vida mía.
Las palabras de Tsolen me hicieron llorar
mucho más desconsoladamente. Nos abrazamos con mucha fuerza, mezclamos nuestras
lágrimas, nuestro llanto, nuestra respiración, y por unos larguísimos momentos
me pareció que en el mundo había desaparecido todo excepto sus brazos, excepto
nuestro amor; ese amor que de nuevo me demostraba que merecía la pena vivir si
podía tener a Tsolen conmigo, junto a mí. De repente supe que me había
equivocado profundamente, que él estaba dispuesto como yo a pugnar contra todo,
contra esa tristeza devastadora que deseaba destruirme para siempre.
—
Shiny, he venido aquí a proponerte algo, amor mío. Verás —me dijo
tomando mi cabeza entre sus manos e intentando hablar con claridad, pero su voz
sonaba todavía temblorosa—, Shiny, yo quiero vivir contigo en un sitio hermoso
donde te sientas bien, feliz...
—
Ya no quedan lugares así —me quejé con una voz frágil—. Ni siquiera en
este lugar me siento ya protegida.
—
Shiny, esta selva queda a kilómetros de la civilización, amor mío. Si
no te sientes amparada en este lugar, es porque estás traumatizada, es porque
crees que los humanos han llegado a todos los rincones del mundo y los han
destruido; pero eso no es cierto, vida mía. Aún quedan lares que nadie ha
visto.
—
No es posible. Con los aviones se puede llegar a cualquier parte.
—
No, cariño. Yo puedo demostrarte que no es así.
—
Los humanos tienen explorado el planeta entero.
—
No, vida mía, eso no es cierto. ¿Recuerdas que tienes un poder que
puede rodear de brumas cualquier lugar del mundo?
—
Solamente puedo hacerlo si ese lugar tiene algo de magia, pero...
—
Cualquier lugar puede ser mágico si tú estás allí.
—
No es verdad. Yo ya no soy mágica, Tsolen. Yo he perdido mi magia. Lo
que hice por Lacnisha es lo último que mi magia me permitió lograr.
—
Sinéad, no es cierto. A ti te queda muchísima magia, muchísima, porque
tú siempre serás mágica, amor mío.
—
Gracias por confiar en mí. Yo ya no creo en nada.
—
¿No crees ni siquiera en mi amor? —me preguntó mirándome hondamente a
los ojos.
—
Sí, en tu amor sí —le sonreí tiernamente al percibir todo el amor que
emanaba de sus ojos.
—
Has sonreído. Si no pudieses sonreír, eso significaría que en realidad
no te queda magia en el alma; pero sí, sí tienes el alma llena de magia.
Sinéad, tu estado natural no es estar triste, no es interpretar con lástima
todo lo que te ocurre. Tus impulsos siempre provienen de la magia, de la
alegría, de la inocencia. Si estás tan desanimada, es por culpa de esta
humanidad, pero no puedes permitirlo, no debes permitirlo, cariño.
—
Quizá tengas razón... —divagué un poco más calmada.
—
Por supuesto que tengo razón —se rió él con inocencia—. Siempre la
tengo.
Esas últimas palabras nos hicieron reír
dulcemente a los dos. Experimentar la sensación de la risa me animó mucho más y
me hizo creer que nada era tan grave como yo pensaba si estaba junto a mis
seres queridos. Tsolen había venido a buscarme a un lugar totalmente apartado
de la vida humana, lejos de las ciudades donde él podía sentirse tan amparado.
No podía existir nada más importante que aquel hecho; el cual era la muestra de
que merecía la pena seguir luchando por vivir, por construirnos una vida en un
mundo que cada vez estaba más enloquecido.
—
Tsolen, gracias —le dije con los ojos refulgiéndome de amor, de
gratitud, de ánimo, al fin de ánimo—. Estaba muerta sin ti.
—
Sí, lo sabía. No me taches de egocéntrico; pero sabía que te sentías
inmensamente vacía sin mí —me indicó sonriéndome con vanidad. Aquello también
me hizo reír mucho.
—
¡Eres un vanidoso! —le declaré haciéndole cosquillas con ternura—.
¡Eres vanidoso y egocéntrico! ¿Quién te crees que eres, el centro del mundo?
—le pregunté desafiante mientras trataba de controlar la risa que deseaba
impedir que tiñese mi voz de esa falsa seriedad.
—
El centro del mundo no sé, pero el centro de tu mundo sí —me contestó
riéndose con fuerza, intentando hablar con claridad.
—
Tienes toda la razón: eres el centro de mi mundo.
Con mis cosquillas, había provocado que
Tsolen perdiese el equilibrio y que quedase tendido sobre aquel suelo lleno de
vegetación y de bichitos que enseguida aprovecharon su debilidad para colarse
entre sus cabellos y para posarse en su resplandeciente piel.
—
¡Huy, estás lleno de bichitos! ¡No sé si así me gustas! —me reí
revolviéndole los cabellos.
—
¡Shiny! ¡Shiny! ¡Ya basta, por favor! —me pidió incapaz de soportar
las cosquillas, la risa, mi risa, estallando de felicidad y abrazándome con una
fuerza que me hizo suspirar de alegría—. ¡Si llego a saber que estás tan
juguetona, habría venido antes!
—
¿Y por qué no has venido antes? —le pregunté limpiándome las lágrimas
que deseaban impedirme que lo mirase a los ojos.
—
Porque quería llegar cuando peor te sintieses, quería que me
extrañases más para que apreciases mejor mi aparición —me respondió con
altivez.
—
¿Cómo?
—
¡Que no, tonta! Si he tardado tanto, es porque me he perdido. ¡No te
rías de mí! Leonard me dio mapas y todo eso, pero yo soy un desastre con los
mapas. Eso sí, he visto lugares maravillosos donde podríamos ser muy felices.
Tenía pensado llevarte a un sitio donde podrías sentirte protegida y todo eso
que deseas sentir; pero he descubierto otro mucho mejor.
—
¿De qué lugares se trata? —le pregunté interesada, ya más calmada.
Quise sentarme en el suelo junto a Tsolen, pero él me lo impidió aferrándome
con fuerza de la cintura—. Tsolen, quiero que hablemos...
—
¿No te sientes cómoda así, conmigo? —me cuestionó abrazándome con
ternura. De pronto me besó en los labios con una pasión que yo casi había
olvidado—. Luego ya hablaremos, ¿no?
—
Tsolen —me reí con dulzura al sentir sus caricias, sus besos, al saber
que deseaba hacerme suya.
—
Te quiero, Sinéad —me declaró con un amor inmensurable, mirándome con
tanta ternura a los ojos que entonces me pareció que todo lo que había vivido
antes de ese momento desde que nos habíamos separado había formado parte de una
pesadilla que deseaba olvidar cuanto antes—. Te amo y quiero esforzarme para
que seas feliz de nuevo, amor mío. Lucharé contra todo, te lo prometo.
No pude contestarle, pues la emoción que
sentía me lo impedía. Solamente le respondí con mis caricias, con mis besos, con
mis abrazos, con mi amor. Entre sus brazos, siendo tan suya, me olvidé de todo
lo que había sufrido, me olvidé del llanto y de la desesperación y me pareció
que la vida volvía a resplandecer. Hacía muchísimo tiempo que no me sentía tan
unida a él, que no me creía parte de su cuerpo y de su alma. Recordé lo
delicioso que era saberme tan fundida con su ser y entonces creí que en el
mundo no existía nada que pudiese superar la fuerza y la magia de esos
momentos.
Cuando todo terminó, permanecimos unos largos
momentos abrazados, intentando recuperar la cadencia lenta y tranquila de
nuestra respiración, disfrutando del recuerdo de lo que acababa de ocurrir
entre nosotros. Tsolen me había amado como si hiciese siglos que no me tenía
entre sus brazos, como si hasta entonces hubiese sido incapaz de existir sin
sentirme tan suya. Entonces descubrí que yo tampoco me había creído capaz de
existir serenamente sin estar a su lado. También lo había necesitado con
locura, pero la tristeza me había impedido advertirlo.
—
No quiero estar sin ti nunca más —le confesé mirándolo a los ojos con
una ternura que incluso a mí me sobrecogía—. No vuelvas a permitirme estar sin
ti.
—
Lo intentaré, pero a veces te pones tan testaruda...
—
Cuando me ponga así, ámame, hazme tuya, y todo se me olvidará —le pedí
riéndome con timidez.
—
De acuerdo —se rió él también, gozoso y feliz.
—
¿Quieres que nos quedemos aquí durante un tiempo?
—
No, Shiny. Quiero enseñarte nuestro nuevo hogar.
—
¿Nuestro nuevo hogar?
—
Sí, en realidad te he mentido. Si he tardado tanto es porque, además
de que me he perdido, he estado preparándolo. No tenía ni la menor duda de que
me necesitabas y que no te opondrías a mí si te pedía que vinieses conmigo.
—
Eres un vanidoso —lo acusé divertida besándolo en el cuello.
—
Soy maravilloso —se halagó riéndose mientras me abrazaba con una
ternura inmensa—. Como lo he hecho yo y soy fantástico, sé que te encantará.
—
Seguramente —me reí también.
—
Shiny, se trata de...
—
¡No me lo digas! —le solicité alzando la cabeza y mirándolo traviesa—.
Quiero que sea una sorpresa.
—
¡Está bien! Pues entonces me parece que tendré que enseñártelo mañana
porque se ha hecho tarde, tenemos que bañarnos y descansar porque mañana nos
espera un viaje muy largo.
—
Sí, sí. Te encantará bañarte en este río tan caudaloso, ya verás —le
comuniqué ilusionada mientras me separaba de él y lo tomaba de la mano para
incitarlo a que se levantase del suelo cuanto antes—. ¡Ya verás cuántos
animalitos curiosos y cuántas plantas bellísimas viven en el fondo del río!
—
Shiny, ésa eres tú, sí, ahora sí eres tú —me indicó alzándose del
suelo y mirándome feliz a los ojos. Noté que las pestañas le temblaban—. Ahora
sí eres tú.
—
¿Por qué?
—
Porque tienes los ojos y la voz llenos de ilusión, porque te brilla la
mirada, porque tienes una sonrisa inmensamente resplandeciente en los labios.
Mi Shiny, no permitas que nada destruya tu luz, por favor —me pidió cubriéndose
los ojos con la mano que le quedaba libre; pero yo ya había visto sus lágrimas
antes de que él desease ocultármelas.
—
Tsolen...
—
Te amo, amor mío, y no soporto la idea de que tu magia puede
desaparecer.
—
Lucharé contra todo para impedir que desaparezca, te lo prometo; pero
tienes que estar a mi lado para que pueda conseguirlo —le pedí presionándole la
mano.
—
Estaré contigo siempre.
Nos abrazamos con amor, ánimo y fuerza bajo
la luz de aquellas lejanas estrellas, entre esos árboles que, por primera vez
desde que me encontraba allí, sí sentía que nos protegían de cualquier mirada.
Entonces supe que aquel pasado tan irascible y desgarrador que tanto me había
separado de la felicidad estaba quedándose atrás para darles la bienvenida a un
presente y a un futuro llenos de luz, de ternura, de tibieza, de ilusión. Supe
entonces que, aunque la tristeza más profunda y devastadora me arrebatase las
ganas de vivir y de seguir soñando, nunca debía perder la fe en mí misma, en la
magia de la vida, en la magia que aún podía quedar en la Historia. Solamente la
fe me permitiría enfrentarme a la tristeza y me devolvería el ímpetu de
continuar recorriendo mi destino; pero sobre todo, en esos momentos, aprendí
que nunca debía perder la fe en el amor.
2 comentarios:
¡Vivaaaaaaa! A veces somos nosotros mismos los que ponemos barreras al amor, a que nos quieran. La aparición de Tsolen es maravillosa. Ella lo necesita con locura, aunque no supiese verlo. Ha sido su medicina. Somos realmente complicados, y los vampiros igual que nosotros. A veces lo complicamos todo cuando las cosas son muy fáciles. Se habái desatado un huracán en el interior de Sinéad. Su alma estaba perdida y desencantada. Cuantas veces nos ocurre, a mi muchas. Estoy seguro que su nuevo hogar será maravilloso, estoy deseando saber cómo es. Si es que Sinéad es muy afortunada. Tiene a Tsolen, a Leonard y unos amigos de verdad, de esos que no se encuentran fácilmente. Es una entrada preciosa, en la que abres nuevamente el espíritu mágico de Sinéad y nos deslumbras completamente. Es tan profundo y son sentimientos tan puros que es imposible no simpatizar con ella. Adoro tu forma de escribir. No tardes en continuar!!!
¿En qué estará pensando Tsolen? No me imagino qué lugar queda tan fuera del alcance humano, aunque tengo una idea, pero no creo que sea esa... bueno, el caso es que su aparición lo equilibra todo, tengo muchas ganas de que ambos encuentren un hogar y sean felices, ya me he acostumbrado a que sean lugares que duran solo un tiempo, pero incluso eso es preferible a estar vagando sin rumbo, como veo ahora a Sinéad... y cuánta razón tiene Tsolen al decirle que siempre tendrá mucha magia, ella es eso... Me ha gustado mucho que se acuerde de la selva, un lugar también maravilloso, tal vez la antítesis de Lacnisha, pero en realidad es casi su otra cara, es un equilibrio natural y por eso los parecidos son más que las diferencias; también me ha hecho mucha gracia cuando le decía a Tsolen que con tantos bichitos encima no sabía si le gustaba, qué traviesa es a veces, pero en esa inocencia reside mucho de su atractivo... me pregunto cómo se habrá estado alimentando todo este tiempo, lo que le diría es que no tenga reparo en hacerlo con la gente de las ciudades, ¡sobramos tantos! El planeta se lo agradecerá. Ahora tenemos que esperar la siguiente entrada, pero estoy seguro que Sinéad se sentirá más contenta ahora que Tsolen está de nuevo a su lado, cuánto me gusta ese vampiro, qué barbaridad.
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