domingo, 26 de junio de 2016

LA VISITA - 02. UN MUNDO DE AROMAS Y COLORES

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Un mundo de aromas y colores

A mi alrededor no quedaba nada que me resultase conocido. Habían cambiado las sensaciones que experimentaba, había mutado el olor del viento y el matiz del vacío que me anegaba la mirada. No podía abrir todavía los ojos, pero me imaginaba que mi entorno se había llenado de matices que jamás había percibido. Me envolvía un suave aroma a flores, pero se trataba de una fragancia totalmente desconocida para mí.
Durante el tiempo que había transcurrido desde que había abandonado mi mundo hasta que mi alrededor había cambiado, había perdido por completo la estela de las percepciones que tan nítidamente había captado antes de que todo desapareciese. Había dejado de notar cómo Loyei se aferraba con desesperación y miedo a mí, había sido imposible pensar en algo externo a aquel momento y había perdido la noción del espacio y de mi propia existencia.
Sin embargo, en esos momentos ya había comenzado a recuperar la percepción de mi cuerpo, de mi alma y de mi entorno. Notaba, de nuevo, cómo Loyei me apretaba los hombros con sus pequeñas manos y cómo nuestro alrededor se templaba como si se hubiese prendido una tierna lumbre.
Ya puedes abrir los ojos —me avisó una voz desconocida; pero enseguida supe que era Loyei quien se había dirigido a mí—. Bienvenida a mi morada, Sinéad.
Me sentía muy extraña, como si no tuviese materia. Me parecía que solamente mi ser se formaba de aire y de colores, pero aquella sensación me resultaba totalmente incomprensible e imposible, así que abrí los ojos e intenté centrarme en lo que me sucedía y en lo que captaban mis desorientados sentidos.
No pude evitar que un suspiro de sorpresa me brotase de las entrañas. No podía comprender la apariencia de mi alrededor. Nunca había visto ni sentido nada parecido. Había tantos matices que me sentía cegada. La luz del día no provenía únicamente del cielo, sino que emanaba de los árboles que nos rodeaban, de la tierra que podía ser nuestro suelo y que sin embargo parecía repelernos, de las flores que lo cubrían todo, del aire que soplaba entre las ramas de los árboles, incluso parecía desprenderse de nuestro cuerpo. Era un mundo agobiante hecho solamente de fulgores que resplandecían desesperadamente.
Loyei, no puedo soportarlo —protesté perdiendo el equilibrio; pero el suelo no me acogió cuando anhelé tumbarme sobre sus flores, sino que me mantenía flotando en el aire como si en ese mundo no existiese la gravedad—. Por favor, Loyei, ayúdame.
¿Qué te resulta tan incómodo? —se rió Loyei. Tenía una voz cristalina y una risa hecha de campanitas—. No puedes tocar el suelo a menos que lo desees con todas tus fuerzas, pero solamente podrás tocarlo, no pisarlo, porque en este mundo no pisamos las flores ni la hierba.
Y esta luz...
Tendrás que acostumbrarte porque en este mundo nunca anochece.
Incluso la voz de Loyei me resultaba estridente, como la luz que me rodeaba y que tanto me asfixiaba. Entonces noté que la piel se me templaba excesivamente y que el interior de mi ser comenzaba a arder. El pánico más destructivo y desesperante me arrebató la poca calma que me quedaba y entonces empecé a suplicarle a Loyei que me ayudase a volver a mi mundo.
No puedes regresar todavía —me alertó sin perder la sonrisa que le brillaba en los labios. Parecía como si nada le resultase preocupante. De repente destilaba su ser tanta felicidad que me sentí culpable por estar tan asustada—. No te imaginas cuánto extrañaba esta luz, este calor, estos colores. ¡Es mi hogar, al fin!
Yo no podía compartir su alegría porque estaba sufriendo mucho, pero sí me alegraba por ella, si es que en medio de tanto desconcierto y miedo podía existir una emoción tierna. 
Sin esperarla ni preguntarle nada más, empecé a volar a través de ese bosque excesivamente iluminado. La piel ya me ardía y el cuerpo me temblaba como si de una hoja caduca antes de caer de su rama se tratase. Buscaba desesperadamente un lugar oscuro que pudiese protegerme de aquel intenso e ininterrumpido fulgor, pero parecía como si todos los elementos de aquel bosque hubiesen hecho un pacto con las sombras para echarlas de allí, para impedirles que se acumulasen en algún rincón. No había cuevas ni cerca ni en la distancia que me atrajesen hacia sí para ampararme. Las ramas de los árboles crecían muy separadas las unas de las otras, como si no quisiesen interrumpir, bajo ninguna circunstancia, el torrente de luz que llovía del cielo. Ni siquiera había nubes que pudiesen adornar aquel incendiado firmamento.
Deseé, desesperadamente, regresar a mi mundo; aquél que hasta entonces había querido abandonar sin pensar en que había lugares que podían deshacerme mucho más. Rogué que la nada que siempre me rodeaba antes de cambiar de realidad me envolviese de nuevo y que me arrastrase hasta algún lugar que pudiese ampararme. 
Mas mis ruegos no surgían efecto, por muy desesperada que los lanzase. Mi alrededor no cambiaba y parecía como si la luz que llovía y emanaba de todas partes se intensificase a medida que yo avanzaba, como si mis súplicas la alimentasen. 
De repente noté que muchas manos me arrastraban hacia un lugar que yo no podía imaginarme. Me dolía tanto la piel que aquel inocente contacto me hizo gritar de desesperación. Una voz trató de calmarme, pero yo no podía serenarme porque el miedo me había descontrolado por completo. Chillé de dolor y de tristeza hasta que percibí que la voz también me ardía.
¿Qué le sucede? No entiendo qué le ocurre, por qué sufre tanto.
Yo tampoco, pero está ardiendo. Está quemándose.
Nuestra luz le hace daño.
Es imposible. Nuestra luz es totalmente inofensiva.
Para nosotras, pero para ella...
Tenemos que ayudarla como sea.
Podemos ayudarla a regresar a su mundo, pero no sé de dónde viene.
Yo he ayudado a Loyei —traté de decirles, pero mi voz solamente fue un efímero y frágil susurro.
¿Qué dices?
Loyei se perdió en mi mundo y...
¿De qué mundo procedes?
De la Tierra.
Me costaba tanto expresarme que incluso tenía la sensación de que, si hablaba, mi voz rasgaría mi interior hasta provocarme heridas sangrantes e incurables. Los extraños seres que me rodeaban parecían no comprenderme y aquello me desesperaba profundamente.
Dinos cómo podemos llevarte a tu mundo.
No lo sé. Quiero irme. Me duele.
Entonces, lamentablemente, comencé a perder la noción del tiempo. La intensa luz que me rodeaba empezó a desvanecerse y, de repente, la oscuridad me envolvió. El dolor que aquel intenso fulgor me provocaba también se silenció y, al menos durante unos largos instantes, pude respirar en paz, sumergida en un sueño hondo y espeso sin imágenes ni sensaciones.
De pronto, alguien me extrajo de aquel profundo sueño agitándome de los hombros y llamándome con mucha calma y ternura. Abrí los ojos sintiéndome completamente desorientada y entonces me encontré con una mirada serena y oscura que, sin embargo, brillaba como una estrella errante.
¿Cómo te encuentras?
No lo sé. 
¿Te duele la piel?
Sí, un poco.
Entonces aquella mujer desconocida se retiró de mí unos instantes, pero regresó enseguida portando en las manos una especie de recipiente de madera del cual extrajo un extraño ungüento que empezó a aplicarme en ciertas zonas de mi cuerpo en el que el dolor era bastante intenso. El frío contacto de aquella textura suave me reconfortó bastante.
No te preocupes. Estás a salvo. Ha sido muy peligroso para ti adentrarte en un mundo para el cual no estás hecha.
No entiendo qué ha ocurrido.
Yo te he salvado. Ahora, descansa.
¿Dónde estoy?
No te preocupes por nada. 
La mujer, mientras me hablaba, iba frotándome las heridas con aquel reconfortante bálsamo. Me encontraba mucho mejor, pero la desorientación que me invadía el alma atenuaba cualquier sensación agradable.
¿Quién eres? —le pregunté con vergüenza.
¿Qué importa? Soy alguien que puede ayudarte y que, de hecho, te ha salvado la vida —me contestó separándose de mí—. Ahora debes descansar. Cuando te hayas recuperado totalmente, entonces hablaremos.
Se alejó de mí por un estrecho y largo corredor. Oí que cerraba una puerta allí a lo lejos y entonces todo se quedó en silencio. Quise mirar a mi alrededor para detectar la apariencia del lugar en el que me hallaba, pero no pude mover los ojos porque éstos me pesaban mucho, como si mi entorno estuviese anegado en un aroma que me provocaba una ineludible somnolencia. Volví a quedarme dormida y permanecí durante unas largas horas sumergida en un sueño sin sueños, oscuro y denso como la muerte. Lo único que resonó en mi dormida memoria y mi apagada consciencia fueron unas palabras que intentaron convertir aquella negrura en algún sueño, pero solamente existieron en forma de eco en mi silenciada mente: esto es como la muerte.
Cuando volví a abrir los ojos, me percaté de que ya no me dolía ni un solo centímetro de mi piel y que podía observar con nitidez mi alrededor. Estaba curada de las heridas que aquella intensa y despiadada luz me había hecho, pero la desorientación todavía me impedía sentirme totalmente en paz. 
Antes de que pudiese percibir la apariencia de mi alrededor, oí que sonaba una música muy suave y lenta en una estancia lejana. Era una música hecha de flautas dulces, tambores y un instrumento de cuerda cuyo sonar me resultaba desconocido. Aquella música me hipnotizó, pues durante unos largos momentos fui incapaz de pensar, pero también me llenó el alma de una inmensa tristeza, como si aquella música transportase en su melodía el recuerdo de otros tiempos, de otros lugares en los que nunca había estado o que había abandonado hacía muchísimos siglos. 
No pude evitar que las lágrimas me anegasen la mirada, sobre todo cuando a esa nostálgica y triste música se le añadió una voz muy dulce, mágica y cálida; una voz que entonaba lentamente unos versos que, sin poder evitarlo, se me hundieron en el alma como si fuesen puñales afilados. Me quedé paralizada cuando comprendí el significado de aquellas palabras, cuando me percaté de que, aunque aquella canción fuese totalmente desconocida para mí, se relacionaba muchísimo con mis sentimientos, como si quien la había compuesto se hubiese inspirado en mis sensaciones y en mis emociones para volverla mucho más hermosa y triste:
Caía la noche en el bosque, las estrellas lejanas brillaban en su andar.
Perdida sola en un mar sin olas, en una calma añorada.
Era oscuro y en silencio caminaba hacia la nada y la oscuridad.
Se perdía en la inmensidad del mar, junto a la orilla que la separaba de su realidad. 
En sus ojos canta la soledad, en su mirada se halla la eternidad.
Una danza triste mece su corazón,
Y el mundo ha desaparecido para ella,
Jamás regresará a su hogar, pero se aloja en la eternidad.
En su llanto, cantan recuerdos pasados, verdades ocultas.
Cuando cree que el mundo es cruel, mira hacia el cielo,
 en la faz de la luna encuentra la verdad.
Tal vez nunca halle su hogar,
pero en sus labios nace una dulce beldad;
y en su alma mora la herida del desamor...
No pude evitar salir del lecho que me había acogido y caminar hacia el lugar del que provenía la música. Las flautas, aquel misterioso instrumento de cuerda y la voz de quien cantaba con tanta tristeza y a la vez firmeza me impulsaban a andar con decisión. No obstante, yo tenía el alma anegada en temor y nostalgia. Aquellas emociones me detenían y me obligaban a luchar contra las ganas de llorar que se me habían aferrado tan desesperadamente a la garganta.
Al fin me hallé enfrente de la puerta que conducía a la estancia que la música tanto llenaba. Me pregunté cómo sería el aspecto de la mujer que cantaba con tanta serenidad y pena. Me figuré que ante ella se hallaría una tierna cantidad de seres que la escucharían atenta y profundamente mientras la observaban con admiración, tal como me habían escuchado y observado los humanos para los que tantas veces canté y toqué en el castillo de mi padre. 
Me acerqué a la puerta y me quedé paralizada junto a aquella gruesa madera, escuchando atentamente cada nota, cada melodía, cada tono que brotaba de los músicos y de la cantante. De repente, noté que alguien abría la puerta y me miraba con complicidad, invitándome a adentrarme en aquel mágico momento. Se trataba de un hombre que me sonreía con ternura y fascinación. Enseguida me percaté de que se trataba de un humano con la piel muy sonrosada, con los cabellos castaños y los ojos profundamente marrones. Su sonrisa era franca y viva. Estaba vestido con elegancia y con sencillez, portando unos pantalones negros y un jersey de lana azul. 
No me opuse a que me condujese al interior de la estancia; la cual estaba iluminada por un gran número de velas que resplandecían junto a las sombras. En el fondo de la sala, había una inmensa chimenea en la que ardía una lumbre acogedora y tibia. Había cortinas de terciopelo rojo que nos ocultaban la grandeza de los ventanales que, seguramente, cuando el día reinase en la naturaleza, introducirían un bello esplendor dorado que adornaría todos los rincones de aquella habitación.
Tal como había intuido, un número, aunque reducido, de personas escuchaban cómo aquel ser mágico cantaba como si no hubiese nada más a su alrededor, solamente la música y su voz, como si el mundo se redujese a aquel espacio pequeño en el que su voz resonaba nítidamente y como si el tiempo se encerrase en aquella triste canción. 
Nadie reparó en mi presencia, lo cual agradecí, pues estaba demasiado emocionada y no quería que nadie percibiese mis sentimientos. No estaba segura de que aquellas personas conociesen mi verdadera identidad, pero había una voz en mi interior que me alertaba de que posiblemente todos aquellos seres supiesen todos los detalles de mi vida y de mi forma de ser.
Observé, como lo hacían todos, a la mujer que cantaba junto a la flauta, acompañada por un tambor tímido y por aquel precioso y tierno instrumento de cuerda que me recordaba al arpa y al laúd al mismo tiempo. Cuando hundí la mirada en quien tenía una voz tan perfecta, me sobrecogí. Se trataba de la mujer que me había curado las heridas que la estridente luz de aquel extraño mundo me había horadado en la piel. Enseguida se apercibió de que yo la miraba, como si hasta entonces solamente hubiese existido para compartir conmigo ese instante. 
Lo que más me alivió fue percatarme de que su apariencia no era imponente. No era tan alta como yo, pero su cuerpo era delgado y estaba bastante bien proporcionado. Estaba ataviada con un vestido rojo que le llegaba a los tobillos y que remarcaba la fina forma de su cintura y la anchura sinuosa de sus caderas. Tenía los cabellos rojizos, aunque intuí que aquél no era su color original, y los ojos marrones, de los que emanaban certezas que me costaba comprender. Tuve la sensación de que no podía observar su alrededor con toda la nitidez que era necesaria, como si solamente captase una pequeña parte de los detalles que la rodeaban. Supe enseguida que no había intuido que me hallaba enfrente de ella porque me hubiese visto, sino porque el sexto sentido que la acompañaba siempre se lo había desvelado. Tal vez hubiese aspirado el aroma de mi cuerpo o se hubiese sentido observada por unos ojos que antes no se habían hundido en su imagen. Fuese como fuere, lo cierto es que me sentí instantáneamente conectada a ella, como si su alma y la mía hubiesen emanado de un mismo cuerpo, de un mismo segundo de vida. 
Cuando la canción terminó, ella se acercó al público, tal vez para observar mejor a quienes la escuchábamos y la mirábamos, y, con divertimento y simpatía, nos dijo a todos:
Esta noche tenemos el privilegio de alojar en nuestro hogar a un ser muy especial del que os he hablado ya demasiadas veces. Muchos de vosotros, la mayoría, creéis que no existe, que es una invención de mi mente; pero ahora podré demostraros que es real, que yo no me imaginé nada. Solamente dos personas, mis   dos mejores amigos, sabían que ella sí existía. Por favor, Sinéad, ven a mi lado y hazles entender que yo no estaba loca —me pidió riéndose nerviosa.
No me opuse. Caminé hacia el hueco en el que se hallaban ella y los músicos y entonces me situé a su lado. Me tomó enseguida de la mano. Su piel era cálida, contrastaba mucho con la gelidez que invadía todo mi cuerpo, pero a ella aquello no le importó, pues estaba demasiado acostumbrada a mí. Me conocía mejor que nadie, quizá mejor que yo a mí misma.
Ella es Sinéad. Es la protagonista de quince de mis novelas. Es el personaje con el que más a gusto me siento cuando escribo. Es el único personaje que me insta a seguir escribiendo, que me motiva a escribir páginas y páginas, quien despierta mi imaginación. Es la vampiresa que encuentro en todas las canciones bellas. He permanecido alejada de ella durante un tiempo que ni yo misma sé contar porque quería obedecer a todos aquéllos que me aconsejaban que escribiese algo distinto; pero lo único que he conseguido restando apartada de ella ha sido tristeza y desmotivación. Sinéad, no creo que pueda cumplir mi sueño de ser escritora, pero no porque yo no quiera serlo, sino porque sé que este mundo no me lo pondrá nada fácil y yo no tengo fuerzas para seguir luchando, para continuar decepcionándome a la mínima. Por eso he decidido que a partir de ahora escribiré casi siempre para mí, ignorando todo lo que me dijeron en el pasado. Esta historia es real y deseo que la vivamos juntas. Estás en mi mundo. Mi mundo es horrible porque habito en una ciudad en la que parece que no importe la naturaleza, pero juntas soñaremos con otro mundo mejor. La imaginación nos permitirá soñar con otras realidades y la música nos ayudará a darles forma a todos nuestros sentimientos y pensamientos. En mi mundo, ése que se aleja tanto del que realmente habito, yo puedo cantar bien, sé tocar el arpa y más instrumentos preciosos, escribo poesías tristísimas y puedo imaginarme que vivo en un antiguo castillo rodeado por la naturaleza más exuberante y hermosa; pero en realidad sé que todo eso está en mi imaginación. En mi vida real, tengo amigos maravillosos, una familia que me quiere y que yo aprecio y también tengo un chico que me quiere; pero nada de eso me llena realmente, a pesar de que, cuando lo reconozco, me invade la pena, pues me siento culpable al pensar que estoy siendo ingrata con la vida por no apreciar las cosas buenas que me entrega; pero no es verdad. Yo sí aprecio lo que tengo y le agradezco mucho a la Diosa que haya puesto en mi vida a personas tan maravillosas; pero eso no puede evitar que sueñe con otros mundos. Ahora ya habéis visto que Sinéad sí existe —dijo tras una larga pausa en la que intuí que trató de ignorar las ganas de llorar que la atacaban—. No volváis a creer que todo lo que escribo brota únicamente de mi imaginación.
Todos los que nos escuchaban y nos observaban aplaudieron entusiasmadamente; pero, de repente, nuestro alrededor comenzó a difuminarse, como si de los muros emanasen unas brumas que lo cubrían todo, y todas aquellas personas desaparecieron. Solamente nos quedamos ella y yo, a solas en una habitación silenciosa. Los instrumentos también se habían desvanecido. Era como si nunca hubiese existido la música, como si las palabras que ella les había dedicado a todos hubiesen sido un hechizo que había diluido en olvido todos los detalles de nuestro alrededor y de nuestros momentos. 
¿Qué ha ocurrido? —le pregunté sobrecogida.
Has imaginado conmigo. La música sí ha existido, pero estábamos completamente solas cuando la tocaba. Has venido en el momento en el que yo he deseado que aparecieses y has entrado en esta sala acompañada por una persona muy importante para mí que, sin embargo, nunca podrá hallarse totalmente inmersa en mi mágico mundo; pero tú sí puedes hacerlo porque somos iguales, Sinéad.
Pero ¿y dónde está mi hogar, mis seres queridos, todo lo que me pertenece?
Puedes volver cuando quieras.
No entiendo nada.
Yo he tratado de introducirte en un mundo nuevo para ti, pero me he equivocado. No puedes estar en todos los mundos que imagino porque esos mundos no están hechos para ti. No puedes hallarte en un mundo solamente compuesto de luz y carente de gravedad porque es lo opuesto a lo que tú necesitas para vivir. Es eso lo que he tratado de hacer conmigo misma: vivir en mundos para los que no estoy hecha. Lamentablemente, intento vivir en un mundo en el que no me siento a gusto; pero no puedo escapar realmente de él, como sí puedes hacerlo tú, y el único transporte que necesitas para huir de un mundo a otro es la imaginación, igual que yo.
Entonces, ¿no existe ese mundo tan iluminado y tan extraño?
Sí, sí existe, pero no te haré regresar a él.
¿Tú puedes controlar la apariencia del mundo en el que habito?
Sí, pero siempre regresarás al mundo en el que yo vivo porque es ahí lamentablemente donde encuentro la inspiración.
Entonces, si puedes controlar la apariencia de los lugares en los que puedo vivir, haz, por favor, que habite en el pasado de nuevo, en un castillo antiguo y acogedor hallado en medio de un bosque al que sea muy complicado acceder.
Podría llevarte al pasado, pero eso forma parte de tus recuerdos, Sinéad. No puedes volver a vivir en ese tiempo ni en ese espacio porque ya lo hiciste. Ahora tienes que enfrentarte a este presente y vivir en esta Tierra enferma. Yo también estoy obligada a hacerlo, Sinéad; pero juntas estoy segura de que conseguiremos embellecer todos los lares en los que tengamos que vivir.
  • ¿Podría pedirte, entonces, que me ayudases a regresar a un mundo en concreto?
  • Sí, por supuesto. Quieres regresar a Lainaya, ¿verdad? 
  • Sí, así es. 
  • Está bien.

Así pues, aquella conversación tan extraña fue el principio de una época diferente. Permanecí unos cuantos días y noches en aquel hogar imaginado, sabiendo que dentro de poco tendría que regresar al mundo que había abandonado; aquél en el que, sin embargo, habitaban seres tan mágicos como Artemisa. No obstante, de repente me planteé la posibilidad de que todos ellos no fuesen reales y que solamente existiesen en la única tierra donde en realidad habito: la de la imaginación. Era posible viajar de un mundo a otro e incluso volver al pasado porque todo aquello se halla inmerso en esa tierra indestructible. 

Aquella certeza me sobrecogió, pero, sin embargo, no era nueva para mí. Ya la conocía. Lo único que me ocurría era que nunca me había atrevido a enfrentarla. En esos momentos, comprendía que no podía huir de esa tierra en la que nos encontrábamos todos los seres y lugares que habían formado parte de mi destino. Tal vez en esa tierra sí fuese totalmente inmortal.

2 comentarios:

Wensus dijo...

Es un giro al giro argumental jajajaja. Es alucinante lo que has conseguido hacer, no me lo esperaba en absoluto. Es una historia no real, pero si que basada en cosas que has sentido. En seguido supe que eras tú, (y creo que el hombre que guía a Sinéad es Vicente). Es una reflexión y una decisión que has tomado y nos cuentas en forma de historia. Me parece muy bello que tú conozcas a tu personaje, que hables con ella y se entable una relación todavía más especial. Ha sido un momento muy tierno. Por cierto, ese mundo que has creado es desesperante, con tanta luz y cosas incomprensibles (para los que no estamos acostumbrados a algo así), prefiero mil veces más a Lainaya.

Con respecto a tu decisión, al menos la que planteas en la historia, siento un sabor agridulce. Por un lado, me apena que digas "me he cansado de luchar" en cuanto a escribir para publicar. Yo creo, que aunque no hagas por intentar que te publiquen ni te muevas, las oportunidades están ahí, quiero decir, que nunca se sabe lo que puede ocurrir en esta vida, aunque no estés buscando editoriales o promocionando tus novelas. Por otro lado, me alegra que sigas escribiendo, para ti misma, para los que nos encanta leerte y seguir tus creaciones. Vale, no somos millones, ni te da un trabajo ni nada de eso, pero compartimos algo muy bonito, y eso es maravilloso. Sí, el mundo editorial te exige escribir sobre cosas diferentes, que te inventes nuevas novelas, nuevos personajes. Yo creo que hay diferentes formas de vivir y de sentir a la hora de escribir. Hay personas que necesitan escribir sobre un millón de cosas. Tiene ideas y rápidamente escriben apasionadas sobre un tema u otra, dejándose la piel con cada palabra, ilusionados. Esto conlleva a que pueda enganchar a lectores fanáticos del terror, de la intriga o de la historia, por ejemplo. Luego existen otros que escriben sobre algo en concreto, un tema que les apasiona, un personaje que los guía, que los inspira. Pedirle que escriba sobre otra cosa es pedirle que renuncie a su inspiración, a la ilusión por escribir. Es cierto que aquí apuestas por un personaje, por un mundo en concreto, por un estilo, pero es que te sale del alma, es lo que te gusta y te inspiras, no puedes renunciar a eso. Es más complicado , aquí ya tienes un público en específico, pero esto no es ni mucho menos un problema. Muchos escritores se han hecho famosos con un solo personaje o mundo fantástico, El señor de los anillos, Harry Potter, Juego de Tronos...hay muchos. Y a decir verdad, estos han conseguido un éxito brutal, histórico. Por eso no hay que desanimarse. Escribe para ti, escribe para el que quiere leerte, pero escribe lo que te de la gana. Es secundario que no te publiquen, que sea más difícil, que te exigan otros temas...da igual, lo importante es ser fiel a lo que a uno le hace feliz, a lo que de verdad te gusta y crees. Nada, espero leer muchísimas historias más de Sinéad, los personajes que la acompañan y esos mundos maravillosos que creas y nos hacen soñar. Ya lo sabes, en mi tienes un fiel lector que te seguirá siempre. Un besito!!

Uber Regé dijo...

Has escrito una historia realmente muy compleja y que me envuelve como lector, literalmente me siento atrapado en ella, porque la leo y te encuentro, y encuentro a Sinéad e incluso puedo imaginarme dentro y fuera de ella a la vez, es una verdadera hazaña literaria. Y como haces a menudo, me obligas a deslizarme por una montaña rusa de sentimientos, Sinéad despierta mi compasión pero también mi envidia, siento que con cada relato se hace más real, y después de leer este tengo la impresión de que en cualquier momento si giro rápido la cabeza voy a encontrarme que la tengo detrás de mí tal vez vigilándome burlona. Sinéad es muchas cosas, creo que todas ellas hermosas, y por supuesto es parte de ti, aunque tenga una fuerza tan grande que difícilmente puedo aceptar que carezca de entidad. Coincido con Dani en que resulta triste leer cómo sientes el desánimo por ser escritora; en cierto modo, tienes razón, en el sentido de que no puedes serlo, pero no ya porque te falte suerte ni pericia, sino sencillamente porque el oficio de escritora en el sentido que pensamos ya no existe; hay, claro está, mujeres que publican libros, muchas de ellas periodistas, o famosas, pero en definitiva personas que tienen la escritura como algo secundario que adorna o complementa una vida profesional que no es la de la literatura. Pero, de todos modos, me sigo siempre que, te guste o no, y aunque quieras escapar a tu destino, tú eres Escritora, así, con mayúsculas, y en el fondo poco puedes hacer para escapar a eso. Ya, ya sé que tú querrías vivir de ello y todo lo demás... pero... es como dices en tu propio relato, todos te damos consejos, te mareamos, te decimos que cojas lo tangible... pero al final eres tú quien decide, y si quieres hacer trampas y escaparte de ti misma lo único que consigues es pasarlo mal y finalmente vendrá Sinéad a recordarte que te debes a ti misma. No es que los demás no te llenemos, es que solo puedes disfrutar de la vida desde tu plenitud como persona, y eso incluye escribir... claro que sí... queda tanto por saber de la vida de Sinéad, Leonard y todos los demás. El click que más le gusta a mi sobrina de todos es la Sinéad vestida de negro que me regalaste la llama "Sinéad de gala", ¿y sabes por qué? ¿porque el vestido es bonito? No, porque es Sinéad, está viva, es un sueño hecho realidad. Solo tú has conseguido eso, sólo tú tienes ese poder de dar vida y hacer soñar. Tu relato se pliega sobre sí mismo y nos atrapa, gracias por escribirlo, gracias por Lainaya, gracias por Sharbia, gracias por Undine. Nunca te abandonarán ni te decepcionarán. Y los que te queremos, tampoco.