lunes, 3 de febrero de 2014

INSOMNIO


INSOMNIO

No puedo dormir. Continuamente pienso en mis sentimientos, en mi vida y en lo que está sucediéndome últimamente. Además, sus profundos ojos no dejan de aparecer en mis sueños. Lo veo siempre en ese mundo onírico anegado en imágenes sombrías y lúgubres. A veces aparece tras unas brumas inquebrantables que me ocultan su valiente y dulce mirada, pero mis temblorosas y gélidas manos luchan contra esas neblinas para poder aferrar las suyas, las que siempre siento tibias y protectoras; mas, antes de que sus dedos y los míos consigan enlazarse irrevocablemente, el helado viento de la realidad abate mi sueño y me devuelve la consciencia que el dormir me arrebata. Entonces me despierto desorientada, buscando el calor de sus manos, intentando ver su sonrisa en la espesa oscuridad de mi alcoba. Eros duerme plácidamente a mi lado, ajeno a lo que sueño, a lo que siento. No me atrevo a mirarlo, como si la culpa me lo impidiese. Parece como si hubiese cometido un delito escalofriante que puede arrasar con la vida de todos los que me rodean.

Y hoy es uno de esos días en los que me he despertado guiada por la fuerza de la culpa. He vuelto a soñar con él, pero, esta vez, podía atisbar nítidamente el esplendor de su mirada, podía tomar sus manos y hundirme en su cálida sonrisa. Hemos estado juntos en un lugar desierto, caminando bajo un firmamento completamente estrellado donde los astros acogían la luz de la luna. Su mano ha tenido asida la mía durante todo ese sueño y nuestros ojos, sin que lo esperásemos ni pudiésemos evitarlo, se fundían en una sola mirada que silenciaba nuestros pensamientos y sentimientos. Wen me observaba fijamente, como si de súbito yo me hubiese convertido en su destino, y yo lo miraba tiernamente, hundiéndome sin regreso en sus ojos, como si mi vida se hubiese reducido a ese instante. Ninguno de los dos se atrevía a decir nada, pues sabíamos que no existía ni una sola palabra que pudiese describir la belleza de ese momento. Y, entonces, cuando creía que la noche devendría el alba más dorada de mi vida, él soltaba mi mano y me rodeaba desesperadamente con sus brazos. Cuando noté que me presionaba vivamente contra su pecho, la percepción de sus brazos, el calor de su piel y la sonoridad de su vida comenzaron a desvanecerse. Unas extrañas nieblas lo difuminaban, tornándolo la sombra de un pensamiento. Y, así, sintiéndome tan perdida y extrañada, la consciencia ha regresado a mí.

No puedo evitarlo. Cómo me gustaría ordenarle a mi alma que no me hiciese soñar con él, que no me recordase continuamente el bello esplendor de sus ojos, que no me hiciese desear incesantemente que sus manos tomen las mías. No sé lo que me sucede, pero soy plenamente consciente de que no es algo bueno, de que estos sentimientos son tan ilícitos como intentar bailar bajo la luz del sol.

Ayer fue una tarde triste, tarde que fue el amanecer de una noche larga y densa. Eros, por cuarta vez en aquella semana, había ido con Duclack a dar un paseo con la moto. Yo no me preocupo por él, pues sé que es plenamente responsable; pero temo quedarme sola, pues, cuando la soledad me rodea, mis pensamientos y sentimientos se vuelven mucho más insondables. La mente se me nubla, como si sobre mí se hubiese posado una espesa capa de nubes liliáceas que presagian la tormenta más desgarradora de la Historia. A veces intento huir de mis pensamientos tañendo el arpa, como si en sus cuerdas encontrase la paz que mi alma me arrebata; pero todas las canciones que brotan de mis manos son tristes, están impregnadas de oscuridad, tinieblas y melancolía. Incluso me parece que el arpa tiembla entre mis manos; algo que me hace sentir infinitamente culpable, como si me diese miedo entristecerla hasta provocar que sus cuerdas ya no quieran sonar.

Otras veces permanezco observando cómo la noche discurre por el cielo, encendiendo las primeras estrellas a la vez que apaga los últimos suspiros del día. La espesa negrura del bosque se vuelve cada vez más profunda a medida que el ocaso cae sobre la ciudad. Y, aunque intente escaparme de mis pensamientos, observando el crepúsculo es como más lo extraño. Me imagino que viene a buscarme y que me pide que nos apartemos volando de ese instante, de ese lugar... y lo lleve hacia una tierra donde no existan las fronteras ni los peligros. Mas siempre despierto de esas ensoñaciones sintiéndome infinitamente culpable. No entiendo lo que me sucede, pero tal vez no lo comprenda porque no me atrevo a indagar en mis propios sentimientos buscando las respuestas a todas las preguntas que surgen de mi razón.

Sin embargo, el insomnio que hoy me controla me ayuda a comprender lo que me acaece. Detrás de estos sentimientos que me hacen temblar y de los sueños que anegan mi mente todos los días, hay una explicación que me hace tiritar, que me parece escalofriante e inoportuna. No, no quiero reconocer lo que me sucede; pero mis recuerdos me incitan continuamente a hacerlo. Cuando pienso en la última vez que estuvimos juntos, me parece como si un río de aguas gélidas recorriese todo mi cuerpo, llevando certezas que ni mi mente ni mi alma quieren acoger. Aún me acuerdo de ese instante en el que la naturaleza nos protegió de la punzante realidad que puede quebrar nuestros sueños, justo cuando yo anhelaba erróneamente que el mundo cambiase para mí. Nos habíamos sentado juntos en el bosque, entre los gruesos y ancestrales árboles que tanto adoro, y nos habíamos mirado profundamente a los ojos. Yo había visto que las estrellas refulgían y se resguardaban en su honda e insondable mirada como si ésta fuese su firmamento, el rincón del Universo donde arden esos lejanos astros que tanto nos embelesan. Y, justo entonces, cuando más hundida estaba en su mirada, cuando él me había dicho que era la mujer más romántica que había conocido, sentí que algo se quebraba por dentro de mí, como si esas palabras hubiesen sido una mano que había descubierto mis sentimientos más profundos. Tuve miedo, pero sin embargo no quería que aquel momento se terminase...

No quiero reconocer lo que me sucede porque, si lo hago, entonces mi vida temblará mucho más de lo que ya tiembla, comenzará para mí una época que puede destruir todo lo que hemos logrado. A veces pienso que no debería haber abandonado el amparo de los bosques para introducirme en una vida tan complicada. Yo no me imaginé, en ningún momento, que todo pudiese tornarse tan difícil, tan estremecedor y temerario. Ahora mismo me gustaría poder manejar el tiempo y regresar a aquella noche en la que había accedido a abandonar nuestro enorme y ancestral castillo para adentrarnos en la sociedad... Eros tampoco pudo imaginarse nunca que nuestra vida pudiese tiritar de esta manera. Me duele recordar lo ilusionados que estábamos cuando nos trasladamos a este hogar tan entrañable y acogedor. En aquel entonces desconocíamos plenamente todo lo que ocurriría en nuestra vida.

En realidad temo por todos estos amiguitos que tanto me quieren, por esas personitas que me han acogido en su vida sin saber qué se esconde detrás de mis miradas; pero sobre todo temo por él, pues conocer lo que yo soy lo pone en peligro. Ojalá nunca hubiese llegado aquí. He turbado la vida de todos los que vivían tan serenamente antes de mi llegada. No deberíamos haber venido nunca, nunca. Todo podría seguir tan tranquilo sin nosotros...

Mas sobre todo pienso esto por culpa de mis sentimientos; los que están estropeándolo todo. Si es cierto lo que siento, debo alejarme de aquí, no puedo romper la vida de unas personas tan buenas. Estrella no se merece que yo, alguien que en verdad no tuvo que haberse introducido nunca en su presente, le haga tanto daño. No, no pienso hacerle daño a una persona tan buena y pura como ella, por eso callaré rotunda y profundamente las emociones que me anegan el alma. Quizá fuese adecuado distanciarme de este presente y no regresar nunca más a este mágico rincón del mundo; pero, siempre que pienso eso, noto que algo se me desquebraja por dentro de mí, como si mi alma se agrietase. No, no puedo alejarme de él... no puedo... Aunque lo tenga prohibido, lo necesito en mi vida. Habiendo conocido el esplendor de su mirada, ya no puedo vivir sin hundirme en sus ojos.

Nadaba en estas cavilaciones cuando oí el timbre de mi hogar. Me ilusioné tanto... No puedo negar que pensaba que podría ser él, que anhelaba que lo fuese. Corrí alegre hacia la puerta y la abrí con entusiasmo y simpatía, intentando ignorar los sentimientos que me ensordecían. El alma se me cayó al suelo cuando ante mí vi a la señora Hermenegilda. Ya había regresado de su viaje.

«¿Ya ha regresado de su viaje?», me pregunté desalentada. «Yo pensaba que estaría fuera más tiempo». Mis pensamientos me desanimaban mucho más de lo que ya lo estaba. No me ayudaban en absoluto a sonreír ni a sentirme serena. Sabía que aquel ocaso no estaba tan preparada para soportar los interminables monólogos de aquella mujer tan estridentemente agotadora. Sin embargo, cuando la miré, me arrepentí de ser tan cruel y despiadada con ella. Los ojos le brillaban de entusiasmo, revelándome que se alegraba infinitamente de verme. Entonces, inesperadamente, también experimenté pena por ella. Aquella mujer había empezado a quererme sin pedirme nada a cambio.

  • ¡Buenas tardes, Pálida Millonaria! —me saludó animadamente alargándome su mano. Yo se la tomé con timidez. Me pregunté cuándo aprendería a pronunciar mi nombre—. Me alegro mucho de haber regresado. Es que después del viaje del IMSERSO fui al pueblo de mis hijos. Fui a Las Alpujarras del Mar. Tengo que contarte muchas cosas, pero tiene que ser en mi casa porque han venido mis hijos y mis nietos. Quiero presentártelos. Ha venido Paco, mi hijo más querido, y en el pueblo le hablé mucho de ti. Es que él se fue a vivir allí hace más de veinte años. Todos hablan andaluz. Los hijos son más graciosos... He hecho té y tostitas... Ah, claro, no sabes lo que son las tostitas. De camino a mi casa te lo cuento, vayamos.
  • Lo siento mucho, señora; pero esta tarde tengo cosas que hacer.
  • De eso nada. Percibo que estás más sola que la una. ¿Dónde se ha ido ese novio tuyo?
  • Ha ido a dar un paseo.
  • ¿Sin ti? Huy, esto me huele a cuernos —murmuró pensando que yo no la oiría—; pero, bueno, no pasa nada, él se lo pierde. Vayamos —me ordenó de nuevo tirando de la manga de mi vestido—. Coge las cosas y vayamos a mi casa. Venga, que el té se enfriará.

No tuve más remedio que ir con la señora Hermenegilda a su casa. Aquel crepúsculo no me sentía capaz de luchar por mis intereses. No me apetecía en absoluto conocer a los familiares de la señora Hermenegilda. Me los imaginaba a todos tan terriblemente habladores como ella. Me figuraba que todos hablarían al mismo tiempo y que nadie escucharía a nadie; sin embargo, no pude protestar, pues, durante todo el trayecto (el que en realidad no era muy largo, ya que solamente teníamos que bajar unas pocas escaleras), estuvo refiriéndome experiencias de su viaje:

  • Los familiares de mi hijo son muy buena gente. Es que su mujer es de Las Alpujarras del Mar y, claro, ella no se sentía capaz de abandonar a sus padres. Mi consuegro está perfectamente, pero mi consuegra está enferma del corazón y, para colmo, le ha dado alfrémer de ese. Pobre mujer, apenas puede sostener el tenedor. No se acuerda casi de nada...

Aquellas palabras, sin esperarlo, me estremecieron de tristeza. El Alzheimer es una de las enfermedades que más horribles me parecen. Perder todos los recuerdos tras esforzarse infinitamente por vivir es como morir en vida. Me parece muy injusto que la memoria fenezca mucho antes que el cuerpo. Nunca podré entender por qué los humanos tienen que sufrir enfermedades tan escalofriantes. Sin saber por qué, en esos momentos pensaba en Wen. Me preguntaba qué sucedería si alguna vez él enfermaba, y ni siquiera era capaz de responderme, pues mi alma temblaba sobrecogedoramente por dentro de mí. Aquellos tristes pensamientos me alejaron inevitablemente de las palabras que la señora Hermenegilda todavía me dedicaba. La pena que se desprendía de aquellas injustas preguntas que me realizaba se intensificó cuando, repentinamente, mi razón se anegó en otra desalentadora pregunta: ¿qué ocurriría el día en que él se marchase para siempre de la vida? Y aquella pregunta, sin que yo pudiese intuirlo, me reveló que yo no aceptaba la mortalidad de Wen. No, no la aceptaba...

  • Y mi hijo Paco ha viajado mucho. Ya has visto todas las figuras que tengo en el armario de mi comedor —seguía hablándome—. Viaja tanto porque es un hombre de negocios, aunque nunca quiere decirme qué negocios maneja. La Loli, su mujer, me cuenta que están forrándose; pero que, entre el alquiler, los niños, los recibos... el dinero parece como si saltase por la ventana y volase lejos. Ayudan también a la madre de la Loli, que la pensión que tiene no da para nada, ni para las pastillas. No sé cuánto durará esto. Encima dicen que Robador ha timado miles de veces y que se gasta el dinero público en furcias. Este país es un asco, Pálida Millonaria; pero no quiero agobiarte con las cosas del gobierno, que seguro que te aburre la política. Por cierto, tienes unos ojos muy tristes hoy —advirtió de pronto, sorprendiéndome infinitamente—. ¿Es porque ese amor tuyo está viéndose con otra? Ay, mi amiga Fernanda pasó exactamente por lo mismo que tú. Descubrió que su marido la engañaba con una penca y fue a su casa y lo descubrió debajo de la cama de la zopenca. ¡Lo sacó a escobazos! Tendrías que mirar a ver si te pone los leños, ay, los cuernos, lo que pasa es que mi amiga Herminia y yo decimos los leños porque los cuernos no tiene sentido. Cuando alguien te es infiel, está poniéndote leños ardientes en tu vida... Bueno, ya hemos llegado. Aquí es. Bueno, ya lo sabes. He invitado a mis amigas Vicenta, Herminia y Fernanda, pero ni Herminia ni Vicenta han podido venir porque con este frío tienen las piernas que ni siquiera les palpitan. Mi amiga Fernanda está esperando a que vengas para conocerte. Ah, creo que ya la conoces. Estuvo en la fiesta de fin de año, si es que el amigo alemán no ha visitado también mi cabeza... ¡Ay, Fernanda, ven! Es que, entre que se levanta y viene, nosotras ya hemos entrado en el comedor. Por eso la aviso con tiempo, para que cuando lleguemos ya se haya levantado. Fernanda, aunque ya la conozcas, ésta es la Pálida Millonaria. Se llama Shraní o algo así... Tiene un nombre muy raro y difícil de pronunciar...
  • Me llamo Sinéad... —dije tímidamente.
  • Shraní... parece un nombre árabe —divagó la señora Fernanda—. Yo soy amiga de Hermenegilda. Somos amigas desde que aprendimos a coser.
  • Y éstos son mis hijos Paco, Manolo, Antonio, Rogelio, Magencio, Rodolfo y Leopoldo. Ellas son Lola, la mujer de Paco como te he dicho; Carmen, la mujer de Manolo; Isabel, la mujer de Rogelio; y Hortensia, la mujer de Magencio. Las demás no han podido venir. Esos tres niños pequeños que están comiendo las tostitas, ay, que no te he dicho lo que son aún, son los hijos de Paco y la Lola. Las tostitas son tortitas de harina, pero les pongo caramelo.

Me preguntaba, continuamente, cómo era posible que en aquel salón tan pequeño cupiese tanta gente; pero intenté disimular mi inquietud. Lo que más me desasosegaba era que el olor de la sangre podía tañerse con los dedos y estrujarse hasta volverlo parte de la piel...

  • Loh demáh niñoh no han poío vení —me informó la mujer de Paco—. Zan quedao en el campo con zu agüelo cudiando de zu agüela. Ziéntate, ziéntate aquí muhé, ¡que hay zitio pa toh! —me invitó señalándome una silla libre.
  • Gracias,  pero tampoco quería quedarme mucho tiempo —me excusé tímidamente.
  • ¡Pero zi tah máh blanca que la nieve! —gritó Paco—. ¡A vé zi toma un poco el zoooo! ¡Te vieneh a Lah Alpuharrah y ya veráh como te poneh máh tizná que un leño ardío en la lumbre! ¡Allí ze come mu bien! ¡Mi zuegra hace unoh potaheh que te chupa incluzo loh deoh de lo pieh! Ezo cuando ze acuerda de cómo ze cocina clarooo. Ven pacá, moza, ¡y proba ehta tohtita que ha hesho mi mare! Ehtan tan buenah que no te lo creeráh. Te parecerá raro cómo hablo, ¡pero eh que en Lah Alpuharrah del Mar ze te pega toh!
  • Sí, claro, lo entiendo. No, gracias. No me apetece comer. Hace poco que he merendado.
  • ¡Manolo, trae pacá la guitarra y tócale a la nena alguna canción de ezah de la tuyah! —le ordenó Loli.

No me apetecía en absoluto escuchar aquellas canciones “de las suyas” que podía tocarme aquel hombre, pues me imaginaba que la música sería tan vulgar como ellos, pero no objeté nada. Manolo se fue y regresó a los pocos segundos con una guitarra que parecía ser mucho más antigua que mi amada arpa celta.

  • ¡Ezta guitarra me la regaló mi paire cuando tenía dieh añoh! —me comunicó a gritos, como si pensase que yo estaba sorda—. ¡Era zuya! ¡Tocaba en loh vagoneh de loh treneh!
  • Este hijo mío... solamente se acuerda de mi tercer marido porque tocaba la guitarra —murmuró la señora Hermenegilda aparentemente disgustada—. De los siete, Manolo es el más artista —me informó—. En realidad todos eran muy inteligentes, pero se fueron al pueblo y se les turbó la mente.

Inesperadamente, antes de que yo pudiese contestar a las palabras de la señora Hermenegilda, Manolo comenzó a rasguear la guitarra y a cantar estridentemente, como si su cuerpo estuviese a punto de explotar:

  • ¡Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyy, que me duele el alma de tanto amarteiiiiin! ¡Aaayyyy, que el corazón me ehplotará si te veo con ezoh ohoooooh!

Creí que aquella canción (por llamar de algún modo a aquellos intentos de música) duraría hasta que se terminase la vida de la Historia. Manolo no dejaba de aporrear la guitarra mientras cada vez gritaba más alto. Me sorprendía muchísimo que la señora Hermenegilda tuviese unos familiares tan... bien, creo que no existen palabras para definirlos. A la vez que Manolo cantaba una canción tan insoportablemente horrible, todos daban palmas (menos la señora Hermenegilda y Fernanda, quienes parecían sumamente disgustadas) y decían continuamente «¡ole! ¡Ole!».

Cuando, ¡al fin!, la canción terminó, todo se quedó en silencio. Rogué que aquella ausencia de sonidos fuese eterna, pero de pronto Magencio (el hombre más feo que había visto en mi vida, de cabellos y barbas abundantes y despeinados) se dirigió a mí:

  • ¿Tu zabeh tocáh algún ihtrumento?
  • Sí, sé tocar algunos —le contesté con calma y timidez. El suave tono de mi voz contrastó infinitamente con la forma tan estridente que todos tenían de hablar.
  • ¿Cuáleh? —se interesó su mujer.
  • Entre ellos, el arpa...
  • ¿El arpa? ¡Bah! ¡Zi con ezo no ze puede tocáh flamenco! —dijo disgustado, como si yo tuviese la culpa de aquello, pensando tal vez que aquella música que tan poco me gusta fuese la única existente en el mundo.
  • Lo siento, pero tengo que irme —indiqué alzándome de donde estaba sentada. Cada vez me sentía más incómoda. Nadie dejaba de mirarme profundamente.
  • ¡A vé zi algún día te vieneh a Lah Alpuharrah! —me gritó Loli—. ¡Allí hay ehpazio pa toh!
  • De acuerdo —dije tímidamente.

Inesperadamente, antes de que pudiese dirigirme hacia la puerta, uno de los tres hijos de Paco se lanzó a mis piernas y me aferró desesperadamente de la falda del vestido. Creía que me lo rompería, pues no dejaba de estirar, como si quisiese que me agachase. Me incliné un poco hacia abajo para que él pudiese mirarme a los ojos e, inesperadamente, con sus pequeñas y pegajosas manos, empezó a palparme el rostro, hundiendo en mis mejillas sus manchados dedos. Intenté retirarme de él, pero vino su hermano, quien me asió con fuerza de los cabellos, impidiéndome realizar el más sutil movimiento. Sus padres, en lugar de regañarlos, comenzaron a reírse. La señora Hermenegilda fue la única que se apiadó de mí. Mientras los tomaba de los brazos para apartarlos de mí, les dijo:

  • ¡Dejadla, va, que tiene que irse! Os promete que mañana mismo vuelve, ¿verdad, Pálida Millonaria?
  • Bueno, lo intentaré.
  • ¡Zi no queremoh que ze quede! —gritó el que me había palpado tan descaradamente el rostro—. Zólo queremoh tocarla porque parece un fantazma de lo blanca que eh.
  • ¡Niñoh, no zeáih tan maleducaoh! A vé zi la zeñorita va a penzá que no zabemoh educaroh —lo regañó Loli, su madre.

«No creo que les deis una educación ejemplar si ni siquiera vosotros sois educados. No sé por qué tenéis que hablar a gritos», les dije silenciosamente. Precisamente aquella tarde no me sentía capaz de soportar tantas sandeces; aunque sabía que tenía que esforzarme por sonreír.

  • Lo siento mucho, pero tengo que irme —me disculpé separándome definitivamente de los niños y alzándome del suelo—. Gracias por invitarme a su casa, señora Hermenegilda —le agradecí mientras me dirigía hacia la puerta—. No, no es necesario que me acompañe.
  • A vé zi vieneh máh, muhé, que noh hah caío mu bien —me gritó Leopoldo—. A mi muhé la habríah encantao.
  • Seguro que sí —contesté suavemente. Me pregunté si ellos me habrían oído, pues parecía como si no supiesen que existe la posibilidad de hablar tranquila y quedamente.

Cuando llegué a mi hogar, aún resonaban en mi mente las chillonas voces de aquellas personas tan vulgares. Me parecía que todavía gritaban a mi lado o que Manolo tocaba (o aporreaba) la guitarra. Sonreí cuando me percaté de que la vulgar brutalidad de aquellas personas contrastaba infinitamente con la delicadeza que se desprendía de todos los gestos, palabras y miradas de mis amigos.

Antes de sumergirme en las tiernas notas de alguna canción que me hiciese soñar y me ayudase a deshacerme de todas esas voces que chillaban brutalmente en mi mente, me dirigí hacia la ventana y perdí los ojos por el íntimo paisaje que la noche esbozaba. El cielo ya se había desprendido de los fulgores del día para entregarle sus rincones más acogedores y tiernos a la luz de las estrellas. El frío aliento del invierno helaba las calles, creando así una perfecta soledad cuya visión y percepción ahondaron la melancolía que siempre ha envuelto y protegido mi corazón. La soledad que anegaba las calles y mi morada me hacía extrañarlo mucho más, como si aquel silencio y aquella ausencia tan profunda contuviesen el eco de su voz. Mientras miraba hacia esas estrellas que refulgen pese al estridente resplandor de las farolas, rogué que la vida no nos desgarrase nuevamente el alma. Le pedí al silencio que resguardase tiernamente mis sentimientos para apartarlos de la injusta presencia del sufrimiento.

 

 

7 comentarios:

Wensus dijo...

Es curioso que en una sola entrada hayas conseguido transmitirme sensaciones tan distintas. Por un lado la tristeza, la confsión que siente Sinéad por Wen. Asusta, es la verdad. Ella tiene a su Eros, por el que ha luchado tanto y al que ama con toda su alma y Wen a Estrella, por la que a sufrido mucho y luchado para recuperar la. Sabíamos que Wen sentía algo por ella, pero no que Sinéad también. Los sentimientos de Sinéad son ta puros y bonitos...es que es un amor. Están sintiendo algo que puede ser peligroso para sus vidas, pero que no sabemos cuales pueden llegar a ser las consecuencias. Está por ver...que emoción. Por otra parte, lo que me he llegado a reír con Hermenegilda y su familia.Con ese acento tan divertido, cuando Fernanda le dice que se conocieron cuando aprendieron a coser, los nombres de sus hijos (¡me reía a carcajadas!), que nombres taaaaan típicos jajajaja, los niños, cuando se ponen a cantar, cuando se pregunta como es posible que quepa tanta gente en el comedor...en fin, que risa. Hermenegilda piensa mucho en ella, y es verdad que le ofrece cariño a cambio de nada, pero es que...también es una impertinente, mira que decir que Eros le pone los leños (con esto también me he reído mucho). Aún así, ha sido ella la que le a rescatado de esos niños tan mal educados, aunque fue ella la que insistió en presentar le toda su familia...ay, si es que ya me dolía la cabeza imaginando esa gente hablando a gritos y dando palmas al ritmo de esa absurda canción (gran letra, por cierto). Divertida, triste y sentimental, ¡solo faltaba vivir un momento de terror al final para que hayas tocado todos los palos! Una maravilla, me he divertido muchísimo y me has hecho que pensar mucho. Ahora sé que siente Sinéad y me vendrá muy bien.

Marina Glimtmoon dijo...

Me alegro mucho de que te lo hayas pasado tan bien leyéndotela, era mi intención :). Ssí, Sinéad siente algo muy tierno y especial por Wen. De hecho, desde nunca le fue indiferente... pero jamás creyó que sus sentimientos se intensificasen de este modo. Siempre ha sentido algo por él, se notaba en cómo se preocupaba por él, en que quisiese llevarlo a su antiguo hogar... Sí, ambos tienen una vida preciosa, por eso es tan emocionante. ¡Gracias por tu comentario! :).

Uber Regé dijo...

Sí, como dice Wensus la historia tiene dos partes bien diferenciadas: antes y después de Hermenegilda, son casi dos relatos en uno, con el hilo conductor de los sentimientos de Sinéad hacia Wen. No es la primera vez en la vida de la vampiresa que su inerte corazón palpita por alguien que no es su pareja oficial; sin hacer un "spoiler" sí le haría la reflexión de que recuerde lo que ha ocurrido en el pasado y saque conclusiones... por supuesto Wen es noble y arrebatador, y ya se sabe que el corazón tiene razones que la razón no conoce. Para colmo (o tal vez, por suerte), aparece Hermenegilda poniéndolo todo patas arriba... el habla de su familia convierte a los personajes de los Quintero en académicos de la lengua, ¡qué modo de martirizar las palabras! El agobio y la desubicación de Sinéad están descritos con todo realismo, especialmente me resultan detestables los niños, cuando lo natural es que su inocencia los preserve hasta cierto punto; pero, al igual que me pasa a veces con esos niños insufribles, maleducados y consentidos que me encuentro en un parque o un restaurante, a estos dan ganas de darles unos cuantos sopapos para imponer respeto, ¡no me los quiero figurar de mayores! No, la familia de Hermenegilda no es mala, pero tiene esa falta de respeto arrolladora que parte de saber que lo tuyo es lo mejor sin necesidad siquiera de discutirlo, así que imponiéndoselo a todos se les está haciendo un favor. Es curioso que Carmen Clicores, posiblemente nacida no lejos de esta familia, sea tan distinta, tan educada... y es que no hay lugares buenos ni malos, es la educación y la buena disposición lo que marca a las personas. Una entrada muy bien construida, con partes serias y divertidas, pero que te hacen reflexionar y esbozar una sonrisa a la vez. Genial.

Marina Glimtmoon dijo...

Es cierto. Que se enamore de otro estando en pareja, supuestamente infinitamente enamorada, no es la primera vez que le pasa. No obstante; a lo largo de su larga vida, sólo le ha pasado una vez; pero sí debería reflexionar un poco sobre cómo fueron las cosas... Sin embargo, por mucho que reflexione, como muy bien has dicho, el corazón tiene razones que la misma razón no entiende. De momento Sinéad se ha prometido a sí misma que mantendrá en silencio sus sentimientos para no estropearle la vida a nadie. Claro que a veces el silencio intensifica los sentimientos.
Me ha hecho mucha gracia eso que has dicho de que los familiares de la señora Hermenegilda vuelven académicos a los personajes de Quintero. ¡Sí, cuando lo escribía, sentía pena por el lenguaje! Y, sí, mi intención era precisamente que se experimentase el agobio y la desubicación de Sinéad y que se les cogiese tirria a los nietos de Hermenegilda.
Me alegro mucho de que la entrada te haya gustado, que te haya hecho reflexionar y sonreír. Era mi intención. Gracias por tu comentario.

Duclack dijo...

Es cierto eso de que se pueden diferenciar perfectamente dos partes en este relato. En ambas conocemos los sentimientos interiores de Sinéad: la tristeza o inquietud y nerviosismo primero y un sentimiento de incomodidad y de estar a disgusto con la compañía de la familia tan peculiar de Hermenegilda. Me han sorprendido los sentimientos de Sinéad por Wen. Esto supone una pequeña crisis en su vida sentimental aunque se niegue a reconocer esos sentimientos. Sinéad es bastante dura consigo misma. Tiene miedo. Consigues transmitir esa inquietud interior con sus palabras perfectamente.
El mundo de Sinéad y de Eros se ha abierto al entrar en contacto con todos estos nuevos amigos. Sinéad se encuentra en toda una revolución interna. Pero Eros no es ajeno a esta revolución y vive de alguna manera otro cambio paralelo. Parece que también se aleja paulatinamente de Sinéad y pasa las tardes con Duclack. Lo que no pasa desapercibido para Hermenegilda, a la cual no se le escapa nada. Se percata de su tristeza y de la ausencia de Eros y sus frecuentes salidas y venidas. Deseo ver cómo continúa todo esto.
Por otro lado la parte del relato en la casa de Hermenegilda es más divertida aunque se percibe muy bien a través del yo interior de Sinéad, la sensación de agobio, de pesadez y disgusto ante la vulgaridad de la familia de Hermenegilda. Aunque creo que sin darse cuenta a Hermenegilda, ya le ha cogido cariño y siente lástima por ella. Sinéad sabe que en el fondo no es una mala persona, sólo muy pesada.
Una entrada muy interesante y que transmite muchas cosas. ¡A ver cómo continúa todo eso!

Marina Glimtmoon dijo...

Gracias por tu comentario. Bueno, digamos que Eros también está forjándose la vida que han empezado a vivir Sinéad y él. Sí, Sinéad está viviendo una crisis sentimental, pero tendrá que pasar tiempo y también vivir varias experiencias hasta que todo explote por dentro de ella porque también ocurre que ese miedo que siente la controlará. Eros y ella continuarán unidos e intentando ser feliz en esta actual vida, la cual cada vez se volverá más difícil. Sí, tanto la señora Hermenegilda como Sinéad se han cogido cariño una a la otra, eso no puede negarlo ninguna de las dos. Gracias por tus palabras, me han animado mucho.

Uber Regé dijo...

No es que Sinéad haya tenido muy buena suerte con las bodas, así que no me extraña que un poquito de temor sí que puede que le dé la proposición de Eros, pero se lo ha pedido de un modo que nadie puede decir que no, además, ¡lo quiere tanto! Me pregunto si Wen asistirá a la boda, es como un cabo suelto que me queda en la cabeza... Imagino una boda maravillosa, en medio de la naturaleza, con muchos vestidos blancos, velas y una música preciosa... seguro que veremos la entrada en el blog, cada entrada es como la puerta a un mundo mágico donde los sueños toman forma y se respira la magia.