UNA MISTERIOSA FIESTA
01.
PREPARATIVOS DESASTROSOS
El fulgor del atardecer todavía
centelleaba en el cielo cuando abrí los ojos. No era habitual que me despertase
antes de que el día se hubiese tornado noche, pero aquel ocaso era muy especial
y mi alma lo sabía, por eso me extrajo tierna, pero súbitamente de mi
placentero sueño. Eros ya estaba despierto y me miraba con intriga y mucho
amor. Me hundí en sus ojos sintiéndome tan protegida que apenas podía recordar
esos momentos en los que mi vida había temblado entre mis manos. Eros me rodeó
con sus brazos en cuanto percibió lo feliz que estaba y me presionó contra su
cuerpo como si quisiese ampararme hasta del aire que nos rodeaba. Me reí con
mucha dulzura cuando lo noté tan enternecido.
—
Hola, mi Shiny. ¿Cómo has dormido? —me preguntó acariciándome los cabellos
con una delicadeza sublime tras besarme en los labios—. Estaba deseando que te
despertases.
—
Nunca podré dormir mal entre tus brazos, mi amado Eros —le contesté
con mucha dulzura mientras yo también lo acariciaba—, y, si alguna vez me
sucede, al despertarme entre tus brazos olvido todas las pesadillas que haya
podido tener. Desvaneces el temor y la tristeza con tan sólo mirarme.
—
Vaya, gracias —se rió avergonzado—. No creí que mi mirada tuviese ese
poder.
—
Tu mirada tiene ese poder y muchos más que ni siquiera te imaginas —le
revelé curiosa deslizando mis dedos por su cuello.
—
Shiny... —susurró encogido de amor.
—
Nos espera una noche muy emocionante, amor mío.
—
Lo sé... pero todavía quedan algunas horas para que anochezca, ¿no
crees? —me cuestionó revoltoso mientras se acercaba a mis labios.
—
Recuerda que tengo que bañarme, vestirme y sobre todo ensayar las
canciones que voy a tañer con Orianita... —le advertí divertida.
—
No me importa... —musitó abrazándome apasionadamente—. Te deseo, y
cuando eso ocurre me da igual si el mundo se destruye.
—
¡Eros! —me reí cariñosa y felizmente.
No importaba que estuviese
atardeciendo, puesto que en nuestros ojos, en nuestras aunadas miradas, en
nuestras caricias y en nuestros besos siempre refulgía la luz de la vida. La
pasión nos arrastró descontroladamente por el camino de la desesperación y el
amor. Todo desapareció entre nuestros brazos y perdimos la estela del tiempo y
la noción del espacio. Mas, cuando la pasión y el amor estaban a punto de
lanzarnos a la cumbre del deseo, algo se introdujo despiadadamente en nuestro
momento. El teléfono de nuestro hogar sonaba insistente y estridentemente. Eros
resopló fastidiado cuando se apercibió de que el teléfono no tenía intenciones
de dejar de sonar.
—
No lo cojas —le pedí apretándolo contra mí.
—
¡Shiny! ¿Y, si es algo importante? —me preguntó riéndose.
—
Vaya...
Eros se separó de mí y entonces
sentí todo el frío del mundo adhiriéndose a mi piel. Me cubrí con nuestra manta
de lana y miré a Eros con curiosidad. Cuando descolgó el teléfono, oí la voz de
Scarlya; la que sonaba un poco nerviosa y desesperada:
—
¿Se puede saber por qué no estáis viniendo para mi casa? —le preguntó
a Eros con un ápice de incredulidad tiñendo su voz.
—
¿A qué hora teníamos que ir? —le cuestionó él impasible.
—
A las seis y ya son las seis y media... Dile a Sinéad que no tarde
tanto en la bañera.
—
Todavía no se ha...
—
¿Cómo? ¡Se supone que teníais que ayudarnos a prepararlo todo! —se
quejó fastidiada—. ¡Van a venir y...!
—
¿Cuándo nos dijiste que teníamos que ayudarte? ¿No se supone que
nosotros también somos unos invitados? —le preguntó suspirando mientras se
sentaba a mi lado.
—
Os lo dije, pero... ¿qué te pasa? ¿Es que estabais durmiendo?
—
No.
—
¿Por qué no me contestas?
—
¿Qué quieres que te diga? Vamos enseguida, Scarlya, no te preocupes.
—
De acuerdo. No tardéis, por favor.
—
Considero que ayudarte a prepararlo todo es algo ilógico, pero bueno.
—
Vaya, muchas gracias —se rió ella disgustada.
—
Adiós, hasta ahora.
Eros colgó antes de que a
Scarlya le diese tiempo a despedirse o a protestar. Me reí con ternura cuando
percibí todo el fastidio que emanaba de sus ojos. No obstante, pareció como si
a Eros no le hubiese afectado en absoluto la llamada de Scarlya, pues enseguida
se lanzó a mis brazos y me hizo olvidar lo que acababa de ocurrir.
Al cabo de un tiempo incontable,
cuando en el cielo ni siquiera quedaba ya la sombra de la luz del día, al fin
yo salí del baño ataviada con el nuevo vestidito que me había comprado hacía
poco en las rebajas del centro comercial de Wensuland.
Se trataba de un vestido rojo
cuya falda me llegaba hasta los tobillos. La falda tenía un vuelo muy sinuoso y
mágico que me hacía sentir especial. Las mangas eran estrechas, pero se
ensanchaban sutilmente al llegar a mis manos y el talle se ceñía a mi cintura como
si aquel vestido formase parte de mi piel. Me gustaba que el escote fuese
puntiagudo, pues le daba a mi cuerpo una forma muy sensual. Además su color
contrastaba bellamente con la palidez de mi piel y el violáceo tono de mis
ojos.
—
¿Te gusta? —le pregunté a Eros cuando salí del baño—. Es perfecto,
Eros. Me parece que me llevé el más bonito de todo el centro comercial.
—
Estás preciosísima, mi Shiny; aunque ya sabes que me habría gustado
que llevases un vestidito que dejase tus perfectas piernas al descubierto...
—me confesó sonriéndome sensualmente.
—
No digas eso... Ya te dije que esos vestidos no son elegantes para
esas ocasiones —le recordé con paciencia mientras acababa de colorearme los
párpados con una sombra liliácea.
—
Me da miedo que estés tan hermosa...
—
¿Por qué? —me reí.
—
Porque nadie va a dejar de mirarte y...
—
No me importa que me mire todo el mundo entero porque las únicas
miradas que me interesan son las que tú puedas dedicarme, amor mío —le dije
hundiéndome en sus ojos, pero su mirada estaba esquiva. De pronto noté que de
sus ojos emanaba un desaliento muy extraño—. ¿Qué te ocurre, amor mío? —le
pregunté acercándome a él y tomándolo de las manos.
—
Nada, no importa, Shiny —intentó sonreírme con alegría y
despreocupación; pero su mirada estuvo teñida de añoranza.
—
Sí, sí importa. ¿Qué te sucede? ¿Por qué tienes esa mirada?
—
No podemos perder el tiempo...
—
Eros, nada me importa más que tú, vida mía. Dime qué te ocurre, por
favor —le pedí conduciéndolo hacia el salón. Ambos nos sentamos en el sofá.
—
Vas a reírte de mí... Soy un tonto, Shiny —se quejó incapaz de mirarme
a los ojos. Se mantenía con la cabeza agachada y me presionaba las manos con
mucha dulzura y vergüenza.
—
¿Por qué? —me reí con mucho cariño—. ¿Por qué estás triste, amor mío?
—
Porque a veces pienso que no me merezco tener a una mujer tan
maravillosa y mágica a mi lado.
—
¿Por qué piensas eso? —le cuestioné sorprendida.
—
Porque... yo... yo soy... a veces... yo me siento insignificante —me
desveló cerrando con fuerza los ojos.
—
Pero, Eros, ¿por qué dices eso? —le pregunté sobrecogida—. Tú jamás
has sido insignificante y nunca lo serás, jamás...
—
Shiny, yo siempre lo fui, desde que era humano. Era alguien...
—
¿Qué importa tu vida humana ahora, amor mío? No importa lo que fuiste,
sino lo que eres ahora...
—
No sé por qué me siento así.
—
Nunca has querido hablarme de tu vida humana... Tal vez te haga bien
hacerlo.
—
Ahora no tenemos tiempo, Sinéad.
—
Todo pierde importancia ante tu tristeza, vida mía.
—
No estoy triste... Sólo me siento un poco...
—
Sí, sí estás triste. Podemos ausentarnos a la fiesta si no quieres
ir...
—
Sí, sí quiero ir, aunque solamente sea para verte cantar y tañer el
arpa. Verte tocar el arpa es lo más bonito... es lo que más me gusta...
—
Pero iremos cuando me digas por qué te sientes insignificante, por qué
crees erróneamente que lo eres... Para mí eres lo más grande, Eros.
—
Yo no soy nada sin ti, pero al mismo tiempo pienso que te mereces
tener a tu lado alguien mucho mejor que yo.
—
¿Mejor en qué, Eros? —le pregunté acariciándole los cabellos.
—
En todo —me contestó cerrando de nuevo los ojos. Noté que se reprimía
unas intensas ganas de llorar.
—
Eros... —musité con mucha culpabilidad y amor.
—
Es que he tenido un sueño que me ha... me ha hecho mucho daño —me
confesó al fin cubriéndose los labios con la mano.
—
¿Qué has soñado? Explícamelo. Te hará sentir bien —le dije abrazándolo
con mucho cariño.
—
Yo estaba asomado a la barandilla de un balcón y no podía ver nada
enfrente de mí porque una niebla muy espesa lo cubría todo. Podía oír unos
susurros que no sabía de dónde procedían... Y además detrás de mí no había
nada. Todo era vacío... y de repente... percibo una luz parpadeante ante mis
ojos, pero estaba muy lejos. Empiezo a llamarte desesperadamente porque sé que,
de algún modo, tú estás detrás de esa luz tan brillante que las brumas quieren
deshacer... pero tú no puedes oírme. Yo sé que estabas allí... y entonces de
repente esas neblinas tan intensas se abren y aparece enfrente de mí una figura
vestida de negro que me dice que todo lo que yo tengo es fugaz y que no me
merezco ser feliz... porque siendo humano no deseé la felicidad de nadie...
—
Tranquilízate, amor mío —le pedí al verlo llorar cada vez más
hondamente.
—
Shiny... esa figura de repente te tomaba en brazos y te alejaba de mí.
Tú te despedías de mí y me decías que habías sido muy feliz conmigo. Yo te
pedía que no te fueses, que te quedases a mi lado, pero tú me decías que ya no
me querías, ya no me querías, mi Shiny, y que yo para ti no significaba nada...
Y, cuando desaparecías, todas esas brumas que se habían disipado mínimamente
vuelven a rodearme y todo se queda a oscuras...
—
Es sólo un sueño, amor mío... —intenté serenarlo limpiándole las
lágrimas con mi fiel pañuelo, el que siempre he llevado conmigo.
—
Pero es un sueño muy real...
—
Todos los sueños que tenemos parecen reales, amor mío, pues están
creados a partir de nuestros miedos y de sensaciones o pensamientos que han
invadido nuestra alma en algún momento de nuestra vida... pero no debes temer
por nada, vida mía, pues yo nunca me alejaré de ti, nunca, cariño, nunca —le
insistí abrazándolo con fuerza y ternura.
—
No sé quién ha decidido que sea tan feliz...
—
No importa quién lo haya decidido, vida mía... Lo que importa es que
lo somos y que siempre estaremos juntos. Además, dentro de poquito nos
casaremos, ¿verdad? ¿Existe una realidad más hermosa que esa?
—
No, por supuesto que no —se rió avergonzado.
—
Me gustaría que pudiésemos casarnos en Lainaya, pero sé que es
imposible... Además, me gustaría que Wen, Sus, Diamante, Duclack y Vicrogo
asistiesen a nuestra boda.
—
Lo harán, amor mío.
—
Cálmate, Eros. No le des importancia a ese sueño tan estremecedor. Lo
que importa es que estamos juntos ahora. Si quien crea el mundo de los sueños
no quiere que estemos juntos en esa onírica tierra, está bien, dejemos que
juegue con nuestro destino; pero en la vida y en la muerte tú y yo estaremos
juntos para siempre. No me importa quién fuiste en tu vida humana, aunque
realmente me gustaría que me hablases de tu pasado. Yo amo al Eros que tengo
ahora entre mis brazos, al Eros que conocí hace ya más de treinta años, ese
hombre soñador y a la vez realista que tiñe la vida de tanta serenidad y luz. A
tu lado todo brilla, vida mía, todo, incluso esas neblinas que te rodeaban en
tu sueño.
—
Shiny...
—
Y ahora iremos a alimentarnos un poco e iremos al castillo de mi padre
antes de que Scarlya vuelva a llamarnos y nos riña —le dije sonriéndole
mientras me separaba de sus brazos y lo tomaba de la mano para que saliésemos
juntos de nuestro hogar. Eros se alzó del sofá y caminó junto a mí hacia la
puerta de nuestra morada—; pero no olvides que, cuando se termine la fiesta, me
gustaría que me contases algo de tu pasado...
—
Es insustancial, Sinéad —me advirtió avergonzado.
—
No me importa. ¿Crees que el mío no lo es? ¿Qué días pueden ser más
vacíos que los que yo tuve que soportar? —me reí tímidamente.
—
Tu vida no es insustancial. Nunca lo pienses, por favor. Tú luchabas
intensamente para permanecer viva, Sinéad, y esa realidad tiene un valor
incalculable.
No pude contestarle, pues
siempre que alguien se refería a mi vida humana con palabras hermosas me
emocionaba profundamente; pero intenté controlar mis sentimientos. Cuando
salimos de nuestro hogar, rogué que nadie se interpusiese en nuestro camino,
pues Eros y yo teníamos los ojos completamente enrojecidos y además no creía
que Eros fuese capaz de hablar con nadie. Estaba sumido en unos sentimientos
que le costaba interpretar y aceptar. Eros casi nunca se afligía, solamente
cuando alguna pesadilla lo atacaba desconsideradamente y le hacía imaginarse
situaciones totalmente dolorosas e injustas.
—
Espero que no nos encontremos a la señora Hermenegilda —le susurré a
Eros en el oído.
—
No, por favor, no... Me parece, Shiny, que...
—
¿Qué ocurre? —le pregunté cuando ya salíamos a la calle.
—
¡Pero qué bonitos os veis, parejita! —exclamó de pronto esa voz que
tan poco me apetecía oír. Me pregunté cómo era posible que siempre nos la
encontrásemos cuando menos podíamos detenernos a escucharla—. ¡Pálida
Millonaria, pero qué vestido me traes!
—
¿Me traes? —cuestionó Eros sonriendo extrañado y divertido.
La señora Hermenegilda estaba
acercándose a nosotros con un paso lleno de fuerza y decisión. En cuanto nos
tuvo al alcance de sus manos, dejó en el suelo todas las bolsas que llevaba y
empezó a tocar impaciente la tela de mi vestido para descubrir de qué estaba
hecho. Enseguida exclamó:
—
¡Pero ni en mis tiempos mozos existían telas tan suaves! ¿Dónde te lo
has comprado?
—
En el centro comercial.
—
¿En éste de aquí?
—
Sí...
—
¡Pero cómo es posible que yo no lo haya visto! Venga, niña, que estáis
los dos muy guapos, aunque sinceramente no entiendo cómo es posible que no
lleves un abrigo... os venís los dos a cenar a mi casa, que he comprado género
para hacer uno de esos cocidos que te chupas hasta los dedos de los pies.
—
Señora, no podemos —se apresuró a responder Eros—. Ya nos han invitado
unos amigos a comer a su casa.
—
¿Qué amigos ni qué hostias? —preguntó con desprecio cogiendo de nuevo
las bolsas. Intuí que pesaban mucho—. ¿Acaso alguien puede cocinar mejor que
esta vieja que ha vivido ya por lo menos ochenta y cuatro años? Yo me sé las
recetas verdaderas de mi pueblo.
—
Señora, de veras, no podemos ir... —insistió Eros.
—
Se lo agradecemos mucho, pero es que llegamos tarde y... —intenté
decirle.
—
¡Shhhhhh! —me chitó la señora Hermenegilda—. ¡Para arriba se ha dicho!
—
Que no podemos, señora —se rió Eros.
—
No me vengáis con excusas. Siempre me decís que no cuando os invito a
comer a mi casa. Llamad a esos amigos vuestros, los que seguro que no saben
cocinar, y decidles que os ha surgido un imprevisto y no podéis ir.
—
No podemos, señora, ya se lo he dicho. Es un compromiso muy importante
—la advirtió Eros ya empezando a cansarse.
—
Si quiere, la ayudamos a subir todas las bolsas que trae, pero no
podemos quedarnos.
—
Mira que os inventáis excusas. Eso es una excusa barata para libraros
de comer. Yo no sé qué os pasa, pero a lo mejor sois hippies y por eso no
coméis más que chorradas, verduras secas y cosas disecadas.
—
¡Pero qué dice! —exclamó Eros riéndose.
—
Nada de eso, señora. Hoy tenemos que ir...
—
Mira, Pálida Millonaria, yo no sé qué tienes en la cabeza, pero lo que
se dice comer, yo nunca te he visto comer. Aquí la menda te ha traído ollas
repletísimas de cocido y nunca te he visto meter una triste cuchara y nunca me
has dicho que están muy buenos.
—
Porque no ha dado la casualidad de que... no hemos tenido la
ocasión... —intenté excusarme.
—
No coméis y a mí me gustaría saber por qué ahora mismo no subís
conmigo y os zampáis enteramente el gran plato de cocido que tengo pensado
poneros en la mesa —nos amenazó.
—
Porque ya nos han invitado, señora —le contesté con paciencia, aunque
estaba a punto de perderla.
—
Me ha dicho un pajarito que dentro de cinco días es tu cumpleaños, así
que de mí no te libras. Justo ese día por la mañana te vienes a mi casa y te
comes esos desayunos que seguro que nunca has probado. Pienso hacerte toda la
comida del mundo para ver si coges algunos kilitos, que pareces un
esparraguito, aunque sinceramente quién pillara tu figura, petarda —me dijo
golpeándome levemente con su puño en el pecho—; aunque yo no tengo nada que
envidiarte, que cuando era joven como tú yo no podía pasear por la calle porque
continuamente me silbaban los obreros y los hombres se detenían en seco para
decirme cosas indecentes. Me acuerdo de ese hombre mayor que me dijo: ¡Vaya,
vaya, vaya, vaya, vaya! ¡Quien te quite esa falda se va a encontrar con una
buena sorpresita!
—
Sí, señora, me parece muy bien, pero llegamos tarde —la interrumpió
Eros tomándome de la mano e intentando conducirme hacia el lado de la calle que
la señora Hermenegilda no había ocupado con las bolsas que todavía no había
cogido, pero ésta se puso en su camino y le impidió andar.
—
Pero yo no les hacía caso, ¿eh? Que yo estaba muy contenta con mi
primer marido. Mi tercer marido la verdad es que se ponía muy celoso. Decía
sentirse identificado con la canción de Manolo Escobar, esa de no te pongas la
minifalda para ir a los toros...
—
Señora, por favor, llegamos excesivamente tarde —me quejé intentando
no reírme. Me preguntaba a qué canción estaba refiriéndose.
—
Le pegaba guantazos a todo aquél que se atrevía a mirarme las piernas,
aunque yo las tenía bien escondiditas, como tú, ¿eh? Que a ver si vas a
pensarte que yo era aquí una frescala...
—
Yo no he pensado eso en ningún momento —me defendí con timidez.
—
¡Señora, ya está bien! —le exigió Eros perdiendo la paciencia—.
Tenemos prisa...
—
¡Pero es que lo que yo no entiendo es por qué no podéis quedaros aquí
a cenar una noche! ¿Tanto asco os da la comida que yo hago?
—
¡Pues, mire, no nos quedamos a cenar porque somos vampiros y estamos
invitados a una fiesta donde vamos a comernos toda la sangre del mundo!
¿Contenta? —le preguntó Eros ya casi histérico. Me sobrecogí de horror y me
paralicé cuando oí aquellas palabras.
—
¿Cómo? —exclamó la señora Hermenegilda dejando caer las bolsas al
suelo.
—
¿Le gusta esa explicación? —le preguntó él amenazante.
—
No, ¡claro que no!
—
Pues entonces confórmese con saber que hoy cenamos fuera de casa, sí,
cenamos, porque nosotros sí comemos... Vayámonos, Shiny.
—
¡Pero estos jóvenes de hoy en día dicen cada cosa...! ¡Ay, Fernanda!
—dijo a gritos—. ¡Anda que la broma que me ha hecho este tío bueno!
Entonces vi que la señora ¡Ay,
Fernanda! Estaba caminando hacia nosotros. Tomé velozmente la mano de Eros y
empecé a correr todo lo rápido que mi vestido me lo permitía. Eros enseguida
igualó mi paso y nos alejamos de aquella cotorra descarada antes de que se
diese cuenta de que habíamos desaparecido. Cuando ya nos sentimos liberados de
ella, entonces buscamos un lugar donde pudiésemos alimentarnos.
Nos dirigimos con desesperación
y nervios al castillo de mi padre después de bebernos la sangre de, al menos, cuatro
personas cada uno. La insistente presencia de la señora Hermenegilda nos había
puesto excesivamente nerviosos. Intenté no sentirme culpable por toda la sangre
que había ingerido y por las vidas que había convertido en muerte, pero los
remordimientos se aferraban con ahínco y desconsideración a mi estómago y
apenas podía pensar con claridad. No obstante, cuando atisbé la oscura figura
de la morada de Leonard, me esforcé por serenarme. Aquella noche era muy
especial y no podía desvelarles a los demás que estaba tan nerviosa y afectada
por todo lo que había ocurrido.
—
¿Cómo se te ha ocurrido decirle eso? —le pregunté a Eros mientras
corríamos por el bosque en dirección al castillo de mi padre.
—
Para que se callase ya, Shiny; pero no te preocupes. No se lo ha
creído —me contestó riéndose.
—
Pero ¿has visto la cara que ha puesto?
—
Sí, ha sido muy divertido. A la pobre se le han roto los huevos que
llevaba en la bolsa.
—
Bah, qué asco... —musité con una mueca de repulsión encogiendo mis
labios.
—
Ya llegamos. Presiento que Scarlya estará extremadamente enfadada con
nosotros.
—
No es para menos... Hemos llegado tres horas tarde.
—
Espero que se relaje oyéndote tocar el arpa y cantar...
—
¡El arpa! —exclamé asustada deteniéndome de pronto.
—
¿Qué ocurre?
—
¡Se me ha olvidado!
—
Hala, es cierto —se rió incómodo—. ¿Cómo es posible que no la hayas
cogido?
—
Qué desastre... Tengo que ir a buscarla...
—
Ve luego. Antes entremos juntos
al castillo de tu padre... pero, Shiny, tampoco es necesario que vayas a
buscarla. Recuerdo que tu padre tiene un arpa mucho más grande que la tuya.
—
Esa es un arpa clásica, no celta, y yo quiero tocar a mi Orianita...
—dije con pena.
—
Ay, Shiny... —suspiró con cariño.
Llamamos con timidez y nervios a
la puerta del castillo de Leonard y Scarlya nos abrió enseguida. Nos dedicó una
mirada llena de decepción y alivio al mismo tiempo. Nos hizo pasar como si
detrás de nosotros se encontrase el monstruo más desagradable de la Historia y
nos condujo a toda prisa hacia el salón, del que emanaba un sinfín de voces
desconocidas y de risas amenas.
—
¿Se puede saber por qué habéis tardado tanto? —nos recriminó.
—
Nos hemos encontrado a la señora Hermenegilda y no había forma de que
nos dejase en paz —le explicó Eros con fastidio.
—
Ya, claro, y vosotros sois unos estúpidos humanos que no saben ni
hipnotizar ni nada... —se quejó.
—
Es que ni siquiera te da la oportunidad de que la hipnotices —lo
defendí—. Tiene una mirada esquiva, como si intuyese que no puede mirarnos a
los ojos durante más de un segundo...
—
Vaya porquería de poderes tenéis —se burló Scarlya—. Yo puedo
hipnotizar hasta el aire; pero no importa. Pasad ya, que todos los invitados
están empezando a creer que Leonard y yo estamos hablando de una leyenda...
—
Scarlya, un momento —la detuve aferrándola del brazo—. Se me ha
olvidado traer mi arpa...
—
No pasa nada. Leonard tiene una y puede dejártela, aunque creo que
tendrás que afinarla.
—
No, Shiny quiere tocar su arpa y punto.
—
¡Sinéad, no podemos perder más tiempo! —protestó Scarlya con fastidio.
—
Ya voy a buscarla yo, mi Shiny, Tú quédate aquí para que Leonard no se
desespere más.
—
¿Seguro?
—
No te preocupes —me sonrió—. La llevaré como si te transportase a ti
entre mis brazos.
—
Gracias...
—
Ven ya, Sinéad. Están deseando conocerte.
—
Preferiría conocerlos junto a Eros...
—
Estás conmigo... ¿Acaso no te sientes protegida a mi lado? —se rió
Scarlya con curiosidad.
Los nervios se habían aferrado
desesperadamente a mi alma y me hacían temblar levemente. Si Eros no estaba
junto a mí, me sentía levemente desprotegida; pero no se lo comuniqué a
Scarlya. Permití que me condujese, tomándome del brazo, hacia el salón, del que
también emanaba una música tranquila tocada con violines. Sabía que nadie los
tañía, pero aquella música me serenó levemente. No estaba nerviosa únicamente
porque supiese que tenía que conocer a algunos vampiros de los que Scarlya
apenas me había hablado, sino porque no podía dejar de pensar en todo lo que
Eros me había dicho antes de salir de nuestro hogar. Descubrir que aquella
noche él estaba afligido me encogía el corazón. Además, por dentro de mí latía
una potente curiosidad que no podía ignorar. Deseaba que Eros me hablase de su
vida humana, de la que apenas conocía nada, pues él solamente me había revelado
los matices más importantes de su pasado: el lugar donde nació, el año...
Anhelaba conocer a ese Eros que él deseaba enterrar bajo las runas del tiempo.
No obstante, era consciente de
que aquella noche tenía que esforzarme por ignorar mis sentimientos. Debía
centrarme en aquellos momentos que estábamos a punto de vivir para que aquella
fiesta que Leonard y Scarlya deseaban ofrecer en el nombre de su amor resultase
la más entrañable y mágica de la Historia.
3 comentarios:
Empieza una nueva aventura... me ha llamado la atención que haya actividad vampírica antes de que se ponga el sol, puesto que no solo Sinéad se despierta antes del atardecer (cosas que podría ser), sino que tanto Eros como Scarlya están despiertos, y más aún, se suponía que tenían que estar en marcha para la fiesta... me choca un poco, la verdad, ¡si los vampiros no se pueden menear con el sol afuera! Y luego, la escena con la señora Hermenegilda, que la tía no tiene un pelo de tonta, se ha dado cuenta perfectamente de que "la pálida millonaria" no come, aunque claro, su perspicacia no deja de ser inocente, y achaca esto a que seguramente es una "hipie de esas"... el caso es que seguro que cocina bien, ¿quieres creer que cada vez que habla de sus cocidos me apetece probarlos? Y será verdad que conoce las recetas verdaderas de su pueblo... en fin, lo cierto es que se pone pesada, pesadísima, a ver si la hipnotizan la próxima vez para que se quede tranquila y vea cómo comen a dos carrillos, así se queda tranquila y deja tranquilos a los demás... y Eros, qué ocurrencia eso de decirle a bocajarro que son vampiros, ¡qué humor! Se ve que estaba aún afectado por ese sueño, pobrecito, ¿cómo sería su vida humana? Me imagino que Sinéad tiene también interés por saberlo y algo conoceremos más adelante; nos quedamos en el castillo de Leonard y Scarlya, a punto de saludar a sus invitados, ¿quiénes serán? ¿traería Eros a Orianita sin ningún percance? Ya estoy deseando tenerlo de vuelta y que todo siga adelante.
Normalmente, no suelo contestar a los comentarios, pero, Uber Regé, me has incitado a hacerlo. Te contesto a lo que has dicho sobre la actividad vampírica antes de que se ponga el sol. Cuando Sinéad dice que el fulgor de la tarde aún centelleaba no quiere decir que el sol esté brillando con todas sus fuerzas, además, bien claro deja que ella no suele despertarse antes de que el día se convierta en noche. Además han quedado con Scarlya a las seis y media de la tarde, lo cual quiere decir que, en invierno, ya no queda mucho sol. Pueden quedar los reflejos del día o los rescoldos, como a veces los llama Sinéad, pero no está el sol fuera. Además dice ocaso, por lo que se intuye que no están en ese momento del día en el que el sol brilla con fuerza, como las tres de la tarde por ejemplo. Así pues, estate tranquilo, que todavía no tienen la libertad de ir por ahí bajo el sol. Además se sobreentiende que Scarlya está exagerando, mira cómo pasa de ella Eros, quien, por cierto, no sé si recuerdas que en La dama de la noche se decía, afirma que prefiere levantarse antes de que el sol se vaya. Es una entrada llena de locura, ahí el descontrol de Scarlya. Igualmente gracias por el comentario ;).
Una entrada en la que nos encontramos de todo. Momentos muy divertidos y otros muy sensibles. Me sigue sorprendiendo la inseguridad de Eros. Parece tan seguro de si mismo, tan echado para adelante que verle decir esas cosas sorprende. Se ajusta mucho a la realidad, las personas más inseguras suelen ocultarlo bajo una personalidad como la de Eros. Da una penica cuando dice esas cosas, con lo enamorada que está Sinéad de él. Hace una pareja perfecta y se complementan muy bien, los adoroooo. El sueño de Eros es desconcertante, es lógico que se preocupase. Solo le faltaba eso para aumentar su inseguridad. Puede que todo lo ocurrido con Wen haya mellado más en él y lo refleje en esos sueños. El pasado de Eros me llama mucho la atención. Siempre he sentido curiosidad. Tengo ganas de que llegue el momento que Sineád se lo cuente. Hermenegilda como siempre, pesada hasta al saciedad. Que risa cuando dice "están tan buenos que te chupas los dedos hasta de los pies" jajajajajajaja. Que fuerte cuando le suelta que son vampiros, por un momento se me ha helado la sangre, menos mal que no se lo ha tomado en serio. Estoy con Vicente, la tendrían que hipnotizar jajajajaja, ay pobre. ¿Cómo serán esos nuevos vampiros? ¡Que intriga! Espero que sean mejores que muchos con los que se han topado en su vida, que había cada uno...que tela. Un capítulo muy interesante, ¡que sigaaa!
Publicar un comentario