miércoles, 6 de mayo de 2015

ORÍGENES DE LLUVIA - CAPÍTULO 8 Y EPÍLOGO


ORÍGENES DE LLUVIA
08
UN NUEVO ORIGEN PARA UN ANTIGUO PASADO
Durante varias noches, permanecí volando intensamente a través de las nubes, sobre mares indomables, sobre ríos serenos y caudalosos, sobre bosques espesos donde moraba el silencio más hondo, sobre ciudades ruidosas que por la noche dormían con quietud y harmonía... Vi lugares conocidos para mí, me reencontré con antiguos matices, con ancestrales aromas. Recordé experiencias casi olvidadas vividas entre preciosos y frondosos bosques. Incluso pude comprobar que habían renacido de las cenizas muchos lares que el fuego había convertido en muerte.
El viaje hacia Lacnisha me llenó el alma de ilusión, de bienestar y de ternura; pero sobre todo de nostalgia. El viaje hacia Lacnisha fue como un regreso al pasado y sobre todo me ayudó a comprobar cuán veloz había pasado el tiempo. Siempre había sido consciente de que el decurso de las edades era mucho más rápido que mi propio volar; pero hacía muchos años que no percibía con mi alma el raudo transcurrir de los siglos. Volver a ver aquellos lugares que en un momento lejano había amado con toda mi alma me hizo entender que mis recuerdos existían en una dimensión irrecuperable en la que solamente podía adentrarme visitando esos rincones donde había existido mi vida. Reencontrarme con aquellos parajes que una vez fueron mi hogar me estremeció de sublimidad y de tristeza. Era como si la misma Tierra me pidiese que la recordase, como si esos bosques y esos ríos que sobrevolaba me llamasen desesperadamente desde la distancia. Podía oír remotas y ancestrales voces que se mezclaban con el susurro de mis recuerdos y suspiros de vidas que ya habían quedado irrevocablemente atrás siendo parte del viento y del murmullo del agua.
En más de una ocasión, descendí a la tierra para vagar serenamente entre los árboles, para asomarme a las poderosas aguas de algún río donde ya me había bañado incontables veces en mi lejano pasado, para sentir en mi piel el hechizo de mi propia memoria. Me estremecía ser consciente de cuántos recuerdos albergaba en mi interior. Había momentos en los que recordaba como si mi memoria no me perteneciese.
Rememorar el pasado me dolía, pues me sobrecogía recordar momentos vividos a la vera de seres que ya no estaban junto a mí. Me acordaba de todo lo que habíamos vivido casi como si esos recuerdos no tuviesen luz. La ausencia de todos los que yo había querido con toda mi alma le arrebataba el fulgor a mis recuerdos.
Mas, entre nostalgia y tristeza, al fin llegué a Lacnisha. Lo hice en una noche en la que parecía que el cielo deseaba estallar en una nube de luz y humedad. Llegué a Lacnisha cuando creí que nunca encontraría el camino que conducía hacia mi mágica y pura isla; la que permanecería para siempre escondida bajo unas espesísimas nieblas compuestas de toda la nieve de la Historia. Bajo la oscuridad de aquella noche eternamente invernal, Lacnisha resplandecía como si las estrellas hubiesen llovido sobre su suelo. Cuando estuve a punto de adentrarme en su gélido viento, pude detectar, nítidamente, el fulgor de su inmaculada nieve.
Estaba nevando, lo cual me sobrecogió, pero no me sorprendió. En Lacnisha nevaba durante todo el año, incluso aunque fuese verano en el resto de la Tierra. Lacnisha vivía apartada de todo lo que ocurría en la humanidad. Lacnisha tenía su propio tiempo y su propio espacio. El congelado mar que la rodeaba la mantenía distanciada de todo lo que creaba la vida. Lacnisha tenía su propia vida.
Descendí suavemente hacia la tierra, envuelta en inocentes y juguetones copos de nieve. Cerré los ojos y disfruté de aquel instante intentando sumergirme en su belleza para apartarme de todos los sentimientos punzantes que me anegaban el alma; pero el aroma que emanaba de la tierra que cubría Lacnisha y de sus ancestrales árboles sostenía tantos recuerdos que era incapaz de despegarme definitivamente de mi pasado. El recuerdo de todo lo que había vivido en Lacnisha desde que había abierto los ojos a la existencia vampírica regresó a mí, invadiendo toda mi memoria, haciéndome sentir que ya no tenía más recuerdos que aquéllos que tan lejanos me parecían.
Cuando llegué a la tierra, me senté en el suelo y traté de digerir todo lo que sentía. ¿Por qué estaba en Lacnisha? ¿Por qué había necesitado tan desesperadamente huir de mi presente? ¿Qué me había hecho Eros para que lo hubiese abandonado de ese modo? La culpa se hizo un hueco entre todas mis emociones y me presionó el alma con tanta fuerza que no pude evitar empezar a llorar desconsoladamente. La nieve que brotaba de las eternas nubes que cubrían Lacnisha pareció querer calmar mi sufrimiento, pues resbalaban junto a mis lágrimas por mis redondas y ya heladas mejillas; pero ni siquiera notar el abrazo de Lacnisha me calmaba. Me arrepentía de haber obrado tan impulsivamente sin pensar en nada, sin preguntarme qué ocurriría con mi Eros cuando de repente reparase en que las horas transcurrían sin que yo regresase a su lado.
Sin embargo, era plenamente consciente de que marcharme era lo mejor que había podido hacer en esos momentos. Yo no podía vivir junto a Eros sintiéndome tan extraña. Necesitaba alejarme de mi presente para que mi futuro estuviese lleno de luz y harmonía. Todo lo que había sucedido con Arthur había turbado todos mis recuerdos y, además, la experiencia vivida con Morgaine me había hecho preguntarme si en verdad yo era el ser inocente y puramente mágico que todos veían en mí. El poder de mi magia era mucho más inmenso de lo que yo jamás había podido creer, y descubrir aquello me había intimidado demasiado, tanto que me creía incapaz de restar serenamente junto a cualquiera de mis seres queridos. Tenía la sensación de que en cualquier instante podría herirlos irreversiblemente sin poder evitarlo.
Así pues, decidí permanecer en Lacnisha hasta que el viento que mecía las vacías ramas de sus antiguos árboles cambiase de matiz. Sabía que la soledad era la mejor compañía que yo podía tener en esos momentos. Recordaba que, hacía muchos años, Leonard me había asegurado que, cuando un vampiro se sentía irrevocablemente desorientado y agobiado, lo mejor que podía hacer era restar a solas consigo mismo para que fuese esa misma soledad la que curase las heridas que la vida le había horadado en el alma. Y yo estaba segura de que podría reencontrarme con mi ser si me quedaba en Lacnisha, rodeada de toda su inmaculada y fría magia.
Entonces, a partir de esos momentos, permití que el tiempo discurriese llevándose los últimos instantes dolorosos que había vivido. Existía en unas noches que apenas podían convertirse en amanecer. La luz que llovía sobre mi amada Lacnisha era tan tenue y estaba tan helada que apenas brillaba en su espeso firmamento. Dormía durante horas siendo vagamente consciente de que la noche más profunda reinaba en sus antiguos y solitarios bosques. Cuando me despertaba, vagaba serenamente por el poderoso hogar que Arthur había construido hacía ya más de cien años y que la magia de Lacnisha había cuidado con esmero, cariño y amor. Me asomaba a alguna ventana y perdía los ojos por la inquebrantable oscuridad que rodeaba aquella morada de piedra. Escuchaba atentamente la voz del viento, el que se expresaba a través del crujir de las ramas. Oía con respeto el silencioso caer de la nieve y dejaba que el aromático y gélido aliento de aquellos bosques eternamente nevados se adentrase en mi alma y me insuflase las ganas de vivir que lenta e imprevisiblemente estaba empezando a perder.
Sí, una noche tan oscura como los recovecos más profundos del Universo me di cuenta de que estaba agotada de vivir. Pensaba en todo lo que componía mi vida, y, en lugar de animarme o de encontrar las fuerzas en los seres que me rodeaban o en las experiencias que todavía me quedaban por vivir, me sentía abrumada, ansiaba distanciarme de todo aquello, del mundo, de la decreciente belleza de la Tierra. Cuando recordaba mi existencia, notaba que mi alma se convertía en una pesada e inmensa bola de hierro que me presionaba el pecho. No podía soportar aquella asfixiante sensación. Cuando la experimentaba, mi respiración se agitaba y las ganas de llorar más poderosas de la Historia se adueñaban de todo mi ser.
En una de esas noches, una noche perdida en la inmensidad del tiempo, me percaté de que me había alejado demasiado de mi vida. No me acordaba de cuánto tiempo llevaba en Lacnisha. Tal vez solamente fuese una semana, pero todas las noches que había vivido allí se me asemejaban a años eternísimos que no podían discurrir por el tiempo. Aquella noche me desperté sobresaltada, con el alma llena de preguntas cuya respuesta era incapaz de encontrar: ¿cuánto tiempo había pasado desde que me había alejado de Eros? ¿Qué hacía allí, sola? ¿Qué esperaba de mí? ¿Me sentía mejor después de haber permanecido distanciada de mis seres queridos?
Salí de la alcoba donde dormía como si me persiguiese la misma muerte y me dirigí hacia lo más profundo del bosque para encontrar esa paz que mi alma no deseaba crear. La presencia de esos antiguos y poderosos árboles me serenó mínimamente, pero todavía seguía notando por dentro de mí esa sensación asfixiante que anhelaba arrebatarme la respiración. Traté de controlar mi aliento... y, cuando creí que el tiempo de mi vida se agotaría justo en esos instantes, percibí que algo cambiaba en mi entorno. Capté una suave brisa que no procedía ni de las montañas que cercaban Lacnisha, ni de las nubes que cubrían su cielo ni de lo más hondo de los árboles. Se trataba de una brisa que brotaba de un movimiento delicado y a la vez desesperado. Con intriga y algo de temor, miré a mi alrededor, intentando descubrir de dónde había surgido aquella brisa tan inocente...
Me quedé paralizada cuando vi, a unos cuantos metros de mí, una figura vestida de negro que caminaba serena, pero nerviosamente hacia mí. Enseguida supe que se trataba de Eros. ¿Qué hacía allí? Su presencia me arrebató el poco aliento que me quedaba... pero sobre todo, incomprensiblemente, me asustó profundamente, tanto que por unos largos momentos fui incapaz de pensar con claridad. Me quedé quieta entre dos árboles, aferrada levemente al grueso tronco de uno de ellos, intentando digerir lo que estaba acaeciendo.
Deseaba llamarlo, pero me había quedado sin voz. Estaba tan aterrada porque de repente había empezado a ser consciente de que todo lo que viviríamos a partir de aquellos momentos sería irrevocablemente difícil. Debería explicarle a Eros lo que me había ocurrido y sobre todo tendría que confesarle por qué había huido, y lo cierto era que no me sentía capaz de vivir esa situación.
     Shiny.
Su voz sonó apática, vacía y fría. Me apeló cuando me tuvo al alcance de sus manos mientras me dedicaba una mirada anegada en desconcierto y desaprobación. Ansié preguntarle qué hacía allí, pero de pronto supe que aquella pregunta era la más absurda que podía realizarle.
     Hola, Eros —lo saludé intimidada.
     ¿Podemos hablar, Sinéad?
     Sí, por supuesto —le contesté agachando los ojos.
     ¿Podemos hablar en algún lugar donde no haga frío?
     Sí...
Sobrecogida, lo conduje hacia el interior de aquel antiguo hogar donde ya había vivido tantos momentos especiales. Me dirigí hacia una sala donde había una chimenea en la que podría encender una lumbre sosegadora y cálida. Cuando hube prendido el fuego, Eros se sentó en el suelo, enfrente de las llamas, y yo lo hice a su lado, aún sin atreverme a mirarlo a los ojos. Su actitud, tan gélida y apática, me intimidaba excesivamente y lo que más me afectaba era saber que tenía demasiados motivos para comportarse así conmigo.
     ¿Qué haces aquí? —me preguntó intentando no parecer enfadado, pero yo sabía que estaba realmente enojado—. No entiendo nada, Sinéad, así que te agradecería que fueses plenamente sincera conmigo.
     Me agobié, sólo es eso.
     ¿Sólo? Llevas fuera más de una semana. Te fuiste sin decir nada, sin avisarme, sin darme la oportunidad de pedirte perdón. Y la verdad es que no sé por qué te enfadaste tanto. Es incomprensible.
     En realidad no me fui porque estuviese enfadada, Eros, sino porque necesitaba estar sola. Necesito estar sola. Me siento agobiada y asfixiada.
     ¿Por qué?
     No lo sé, Eros —protesté con ganas de llorar.
     Creo que eres la menos indicada para quejarte ahora, Sinéad. Después de todo lo que hemos pasado, ¿me vienes con que te has abrumado? No tiene sentido. ¿Es por Arthur? Dime la verdad, Sinéad. Estás así porque no soportas que esté enamorado de otra mujer. ¿Es eso? Si es así, no hace falta que me mientas. Ya conozco la verdad sin que me la hayas comunicado.
     No es eso, no se trata de nada de eso. Simplemente necesito volver a mis orígenes. No sé explicar lo que siento. Me he desestabilizado y necesito reencontrarme conmigo misma, Eros. Necesito estar sola un tiempo. Quiero viajar por el mundo en busca de los pedacitos de mi ser. En realidad no puedo volver palabras lo que siento porque ni yo misma lo sé. Solamente puedo asegurarte que me he perdido.
     ¿Y qué ocurre conmigo y con todos los planes que teníamos, Sinéad? ¿Nada de eso te importa? ¿Nada de eso puede mantenerte estable? —me preguntó ofendido.
     Lo que me sucede no se relaciona en absoluto contigo, Eros.
     ¡Sabes que eso no es cierto! ¿Cómo puedes afirmar algo así? Yo formo parte de tu vida, Sinéad.
     Sí, eso es cierto; pero...
     Dime la verdad, Sinéad... ¿Quieres romper conmigo? Cuando hablas de hacer un viaje por el mundo en busca de los pedacitos de tu ser, ¿te refieres a ir sola por ahí, sin mí? Si es eso, dímelo claramente, Sinéad, dímelo —me exigió tomándome de la barbilla. Entonces noté que le temblaban las manos—. Sinéad, estoy desorientado contigo, me desconciertas. Necesito que seas sincera conmigo.
     Necesito estar sola, nada más... —le respondí susurrando intimidada.
     ¿Y qué ocurre conmigo? ¿Dónde quedo yo, Sinéad?
     No quiero separarme para siempre de ti, Eros; pero ahora no... ahora... ahora no podemos estar juntos.
     ¿Cómo? Pero ¿se puede saber qué ha pasado, Sinéad? —me cuestionó soltándome de pronto.
     No puedo estar contigo si me siento tan mal, Eros.
     Estás loca, Sinéad, sólo es eso. ¡Estás volviéndote loca! ¡Y más te enloquecerás si permaneces aquí sola durante toda tu vida! —se quejó exaltado.
     Lo siento mucho, Eros... No es mi intención sentirme así...
     ¿Por qué nunca dices las cosas con claridad? ¡Dime qué te ocurre, Sinéad! No te entiendo... y te aseguro que he tratado de hacerlo durante todos estos días. Me fui de Muirgéin, sin ti, porque no soportaba estar más en ese lugar. Sentía que sobraba... y sobro también en nuestro hogar. De repente se me ocurrió buscarte en Lacnisha. Conoces lo duro que es el viaje hasta aquí... y ahora me vienes con que quieres estar sola...
     Eros, necesito estar sola. No sé si alguna vez has sentido la impetuosa necesidad de estar a solas contigo mismo.
     Pues no, no la he sentido nunca —me contestó agriamente.
     Tal vez no seas lo suficientemente antiguo para haberlo sentido. Solamente nos pasa a quienes llevamos viviendo miles de años.
     Bah, Sinéad, no me vengas ahora con esas.
     Eros, yo no puedo suplicarte que me entiendas. Solamente te pido que me respetes.
     ¿Que te respete? ¡Dime cómo puedo respetar tu absurda decisión de abandonarlo todo!
     Necesito viajar sola...
     ¡Pues muy bien! ¡Vete! ¡Vete y abandóname a traición! Después de todo lo que he hecho por ti... ¡me lo agradeces de este modo! —me gritó desesperado alzándose del suelo—. Solamente dime, por favor, si quieres cortar conmigo. Después ya no te diré nada más, te lo aseguro, y mucho menos te insistiré en que reflexiones...
     No, Eros, no quiero romper contigo. No es un adiós para siempre, sino por un tiempo —le aseguré con miedo. Las lágrimas ya resbalaban por mis mejillas. Aquella situación estaba siendo mucho más insoportable de lo que me había imaginado. El dolor de Eros me destrozaba vilmente el alma—. Te juro que, si pudiese, cambiaría todo esto, pero no puedo...
     Yo lo único que sé es que estás haciéndome un daño insoportable, Sinéad. No es justo que me trates así después de todo lo que he hecho por ti y por Arthur, ¡después de aguantar algo insufrible!
     Lo siento muchísimo...
     ¡No, no es verdad! ¡No lo sientes! Si lo lamentases de verdad, harías cualquier cosa para solucionarlo, ¡y no estás haciéndolo!
     Eros, por favor... —titubeé mientras también me levantaba del suelo y me situaba enfrente de él—. Nunca olvides que te quiero y que, en verdad, si opto por estar sola, es porque quiero salvar nuestro futuro.
     ¿De qué futuro hablas, Sinéad? ¡Dime qué futuro hay si te vas! —me chilló llorando desesperadamente—. ¡Estás diciéndome que quieres marcharte y dejarme solo...! Quieres dejarme, ¿verdad? ¿Estás diciéndome eso?
     No, yo no quiero dejarte para siempre... Sólo necesito un tiempo...
     ¿Un tiempo para qué, Sinéad? —me preguntó llorando cada vez más hondamente. Noté que estaba temblando brutalmente, como si tuviese fiebre—. ¿Pretendes que acepte que quieras dejarme?
     Eros, cálmate, por favor...
     ¡No me exijas que me calme! ¡Sinéad, yo no puedo vivir sin ti! ¡No puedo soportar la idea de perderte! —me confesó hiperventilando—. ¡No quiero que te vayas! ¡No quiero que me dejes, Sinéad! ¡Por favor, no me dejes solo! ¡Yo no tengo vida sin ti, Sinéad, no la tengo! ¡Sinéad! ¡Sinéad...!
     Eros, serénate... No creo que sea bueno que llores así —le pedí intimidada, con una voz frágil—. Eros, no me hagas esto más difícil, por favor.
     ¡Eres una egoísta! ¡No puedes hacerme esto, no puedes! ¡Sinéad, por favor...!
Eros apenas podía hablar. Su llanto se había convertido en un ataque de histeria que estaba destruyendo toda la calma que una vez pudo reinar en su corazón. No dejaba de llorar y le costaba mucho respirar. Verlo así, tan abatido, me hizo sentir inmensamente culpable.
     Eros, por favor, no llores así... Cálmate y hablemos serenamente...
     ¡Yo no puedo estar sin ti! ¡No soy nada sin ti, nada! ¡Soy una basura sin ti! Por favor, piénsalo bien, Sinéad... Dime si de veras quieres estar sin mí, Sinéad. Sabes que no podemos vivir uno sin el otro, cariño... —me insistía cada vez más desesperadamente—. Ay, Sinéad... Sinéad, no soporto esto... ¡Siento que me ahogo, Sinéad, me ahogo!
     Eros, cariño... intenta respirar... —le ordené suavemente mientras lo aferraba de los hombros—. Mírame, Eros... Estoy aquí, cariño.
     ¡No...! ¡No puedo...!
Nunca había visto a Eros llorar de ese modo. Lo tomé de las manos y lo insté a que se sentase en un cómodo sillón antes de que su ataque de ansiedad le arrebatase el equilibrio. Le acaricié los cabellos y el rostro, retirándole las abundantes lágrimas que resbalaban por sus mejillas, para intentar calmarlo; pero Eros cada vez estaba más desesperado. De repente, se lanzó a mí y empezó a llorar en mi regazo tan desconsoladamente como un niño.
     ¡No quiero estar sin ti! ¡No...! ¡No quiero...! —protestaba entre sollozos y suspiros hondísimos—. No puedo soportar esto...
     Serénate, Eros, por favor... No, no me iré, cariño. Cálmate.
Ver a Eros tan deshecho, tan inmensamente destrozado y tan indefenso me había partido el corazón en mil pedazos, me había hecho sentir tan culpable y desvalida que de repente todo lo que creía sobre lo que era mejor para mí se convirtió en un puñal que se hundió en lo más profundo de mi alma. No, no tenía sentido que me separase de Eros en esos momentos. No podía devolverle así todo lo que él había hecho por mí, para que yo fuese plenamente feliz. Verlo tan destruido me hizo reflexionar sobre lo que me ocurría y me ayudó a entender que no era justo ni adecuado que me fuese, abandonándolo en ese mundo donde no podíamos existir separados. ¿Adónde iba a ir sin él? Mi vida tampoco podía estar completa si no estábamos juntos.
     No me iré, Eros, te lo prometo.
No, no podía pensar en marcharme. Comprobar que Eros se deshacía si yo lo abandonaba me hizo entender que yo tampoco podía sobrevivir sin él, si él estaba lejos de mí. Lentamente, fui comprendiendo que lo único que me había impulsado a volar lejos de él y de nuestro presente había sido el miedo; el miedo a no saber quererlo como él se merecía, a no poder corresponder plenamente al amor que él me dedicaba; el miedo a no poder aceptar la nueva apariencia de mis recuerdos; el miedo a no poder sonreír nítidamente guardando en mi memoria certezas tan poderosas que destruían mi pasado; el miedo a no ser lo que él esperaba de mí... el miedo a no poder volver a ser yo misma, la misma Sinéad que lo amaba enteramente desde hacía tantos y tantos años... el miedo a errar.
     Perdóname, Eros... por favor. No he sabido actuar. Me he abrumado, me he sentido asfixiada por sensaciones que no podía comprender. Cálmate. Te prometo que no me iré, cariño —le aseguré acariciándole muy suavemente los cabellos—. Me he equivocado, Eros, me he equivocado profundamente. Lo siento muchísimo...
No quería llorar, pues deseaba que toda la importancia de aquel momento recayese sobre Eros, quien no podía calmarse, aunque yo lo acariciase con todo el amor de la Historia. Seguía llorando en mi regazo como un niño, suspirando hondamente, intentando adentrar en su cuerpo un aire que parecía negarse a formar parte de su vida. Creí que permanecería plañendo de ese modo durante toda la noche mientras yo trataba en vano de serenarlo, y la verdad es que no me importó. Yo también necesitaba llorar a su lado, necesitaba darle todas esas caricias y esos abrazos con los que pudiese asegurarle que nunca más dudaría de nuestro amor. No sabía cómo pedirle perdón ni cómo convencerlo de que había desistido de la idea de marcharme sin él. Sí, deseaba viajar por el mundo; pero no quería hacerlo sola bajo ninguna circunstancia.
Me arrepentía inmensamente de haber obrado de ese modo tan irreflexivo. Yo no podía vivir sin Eros. ¿Cómo había podido planear un futuro sin él? No me bastaba con saber que había sido el miedo el que me había impulsado a huir. Me recriminaba haber sido tan injusta con ambos... tanto con Eros como conmigo misma. Era plenamente consciente de que ambos estábamos hechos para vivir juntos todo el tiempo que la Historia desease entregarnos, y jamás podría deshacer aquella realidad, aunque verdaderamente me apeteciese renunciar a todo lo que formaba mi existencia por sentirme incapaz de vivir serenamente.
Al fin, tras unos largos y espesísimos momentos llenos de desolación, Eros empezó a calmarse suave y lentamente. Dejó de llorar y, entonces, alzó la cabeza. Mientras se limpiaba las lágrimas con un pañuelo de tela, intentó serenar la cadencia de su respiración. En esos instantes, yo ya no lo acariciaba, pues deseaba que fuese él mismo quien acabase de encontrar esa paz que le había faltado tan despiadadamente durante todo el tiempo que había permanecido llorando.
     Perdóname, Sinéad. He sido un estúpido. No debería haberme hundido de ese modo; pero es que lo he pasado muy mal sin ti estos días. Ya he vivido sin ti, ya sé lo que es la vida sin ti, y no quería volver a existir sin verte, sin estar contigo. La vida sin ti es un infierno, Sinéad; pero no puedo ser egoísta. Perdóname, Sinéad. Si en verdad deseas viajar sola, yo no soy nadie para impedírtelo. Puedes irte... Yo te esperaré... No puedo chantajearte de ese modo. Lamento mucho haberme puesto así.
     No, Eros, no...
     Es comprensible que te sientas abrumada, Sinéad. Has vivido momentos muy tensos y todo lo que ha ocurrido con Arthur es bastante... duro. Es natural que necesites tiempo para asimilar todo lo que ha sucedido.
     Eros, no, no... Por favor, no digas nada más, cariño. Yo no quiero ir a ninguna parte sin ti.
     No quiero que te quedes conmigo por pena.
     Sabes que por pena yo jamás haría las cosas, Eros. Si me quedo a tu lado, es porque sé que yo tampoco puedo vivir sin ti. Volvamos a nuestra vida y retomemos nuestro presente.
     Creo que ahora no podríamos vivir serenamente... Tal vez sería conveniente viajar juntos por el mundo... en busca de otros lugares donde vivir. Quiero cambiar de vida, Sinéad.
     Está bien, pero... pero, por favor, no permitas que vuelva a decir que quiero estar sola. Sí, es cierto que necesito paz para poder reencontrarme conmigo misma; pero no puedo hacerlo lejos de ti. Yo también te necesito con locura, Eros. Perdóname. A veces... no pienso con claridad. A veces creo que no estoy muy cuerda.
     Muy cuerda no estás —me sonrió muy cariñosamente—, y eso lo sabes. Eres especial, Sinéad; pero yo te quiero así, como un tonto. Nunca dudes de mi amor.
     Eros, jamás podría hacerlo. En verdad me he abrumado porque una parte de mí temía no corresponder a tu inmenso amor. Lo que has hecho por mí es la prueba de amor más fuerte que he visto nunca...
     Arthur murió para salvarte la vida a ti, cariño. Nunca lo olvides.
     Lo sé, pero... tú podrías perderme en vida. Él... no podría notar mi ausencia... Es distinto, Eros...
     Yo también sería capaz de dar la vida por ti, Sinéad. Un ser como tú no se merece morir. El mundo no se merece perder a un ser como tú. Eres la mujer más mágica y especial que existe, ha existido y existirá jamás. La vida es mágica porque tú estás en ella, porque tus ojos pueden mirar y teñir de amor todo lo que observen, porque tu alma tiene aliento y puede llenarse de emociones preciosas, porque estás aquí conmigo, porque amas. La vida es bella porque tú existes y brillas mucho más que la luna. Nunca pienses que tu magia no es inocente. Tú enteramente eres la faz de la inocencia más pura. Es un error que pienses que no eres buena para quienes te queremos. Eres la bondad materializada y además... además tu magia es la prueba de que la fantasía sí puede existir. Te quiero, Sinéad, te quiero con una fuerza mucho más poderosa que la que mueve la tierra...
     Eros... —susurré profundamente emocionada.
     Y cuando lloras me parece que la maldad se desvanece. Eres un ser mucho más superior que cualquier dios o ángel, Sinéad.
     Eros... gracias...
     Ven, ven, mi Shiny —me pidió tiernamente mientras me abrazaba con muchísima dulzura—. Nunca dudes de que eres maravillosa, Sinéad; aunque debo confesarte que tu humildad también te vuelve especial.
     Vaya —me reí cariñosamente mientras lloraba.
     Eres un tesorito de incalculable valor.
     Tú lo eres más que yo, mi Eros...
     No digamos nada más. Lo que está claro es que nos queremos y que tenemos todo el derecho a errar, pero únicamente si sabemos rectificar. Posiblemente yo tampoco actué bien contigo cuando te insinué que estabas demasiado sensible. No me comporté como esperabas. Lo siento mucho. Perdóname.
     Ya pasó, vida mía. Iniciemos ahora juntos una nueva época, mucho más brillante que cualquiera que hayamos vivido antes.
     Gracias, Sinéad, por darme la oportunidad de seguir demostrándote que te amo.
     Gracias a ti por... por todo, Eros. Haces demasiadas cosas por mí...
     Bah, no creo que sea para tanto. Por cierto, Sinéad... Acabo de acordarme de algo muy importante... de un motivo que nos obliga a regresar cuanto antes a nuestra vida...
     ¿De qué motivo se trata? —le pregunté intimidada.
     De la boda de Zelm y Aliad... ¿Lo recuerdas? ¡Tenemos que regresar a Lainaya!
     ¡Es cierto! Ay, Brisita... ¡mi Brisita! Apenas me he acordado de ella durante este tiempo... —expresé con culpabilidad.
     Es comprensible. Has tenido la mente ocupada por otras cosas...
     Tenemos que regresar cuanto antes —le dije nerviosa.
     ¿Ahora te ha dado la prisita? —se rió travieso mientras me abrazaba con fuerza—. Permíteme disfrutar un poco más de este instante, de la soledad de Lacnisha... Quedémonos aquí un tiempo... aunque solamente sean unos días...
     Eros... —suspiré al notar sus tibias caricias—. Te echaba mucho de menos, Eros...
     Y yo a ti también, Sinéad... mi Shiny.
Mientras Eros y yo nos reencontrábamos con nosotros mismos, con la parte de nuestro ser que nos falta cuando estamos separados, la noche fue convirtiéndose muy lenta, pero tiernamente en día. El silencio que reinaba en la isla de Lacnisha fue llenándose de ecos lejanos, del suspiro de las primeras gotas de luz, del rozar de la nieve con los troncos de los árboles, del helado soplar del viento... y entonces noté que la vida regresaba a mí, adentrándose en mi ser a través de los besos y las caricias de Eros. Permití que sus brazos y su cuerpo me llevasen volando a ese mundo donde solamente existe la felicidad más resplandeciente y cálida... Y supe que ese mundo siempre respiraría para nosotros mientras en nuestra alma quedase amor.
 


EPÍLOGO
Nuestro presente nos reclamaba a través de la distancia, suplicándonos, mediante el profundo silencio de la noche, que regresásemos a aquella vida que habíamos dejado suspendida en el tiempo; mas nuestra alma anhelaba, ante todo, permanecer en Lacnisha durante un número incontable de noches. Nos apetecía que su gélida soledad nos protegiese hasta que se desvaneciese definitivamente la estela de todas esas emociones que nos habían hecho temblar y creer que nuestra vida se había desestabilizado para siempre.
Así pues, Eros y yo permanecimos en Lacnisha durante un tiempo que el mismo tiempo se olvidó de contar. Sin embargo, éramos levemente conscientes de que en realidad no habían transcurrido tantos días. Lo único que nos ocurría era que Lacnisha nos había encerrado en un dulce hechizo que provocaba que nos olvidásemos del discurrir de las horas.
No obstante, ambos sabíamos que debíamos regresar a nuestra vida, dejando para siempre atrás ese extraño período de nuestra existencia, permitiéndole al paso del tiempo que nos alejase de esos tensos momentos que todos habíamos tenido que vivir. Anhelábamos retornar a nuestra serena vida para reencontrarnos con todo lo que habíamos abandonado antes de marcharnos a Muirgéin. Sobre todo deseábamos comprobar qué nos sucedería a partir de nuestra vuelta.
El momento de marcharnos llegó entre tinieblas gélidas que presagiaban nevadas implacables. La nieve había inundado todo el bosque, haciendo que los árboles pareciesen sombras de las mismas nubes. Eros y yo salimos del hogar que nos había protegido una vez más de ese eterno frío teniendo en nuestra alma la sensación de que habíamos permanecido apartados del mundo durante un tiempo del que nadie se acordaría. No sabía si él deseaba alejarse de ese presente como yo lo hacía. Sólo percibí que le sonreía a Lacnisha por última vez cuando emprendimos nuestro vuelo. Volamos a través de sus densas nubes, sintiendo el nacimiento de la nieve, despidiéndonos de su congelada soledad y de su inquebrantable silencio. Por dentro de mí latía la necesidad de decirle adiós con mi voz, pero un nudo opresor me presionaba la garganta y la cabeza, impidiéndome hablar o suspirar. Me entristecía mucho abandonar Lacnisha. Siempre experimentaba esa honda pena invadiéndome todo el corazón cuando partía de Lacnisha sin saber cuándo volvería a notar su gélido y amoroso abrazo.
El viaje fue duro, pero a la vez hermoso. Volamos por encima de ciudades en las que se mezclaban la decadencia y la modernidad, bosques donde susurraba con timidez la voz de la noche, montañas altísimas donde el silencio había creado su morada... Y permanecimos volando durante unas cuantas noches hasta que comenzamos a ver rincones que nos resultaban levemente conocidos. Estábamos llegando a nuestro hogar. Aquella certeza me hizo sentir a la vez ilusionada y nerviosa. La ciudad donde habitábamos resplandecía bajo nubes inocentes que lo oscurecían todo sin albergar la lluvia más destructiva. No había llovido nada desde que habíamos iniciado nuestro vuelo, como si toda la lluvia que se albergaba en nuestro destino se hubiese quedado en Muirgéin.
Cuando pensaba en Muirgéin, tenía la sensación de que estaba recordando un lugar que no existía, una tierra imaginada que formaba parte de un sueño. Muirgéin, vista desde mis recuerdos, no me parecía real. Me parecía imposible creer que Muirgéin se encontrase en nuestro mismo mundo y que Morgaine fuese un ser terrenal que respiraba en nuestra misma existencia. Tenía la inquietante impresión de que habíamos abandonado a Arthur en otra dimensión, en una tierra inalcanzable que nunca podríamos percibir con nuestros sentidos, sino solamente con el poder de nuestra alma, la cual se expresa a través de nuestra incansable imaginación.
Volamos hacia nuestro hogar manteniendo un silencio que parecía infinito e inquebrantable. Era consciente de que Eros y yo experimentábamos las mismas emociones: ilusión, nervios y sublimidad. Me costaba recordar la última vez que nos habíamos hallado serenamente en nuestra morada disfrutando de la belleza con la que la habíamos decorado. No obstante, la esperanza de que todo se restableciese para nosotros nos incitaba a volar cada vez más raudo hasta que al fin nos adentramos en aquel presente que le habíamos entregado al tiempo para que lo custodiase entre sus brazos.
Y así volvimos a esa vida que nos había costado tanto forjarnos, a ese presente que tanto adorábamos. Llenamos de luz y amor cada instante, recuperamos la calma que había teñido nuestra existencia y sobre todo intentamos recobrar la ilusión de vivir cada noche y las ganas de soñar con momentos preciosos que pudiesen embellecer la sombra de nuestro destino. Ambos sabíamos que todavía nos quedaban muchas cosas por vivir y aquella certeza nos instaba a sonreír cada atardecer y a despedirnos con cariño y esperanza de cada noche que se marchaba. Eros y yo regresamos a nuestra vida sintiendo latir por dentro de nosotros una infinita ilusión que doraba todos los rincones oscuros que quisiesen apoderarse de nuestro hogar. Y así empezó para nosotros una nueva época que lentamente iría cubriéndose de tibieza y ternura.

 
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

Cuando nos viene a la mente un recuerdo mediante una canción, un tiempo pasado, una experiencia, una persona o una sensación, muchas veces nos abruma. Sentimos como un pellizco, como un deseo interior de revivir ese momento, de regresar al pasado y quedarnos allí, aunque pensándolo fríamente no lo haríamos. Imagino que esta sensación es el triple de fuerte y potente para Sinéad y cualquier ser o vampiro que haya vivido muchos siglos. El peso de los recuerdos debe ser brutal y es posible que Sinéad, como es tan melancólica lo sufra más y por eso se deprima. Me daba pena Eros...ver que la persona que amas se quiere marchar sin ti y sin saber por cuanto tiempo debe ser muy doloroso, menos mal que al final han recapacitado los dos. Temía que terminase en una discusión fatal. El pobre dice "soy una basura" era triste pero como no lo esperaba me dio la risa jajaja. Ahora tienen motivos para sonreír y mirar con alegría el futuro. Este capítulo es como un punto y a parte. Dejan atrás conflictos y antiguos problemas y se embarcan en una nueva vida. Como siempre fantástico!!!!!

Uber Regé dijo...

El tiempo y la experiencia son algo diferente para Sinéad, no me cabe duda. Una vez más su carácter, su forma desanimada de ver las cosas casi le juega una mala pasada, algo que habría sido muy injusto para Eros, que tanto ha hecho para que se mantengan juntos; qué pena cuando ha llorado, cuánto dolor y qué sentidas son las palabras que entonces dice. Me alegra mucho que finalmente todo haya salido bien, pero hay que darle la mayor parte del mérito a él, porque otro cualquiera, tal vez un poco menos paciente y más orgulloso, se habría cansado de los desplantes, por mucho que tenga luego tantas virtudes... por otra parte, en este capítulo brilla Arthur por su ausencia, en el sentido literal, se habla de él, el problema en cierto modo gira todo el tiempo a su alrededor, pero por fuerza tenemos que imaginar, que suponer lo que pasa con él y cuáles son sus sentimientos. Muirgéin está ahora llena con la presencia de Arturo y Morgana, si ya era una isla mágica ahora me la imagino mágica y dichosa, y por qué no, en un futuro puede que la visite gente que ya conocemos. El equilibrio está de nuevo restablecido pero ¿a qué precio? ¿y por cuánto tiempo? Tal vez una temporada en el mundo mágico que Sinéad creó sea lo mejor después de tantos sinsabores, me pregunto también qué pasa con Leonard y si comprenderá a Arthur en su nueva situación... La vida sigue, y no me cabe duda de que el punto final de esta historia no es sino un punto y seguido... "continuará". Un gran, gran relato.