REGRESANDO A LAINAYA
05
LAS LÁGRIMAS DE LA MUERTE
El hogar de Brisita estaba
anegado en un silencio que me sobrecogió profundamente, que parecía tener voz y
revelarnos que a partir de aquel instante todo lo que debíamos vivir se teñiría
de dificultades gélidas. No obstante, de cada rincón también emanaba una calma
que nos acariciaba el alma y se mezclaba así con el sutil y estremecedor temor
que se había instalado en nuestro corazón; el que pretendía desvanecerse cuando
recordaba los amenos momentos que habíamos compartido con aquellas simpáticas
haditas.
—
Parece que no hay nadie —susurró Eros estremecido—. Qué extraño. Tenía
entendido que Brisita había vuelto...
—
Estamos aquí —intervino de pronto una voz anegada en cansancio y a la
vez luz—. Estamos en el salón.
Cuando nos dirigimos hacia allí,
nos encontramos con Brisita, con Sauce y Lluvia. Los tres estaban sentados
alrededor de la mesa y todos tenían en sus manos una fruta que no se atrevían a
empezar a comer. Brisita tenía la mirada perdida, como si observase un
horizonte intangible, y Sauce y Lluvia se mantenían con los ojos fijos en la
fruta que sostenían. Cuando entramos, Lluvia alzó los ojos y nos miró
profundamente. Fue la única que fue capaz de reaccionar.
—
¿Dónde habéis estado? Llevamos esperándoos durante más de... —titubeó
Lluvia intentando sonreír, pero la pena que destilaban sus ojos destruía
cualquier ademán luminoso que ella desease hacer—. Podéis comer.
—
¿Solamente hay fruta para comer? —preguntó Eros con vergüenza—. Tengo hambre
de otra cosa.
—
No hay otra cosa, lo siento —le contestó Lluvia distraída.
—
En Lainaya solamente comemos frutas o hierbas y creo que las hierbas
no te gustarán mucho —aportó Sauce con una sonrisa muy extraña.
—
Lamento ser tan descortés —se sonrojó Eros de pronto—. Sí, sabía que
en Lainaya solamente coméis frutas y hierbas...
—
Puedes sentarte donde quieras —le ofreció Lluvia con amabilidad—, y no
tienes por qué avergonzarte de nada. Es comprensible que quieras probar otras
cosas cuando tienes la oportunidad de hacerlo.
Mientras Eros, Sauce y Lluvia
conversaban con amenidad, yo observaba a Brisita con preocupación y lástima. No
me atrevía a decirle nada, aunque ansiaba hablar con ella. La mirada de mi
hijita desprendía tanta tristeza que me pregunté si ella podría volver a
sonreír de nuevo. Comprendía perfectamente cómo se sentía, pues yo también
había experimentado la insufrible pérdida de un ser amado y aquella experiencia
había estado a punto de arrebatarme la vida. Cuando me acordé de que la marcha
de Arthur casi me había hecho fallecer de tristeza, me estremecí profundamente.
Me pregunté qué ocurriría con Brisita...
—
Brisa —la apelé con cautela. Brisita me miró efímeramente—, ¿quieres
que vayamos afuera y hablemos, cariño? —le pregunté con mucho amor.
—
No... Disfruta de Lainaya —me contestó evasivamente.
—
No puedo disfrutar de Lainaya ni de nada si te veo así...
—
¿Y cómo quieres que esté? ¡Ahora resulta que todas las hadas de
Lainaya piensan que Lianid hizo todo aquello por despecho a sí mismo! ¿Y dónde
queda nuestro sufrimiento? —exclamó súbitamente histérica—. ¡No quiero hablar
con nadie nunca más! —gritó alzándose de pronto de la silla que ocupaba y
dirigiéndose hacia la ventana—. ¡Quiero que todo desaparezca, todo!
—
Brisita, tranquilízate —le pidió Eros acercándose a ella y tomándola
de la cintura. Brisa estaba temblando brutalmente y llorando sin consuelo—.
Podemos imaginarnos cómo te sientes, pero no puedes perder la calma de ese
modo.
—
Y tampoco puedes desear que todo desaparezca, mamá. Eres la reina de
Lainaya —le recordó Sauce con cariño.
—
¡A la oscuridad Lainaya y todo lo que la crea! —maldijo apartándose
bruscamente de Eros—. ¡Dejadme en paz! ¡No me exijáis nada!
—
Sí, será mejor que por el momento la dejemos tranquila —aporté
estremecida. Nunca había visto a Brisita tan enfurecida y tan desesperada por
la impotencia y la tristeza.
Cuando Eros la dejó ir, Brisita
se dirigió de nuevo hacia la ventana e, inesperadamente, se lanzó hacia el
cielo. Empezó a volar cada vez más raudo hasta que desapareció tras las
esponjosas nubes que adornaban el firmamento de Lainaya. Cuando se esfumó,
todos nos quedamos en silencio, mirando la estela de luz que había dejado al
marcharse. Aquel hecho me pareció tan bonito que no pude evitar sonreír. No
sabía que las haditas de Lainaya dejasen un reflejo de su partida al volar por
el cielo... Lluvia, adivinando mis pensamientos, me comunicó:
—
Esa estela de luz solamente la dejamos en el cielo cuando estamos
tristes. Cuando una hadita de Lainaya vuela mientras llora, en el cielo caen
sus lágrimas y éstas brillan bajo el fulgor del día...
—
Vaya, qué bonito...
—
Así que, si ves que una hadita deja luz al volar, es que está
inmensamente triste —prosiguió Sauce con delicadeza.
—
Me parece algo muy bonito —reiteré con nostalgia.
—
Creo que no es adecuado que dejemos sola a Brisita —intervino Eros—.
Shiny, deberíamos salir y buscarla...
—
Sí, estoy de acuerdo con vosotros —dijo Lluvia—. Si queréis, podemos
acompañaros, pero nosotros no sabemos volar...
—
Yo tenía entendido que los audelfs no podíais volar —recordé
desorientada.
—
Sí podemos; pero tenemos que vivir un largo tiempo. Brisita puede
volar desde que la coronaron reina de Lainaya —me explicó Sauce.
—
Ah, de acuerdo —le sonreí.
—
Vayamos, Shiny. Encerrados aquí no vamos a lograr nada. Tal vez nos
encontremos de nuevo con Sidunia o alguna de esas haditas tan simpáticas...
—
¿Habéis conocido a Sidunia, a Mecea y a Indilsa? —exclamó Lluvia con
felicidad. No obstante, de sus ojos no dejaba de emanar tristeza en ningún
momento.
—
Sí, y nos han parecido unas haditas preciosas y muy inocentes —le
respondí.
—
Es que lo son. Todas las haditas de Lainaya somos así mientras no
estemos tristes; pero en nuestro mundo también hay lugar para la lástima
—aportó Sauce con melancolía.
—
Lo sé... ¿De veras no queréis que nos quedemos con vosotros? —les
pregunté con temor.
—
No, no. Idos a buscar a Brisita. Nosotros os esperaremos aquí. Además,
Cerinia está a punto de llegar. Zelm nos aguarda para celebrar su boda, aunque
no tengo claro si al final nosotros asistiremos... —divagó Lluvia.
—
Será bonito que vayáis... Tal vez os anime... —le sonrió Eros.
—
No, no creo que nos anime celebrar nada; aunque esta boda es muy
importante, pues se trata de la unión de un estidelf y de un niedelf, lo cual
indica que la vida de Lainaya cada vez es más luminosa e inocente; pero
nosotros tenemos el corazón demasiado herido y no creo que de nuestros ojos y
de nuestra alma puedan salir buenas sensaciones y emociones. No creo que sea
adecuado que asistamos a ese enlace tan hermoso... —reflexionó Lluvia con pena.
—
Haced lo que os pida el alma, simplemente —la aconsejé con amor.
Tras despedirnos de Sauce y de
Lluvia, Eros y yo volvimos a salir de aquel hogar tan entrañable que se había
anegado en tanta tristeza. Ambos sentíamos que lo mejor que podíamos hacer era
ir a buscar a Brisita. No nos costó encontrarla, pues la estela de tristeza que
había ido dejando en el cielo al volar fue el camino que nos condujo hasta
ella. La hallamos sentada entre dos gruesos troncos, llorando desconsoladamente
enfrente de un río cuyas aguas corrían libremente como si en la vida no
existiese ninguna pena, ninguna lágrima, ningún suspiro de lástima.
—
Brisita —la apelé delicadamente sentándome a su lado.
—
¡Dejadme, dejadme, por favor! —nos pidió histérica. Su voz se ahogaba
en un mar de sollozos—. ¡No quiero ver a nadie! ¡No quiero estar con nadie! ¡No
quiero vivir! ¡No quiero!
—
No vamos a dejarte sola, y lo sabes, cariño —le dije mientras la
abrazaba con mucha ternura. Brisita lloraba con tanta potencia que incluso noté
cómo su cuerpo temblaba—. Escúchame, Brisita, sé que lo que estás viviendo
es...
—
¡No, no lo sabes! —me negó ella apartándose de mí—. ¡No puedes
imaginarte este dolor, este dolor que me hace tener ganas de gritar!
—
Sí, sé perfectamente cómo te sientes, cariño. Yo también he perdido al
amor de mi vida por culpa de la muerte... y la tristeza estuvo a punto de
matarme, por eso no quiero que a ti te suceda algo así. Tienes que intentar
serenarte.
—
¡No quiero! ¡Dejadme! ¿Y por quién debo serenarme, por mí o por
Lainaya?
—
Brisa —la llamó Eros acercándose a ella con temor—, te queremos mucho
y deseamos lo mejor para ti.
—
¡No quiero que me digáis nada, nada, nada! ¡Idos!
Nunca había visto llorar así a
Brisita. Intentaba que su dolor no me destruyese, pero cada lágrima que brotaba
de sus ojos y cada sollozo que se escapaba de sus labios eran como un puñal que
se hundía en lo más hondo de mi alma. No pude evitar que los ojos se me
humedeciesen y que mi pecho empezase a albergar el nacimiento de unas
potentísimas ganas de llorar.
—
¡Ahora no tengo razón para abrir los ojos! ¡Mi amado se ha ido, se ha
ido para siempre! ¡Por favor, Ugvia, devuélvemelo si en verdad eres tan
poderosa! ¡No me hagas vivir sin él! ¡Soy reina porque él existía, porque su
vida me incitaba a luchar! ¡No me hagas vivir sin él! ¡No quiero intentarlo!
—
Brisita... —traté de susurrar, pero su inmenso dolor me empequeñecía
tanto que era incapaz de respirar.
—
¡Ahora sólo habrá lágrimas en mí, lágrimas, lágrimas y tristeza!
—gritaba Brisita mirando hacia el cielo, después a su alrededor, observando los
árboles, el río que discurría enfrente de ella, oteando a todas partes en busca
de la mirada de esa divinidad a la que ella apelaba tanto—. ¡No me abandones,
Ugvia, Ugvia! ¡No seas la muerte!
Creía que, en cualquier momento,
de lo más profundo del bosque emanaría una voz inmensamente potente que haría
temblar las ramas de los árboles lanzando al suelo las delicadas hojas que
sostenían; pero los segundos transcurrían sin que nada más ocurriese, sin que
los sollozos y las lágrimas de Brisita dejasen de brillar bajo el cielo de un
naciente atardecer. Quería dirigirme hacia ella para tomarla de la mano y
lograr así que creyese que no estaba tan sola como creía, pero la simple
presencia de su inquebrantable pena no me permitía moverme. Eros, por su parte,
estaba paralizado en medio de los árboles, sin ser capaz de mirar a Brisita,
quien parecía haberse arrancado de un fuerte tirón toda la cordura que reinaba
en su mente.
—
¡Devuélvemelo, Ugvia! —le imploró arrodillándose en el suelo—. ¡Soy la
reina de Lainaya y te ordeno que me oigas!
La desesperada voz de Brisa se
expandía por el bosque, sustituyendo un silencio que debía estar rellenado por
las palabras de Ugvia, esas que mi hijita esperaba como si fuesen el regreso de
Lianid. Aquella situación me parecía tan triste y dolorosa que no pude evitar
empezar a llorar sutilmente, en silencio, rogando que ni siquiera el viento
captase mis sentimientos.
—
¡Tú también te has ido, tú también! ¡No, no es posible! ¡Si es así,
que la oscuridad vuelva y acabe con este infame mundo, donde ni siquiera la
magia puede destruir la tristeza!
—
Brisa, no vuelvas a decir algo así —la amonestó de repente una voz
llena de ecos, tan lejana como el primer suspiro de vida de la Historia, pero a
la vez tan cercana como el viento que sopla en nuestro oído—. No vuelvas a
desear que Lainaya desaparezca, pues es la muestra de que es posible que exista
la belleza, la magia y la bondad. Escúchame, reina de Lainaya, eres fuerte, no
debes dejarte vencer por la tristeza. Haz resonar la potencia de tu vigor a
través de tus incansables miradas. Yo sí estoy aquí, nunca te abandonaré. Mira
a tu alrededor. ¿No ves los árboles? ¿No oyes el fluir del agua? ¿No puedes
aspirar el olor del bosque? ¿Dónde crees que moro yo, entonces, si no es en la
misma naturaleza, la que a la vez es mi cuerpo y mi alma vuelta tangibilidad?
Todos nos quedamos petrificados,
sin habla, casi sin respiración. Noté que algo se encogía en mi interior como
si de repente los vacíos que existían en mi cuerpo se hubiesen convertido en
pequeñas olas de piedra que pesaban por dentro de mí. Me senté en la hierba,
temiendo que aquella voz me recriminase el haberme movido... pero todo siguió
en silencio, como si Ugvia nunca hubiese hablado. No obstante, en nuestra mente
resonaría eternamente el eco de su infinita e inalcanzable voz.
—
Si estás ahí, ¿por qué no permites que Lianid regrese? —le preguntó
Brisita sollozando.
—
Brisita, Lianid regresará, te lo aseguro; pero no puede ser ahora, no
puede ser mañana ni aquí. No puede renacer de las cenizas en las que se ha
convertido su cuerpo al morir. No puede volver del viento que se lo ha llevado.
Solamente puede estar en otra vida que crecerá lentamente en el cuerpo de una
hadita que lo alumbrará entre flores y aire. Brisa, no desesperes. Todos los
sucesos que yo creo tienen su causa y también todas las consecuencias que
conllevan son partes del puzle que significa nuestra vida. No pienses,
solamente aguarda, y encontrarás las respuestas que ahora mismo el viento no
puede ofrecerte. Calma, siente que mis manos te retiran tus lágrimas. Soy el
viento, el agua, la tierra y el fuego. Siente en tus rodillas el sustento de tu
cuerpo, donde se posa tu ser; intenta encontrarme en el viento que te envuelve
y te protege de no caer en la nada... y alarga tus manos, sí, ahí, hacia el
agua, para que su frescor, que baña mis invisibles dedos, pueda limpiar tu
mirada y tornarla mucho más bella, como nunca dejará de ser. Estoy aquí, Brisa.
Solamente tienes que sentirme.
Brisita, como si le hubiesen
absorbido el alma, alargó las manos hacia el río y, ahuecándolas, dejó que
aquella fresca, brillante y trasparente agua limpiase todo su rostro,
mezclándose con las lágrimas que no dejaban de brotar de sus violáceos ojos;
los que en esos momentos eran el crepúsculo más bello y tormentoso de la vida.
—
Me ha dicho que él volverá —susurró con una voz entrecortada por el
cansancio de llorar—; pero ¿cuándo? ¿Quién alumbrará su vida, entonces?
Nadie fue capaz de contestar,
pues ninguno de nosotros conocía la respuesta, y la voz de Ugvia ya había desaparecido,
llevada por una ráfaga casi de color granate que arrastró algunas perdidas
hojas hacia las montañas.
De repente, Brisa se levantó,
apoyándose en el grueso tronco de un árbol. Me percaté de que estaba temblando,
pero parecía como si ella no le diese importancia al estado de su cuerpo.
Empezó a andar alejándose de nosotros, como si no se acordase de que estábamos
todavía allí; pero enseguida se detuvo. La vi mirando el cielo a través de las
ramas de los árboles, las que parecían dedos que querían acabar con el excesivo
brillo del atardecer. Un viento feroz y a la vez tierno, efímero, agitó sus
rojizos y rizados cabellos, y el vestido que portaba, el que parecía tan ligero
como las olas más serenas del mar, se alzó sinuosamente para después volver a
cubrir su blanca piel. Vi que de nuevo se agachaba para llorar a escondidas
entre unas plantas donde nacían unas tímidas flores. Sentí que no podíamos ni
debíamos molestarla más.
—
¿Qué hacemos ahora? ¿Adónde tenemos que ir? —me preguntó Eros con
temor.
—
No lo sé...
—
Me siento...
—
No digas nada —lo interrumpí estremecida. Era incapaz de aceptar todo
lo que había ocurrido.
Entonces, de repente, antes de
que mi mente pudiese pensar o reaccionar, oí unos sinuosos pasos cerca de donde
se hallaba Brisita. Me quedé paralizada cuando, al levantar la mirada, me
percaté de que quien caminaba hacia Brisita era Scarlya. Me sorprendió
muchísimo percibir su alma introducida en el cuerpo de una heidelf, como si
nunca la hubiese visto así antes. Estaba realmente preciosa. Los ojos le
resplandecían de felicidad, una felicidad que hacía mucho tiempo que no
adornaba su mirada, y estaba ataviada con un vestido blanco que realzaba el
rosado color de sus mejillas, las que parecían más redonditas, y el verdor de
sus primaverales ojos. Scarlya parecía nacida de esas flores que resisten la
caricia de la lluvia, esas flores que duermen en la hierba más mullida.
Sin embargo, había algo en el
ambiente, como una mano pesada que caía sobre las ramas de los árboles y
atrapaba sus troncos, que me impedía sentir admiración o felicidad por haberme
reencontrado con mi amiga. Ese algo que asfixiaba el aire también gritaba en mi
interior. Era como una especie de premonición que me advertía de que nada podía
ser bello en esos instantes.
De repente, Brisita alzó los
ojos y miró fijamente a Scarlya, quien, al captar el poder de su implacable
mirada, se quedó totalmente paralizada. No fue capaz de decir nada, aunque supe
que estaba deseando hablar. Fue Brisita quien rompió ese bello y a la vez tenso
silencio que había detenido el soplar del viento:
—
¡Vete de aquí! ¡Todas mis desgracias son por culpa tuya!
—
Yo, Brisita, nunca quise que esto sucediese —contestó Scarlya
sobrecogida. Noté lágrimas en su voz—. No puedes acusarme de la muerte de Lianid
porque yo no he hecho nada, y realmente también me duele mucho que se haya ido,
créeme.
—
¡No quiero verte, no quiero saber que vives en Lainaya ni que formas
parte de mi vida! ¡Lárgate de aquí antes de que convoque el poder del viento
para destruirte! —le gritó descontrolada por la rabia y el dolor—. ¡Tu
presencia me recuerda su muerte!
—
Brisa, lo mejor será que te tranquilices —le insté acercándome a ella,
guiada al fin por el miedo a que aquellos instantes se volviesen mucho más
punzantes—. Serénate, cariño. Ya sabes que ella no tiene la culpa...
—
¡No debería haber vuelto nunca, nunca, nunca! —chilló Brisita
totalmente deshecha por el llanto mientras se lanzaba a mis brazos—. ¡No
soporto este sufrimiento! ¡Mamá, ayúdame!
—
No tomes en serio sus palabras —le susurró Eros a Scarlya.
—
Me alegra mucho volver a veros, aunque sea en unas circunstancias tan
horribles y tristes. Me gustaría hablar serenamente con vosotros, pero... —le
contestó Scarlya estremecida.
—
Lo mejor será que aguardemos a que se tranquilice —le recomendó Eros
refiriéndose a Brisita.
—
¡Idos de aquí todos! —nos pidió Brisa separándose de mis brazos—. No
quiero que me veáis así.
—
No vamos a dejarte sola... —le comunicó Eros.
—
Eros, lo mejor será que vayas a buscar a Cerinia o a alguien que pueda
calmarla. Yo me siento incapaz de hacerlo —le pedí sobrecogida.
Eros no me objetó nada. Scarlya
y él desaparecieron tras los gruesos troncos de los árboles en dirección al
hogar donde Brisita había sido tan feliz con Lianid. Cuando se marcharon, ambas
nos sentamos en el suelo, como si su ida también se hubiese vuelto un peso
enorme que, unido al dolor de la tristeza, quisiese aplastarnos el alma.
—
Brisita, quiero que me escuches... Quiero que intentes comprender lo
que voy a decirte —le solicité acariciándole la cabeza—. Sé perfectamente cómo
te sientes. ¿Sabes cuáles son mis peores recuerdos? —Ella me negó con la cabeza,
incapaz de hablar—. Uno de los peores momentos de mi vida fue cuando Leonard me
confirmó que Arthur había muerto. Sí, él murió por primera vez hace ya... más
de... cincuenta años —titubeé estremecida—. Cuando conocí su muerte, yo misma
fallecí. Mi alma feneció, Brisita. Estuve enferma, muy enferma... durante mucho
tiempo. Si mi padre y otros amigos muy queridos no me hubiesen ayudado, posiblemente
tú no existirías...
—
¿Cómo lo superaste?
—
Con el regreso de Arthur. Sí, conseguí, con mi gran poder, revivirlo.
Lo extraje de la muerte. Nació como humano justo cuando yo me adentré en el
mundo de la muerte para sacarlo de allí... pero no nos reencontramos hasta que
pasaron casi veinte años...
—
¿Y qué ocurrió? —me preguntó Brisita más tranquila.
—
Sucedió que un vampiro maligno, envidioso y rencoroso lo mató. Cuando
Arthur murió por segunda vez, me sentí exactamente como tú. Quería destruir el
mundo, quería que todos me dejasen en paz. La misma frustración que
experimentaba se convirtió en ira y esa ira me hizo asesinar a aquel vampiro a
sangre fría... Dejé que la luz lo fundiese. Fueron momentos horribles,
cariño...
—
¿Y cómo superaste su muerte entonces?
—
¿Me prometes que nunca, nunca, le confesarás esto a nadie?
—
Te lo prometo.
—
Nunca he superado ninguna muerte, cariño. La muerte de un ser querido
jamás se supera. Posiblemente las experiencias que la vida te hace experimentar
atenúen su dolor, pero nunca podrás olvidar cuánto sufriste cuando se marchó.
Yo volví a ser feliz con Eros cuando nos conocimos; pero la muerte de Arthur
siempre estuvo latiente en mí...
—
¿Y qué puedo hacer yo, mamá?
—
Cree firmemente que la vida te necesita, que Lainaya te necesita. Todos
los habitantes de Lainaya te adoran, cielo mío, y estoy segura de que, si se
enterasen de que te sientes así, tan deshecha, te buscarían y te rodearían para
darte toda su fuerza. No puedes rendirte, cariño. Si lo haces, destruirás
muchas experiencias que aún te quedan por vivir, y no solamente a ti, sino a
todos los seres que se encuentran en tu destino.
—
Posiblemente tengas razón, pero estoy tan triste que no puedo
imaginarme feliz.
—
Lo entiendo perfectamente...
—
Pero Ugvia ha dicho que él volverá en otra vida... ¿Has entendido sus
palabras?
—
Sí... las he entendido... Estoy segura de que alguna hadita de Lainaya
lo llevará en su vientre y él nacerá cuando menos te lo esperes. Si eso es
cierto, entonces pronto os reencontraréis.
—
Pero ya no será lo mismo...
—
Nunca podemos anticiparnos a nuestro destino, cariño.
—
¿Y quién será esa hadita?
No pude decirle nada más. Oí que
Scarlya y Eros caminaban hacia nosotras con alguien más. De repente apareció
Cerinia. Volver a verla me hizo sentir de pronto muy feliz, pero intenté
disimular mi alegría para no incomodar a Brisita, quien todavía no había dejado
de llorar.
—
¡Sinéad! —me apeló Cerinia con mucha ternura—. ¡Cuánto me alegro de
volver a verte! Ven, ven, y deja que te abrace.
—
Yo también me alegro mucho de verte —le contesté cuando ya me hallé
entre sus brazos.
—
Tenemos que volver a casa. Están llegando todos los habitantes de
Lainaya. Brisita... creo que esta vez tendrás que buscar un remedio que mine tu
tristeza...
—
No quiero estar con nadie, Cerinia.
—
Escúchame, Brisita. Ningún enlace tiene sentido si la reina de Lainaya
no lo aprueba... Tienes que estar en esta boda. Después podrás llorar todo lo
que quieras, pero...
—
¿Es que nadie puede entenderme? —exclamó volviendo a ponerse histérica—.
¡Acabo de perder a mi amado!
—
¡Por supuesto que te entendemos, Brisita! Yo también perdí al mío hace
mucho tiempo... y sé lo doloroso que es; pero, aunque él se hubiese ido...
—
Era tu hijo, Cerinia —le recordó Brisita con resentimiento.
—
¡Lo sé! —aseguró Cerinia cerrando con fuerza los ojos—. ¿Te crees que
no me cuesta animarte? ¡Yo también estoy muy triste! —le confesó con una voz
temblorosa.
—
¿Entonces por qué no aplazamos esa boda? Nadie se siente capaz de
celebrarla, ni siquiera la misma Lainaya.
—
Pero nosotros no podemos quedarnos más tiempo —protesté asustada.
—
Tú, sí, Sinéad. Es más, debes hacerlo —me comunicó Cerinia con
respeto—. No me preguntes nada más.
—
¿Y yo? —cuestionó Eros asustado.
—
No creo que haya ningún inconveniente en que te quedes. Ugvia no
permitirá que os separéis. Por lo que respecta a Zelm y Aliad... creo que
entenderán que no es adecuado celebrar su boda hoy. Lo siento mucho por ellos,
pero... tendrán que aplazarla.
—
Gracias, Cerinia... —musitó Brisita estremecida.
—
Lo hago también por mí —susurró ella.
La tristeza se respiraba en el
ambiente, como si el viento la portase en su soplar. Los árboles parecían
temblar bajo el creciente brillo de la tarde, ante la tenue marcha de la luz de
la mañana. El agua continuaba sonando a nuestro lado, cada vez más queda, como
si tuviese miedo a interrumpir nuestras lágrimas. Era un ambiente propenso para
llorar. Nunca creí que mi regreso a Lainaya fuese tan y tan triste... pero
entonces comprendí que tanto los sentimientos más puros como los más
desgarradores tienen su hogar allí, en ese mundo creado por la magia más
indeleble de la Historia.
2 comentarios:
Pobre Brisita, está destrozada. ¿Cómo reaccionamos ante la muerte de un ser querido? ¿Cómo superarlo? No lo sé, y no creo que se pueda superar, aunque sí vivir con ello y recordar. Al menos, Ugbia (que me han encantado sus palabras, ojalá en la realidad sucediese lo mismo y obtuviésemos respuesta cuando rezamos o imploramos...), le ha dado una esperanza, aunque no calme su dolor ni sea un consuelo inmediato. Es verdad que la boda se celebra en muy mal momento (el peor), pero quizás con un acontecimiento feliz puedan ir pasando página. Scarlya mete la pata allá por dónde va (aunque nunca conscientemente).Ahora es el ser más odiado por Brisita, y creo que por muchos otros seres. Abandonó a Leonard y se va a Lainaya y mete la pata otra vez, aunque no era su intención y tampoco se la puede culpar de todo esto. Espero que la boda consiga iluminar las vidas de todos estos seres mágicos y vuelva la felicidad.
Son muchas las frases que pueden subrayarse en este capítulo, donde hablas de cosas tan sublimes y tan duras como son la desesperación ante la muerte, el no saber qué hacer cuando alguien se va. Sí, el secreto de Sinéad es uno de los que la vida te enseña: no se superan nunca las muertes, ni tampoco las separaciones, nos van congelando un trozo del alma que ya queda siempre petrificado. Y sin embargo, la vida sigue, ha de seguir, con dolor, con tristeza, pero seguimos adelante, como los personajes de tu historia. Ugvia nos enseña otra verdad inalterable, que la vida siempre está ahí, en la lluvia, en el aire, en la tierra, en los seres que nos rodean, y que no podemos rechazar bailar en esta danza el papel largo o corto que en ella nos toca. Me gusta especialmente la actitud de cerinia, tan calmada. Y siento mucha piedad por Scarlya... no, una boda no parece que ahora sea lo mejor, pero el amor de los novios ¿quién sabe si no lo cambiará todo? Habrá que esperar y ver.
Publicar un comentario