lunes, 20 de julio de 2015

REGRESANDO A LAINAYA - 06. NINGUNA LUZ ES SUFICIENTE PARA LA MUERTE


REGRESANDO A LAINAYA
06
NINGUNA LUZ ES SUFICIENTE PARA LA MUERTE
La tarde cayó con tristeza, aplazando la brillante luz del día, tornando sombríos los recovecos que existían entre los troncos de los árboles. Una bruma lejana y espesa fue devorando el fulgor del mediodía, esparciéndose por el bosque y cubriendo las hojas, las plantas y las flores como si de un suave y cariñoso manto se tratase.
Cerinia, Eros, Scarlya, Brisita y yo observamos, en silencio, cómo el atardecer se acurrucaba en el bosque, como si tuviese miedo de los últimos suspiros del día. Ninguno de nosotros fue capaz de quebrar ese silencio que habíamos empezado a mantener con la vida y con la naturaleza. Solamente se oía el fluir de aquel río donde Brisita se había limpiado las lágrimas, el canto de algún pájaro que entonaba versos hermosos al crepúsculo y el soplar del viento, el que parecía querer restar en silencio pese a todos los sentimientos que deseaba expresar. Era un susurro silencioso que, sin embargo, hablaba mucho más que cualquier voz sonora.
Al fin, cuando la noche empezó a adivinarse tras la cima de las montañas, Cerinia rompió suavemente aquel aterciopelado silencio que, no obstante, estaba lleno de tristeza:
     Deberíamos ir a casa de Zelm para anunciarle que la boda no se celebrará, aunque creo que alguna de nuestras haditas mensajeras ya se lo habrá comunicado.
     ¿Tenéis haditas mensajeras? —pregunté con interés, intentando disimular lo apenada que me sentía.
     Sí. Sidunia y sus hermanitas forman parte del grupo de haditas mensajeras. Vuelan muy rápido, por lo que pueden atravesar largas distancias en muy poco tiempo. Además, tienen muy buena memoria y pueden recordar mensajes bastante extensos —me explicó Cerinia con complacencia y cariño. Me preguntaba cómo era posible que Cerinia ocultase tan nítidamente sus sentimientos. Sabía que su corazón estaba lleno de nostalgia y aflicción, pero ella escondía esas emociones tras miradas anegadas en amabilidad y se expresaba con una voz repleta de dulzura—. Me gustaría caminar unos largos momentos a solas, para encontrar el recuerdo de Lianid en el viento. Cuando atardece en la región del otoño, el viento alza más su voz y nos trae con su soplar el eco de las voces de los que se han marchado. Si me disculpáis... —susurró mientras se levantaba—. Nos vemos en casa de Brisa.
Cuando Cerinia desapareció, todos volvimos a quedarnos en silencio. A pesar de toda la tristeza que se respiraba en el ambiente, debía reconocer que no dejaba de llegar a mí un cálido aroma a hogar. Me sentía como si me hallase en casa, como si aquel bosque fuese la única morada que había tenido en la vida. Cuando recordé que Lainaya no era mi hogar, una punzada de dolor intentó interrumpir esas buenas sensaciones, pero el saber que me encontraba en esa tierra tan amada detuvo las crueles intenciones de esa emoción. No pude evitar mirar a Eros con conformidad. Entonces me anonadó su belleza; la que refulgía bajo los últimos suspiros del atardecer. Sus oceánicos ojos azules parecían un mar en calma que se relaja bajo la presencia de un cielo completamente sosegado y exento de nubes amenazantes donde solamente lucen las estrellas. Estaba tan hermoso que no pude impedir que mi cuerpo se anegase en una sensación infinitamente tierna que ruborizó mis mejillas.
     Eros, cariño —lo apelé con temor a destruir la calmada belleza de ese instante. Cuando oyó mi voz, Eros se volteó curioso y me miró complacido y expectante—, creo que lo mejor será que nos marchemos —le sugerí con una voz muy queda—. Noto que Brisita necesita estar a solas.
     Sí, yo también lo creo —me confirmó con una sonrisa algo pícara; lo cual me hizo tener ganas de reír pese a todas las sensaciones extrañas que experimentaba.
     No quiero que os vayáis sin que hayamos hablado —intervino de pronto Scarlya, quien hasta entonces había permanecido a nuestro lado como si en verdad no se encontrase allí. Su silencio la protegía de la crueldad de ese momento—. Sinéad, quiero que conversemos. Necesito explicaros...
     Sí, lo mejor será que os vayáis —aportó Brisita intentando no parecer brusca—. Yo iré a ver cómo están mis hijitos.
     ¿No necesitas nada, Brisita? —le pregunté temerosa. Su enfado me había sobrecogido. No obstante, enseguida supe que estaba enfurecida con la vida, no con nosotros.
     Solamente necesito estar con mi familia. Mis hijitos son lo único que queda de Lianid en este mundo. Luego nos vemos, Sinéad y Eros...
Brisita se marchó sin despedirse de Scarlya, quien ni siquiera se atrevía a mirarla. Cuando Brisita desapareció, los tres nos alzamos del suelo dispuestos a caminar serenamente por el bosque mientras Scarlya nos explicaba todo aquello que ansiábamos saber. No tardó en empezar a hablar. Los lejanos fulgores del atardecer resplandecían en sus cabellos y, de vez en cuando, el viento agitaba su delicado y blanco vestido. Scarlya  estaba tan hermosa que apenas podía acordarme de que en otro tiempo su cuerpo había sido muy distinto. Notaba que de su piel emanaba una tibieza muy tierna y que sus ojos desprendían una admiración infinita por todo lo que la rodeaba. Lo que más me sobrecogía tanto de felicidad como de nostalgia era saber que esos verdes ojitos nunca más volverían a enrojecerse. Su mirada jamás se teñiría de ese color escarlata que no es sino la muestra de que para los vampiros existen instintos ineluctables. Me pregunté si Scarlya acabaría olvidando el tacto de su piel cuando había sido vampiresa o el sabor de la sangre... Aquellas preguntas me hicieron sentir melancólica de repente, tanto que me costó escuchar las palabras que ella había comenzado a dedicarnos:
     En primer lugar me gustaría pediros perdón por mi comportamiento. Sé que no actué como es debido abandonando a Leonard tan de repente. En segundo lugar, quisiera agradeceros que me deis la oportunidad de explicarme. Quiero que conozcáis todo lo que sucedió en verdad. Brisita no desea escucharme porque piensa que tuve la culpa de todo lo que le acaeció a Lianid.
     Nosotros sabemos que no la tienes —aportó Eros con cariño. Yo era incapaz de hablar.
     Gracias, aunque yo no estoy tan segura de ello. Si yo no hubiese aparecido, tal vez Lianid no estaría muerto.
     Pensar eso no sirve para nada, Scarlya —siguió calmándola Eros.
     Es posible.
Habíamos llegado a un claro donde las ramas de los árboles no se atrevían a interrumpir el brillo de las estrellas. Incluso me dio la sensación de que había mucha más luz allí que en cualquier rincón de Lainaya. Las estrellas, en Lainaya, resplandecen con una fuerza mayor a la de la luna. Es como si las estrellas se hallasen más cerca de nosotros cuando nos encontramos en esa mágica tierra. Aquel bello prado estaba todo cercado por árboles de tronco grueso, donde me imaginé que habitaban haditas entrañables, y de copas frondosas que no se dignaban perder sus hojas, aunque el otoño reinase allí con un esplendor indestructible.
Scarlya se sentó en aquel suelo alfombrado por una hierba mullida y por hojas caídas. Me pregunté de dónde provendrían aquellas hojas si los árboles que nos rodeaban no eran caducifolios.
     Quiero que conversemos aquí, en este lugar. Lo adoro. Sé que las palabras fluirán mejor en este rincón tan bello. Por favor... sentaos. —Cuando la obedecimos, Scarlya prosiguió con su relato—: Sé que no me comporté bien con Leonard. No puedo perdonarme el daño que le he hecho; pero debéis saber que la convivencia con él  se había vuelto totalmente insoportable. No podíamos seguir así. Discutíamos por cualquier cosa, por el detalle más ínfimo y carente de importancia. Yo no era feliz y, por ello, Leonard tampoco podía serlo. Ya no sentía nada por él. El amor que le profesaba se desvaneció... Creo que nunca pude volver a estar tan bien con él desde que nos separamos por primera vez. Algo tiraba de mí  siempre que me besaba, que me abrazaba, que me acariciaba. Incluso una noche traté de... de imaginarme que no estaba con él para poder soportar todas las sensaciones que se me despertaban cuando yacíamos juntos.
     ¡Scarlya! —exclamé completamente sorprendida cubriéndome los ojos con las manos—. No es necesario que nos des esos detalles.
     Sí, sí es necesario, pues todo lo que acaeció tiene sus causas en una de esas ocasiones. Leonard... bien, sé que Leonard tampoco se sentía a gusto conmigo... Yo notaba que su mirada estaba llena de pensamientos inaccesibles. No ocurría eso solamente en aquellos momentos, sino también cuando a veces paseábamos juntos por el bosque. Había algo que se había apoderado de su corazón y del mío, como si fuese un muro infranqueable que nos dividía. Leonard ya no me trataba bien. Nunca me hablaba con dulzura y poco a poco... todo fue turbándose... hasta que una noche exploté y discutimos como jamás he discutido con nadie. Se nos fue de las manos... y entonces decidí marcharme.
     ¿Por qué se os fue de las manos? ¿Qué sucedió? —le preguntó Eros intrigado y estremecido.
     Empecé a decirle cosas que no tenían sentido. Lo acusé de estar enamorado de otra mujer y él me confesó que ya no me amaba, que yo me había convertido para él en una cruz con la que no deseaba cargar. Entonces lo amenacé con marcharme de allí para siempre y no volver a vernos nunca más, y me dijo que me fuese cuanto antes, que ya no soportaba ni mi presencia, y que prefería morirse antes que seguir habitando conmigo; con una vampiresa tan orgullosa y desagradecida.
Scarlya estaba a punto de ponerse a llorar. La voz le temblaba y dos lágrimas resplandecientes pendían de sus pestañas, sin atreverse a rodar definitivamente por sus rosadas mejillas. Me conmovió infinitamente percibirla tan angustiada. Sin embargo, me costaba creer que todo lo que estaba contándonos fuese cierto. Yo no podía encontrar a Leonard en las palabras que ella nos dirigía. Me pregunté por qué, por qué mi padre se había convertido de repente en alguien tan huraño. Mas no podía juzgarlo. Sabía que los sentimientos que se habían adueñado de su corazón eran mucho más potentes que cualquier razón, que cualquier mente cuerda.
     No quiero hablar mal de él, pero no puedo evitarlo. Nos hicimos mucho daño. Ambos tuvimos la culpa de todo lo que sucedió, pero ninguno de los dos quiso reconocerlo. Yo sí reconozco que todo empezó por culpa mía, por no sentirme feliz con él, por aspirar a vivir algo más mágico... pero es que yo creía que el amor que nos profesábamos sería eterno, y no ha sido así. Cuando me di cuenta de que nuestro amor se había esfumado, empecé a pensar que nunca nadie me ha querido de verdad. Comencé a recordar toda mi vida y así me percaté de que siempre fui un ser despreciable que no se merece un amor real. Sí, tú me quisiste, Sinéad, pero me quisiste amando a Arthur. Nadie me quiere de veras...
Scarlya se había puesto a llorar sin consuelo. No obstante, ella deseaba seguir hablando...
     El mundo en el que hasta entonces había vivido era el ser más cruel que había conocido nunca. Desde que abandonamos Lainaya, la vida me pareció un alma insostenible que continuamente anhelaba destruirme. No podía seguir viviendo allí, en esa tierra llena de maldad, junto a un hombre que no me amaba, a quien yo tampoco quería ya. Tenía que marcharme... y sabía que Lainaya era el lugar más... No existe en el Universo ningún sitio como éste... Yo quería vivir en Lainaya para siempre y así despedirme definitivamente de ese mundo donde jamás tuve que haber nacido —hipaba—. Lo siento. Lamento ser tan caprichosa, pero es que, es que... Yo os aseguro que lo intenté, pero... pero yo no quería seguir viviendo en un mundo tan maligno, donde sufría tanto y tanto.
     Scarlya, tranquilízate —le pedí con ternura mientras me acercaba a ella para tomarla de las manos—. Entiendo perfectamente lo que sentiste y cómo te sientes ahora, de veras. Yo también he deseado habitar en Lainaya para siempre en infinidad de veces. Te felicito por haber tenido el valor de marcharte de aquel mundo para adentrarte aquí, en tu verdadera morada. No tienes que pedirnos perdón por nada, pues es tu vida y nadie mejor que tú sabe cómo debe vivirla. Serénate. No vamos a juzgarte porque lo hayas abandonado todo; al contrario...
     Gracias, gracias, Sinéad —me dijo entre sollozos mientras se lanzaba a mí para abrazarme—. Tú siempre has sabido entenderme. Gracias... Nadie me ha apreciado como tú. Lamento que nada saliese bien...
     ¿Cuándo? —le pregunté mientras le acariciaba los cabellos.
     Hace dos siglos.
     Ahora no pienses en eso —me reí confundida.
     Lo peor es que aquí tampoco me quieren, Sinéad. Brisita nunca me recibió... Sí, al principio sí se alegr´´ó de verme y de que viviésemos juntas, pero yo notaba que mi presencia la incomodaba. Más tarde, cuando Lianid empezó a intentar estrechar nuestra amistad, percibí que las miradas que Brisita me dedicaba estaban cargadas de tensión. Yo no quería que ocurriese nada entre Lianid y yo. Lianid para mí era sagrado. Era el amor de Brisita. Era una razón suficiente para no permanecer cerca de él, pero era el único que me había acogido con los brazos abiertos. No tenía a nadie más... y aquel atardecer... cuando él me confesó  que estaba enamorándose de mí y que no podía dejar de recordarme... me arrepentí de haber venido, de haber abandonado nuestro mundo para estar aquí, pues sentía que estaba a punto de destrozarle la vida a la hadita más  buena que jamás pudo existir. Entonces pensé en desaparecer para siempre porque en ningún lugar puedo hacer feliz a nadie... Y la muerte de Lianid me hace sentir tan culpable... Sé que mi rechazo también lo hundió.
     Entonces... ¿qué ocurrió realmente entre vosotros dos? —le pregunté apartándomela un poco de mi pecho para poder mirarla a los ojos.
     Lianid me confesó  que nunca había podido dejar de pensar en mí y que cada vez estaba más enamorado de mí; pero yo le dije que jamás se me ocurriría hacerle daño a Brisita de ese modo. Él me insistió en que no tenía por qué enterarse y también me reveló que estaba levemente agotado de todas las responsabilidades que tenía que asumir por ser el consorte de la reina de Lainaya. Me dijo que adoraba a sus hijitos, pero que a veces notaba que necesitaba huir de tanta y tanta presión y que mi llegada había sido como una bocanada de libertad que no quería dejar escapar. Yo le negué todo, todo, le dije que prefería morirme antes que destruir la vida de Brisita y él se enfadó mucho conmigo. Se levantó de pronto y se fue. No sé lo que sucedió después de esos momentos. Solamente sé que vino Lluvia avisándome de que su papá había desaparecido y pidiéndome que los ayudase a buscarlo; pero Brisita, en cuanto me vio aparecer, me echó de su lado y, gritándome, me ordenó que me marchase de allí cuanto antes.
     Brisita no sabe dominarse cuando la desesperación se apodera de ella. Es tan pasional que todas las emociones potentes pueden controlarla fácilmente. No se lo tomes en cuenta. Estoy segura de que pronto se percatará de que tú no tienes la culpa de la muerte de Lianid y que lo único que hiciste fue protegerla a ella —intenté consolarla.
     No lo creo. Brisita está muy resentida conmigo. Ya ni sé dónde debo vivir. Todas las haditas de Lainaya piensan cosas injustas de mí. Les cuesta creer que yo no influí en la vida de Brisita. Todas atribuyen la muerte de Lianid a mi llegada. No sé cómo solucionar esto. Creo que lo mejor es que me muera ya y deje de molestar a todo el mundo.
Scarlya lloraba sin consuelo. Lo que más me sobrecogía, sin embargo, no era su llanto, sino la realidad que escondían sus sentimientos y declaraban sus palabras. No podía creerme que todos la culpasen de la muerte de Lianid. ¡Aquello era realmente injusto! Sobre todo conociendo lo que había ocurrido en verdad entre ambos. No sabía cómo serenar a Scarlya. Lo único que pude hacer fue acariciarle los cabellos y darle besitos en la frente mientras le dedicaba palabras tiernas con las que pretendía hacerle sentir mejor. Eros, por su parte, la miraba con compasión y lástima.
     Todo pasará, ya verás, y de pronto todos conocerán la realidad. Tú no tienes la culpa de nada...
     Pero vosotros os iréis y yo me quedaré aquí sola, sin nadie a quien acudir. Me siento sola. Lo peor es que jamás pude imaginarme que en Lainaya pudiese experimentar esta soledad tan triste...
     Scarlya, intenta vivir tu vida. Ya se darán cuenta de que están errando contigo... —la animó Eros—. Ahora estamos juntos. Disfrutemos, pues, de estos momentos.
     No puedo. Estoy tan triste y desanimada... Nunca pude imaginarme que en Lainaya tampoco encontraría la felicidad.
     Tal vez ahora no puedas encontrarla, pero estoy segura de que el tiempo acabará ofreciéndotela... —le sonreí.
     Pues no lo creo, Sinéad —me negó excesivamente entristecida—. Me parece que nací para ser desgraciada, para que el mundo conociese lo que era un ser desdichado.
     No digas eso. Estoy completamente segura de que en Lainaya te quedan muchas experiencias preciosas por vivir...
     Ya no sé en qué creer.
     ¿No has conocido a más haditas?
     Sí, pero no sé de qué hablar con ellas.
     Con el tiempo estoy segura de que todos te querrán mucho, porque te lo mereces. Eres un ser mágico, Scarlya, y todas las haditas de Lainaya deben darse cuenta de ello.
Scarlya no me dijo nada más. Permaneció en silencio, como si para ella se hubiesen desvanecido todas las palabras. La noche seguía avanzando hacia la oscuridad mientras las estrellas se esforzaban por brillar más. El ambiente que nos rodeaba estaba tan quieto que parecía que no hubiese vida en ese bosque tan profundamente hermoso. Sin embargo, a lo lejos todavía podíamos seguir oyendo la voz del viento colándose por entre las ramas de los árboles. Miré hacia las montañas que protegían esa naturaleza y entonces me percaté de que en su falda resplandecían un sinfín de lucecitas muy pequeñas y titilantes que se asemejaban a estrellas caídas. No pude evitar preguntar:
     ¿Qué es eso?
     Son los fuegos de las haditas de la tierra. Encienden fuegos las noches de luna nueva para guiar a las almas que se han ido hacia el hogar de la muerte.
No fue Scarlya quien me contestó, sino una voz mucho más profunda cuyo grave sonar me sobrecogió inmensamente. No conocía aquella voz. Nunca la había oído. Sin embargo, me parecía muy cercana, como si me hubiese susurrado palabras hermosas en el momento de mi nacimiento.
     Perdón por aparecer tan de súbito —se disculpó caminando hacia nosotros. Sus pasos sonaban casi inaudibles—. Sinéad, Eros, estaba deseando conoceros. Cerinia me ha hablado mucho de vosotros y me ha asegurado que sois unos seres maravillosos.
No me atrevía a mirar al propietario de esa voz tan grave y profunda, pues tenía la sensación de que, si lo hacía, mi alma explotaría. Sin embargo, la curiosidad detuvo mi pequeño temor y me incitó a alzar los ojos con lentitud e interés.
Me quedé totalmente impresionada cuando el aspecto de aquella hada que nos hablaba tan educada y cariñosamente quedó desvelado ante mis ojos. Se trataba de un audelf muy hermoso que parecía albergar en su cuerpo un poder indestructible. Tenía los ojos más negros que yo había visto en mi vida y sus cabellos se asemejaban al reflejo de los troncos de los robles en un río de aguas nítidas y caudalosas. Eran tan castaños que me pregunté si acaso la caducidad del otoño emanaba de allí, de esos cabellos tan relucientes. Le cubrían las orejas y apenas le llegaban a los hombros, pero sus rizos eran abundantes y su forma ensortijada me pareció infinitamente mágica y esplendorosa. Su rostro varonil era perfecto. Sus facciones, de tamaño bien proporcionado, desprendían serenidad y sabiduría. Vestía la típica túnica que portaban los habitantes de Lainaya; pero la suya estaba adornada con hojas de haya que parecían indelebles. Además, portaba un cinturón de madera fina decorado con cenefas que ceñía a su talle aquella prenda de vestir tan curiosa y cómoda.
     Mi nombre es Courel. Encantado de conoceros, Sinéad y Eros.
     ¿Cómo es que no te hemos visto antes? —le preguntó Eros extrañado.
     Porque no se dio la ocasión. A Cerinia no se le ocurrió pedirme ayuda cuando teníais que buscar a la reina de Lainaya —nos confesó mientras se sentaba en el suelo, enfrente de mí. Su mirada me hacía sentir pequeña. Notaba que de sus profundísimos ojos emanaba una energía electrizante que me sobrecogía—. Soy muy amigo de Cerinia, pero ella siempre ha querido protegerme de todo, como si creyese que yo no tengo  fuerza para luchar contra nada; pero no le guardo rencor. ¿En verdad, nunca os ha hablado de mí?
     No, nunca —contesté con timidez—. Yo también estoy encantada de conocerte.
     ¿Tienes vergüenza, Sinéad? —me preguntó sonriéndome con tanta amabilidad que creí que Lainaya entera se había quedado sin bondad—. No temas. Soy totalmente noble.
     No, no tengo vergüenza, y mucho menos desconfío de ti —me defendí intentando parecer serena. Había algo en él que me intimidaba excesivamente, pero era incapaz de saber por qué—. ¿Dónde vives?
     Pues cerca de aquí, en un árbol muy grande y hermoso. Supongo que estaréis hambrientos y cansados. Habéis llegado hoy a Lainaya, ¿verdad? —Eros y yo asentimos a la vez—. Bueno, os lo digo porque puedo invitaros a mi hogar para...
     Creo que lo mejor será que nos vayamos a casa de Brisita. Estará esperándonos —adujo Eros alzándose de repente del suelo—. Gracias por la invitación, pero creo que lo más conveniente es que estemos junto a la reina de Lainaya en estos momentos tan difíciles.
     Yo también ansío estar con ella, pero...
     Pero ¿qué? —le preguntó Scarlya con temor—. ¿Acaso Brisita y tú no os lleváis bien?
     No es eso. Brisa siempre me ha rechazado por motivos que desconozco. En fin, yo no la forzaré a nada. Lamento que hayamos tenido que conocernos en unas circunstancias tan adversas...
     No, para nada —le sonreí mientras también me levantaba—. Quisiera seguir conversando contigo, pero...
     Os acompañaré al hogar de Brisita.
Así pues, Courel, Eros, Scarlya y yo emprendimos el regreso hacia la casa de Brisita. De repente, me apercibí de que Scarlya y Eros se habían adelantado y que Courel y yo nos habíamos quedado rezagados. Enseguida, él se acercó a mí y, con una voz anegada en bondad y dulzura, me comunicó susurrando:
     Estoy muy feliz por poder conocerte. Sé qué tipo de ser eres en tu otra vida y lo cierto es que me fascinas.
     Vaya...
     Eres encantadora, tan tímida y dulce siendo sin embargo tan poderosa —me halagó de repente deteniendo nuestro paso y aferrándome con delicadeza de los hombros—. Sinéad, en Lainaya todo sucede sin previo aviso y por un motivo ineludible. Antes de que te marches, me gustaría que supieses que desde siempre he sentido por ti un interés muy inocente, por eso estoy tan feliz de conocerte. Además, lo he notado, entre tú y yo puede haber una conexión muy especial. ¿Tú también lo has experimentado cuando nos hemos mirado?
     Yo, pues es que... tengo que irme —aduje temerosa y nerviosa intentando separarme de él.
     No tengas miedo. Nunca te haría daño. Sé que estás enamorada de Eros y eso para mí es suficiente. Solamente quería que supieses que tienes en mí un amigo para todo lo que necesites.
     Gracias.
     Puedes irte. No te preocupes. Nos vemos mañana —se despidió con una sonrisa muy luminosa.
No había huido porque su presencia, sus gestos y sus palabras me incomodasen, sino porque tenía miedo a que aquella pequeñez que se adueñaba de mi corazón cada vez que me miraba se intensificase imparablemente. Había algo en él que tiraba de mi alma, como si él y yo fuésemos polos opuestos que se atraían; pero era consciente de que aquella sensación era del todo reprobable. Sin embargo, había surgido sin que nadie pudiese preverlo, ni siquiera mi propia alma, como si yo ya no fuese la propietaria de mis sentimientos y de las reacciones de mi cuerpo... pero ¿en verdad alguna vez lo había sido?
Corrí tras Scarlya y Eros temiendo que él se hubiese apercibido de lo que había ocurrido. Me inquietaba que, con tan sólo unos segundos compartidos con Courel, él se hubiese atrevido a confesarme lo que sentía. Me pregunté si aquellos sentimientos eran veraces o si en verdad formaban parte de algún plan malévolo. No quise saber nada. Me situé junto a Scarlya y Eros sin que, al parecer, se hubiesen percatado de mi pequeña ausencia. Llegamos al hogar de Brisita en silencio. Ninguno de los tres se atrevía a hablar, yo porque todavía restaba paralizada y desconcertada por lo que acababa de ocurrir y Eros y Scarlya porque, tal vez, aún resonasen en su mente las palabras que ella nos había dedicado. Fuese como fuere, cuando nos adentramos en la morada de mi hijita, notamos que aquel silencio que los tres habíamos mantenido empezaba a incomodarnos.
     Creo que yo no debería estar aquí —adujo Scarlya estremecida—. Lo mejor será que nos veamos mañana en otro lugar.
     Hola —nos saludó de repente una voz anegada en pena y nostalgia—. No te vayas, Scarlya. Puedes quedarte. Mi mamá no te dirá nada, te lo aseguro.
Lluvia nos observaba desde el umbral de una puerta que accedía a una gran estancia llena de flores resplandecientes y aromáticas. Me percaté de que, en el centro de aquella habitación, había un gran lecho coronado por un dosel de madera clara, del cual pendían unas cortinas preciosas hechas de una tela que no supe identificar.
     Ésta es vuestra alcoba —nos anunció a Eros y a mí—. Podéis comer algo si queréis antes de dormir. La cena está servida en el salón, donde hemos estado esta mañana. Mi mamá ya se ha ido a dormir. Sauce está en el jardín y yo creo que también me iré a dormir ya.
     Lluvia... —la apelé con ternura asiéndola con delicadeza de la mano, evitando que se separase de nosotros—, no es necesario que escondas lo que sientes. Tal vez te haga bien estar con alguien ahora. No estés sola.
     Se me hace raro vivir sabiendo que mi papá no está —me confesó con una voz quebrada por la tristeza mientras soltaba mi mano y se lanzaba a mis brazos. Yo la protegí en aquel abrazo como si su cuerpo fuese tan frágil como el pétalo de una flor—. No puedo soportarlo... Su ausencia me pesa en el alma. Mi mamá está tan enfurecida con la vida que no sabe cómo consolarnos.
     Lo entiendo, cariño —le aseguré intentando no llorar. Su profunda tristeza era un puñal que se me hundía en el alma—. No se puede aceptar algo así...
Lluvia lloraba completamente desprotegida, como si sintiese en su alma toda la frialdad de la vida, como si por primera vez en su existencia experimentase el infinito peso de una tristeza sempiterna que no muere ni evoluciona, que se aferra al corazón para desgarrarlo y alimentarse así de todos los suspiros de amor que existen para tornarse más fuerte. La pena más honda e indestructible le hacía llorar de una forma que creí no poder soportar. Me daba tanta pena verla así, tan lastimada por la muerte de su papá...
     Sinéad, si quieres, quédate con ella. —me ofreció Eros con cariño mientras se separaba de mí. Enseguida supe que se había marchado porque no soportaba ver a una niña tan hermosa y buena llorando de esa manera—. Búscame cuando... ya sabes.
No le dije nada, pues un nudo feroz y desgarrador me presionaba la garganta, me la agrietaba incluso. Cuando Scarlya y Eros desaparecieron, me separé levemente de Lluvia para conducirla hacia el interior de aquella alcoba que nos había preparado para Eros y para mí. Me senté tomándola en brazos en un sofá muy confortable de color azul y permanecí acariciándole los cabellos hasta que, al fin, sus sollozos dejaron de ser tan profundos y despiadados.
Cuando se hubo serenado mínimamente, se separó de mi pecho y me miró avergonzada a los ojos. Yo le sonreí, a través del dolor que me inundaba el alma, para advertirle tiernamente de que no debía sentir timidez ante mí.
     Es totalmente comprensible que llores.
     No debería derrumbarme así... pero muchas gracias por consolarme. Me sentía muy sola. Mi hermanito no quiere ni verme... Está tan triste que no quiere saber nada de nadie. Mi mamá está exactamente igual que él y...
     Me gustaría poder quedarme contigo siempre...
     Tal vez no tengas que irte tan rápido de Lainaya —me sonrió esperanzada.
     No lo sé. La verdad es que no sé nada sobre mi vida —me reí desorientada. Lluvia también se rió de súbito.
     ¿Quieres que te presente a alguien muy especial, Sinéad?
     Huy, ¿ahora?
     Sí, es ahora cuando puedes conocerlas...
     ¿De quién se trata? —le pregunté interesada e intrigada.
     Ven conmigo —me ordenó  divertida saltando de pronto al suelo y dirigiéndose hacia la puerta.
Me condujo hacia el exterior de su morada, donde la noche entonaba con ardor y pasión la melodía de la oscuridad. Se oía el canto de algunos pájaros nocturnos que creaba ecos en lo más lejano de las montañas. Me pareció escuchar el inconfundible canto del cárabo mezclándose con la constante voz del viento. Me estremecí sin poder evitarlo.
     Vas a conocer a unas haditas muy especiales; pero prométeme que no le revelarás a mi mamá que te he llevado a ese lugar —me susurró  deteniéndose en el empiece de un camino que se escondía entre grandes troncos.
     Te lo prometo —le sonreí con amabilidad mientras la tomaba de la mano.
Sin decirme nada, Lluvia empezó a caminar, siguiendo esa misteriosa senda que cada vez se inclinaba más, como si se tratase de la falda de una montaña. No nos costaba andar por aquel terreno, pues, aunque se tratase de una cuesta bastante pronunciada, la hierba que alfombraba el suelo parecía aferrarnos con ternura de los pies para que no nos cayésemos. Además, las estrellas iluminaban dulcemente aquel recodo del bosque, donde los pájaros más misteriosos hundían sus cantos en el silencio de la noche. El viento apenas soplaba allí. Solamente, de vez en cuando, una ráfaga muy tibia agitaba con primor las ramas de los árboles, moviendo sus caducas hojas. A veces, el viento tiraba al suelo algunas hojas que, al chocarse contra la tierra, producían un sonido seco y a la vez lleno de ecos, como si fuese una despedida a la vida.
     ¿Adónde vamos? —le pregunté insoportablemente intrigada.
     A las inmediaciones de la región del agua —me respondió con una voz muy queda—. ¿La oyes? Desde aquí puede percibirse el sonido de los ríos...
Efectivamente; un sonido ininterrumpido y quedo se había adentrado con suavidad en el silencio de la noche, pero yo no había sabido interpretar su procedencia ni saber de qué se trataba. Cuando Lluvia me reveló que era la voz del agua lo que percibíamos, entonces sentí una felicidad muy tierna y una curiosidad muy dulce. Tuve ganas de reír cuando supe que Lluvia estaba haciendo algo prohibido conmigo. No importaba. Junto a mi, y mucho menos en Lainaya, nunca le sucedería nada malo, y aquello sería un secreto entre las dos.
De repente, una imagen refulgente, que parecía emanar de la luz de las estrellas, interrumpió el paisaje que llevábamos observando desde que habíamos empezado a descender aquella cuesta tan curiosa. Vi, bajo el firmamento de la noche, un lago de aguas tranquilas y profundas. En el centro de aquel lago, percibí la figura de una roca de la que no dejaba de manar un agua cristalina que, bajo la luz de las estrellas, parecía ser de plata.
     Ya hemos llegado —me reveló Lluvia deteniéndose de pronto—. Ahora... espera... Siéntate aquí, en la orilla, y asómate a las aguas...
Obedecí, en silencio y con una curiosidad interminable, las cariñosas órdenes de Lluvia. Cuando me senté en la orilla y miré hacia las aguas, no hallé mi reflejo como me esperaba, sino que, claramente, vi el fondo de ese lago. Me pregunté cómo era posible que todo refulgiese así en medio de la oscuridad de la noche, pero enseguida supe que todo brillaba porque tenía luz propia, como si del fondo de aquellas aguas se desprendiese un fulgor independiente de la luciente presencia de las estrellas.
Lo que más me sobrecogió fue percibir que, entre las plantas que alfombraban el suelo de aquel fondo, había algunas cuevas en las que el agua no se colaba. Algunos pececitos nadaban cerca de esas pequeñas guaridas, pero ninguno se atrevía a adentrarse allí. No pude decir nada, aunque en verdad anhelaba formular muchas preguntas, porque de pronto una imagen embelesadora y profundamente hermosa me arrobó irrevocablemente.
De aquellas cuevas tan curiosas salió un inocente grupo de haditas que, al sentir que el agua las envolvía, empezaron a nadar velozmente hacia la superficie del lago. Lluvia se había sentado a mi lado y, cuando también captó lo que estaba sucediendo, me aferró de la mano y, con una voz muy tierna y llena de ilusión, me comunicó:
     Vas a conocer a las haditas de las aguas nocturnas. No son muy comunes en Lainaya y viven en los lagos más tranquilos. No se parecen nada a los niadaes, aunque en verdad pertenecen a la misma especie de hadas. Son muy curiosas y reservadas, pero muy amables.
Lluvia se calló de repente, pues, ante nosotras, surgida de las aguas, bajo el fulgor de las estrellas, apareció un hada de ojos muy grandes y redondos, de rostro ovalado y de cabellos largos y negros. En su faz infantil capté, sin embargo, muchísima madurez. Nos sonreía, lo cual me serenó inmediatamente.
Lo que más me llamó la atención de ella fue que de su fina espalda pendían unas alitas casi transparentes que, en la oscuridad de la noche, resplandecían con mucha sutileza. No estaba ataviada con uno de esos vestidos tan hermosos que solían llevar todas las haditas de Lainaya, sino con un traje de baño muy sensual que dejaba al descubierto sus finos brazos, su perfecta y delgada cintura y sus delicadas piernas. Me pareció una hadita tan atractiva que no pude evitar envidiar su maravilloso aspecto. Además, sus negros y largos cabellos le ofrecían a su piel una palidez refulgente que parecía emanada de la luz de la luna.
     Hola, Lluvia —la saludó con una sonrisa inmensamente hermosa y amable mientras inclinaba levemente la cabeza en señal de respeto.
     Hola, Dundel —le contestó Lluvia alzándose del suelo y alargándole la mano. Dundel se la tomó con mucho primor. Noté entonces la diferencia que existía entre la palidez de la piel de Dundel y el rosado tono de Lluvia—. Quiero presentarte a alguien muy especial. Ella es Sinéad. Es la mamá de Brisa, mi mamá, la reina de Lainaya —le reveló separándose de ella.
     Hola —me sonrió dulcemente.
Dundel me miró  profundamente a los ojos, tan hondamente que me sentí tentada de agachar la mirada, pero temía parecer descortés, así que se la sostuve hasta que Dundel entornó los ojos y, con una voz llena de admiración, me comunicó:
     Eres muy poderosa, pero debes tener cuidado.
     ¿Por qué? —le pregunté asustada.
     Hay algo que...
La aparición de otra hadita interrumpió las palabras de Dundel. Se trataba de un hada mucho más menuda que Dundel y Lluvia, por lo que adiviné que apenas había vivido unos pocos días. Cuando apareció ante nosotras, se dirigió saltarina y feliz hacia Dundel, quien la tomó en brazos en cuanto la tuvo enfrente. Divertida, me explicó:
     Ella es Laini. Es mi hermanita pequeña. Hace apenas... treinta días que ha nacido y mírala... —se rió mientras la estrechaba contra su pecho—. Dentro de nada será tan bonita y tan grande...
     Yo ya soy bonita, Dundel —se rió Laini. Su hablar era tan gracioso que no pude evitar reírme tiernamente.
Laini era preciosa. Sus rubios cabellos hacían brillar mucho más sus ojos azulados. Parecían unos ojos teñidos con el color del cielo más estival de la naturaleza. Tenía el rostro redondo y las facciones muy delicadas. Miraba a su alrededor como si todo le resultase muy bonito y no dejaba de sonreír. Su sonrisa era menuda, pero muy reluciente.
     ¿Van a venir las demás? —preguntó Lluvia con ilusión.
     Pues precisamente esta noche no porque están preparándose para la boda de mañana. Están elaborando la medicina que nos permitirá restar bajo los rayos de la tarde...
     ¿No podéis ver el sol? —le cuestioné intrigada y conmovida.
     No, no por mucho rato. Somos hadas de la noche.
     No sabía que existíais —le confesé avergonzada.
     Normalmente ningún hada de Lainaya se atreve a hablar con nosotras porque somos las portadoras y las responsables de que la noche exista y se oscurezcan las aguas. No somos malas, pero somos muy misteriosas.
     No hay nadie malvado en Lainaya —le recordó Lluvia con inocencia.
     Por supuesto. Solamente hay hadas pícaras, y nosotras lo somos...
Aunque aquellas haditas fuesen tan curiosas y a la vez misteriosas, lo cierto es que todas pasamos un rato muy agradable conversando cerca de aquel lago de aguas tan nítidas y brillantes. Cuando hubieron transcurrido unos largos momentos, Lluvia me avisó de que teníamos que volver a nuestro hogar. Me dio pena separarme de Dundel y de Laini, pues ambas me habían parecido inmensamente entrañables, pero me consolé cuando recordé que todos nos reencontraríamos al día siguiente en la boda de Zelm y Aliad.
Regresamos rápidamente a nuestro hogar. Cuando llegamos, Eros ya estaba en nuestra alcoba, extrañado y preocupado. Cuando me vio, me preguntó con nervios dónde había estado. Al explicarle todo lo que había ocurrido y tras pedirle que no le confesase a nadie que Lluvia me había llevado hacia aquel lago, noté que se serenaba.
     Estoy muy cansado. Ha sido un día muy intenso, Sinéad —me comunicó abrazándose a mí—. Huy, hueles a dama de noche.
     ¿A dama de noche? —le pregunté riéndome tiernamente.
     Sí... a esa flor que tanto te gusta... Hueles tan bien... que está entrándome hambre... de ti...
     ¡Eros! —exclamé divertida al notar que empezaba a besarme en el cuello.
     Deja que... Estás tan apetecible... —susurró tiernamente mientras me abrazaba.
Fue tan hermoso fundirme con él en aquel momento, en aquella bella alcoba, que creí que en verdad nada podía turbar la calma de nuestro presente. Incluso creí que podíamos vivir eternamente en Lainaya, durmiendo todas las noches en aquel rincón tan ameno y lleno de paz y harmonía. Todo fue magia y amor mientras la noche iba discurriendo, llevándose el brillo de las estrellas hacia otra tierra muy lejana.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

Cuantas cosas han ocurrido en un sólo capítulo. Es una pena que finalmente Lianid haya muerto...me gustaba ese personaje. Aunque las cosas que cuenta Scarlya...parece que se le fue la olla. Tan fuerte y verdadero que era su amor por Brisita y después se enamora de Scarlya (y encima con dos hijos). Aunque ni mucho menos se merecía ese final, el camino que estaba tomando no era el correcto. Me da lástima Scarlya. Hay que reconocer que convivir con Leonard no debe ser fácil. Todos sabemos lo chapado a la antigua que está. Las cosas que le dijo fueron horribles y no me extraña que Scarlya decidiese marcharse para siempre (aunque no puedo evitar seguir esperanzado de que se solucionen las cosas entre ellos). Es injusto que se le acuse de ser la causante de la muerte de Lianid, él fue el culpable, nadie más. Brisita está pasando por un trago muy duro. Aunque comprendo su dolor, es la reina de Lainaya, y no la veo como tal. Quizás necesite años de experiencia para conseguir ser buena Reina, pero la veo muy inmadura, injusta y poco razonable. No sé, la falta saber estar. Me han encantado las hadas de la noche. Dundel es una cielo. Que de seres fantásticos viven en Lainaya. Deberías hacer un documental (al estilo Estrella), fotografiando a seres fantásticos de Lainaya jajaja. Un capítulo precioso, repleto de magia, lugares maravillosos y situaciones variopintas. Que siga!!!

Uber Regé dijo...

Scarlya en cierto modo protagoniza este capítulo, sin ella las cosas habrían sido completamente distintas. Scarlya parece no encajar en ningún sitio, no es humana, no es plenamente vampiresa, no es plenamente hada... entonces ¿qué es? Las cosas para Lianid se complicaron por su culpa, aunque en realidad es la prueba de que todo no iba bien entre él y Brisa porque, si no, ni Scarlya ni nadie se habría podido meter en medio. Pero, por importante que sea su relato y su papel en la historia, en este capítulo pasan muchas más cosas; está la aparición de Courel, ¿qué papel desempeñará en un futuro? ¿pasará algo relevante? Nada parece ser lo que parece, es sobrecogedora la actitud de las hadas en las circunstancias actuales; por cierto que descubrir a las haditas de las aguas nocturnas es también una enorme sorpresa, en cierto modo me recuerdan a los vampiros, ya sé que no son lo mismo, y que sí pueden tolerar el sol, al menos un poquito pero... me recuerdan, y además, es muy gracioso que sean un poco revoltosas y hasta siniestras, pero sin llegar a quebrar la inocencia de pertenecer a Lainaya. Por el momento todo parece ir bien entre Eros y Sinéad, espero que siga así, parece que la pasión entre ellos no se ha apagado, al contrario, casi parecen colegiales en busca de ocasiones para declararse mutuamente su amor. Todo está por resolver, la boda y el regreso están en el aire, creo que este capítulo es el que más me ha gustado de la historia hasta el momento, estás muy inspirada.