REGRESANDO A LAINAYA
07
LA FUERZA DE UN HOGAR
El mundo de los sueños estaba
lleno de experiencias que yo no podía siquiera imaginarme. Antes de dormirme,
sabía que soñaría con Lainaya y con alguno de sus habitantes; pero, cuando la
inconsciencia se apoderó de mí y los sueños la invadieron, me sentí como si ni
tan sólo mi alma pudiese prever todo lo que me ocurriría en esa inalcanzable
tierra.
Caminaba por aquel bosque tan
espeso donde Eros y yo habíamos conocido a Sidunia. El atardecer se convertía lentamente
en noche mientras la calma más suave me rodeaba. Estaba sola, lo cual ni
siquiera me asustaba o me intimidaba. Me sentía como si llevase andando entre
esos ancestrales árboles desde hacía un tiempo inmemorial.
Sobre mí, brillaban ya las
primeras estrellas de la noche y el viento soplaba cada vez con más fuerza. De
repente, noté que no estaba sola. Alguien me observaba desde las frondosas
plantas. Me detuve cuando sentí caer sobre mí esa profunda mirada. No dudé de
quién se trataba, pues en mi alma empecé a experimentar exactamente la misma
sensación que me había invadido cuando él y yo nos habíamos mirado a los ojos
por primera vez.
Me volteé lentamente, con miedo,
y entonces descubrí a Courel mirándome con serenidad y felicidad. Cuando se
apercibió de que yo también lo miraba, empezó a caminar hacia mí con un paso
solemne y despreocupado. Al tenerme al alcance de sus manos, me tomó de la
cintura para atraerme hacia sí sin preguntarme nada. Sus ojos me habían
arrobado, como si en verdad fuesen la verdadera noche de aquel firmamento que
nos cubría. No pude desprenderme de sus brazos, los que de pronto me rodearon
tiernamente, pues algo mucho más potente que la vida se había aferrado a mi
voluntad para anularla.
—
La noche está preciosa, pero ante ti todo queda eclipsado por tu
belleza eterna —me susurró en el oído mientras me acariciaba la espalda con
delicadeza.
—
Debo... irme —me quejé intentando, al fin, desasirme de sus manos y
alejarme de su cuerpo; pero, al notar que deseaba marcharme, Courel me presionó
con más fuerza y desesperación contra su pecho—. Déjame, por favor.
—
No huyas de lo que deseas. Sé que tú también quieres... —me pidió
conmovido mientras me miraba a los ojos y se acercaba más a mí, con una
lentitud que crispó todos mis nervios—. Lo he leído en tus ojos.
—
No es verdad. Lo único que deseo es irme a mi casa.
—
¿A cuál? ¿Quieres marcharte de Lainaya? —me preguntó con tristeza.
—
No... solamente...
—
No me rechaces, por favor... En nuestro destino hay una línea que nos
cruza...
No me atrevía a reconocer que Courel estaba en
lo cierto cuando afirmaba que yo también deseaba vivir aquel momento, pues mi
razón era mucho más fuerte que cualquier sensación física. No obstante Courel
aprovechó aquellos momentos de vacilación para acercarse definitivamente a mis
labios y empezar a besarme con una pasión que fue acreciéndose con el paso de
los segundos. Al principio, intenté alejarme de él; pero, al notar que no
conseguía distanciarme de sus labios ni un ápice, lamentablemente, acabé
cayendo rendida entre sus brazos.
Aquel momento, de repente, se
tiñó de descontrol y locura. Al notar que involuntariamente respondía a sus
besos, Courel me asió con fuerza de la cintura y empezó a volar a través de la
noche hacia un lugar que yo ni siquiera podía imaginarme. Al sentir el vigor
del viento que me rodeaba, me así con desesperación al cuerpo de Courel para
que nada me arrastrase hacia el abismo de la noche. Courel me protegía entre
sus brazos con amor mientras no dejaba de besarme ni un solo instante. Al fin,
percibí que descendíamos hacia la tierra y que nos tumbábamos cerca de la
orilla de un río que discurría entre la mullida hierba. Me percaté de que,
sobre nosotros, las ramas de los árboles se habían unido inquebrantablemente
hasta crear un techo natural que nos protegía de la mirada de las estrellas.
Ni siquiera podía preguntarme
qué estaba haciendo, puesto que mi voluntad había quedado completamente
anulada. Era como si nunca hubiese podido decidir mis acciones o cómo
comportarme. Algo se había adueñado de todos mis sentimientos y de mis
pensamientos hasta llenar mi cuerpo de un único deseo: entregarme a Courel
antes de que mi estancia en Lainaya se terminase. Parecía como si de la tierra
emanase ese anhelo, esa obligación del destino. De nuevo, había perdido la
potestad de mi vida.
Mas, de pronto, cuando ya
ascendíamos juntos hacia el mundo de las estrellas, inesperadamente, abrí los
ojos. Me sobrecogí cuando me percaté de que tenía la respiración acelerada y
que me había separado de Eros para abrazarme a la almohada. Sin poder evitarlo,
traje a mi mente todos los momentos de ese sueño que acababa de agitarme toda
el alma. No podía negar que había sido un sueño todo teñido de locura y de
lujuria. Hacía mucho tiempo que no me entregaba tan desesperadamente a alguien
en el mundo de los sueños. Sentí vergüenza cuando rememoré cada beso que Courel
y yo nos habíamos dado, cada caricia que el uno había dejado caer en el cuerpo
del otro, cada suspiro que se había escapado de nuestros labios y, sobre todo,
cuando mi memoria se llenó del recuerdo de ese momento en el que su cuerpo y el
mío habían devenido un único cuerpo. Me había descontrolado irrevocablemente
entre sus brazos, como si hiciese siglos que nadie me amaba... Advertí que las
mejillas me ardían.
Necesitaba que el fresco aire de
la noche rozase mi piel para retirar de mi cuerpo el recuerdo de aquel extraño
sueño, por lo que, silenciosamente, me escapé de la alcoba que compartía con
Eros y corrí hacia el exterior rogando que nadie advirtiese mi presencia. Cuando
la oscuridad y la quietud de la noche me envolvieron, noté que la calma más
poderosa se adueñaba de mi alma y la llenaba de serenidad. Respiré
profundamente para invadir mi cuerpo de los exquisitos aromas del bosque que
rodeaba la casa de Brisita. Olía a rocío, a lluvias lejanas, a tierra, a hojas
caídas... Era un olor que de repente anegó mi espíritu en energía.
Mi respiración ya se había
serenado, pero en mi alma todavía latía esa vergüenza que me había hecho sentir
el sueño que había tenido con Courel. Mientras caminaba por aquel nocturno
bosque lleno de otoños pasados, me pregunté por qué había soñado aquello. ¿Acaso
él me había atraído de verdad? Cuando me formulé aquella pregunta, enseguida
acudió a mi mente el recuerdo de esos pocos momentos que habíamos compartido y
lo que había experimentado cuando sus profundos ojos negros se habían hundido
sin regreso en los míos. Sí, yo sí me había dado cuenta de que yo a él no le
resultaba indiferente, pero ¿y él a mí?
No obstante, no quería que
aquella confusión tan extraña e inesperada me desorientase. Deseaba vivir
serenamente en Lainaya los pocos momentos que la Diosa me ofrecía; pero había
algo por dentro de mí que no dejaba de tirar de mi alma, como si fuese una
cuerda de arpa que desea ser afinada. Fuese como fuere, nadie podía enterarse
de lo que me sucedía.
Creí que el amanecer me
sorprendería vagando sin rumbo por aquella callada naturaleza; mas, de pronto,
oí que alguien caminaba cerca de donde me encontraba. Me sobresalté
profundamente cuando me planteé la posibilidad de que alguien me descubriese andando
tan evadida por esa bella naturaleza; pero, en cuanto me estremecí, una voz
honda y grave me dedicó unas tiernas palabras con las que pretendía sosegarme.
Sin embargo, logró todo lo contrario. Su presencia me estremecía mucho más:
—
No temas, Sinéad. Soy yo... ¿Qué haces por aquí, tan sola?
Courel se acercaba a mí mientras
me dedicaba aquella pregunta tan cargada de inocencia. Me costaba entender su
forma de ser. No sabía si sus sonrisas escondían una punzante picardía o si,
por el contrario, sus gestos y sus dulces miradas emanaban de la ingenuidad más
inquebrantable.
—
He tenido un sueño muy extraño y, al despertarme, necesitaba
despejarme —le contesté sin pensar en mis palabras.
—
Qué coincidencia. Yo también he tenido un sueño muy extraño —se rió
mientras se acercaba más a mí. De repente, tomó mis manos entre las suyas y, a
la vez que me las presionaba, me comunicó—: Sin embargo, no ha sido un sueño
inquietante... pues he soñado contigo.
—
Courel, suéltame, por favor —le pedí temerosa—. No sé qué intentas
hacer conmigo, pero...
—
Lo único que intento es que reconozcas que entre nosotros ha surgido
algo muy potente y hermoso.
—
Yo amo a Eros.
—
Pero eso no te impide desear a otro hombre, ¿no?
—
No... pero, aunque lo desee, jamás...
—
¿Y qué ocurrió con Rauth?
—
Rauth es... otra historia —titubeé nerviosa. Me pregunté cómo era posible
que él conociese lo que había acaecido entre Rauth y yo—. Debo irme... Lo
siento.
—
Está bien. Ya te dije que yo nunca te haría daño. No quiero forzarte a
nada. Solamente deseo que sepas que siento algo muy bonito por ti y que, si lo
anhelases, podríamos ser muy felices en Lainaya... Ojalá pudieses quedarte.
—
¿Cómo estás tan seguro de ello?
—
Porque tu alma es la más noble y brillante de toda la Historia y
porque no he conocido a nadie que sea como tú, ni siquiera que se te parezca.
Eres tan especial y mágica que ni tan sólo tú eres consciente de todo el poder
que tienes. Yo nunca he conocido a nadie como tú, Sinéad —me repitió entornando
los ojos; los que se le habían llenado inesperadamente de lágrimas—. Jamás he
actuado como estoy actuando contigo. Normalmente me guardo para mí todo lo que
siento, pero esta vez sé que no puedo ni debo hacerlo. Perdóname si te he
incomodado en algún momento. No era mi intención, te lo aseguro. Vuelve a tu
hogar, junto a Eros. Tiene tanta suerte por poder gozar de tu amor...
Cuando Courel pronunció estas
palabras, se volteó y empezó a alejarse de mí con un paso veloz y nervioso. Me
quedé en medio de los árboles, intentando digerir todo lo que él me había
declarado. Me parecía imposible creer que se hubiese enamorado de mí tan
rápidamente, pero entonces recordé todo lo que había vivido con Arthur en
Lainaya. Me acordé de que enseguida había sentido cómo su alma y la mía se
conectaban, cómo el amor que siempre nos había unido se alzaba por encima de
todos los demás sentimientos que nos invadían el espíritu y cómo había sido
imposible negar lo que sucedía entre nosotros.
Inesperadamente, recordé el
aspecto de Courel. Sus ojos profundamente negros, sus cabellos castaños, su
grave y aterciopelada voz... Sí, Courel me recordaba a alguien, pero era
incapaz de saber a quién. Rememoré a todos los seres que habían formado parte
de mi vida y los comparé a aquel audelf de sonrisa tan nostálgica e inocente.
No, ningún vampiro de los que habían formado parte de mi vida se asemejaba a
aquel audelf tan entrañable y a la vez atractivo, al menos era lo que yo creía
en esos momentos. Entonces, ¿por qué sentía que algo nos unía
irreversiblemente?
No importaba. Nada importaba. Me
iría de Lainaya y me olvidaría de él. Intentaría no recordar lo que había
soñado con él ni todas las palabras que me había dedicado. Courel quedaría
atrás en el olvido, para siempre, juntamente con todos los bellos paisajes que
componían la mágica tierra de Lainaya. Y yo regresaría a mi vida como si nada
de aquello hubiese sucedido. No, no podía dejarme llevar por la curiosidad ni
por la atracción que sentía por aquel audelf. No merecía la pena traicionar a
Eros con alguien que, posiblemente, se olvidase de mí cuando yo partiese. La
vida que Eros y yo habíamos construido en nuestro mundo, aunque fuese a veces
dolorosa, era una tierra que no podía destruir con la infidelidad. No, no tenía
derecho a hacerlo.
Cuando aquellas certezas
invadieron mi mente, empecé a regresar al hogar de Brisita para intentar volver
a dormirme junto a Eros; pero estaba demasiado nerviosa para poder sumergirme
en la inconsciencia de nuevo. Además, me daba miedo volver a soñar con Courel.
Había aceptado que ni siquiera podía controlar mis pensamientos ni mis
sentimientos cuando estaba en Lainaya, y mucho menos mis sueños, por lo que
sabía que podía soñar con él si el sueño se apoderaba otra vez de mi mente.
No obstante, sabía que Eros se
inquietaría profundamente si se despertaba y no me encontraba a su lado.
Entonces opté por regresar junto a él antes de que aquello ocurriese, aunque en
verdad me apeteciese seguir vagando por aquella tranquila y aromática
naturaleza.
Aunque lo intentase con todas
mis fuerzas, aquella noche el sueño ya no volvió a asirme de la consciencia.
Permanecí despierta hasta que el alba rozó la oscuridad de la noche. Oí cómo la
naturaleza iba despertando de su silencioso letargo. Cantaban los pájaros más
madrugadores, se oía el caminar de algunos animales, el viento mecía con
intensidad las ramas de los árboles... Inesperadamente, aquella trova
amaneciente se convirtió en una nana para mí.
La dulce y profunda voz de Eros
se adentró en mi extraño y vacío dormir. Me desperté sobresaltada, incapaz de
acordarme nítidamente de lo que había acaecido. Eros me miraba con ternura y
mucho amor. Su mirada me reconfortó, aunque todavía latían por dentro de mí los
recuerdos del sueño que tanto me había agitado aquella noche y lo que había
sucedido después. No obstante, intenté disimular mi inquietud con una dulce
sonrisa que entornó los oceánicos ojos de Eros.
—
Buenos días, mi Shiny.
—
Buenos días... —le contesté enternecida y levemente avergonzada.
—
No tienes buena carita, Shiny. ¿Estás bien?
—
No he dormido bien —me quejé escondiendo mi rostro en su pecho. Eros
me acogió enseguida entre sus brazos.
—
¿Cómo es posible? Yo he dormido como un rey.
—
Me desperté... Necesito darme un baño.
—
Pues creo que tendremos que ir a desayunar primero. He oído que
Brisita preguntaba por ti. Creo que está mucho más animada.
—
¿De veras? Huy, pues vayamos, entonces...
—
No hay prisa, ¿no? —me preguntó pícaramente acercándose a mi cuello.
—
Eros, no, ahora no... Quiero... bañarme —me quejé al sentir sus primeros
besos.
—
Shiny... —se quejó con pena—. No hay prisa...
—
Eros, no... —me reí apartándolo delicadamente de mí—. Sí, sí hay
prisa. No sé de cuánto tiempo disponemos para estar aquí...
—
Shiny... —volvió a protestar agachando los ojos.
—
Eros, vayamos a bañarnos y salgamos antes de que vengan a buscarnos.
—
Tienes razón. Pueden pillarnos —sonrió con sensualidad—. Qué poco me
gusta que me rechaces —musitó casi para sí mismo. Yo no supe qué contestarle.
Sabía por qué no había querido estar con él—; pero, sí, vayamos.
—
Eros, me apetece estar contigo, pero es que ahora no es un buen
momento. Además, no sé qué te sucede. ¡No piensas en otra cosa! —me reí
revolviéndole los cabellos.
—
Es que estás tan hermosa...
—
Pero si me has dicho que no tengo buena cara...
—
Pues para mí sigues estando tan apetecible...
—
Venga, vayamos...
Salimos de nuestra alcoba sin
hacer ruido y corrimos hacia el mismo río donde nos habíamos bañado el día
anterior. Aquellas frescas y limpias aguas nos recibieron con ternura y amor.
No obstante, aunque nos apeteciese permanecer jugando con aquellas nítidas
aguas durante un tiempo incalculable, no tardamos en regresar al hogar de
Brisita. Cuando entramos, oímos que Lluvia y Sauce discutían en el salón. Sus
voces sonaban llenas de disgusto y reproches:
—
¡No lo sé, Lluvia! ¡Ya te he dicho que no tengo ni idea de dónde está!
—
¡Pero si te lo dejé a ti para que lo cuidases! ¿No eres capaz de
vigilar el último recuerdo material que nos quedaba de nuestro papá? ¡Eres un
irresponsable!
—
¡Ya te he dicho que yo no lo he tocado! ¡Lo dejé justo donde tú lo
guardaste!
—
¡Pues no está, no está! ¡Ya me dirás quién ha podido cogerlo si ni
siquiera mamá lo ha visto!
—
No sé por qué le das tanta importancia. Ese mechón de cabellos no lo
traerá a la vida. Eres una exagerada.
—
¿Exagerada? ¿No sabes lo que puede ocurrir si alguien encuentra ese mechoncito
que tanto desprecias?
—
¿Quién ha dicho que lo desprecie? ¡No te inventes las cosas!
—
No te entiendo —espetó Lluvia con rabia y frustración—. Lo mejor será
que me ayudes a buscarlo.
—
¡Pero qué dices! Yo no pienso perder el tiempo...
—
¡Si me dices que no lo has tocado desde que yo lo guardé, quiere decir
que alguien lo ha cogido! ¿Es que no eres capaz de entender la relevancia de
ese hecho?
—
Lo que no entiendo es por qué le otorgas tanta importancia. Nadie
puede hacerle daño a través de ese mechón de cabellos.
—
¡Eso es lo que tú te piensas!
Eros me miró extrañado e
intrigado al oír aquellas nerviosas palabras.
—
Lo mejor será que vayamos y los interrumpamos antes de que la sangre
llegue al río, ¿no crees? —me preguntó Eros con temor.
—
Sí... Sí, será lo mejor
Cuando Eros y yo entramos en
aquel hermoso salón, Lluvia se alzó de donde estaba sentada y corrió hacia mí
con los ojos llenos de lágrimas. No tardé en entender lo triste y desesperada que
se sentía.
—
Sinéad, tienes que ayudarme.
—
He oído que discutíais... —intenté serenarla acariciándole la cabeza—.
¿Por qué es tan importante que guardéis un mechón de los cabellos de Lianid?
—
Porque es... es lo último que lo ata a nosotros. Nadie puede encontrarlo
o entonces Lianid no renacerá jamás.
—
¿Renacer? —le preguntó Eros extrañado.
—
Sí, todas las haditas de Lainaya renacemos cuando morimos... Lo que
nunca sabemos es en qué nos convertiremos, si en un audelf, estidelf...
—
¿Y cuando renacéis os acordáis de vuestra anterior vida?
—
No, por supuesto que no.
—
Lo cual demuestra que es una tontería renacer —apuntó Sauce con
rencor.
—
¡Cállate! —lo amonestó Lluvia con rabia.
—
Tranquilizaos... Dime, Lluvia, ¿cómo podemos encontrarlo?
—
Pues no lo sé... Yo no sé manejar el poder del agua. Si encontrásemos
a alguien que pudiese hacerlo... el agua podría decirnos dónde está...
—
Creo que es demasiado esfuerzo —siguió aportando Sauce con
indiferencia—. Ya renacerá cuando tenga que renacer. No creo que a ninguna hada
de Lainaya se le ocurra hacer algo malo con ese mechoncito...
—
No entiendes nada... Está bien, si no queréis ayudarme, no lo hagáis.
—
Espera, Lluvia. Yo sí quiero ayudarte —le comuniqué nerviosa al ver
que ella se retiraba rápidamente de nosotros.
—
¿Sí? ¿De veras?
—
Si es tan importante para ti...
—
Sinéad, no deberíais perder tiempo en eso ahora —me advirtió una nueva
voz. Laudinia, la reina de la primavera, se hallaba tras de nosotros,
mirándonos con inquietud y a la vez felicidad—. Lamento mucho deciros que
solamente podéis permanecer aquí hasta la tarde...
—
¡Laudinia! —le sonreí con felicidad. Me alegraba mucho de verla.
—
Al fin puedo saludarte.
Laudinia estaba plenamente
hermosa. Tenía sus rosados cabellos peinados en un recogido que realzaba la
grandeza de sus brillantes ojos y me sonreía con amabilidad y afabilidad.
Estaba ataviada con un vestido azulado que remarcaba la delicada forma de su
cuerpo y resaltaba el sonrosado matiz de sus redondas mejillas.
—
Sinéad, estoy muy feliz de poder verte de nuevo, aunque los momentos
que podemos compartir sean escasos. Debéis prepararos para la boda. Al final se
celebrará dentro de una hora. Brisita está ayudando a Zelm y... Eros, deberías asistir
a Aliad. Creo que el único que puede ofrecerle serenidad ahora es otro hombre
—se rió inquieta—. Están ambos tan nerviosos...
—
¿-Tenemos que celebrar la boda precisamente ahora, Laudinia? —le
preguntó Lluvia extremadamente nerviosa y disgustada.
—
Por supuesto. No te preocupes por el mechón de cabellos de tu papá.
Estoy completamente segura de que se lo ha llevado el viento. Vayamos a
prepararnos antes de que sea más tarde.
—
Yo no voy a ninguna parte. No me siento de buen humor para celebrar
nada. No quiero festejar nada si mi papá no está con nosotros.
—
¡Ya está bien, Lluvia! —exclamó Sauce empezando a enfadarse—. ¡No
podemos detener el curso de las cosas porque él se haya suicidado!
—
¿Qué has dicho? —cuestionó Brisita de pronto. Su inesperada aparición
nos sobresaltó a todos—. ¿Puedes repetir lo que has dicho?
—
Ayer por la noche fui a ver a Oisín. Sí, incumplí tu norma de quedarse
en casa mientras la noche avanza, pero no podía soportar esta incertidumbre.
Oisín, quien tiene el manejo de las aguas, me ayudó a ver lo que había ocurrido
con él. Se suicidó, eso es todo. No soportó haberte herido tanto y prefirió
morir antes que permitir que lo disculpases. Él pensaba que no se merecía que
lo perdonases.
—
Eso no es posible —negó Brisita empezando a llorar.
—
¿Entiendes ahora, estúpida Lluvia, por qué no tiene importancia que
conservemos ese mechón de sus cabellos? Un hada que se suicida no tiene más
destino que la muerte eterna.
—
¡Eso que estás diciendo no es cierto! —chilló Lluvia perdiendo
totalmente la calma.
—
Hija, no grites —la amonestó Brisa con disgusto—. Sauce, ¿estás completamente
seguro de lo que dices?
—
¿No me creéis? ¡Pues id a ver a Oisín y ved lo que ocurrió a través de
las aguas!
—
Sí, sí te creemos, por supuesto que te creemos —musitó Brisa agachando
la mirada.
—
Vaya —susurré con mucha tristeza.
—
Entonces no entiendo nada —expresó Laudinia desconcertada.
—
¿Qué sucede? —le preguntó Eros.
—
No tiene sentido que Lianid no posea más destino que la muerte.
—
Explícate —le ordenó Sauce con nerviosismo.
—
No vuelvas a dirigirte así a la reina de la primavera, Sauce —lo
regañó Brisa intentando que las ganas de llorar que la atacaban le permitiesen
teñir de firmeza su voz.
—
Lo siento. Solamente quiero entender lo que dice.
—
Comprenderás que no puedo revelarte algo que la Diosa Ugvia me desvela
en el secreto de las auras.
—
¿Qué significa eso?
—
Lo que percibamos en el aura de alguien no debe ser descubierto a
nadie hasta el momento de su evidencia.
—
Laudinia, estás asustándome —me quejé estremecida al darme cuenta de
que no dejaba de mirarme hondamente a los ojos.
—
Sinéad, tienes que venir conmigo —me ordenó entonces.
—
Sí...
—
¿Puedo ir con ella? —le preguntó Eros.
—
No. Tenemos que hablar a solas. Brisita, llévalos a todos al valle.
Allí nos reuniremos cuando Zelm y Aliad estén preparados. Ah, conduce a Eros a
la alcoba donde se encuentra Aliad.
—
De acuerdo.
Me conmovió ver cómo el hada
reina de la primavera le daba órdenes a Brisita con tanta amabilidad y dulzura.
Entonces, Laudinia me tomó de la mano y me condujo, a lo largo de aquel
brillante y luminoso corredor, hacia una alcoba preciosa con las paredes
pintadas de azul.
—
Todavía no has desayunado, ¿verdad? —me preguntó con amabilidad.
—
No, pero no tengo hambre.
—
Serán los nervios.
—
Sí, exactamente.
—
Sinéad, lamento haberte puesto tan nerviosa. Quiero que sepas que no
es mi intención inquietarte; pero es muy importante que hablemos...
—
Sí, no te preocupes. Lo entiendo.
—
Sinéad, en tu aura capto algo muy... extraño. Verás, no sé si...
Perdóname si soy indiscreta, pero... con Eros... has...
Me hizo una gracia muy tierna
ver que Laudinia se había sonrojado tan profundamente. Sus rosadas mejillas
habían tomado el color de las fresas maduras. Su rubor me desveló la íntima
pregunta que ella no se atrevía a hacerme.
—
Sé a lo que te refieres. Sí... sí lo hemos hecho —le contesté con
mucha timidez y nervios.
—
Pues... entonces ahora lo entiendo todo. Sinéad, estás embarazada de
Eros —me sonrió con felicidad.
—
¿De veras? —Al ver que Laudinia asentía, le pregunté inquieta—: ¿Y
cómo es posible que puedas saberlo si solamente llevo un día aquí en Lainaya?
—
Es la magia. Captamos cuándo otra hada guarda en su vientre la
semillita de una nueva vida.
—
Has hablado del aura... Sidunia también lo hizo...
—
Vemos el aura de los demás... Si te esfuerzas, tú también puedes
aprender a percibirla... pero cuesta mucho y se necesita ser nacida en Lainaya
para lograrlo.
—
Pues no creo que lo consiga nunca —me lamenté con pena—; pero,
entonces —recordé de pronto—, ¿qué debo hacer ahora, Laudinia?
—
Estas en una situación muy complicada, Sinéad.
—
¿Por qué? ¿No puedo actuar como lo hice cuando estaba engendrando a
Brisita?
—
No, porque no es la misma situación. Engendraste a Brisita con Rauth,
otro habitante de Lainaya, un hada que podía permanecer aquí mientras tú vivías
en tu otro mundo; pero ahora sois dos hadas que no formáis parte de Lainaya las
que habéis creado otra vida. No puedes... no puedes marcharte si él también se
va, pues entonces ese hijito que tienes en tu vientre morirá para siempre; pero
tampoco puedes quedarte en Lainaya hasta que lo alumbres porque entonces no
podrás volver nunca más a tu otra vida.
—
¿Cómo? —le pregunté a punto de ponerme a llorar. Los nervios estaban
descontrolando todas mis emociones.
—
En este caso, tienes que elegir, Sinéad: o ese hijito que estás
engendrando o tu verdadera vida. Si optas por quedarte aquí para alumbrarlo,
nunca más podrás regresar al otro mundo y, si vuelves, entonces...
—
No puede ser tan complicado —me lamenté empezando a llorar sin poder
evitarlo.
—
Eso depende de lo que tenga más valor para ti.
—
Pero ¿cómo voy a matarlo? Es un hijito de Eros y mío...
—
Y creo que es alguien muy especial... —musitó sin atreverse a mirarme.
—
¿Qué puedo hacer? —quise saber desesperada.
—
Pensar bien en lo que deseas. Debes estar completamente segura de lo
que escojas.
—
¿Y solamente tengo hasta esta tarde para decidirme?
—
Sí, solamente dispones de esas poquitas horas. Lo lamento mucho —se
disculpó con los ojos húmedos—. Me habría gustado hablar contigo ayer, pero no
te encontré. Sidunia vino a buscarme para contarme lo que había visto en ti...
—
Vaya —murmuré a penas sin poder hablar.
—
Sé que esto es difícil; pero tienes que serenarte, Sinéad. Piensa bien
en tu futuro y en lo que anhelas tener en tu vida.
—
Debo hablar con Eros...
—
No, no...
—
¿Cómo que no? Tiene que saber esto...
—
Perdóname. No estoy acostumbrada a que un hombre también pueda decidir
por nosotras.
—
No se trata de eso. Este hijito también es suyo, la vida que tenemos
en el otro mundo también le pertenece —me quejé con una voz quebrada por los
sollozos.
—
Lamento verte tan afligida...
—
Todo es difícil en mi vida siempre, todo, todo... —estallé de pena y
desconsuelo. Enseguida, Laudinia se apresuró a abrazarme—. No quiero irme de
Lainaya, pero...
—
No decidas nada ahora. Estás demasiado conmovida. Tranquilízate...
Vayamos ahora a celebrar la boda de Aliad y Zelm. Seguro que te hace mucho bien
despejarte un poco.
—
Tengo que hablar con Eros antes.
—
Lo harás luego. Vayamos al valle. Seguro que todos nos esperan allí.
—
Creo que más de una hadita se sentirá incapaz de celebrar nada.
—
Sí, eso es cierto, pero tenemos que hacer un esfuerzo por Zelm y Aliad.
Aplazaron la boda por Brisa y ahora... bueno, se han portado muy bien,
ciertamente...
—
Es verdad...
Aunque apenas pudiese respirar
serenamente, permití que Laudinia me condujese hacia donde todos nos
aguardaban. Intenté que mis ojos no expresasen todos los sentimientos punzantes
que me anegaban el alma, pues no deseaba que nadie se preocupase por mí.
Cuando llegamos a aquel hermoso
valle, me encontré de repente con muchas hadas a quienes estaba deseando ver. Además
de hallarse allí Sidunia y sus hermanitas, estaban todas esas hadas que también
habían asistido a la boda de Brisita y Lianid. No obstante, la ceremonia ya
había empezado, por lo que no pude saludarlas con cariño y entusiasmo.
Solamente pude dedicarles una mirada llena de alegría y amor.
Brisa hablaba con pausa, pero de
su voz se desprendía un sinfín de sentimientos que los árboles parecían acoger
en sus ramas. En sus palabras noté tristeza, nostalgia y a la vez una fuerza
que solamente podía emanar de su magia; la fuerza que le otorgaba ser la reina
de Lainaya, de todas esas hadas que escuchaban atentamente el discurso del hada
más importante de ese mágico mundo.
—
Estamos aquí para celebrar una unión muy importante; una unión que
demuestra que por fin se terminaron todas las enemistades que ensombrecieron la
mágica luz de nuestra tierra. Aliad y Zelm, sois ahora parte de un mismo
destino que jamás pensamos que pudiese unirse. Sois calor y frío en una misma
alma. Vuestra unión refleja el respeto que todas las hadas de Lainaya tenemos
que dedicarnos las unas a las otras. Gracias por el amor que ahora os enlaza en
una sola existencia. Prometed, ante todos los habitantes de Lainaya y de sus
hermosos y poderosos bosques, que os seréis fiel para siempre el uno al otro,
que os respetaréis por encima de todas las cosas que forman vuestra vida y que
el cuerpo del uno será para el otro el refugio de su alma. Con vuestro consentimiento,
uniré vuestras manos en señal de lazo eterno... Bajo este cielo que la mañana
hace brillar, entre estos árboles que la madre Ugvia ha creado para nosotros y
junto a este viento que no es sino la voz de nuestro amado otoño, os declaro un
solo ser, una única vida que discurrirá por el futuro unida a la bondad y al
amor más interminables. ¿Queréis que vuestro hado se funda con el del otro para
no ser distintos en la vida, para ser un único camino?
—
Sí, lo deseamos —respondieron con amor y nervios Zelm y Aliad.
La ceremonia prosiguió con
solemnidad y sublimidad, pero a partir de ese momento me costó prestarles
atención a las hermosas palabras que Brisita siguió dedicándoles a Aliad y a
Zelm. Me fijé en ellos dos y recordé aquel atardecer tan precioso y triste en
el que la vida de Lianid se había fundido con la de Brisita. La nostalgia se
apoderó de mi corazón al rememorar aquellos azulados instantes. Cuánto tiempo
había transcurrido desde entonces, y qué poco había cambiado la magia de
Lainaya. Aquel mundo, con su brillante cielo, con sus aromáticos e inocentes
bosques, con sus puros habitantes, era la tierra más inmaculada que jamás pudo
existir y que para siempre existiría en el inmenso Universo. No podía haber en
ninguna parte un hogar más acogedor que aquél que Lainaya les ofrecía a todas
sus haditas. Aquella tierra, con todas sus imponentes y profundas regiones, era
la morada más perfecta para esas almas que solamente estaban hechas de
amabilidad, de ilusión, de luz, sobre todo de luz; aunque entre ellas habitasen
hadas que únicamente podían respirar por la noche... Todo en Lainaya eran
colores fulgurantes que desprendían las esperanzas más indestructibles. En
Lainaya era el único lugar donde realmente existía la felicidad.
—
Y así ahora ya sois parte de un mismo destino...
La tierna y nostálgica voz de
Brisa se mezclaba con mis turbios pensamientos, los que estaban compuestos del
recuerdo de esos intensos momentos que había vivido en Lainaya desde que la
había descubierto y de las emociones que aquellos mismos recuerdos me
suscitaban. Mi alma estaba anegada en una añoranza sin principio ni fin que
parecía haber existido en mi corazón desde que Lainaya naciese en el Universo.
Además, todavía tenía ganas de llorar, por lo que no me atrevía a abrir los
ojos. Tenía la sensación de que, si Brisita me miraba, ella también arrancaría
a llorar desconsoladamente. Era consciente de que, al unir a Aliad y a Zelm,
ella también estaba rememorando el crepúsculo de su boda.
—
Y, a partir de ahora, solamente podrá separaros la muerte...
Oí que todas las hadas de
Lainaya aplaudían entusiasmadamente y lanzaban al aire exclamaciones de amor y
felicidad. La alegría que invadía aquel instante contrastaba inmensamente con
la pena que me asfixiaba. No podía dejar de recordar lo que Laudinia me había
comunicado. Había algo por dentro de mí que tiraba de mi alma hasta casi desgarrármela.
Tal vez fuese una certeza que ella no me había desvelado en ningún momento:
aquel día era el último que podía vivir en Lainaya si me marchaba llevando en
mi vientre la semillita de una nueva vida. Si me iba, matando entonces a mi
hijito de forma inevitable, las puertas de ese mágico mundo se me cerrarían
para siempre... No habría regreso tras mi partida...
¿Y cómo podría existir en mi
otra vida aceptando que nunca más volvería a ver las imponentes y perladas
montañas de Lainaya ni a todas esas hadas que tanto y tanto quería? ¿Cómo
podría seguir soñando sabiendo que mi destino nunca más se mezclaría con el de
Brisa o el de todos esos bosques que tanto me arrobaban? ¿Sería capaz de
existir sabiendo que jamás volvería a ver a mi hijita? ¿Cómo podría vivir sin
ver una vez más el color que toma el cielo de Lainaya cuando el amanecer
empieza a rozar las estrellas que relucen en la noche? ¿Qué color tendrían mis
atardeceres guardando en mi alma la certeza de que nunca más podría volver a
ese mundo donde la inocencia construye hogares indestructibles? ¿Por qué tenía
que contrastar tanto el lugar donde mi vida tuvo comienzo desde hacía tantos
años con esa tierra tan luminosa y pura?
—
No puedo —susurré incapaz de aceptar todas aquellas certezas. Las ganas
de llorar que me atacaban tan vilmente me hicieron separarme velozmente de Eros
y empezar a correr entre los árboles sin darle a nadie la oportunidad de que me
detuviese—. No, no puedo, no puedo.
Corría entre los árboles
fijándome, a través de mis relucientes lágrimas, en el color del cielo, en la
bella forma de esos árboles que dejaban caer sus hojas con lentitud y lástima,
como si les diese nostalgia que el otoño se las arrancase de sus ramas.
Aspiraba el aroma que manaba de las flores, del suelo, de las hojas caídas. Y
todas esas percepciones no hacían sino intensificar mi dolor, mi tristeza, mi
impotencia. No podía disfrutar de los últimos momentos vividos en Lainaya si
tenía en mi alma unas certezas tan potentes.
Oí que alguien me llamaba desde
la distancia, pero no quise escuchar ninguna voz. Seguí corriendo, sin tener la
menor idea de hacia dónde deseaba dirigirme, alejándome cada vez más del valle
donde todas las hadas de Lainaya habían comenzado a tocar una música muy alegre
que contrastaba vivamente con las lágrimas que no dejaban de brotar de mis
ojos. Al fin, me percaté de que me cubrían unas ramas frondosas que me
protegían de la luz del día. Me senté en el suelo y permití que todas esas
ganas de llorar tan potentes se adueñasen irrevocablemente de mí.
—
No quiero irme, no quiero. ¿Por qué tiene que estar ocurriéndome esto?
—me preguntaba inmensamente desconsolada—; pero ¿cómo puedo abandonar mi vida
definitivamente?
Aquellas ganas de llorar tan
destructivas no dejaban de intensificarse a medida que iba siendo cada vez más
consciente de mi situación. No podía decidirme por nada, no podía escoger una
vida u otra, pues ambas para mí tenían demasiada fuerza.
De repente, cuando creí que la
noche me alcanzaría sin haberme decidido por nada, alguien me tocó el hombro
con una sutileza muy dulce. No quería conversar con nadie, pero tampoco podía
ignorar a quien se había molestado en buscarme para hablar conmigo. Sabía que
lo único que deseaba quien estaba a mi lado era consolarme.
—
Sinéad, ¿qué te sucede?
Aquella voz... aquella voz me
había alentado ya en infinidad de ocasiones. Aquella voz también me había
dedicado palabras anegadas en nerviosismo y disgusto. Aquella voz era tan familiar
para mí que por unos momentos me olvidé de toda mi tristeza.
—
Oisín —le sonreí a través de mis lágrimas mientras me lanzaba a él
para abrazarlo—. Cuánto me alegro de verte, Oisín.
—
No lo parece —se rió él retirándome las lágrimas que no dejaban de
resbalar por mis redondas mejillas—. ¿Qué te sucede? ¿Por qué lloras así?
—
Oisín, Oisín... Lamento estar así.
—
Dime qué te acaece, anda —me animó retirándome de su pecho para
mirarme a los ojos.
—
Debo escoger entre...
—
¿Entre? —me preguntó con cariño al ver que me costaba explicarme.
—
Entre mi vida en Lainaya o en mi otro mundo. Llevo en mi vientre la
semillita de una nueva vida.
—
¿De veras?
—
Sin embargo, no podré alumbrarla si me marcho, pero, si me quedo...
tendré que renunciar para siempre a mi otra vida.
—
Vaya —se lamentó entornando sus verdosos y profundos ojos.
—
¿Qué harías tú?
—
Evidentemente, me quedaría; pero te hablo desde una distancia
inadecuada, Sinéad. Yo no sé si eres tan feliz en tu otra vida como para
renunciar a ser madre aquí. Te habla un habitante de Lainaya; alguien que
nunca, nunca, abandonaría esta tierra. Dime, ¿qué tienes en tu otra vida?
—
Tengo a mi creador, tengo a algunos amigos...
—
¿Y qué más? Todo eso puede estar aquí también.
—
Soy un ser fuerte y eterno...
—
¿Merece la pena ser así si no eres feliz en tu otra vida? Ese mundo
cada vez está más corrompido. Tu alma es demasiado pura para vivir ahí, Sinéad.
—
Oisín... —musité sorprendida.
—
Aquí te queremos muchísimo, Sinéad —me confesó acariciándome el cuello
y después la espalda. No estaba acostumbrada a que Oisín fuese tan cariñoso
conmigo; por lo que me sonrojé un poco—. Puedes ir a buscar a tu creador para
que viva contigo.
—
Tengo a más amigos allí en la Tierra.
—
¿Y tú eres tan importante para ellos como ellos lo son para ti?
—
Pues no lo sé. Lo cierto es que últimamente no me apetecía estar con
nadie.
—
¿Te preocupa dejar de ser vampiresa para siempre, verdad?
—
Sí. No me disgusta ser lo que soy...
—
Sería maravilloso que pudieses vivir aquí con la posibilidad de optar
entre las dos formas, ¿verdad?
—
¿Cómo?
—
Sería maravilloso que pudieses vivir aquí decidiendo qué quieres ser
en cada instante.
—
Sí, sí... Eso lo solucionaría todo —me reí inquieta.
—
Pero, lamentablemente, eso no se puede hacer.
—
¿Por qué no?
—
Porque los vampiros sois seres de la oscuridad. Nacisteis de una
fuerza que no se asemeja en absoluto a la que creó Lainaya.
—
Pero...
—
Y aquí no podrías alimentarte, Sinéad.
—
Sí, es cierto. Es una locura... —susurré desanimada.
—
Lamento no poder ayudarte a decidirte. Esa elección solamente tienes
que hacerla tú.
—
Lo entiendo, no te preocupes. Muchas gracias por querer hablar
conmigo.
—
Eros está preocupado por ti. Estaba buscándote. Aunque esto te parezca
imposible, ya ha pasado mucho tiempo desde que abandonaste la ceremonia.
—
¿Cuánto?
—
Pues se acerca la tarde...
—
No, no, no —negué nerviosa. Noté que empezaba a dolerme el vientre.
—
Se aproxima el momento de vuestra marcha.
Justo cuando Oisín pronunció
aquellas palabras, oí que alguien se acercaba a nosotros. Alcé los ojos y
descubrí a Eros entre los árboles. Estaba acompañado de Courel y de Brisita.
—
Sinéad —me apeló Courel tal como siempre lo había hecho cuando nos
habíamos hallado a solas; lo cual me inquietó inmensamente—, llevamos
buscándote desde el mediodía.
—
Ya sabemos lo que te sucede, Shiny —me informó Eros acercándose más a
mí—. Laudinia nos lo ha contado todo.
—
¿Qué podemos hacer, Eros? —le pregunté levantándome del suelo. Oisín,
quien no había dejado de abrazarme, me dejó ir con ternura.
—
Sinéad, sabes que tener un hijito contigo siempre ha sido uno de mis
sueños; pero creo que éste no es el momento. Debemos volver, Sinéad.
—
¿Cómo? ¿Quieres que nuestro hijito muera? Si nos marchamos...
—
¿Y qué ocurre con Leonard, Sinéad? ¿Acaso no recuerdas que nos
necesita?
—
Leonard puede vivir aquí perfectamente.
—
Sabes que eso no es verdad, Sinéad. A Leonard únicamente le gusta ser
vampiro —se rió nervioso—. No puedes obligarlo a que viva en Lainaya porque tú
no desees perderlo. Tienes que escoger. Sinéad, yo no quiero vivir en Lainaya
para siempre —me confesó estremecido.
—
¿No quieres? —le pregunté incrédula.
—
No, Sinéad. Aunque nuestro mundo sea un asco, yo prefiero vivir allí. Además,
si lo que quieres es alejarte de esa sociedad que tanto te repugna, podemos
irnos al mundo que tú creaste. Allí estaremos con todos.
—
Ese mundo no es real. Solamente existe en nuestra vida.
—
¿Y qué es Lainaya, Sinéad?
—
Lainaya es mucho más real.
—
Ese mundo lo creaste tú con tu alma y la fuerza de la naturaleza.
¿Cómo puedes decir que no es real?
—
No quiero irme de Lainaya, Eros.
—
Sinéad, por favor, recapacita...
—
¡No quiero irme! —exclamé desesperada.
—
Sinéad, de veras me apena mucho decirte esto, pero creo que Eros tiene
razón. No puedes quedarte aquí, Sinéad —intervino Brisita con mucha lástima—. A
mí también me gustaría que pudiésemos vivir juntas, pero aquí no está tu hogar,
mamá.
—
Brisita... —susurré incapaz de creerme lo que acababa de decirme.
—
Yo también quiero vivir contigo, mamá... ¡pero tenemos que aceptar que
no formamos parte del mismo mundo!
Entonces comprendí que lo que la
guiaba a hablar tan firmemente no era la realidad que designaban sus palabras,
sino la tristeza y la impotencia más infinitas. Cuando me percaté de cómo se
sentía mi hijita, el nudo que todavía me presionaba la garganta se volvió
irrevocablemente potente.
—
Yo no quiero aceptar esa realidad. ¿Cómo puedes decir que no somos
parte del mismo mundo si nos une un lazo mucho más fuerte que el que vincula la
vida a la muerte? —le pregunté frustrada.
—
¿Te crees que a mí no me duele que tengas que irte para siempre? Pero
sé que, si te marchas, no podrás volver nunca más, Sinéad, pues al irte no te
llevarías solamente tu vida, sino la de un ser que está creciendo en tu vientre
y por quien tendrías que dar la vida en vez de quitarle la suya.
—
No puedo hacer nada —me quejé descontrolada por un llanto
inconsolable.
—
Sinéad, yo no quiero renunciar a ti —protestó también Eros—. No me
hagas vivir sin ti, mi Shiny. Ven conmigo. Te prometo que tendremos otra
oportunidad para engendrar otro hijito.
—
Ésta es la única oportunidad que tenemos, Eros —le aseguré cada vez
más deshecha.
—
No puedes tardar más en irte, Sinéad —me dijo de pronto Zelm. Al verla
tan pura, vestida de blanco y con sus claros ojos llenos de lágrimas, me
pregunté si podría recordar el día de su boda como el más feliz de su vida—.
Nos duele mucho todo esto, pero... tienes que irte. Si tardas más... no podrás
volver.
—
Lo siento mucho —se lamentó Brisita llorando desconsoladamente—. Ésta
es nuestra última despedida, mamá...
—
Que seas muy feliz, Brisa —le deseé casi sin poder hablar—. Gracias a
todas por quererme.
—
Gracias a ti por amar Lainaya —me contestó un sinfín de voces
inesperadamente.
Entonces reparé en que me
rodeaban todas esas hadas que había ido conociendo en mis distintas estancias
en Lainaya. Al verlas a mi lado, la emoción y la tristeza que me presionaban el
alma me hicieron sollozar más hondamente. Eros, entonces, al captarme tan
deshecha, me tomó de la mano y empezó a caminar hacia un hueco entre los
árboles... un hueco del que comenzaba a emanar una oscuridad que, lentamente,
fue envolviéndonos. Aquella oscuridad era el camino que nos alejaría para siempre
de Lainaya y nos lanzaría a nuestro cruel mundo, a nuestra indeseada vida...
Cuando noté que toda aquella
espesa oscuridad me había rodeado irrevocablemente, me fijé desesperadamente en
mi alrededor intentando encontrar el último haz de luz que emanaba de Lainaya.
Entonces noté que tras de mí todavía quedaban unos pocos destellos de colores
muy cálidos que parecían despedirse de mí con unas tibias caricias. Sin poder
evitarlo, recordé todo lo que había vivido en mi última estancia en Lainaya:
las palabras de Laudinia, la tristeza de Brisita, los hermosos paisajes que
habíamos descubierto, aquellas haditas tan buenas que había conocido... y, como
si aquellos pensamientos fuesen una voz que me susurraba órdenes inesperadas,
me volteé con rapidez, sin pensarlo, sin ni siquiera esperarlo.
—
¡Sinéad!
La voz de Eros sonó lejana, como
el último eco de un grito de desesperación que se pierde entre las montañas. No
lo escuché, ni siquiera su llamado creó pensamientos en mi mente. Lo único que
hice fue volver, volar hacia ese fulgor que manaba de la última brizna de
Lainaya. Regresé sin pensar, sin preguntarme nada, si ni tan sólo sentir.
Enseguida noté cómo su magia me atraía, me envolvía, me acogía al fin. De nuevo
percibí la otoñal tibieza del bosque donde nos habíamos hallado todos juntos
por última vez, oí el rumor de sus cristalinos ríos y también capté la voz de
alguna de esas hadas que tanto quería.
El cielo de Lainaya me cubría de
nuevo. Estaba lejos de la oscuridad. Todavía pendían de mi espalda esas alitas
que tan hermosas me parecían y entre mis cabellos se escondían esas puntiagudas
orejitas de aspecto tan inocente. Supe que no había mudado de forma en ningún
momento. A la oscuridad de nuestro mundo no le había dado tiempo a cambiar la apariencia
de mi cuerpo. Entonces fui consciente de que la vida que crecía en mi vientre
no se había desvanecido.
—
¡Sinéad!
La voz de Brisita se adentró
repentinamente en mis turbados pensamientos. Abrí los ojos de repente y
entonces me percaté de que me hallaba tendida sobre la mullida hierba que alfombraba
el suelo del bosque donde Aliad y Zelm se habían unido para siempre y que me
rodeaban todas esas hadas de las que me había despedido tan apresuradamente
hacía unos momentos.
—
¿Qué has hecho, Sinéad? —me preguntó Brisita exaltada.
—
Brisa —la llamé desconcertada. Me sentía levemente mareada.
—
¡Sinéad! ¿Eres consciente de lo que has hecho? —me preguntó Laudinia
intentando no parecer nerviosa.
—
No. Yo solamente quería regresar a Lainaya. No quería volver a mi
mundo.
—
Tal vez esa decisión no la hayas tomado tú sola —reflexionó Oisín
entornando sus acuáticos ojos.
—
No lo sé... No quería volver —repetí empezando a llorar. Me pregunté
si en algún momento había dejado de hacerlo.
—
Sinéad... —susurró Zelm agachándose a mi lado—. Sinéad, lo que has
hecho...
—
No quería alejarme de vosotros. Yo no quiero vivir en la Tierra. No
puedo ser feliz allí. Yo quiero estar aquí —balbuceaba incapaz de dejar de
llorar.
—
Está bien, Sinéad, tranquilízate —intentó serenarme Zelm acariciándome
los cabellos.
—
Pero ¿eres consciente de lo que has hecho, Sinéad? —me preguntó Aliad
estremecido.
—
No... —musité desorientada.
—
Has dejado que Eros regrese solo a vuestro mundo...
—
Y te has alejado de tu vida para siempre —prosiguió Sidunia
sorprendida.
—
Dejadla. No la agobiemos ahora... —opuso Zelm con cariño—. Permitamos
que se serene... y después hablaremos con ella seriamente. Creo que Ugvia
tendrá que intervenir en esa conversación...
Apenas podía prestarles atención
a las palabras que todas esas hadas me dirigían. Me sentía tan desconcertada
que me costaba pensar con claridad. Intenté centrarme aspirando la fragancia de
ese bosque maravilloso y observando a mi alrededor, pero me sentía
excesivamente mareada, tanto que creí que iba a perder la consciencia en
cualquier momento. Me resguardé entonces entre los brazos de Zelm para no
notarme tan desprotegida. Zelm me acogió en sus brazos como si hiciese muchos
siglos que anhelaba abrazarme. Permanecimos abrazadas durante un tiempo que la
luz del día no se atrevía a convertir en atardecer. Ya no sabía qué deseaba.
Solamente latía por dentro de mí el empiece de un alivio que fue minando mis
ganas de llorar, convirtiendo ese llanto en una creciente serenidad que me
cerró los ojos y me facilitó poder respirar cada vez con más calma. Entonces sí
pude oír el eco de la voz de Lainaya. Creí percibir agradecimiento en el sonido
del viento, en la dorada luz que llovía del cielo y en los tallos de hierba que
habían creado para mí esa alfombra tan mullida donde encontré al fin esa paz
que la oscuridad de la vida me había arrebatado hacía un tiempo incalculable.
2 comentarios:
¡Que giro argumental! ¡Bravo! Trepidante, un capítulo muy bueno. Has conseguido que me divida entre quedarse en Lainaya y criar a su hijo o marcharse para siempre y perder al niño. Al principio pensé que mejor Lainaya, pero luego pensé en Leonard y me entraron las dudas. Yo creo que no ha sido una decisión solamente de ella, el bebé ha influenciado. Vale que todavía no es nada, pero está ahí y en Lainaya todo es mágico. Pobre Eros, me lo imagino en la tierra, sólo, perplejo al perder para siempre a Sinéad...¡Para siempre! Se han separado definitivamente, ¡que fuerte! Yo la verdad, no dudaría y me quedaría en un mundo así, aunque los seres queridos tiran mucho y sería incapaz de vivir sin ellos.El sueño erótico con Courel ha sido como una predicción. Que ser más sexy y atractivo, me encanta como lo describes. Está embarazada de Eros pero ya no lo volverá a ver nunca más...y el bebé no conocerá a su padre (a no ser que lo observe en esas aguas en las que podía ver lo que ocurría en la tierra). Estaría bien que al menos pudiese mandar un mensaje a Eros, explicando que no ha sido una decisión suya, que su cuerpo y el bebé han decidido por ella. Aunque entiendo a Eros, me ha sentado un poco mal que la idea de tener un hijo con Sinéad no sea suficiente motivo para quedarse en Lainaya. Un mundo maravilloso y poder formar una familia...Yo creo que se arrepentirá. Que interesante está todo, ¡quiero saber más! ¡No tardes en seguir, please!
El final de capítulo no me lo esperaba para nada, en el último momento Sinéad se echa atrás, en una decisión que lo pone todo patas arriba. Antes, hemos descubierto que, nuevamente, Sinéad va a ser mamá, ¡y de un hijo de Eros, nada menos! Eso sí que es todo un record. El episodio de Courel es muy perturbador, ¿será verdad eso que dicen sobre que las embarazadas levantan pasiones, sobre todo al principio de su gestación? Es un ser muy atractivo, no hay duda, y aunque Sinéad ama a Eros... pues eso, que le tira, le tira mucho, me ha encantado cómo va repasando situaciones pasadas... ¿Qué pasó con Rauth? Ejem... bueno... eso es algo pasado muy complicado... jajajajajaj, qué bien está. Lo del mechón, Lluvia, Sauce, el suicidio... es todo muy triste, ahí queda una historia sin cerrar que me encantaría poder resolver sin que deje ese rastro de dolor, pero no se me ocurre cómo podría ser. Luego... todo se precipita, Oisín me ha caido siempre muy bien, pero yo creo que inclina demasiado la voluntad de Sinéad, quedarse en Lainaya sin Eros, ¡qué disparate! Me parece normal que Eros no quiera quedarse para siempre, son vampiros, no se me olvida eso, Lainaya es una visita, pero cuando se viaja hay que regresar luego a casa... además, no ha sido algo consensuado, en el último momento se ha echado atrás, ¡qué situación! Desde luego, eres única para poner suspense a las narraciones, ¡ya sabes que yo lo que quiero es que acabe bieeeeen! Jajajajajaja, me encanta.
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