domingo, 26 de julio de 2015

REGRESANDO A LAINAYA - 07. LA FUERZA DE UN HOGAR


REGRESANDO A LAINAYA
07
LA FUERZA DE UN HOGAR
El mundo de los sueños estaba lleno de experiencias que yo no podía siquiera imaginarme. Antes de dormirme, sabía que soñaría con Lainaya y con alguno de sus habitantes; pero, cuando la inconsciencia se apoderó de mí y los sueños la invadieron, me sentí como si ni tan sólo mi alma pudiese prever todo lo que me ocurriría en esa inalcanzable tierra.
Caminaba por aquel bosque tan espeso donde Eros y yo habíamos conocido a Sidunia. El atardecer se convertía lentamente en noche mientras la calma más suave me rodeaba. Estaba sola, lo cual ni siquiera me asustaba o me intimidaba. Me sentía como si llevase andando entre esos ancestrales árboles desde hacía un tiempo inmemorial.
Sobre mí, brillaban ya las primeras estrellas de la noche y el viento soplaba cada vez con más fuerza. De repente, noté que no estaba sola. Alguien me observaba desde las frondosas plantas. Me detuve cuando sentí caer sobre mí esa profunda mirada. No dudé de quién se trataba, pues en mi alma empecé a experimentar exactamente la misma sensación que me había invadido cuando él y yo nos habíamos mirado a los ojos por primera vez.
Me volteé lentamente, con miedo, y entonces descubrí a Courel mirándome con serenidad y felicidad. Cuando se apercibió de que yo también lo miraba, empezó a caminar hacia mí con un paso solemne y despreocupado. Al tenerme al alcance de sus manos, me tomó de la cintura para atraerme hacia sí sin preguntarme nada. Sus ojos me habían arrobado, como si en verdad fuesen la verdadera noche de aquel firmamento que nos cubría. No pude desprenderme de sus brazos, los que de pronto me rodearon tiernamente, pues algo mucho más potente que la vida se había aferrado a mi voluntad para anularla.
     La noche está preciosa, pero ante ti todo queda eclipsado por tu belleza eterna —me susurró en el oído mientras me acariciaba la espalda con delicadeza.
     Debo... irme —me quejé intentando, al fin, desasirme de sus manos y alejarme de su cuerpo; pero, al notar que deseaba marcharme, Courel me presionó con más fuerza y desesperación contra su pecho—. Déjame, por favor.
     No huyas de lo que deseas. Sé que tú también quieres... —me pidió conmovido mientras me miraba a los ojos y se acercaba más a mí, con una lentitud que crispó todos mis nervios—. Lo he leído en tus ojos.
     No es verdad. Lo único que deseo es irme a mi casa.
     ¿A cuál? ¿Quieres marcharte de Lainaya? —me preguntó con tristeza.
     No... solamente...
     No me rechaces, por favor... En nuestro destino hay una línea que nos cruza...
 No me atrevía a reconocer que Courel estaba en lo cierto cuando afirmaba que yo también deseaba vivir aquel momento, pues mi razón era mucho más fuerte que cualquier sensación física. No obstante Courel aprovechó aquellos momentos de vacilación para acercarse definitivamente a mis labios y empezar a besarme con una pasión que fue acreciéndose con el paso de los segundos. Al principio, intenté alejarme de él; pero, al notar que no conseguía distanciarme de sus labios ni un ápice, lamentablemente, acabé cayendo rendida entre sus brazos.
Aquel momento, de repente, se tiñó de descontrol y locura. Al notar que involuntariamente respondía a sus besos, Courel me asió con fuerza de la cintura y empezó a volar a través de la noche hacia un lugar que yo ni siquiera podía imaginarme. Al sentir el vigor del viento que me rodeaba, me así con desesperación al cuerpo de Courel para que nada me arrastrase hacia el abismo de la noche. Courel me protegía entre sus brazos con amor mientras no dejaba de besarme ni un solo instante. Al fin, percibí que descendíamos hacia la tierra y que nos tumbábamos cerca de la orilla de un río que discurría entre la mullida hierba. Me percaté de que, sobre nosotros, las ramas de los árboles se habían unido inquebrantablemente hasta crear un techo natural que nos protegía de la mirada de las estrellas.
Ni siquiera podía preguntarme qué estaba haciendo, puesto que mi voluntad había quedado completamente anulada. Era como si nunca hubiese podido decidir mis acciones o cómo comportarme. Algo se había adueñado de todos mis sentimientos y de mis pensamientos hasta llenar mi cuerpo de un único deseo: entregarme a Courel antes de que mi estancia en Lainaya se terminase. Parecía como si de la tierra emanase ese anhelo, esa obligación del destino. De nuevo, había perdido la potestad de mi vida.
Mas, de pronto, cuando ya ascendíamos juntos hacia el mundo de las estrellas, inesperadamente, abrí los ojos. Me sobrecogí cuando me percaté de que tenía la respiración acelerada y que me había separado de Eros para abrazarme a la almohada. Sin poder evitarlo, traje a mi mente todos los momentos de ese sueño que acababa de agitarme toda el alma. No podía negar que había sido un sueño todo teñido de locura y de lujuria. Hacía mucho tiempo que no me entregaba tan desesperadamente a alguien en el mundo de los sueños. Sentí vergüenza cuando rememoré cada beso que Courel y yo nos habíamos dado, cada caricia que el uno había dejado caer en el cuerpo del otro, cada suspiro que se había escapado de nuestros labios y, sobre todo, cuando mi memoria se llenó del recuerdo de ese momento en el que su cuerpo y el mío habían devenido un único cuerpo. Me había descontrolado irrevocablemente entre sus brazos, como si hiciese siglos que nadie me amaba... Advertí que las mejillas me ardían.
Necesitaba que el fresco aire de la noche rozase mi piel para retirar de mi cuerpo el recuerdo de aquel extraño sueño, por lo que, silenciosamente, me escapé de la alcoba que compartía con Eros y corrí hacia el exterior rogando que nadie advirtiese mi presencia. Cuando la oscuridad y la quietud de la noche me envolvieron, noté que la calma más poderosa se adueñaba de mi alma y la llenaba de serenidad. Respiré profundamente para invadir mi cuerpo de los exquisitos aromas del bosque que rodeaba la casa de Brisita. Olía a rocío, a lluvias lejanas, a tierra, a hojas caídas... Era un olor que de repente anegó mi espíritu en energía.
Mi respiración ya se había serenado, pero en mi alma todavía latía esa vergüenza que me había hecho sentir el sueño que había tenido con Courel. Mientras caminaba por aquel nocturno bosque lleno de otoños pasados, me pregunté por qué había soñado aquello. ¿Acaso él me había atraído de verdad? Cuando me formulé aquella pregunta, enseguida acudió a mi mente el recuerdo de esos pocos momentos que habíamos compartido y lo que había experimentado cuando sus profundos ojos negros se habían hundido sin regreso en los míos. Sí, yo sí me había dado cuenta de que yo a él no le resultaba indiferente, pero ¿y él a mí?
No obstante, no quería que aquella confusión tan extraña e inesperada me desorientase. Deseaba vivir serenamente en Lainaya los pocos momentos que la Diosa me ofrecía; pero había algo por dentro de mí que no dejaba de tirar de mi alma, como si fuese una cuerda de arpa que desea ser afinada. Fuese como fuere, nadie podía enterarse de lo que me sucedía.
Creí que el amanecer me sorprendería vagando sin rumbo por aquella callada naturaleza; mas, de pronto, oí que alguien caminaba cerca de donde me encontraba. Me sobresalté profundamente cuando me planteé la posibilidad de que alguien me descubriese andando tan evadida por esa bella naturaleza; pero, en cuanto me estremecí, una voz honda y grave me dedicó unas tiernas palabras con las que pretendía sosegarme. Sin embargo, logró todo lo contrario. Su presencia me estremecía mucho más:
     No temas, Sinéad. Soy yo... ¿Qué haces por aquí, tan sola?
Courel se acercaba a mí mientras me dedicaba aquella pregunta tan cargada de inocencia. Me costaba entender su forma de ser. No sabía si sus sonrisas escondían una punzante picardía o si, por el contrario, sus gestos y sus dulces miradas emanaban de la ingenuidad más inquebrantable.
     He tenido un sueño muy extraño y, al despertarme, necesitaba despejarme —le contesté sin pensar en mis palabras.
     Qué coincidencia. Yo también he tenido un sueño muy extraño —se rió mientras se acercaba más a mí. De repente, tomó mis manos entre las suyas y, a la vez que me las presionaba, me comunicó—: Sin embargo, no ha sido un sueño inquietante... pues he soñado contigo.
     Courel, suéltame, por favor —le pedí temerosa—. No sé qué intentas hacer conmigo, pero...
     Lo único que intento es que reconozcas que entre nosotros ha surgido algo muy potente y hermoso.
     Yo amo a Eros.
     Pero eso no te impide desear a otro hombre, ¿no?
     No... pero, aunque lo desee, jamás...
     ¿Y qué ocurrió con Rauth?
     Rauth es... otra historia —titubeé nerviosa. Me pregunté cómo era posible que él conociese lo que había acaecido entre Rauth y yo—. Debo irme... Lo siento.
     Está bien. Ya te dije que yo nunca te haría daño. No quiero forzarte a nada. Solamente deseo que sepas que siento algo muy bonito por ti y que, si lo anhelases, podríamos ser muy felices en Lainaya... Ojalá pudieses quedarte.
     ¿Cómo estás tan seguro de ello?
     Porque tu alma es la más noble y brillante de toda la Historia y porque no he conocido a nadie que sea como tú, ni siquiera que se te parezca. Eres tan especial y mágica que ni tan sólo tú eres consciente de todo el poder que tienes. Yo nunca he conocido a nadie como tú, Sinéad —me repitió entornando los ojos; los que se le habían llenado inesperadamente de lágrimas—. Jamás he actuado como estoy actuando contigo. Normalmente me guardo para mí todo lo que siento, pero esta vez sé que no puedo ni debo hacerlo. Perdóname si te he incomodado en algún momento. No era mi intención, te lo aseguro. Vuelve a tu hogar, junto a Eros. Tiene tanta suerte por poder gozar de tu amor...
Cuando Courel pronunció estas palabras, se volteó y empezó a alejarse de mí con un paso veloz y nervioso. Me quedé en medio de los árboles, intentando digerir todo lo que él me había declarado. Me parecía imposible creer que se hubiese enamorado de mí tan rápidamente, pero entonces recordé todo lo que había vivido con Arthur en Lainaya. Me acordé de que enseguida había sentido cómo su alma y la mía se conectaban, cómo el amor que siempre nos había unido se alzaba por encima de todos los demás sentimientos que nos invadían el espíritu y cómo había sido imposible negar lo que sucedía entre nosotros.
Inesperadamente, recordé el aspecto de Courel. Sus ojos profundamente negros, sus cabellos castaños, su grave y aterciopelada voz... Sí, Courel me recordaba a alguien, pero era incapaz de saber a quién. Rememoré a todos los seres que habían formado parte de mi vida y los comparé a aquel audelf de sonrisa tan nostálgica e inocente. No, ningún vampiro de los que habían formado parte de mi vida se asemejaba a aquel audelf tan entrañable y a la vez atractivo, al menos era lo que yo creía en esos momentos. Entonces, ¿por qué sentía que algo nos unía irreversiblemente?
No importaba. Nada importaba. Me iría de Lainaya y me olvidaría de él. Intentaría no recordar lo que había soñado con él ni todas las palabras que me había dedicado. Courel quedaría atrás en el olvido, para siempre, juntamente con todos los bellos paisajes que componían la mágica tierra de Lainaya. Y yo regresaría a mi vida como si nada de aquello hubiese sucedido. No, no podía dejarme llevar por la curiosidad ni por la atracción que sentía por aquel audelf. No merecía la pena traicionar a Eros con alguien que, posiblemente, se olvidase de mí cuando yo partiese. La vida que Eros y yo habíamos construido en nuestro mundo, aunque fuese a veces dolorosa, era una tierra que no podía destruir con la infidelidad. No, no tenía derecho a hacerlo.
Cuando aquellas certezas invadieron mi mente, empecé a regresar al hogar de Brisita para intentar volver a dormirme junto a Eros; pero estaba demasiado nerviosa para poder sumergirme en la inconsciencia de nuevo. Además, me daba miedo volver a soñar con Courel. Había aceptado que ni siquiera podía controlar mis pensamientos ni mis sentimientos cuando estaba en Lainaya, y mucho menos mis sueños, por lo que sabía que podía soñar con él si el sueño se apoderaba otra vez de mi mente.
No obstante, sabía que Eros se inquietaría profundamente si se despertaba y no me encontraba a su lado. Entonces opté por regresar junto a él antes de que aquello ocurriese, aunque en verdad me apeteciese seguir vagando por aquella tranquila y aromática naturaleza.
Aunque lo intentase con todas mis fuerzas, aquella noche el sueño ya no volvió a asirme de la consciencia. Permanecí despierta hasta que el alba rozó la oscuridad de la noche. Oí cómo la naturaleza iba despertando de su silencioso letargo. Cantaban los pájaros más madrugadores, se oía el caminar de algunos animales, el viento mecía con intensidad las ramas de los árboles... Inesperadamente, aquella trova amaneciente se convirtió en una nana para mí.
La dulce y profunda voz de Eros se adentró en mi extraño y vacío dormir. Me desperté sobresaltada, incapaz de acordarme nítidamente de lo que había acaecido. Eros me miraba con ternura y mucho amor. Su mirada me reconfortó, aunque todavía latían por dentro de mí los recuerdos del sueño que tanto me había agitado aquella noche y lo que había sucedido después. No obstante, intenté disimular mi inquietud con una dulce sonrisa que entornó los oceánicos ojos de Eros.
     Buenos días, mi Shiny.
     Buenos días... —le contesté enternecida y levemente avergonzada.
     No tienes buena carita, Shiny. ¿Estás bien?
     No he dormido bien —me quejé escondiendo mi rostro en su pecho. Eros me acogió enseguida entre sus brazos.
     ¿Cómo es posible? Yo he dormido como un rey.
     Me desperté... Necesito darme un baño.
     Pues creo que tendremos que ir a desayunar primero. He oído que Brisita preguntaba por ti. Creo que está mucho más animada.
     ¿De veras? Huy, pues vayamos, entonces...
     No hay prisa, ¿no? —me preguntó pícaramente acercándose a mi cuello.
     Eros, no, ahora no... Quiero... bañarme —me quejé al sentir sus primeros besos.
     Shiny... —se quejó con pena—. No hay prisa...
     Eros, no... —me reí apartándolo delicadamente de mí—. Sí, sí hay prisa. No sé de cuánto tiempo disponemos para estar aquí...
     Shiny... —volvió a protestar agachando los ojos.
     Eros, vayamos a bañarnos y salgamos antes de que vengan a buscarnos.
     Tienes razón. Pueden pillarnos —sonrió con sensualidad—. Qué poco me gusta que me rechaces —musitó casi para sí mismo. Yo no supe qué contestarle. Sabía por qué no había querido estar con él—; pero, sí, vayamos.
     Eros, me apetece estar contigo, pero es que ahora no es un buen momento. Además, no sé qué te sucede. ¡No piensas en otra cosa! —me reí revolviéndole los cabellos.
     Es que estás tan hermosa...
     Pero si me has dicho que no tengo buena cara...
     Pues para mí sigues estando tan apetecible...
     Venga, vayamos...
Salimos de nuestra alcoba sin hacer ruido y corrimos hacia el mismo río donde nos habíamos bañado el día anterior. Aquellas frescas y limpias aguas nos recibieron con ternura y amor. No obstante, aunque nos apeteciese permanecer jugando con aquellas nítidas aguas durante un tiempo incalculable, no tardamos en regresar al hogar de Brisita. Cuando entramos, oímos que Lluvia y Sauce discutían en el salón. Sus voces sonaban llenas de disgusto y reproches:
     ¡No lo sé, Lluvia! ¡Ya te he dicho que no tengo ni idea de dónde está!
     ¡Pero si te lo dejé a ti para que lo cuidases! ¿No eres capaz de vigilar el último recuerdo material que nos quedaba de nuestro papá? ¡Eres un irresponsable!
     ¡Ya te he dicho que yo no lo he tocado! ¡Lo dejé justo donde tú lo guardaste!
     ¡Pues no está, no está! ¡Ya me dirás quién ha podido cogerlo si ni siquiera mamá lo ha visto!
     No sé por qué le das tanta importancia. Ese mechón de cabellos no lo traerá a la vida. Eres una exagerada.
     ¿Exagerada? ¿No sabes lo que puede ocurrir si alguien encuentra ese mechoncito que tanto desprecias?
     ¿Quién ha dicho que lo desprecie? ¡No te inventes las cosas!
     No te entiendo —espetó Lluvia con rabia y frustración—. Lo mejor será que me ayudes a buscarlo.
     ¡Pero qué dices! Yo no pienso perder el tiempo...
     ¡Si me dices que no lo has tocado desde que yo lo guardé, quiere decir que alguien lo ha cogido! ¿Es que no eres capaz de entender la relevancia de ese hecho?
     Lo que no entiendo es por qué le otorgas tanta importancia. Nadie puede hacerle daño a través de ese mechón de cabellos.
     ¡Eso es lo que tú te piensas!
Eros me miró extrañado e intrigado al oír aquellas nerviosas palabras.
     Lo mejor será que vayamos y los interrumpamos antes de que la sangre llegue al río, ¿no crees? —me preguntó Eros con temor.
     Sí... Sí, será lo mejor
Cuando Eros y yo entramos en aquel hermoso salón, Lluvia se alzó de donde estaba sentada y corrió hacia mí con los ojos llenos de lágrimas. No tardé en entender lo triste y desesperada que se sentía.
     Sinéad, tienes que ayudarme.
     He oído que discutíais... —intenté serenarla acariciándole la cabeza—. ¿Por qué es tan importante que guardéis un mechón de los cabellos de Lianid?
     Porque es... es lo último que lo ata a nosotros. Nadie puede encontrarlo o entonces Lianid no renacerá jamás.
     ¿Renacer? —le preguntó Eros extrañado.
     Sí, todas las haditas de Lainaya renacemos cuando morimos... Lo que nunca sabemos es en qué nos convertiremos, si en un audelf, estidelf...
     ¿Y cuando renacéis os acordáis de vuestra anterior vida?
     No, por supuesto que no.
     Lo cual demuestra que es una tontería renacer —apuntó Sauce con rencor.
     ¡Cállate! —lo amonestó Lluvia con rabia.
     Tranquilizaos... Dime, Lluvia, ¿cómo podemos encontrarlo?
     Pues no lo sé... Yo no sé manejar el poder del agua. Si encontrásemos a alguien que pudiese hacerlo... el agua podría decirnos dónde está...
     Creo que es demasiado esfuerzo —siguió aportando Sauce con indiferencia—. Ya renacerá cuando tenga que renacer. No creo que a ninguna hada de Lainaya se le ocurra hacer algo malo con ese mechoncito...
     No entiendes nada... Está bien, si no queréis ayudarme, no lo hagáis.
     Espera, Lluvia. Yo sí quiero ayudarte —le comuniqué nerviosa al ver que ella se retiraba rápidamente de nosotros.
     ¿Sí? ¿De veras?
     Si es tan importante para ti...
     Sinéad, no deberíais perder tiempo en eso ahora —me advirtió una nueva voz. Laudinia, la reina de la primavera, se hallaba tras de nosotros, mirándonos con inquietud y a la vez felicidad—. Lamento mucho deciros que solamente podéis permanecer aquí hasta la tarde...
     ¡Laudinia! —le sonreí con felicidad. Me alegraba mucho de verla.
     Al fin puedo saludarte.
Laudinia estaba plenamente hermosa. Tenía sus rosados cabellos peinados en un recogido que realzaba la grandeza de sus brillantes ojos y me sonreía con amabilidad y afabilidad. Estaba ataviada con un vestido azulado que remarcaba la delicada forma de su cuerpo y resaltaba el sonrosado matiz de sus redondas mejillas.
     Sinéad, estoy muy feliz de poder verte de nuevo, aunque los momentos que podemos compartir sean escasos. Debéis prepararos para la boda. Al final se celebrará dentro de una hora. Brisita está ayudando a Zelm y... Eros, deberías asistir a Aliad. Creo que el único que puede ofrecerle serenidad ahora es otro hombre —se rió inquieta—. Están ambos tan nerviosos...
     ¿-Tenemos que celebrar la boda precisamente ahora, Laudinia? —le preguntó Lluvia extremadamente nerviosa y disgustada.
     Por supuesto. No te preocupes por el mechón de cabellos de tu papá. Estoy completamente segura de que se lo ha llevado el viento. Vayamos a prepararnos antes de que sea más tarde.
     Yo no voy a ninguna parte. No me siento de buen humor para celebrar nada. No quiero festejar nada si mi papá no está con nosotros.
     ¡Ya está bien, Lluvia! —exclamó Sauce empezando a enfadarse—. ¡No podemos detener el curso de las cosas porque él se haya suicidado!
     ¿Qué has dicho? —cuestionó Brisita de pronto. Su inesperada aparición nos sobresaltó a todos—. ¿Puedes repetir lo que has dicho?
     Ayer por la noche fui a ver a Oisín. Sí, incumplí tu norma de quedarse en casa mientras la noche avanza, pero no podía soportar esta incertidumbre. Oisín, quien tiene el manejo de las aguas, me ayudó a ver lo que había ocurrido con él. Se suicidó, eso es todo. No soportó haberte herido tanto y prefirió morir antes que permitir que lo disculpases. Él pensaba que no se merecía que lo perdonases.
     Eso no es posible —negó Brisita empezando a llorar.
     ¿Entiendes ahora, estúpida Lluvia, por qué no tiene importancia que conservemos ese mechón de sus cabellos? Un hada que se suicida no tiene más destino que la muerte eterna.
     ¡Eso que estás diciendo no es cierto! —chilló Lluvia perdiendo totalmente la calma.
     Hija, no grites —la amonestó Brisa con disgusto—. Sauce, ¿estás completamente seguro de lo que dices?
     ¿No me creéis? ¡Pues id a ver a Oisín y ved lo que ocurrió a través de las aguas!
     Sí, sí te creemos, por supuesto que te creemos —musitó Brisa agachando la mirada.
     Vaya —susurré con mucha tristeza.
     Entonces no entiendo nada —expresó Laudinia desconcertada.
     ¿Qué sucede? —le preguntó Eros.
     No tiene sentido que Lianid no posea más destino que la muerte.
     Explícate —le ordenó Sauce con nerviosismo.
     No vuelvas a dirigirte así a la reina de la primavera, Sauce —lo regañó Brisa intentando que las ganas de llorar que la atacaban le permitiesen teñir de firmeza su voz.
     Lo siento. Solamente quiero entender lo que dice.
     Comprenderás que no puedo revelarte algo que la Diosa Ugvia me desvela en el secreto de las auras.
     ¿Qué significa eso?
     Lo que percibamos en el aura de alguien no debe ser descubierto a nadie hasta el momento de su evidencia.
     Laudinia, estás asustándome —me quejé estremecida al darme cuenta de que no dejaba de mirarme hondamente a los ojos.
     Sinéad, tienes que venir conmigo —me ordenó entonces.
     Sí...
     ¿Puedo ir con ella? —le preguntó Eros.
     No. Tenemos que hablar a solas. Brisita, llévalos a todos al valle. Allí nos reuniremos cuando Zelm y Aliad estén preparados. Ah, conduce a Eros a la alcoba donde se encuentra Aliad.
     De acuerdo.
Me conmovió ver cómo el hada reina de la primavera le daba órdenes a Brisita con tanta amabilidad y dulzura. Entonces, Laudinia me tomó de la mano y me condujo, a lo largo de aquel brillante y luminoso corredor, hacia una alcoba preciosa con las paredes pintadas de azul.
     Todavía no has desayunado, ¿verdad? —me preguntó con amabilidad.
     No, pero no tengo hambre.
     Serán los nervios.
     Sí, exactamente.
     Sinéad, lamento haberte puesto tan nerviosa. Quiero que sepas que no es mi intención inquietarte; pero es muy importante que hablemos...
     Sí, no te preocupes. Lo entiendo.
     Sinéad, en tu aura capto algo muy... extraño. Verás, no sé si... Perdóname si soy indiscreta, pero... con Eros... has...
Me hizo una gracia muy tierna ver que Laudinia se había sonrojado tan profundamente. Sus rosadas mejillas habían tomado el color de las fresas maduras. Su rubor me desveló la íntima pregunta que ella no se atrevía a hacerme.
     Sé a lo que te refieres. Sí... sí lo hemos hecho —le contesté con mucha timidez y nervios.
     Pues... entonces ahora lo entiendo todo. Sinéad, estás embarazada de Eros —me sonrió con felicidad.
     ¿De veras? —Al ver que Laudinia asentía, le pregunté inquieta—: ¿Y cómo es posible que puedas saberlo si solamente llevo un día aquí en Lainaya?
     Es la magia. Captamos cuándo otra hada guarda en su vientre la semillita de una nueva vida.
     Has hablado del aura... Sidunia también lo hizo...
     Vemos el aura de los demás... Si te esfuerzas, tú también puedes aprender a percibirla... pero cuesta mucho y se necesita ser nacida en Lainaya para lograrlo.
     Pues no creo que lo consiga nunca —me lamenté con pena—; pero, entonces —recordé de pronto—, ¿qué debo hacer ahora, Laudinia?
     Estas en una situación muy complicada, Sinéad.
     ¿Por qué? ¿No puedo actuar como lo hice cuando estaba engendrando a Brisita?
     No, porque no es la misma situación. Engendraste a Brisita con Rauth, otro habitante de Lainaya, un hada que podía permanecer aquí mientras tú vivías en tu otro mundo; pero ahora sois dos hadas que no formáis parte de Lainaya las que habéis creado otra vida. No puedes... no puedes marcharte si él también se va, pues entonces ese hijito que tienes en tu vientre morirá para siempre; pero tampoco puedes quedarte en Lainaya hasta que lo alumbres porque entonces no podrás volver nunca más a tu otra vida.
     ¿Cómo? —le pregunté a punto de ponerme a llorar. Los nervios estaban descontrolando todas mis emociones.
     En este caso, tienes que elegir, Sinéad: o ese hijito que estás engendrando o tu verdadera vida. Si optas por quedarte aquí para alumbrarlo, nunca más podrás regresar al otro mundo y, si vuelves, entonces...
     No puede ser tan complicado —me lamenté empezando a llorar sin poder evitarlo.
     Eso depende de lo que tenga más valor para ti.
     Pero ¿cómo voy a matarlo? Es un hijito de Eros y mío...
     Y creo que es alguien muy especial... —musitó sin atreverse a mirarme.
     ¿Qué puedo hacer? —quise saber desesperada.
     Pensar bien en lo que deseas. Debes estar completamente segura de lo que escojas.
     ¿Y solamente tengo hasta esta tarde para decidirme?
     Sí, solamente dispones de esas poquitas horas. Lo lamento mucho —se disculpó con los ojos húmedos—. Me habría gustado hablar contigo ayer, pero no te encontré. Sidunia vino a buscarme para contarme lo que había visto en ti...
     Vaya —murmuré a penas sin poder hablar.
     Sé que esto es difícil; pero tienes que serenarte, Sinéad. Piensa bien en tu futuro y en lo que anhelas tener en tu vida.
     Debo hablar con Eros...
     No, no...
     ¿Cómo que no? Tiene que saber esto...
     Perdóname. No estoy acostumbrada a que un hombre también pueda decidir por nosotras.
     No se trata de eso. Este hijito también es suyo, la vida que tenemos en el otro mundo también le pertenece —me quejé con una voz quebrada por los sollozos.
     Lamento verte tan afligida...
     Todo es difícil en mi vida siempre, todo, todo... —estallé de pena y desconsuelo. Enseguida, Laudinia se apresuró a abrazarme—. No quiero irme de Lainaya, pero...
     No decidas nada ahora. Estás demasiado conmovida. Tranquilízate... Vayamos ahora a celebrar la boda de Aliad y Zelm. Seguro que te hace mucho bien despejarte un poco.
     Tengo que hablar con Eros antes.
     Lo harás luego. Vayamos al valle. Seguro que todos nos esperan allí.
     Creo que más de una hadita se sentirá incapaz de celebrar nada.
     Sí, eso es cierto, pero tenemos que hacer un esfuerzo por Zelm y Aliad. Aplazaron la boda por Brisa y ahora... bueno, se han portado muy bien, ciertamente...
     Es verdad...
Aunque apenas pudiese respirar serenamente, permití que Laudinia me condujese hacia donde todos nos aguardaban. Intenté que mis ojos no expresasen todos los sentimientos punzantes que me anegaban el alma, pues no deseaba que nadie se preocupase por mí.
Cuando llegamos a aquel hermoso valle, me encontré de repente con muchas hadas a quienes estaba deseando ver. Además de hallarse allí Sidunia y sus hermanitas, estaban todas esas hadas que también habían asistido a la boda de Brisita y Lianid. No obstante, la ceremonia ya había empezado, por lo que no pude saludarlas con cariño y entusiasmo. Solamente pude dedicarles una mirada llena de alegría y amor.
Brisa hablaba con pausa, pero de su voz se desprendía un sinfín de sentimientos que los árboles parecían acoger en sus ramas. En sus palabras noté tristeza, nostalgia y a la vez una fuerza que solamente podía emanar de su magia; la fuerza que le otorgaba ser la reina de Lainaya, de todas esas hadas que escuchaban atentamente el discurso del hada más importante de ese mágico mundo.
     Estamos aquí para celebrar una unión muy importante; una unión que demuestra que por fin se terminaron todas las enemistades que ensombrecieron la mágica luz de nuestra tierra. Aliad y Zelm, sois ahora parte de un mismo destino que jamás pensamos que pudiese unirse. Sois calor y frío en una misma alma. Vuestra unión refleja el respeto que todas las hadas de Lainaya tenemos que dedicarnos las unas a las otras. Gracias por el amor que ahora os enlaza en una sola existencia. Prometed, ante todos los habitantes de Lainaya y de sus hermosos y poderosos bosques, que os seréis fiel para siempre el uno al otro, que os respetaréis por encima de todas las cosas que forman vuestra vida y que el cuerpo del uno será para el otro el refugio de su alma. Con vuestro consentimiento, uniré vuestras manos en señal de lazo eterno... Bajo este cielo que la mañana hace brillar, entre estos árboles que la madre Ugvia ha creado para nosotros y junto a este viento que no es sino la voz de nuestro amado otoño, os declaro un solo ser, una única vida que discurrirá por el futuro unida a la bondad y al amor más interminables. ¿Queréis que vuestro hado se funda con el del otro para no ser distintos en la vida, para ser un único camino?
     Sí, lo deseamos —respondieron con amor y nervios Zelm y Aliad.
La ceremonia prosiguió con solemnidad y sublimidad, pero a partir de ese momento me costó prestarles atención a las hermosas palabras que Brisita siguió dedicándoles a Aliad y a Zelm. Me fijé en ellos dos y recordé aquel atardecer tan precioso y triste en el que la vida de Lianid se había fundido con la de Brisita. La nostalgia se apoderó de mi corazón al rememorar aquellos azulados instantes. Cuánto tiempo había transcurrido desde entonces, y qué poco había cambiado la magia de Lainaya. Aquel mundo, con su brillante cielo, con sus aromáticos e inocentes bosques, con sus puros habitantes, era la tierra más inmaculada que jamás pudo existir y que para siempre existiría en el inmenso Universo. No podía haber en ninguna parte un hogar más acogedor que aquél que Lainaya les ofrecía a todas sus haditas. Aquella tierra, con todas sus imponentes y profundas regiones, era la morada más perfecta para esas almas que solamente estaban hechas de amabilidad, de ilusión, de luz, sobre todo de luz; aunque entre ellas habitasen hadas que únicamente podían respirar por la noche... Todo en Lainaya eran colores fulgurantes que desprendían las esperanzas más indestructibles. En Lainaya era el único lugar donde realmente existía la felicidad.
     Y así ahora ya sois parte de un mismo destino...
La tierna y nostálgica voz de Brisa se mezclaba con mis turbios pensamientos, los que estaban compuestos del recuerdo de esos intensos momentos que había vivido en Lainaya desde que la había descubierto y de las emociones que aquellos mismos recuerdos me suscitaban. Mi alma estaba anegada en una añoranza sin principio ni fin que parecía haber existido en mi corazón desde que Lainaya naciese en el Universo. Además, todavía tenía ganas de llorar, por lo que no me atrevía a abrir los ojos. Tenía la sensación de que, si Brisita me miraba, ella también arrancaría a llorar desconsoladamente. Era consciente de que, al unir a Aliad y a Zelm, ella también estaba rememorando el crepúsculo de su boda.
     Y, a partir de ahora, solamente podrá separaros la muerte...
Oí que todas las hadas de Lainaya aplaudían entusiasmadamente y lanzaban al aire exclamaciones de amor y felicidad. La alegría que invadía aquel instante contrastaba inmensamente con la pena que me asfixiaba. No podía dejar de recordar lo que Laudinia me había comunicado. Había algo por dentro de mí que tiraba de mi alma hasta casi desgarrármela. Tal vez fuese una certeza que ella no me había desvelado en ningún momento: aquel día era el último que podía vivir en Lainaya si me marchaba llevando en mi vientre la semillita de una nueva vida. Si me iba, matando entonces a mi hijito de forma inevitable, las puertas de ese mágico mundo se me cerrarían para siempre... No habría regreso tras mi partida...
¿Y cómo podría existir en mi otra vida aceptando que nunca más volvería a ver las imponentes y perladas montañas de Lainaya ni a todas esas hadas que tanto y tanto quería? ¿Cómo podría seguir soñando sabiendo que mi destino nunca más se mezclaría con el de Brisa o el de todos esos bosques que tanto me arrobaban? ¿Sería capaz de existir sabiendo que jamás volvería a ver a mi hijita? ¿Cómo podría vivir sin ver una vez más el color que toma el cielo de Lainaya cuando el amanecer empieza a rozar las estrellas que relucen en la noche? ¿Qué color tendrían mis atardeceres guardando en mi alma la certeza de que nunca más podría volver a ese mundo donde la inocencia construye hogares indestructibles? ¿Por qué tenía que contrastar tanto el lugar donde mi vida tuvo comienzo desde hacía tantos años con esa tierra tan luminosa y pura?
     No puedo —susurré incapaz de aceptar todas aquellas certezas. Las ganas de llorar que me atacaban tan vilmente me hicieron separarme velozmente de Eros y empezar a correr entre los árboles sin darle a nadie la oportunidad de que me detuviese—. No, no puedo, no puedo.
Corría entre los árboles fijándome, a través de mis relucientes lágrimas, en el color del cielo, en la bella forma de esos árboles que dejaban caer sus hojas con lentitud y lástima, como si les diese nostalgia que el otoño se las arrancase de sus ramas. Aspiraba el aroma que manaba de las flores, del suelo, de las hojas caídas. Y todas esas percepciones no hacían sino intensificar mi dolor, mi tristeza, mi impotencia. No podía disfrutar de los últimos momentos vividos en Lainaya si tenía en mi alma unas certezas tan potentes.
Oí que alguien me llamaba desde la distancia, pero no quise escuchar ninguna voz. Seguí corriendo, sin tener la menor idea de hacia dónde deseaba dirigirme, alejándome cada vez más del valle donde todas las hadas de Lainaya habían comenzado a tocar una música muy alegre que contrastaba vivamente con las lágrimas que no dejaban de brotar de mis ojos. Al fin, me percaté de que me cubrían unas ramas frondosas que me protegían de la luz del día. Me senté en el suelo y permití que todas esas ganas de llorar tan potentes se adueñasen irrevocablemente de mí.
     No quiero irme, no quiero. ¿Por qué tiene que estar ocurriéndome esto? —me preguntaba inmensamente desconsolada—; pero ¿cómo puedo abandonar mi vida definitivamente?
Aquellas ganas de llorar tan destructivas no dejaban de intensificarse a medida que iba siendo cada vez más consciente de mi situación. No podía decidirme por nada, no podía escoger una vida u otra, pues ambas para mí tenían demasiada fuerza.
De repente, cuando creí que la noche me alcanzaría sin haberme decidido por nada, alguien me tocó el hombro con una sutileza muy dulce. No quería conversar con nadie, pero tampoco podía ignorar a quien se había molestado en buscarme para hablar conmigo. Sabía que lo único que deseaba quien estaba a mi lado era consolarme.
     Sinéad, ¿qué te sucede?
Aquella voz... aquella voz me había alentado ya en infinidad de ocasiones. Aquella voz también me había dedicado palabras anegadas en nerviosismo y disgusto. Aquella voz era tan familiar para mí que por unos momentos me olvidé de toda mi tristeza.
     Oisín —le sonreí a través de mis lágrimas mientras me lanzaba a él para abrazarlo—. Cuánto me alegro de verte, Oisín.
     No lo parece —se rió él retirándome las lágrimas que no dejaban de resbalar por mis redondas mejillas—. ¿Qué te sucede? ¿Por qué lloras así?
     Oisín, Oisín... Lamento estar así.
     Dime qué te acaece, anda —me animó retirándome de su pecho para mirarme a los ojos.
     Debo escoger entre...
     ¿Entre? —me preguntó con cariño al ver que me costaba explicarme.
     Entre mi vida en Lainaya o en mi otro mundo. Llevo en mi vientre la semillita de una nueva vida.
     ¿De veras?
     Sin embargo, no podré alumbrarla si me marcho, pero, si me quedo... tendré que renunciar para siempre a mi otra vida.
     Vaya —se lamentó entornando sus verdosos y profundos ojos.
     ¿Qué harías tú?
     Evidentemente, me quedaría; pero te hablo desde una distancia inadecuada, Sinéad. Yo no sé si eres tan feliz en tu otra vida como para renunciar a ser madre aquí. Te habla un habitante de Lainaya; alguien que nunca, nunca, abandonaría esta tierra. Dime, ¿qué tienes en tu otra vida?
     Tengo a mi creador, tengo a algunos amigos...
     ¿Y qué más? Todo eso puede estar aquí también.
     Soy un ser fuerte y eterno...
     ¿Merece la pena ser así si no eres feliz en tu otra vida? Ese mundo cada vez está más corrompido. Tu alma es demasiado pura para vivir ahí, Sinéad.
     Oisín... —musité sorprendida.
     Aquí te queremos muchísimo, Sinéad —me confesó acariciándome el cuello y después la espalda. No estaba acostumbrada a que Oisín fuese tan cariñoso conmigo; por lo que me sonrojé un poco—. Puedes ir a buscar a tu creador para que viva contigo.
     Tengo a más amigos allí en la Tierra.
     ¿Y tú eres tan importante para ellos como ellos lo son para ti?
     Pues no lo sé. Lo cierto es que últimamente no me apetecía estar con nadie.
     ¿Te preocupa dejar de ser vampiresa para siempre, verdad?
     Sí. No me disgusta ser lo que soy...
     Sería maravilloso que pudieses vivir aquí con la posibilidad de optar entre las dos formas, ¿verdad?
     ¿Cómo?
     Sería maravilloso que pudieses vivir aquí decidiendo qué quieres ser en cada instante.
     Sí, sí... Eso lo solucionaría todo —me reí inquieta.
     Pero, lamentablemente, eso no se puede hacer.
     ¿Por qué no?
     Porque los vampiros sois seres de la oscuridad. Nacisteis de una fuerza que no se asemeja en absoluto a la que creó Lainaya.
     Pero...
     Y aquí no podrías alimentarte, Sinéad.
     Sí, es cierto. Es una locura... —susurré desanimada.
     Lamento no poder ayudarte a decidirte. Esa elección solamente tienes que hacerla tú.
     Lo entiendo, no te preocupes. Muchas gracias por querer hablar conmigo.
     Eros está preocupado por ti. Estaba buscándote. Aunque esto te parezca imposible, ya ha pasado mucho tiempo desde que abandonaste la ceremonia.
     ¿Cuánto?
     Pues se acerca la tarde...
     No, no, no —negué nerviosa. Noté que empezaba a dolerme el vientre.
     Se aproxima el momento de vuestra marcha.
Justo cuando Oisín pronunció aquellas palabras, oí que alguien se acercaba a nosotros. Alcé los ojos y descubrí a Eros entre los árboles. Estaba acompañado de Courel y de Brisita.
     Sinéad —me apeló Courel tal como siempre lo había hecho cuando nos habíamos hallado a solas; lo cual me inquietó inmensamente—, llevamos buscándote desde el mediodía.
     Ya sabemos lo que te sucede, Shiny —me informó Eros acercándose más a mí—. Laudinia nos lo ha contado todo.
     ¿Qué podemos hacer, Eros? —le pregunté levantándome del suelo. Oisín, quien no había dejado de abrazarme, me dejó ir con ternura.
     Sinéad, sabes que tener un hijito contigo siempre ha sido uno de mis sueños; pero creo que éste no es el momento. Debemos volver, Sinéad.
     ¿Cómo? ¿Quieres que nuestro hijito muera? Si nos marchamos...
     ¿Y qué ocurre con Leonard, Sinéad? ¿Acaso no recuerdas que nos necesita?
     Leonard puede vivir aquí perfectamente.
     Sabes que eso no es verdad, Sinéad. A Leonard únicamente le gusta ser vampiro —se rió nervioso—. No puedes obligarlo a que viva en Lainaya porque tú no desees perderlo. Tienes que escoger. Sinéad, yo no quiero vivir en Lainaya para siempre —me confesó estremecido.
     ¿No quieres? —le pregunté incrédula.
     No, Sinéad. Aunque nuestro mundo sea un asco, yo prefiero vivir allí. Además, si lo que quieres es alejarte de esa sociedad que tanto te repugna, podemos irnos al mundo que tú creaste. Allí estaremos con todos.
     Ese mundo no es real. Solamente existe en nuestra vida.
     ¿Y qué es Lainaya, Sinéad?
     Lainaya es mucho más real.
     Ese mundo lo creaste tú con tu alma y la fuerza de la naturaleza. ¿Cómo puedes decir que no es real?
     No quiero irme de Lainaya, Eros.
     Sinéad, por favor, recapacita...
     ¡No quiero irme! —exclamé desesperada.
     Sinéad, de veras me apena mucho decirte esto, pero creo que Eros tiene razón. No puedes quedarte aquí, Sinéad —intervino Brisita con mucha lástima—. A mí también me gustaría que pudiésemos vivir juntas, pero aquí no está tu hogar, mamá.
     Brisita... —susurré incapaz de creerme lo que acababa de decirme.
     Yo también quiero vivir contigo, mamá... ¡pero tenemos que aceptar que no formamos parte del mismo mundo!
Entonces comprendí que lo que la guiaba a hablar tan firmemente no era la realidad que designaban sus palabras, sino la tristeza y la impotencia más infinitas. Cuando me percaté de cómo se sentía mi hijita, el nudo que todavía me presionaba la garganta se volvió irrevocablemente potente.
     Yo no quiero aceptar esa realidad. ¿Cómo puedes decir que no somos parte del mismo mundo si nos une un lazo mucho más fuerte que el que vincula la vida a la muerte? —le pregunté frustrada.
     ¿Te crees que a mí no me duele que tengas que irte para siempre? Pero sé que, si te marchas, no podrás volver nunca más, Sinéad, pues al irte no te llevarías solamente tu vida, sino la de un ser que está creciendo en tu vientre y por quien tendrías que dar la vida en vez de quitarle la suya.
     No puedo hacer nada —me quejé descontrolada por un llanto inconsolable.
     Sinéad, yo no quiero renunciar a ti —protestó también Eros—. No me hagas vivir sin ti, mi Shiny. Ven conmigo. Te prometo que tendremos otra oportunidad para engendrar otro hijito.
     Ésta es la única oportunidad que tenemos, Eros —le aseguré cada vez más deshecha.
     No puedes tardar más en irte, Sinéad —me dijo de pronto Zelm. Al verla tan pura, vestida de blanco y con sus claros ojos llenos de lágrimas, me pregunté si podría recordar el día de su boda como el más feliz de su vida—. Nos duele mucho todo esto, pero... tienes que irte. Si tardas más... no podrás volver.
     Lo siento mucho —se lamentó Brisita llorando desconsoladamente—. Ésta es nuestra última despedida, mamá...
     Que seas muy feliz, Brisa —le deseé casi sin poder hablar—. Gracias a todas por quererme.
     Gracias a ti por amar Lainaya —me contestó un sinfín de voces inesperadamente.
Entonces reparé en que me rodeaban todas esas hadas que había ido conociendo en mis distintas estancias en Lainaya. Al verlas a mi lado, la emoción y la tristeza que me presionaban el alma me hicieron sollozar más hondamente. Eros, entonces, al captarme tan deshecha, me tomó de la mano y empezó a caminar hacia un hueco entre los árboles... un hueco del que comenzaba a emanar una oscuridad que, lentamente, fue envolviéndonos. Aquella oscuridad era el camino que nos alejaría para siempre de Lainaya y nos lanzaría a nuestro cruel mundo, a nuestra indeseada vida...
Cuando noté que toda aquella espesa oscuridad me había rodeado irrevocablemente, me fijé desesperadamente en mi alrededor intentando encontrar el último haz de luz que emanaba de Lainaya. Entonces noté que tras de mí todavía quedaban unos pocos destellos de colores muy cálidos que parecían despedirse de mí con unas tibias caricias. Sin poder evitarlo, recordé todo lo que había vivido en mi última estancia en Lainaya: las palabras de Laudinia, la tristeza de Brisita, los hermosos paisajes que habíamos descubierto, aquellas haditas tan buenas que había conocido... y, como si aquellos pensamientos fuesen una voz que me susurraba órdenes inesperadas, me volteé con rapidez, sin pensarlo, sin ni siquiera esperarlo.
     ¡Sinéad!
La voz de Eros sonó lejana, como el último eco de un grito de desesperación que se pierde entre las montañas. No lo escuché, ni siquiera su llamado creó pensamientos en mi mente. Lo único que hice fue volver, volar hacia ese fulgor que manaba de la última brizna de Lainaya. Regresé sin pensar, sin preguntarme nada, si ni tan sólo sentir. Enseguida noté cómo su magia me atraía, me envolvía, me acogía al fin. De nuevo percibí la otoñal tibieza del bosque donde nos habíamos hallado todos juntos por última vez, oí el rumor de sus cristalinos ríos y también capté la voz de alguna de esas hadas que tanto quería.
El cielo de Lainaya me cubría de nuevo. Estaba lejos de la oscuridad. Todavía pendían de mi espalda esas alitas que tan hermosas me parecían y entre mis cabellos se escondían esas puntiagudas orejitas de aspecto tan inocente. Supe que no había mudado de forma en ningún momento. A la oscuridad de nuestro mundo no le había dado tiempo a cambiar la apariencia de mi cuerpo. Entonces fui consciente de que la vida que crecía en mi vientre no se había desvanecido.
     ¡Sinéad!
La voz de Brisita se adentró repentinamente en mis turbados pensamientos. Abrí los ojos de repente y entonces me percaté de que me hallaba tendida sobre la mullida hierba que alfombraba el suelo del bosque donde Aliad y Zelm se habían unido para siempre y que me rodeaban todas esas hadas de las que me había despedido tan apresuradamente hacía unos momentos.
     ¿Qué has hecho, Sinéad? —me preguntó Brisita exaltada.
     Brisa —la llamé desconcertada. Me sentía levemente mareada.
     ¡Sinéad! ¿Eres consciente de lo que has hecho? —me preguntó Laudinia intentando no parecer nerviosa.
     No. Yo solamente quería regresar a Lainaya. No quería volver a mi mundo.
     Tal vez esa decisión no la hayas tomado tú sola —reflexionó Oisín entornando sus acuáticos ojos.
     No lo sé... No quería volver —repetí empezando a llorar. Me pregunté si en algún momento había dejado de hacerlo.
     Sinéad... —susurró Zelm agachándose a mi lado—. Sinéad, lo que has hecho...
     No quería alejarme de vosotros. Yo no quiero vivir en la Tierra. No puedo ser feliz allí. Yo quiero estar aquí —balbuceaba incapaz de dejar de llorar.
     Está bien, Sinéad, tranquilízate —intentó serenarme Zelm acariciándome los cabellos.
     Pero ¿eres consciente de lo que has hecho, Sinéad? —me preguntó Aliad estremecido.
     No... —musité desorientada.
     Has dejado que Eros regrese solo a vuestro mundo...
     Y te has alejado de tu vida para siempre —prosiguió Sidunia sorprendida.
     Dejadla. No la agobiemos ahora... —opuso Zelm con cariño—. Permitamos que se serene... y después hablaremos con ella seriamente. Creo que Ugvia tendrá que intervenir en esa conversación...
Apenas podía prestarles atención a las palabras que todas esas hadas me dirigían. Me sentía tan desconcertada que me costaba pensar con claridad. Intenté centrarme aspirando la fragancia de ese bosque maravilloso y observando a mi alrededor, pero me sentía excesivamente mareada, tanto que creí que iba a perder la consciencia en cualquier momento. Me resguardé entonces entre los brazos de Zelm para no notarme tan desprotegida. Zelm me acogió en sus brazos como si hiciese muchos siglos que anhelaba abrazarme. Permanecimos abrazadas durante un tiempo que la luz del día no se atrevía a convertir en atardecer. Ya no sabía qué deseaba. Solamente latía por dentro de mí el empiece de un alivio que fue minando mis ganas de llorar, convirtiendo ese llanto en una creciente serenidad que me cerró los ojos y me facilitó poder respirar cada vez con más calma. Entonces sí pude oír el eco de la voz de Lainaya. Creí percibir agradecimiento en el sonido del viento, en la dorada luz que llovía del cielo y en los tallos de hierba que habían creado para mí esa alfombra tan mullida donde encontré al fin esa paz que la oscuridad de la vida me había arrebatado hacía un tiempo incalculable.
 

2 comentarios:

Wensus dijo...

¡Que giro argumental! ¡Bravo! Trepidante, un capítulo muy bueno. Has conseguido que me divida entre quedarse en Lainaya y criar a su hijo o marcharse para siempre y perder al niño. Al principio pensé que mejor Lainaya, pero luego pensé en Leonard y me entraron las dudas. Yo creo que no ha sido una decisión solamente de ella, el bebé ha influenciado. Vale que todavía no es nada, pero está ahí y en Lainaya todo es mágico. Pobre Eros, me lo imagino en la tierra, sólo, perplejo al perder para siempre a Sinéad...¡Para siempre! Se han separado definitivamente, ¡que fuerte! Yo la verdad, no dudaría y me quedaría en un mundo así, aunque los seres queridos tiran mucho y sería incapaz de vivir sin ellos.El sueño erótico con Courel ha sido como una predicción. Que ser más sexy y atractivo, me encanta como lo describes. Está embarazada de Eros pero ya no lo volverá a ver nunca más...y el bebé no conocerá a su padre (a no ser que lo observe en esas aguas en las que podía ver lo que ocurría en la tierra). Estaría bien que al menos pudiese mandar un mensaje a Eros, explicando que no ha sido una decisión suya, que su cuerpo y el bebé han decidido por ella. Aunque entiendo a Eros, me ha sentado un poco mal que la idea de tener un hijo con Sinéad no sea suficiente motivo para quedarse en Lainaya. Un mundo maravilloso y poder formar una familia...Yo creo que se arrepentirá. Que interesante está todo, ¡quiero saber más! ¡No tardes en seguir, please!

Uber Regé dijo...

El final de capítulo no me lo esperaba para nada, en el último momento Sinéad se echa atrás, en una decisión que lo pone todo patas arriba. Antes, hemos descubierto que, nuevamente, Sinéad va a ser mamá, ¡y de un hijo de Eros, nada menos! Eso sí que es todo un record. El episodio de Courel es muy perturbador, ¿será verdad eso que dicen sobre que las embarazadas levantan pasiones, sobre todo al principio de su gestación? Es un ser muy atractivo, no hay duda, y aunque Sinéad ama a Eros... pues eso, que le tira, le tira mucho, me ha encantado cómo va repasando situaciones pasadas... ¿Qué pasó con Rauth? Ejem... bueno... eso es algo pasado muy complicado... jajajajajaj, qué bien está. Lo del mechón, Lluvia, Sauce, el suicidio... es todo muy triste, ahí queda una historia sin cerrar que me encantaría poder resolver sin que deje ese rastro de dolor, pero no se me ocurre cómo podría ser. Luego... todo se precipita, Oisín me ha caido siempre muy bien, pero yo creo que inclina demasiado la voluntad de Sinéad, quedarse en Lainaya sin Eros, ¡qué disparate! Me parece normal que Eros no quiera quedarse para siempre, son vampiros, no se me olvida eso, Lainaya es una visita, pero cuando se viaja hay que regresar luego a casa... además, no ha sido algo consensuado, en el último momento se ha echado atrás, ¡qué situación! Desde luego, eres única para poner suspense a las narraciones, ¡ya sabes que yo lo que quiero es que acabe bieeeeen! Jajajajajaja, me encanta.