LA MAGIA DE UNA
NOCHE INESPERADA
El advenimiento del invierno se adivinaba en
el gélido aliento de la noche. Hacía frío y viento. Las hojas caídas de los
árboles se arremolinaban en los rincones y en algunos portales. Entonces me
percaté de que solamente estaba ataviada con aquel vestido lila que tanto le
había gustado a aquella anciana tan adorable y habladora. Sus portaba un
hermoso y grueso abrigo con el que se protegía y además llevaba unos guantes de
lana que impedían que el helor de la noche congelase sus manos. También tenía
anudada en su cuello una bufanda roja de punto. Aunque el frío nunca me ha
hecho temblar, ansié gozar de unas prendas tan acogedoras.
-
¿No tienes frío? –me preguntó Sus extrañada. Aunque llevásemos tiempo
caminando juntas por aquellas calles tan solitarias, todavía nos hablábamos y
mirábamos con vergüenza.
-
No tenía previsto salir, así que se me ha olvidado coger mi abrigo –me
excusé abrazándome el pecho, fingiendo tener mucho frío.
-
¿Quieres que volvamos?
-
No, no es menester.
Parecía que mi respuesta la
inquietaba y la extrañaba, pues durante unos largos momentos no volvió a
decirme nada más. Mientras caminábamos, me fijaba en todos los detalles de
aquella Ciudad tan curiosa y bien cuidada.
-
Allí está la churrería –me informó señalándome un pequeño
establecimiento situado en una esquina.
-
De acuerdo.
Cuando Sus compró todo lo que
deseaba, regresamos a nuestro hogar con un paso ligero y levemente impaciente.
Parecía como si ella temiese que el frío de la noche pudiese arrebatarme todo
el calor de mi cuerpo. Su actitud me conmovió infinitamente.
Pese
a que mi COMPORTAMIENTO la extrañaba, volví a subir por las escaleras. Nos
reencontramos en el rellano donde se hallaba su hogar. Estaba a punto de
despedirme de ella y agradecerle que hubiese sido tan gentil conmigo cuando,
inesperadamente, me preguntó:
-
¿Quieres que te presente a mis amigos?
-
Me gustaría mucho, pero no
quiero molestar –le contesté sonriéndole simpáticamente.
-
No molestas. Estoy segura de que a todos les caerás muy bien –me dijo
conduciéndome ya hacia la puerta de su casa—. Por favor, pasa. Me gustaría
mucho presentártelos.
-
¿De veras? Tal vez no sea el momento...
Me sentía indeciblemente
nerviosa. No estaba segura de que la sed no hubiese turbado el color de mis
ojos ni de ir vestida adecuadamente; pero no podía negar que me apetecía
muchísimo conocer a todos los amigos de aquella mujer tan simpática, dulce y
amable.
-
Por favor, pasa –me insistió abriendo ya la puerta.
-
Muchísimas gracias –le dije agachando los ojos, ya entrando en su
hogar—. Es un honor para mí que me invites a tu morada.
-
Eres encantadora. Lo hago de todo corazón. No tienes que agradecérmelo
–me aseguró guiándome ya por un estrecho y largo corredor—. Aquí está el salón.
-
La distribución de tu hogar es idéntica a la del mío –me reí curiosa—.
Es muy bonito, de veras.
-
Gracias.
Entonces Sus abrió lentamente
una gran puerta que comunicaba con un salón cuya apariencia se asemejaba
muchísimo al de mi casa. Los muebles que decoraban aquel confortable y acogedor
rincón me parecieron muy hermosos y elegantes. No obstante, lo que más me
inquietó y me alegró al mismo tiempo fue apercibirme de que todas las personas
que había en aquel lugar me miraban con fijación e interés. Inmediatamente mis
mejillas ardieron.
-
¿quién es, Sus? –le preguntó un hombre muy atractivo, de ojos
profundos. Al percatarme de que era calvo, enseguida supe que se trataba del
marido de Sus.
-
Es Sinéad. Nos hemos encontrado en el rellano. La señora Hermenegilda
no la dejaba en paz –rió cariñosamente tomándome del brazo con delicadeza y
conduciéndome hacia el interior del salón—. Puedes sentarte donde desees,
Sinéad –me invitó señalándome un cómodo sofá—. Me ha acompañado a comprar
churros –les informó complacida.
-
Pobre. La señora Hermenegilda habla demasiado –indicó otro hombre de tez
y cabellos oscuros y ojos curiosos.
-
Sinéad, te presento a Wen, mi hermano; a Diamante, mi marido; Duclack,
mi mejor amiga, y Vicrogo, mi mejor amigo –me dijo Sus con atención y cariño—.
Además de mis hijos, los cuatro son los seres más importantes de mi vida.
-
Encantada de conoceros a todos –indiqué avergonzada, incapaz de
mirarlos a los ojos.
-
Para nosotros también es un placer –me comunicó Diamante tomando mi
mano derecha para besármela, lo cual me hizo sentir muchísimo más avergonzada.
-
Sí, estamos encantados de conocerte –apuntó Wen sonriéndome con
curiosidad.
Entonces, inesperadamente, un
recuerdo anegó mi mente, invadiendo todos mis sentimientos y alejándome de ese
instante. Me acordé de una noche lluviosa y tenebrosa en la que unas personas
guiadas totalmente por la curiosidad y un espíritu excesivamente aventurero se
habían adentrado en la última morada en la que habíamos habitado todos. Aquella
noche fue realmente inquietante, pero también hermosa, pues descubrí que no había
perdido la capacidad de relacionarme con una especie de la que me había alejado
hacía ya demasiados años. En aquella lejana noche de Halloween había nacido en
mi alma una esperanza que sin embargo murió en cuanto la intransigencia y temor
de mi padre habían decidido el destino de todos aquellos humanos que tan
adorables me habían parecido.
Reparé en que mis recuerdos me
habían alejado demasiado de aquel instante, por lo que me esforcé en huir de la
voz de mi memoria para prestarle a aquel momento toda la atención que se
merecía. Hacía ya demasiado tiempo de aquella noche. No merecía la pena que su
recuerdo me entristeciese, al contrario. Debía sentirme orgullosa de que el
destino hubiese vuelto a ofrecerme la oportunidad de conocer a aquellas
personas tan adorables. No obstante, no podía negar que me acongojaba ser
consciente de que ninguno de ellos se acordaba de lo acaecido...
-
Sinéad se ha trasladado a vivir aquí. ¿Os acordáis de los ruidos que
escuchábamos cuando estábamos adornando el piso? Eran ellos –se rió Sus con
cariño.
-
¿De veras? Sentimos mucha curiosidad. Era extrañísimo escuchar tanto
escándalo a esas horas tan nocturnas –se rió también Diamante—. ¿Eráis vosotros,
entonces?
-
Sí, éramos nosotros.
-
¿Y por qué hicisteis la mudanza por la noche? –se interesó Wen
intentando no reírse.
-
Por el día no podíamos –le aclaré sintiéndome avergonzada y nerviosa.
-
Vaya, pobres –se lamentó Vicrogo—. Deberíais habernos pedido ayuda.
Nosotros solemos pasar aquí muchísimo tiempo.
-
No nos atrevimos –le confesé sonriéndole con nostalgia—. Además,
tampoco fue tan costoso –mentí.
-
¿Y cuántos años tienes, Sinéad? –me cuestionó Diamante, quien no
cesaba de mirarme fijamente. Me parecía que mi aspecto le resultaba levemente
inquietante y excesivamente misterioso.
-
Pues... tengo veintidós años.
-
Tu voz hace creer que eres más joven –aseveró Vicrogo.
-
¿De veras? Vaya, jamás lo habría dicho –me reí incómoda—. Por cierto,
me gusta mucho el árbol de Navidad que tenéis. Es muy bonito.
-
Gracias, Sinéad —dijo Sus.
-
Por cierto, Sus, pon los churros ya o se enfriarán –le pidió Duclack,
quien parecía tener muchísima hambre.
Sus se alzó de donde estaba
sentada y se dirigió hacia la cocina, dejándome a solas con Vicrogo, Diamante,
Duclack y Wen, quienes no cesaban de mirarme como si quisiesen encontrar en mi
rostro las palabras que yo no me atrevía a pronunciar. Me sentía tan
avergonzada que creía que jamás sería capaz de hablar.
-
¿Dónde vivías antes, Sinéad? –me preguntó Wen.
-
Vivía en una casita en medio del bosque –le expliqué con nostalgia—.
Mi novio deseaba venir a vivir a la ciudad... Le ha costado mucho convencerme.
-
Vaya, yo también vivo en una casita en medio del bosque –me informó
Wen ilusionado—. Adoro la naturaleza.
-
Yo, también –le sonreí.
-
Yo también la adoro. Me gustan mucho los animales. Tengo un Zoo parque
muy bonito. Puedo llevarte para que lo veas cuando lo desees –me ofreció
Vicrogo con una amplia sonrisa haciendo brillar sus ojos.
-
Me gustaría mucho, de veras. Yo también adoro los animales –le
correspondí con otra cariñosa sonrisa.
-
Yo soy capitana de un barco –me explicó Duclack amablemente—. Diamante
es mi hombre de confianza. Hemos vivido juntos muchísimas aventuras y momentos
espléndidos.
-
¿Eres capitana de un barco? –le pregunté sorprendida—. Yo jamás sería
capaz de ser algo así –me reí incómoda—. Tienes que ser muy valiente para
capitanear un barco.
-
Sí, es cierto –corroboró Wen—. Yo también soy pirata; pero no soy un
pirata de esos malos –se rió al percibir mi estupefacción—. Adoro investigar
lugares remotos en busca de tesoros escondidos.
-
Es una inquietud muy hermosa –le sonreí.
-
¿Y a ti qué te gusta hacer, Sinéad? –me preguntó Vicrogo—. Por cierto,
debo confesarte que me parece haber visto tu rostro en otro lugar... Tus ojos
me resultan levemente conocidos, pero no recuerdo...
-
¿De veras? Es extraño. Yo nunca te he visto –mentí con pena.
-
Dinos, Sinéad, ¿qué te gusta hacer? –me preguntó Wen.
-
Adoro tañer el arpa y cantar –le contesté tímidamente.
-
Qué bonito –murmuró Diamante—. Tú también pareces proceder de otra
época.
Entonces inesperadamente el
silencio se adueñó de nuestra conversación. Parecía como si las palabras de
Diamante nos hubiesen robado la voz. Para evitar que mis ojos les confesasen que
aquella situación me incomodaba levemente, me dediqué a observar tierna y
minuciosamente la apariencia de cada uno. Wen me parecía muy atractivo. El
color bronceado de su piel y sus profundos ojos me hacían pensar en tierras
lejanas donde el sol brilla intensa e incesantemente. Además, cada vez que
sonreía, sus insondables ojos relucían con tibieza. Duclack también me parecía
muy singular y curiosa. Me gustaba cómo miraba, como queriendo atrapar con sus
ojos todos los detalles de su alrededor.
Tenía la sensación de que tanto
Diamante como Vicrogo eran personas a quienes les gustaba escuchar y hablar. No
obstante, la forma en que Vicrogo se expresaba difería muchísimo de cómo
hablaba Diamante. Diamante parecía querer declarar absolutamente todos los
pensamientos y sentimientos que encerraba en su mente. Hablaba rápidamente,
casi atropellándose con sus propias palabras, mientras que Vicrogo lo hacía
lentamente y con claridad, como si desease que absolutamente todas sus frases
fuesen plenamente entendidas.
De repente, cuando creía que
nadie se atrevería a quebrar aquel denso silencio, Sus apareció portando una
bandeja plateada con varias tacitas que contenían un líquido denso y oscuro. La
dejó encima de una mesa que quedaba enfrente del sofá donde estábamos sentados
y nos miró con complacencia.
-
He hecho chocolate, por eso he tardado más –nos informó divertida.
Había seis tazas, por lo que
deduje que una de ellas era para mí. Aquella certeza me hizo sentir
infinitamente incómoda. No me atrevía a rechazarla, pues con algunas de mis
palabras y mi apariencia ya les había demostrado que yo era muy extraña; sin
embargo sabía que no podía ingerirla.
-
Te lo agradezco muchísimo, Sus; pero lo siento. No me gusta el
chocolate –le confesé con timidez.
-
¡No te gusta el chocolate! –exclamó Vicrogo escandalizado—. ¿Cómo es
posible que no te guste el chocolate?
-
No lo sé —me reí incómoda, aunque impregné de vergüenza e inocencia mi
sonrisa para que no se apercibiesen de mis verdaderos sentimientos—. Soy
bastante delicada con la comida.
-
No te preocupes. Me lo tomaré yo –resolvió él alcanzando una de
aquellas tazas mientras extraía un churro de la bolsa que Sus había comprado—.
Aquí no se desaprovecha la comida.
-
Es cierto –rió Duclack.
Entonces, a partir de aquel
instante, comenzamos a conversar serena y animadamente acerca de todo lo que
nos gustaba hacer, de nuestras aficiones, gustos y sentimientos. Sin preverlo,
me percaté de que me sentía muy cómoda a su lado, como si en realidad ellos
conociesen mi verdadera identidad. Sin darme cuenta, me había alejado de mi
presente, incluso me había olvidado de Eros, quien permanecería aguardando
nervioso mi llegada. El tiempo transcurría sin que ninguno de nosotros reparase
en su paso.
De repente, cuando creíamos que
aquella noche se eternizaría, alguien llamó a la puerta de aquel hogar tan
calmado y acogedor. Me asusté cuando pensé que podía tratarse de Eros, quien,
inquieto y desconcertado, se habría atrevido a venir a buscarme; pero, cuando
Sus abrió la puerta, supe que mis figuraciones habían sido muchísimo más dulces
que la realidad.
-
Buenas noches, señora Hermenegilda –la saludó Sus.
-
Sabía que estabais reunidos. No me preguntes cómo me he enterado. Ya
sabes que yo lo sé todo –le aclaró introduciéndose sin permiso en su casa. Me
estremecí de inquietud cuando oí que su voz se acercaba por el pasillo—. Os he
traído rosquillas que he hecho. Llevan anís. Me dijeron que el anís va muy bien
para la circulación –confesó ya adentrándose en el salón.
-
Buenas noches, señora Hermenegilda –la saludamos todos con un ápice de
desgana tiñendo nuestra voz.
-
Mirad, os he traído rosquillas. Las he hecho yo. Mañana traeré cocido.
No sé si toca... No, creo que toca garbanzos con cordero. Igualmente os traeré
una gran olla para que tus hijos Dantesco y Susela coman también.
-
Se llaman Dante y Suselle, señora Hermenegilda –la corrigió Sus con
paciencia—. Además todavía son muy pequeños; aunque se lo agradezco mucho.
-
¡Anda, enciende la estufa de leña, que hace frío! –le ordenó
sentándose sin permiso en una silla—. Una ya no está para estos trotes.
-
¿Quieres rosquillas, Sinéad? –me preguntó Wen tendiéndome la bandeja
que la señora Hermenegilda había traído.
-
No, gracias. No me gustan –rehusé cortésmente.
-
Pero ¿a ti qué te gusta comer, chiquilla? –me preguntó Vicrogo
extrañado.
-
Pues...
-
Le gustarán los cocidos que hago yo.
-
No, señora. No como carne —confesé nerviosa.
-
¿Eres vegetariana? ¡Yo también! –exclamó Sus con felicidad—. Conozco
muchísimas recetas exquisitas. Puedo invitarte a comer cuando quieras.
-
Muchas gracias, pero... será mejor que me marche –declaré alzándome
repentinamente del sofá—. Se me ha hecho muy tarde. Eros estará preocupado por
mí.
-
¿Eros? Qué nombre tan mitológico –se rió Vicrogo sorprendido.
-
No es su verdadero nombre, pero no quiere que se lo revele a nadie –le
confesé confundida—. Es tan especial...
-
Se nota que estás enamorada. Te brillan los ojos cuando hablas de él
–apuntó Wen con cariño.
-
Sí, es cierto.
-
¡Qué suerte tienes, chiquilla! A una ya ni la miran –se lamentó la
señora Hermenegilda.
-
Estoy segura de que muchos se detendrán para mirarla –la contradije
con educación y cariño.
-
Qué pena que tengas que marcharte. Tu compañía nos resulta muy grata
–suspiró Vicrogo.
-
Nos veremos muy pronto. Además, me gustaría invitaros a mi casa una
tarde –les revelé alegre.
-
¿A mí también? –me preguntó la señora Hermenegilda.
-
Si puede... –divagué desorientada.
-
Gracias. Mañana sí puedo –declaró feliz—. Llevaré torrijas y pudin.
-
Pudin... puaj –musitó Duclack intentando no reírse.
-
Ya, incluso el nombre da asco –susurró Diamante.
-
Mañana os espero a las siete de la tarde en mi
casa. Vivo en el noveno primera –les sonreí. Temía que la señora Hermenegilda
hubiese oído las palabras que Diamante y Duclack habían intercambiado—. Hasta
mañana.
-
Si quieres, te acompaño a la puerta –se ofreció
Wen.
-
De acuerdo –le sonreí.
-
Ha sido un placer conocerte, Sinéad –me confesó
mirándome profundamente a los ojos antes de que yo saliese de aquel hogar tan
ameno—. Qué rabia que la señora Hermenegilda haya venido interrumpiendo nuestra
interesante conversación. Me apetecía contar algunas de mis aventuras.
-
Mañana podrás hacerlo. Además, ya es tarde...
-
Mañana también estará esa pesada –suspiró
agotado.
-
Volveré a invitaros alguna tarde que ella no
pueda venir –le prometí—. Hasta mañana.
-
Eso espero. Hasta mañana.
Al salir de
aquella casa tan hermosamente adornada, me sentí como si me hubiese dejado allí
un pedacito de mí misma. Aquella sensación me gustaba, pero también me
atemorizaba, pues tenía miedo a que mi presente se turbase. Todas aquellas
personas me habían parecido inmensamente agradables y buenas. No quería que
nada nos separase. Estaba completamente segura de que podríamos compartir una
amistad muy pura y bonita.
Eros se alegró
muchísimo de que los hubiese invitado a todos a merendar a nuestro hogar, pero
también se mostró inquieto, pues le preocupaba que no fuésemos buenos
anfitriones. Nunca habíamos preparado comida para humanos y no sabíamos si
conseguiríamos ofrecerles alimentos que les placiesen. También nos desasosegaba
que no pudiésemos comer delante de ellos y que aquello los incomodase. No
obstante, ambos nos sentíamos interminablemente alegres y entusiasmados.
Estábamos seguros de que aquella tarde sería el empiece de un hermoso presente
que todos deberíamos cuidar con cariño y entrega.
5 comentarios:
¡¡Que buen rato he pasado!! Ayy por dónde empezar. En primer lugar resaltar lo bien que has plasmado la personalidad de cada personaje. No has errado en nada. Son tal cual los has presentado. Le das tu toque personal, además de más profundo, ya que conocemos los pensamientos de Sinéad, que piensa de ellos y cómo se siente en cada momento. Es normal que Sus se preocupase al ver a Sinéad sin ropa tan desprotegida, y muy de ella querer regresar para que se abrigase. Todos parecen haberse sentido a gusto con ella. Que risa con Vicrogo con el chocolate y el churro, me encanta. Sus se piensa que es vegetariana jajajaja, ¡a ver cómo se las apañan en la cena! Deseandito estoy de ver que ocurre, aayyy que interesante. La señora Hermenegilda como siempre, pesadísima. Se mete en su casa, ¡y sin permiso! Es de esas personas que se dan las confianzas de meterse en tu casa sin pensar en que pueden molestar. Me he reído mucho cuando los invita a su casa y ella pregunta ¨¿y a mi también?" jajajaja.De etsa no se libran fácilmente, y encima se entera de todo lo que ocurre en el edificio. Que ganas tengo de saber que ocurre a continuación, que hacen de comer, si les sale bien, que piensan de Eros y él de ellos, que tal se llevarán y que excusa pondrán para no comer, ¡que sigaaaaa!
¡Lo que he disfrutado leyéndolo! ¡Me encantaaa! Me ha gustado mucho la manera en que tratas a cada uno de los personajes, parece que los conocieras a la perfección. Yo también pienso que las descripciones no podrían ser más adecuadas y además les das ese toque tuyo, mucho más profundo.
No puedo evitar al leerlo venirseme a la cabeza escenas fotográficas, como las de nuestras historias, recreadas por mi mente gracias a tu maravillosa escritura y me resulta algo tan mágico y especial.
Hay algunos detallitos, por ejemplo, los comentarios de Vicrogo, que me recuerdan a nuestras charlas todos juntos y siento que, en realidad, nosotros también hemos pasado momentos tan agradables como estos personajes que son tan nuestros y que describes.
Me alegra que al final Sinéad los invite a su casa, eso significa que tienes pensada la continuación y pronto tendremos una nueva entrada en el blog, aunque se haya invitado la señora Hermenegilda, jajaja.
¡Muchas gracias por vuestros comentarios! Sí, ¡por supuesto que tendrá continuación! El próximo capítulo será muy divertido y tenso para ellos. Me gusta mucho que digáis que parece que conozca perfectamente a todos los personajes. Eso me halaga mucho, pues temía que al escribir sobre ellos dijese cosas que no concuerdan con sus vidas, pero me animáis mucho a continuar. ¡Esta semana publicaré el próximo! ¡Ah, sí, la señora Hermenegilda se autoinvita a todas partes! Ya veremos si su presencia turba un poco la continuidad y la sencillez de los hechos... ¡pues no hay que olvidar que es una mujer excesivamente observadora!
Parece que finalmente las relaciones de Sinéad con sus vecinos van a dar lugar a muchas situaciones divertidas, como esta que leemos. De todos la más peligrosa, sin duda, es la señora Hermenegilda, que se mete hasta dentro sin ser invitada, y yo creo que su afán de saberlo todo puede poner en apuros a nuestra querida vampiresa... porque Sus y su amigos no son problema, quitando que va a tener que poner excusas para no comer nunca, pero aparte de eso no tienen maldad, y ella es muy capaz de afrontar la relación con ellos. El caso es que me gustaría que en algún momento se sincerase, ¿cómo se lo tomarían ellos? Pero bueno, eso para más adelante. Es un relato muy divertido, que hace que Sinéad se mezcle aún más en nuestros juegos, y en definitiva en nuestra vida.
Sí, en algún momento tendrán que sincerarse y confesar su verdadera identidad, pero tienen que estar muy seguros de que pueden hacerlo. O tal vez no tengan más remedio que desvelar quiénes son en realidad por culpa de situaciones externas... ¡Ya se verá! De lo que no cabe duda es de que no pueden hacerse pasar eternamente por humanos. Las situaciones los impelirán a confesar... ¡Sí, la señora Hermenegilda es la más peligrosa! Su lengua es su más letal arma jajajajaja. ¡Gracias por tu comentario! Y me encanta que Sinéad se mezcle cada vez más con vuestro mundo para que al final ya no sean mundos distintos.
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