EL GRAN MISTERIO DEL BOSQUE
Era un atardecer puro,
nítido y reluciente. Ni la nube más sutil e imperceptible cubría el cielo. Las
luces de la ciudad se mezclaban delicadamente con los últimos suspiros del día
y el lejano bullicio interrumpía de vez en cuando el silencio que ya alfombraba
suavemente las calles.
Me había despertado
notándome anegada en una dulce sensación que me revelaba que era tiernamente
feliz en aquella vida a la par tranquila e intensa. Aquella tibia sensación me
instaba a asomarme a la ventana con paciencia y serenidad y restar mirando cómo
el atardecer caía lentamente sobre la ciudad hasta que la noche se adueñase de
todos sus rincones y las luces de las farolas y de los curiosos adornos que
ornamentaban los árboles compitiesen con el fulgor de las estrellas.
Eros se duchaba mientras
yo observaba totalmente anonadada aquel paisaje tan invernal y acogedor.
Escuchaba la calmada y profunda canción de Exile
de Enya, imaginándome mundos lejanos, paraísos remotos donde el tiempo se
convertía en ríos que resbalaban por rocas resplandecientes, donde la tierna
trova de la paz entonaba junto a los pájaros más melancólicos.
De pronto, cuando creí
que la noche se deslizaría ante mí, devorando inocentemente los postreros
suspiros del ocaso, el timbre de mi casa sonó estrepitosa y repentinamente,
sobresaltándome inevitablemente. Con rapidez, guiada por el susto que todavía
palpitaba en mis entrañas, corrí hacia la puerta y la abrí sin asomarme a la
mirilla. Me satisfizo infinitamente encontrarme tan inesperadamente con Sus,
quien me dedicó una mirada y una sonrisa anegadas en felicidad, inocencia y
luz.
-
Buenas
tardes, Sinéad –me saludó con una voz alegre. Ya no se adivinaba ni el menor
ápice de vergüenza en sus palabras, lo cual me hacía sentir cómoda y acogida—.
Espero que no te haya pillado en mal momento.
-
Por
supuesto que no –le sonreí complacida—. Por favor, pasa –la invité retirándome
de la puerta.
-
Gracias.
Verás, quisiera invitaros a ti y a Eros a dar ese deseado paseo por el bosque
–me comunicó cuando nos hallamos en el salón—. Me he enterado de que la señora
Hermenegilda se ha ido de viaje con el IMSERSO y no volverá hasta el treinta y
uno de diciembre –me reveló intentando no sonreír.
-
¿De
veras? Me parece increíble, un sueño –me reí cariñosamente.
-
Podemos
ir. Wen, Duclack, Vicrogo, Diamante y Mery están esperándonos en mi casa.
-
Eros está
en la ducha, pero enseguida saldrá. No tarda nada –me reí—. ¿Quieres algo? No
tengo mucho... sólo agua, pero...
-
No, no es
necesario. ¿Qué escuchas? –se interesó de pronto. Ya no sonaba Enya, sino una
canción muy triste y melancólica de Ludovico Einaudi, un compositor de piano
que admiro con toda mi alma—. Qué música más bonita... aunque es un poco
triste. Yo necesito escuchar canciones alegres porque, si no, me deprimo y...
-
Yo adoro
que las canciones me hagan sentir melancólica.
-
Vaya, es
raro –se rió cortésmente.
Justo entonces salía Eros del baño. Se extrañó cuando vio a Sus sentada a mi lado en el sofá; pero aquella extrañeza se convirtió en alegría cuando le comuniqué que Sus había venido para preguntarnos si queríamos dar ese anhelado paseo por el bosque. Su alegría se acreció notablemente cuando le revelamos que la señora Hermenegilda se había ido de viaje con el IMSERSO y no vendría hasta pasada una semana.
- ¡Perfecto! –exclamó entusiasmado—. Voy a preparar todo lo necesario.
-
Wen ya ha
traído las linternas, Eros –le informó Sus con amabilidad.
-
Ah, de
acuerdo –sonrió él.
En breve ya nos hallamos todos camino de ese bosque misterioso y profundo, el cual yo miraba con cariño desde mi ventana, admirándome de cómo su oscura densidad contrastaba con el brillante aliento del atardecer. Siempre me imaginaba que entre sus gruesos, ancestrales y poderosos árboles vivían seres mágicos pertenecientes al mundo de los sueños. Sobre todo deseaba adentrarme en aquella tierra tan espesa para comprobar si mis mágicas figuraciones podían ser ciertas.
-
Me
complace muchísimo que la oscuridad no os intimide –les comunicó Eros con
felicidad—. Sinéad y yo preferimos conocer la naturaleza por la noche.
-
¿Y eso
por qué? Se supone que por la noche apenas se perciben los colores –observó
Vicrogo extrañado.
-
Por la
noche la naturaleza permanece dormida, al contrario de lo que sucede con los
sentidos –le contesté amablemente—. La oscuridad despierta nuestros sentidos,
ofreciéndonos la posibilidad de percibir más nítidamente todo lo que nos rodea.
La naturaleza no es sólo colores o formas, sino sonidos, aromas, tactos... y la
noche no desvanece el color de la naturaleza, sino que la tiñe de otros matices
que ni siquiera en los sueños suelen entonar. Vaya, lo siento, a veces me pongo
a hablar y me olvido de que existe mi alrededor –me disculpé con vergüenza
cuando me di cuenta de que todos me escuchaban atentos y extrañados.
-
No debes
disculparte –me pidió Wen—. Nos gusta muchísimo cómo hablas. Seguro que, si
fueses escritora, de tus manos saldrían libros impresionantes...
-
Vaya,
gracias, Wen; pero, si os aburro, no temáis decírmelo –le indiqué riéndome
cariñosamente.
-
Es
imposible que tú aburras, Shiny –intervino Eros—; aunque debo confesarte que a
veces hablas tanto que la cabeza se me va sin quererlo ni poder evitarlo. Es
imposible que tus palabras no me hagan imaginar –se rió.
Mientras conversábamos tan animadamente, nos dirigíamos con rapidez e ilusión hacia aquel bosque que tanto ansiaba conocer. Las calles, con sus luces navideñas, con su bullicio y el constante sonido de los automóviles, se despedían de nosotros como si jamás regresásemos a aquel rincón donde la vida se respiraba, se palpaba y se percibía con el alma. Mas yo no temía, sabía que nos encaminábamos hacia un lugar donde mi espíritu podría ser libre sin que ningún sonido estridente quebrase sus alas. Aquel ocaso me sentía especialmente sensible e imaginativa. Tenía la esperanza de que la belleza de aquella naturaleza se adentrase en mi alma e hiciese nacer en ella versos preciosos que después podría volver música. Saber que dentro de una semana tendría que tañer el arpa y cantar en una fiesta que todos esperaban con tanta ilusión me ponía tan nerviosa que me era imposible componer alguna trova que me satisficiese.
- Qué calles tan bonitas –halagó Eros de pronto dirigiéndose a Duclack, quien, desde que habíamos salido de nuestro hogar, había intentado dedicarle alguna palabra, mas la vergüenza y la prudencia se lo impedían—. Shiny y yo todavía no hemos paseado por aquí.
-
Nosotros
solemos ir mucho al bosque, aunque en invierno no lo visitamos mucho. Hace
demasiado frío –le contestó ella sonriéndole satisfecha—. He pensado que,
cuando quieras, podríamos circular en moto por unos caminos que conducen a unas
montañas preciosas que merece mucho la pena ver. Cuando te apetezca y haga
menos frío...
-
A mí el
frío no me molesta –le confesó riéndose complacido—, así que podemos ir cuando
quieras.
-
¡De
acuerdo!
Eros y Duclack continuaron hablando
animadamente, pero mi mente se despegó de ese instante para hundirse junto a mi
alma en la hermosura de los primeros árboles que se asomaban en el horizonte.
La oscura densidad del bosque se recortaba en el cielo, donde brillaban,
tímidamente, algunas estrellas que las luces artificiales de las calles no se
habían atrevido a silenciar. Cada vez nos hallábamos más cerca del bosque.
-
En el
bosque hay muchísimos animales –me comunicó Vicrogo—, sobre todo pájaros. He
llegado a pasarme tardes enteras observando la gran variedad de pájaros que
viven en estos árboles... Me gusta mucho estudiar su comportamiento y cómo
sobreviven...
-
Es muy
interesante –le sonreí.
-
También
hay liebres, jabalíes, incluso a lo lejos, cerca de las montañas, a veces llega
a oírse el lejano aullido de un lobo –intervino Wen entusiasmado.
-
A mí el
bosque me gusta, pero también me da un poco de miedo –nos confesó Mery—. Hay
demasiados bichos, por eso me he vestido de forma que casi todo mi cuerpo quede
protegido. He estado a punto de no venir, pues en ese bosque siempre hace mucho
frío y viento; pero Duclack me ha convencido –se rió incómoda.
-
No te
preocupes por nada, Mery. Todos cuidaremos de ti –le dije acercándome a ella y
tomándola del brazo—. Yo estoy habituada a vagar por la naturaleza bajo la
oscuridad más profunda.
-
¿No te da
miedo? –me preguntó ella sobresaltada.
-
No, no me
da miedo.
-
Eres muy
extraña y misteriosa, Sinéad –me acusó Wen con inocencia—. Nunca te hemos visto
comer, te gusta ir por el bosque cuando está oscuro... Eres muy intrigante e
inquietante. Espero que mis palabras no te ofendan, pero no he podido evitar
decírtelo –se excusó levemente avergonzado.
-
Siendo
pirata, no debería extrañarte que a alguien le gusten las aventuras –le indiqué
divertida—. Sí, sé que soy un poco extraña. Espero que eso no sea un
impedimento para que puedas ser mi amigo.
-
Por
supuesto que no –se rieron todos.
-
Ya hemos
llegado. Este camino conduce a una de las entradas del bosque. Yo os guiaré,
pues soy quien más domina estos terrenos –nos propuso Diamante con valentía y
decisión.
Todos lo seguimos, expectantes, emocionados y entusiasmados, observando minuciosamente nuestro alrededor para que nuestros sentidos captasen plenamente todos los detalles de nuestro alrededor. El camino que atravesábamos estaba cubierto de piedras, hierba mullida y tallos de flores ya levemente abandonadas y perecidas. Grandes árboles de tronco grueso y copa frondosa lo orillaban, volviéndolo profundamente misterioso.
Aquella senda se estrechaba cada vez más hasta
desaparecer entre dos poderosos troncos. Debimos adentrarnos uno por uno en
aquel misterioso y profundo bosque, cuya beldad ya empezaba a hacerme soñar.
Escuchaba, atenta y minuciosamente, la suave voz de la naturaleza, la que
entonaba en el canto de los pájaros nocturnos, en el mecer de las ramas y las
hojas de los árboles movidas por el viento, en el silencio que de vez en cuando
cruzaba el bosque... y la admiración que comencé a sentir por aquel lugar se
acrecía imparablemente, como si hasta entonces hubiese restado encerrada en una
delicada burbuja que la hermosura había hecho estallar.
Caminamos en silencio durante unos largos
instantes, como si temiésemos quebrar el silencio con nuestras palabras. Los árboles,
con sus gruesas y frondosas ramas, nos ocultaban de la mirada de las estrellas,
las que refulgían sobre nosotros aguardando el instante en el que nuestros ojos
se deslizasen por su lejano fulgor. Aquel momento no tardó en llegar.
Inesperadamente, dejamos atrás los árboles de hoja perenne y nos recibieron los
caducifolios como si hubiesen aguardado impacientes nuestra presencia.
Sin poder evitarlo, me detuve para observar
aquel cielo estrellado que tanto nos iluminaba, que tan hermoso me parecía. Al
percibir que me había parado, los demás también lo hicieron, sin oponerse,
quedos, complacidos. No pude prever que mis labios esbozasen una tierna sonrisa
que desvelaba que mi alma se había anegado en una felicidad muy tierna.
-
Hace
muchísimo tiempo que no veo la luz de las estrellas. Las farolas de las calles
me ocultan este fulgor que tanto adoro –les comuniqué levemente avergonzada.
-
Shiny,
creo que no hace ni un mes que nos hemos trasladado aquí... –divagó Eros con
cariño.
-
A mí me
parece muchísimo tiempo –le contesté con pena—. Estoy demasiado habituada a que
la luz de las estrellas sea mi techo... y la luna... la luna... Me parece como
si hiciese siglos que no la veo colarse por entre las ramas de los árboles... Hoy
hay luna menguante, pero... pero no la veo por ninguna parte. Restará oculta
tras las montañas...
-
Eres
demasiado romántica –observó Wen con cariño.
-
A
nosotros también nos gusta mucho la naturaleza, pero creo que no la percibimos
tan sentida ni plenamente como tú –me informó Diamante—; aunque debo confesarte
que yo prefiero la furia del mar... la impetuosa e impredecible tranquilidad de
las olas...
-
Sí, es
cierto –corroboró Wen—. ¿Alguna vez has visto un amanecer en el mar? Es uno de
los espectáculos más hermosos que puede ofrecernos la naturaleza –me preguntó
con admiración.
-
Sí, por
supuesto –le sonreí con añoranza—. Viví un tiempo junto al mar. El amanecer
tiñe de oro el mar, la espuma de las olas parecen de plata y el horizonte se
vuelve tan impenetrable y oscuro... Es precioso.
-
Sí,
exactamente –me sonrió él.
-
Deberíamos
proseguir –nos avisó Mery—. Se nos hará tarde.
-
Sí, es
cierto –respondió Diamante.
Parecía como si la oscuridad y la misteriosa belleza de la naturaleza nos robasen las palabras, pues permanecimos en silencio durante unos largos y espesos minutos. Solamente se oía el crujir de las ramas cuando el viento las mecía, el murmurar de los insectos, las respiraciones de los animales, el sutil y remoto canto de algunos pájaros... No obstante, yo sabía que Eros y yo éramos los únicos que captábamos tan plenamente la voz de la noche. Los demás solamente oirían nuestros pasos y posiblemente el tenue susurro del viento... el viento: los suspiros de la naturaleza.
Sin saber muy bien por qué, desde las últimas
palabras que habíamos intercambiado, me sentía muchísimo más nostálgica que
antes, como si hallarme en medio de un bosque tan hermoso y aromático
intensificase la voz de mis recuerdos. Sin embargo, me gustaba percibirme así,
pues aquellas emociones que me anegaban el alma provocaban que pudiese detectar
cada susurro, cada matiz y suspiro que impregnaba el bosque.
- Mira, Sinéad, la luna –me avisó Wen de pronto.
No esperaba encontrármela. La luz de la luna relucía suave y tímidamente en el cielo. Su luz se colaba plateada por entre las ramas de los árboles y hacía resplandecer las hojas ya caídas, la hierba, las raíces salidas de los árboles. Tuve la sensación de que en verdad del firmamento llovían pedacitos de su luz, como si la luna quisiese desprenderse de aquellos suspiros de su vida que más la herían.
-
Qué
bonito –susurré admirada.
-
Sí, es
precioso –dijeron Wen y Vicrogo al mismo tiempo.
-
Apagad
las linternas –les pedí con cariño— y permitid que sea la luz de la luna lo
único que os guíe.
Todos me obedecieron sin oponerse, incluso Mery, quien tenía esbozada en su rostro una melancólica y tierna sonrisa que nos desvelaba que aquel momento también era muy especial e importante para ella, como si hiciese muchísimo tiempo que no vivía un instante tan bonito y entrañable.
Entonces, sin decirnos nada, comenzamos a
caminar por entre los árboles, permitiendo que la luna crease nuestra senda.
Wen y Mery me aferraron del brazo como si temiesen que las piedras pudiesen
hacerme perder el equilibrio. Lo que ellos no sabían era que, en realidad, era
yo quien evitaría que tropezasen.
Mientras caminábamos, nos fijábamos
minuciosamente en nuestro entorno para captar todas las sombras que se
escondían en la oscuridad. Entonces, repentinamente, cuando creíamos que
permaneceríamos eternamente en silencio, oteando embelesados a nuestro
alrededor hasta que el alba quebrase la vida de la noche, percibimos que, entre
las lejanas plantas, se escondía un fulgor que parecía querer huir de nuestros
ojos. Era azulado como el mar estival, tan puro y vaporoso como las nubes que
cubren el cielo cuando la lluvia permanece sumergida en la distancia. En un
primer momento, creí que yo había sido la única que lo había detectado; pero el
pequeño respingo que dieron todos y el sobresalto que se congeló en sus ojos me
indicaron que ellos también lo habían visto.
Sin embargo, ninguno de nosotros se atrevía a
decir ni preguntar nada, como si aquel remoto reflejo hubiese formado parte de
nuestra juguetona imaginación. No obstante, aquél no desaparecía. Se deslizaba
entre las plantas, envolvía los troncos de los árboles, se mezclaba con las
hojas caídas y de pronto ascendía a las ramas de los árboles... escurridizo,
mágico, esplendoroso. Sin poder evitarlo, notando que mi alma estallaba de
emoción y ternura, exclamé:
-
¿Lo
habéis visto? Parece un reflejo de la luna, pero sé que no es tan intangible...
Parece tan palpable como las plantas.
-
¿Tú
también lo ves? –me preguntó Sus emocionada.
-
Sí, sí lo
veo –le contesté tiernamente.
-
¡Yo
también! –intervinieron todos.
Sin decirnos nada, sin ni siquiera preguntarnos si alguno de nosotros sentía extrañeza o recelo, comenzamos a correr ilusionados hacia aquel rincón donde aquel tangible reflejo se mezclaba con la sombra de las plantas. Corríamos con miedo a que nuestros pasos espantasen aquella sutil caricia luminosa.
-
No
encendáis las linternas –les pedí con un susurro.
-
No, no
–me respondieron todos.
-
¿Qué
puede ser? –preguntó Mery—. Nunca he visto algo similar.
-
No lo sé.
Este bosque es muy mágico –indicó Diamante—. A veces suceden cosas que no
tienen explicación.
-
Pero
estoy segura de que esto sí la tiene –aduje con ternura.
Nos hallábamos detenidos en medio de un pequeño prado rodeado por plantas menudas que resistían triunfantes el aliento del invierno. El suelo de aquel rincón tan hermoso estaba cubierto de hojas caducas que no morían, sino que permanecían mullidas y frescas, como si hubiesen acabado de abandonar las ramas donde nacieron. Apenas nos atrevíamos a pisar con fuerza, como si temiésemos que el suelo se hundiese bajo nuestros pies.
En aquel lugar, el escurridizo y azulado fulgor
se percibía más nítidamente, como si compusiese el firmamento de ese pedacito
de tierra. Las plantas refulgían como si en ellas se reflejase, las hojas
brillaban como si fuesen de plata... Era una visión tan hermosa que no pude
evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Me las retiré antes de que
resbalasen rojizas y veloces por mis mejillas, rompiendo la magia de aquel instante.
-
Hace
muchísimo tiempo que no veo algo tan bonito y mágico –comunicó Wen
impresionado.
-
Es
cierto. Merece la pena pasar este frío si podemos ver esto... –intervino Mery
con paciencia.
-
Me
gustaría saber de dónde procede. Parece un fuego fatuo –indicó Vicrogo.
-
Posiblemente
lo sea –le sonreí entusiasmada—. Si es así, no debéis temer. Los fuegos fatuos
son el suspiro del alma de alguien que perdimos... y a veces, si los seguimos,
nos conducen a algún lugar... –divagué dulcemente.
-
¡Sigamos
esa luz, entonces! –propuso Duclack entusiasmada.
Nadie de nosotros se negó. Sin preguntarnos ni pensar nada, comenzamos a perseguir a aquella luz desvaneciente, la que nos hacía caminar por sendas que ni siquiera los troncos de los árboles habían previsto, traspasar plantas más altas que nuestra figura, colarnos entre algunas ramas caídas o raíces olvidadas, las que formaban rincones inescrutables... No obstante, aunque cada vez nos alejásemos más de nuestro hogar, ninguno de nosotros temía. Parecía como si aquella luz tan blanca y azulada a la vez nos hubiese hechizado.
El remoto fulgor de las estrellas tiritaba
sobre nosotros, interrumpido de vez en cuando por el inverosímil y mágico
esplendor de aquella sombra luciente. Las hojas de los árboles nos ocultaban el
cielo cuando creíamos que el resplandor de la luna nos envolvería. La
naturaleza parecía aliada con aquella escurridiza luminiscencia que nos guiaba,
pues se mostraba distante y cercana a la vez, como si caminásemos desesperados
por un bosque de elementos intangibles.
De repente, cuando vagamente creí que el alba
nos sorprendería enzarzados en la búsqueda de un rincón que solamente existía
en el mundo de los sueños, atisbé, entre los gruesos troncos de los árboles,
una pequeña cabaña hecha de madera reluciente, la que se escondía tras las
frondosas ramas de los árboles. El fulgor azulado que nos había conducido a
través del bosque se fundió de repente con la oscura y a la vez brillante
silueta de aquella casita, revelándonos, inesperadamente, que habíamos alcanzado
el fin de nuestro camino.
-
Es allí
–indiqué feliz y entusiasmada con un curioso y tierno susurro—. ¿Veis esa
casita tan bonita y entrañable?
-
Sí, hemos
visto que el fuego fatuo se ha adentrado allí –me contestó Vicrogo.
-
¿Debemos
ir? Tengo un poco de miedo –cuestionó Mery.
-
No te
preocupes, no te sucederá nada malo –la animó Eros acercándose a ella y
mirándola con serenidad.
-
De
acuerdo.
-
No debes
temer. Creo que esta magia es buena –adujo Wen.
Sin decir nada más, nos dirigimos, silenciosa y sigilosamente, hacia aquel hogar, cuya tierna y entrañable imagen nos reclamaba desde la profundidad luminosa de aquella mágica noche. El camino que conducía a aquella cabaña (la que me recordaba sutilmente a una pequeña morada en la que había habitado hacía ya muchísimos años) estaba cubierto de flores resplandecientes que el invierno no había mustiado y orillado por plantas espesas que parecían de terciopelo.
-
No sabía
que este bosque era tan bonito –le confesé a Vicrogo con admiración.
-
Es mucho
más bonito de lo que piensas, pero también es muy grande. Si no vas con
cuidado, puedes perderte –me contestó.
-
Sí, es
cierto –corroboró Wen—. Cuántas veces Sus y yo nos adentramos en este bosque y
nuestros padres tuvieron que venir a buscarnos porque pensaban que nos habíamos
perdido. ¿Recuerdas aquella vez que nos metimos en una cueva que estaba toda
pintada de imágenes muy misteriosas e intrigantes y de pronto nos sorprendió la
noche? –le preguntó a su hermana—. Qué miedo pasamos –se rió con ella.
-
Sí, es
verdad. Pasamos mucho miedo.
-
¿Hay
cuevas? –les pregunté interesada.
-
Sí, hay
muchas cuevas –me respondió Diamante.
-
Adoro las
cuevas –sonreí encantada.
Ya habíamos llegado a la puerta de aquella cabaña tan misteriosa y hermosa. Al contrario de lo que esperábamos, la puerta estaba entornada. Pensábamos que nos la encontraríamos cerrada, rompiéndose así la magia que nos había llevado hacia aquel rincón tan entrañable; mas, cuando nos percatamos de que nada nos retenía ni interrumpía nuestro paso, nos adentramos en aquel hogar con sigilo, curiosidad y emoción.
Únicamente estaba compuesto de una sola
estancia, la cual estaba dividida en pequeños cuartos mediante biombos de
madera que contenían dibujos espectaculares y preciosos. En alguno, se veían
bosques iluminados por la anaranjada luz del sol; en otros, montañas teñidas de
plata por la luz de la luna... o paisajes nevados donde la nieve refulgía bajo
un cielo crepuscular...
-
¿De dónde
proviene la luz que nos ilumina? –preguntó Duclack de pronto, impresionada.
Hasta entonces no había reparado en que la oscuridad que nos había envuelto tan tierna y espesamente se había tornado una luz dorada que hacía relucir todos los rincones de aquel hogar, que nos permitía fijarnos plena y exquisitamente en todo lo que nos rodeaba. Había creído que aquella tibia luz provenía de mis vampíricos ojos y saber que no era así, que aquel fulgor procedía de la magia que no nos había abandonado desde que nos habíamos introducido en aquel bosque, me hizo sentir inmensamente feliz, tanto que no pude evitar sonreír ampliamente mientras deslizaba mis ojos por mi alrededor, queriendo atrapar con mi mirada todos los detalles de aquella acogedora morada.
Entonces, de pronto, me percaté de que, por
todas partes, en todos los rincones de aquella cabaña, en el suelo, a nuestro
lado, había objetos envueltos en un papel dorado que parecía frágil, sobre el
cual estaban escritos nuestros nombres con letras carmesíes y destellantes.
-
¿Qué es
todo esto? –pregunté admirada, intrigada y sorprendida.
-
¡Son
regalos! –exclamó Duclack entusiasmada, riéndose como una inocente niña. Su
curiosa y hermosa risa me incitó a reír suavemente.
-
¡Es
cierto! –declaró Sus—. ¿De dónde han salido todos estos regalos?
-
¡Pone
nuestros nombres! –observó Vicrogo acercándose a una enorme caja—. ¡Mira,
Duclack, aquí está escrito tu nombre!
-
¡Y aquí
el de Mery! –intervino Eros.
-
¡Y aquí
el de Sinéad!
-
¡Y el
mío! –rió Diamante.
Todos teníamos nuestros regalos, envueltos en aquel papel dorado que parecía tan quebradizo. A pesar de que hubiese visto que a mí me pertenecía una enorme caja, no podía moverme, pues estaba completa e irrevocablemente impresionada. En cambio, Vicrogo, Wen, Sus, Diamante, Duclack, Mery y Eros se habían lanzado a sus regalos y los abrían con entusiasmo y una felicidad que me parecía demasiado hermosa para que fuese cierta. Creía que aquel dulce instante le pertenecía a un sueño que desaparecería cuando abriese los ojos; pero el tiempo discurría por nuestro lado, destruyendo suavemente aquel injusto pensamiento.
- ¡Ven, Sinéad! ¡Esta pedazo de caja es para ti! –me pidió Eros entusiasmado.
-
¡Oh, dios
mío, cuántos vestidos! –gritó Mery fascinada y riendo de alegría cuando abrió
su regalo—. ¿Cómo es posible?
-
¡Qué
bonitos! –musité tímidamente cuando los vi.
-
¡Hala,
una moto! –exclamó Duclack—. ¡Ya tenía una, pero creo que ésta es mucho más
buena!
-
¡Qué chula! –declaró Eros—. ¡Casualmente, a mí
también me ha tocado una moto! ¡Hala, ya no tengo excusa para no ir a
investigar las montañas! –se rió entusiasmado—. ¡Mira, Shiny!
-
Sí, es
muy bonita –contesté sin saber muy bien qué decir.
-
¡Oh, un
reloj de péndulo! ¡Parece antiquísimo! –exclamó Vicrogo a punto de estallar de
alegría—. ¡Hacía muchísimo tiempo que quería tener uno!
-
¡Mira,
Diamante, es una casita para Pandy! –indicó Sus con ternura al abrir su regalo.
-
¡Qué
bonita! Además tiene muchos detalles... ¡Incluso tiene diferentes habitaciones!
–rió encantado.
-
Yo no sé
qué haré con mi regalo, es demasiado increíble y grande –adujo Wen sorprendido
y emocionado.
-
¡Es una
barca! –exclamó Sus.
-
Yo tengo
otra –rió Diamante—. Eso quiere decir que tendremos que ir juntos a buscar
nuevas aventuras, Wen.
-
¿Por qué
no abres tu regalo, Shiny? –me preguntó Eros—. ¿Qué te pasa?
-
Es que...
tengo miedo... Esto es tan bonito que... –balbuceé sin saber qué decir. Notaba
que mis ojos deseaban empañarse de lágrimas.
-
No tengas
miedo. Ven, acércate a tu regalo –me instó Wen arrimándose a mí y tomándome del
brazo. Lo obedecí sin oponerme.
Wen y Mery me ayudaron a desenvolver aquella gran caja de madera, la que estaba pintada de oro, como si aquella madera hubiese nacido del atardecer. Cuando entre todos la abrimos, apareció ante mí uno de los regalos más bonitos que recibía en muchísimo tiempo.
-
Es un
arpa –musité cerrando con fuerza los ojos. NO deseaba que nadie viese mis
lágrimas.
-
Qué arpa
más bonita –declaró Vicrogo.
-
Es dorada
–indicó Eros—. Nunca he visto un arpa así.
-
Es
preciosa –susurré incapaz de hablar con claridad mientras deslizaba mis dedos
por aquella dorada madera—. Sí, parece hecha de oro y de aire...
-
Es un
arpa clásica –aclaró Vicrogo—. No tenías ninguna, ¿verdad?
-
Tenía un
arpa bárdica... –le comuniqué intentando parecer serena, ya atreviéndome a
abrir los ojos.
-
Este
momento es demasiado bonito e irreal. ¿Cómo es posible que estemos viviéndolo?
¿Quién lo ha procurado? –preguntó Mery emocionada. Sus ojos brillaban.
-
El
espíritu de la Navidad –respondió Vicrogo.
-
Sí, es
cierto; el espíritu de la Navidad, nuestra unión, la magia de este bosque
–prosiguió Duclack.
-
Es...
es... es demasiado hermoso –lloré sin poder evitarlo. Enseguida extraje mi fiel
pañuelo del bolsillo de mi abrigo para impedir que viesen mis lágrimas—. Lo
siento, no he podido evitarlo –me disculpé con vergüenza.
-
No debes
pedir perdón. Todos tenemos ganas de llorar –rió Duclack nerviosa.
-
Nunca me
había ocurrido algo tan mágico y hermoso –intervino Eros emocionado—, algo que
no tiene explicación, que sólo entiendes si crees en la magia.
-
Sí, es
cierto –corroboré luchando por dejar de llorar.
-
Lo que me
pregunto es cómo trasladaremos todo esto a casa –divagó Mery riéndose.
Entonces, justo en ese momento en el que las palabras de Mery se mezclaban con nuestras tiernas risas, oímos que, allí afuera, el viento mecía cálida y delicadamente las hojas de los árboles y que un pájaro nocturno comenzaba a entonar una suave canción que nos hizo cerrar los ojos y que nos acarició el alma hasta hacernos soñar. Era un canto melódico, primoroso, tenue, como si aquel pajarillo temiese interrumpir el sueño de las flores. No pudimos evitar abandonar tímidamente la estancia en la que nos hallábamos para dirigirnos hacia el bosque, donde podíamos escuchar más nítida y profundamente aquel hechizante canto.
Por mucho que lo intentásemos, no atisbábamos
la silueta de aquel pajarito inocente que entonaba con tanta entrega y cariño.
Su canto parecía provenir de lo más profundo de la tierra, pero también de lo
más remoto del firmamento, como si en realidad fuesen las raíces de los árboles
o la distante luz de las estrellas lo que creaba aquella etérea trova. Sin
embargo, ninguno de nosotros dijo nada, sólo permanecimos escuchando con
atención y emoción aquella canción.
De pronto, cuando nos olvidamos del paso del
tiempo, de la materialidad y espiritualidad de la vida, aquel canto comenzó a
silenciarse, convirtiéndose, muy lentamente, en el resplandor azulado que nos
había conducido hasta allí, el cual, espléndida y suavemente, empezó a cubrir
nuestro suelo y nuestro cielo, a envolverse en los troncos de los árboles, a
devenir rayos de luna la luciente presencia de las estrellas. Instintivamente,
todos miramos hacia el cielo, sabiendo que en el firmamento hallaríamos la
respuesta a cualquier pregunta que naciese en nuestra alma.
Y entonces vimos cómo las estrellas, antes
destellando sutil e intangiblemente, se alineaban en el cielo, quebrando
plenamente la oscuridad de la noche. Aquellas refulgentes luciérnagas del cielo
se tornaron, inesperada e incomprensiblemente, en letras que escribían una
frase que a todos nos acarició el alma, que nos izo entender que la magia nunca
se agotaría si nuestro corazón no la abandonaba. Si permitíamos que nuestro
espíritu, nuestro cuerpo, nuestro tiempo y nuestra mente se impregnasen de
magia, nunca careceríamos de la capacidad de soñar ni de la posibilidad de
existir en instantes que solamente nosotros podíamos comprender. En el
firmamento, se escribió:
«Llevad en vuestra alma, en vuestra mente y en vuestra memoria todo aquello que queráis retener a vuestro lado, y la magia hará posible
materializarlo cuando lo anheléis».
-
¿Eso
quiere decir que no necesitamos trasladar nuestros regalos? –cuestionó Mery.
-
¿Sólo con
acordarnos de ellos podremos tenerlos allá donde queramos? –prosiguió Wen.
-
Yo creo
que sí –les contesté sin preguntarme nada, sólo creyendo en ese mágico hecho.
-
En
Navidad, todo es posible –adujo Vicrogo con felicidad y emoción.
Y así fue. Nada pesó en nuestros brazos ni en nuestra mente; sólo sentimos en nuestra alma y en nuestra memoria el recuerdo de todo lo que había acaecido aquella noche; unos sucesos que siempre, siempre, no importa el tiempo que transcurra, me demostrarán que la magia sí existe, que sí es posible tañerla, aspirarla, atisbarla en las sombras más impenetrables de la noche.
FELIZ NAVIDAD, WEN, SUS, DIAMANTE,
VICROGO, DUCLACK, MERY Y EROS
5 comentarios:
¡Qué preciosidad de historia! Parece un cuento de Navidad. Me ha gustado mucho. Consigues emocionar con esa capacidad increíble que tienes para moldear las palabras y hacer textos tan hermosos. Se nota que lo que escribes lo escribes con el corazón, porque tu alma es tan pura y maravillosa como tus textos y como el alma de Sinéad.
Es un cuento muy especial para nosotros y un mensaje positivo y de ilusión que nos invita a creer en la magia.
Gracias por regalarnos este maravilloso cuento.
De nada, para mí es un placer que te haya gustado tanto. Gracias por decirme esas cosas tan bonitas. Para mí también es muy especial poder hacer historias tan bonitas con vuestros personajes, que lentamente los siento más míos. en efecto, este cuento es un pequeño regalo que he querido haceros a todos por Navidad. Gracias por decir que mi alma es pura... Me place mucho compartir con vosotros esa pureza que tanto apreciáis.
Que historia más bonita. Conforme leía, más me sorprendía y más me envolvía la magia. Has conseguido que me meta en ese bosque, que viva la intriga y la curiosidad por saber que está ocurriendo. Parece que he escuchado el sonido de los árboles cuando el viento los azotaba, el canto mágico de ese pájaro, esa luz especial con la que resplandecía la luna...has abierto una puerta y me has dejado entrar. He disfrutado muchísimo. Además, con un mensaje importante, que no dejemos de creer en la magia, que sigamos imaginando, que nos dejemos llevar. Cada día adoro más tu forma de escribir y de transmitir las cosas.
El regalo y la magia son la misma cosa,tanto en el cuento como en la realidad, porque la verdadera magia es la amistad, un sentimiento precioso que nos hace sentirnos felices y seguros, algo que crea un refugio seguro y calentito en un rincón del corazón. Los personajes de tu historia comparten entre sí los buenos sentimientos, y descubren juntos ese bosque maravilloso que lo es sobre todo porque es una aventura compartida. Da gusto leer tu relato, imaginar ese paseo y disfrutar de sus maravillas ha sido un regalo estupendo para estos días de Navidad, ¡muchas gracias!
Gracias a vosotros por vuestras palabras, vuestro apoyo, vuestra sincera amistad. La magia que se refleja en el relato existe sobre todo gracias a vosotros, pues me impulsáis a sentirla. Me alegro mucho de que os haya gustado tanto y que hayáis soñado como yo deseaba. Gracias por tener un corazón tan mágico.
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