CAMINANDO HACIA UN NUEVO FUTURO
03
EL ALIENTO DE VIVIR
La noche ya había prendido todas
las estrellas del firmamento cuando salí de mi hogar y empecé a correr hacia la
morada de mi padre. Hacía mucho tiempo que no conversaba con él y, desde hacía
unos días, notaba que él me llamaba casi desesperado a través del antiguo lazo
que nos unía. No me había atrevido antes a acudir junto a él porque temía que
sus nocturnos y sabios ojos se adentrasen en mi mirada y le revelasen todo lo
que ocurría por dentro de mí. No deseaba que mi padre advirtiese que me sentía
tan confundida, tan propensa a entristecerme y tan nostálgica. Desde que Eros
nos había hecho a Arthur y a mí aquella extraña proposición, todos los días
soñaba con Lainaya o con alguno de sus tiernos habitantes. Incluso Brisita aparecía
en mis sueños, resplandeciente y hermosa, mirándome con todo el amor que me
profesaba. Me pedía que luchase por ser feliz y que nunca me rindiese. No
obstante, en mi interior había una voz que me avisaba, continuamente, de que yo
jamás podría volver a ser tan feliz como lo fui en épocas pasadas. Había algo
en mi destino que se había quebrado para siempre. Aquella voz también me
desvelaba que en realidad vivía queriendo encontrar en cada instante un motivo
para sonreír o alguna razón para no llorar. Lo cierto es que, aunque hubiese
noches en las que me percibía completamente alegre y exultante, mi alma nunca
dejaba de temblar, de aterirse, de llenarse de recuerdos que me hacían
suspirar. Había algo en mí que se había quedado pendiendo de un pasado que yo
no cesaba de rememorar, a veces involuntariamente. Ya no extrañaba únicamente
la magia de Lainaya. Mi añoranza nacía de otros recuerdos, de otro tiempo, de
otros lugares; mas yo no me atrevía a evocar esos recuerdos con los que mi alma
deseaba anegar toda mi memoria.
Corría hacia el bosque que
rodeaba el hogar de mi padre pensando en mi vida, recordando todo lo que había
ocurrido en los últimos meses. Desde que Eros y yo habíamos empezado a vivir en
aquella ciudad tan hermosa, mi vida había comenzado a deslizarse por un destino
lleno de experiencias que jamás pude imaginarme. No obstante, por mucho que mi
presente quisiese alejarme de todo mi pasado, mi alma nunca anhelaba
distanciarse de aquel tiempo en el que podía encontrar en la naturaleza una
morada inquebrantable. Me había alejado de la tierra que mi poder y la
consciencia de la naturaleza habían creado y ya no había vuelto a hallar en
ninguna parte ese refugio que los bosques siempre me ofrecieron, desde que nací
a la vida... en ningún lugar había vuelto a sentirme tan amparada, salvo en
Lainaya. En Lainaya me había reencontrado con esa parte de mí que siempre quedó
adherida al pasado. Había vuelto a hallar ese recoveco donde el alma de la
naturaleza y la mía podían conversar durante horas y horas sin que la maldad interrumpiese
nuestros momentos.
Y saber que no podía regresar a
Lainaya para reencontrarme con esa voz que apenas susurraba ya en la Tierra era
lo que más me dolía. Ser consciente de que Lainaya no podía ser mi hogar era lo
que, en verdad, me hacía evocar continuamente todos esos antiguos recuerdos en
los que yo me fundía con el espíritu de los bosques y corría y corría entre
grandes y poderosos árboles sin temer que la civilización me detuviese, en los
que yo podía ascender altas montañas para observar desde su cumbre esas
extensiones infinitas de naturaleza bajo el cielo estrellado de la noche; un
cielo limpio, sin nubes de contaminación, sin luces artificiales que silencian
la voz de los astros; esos recuerdos en los que yo podía bañarme en lagos
inmensos bajo la luz de la luna mientras observaba el horizonte que los árboles
creaban entre la vida y el tiempo. Ya nada había vuelto a ser igual. El tiempo
había transcurrido llevándose la belleza de ese pasado... Entonces me percaté
de que en verdad no era el tiempo lo que me hacía sentir tan nostálgica, sino
la añoranza por una geografía distinta, por la apariencia reluciente de esos
lugares, la que solamente quedaba palpitando en mi memoria.
Al llegar al bosque que rodeaba
el castillo de mi padre, me detuve para observar su estado y su aspecto.
Habíamos plantado bastantes árboles que aún tenían que crecer para poder
parecerse a aquéllos que tanto nos habían protegido cuando nos sentíamos
desamparados. Era cierto que aquellos árboles eran muy antiguos, por lo que me
costaba comprender cómo era posible que el viento los hubiese derribado como si
en verdad estuviesen hechos de papel; pero entonces supe que no había sido
solamente el viento el causante de aquel triste desastre. Mi padre nunca me lo
había confesado, pero yo sabía que había sucedido algo más aquel día tan
trágico...
«A veces la naturaleza se enfada
consigo misma porque se siente impotente al ver que no puede hacer nada para
evitar su destrucción», pensé tristemente mientras me acercaba a la puerta del
castillo; la que estaba herméticamente cerrada. Algunas plantas habían empezado
a escalar por aquella antiquísima madera. Me percaté de que en las paredes se
habían formado surcos de polvo y arena... En los muros había recovecos donde
las plantas también deseaban albergarse. Me pregunté cómo era posible que aquel
castillo apareciese tan descuidado.
Estaba a punto de adentrarme en
aquel castillo que parecía formar parte de otra realidad cuando oí unas voces
cerca de donde me hallaba. Enseguida distinguí la voz de Scarlya y la de otro
vampiro que apenas había compartido momentos conmigo. Reían tierna y
alegremente, como si fuesen dos niños observando un momento prohibido.
Sintiendo una curiosidad irresistible, me aproximé silenciosamente a ellos. Los
descubrí sentados en el tronco de un árbol caído. Me escondí tras un grueso
árbol (que había resistido el poderoso envite del viento) y los observé siendo
plenamente consciente de que estaba haciendo algo completamente ilícito y
reprobable.
La luz de una tierna luna
creciente caía sobre ellos, iluminando su pálida piel y sus resplandecientes y
enternecidos ojos. Scarlya estaba sentada junto a Erick, quien la miraba como
si ante él tuviese la materialización de esa luna lejana que alumbraba aquel
extraño momento.
—
Me tranquiliza saber que viviréis cerca de la ciudad donde yo habito
—le dijo Erick a Scarlya sonriéndole sensual y pícaramente.
—
¿Por qué? —preguntó ella extrañada. Yo sabía que estaba fingiendo. Se
lo noté en la mirada.
—
Porque sería incapaz de vivir lejos de vosotros.
—
¿De vosotros? —le cuestionó mirándolo a los ojos.
—
De ti —especificó entornando los ojos—. No me hagas hablar, Scarlya,
porque entonces soy capaz de empezar a decir barbaridades que a lo mejor no
quieres oír.
—
¿Y qué ocurre si quiero escucharlas? —propuso ella acercándose más a
él y tomándolo de las manos—. ¿Crees que soy tonta, Erick? Te conozco desde
hace casi un año.
—
Menos —la corrigió riéndose con ternura.
—
No importa. Ya sabes que el tiempo no transcurre de la misma forma
para nosotros.
—
¿Y qué vas a hacer, Scarlya?
—
Dejar que todo fluya.
—
No puedes hacer eso. Hay ríos que deben ser detenidos.
—
Y hay ríos que luchan por seguir fluyendo incluso cuando intentan
detenerlos.
—
Tú y Leonard...
—
No digas nada, por favor. No digas su nombre ahora, en este momento.
Los azulados ojos de Erick
resplandecían de ternura, de pasión e incluso de timidez; pero yo sabía
perfectamente que en el corazón de aquel atractivo vampiro no había lugar para
la vergüenza. Me pregunté desde cuándo compartían aquellas miradas tan
ilícitas, quién había sido el primero que se la había dedicado al otro y sobre
todo en qué momentos sus ojos se habían fundido en aquellas miradas tan llenas
de... de deseo. Me estremecí cuando me planteé la posibilidad de que Erick
nunca hubiese sido para Scarlya ese amigo fiel del que ella ya nos había
hablado tantas veces. No obstante, no me atrevía a prestarles atención a
aquellas preguntas y a aquellas posibilidades. Rogué que aquella conversación
fuese algo inocente que se perdería en la inmensidad del tiempo y que Scarlya
la olvidase en cuanto se cruzase con los ojos nocturnos de Leonard; mas mis
súplicas se convirtieron en polvo en cuanto oí las palabras que Scarlya
empezaba a dedicarle a Erick, en cuanto comprobé que entre ellos dos no existía
esa amistad pura que tan feliz hacía a Scarlya...
—
No hay nada en el mundo que lamente tanto como no haberte conocido
antes, Erick. Contigo vivo plenamente, existo en momentos que junto a él no
podría vivir jamás. Si fuese por él, debería permanecer encerrada en este
castillo componiendo versos preciosos y canciones tristes. Ahora nos iremos a
vivir a otro lugar, pero lo que más feliz me hace no es saber que habitaremos
en una casa normal y corriente, sino saber que estaré más cerca de ti.
Viviremos en un pueblo rodeado por una naturaleza muy bella, pero podré estar
contigo siempre que lo desee. Además, ahora Leonard está preparándolo todo para
marcharnos, por lo que no está tan pendiente de mí. Eso facilita que podamos
vernos más a menudo.
—
¿Y qué ocurrirá con nosotros, Scarlya? Alguna noche deberás confesarle
a Leonard lo que sientes.
—
Erick, yo no estoy enamorada de ti, solamente me gustas mucho y cuando
estoy contigo me siento viva... al contrario de lo que me ocurre cuando estoy
junto a Leonard. Ese sentimiento no es razón suficiente para abandonar a Leonard.
—
Pero cuando estamos... así, tan juntos... ¿no sientes que todo
desaparece?
Soplaba una suave brisa que
mecía los oscuros cabellos de Erick y las tímidas hojas que la cercana llegada
de la primavera había hecho crecer en algunas ramas. Scarlya se hundió sin
regreso en los ojos de ese vampiro que la observaba como si en esos momentos el
mundo se hubiese reducido a Scarlya, como si toda la vida se concentrase en los
verdosos ojos de aquella vampiresa que parecía haberse olvidado de su pasado,
de su presente y del futuro que debía vivir junto a los que la querían con
plena sinceridad. Me percaté de que la mirada de Scarlya se asemejaba mucho a
las que ella le dedicaba a Leonard cuando se unieron... Aquella mirada tan
llena de amor y ternura también me recordó a todas las que ella me dirigía
cuando éramos felices en nuestra frágil burbujita de jabón.
Erick se acercó tanto a Scarlya
que de pronto sus miradas se convirtieron en una sola mirada; su aliento se
mezcló en una sola gota de aire, y la sonrisa que se dedicaban se tornó unos
besos tímidos y tiernos que se intensificaban sin regreso a medida que el
tiempo fluía y el viento seguía soplando levemente entre las ramas de los
árboles. La nocturnidad brillante de aquel instante pareció devenir en el
amanecer más dorado de la vida cuando ambos se abrazaron apasionada y
desesperadamente bajo la luz de la luna.
No quise seguir observando aquel
ilícito instante. Sin embargo, mi alma me advertía de que yo no debía protestar
cuando mi corazón también estaba dividido y anegado en dos amores... cuando yo
también amaba a dos seres mágicos al mismo tiempo. No obstante, mi razón alzó
su voz sobre aquellos extraños pensamientos, expresándose casi enloquecida de
vergüenza y reprobación. «Mas mi amor por Arthur no forma parte de este mundo,
ni de Lainaya, ni de la muerte ni de cualquier otro mundo»,
me dije mientras corría hacia la morada de mi padre. «Yo amo a Arthur porque
hay algo mucho más poderoso que cualquier vida que lo ha decidido, que nos ha
sumergido a ambos en ese destino que no podemos ignorar, un destino que no
puede ser quebrado por nada. Además, a Eros lo amo con tanta locura que sería
capaz de hacer cualquier cosa para lograr que todo volviese a ser como antes,
como cuando nos conocimos hace ya tanto tiempo... pero no puedo negar lo que
siento. Necesito hablarlo con alguien. Estoy a punto de volverme loca... pero
¿cómo puedo mirar a mi padre a los ojos conociendo lo que está ocurriendo con
Scarlya? ¿Cómo debo comportarme en estos momentos con él?». Mi confusión se
hizo mucho más enrevesada y notable cuando llegué al castillo y me encontré con
los pasillos llenos de cajas repletas de objetos. No había ya nada en los
muebles, ni en las estanterías, ni en las alcobas y tampoco había cuadros
colgados en las paredes. Aquel antiguo castillo donde nos habíamos refugiado
desde que la humanidad volvió a decepcionarnos se había tornado en el reflejo
de un cementerio de recuerdos olvidados. El vacío se acumulaba por doquier, se
acomodaba en los rincones, hacía de las estancias su lecho de muerte.
Sentí
que me asfixiaba, que el mundo caía sobre mí y que el suelo temblaba bajo mis
pies. No entendía por qué a mi padre le urgía tanto abandonar ese rincón del
mundo. Me pregunté en qué momento había decidido comenzar a hacer ese equipaje
que, lamentablemente, también me incumbía, pues en aquel castillo no había
únicamente objetos que me pertenecían, sino también un sinfín de recuerdos que
yo no deseaba abandonar a las manos del olvido y del paso del tiempo.
—
Ah, estás aquí, Sinéad —habló de pronto una voz
llena de nostalgia. Leonard estaba tras de mí, mirándome inquisitivamente. Yo
restaba observando un montón de objetos apilados en un rincón—. ¿Cuándo has
llegado? No te he oído entrar.
—
¿Qué es todo esto, Leonard? ¿Cuándo pensabas decirme
que te ibas?
—
He estado llamándote durante toda esta semana, y me
has ignorado completamente —me recriminó acercándose a una caja para introducir
más objetos.
—
¿Adónde os vais?
—
¿Os?
—
Sí. ¿Adónde vais a vivir?
—
¿Acaso no vas a venir conmigo?
—
¿Otra vez, padre? Ya te he dicho que yo quiero...
—
No seas egoísta, Sinéad. Sé un poco más comprensiva.
—
¿Con quién debo ser comprensiva?
—
¿Acaso no piensas en que Arthur prefiere vivir en un
lugar más tranquilo?
—
Arthur adora el lugar donde vivimos. No creo que el
problema sea con él, padre.
—
Tú no sabes nada. Eres egoísta e infantil.
—
¿Para qué me llamabas, para insultarme y para
ponerte en mi contra de nuevo, Leonard?
—
Solamente quiero que pienses en tu vida y la valores
como es debido.
—
Yo te recomiendo lo mismo. Y te recomiendo también
que cuides lo que tienes. Hace mucho tiempo que estás extraño y apático. Me
parece que esa no es la mejor manera de vivir.
—
¿Me dices a mí que estoy apático cuando eres tú la
que no aprecia nada de lo que tiene? ¿Quién es la que llora por un pasado
imposible? ¿Quién es la que está jugando con dos corazones?
—
¡Yo no estoy...!
—
Sinéad, conozco perfectamente lo que sientes —me
anunció mirándome fijamente a los ojos—. Desde que llegó Arthur, no piensas en
otra cosa. No vienes a verme porque temes que me adentre en tu mirada y adivine
todo lo que sientes, ¿verdad?
—
No es cierto —mentí agachando la mirada.
—
¿Desde cuándo te conozco, Sinéad? —Yo no respondí.
Mi padre volvió a preguntarme—: ¿Cuánto tiempo llevamos juntos? ¿Quién ha compartido
contigo más momentos a lo largo de tu vida? No puedes engañarme, Sinéad. Dime,
¿en realidad piensas que puedes ocultarme la verdad? —Yo negué en silencio—.
Creo que no hay nadie en el mundo ni lo habrá jamás que te conozca tan bien
como yo y que, además, conozca tan bien a Arthur —sonrió complaciente—. Ven,
vayamos a la biblioteca y hablemos serenamente. También tienes que explicarme
por qué me has acusado de no cuidar mi vida.
Lo
seguí a través de esos pasillos repletos de cajas llenas de recuerdos, de
momentos pasados que nunca más volverían y que para siempre permanecerían
flotando en la inmensidad de mi eterna memoria. Cuando llegamos a la
biblioteca, me estremecí al ver que el suelo de aquella estancia también estaba
ocupado por cajas rebosantes de libros antiguos, de manuscritos amarillentos...
—
Haciendo el equipaje, me he encontrado con escritos
muy antiguos —me comunicó mi padre agachándose enfrente de una caja para sacar
de allí una gran cantidad de folios llenos de polvo—. Desde que nos marchamos
del país donde construí mi poderoso reinado en el siglo XV, no he vuelto a
prestarles atención a todos los objetos que pude rescatar de mi castillo antes
de que se quemase... ¿Sabes de quién es esto, Sinéad? —me preguntó tendiéndome
aquellas páginas levemente carcomidas por el tiempo. Yo negué con la cabeza—.
Pues es de Áurea. Escribía una especie de diario donde explicaba todo lo que
ocurría...
—
Áurea —susurré estremecida, empequeñecida y
entristecida.
—
Me gustaría que lo leyeses para que compruebes
cuánto te quería, cuán especial e importante eras para ella... y para que
conozcas todo lo que sucedía en nuestras vidas mientras Vladimir te obligaba a
restar apartada de todos nosotros.
Sólo
me bastó leer un párrafo para que los ojos se me llenasen de lágrimas...
«Por
su parte, hace muchas noches que Arthur no comparte momentos con nosotros. Está
ausente. Las pocas veces que conseguimos verlo aparece envuelto en un halo de
tristeza que nos impide acercarnos a él. Si acaso hemos intentado hacerlo, él
nos ha lanzado una mirada suplicante. Es como si con los ojos nos pidiese: por
favor, dejadme en paz, no me habléis, haced como si yo no existiese. Y todos
cumplimos esos silenciosos ruegos sin objetar nada. Pero a mí su estado me
consume. Lo quiero mucho. Me siento como si fuese su hermana mayor, la hermana
mayor de un niño que está empezando a perder su inocencia»
—
De acuerdo. Me lo llevaré.
—
Sé que escribió mucho más, pero esos folios se han
perdido.
—
Vaya.
—
Ven, sentémonos, Sinéad. Yo también necesito hablar
contigo. —Cuando ya nos hubimos acomodado en aquellos sillones forrados de
terciopelo rojo, Leonard me preguntó—: ¿Qué piensas hacer con Arthur?
—
No puedo hablar de esto ahora —protesté aún con
ganas de llorar.
—
Sinéad, no puedes vivir así. Sé que estás sufriendo
porque los quieres a los dos, no me lo niegues. Te recomiendo que te marches un
tiempo junto a Arthur para...
—
¿Y dejar solo a Eros? —le pregunté asustada.
—
Sí, tendrías que dejar solo a Eros un tiempo.
—
No, no quiero. No puedo hacerle eso.
—
Lo que no puedes hacer es engañarlo, Sinéad.
—
Entre Arthur y yo no ha ocurrido nada, padre, te lo
aseguro.
—
Todavía no, pero no creo que tarde en suceder.
—
De todas formas, no debes preocuparte por eso
porque...
—
¿Por qué?
—
Porque... porque no voy a permitir que ocurra
nada...
—
No te creo —se rió con mucha ternura—. Arthur me ha
confesado algo... Quiere marcharse un tiempo a una isla que él adora con toda
su alma, una isla desierta de la que apenas le ha hablado a nadie, y quiere ir
contigo, hija.
—
No puedo ir con él y dejar solo a Eros.
—
Él quiere ir contigo. Y creo que no le importará que
Eros también vaya.
—
¿De veras?
—
Tienes que hablar con él, Sinéad.
—
Pero... pero ¿cómo iremos? Él no puede volar.
—
No te preocupes por eso. Acabo de estar con él y le
he entregado ya todo el poder que necesita.
—
Me alegro mucho, padre...
—
Habla con él. Está deseando comunicarte sus deseos.
—
De acuerdo...
—
Pero tienes que aclararte, Sinéad. No puedes vivir
así. Eros acabará descubriendo lo que ocurre en tu corazón.
—
Eros ya lo sabe, padre. Por favor, no me preguntes
nada más acerca de esto. Sólo te ruego que te serenes y que no te preocupes.
—
¿Ya lo sabe?
—
Sí, ya lo sabe, pero, por favor, no me preguntes
nada... —le supliqué tiernamente.
—
Está bien —se rió extrañado.
—
Todavía no me has dicho dónde viviréis.
—
Pues... verás... ¿sabes dónde viven Erick y todos
los demás?
—
Esa ciudad queda a más de dos horas de aquí.
—
Volando se salva cualquier distancia...
—
Son dos horas volando, padre.
—
No importa. Es un lugar muy tranquilo. Viviremos en
un pueblo muy pequeño que está rodeado de montañas y de naturaleza. Te gustará
mucho. Quisiera que, cuando nos hayamos instalado, vinieses a vernos... y te quedases
con nosotros un tiempo. Te vendrá bien estar cerca de la naturaleza.
—
Por supuesto.
—
Aunque, si aceptas viajar con Arthur a su isla
predilecta, podrás gozar de una naturaleza intacta...
—
Qué feliz me hace oír esas palabras.
—
Ve a hablar con él antes de que sea más tarde... Por
cierto —recordó de pronto cuando me hube levantado—, ¿por qué me has acusado de
no cuidar mi vida?
—
Porque te noto muy apático. Te recomiendo que pases
más tiempo con Scarlya...
—
Lo intentaré... —me aseguró confundido.
—
Hasta pronto, padre. Por favor, despídete de mí
antes de marcharte...
—
Creo que tendrás que ser tú la que se despida de mí.
Arthur quiere irse mañana mismo.
—
¿Mañana? —me reí desorientada.
—
Sí, mañana. Espero que todo vaya bien...
—
Tienes que decirme dónde viviréis...
—
Te guiaré a través del lazo que nos une cuando
desees venir a visitarnos.
—
Entonces, ¿ésta es la última vez que estamos juntos
en este castillo?
—
Es posible, Sinéad. Cuando nos marchemos, le
cederemos esta morada al tiempo, a la soledad, al silencio y al olvido.
—
Pero eso es muy triste —me quejé con mucha pena.
—
Lo es, pero los tiempos cambian...
—
¿Por qué quieres marcharte?
—
Porque la ventada que hubo hace más de un mes ha
provocado que muchos humanos estén pendientes de este bosque. Aunque este castillo
esté situado entre las montañas, escondido tras los árboles, ya no es seguro
vivir aquí. Tenemos que marcharnos antes de que nos descubran. Muchos ya han
reparado en la presencia de esta antigua morada y han planeado adentrarse aquí
para investigarla. Saben que este castillo lleva aquí años y que nadie se ha
interesado por él, pero ahora todo está cambiando.
—
Padre, ¿cómo es posible que no tengamos un poder que
permita aislar del mundo los lugares donde vivimos?
—
¿Qué quieres decir?
—
Podríamos tener la facultad de volver invisibles nuestros
hogares... Deberíamos poder rodearlos de brumas para que nadie reparase en su
existencia.
—
Sería maravilloso, pero no podemos hacer desaparecer
el espacio que ocupan esos lugares —se rió tiernamente—. Aunque estuviesen
envueltos en brumas, estarían ocupando un territorio que los humanos acabarían
necesitando para algo. No obstante, es una idea muy original. Quizá podamos aprender
a hacerlo.
—
Lacnisha está envuelta en brumas...
—
Sí, pero eso ocurre porque está rodeada de nubes
heladas y porque está verdaderamente apartada de cualquier lugar.
—
Lacnisha es mágica, padre. ¿Nunca lo has pensado?
—
Sí, es un lugar mágico donde el tiempo se confunde,
donde el amanecer se mezcla con el atardecer, donde la vida parece no fluir.
Sí, es un lugar mágico —sonrió de forma ensoñadora—; pero no puedo entretenerte
más. Ve a buscar a Arthur y habla con él antes de que se marche sin vosotros
—bromeó con dulzura.
Tras
despedirme cariñosamente de mi padre, caminé hacia la salida del castillo
intentando retener en mi mente el recuerdo del último instante que compartía
con aquella antigua morada. No sabía si alguna noche regresaría a aquel rincón
del mundo que tanto me había protegido de la vida y de la realidad. Aunque
aquel castillo no se desvaneciese cuando Leonard y Scarlya se marchasen, al
parecer, para siempre, yo no podía volver a un lugar en el que el silencio, el
olvido y la soledad gritaban tan alto. No me atrevía a vagar sola por aquellos
pasillos que antes habían estado llenos de vida. Normalmente nunca era capaz de
adentrarme en aquellas moradas donde había vivido un tiempo inconcreto y lleno
de experiencias. La nostalgia y la pequeñez más absolutas se adueñaban de mi
corazón cada vez que yo retornaba a algún rincón que había amparado mi vida y
me percataba de que el tiempo había transcurrido llevándose la resplandeciente
belleza que lo había teñido. No soportaba percibir el paso del tiempo
materializado en unas manos que lo destruían todo, que lo cubrían todo de polvo
y que hacían de los objetos meros reflejos de lo que fueron antaño.
No
obstante, aunque mi alma estuviese llena de nostalgia, no podía negar que mi
corazón se había envuelto en esperanza e ilusión. Saber que Arthur deseaba
llevarnos a Eros y a mí a su rincón predilecto del mundo me hacía sentir una
felicidad que apenas sabía experimentar. Me imaginaba que aquella isla que él
tanto adoraba se asemejaba a un paraíso lleno de vida, de matices
resplandecientes, de sonidos hermosos e hipnóticos y de olores revitalizantes.
Me imaginaba que el agua que la rodeaba era cristalina y tan brillante como un
diamante y que la orilla estaría perlada con flores luminosas de colores vivos
e inocentes. La vida allí se respiraría como un aire interminable que portaba
aromas mágicos, pertenecientes al mundo de los sueños.
Cuando
salí del castillo de mi padre y me disponía a correr hacia mi morada, oí de
nuevo la voz de Scarlya confundiéndose con los suspiros que el viento lanzaba
tierna y silenciosamente. Esta vez, sus palabras no sonaban llenas de felicidad
y confusión, sino de miedo. Me detuve y me escondí para saber qué ocurría. De
nuevo fui consciente de que mi actitud era completamente ilícita y reprobable.
Me pregunté´ si se me habría contagiado la forma de ser de la señora
Hermenegilda. Aquel pensamiento me hizo tener ganas de reír, pero las contuve.
La
mirada de Scarlya aparecía llena de nostalgia, impaciencia y tristeza. Aquello
me dejó sin aliento, sobre todo conociendo lo que acaecía entre Erick y ella
cuando había llegado al castillo de Leonard. Sus palabras eran silenciosas,
pero también sonaban nítidas y llenas de decisión:
—
Lo peor no es que ahora esté engañando de nuevo a
Leonard. No, por favor, no me preguntes nada. Lo peor es que ahora pienso que
tú me atraes como lo hizo Leonard en su tiempo. Lo peor es que pienso que junto
a ti puedo llegar a sentirme bien... pero nada de eso es cierto, Erick. Hace
mucho tiempo que no me siento plenamente feliz, que no vivo convencida de que
mi vida tiene sentido. Hace mucho tiempo que me despierto por inercia y vivo
por vivir, esperando encontrar en cada instante algo que brille e ilumine la
oscuridad de mi noche eterna. Hace mucho tiempo que me perdí... Creí
reencontrarme conmigo misma al vivir una aventura apasionante de la que no
tengo permitido hablar, pero ahora me doy cuenta de que aquello solamente fue
una tregua para mi alma. Vivir aquella aventura no me sirvió para hallar de
nuevo esa felicidad que yo creía perdida, sino para alejarme un tiempo de mis
pesares. No soy feliz desde hace muchos años, Erick —casi lloraba—. Creía que
con Leonard lo era, pero siempre me he sentido vacía.
—
Bueno, creo que eso nos sucede a todos alguna vez.
—
No, lo mío es distinto. Yo siempre me he creído tan
poca cosa... Siempre he intentado animarme a mí misma convenciéndome de que soy
una mujer apasionante, de que en realidad estoy rodeada de seres que me
quieren, pero nunca he conseguido creerlo porque me siento nadie. Nací sin ser
querida, crecí sin ser querida, casi muero sola, me convirtieron en vampiresa
casi sin amor y...
—
Cálmate, Scarlya. No te pongas así —le pidió Erick
con serenidad y cariño mientras la abrazaba. Scarlya estaba llorando
desconsoladamente.
—
Lo peor es que piensas que tú me atraes. Sí, es
cierto, me atraes, pero cuando pase el tiempo... me cansaré de sentirme atraída
por ti y entonces todo cambiará. Lo único que no cambia son mis ansias de
alejarme para siempre de la vida, de desaparecer para siempre.
—
No digas eso, Scarlya, por favor —le rogó asustado.
—
No, no me refiero a algo tan trágico como quitarme
la vida... Lo siento. Lo mejor será que me vaya y hable contigo cuando esté
serena.
—
Pero no quiero dejarte sola —protestó con pena.
—
Me apetece hablar con Sinéad. Creo que es la única
que podría comprenderme en estos momentos. Lamento mucho que todo se haya
torcido así. Lamento mucho que no haya podido entregarme a ti como tanto
deseabas que hiciese... Lo siento mucho, de veras; pero no puedo hacerlo, y ya
no es por Leonard solamente, sino por mí...
—
No era necesario que lo hicieses, te lo aseguro. Ve
a buscar a Sinéad y habla con ella. Estoy seguro de que sabrá aconsejarte muy
bien. Se nota que Sinéad es una mujer muy sabia.
—
Lo es, por supuesto...
Al
oír aquellas palabras, comencé a correr hacia mi hogar. No me importaba que
Scarlya me percibiese entre los árboles. Solamente quería alejarme de ese lugar
para que ella no se enterase de que había estado observando un momento tan
suyo. Cuando me hallé en la ciudad donde vivía, me detuve en una calle llena de
silencio, pues sabía que tarde o temprano Scarlya debía pasar por allí para
encaminarse hacia mi casa.
Y
aquello no tardó en ocurrir. La esperé sentada en un banco. Cuando me percaté
de que se acercaba a mí, me alcé de donde estaba acomodada y empecé a caminar
hacia mi hogar para que ella me sorprendiese vagando por las calles.
Comportarme de ese modo me hacía sentir ganas de reír, pero todo lo que había
ocurrido aquella noche destruía cualquier sonrisa que mis labios deseasen
esbozar.
—
Sinéad —me apeló Scarlya corriendo hacia mí—. ¡Qué
suerte haberte encontrado!
—
¡Hola, Scarlya! Sí, vaya casualidad —me reí mientras
la abrazaba.
—
Sinéad... iba hacia tu casa. Menos mal que te he
encontrado... porque deseo conversar contigo a solas.
—
¿Sí? ¿Qué ocurre? —disimulé mirándola tiernamente a
los ojos.
—
¿Podemos ir a algún lugar donde nadie nos moleste?
—
Sí, por supuesto...
Cuando
nos hallamos en uno de los parques que había en aquella ciudad tan bonita,
Scarlya empezó a hablarme con timidez y con una tristeza muy honda tiñendo
todas sus palabras:
—
Sinéad, tal vez, lo que voy a decirte te sorprenda y
te disguste, pero necesito confesártelo. Siento que me volveré loca si continúo
callándome todo esto... —Yo le indiqué con una mirada llena de dulzura que
estaba dispuesta a escucharla todo el tiempo que fuese necesario—. Sinéad,
siento que últimamente me comporto de modos muy extraños. Siento que no soy
yo... Sinéad, no soy feliz. No consigo serlo. Hace muchos años que creo que mi
vida no tiene sentido y que vivo por vivir. Os quiero a todos con locura, pero
también noto que no os doy todo lo que anhelo entregaros, que mi amor no es
suficiente para hacerme creer que merece la pena que me tengáis en vuestra
vida. —Scarlya había empezado a llorar tímidamente, así que, para intentar que
se serenase, la tomé cariñosamente de las manos—. Quiero mucho a Leonard, de
veras; pero siempre he pensado que lo nuestro no tiene futuro. Somos muy
distintos, Sinéad. Además, yo siempre he tratado de ser alguien que no puedo
ser. Vivo en este mundo sin saber muy bien cómo debo hacerlo. Ya nada es como
antes. Los bosques ya no están tan limpios. La naturaleza ya no es tan libre...
No sé si me entiendes... —Yo le asentí con la cabeza. Me sorprendía que Scarlya
experimentase exactamente las mismas emociones que yo—. Cuando vivía en mi
amado castillo, creía que aquel tiempo sería eterno, que jamás nada
cambiaría... Ahora ya no queda vivo ni un solo rincón que yo amé. Sinéad, este
mundo está cada vez más turbado y enloquecido. No quiero seguir aquí, Sinéad.
Continuamente estoy intentando teñir la vida de magia, y no puedo hacerlo. Todo
son problemas, muerte, contaminación, traiciones... La vida se ha convertido en
una lucha continua que siento que estoy perdiendo lentamente. Ya no puedo más,
Sinéad. No basta con tratar de impregnar la vida de magia. Se trata de sentir
que la vida es mágica, que es hermosa pese a todo, y yo ya no lo siento, no lo
siento. Quiero ser yo misma, quiero ensoñar cuando miro la luna y las
estrellas, quiero que de mi alma broten versos preciosos al contemplar un
atardecer dorado o un amanecer rosado, deseo hallarme en un rincón que reste
apartado de la realidad... y nada de eso es posible. Anhelo ser la que fui
siempre, Sinéad, la que fui antes de enamorarme de Leonard. Creo que enamorarme
de tu padre me corrompió, Sinéad. Él siempre está pensando en que debemos
protegernos de todo: de los humanos, de la civilización, incluso de los
bosques, y pienso que cada vez en el mundo hay menos lares que pueden
ampararnos como él desea... Nada ha vuelto a ser lo mismo para mí desde que me
enamoré de él... pues cuando lo hice... por primera vez en mi vida, conocí lo
que era traicionar a un ser querido... y me arrepiento mucho de haber obrado de
ese modo contigo, con el primer ser que me quiso de verdad en mi vida... Ya no
he vuelto a ser la misma. Estoy corrompida, Sinéad, estoy completamente
corrompida, y yo no quiero vivir así. ¡No puedo vivir así! Por eso te suplico
que me enseñes a irme de este mundo. Quiero regresar a Lainaya, Sinéad. Quiero
vivir en Lainaya. Quiero ser alguien mágico, que viva alejado de la mundana y
peligrosa vida de este mundo, lejos de la maldad, de la corruptibilidad de esta
naturaleza, lejos de todo lo que hiere y destruye el alma de las personas. No
quiero vivir en este mundo. Ayúdame, Sinéad, por favor, ayúdame... No puedo
seguir así. Hoy he estado a punto de engañar de nuevo a Leonard, pero no quería
hacerlo porque me sintiese decepcionada con él ni porque Erick me atraiga más
que nadie, sino porque continuamente estoy buscando emociones distintas que me
hagan sentir algo, algo, ¡¡algo! ¡Estoy muerta!
Scarlya
nunca me había hablado con tanta franqueza. Aunque los sollozos apenas le
permitían expresarse, su voz sonaba nítida y llena de desesperación y a la vez
decisión. Todas las palabras que me dedicó me dejaron aterida y confundida. Me
sorprendieron tanto que apenas podía pensar.
—
¿Quieres regresar a Lainaya y vivir allí para
siempre?
—
Sí, sí, sí... Sé que esto no es un capricho, como lo
ha sido todo lo que he hecho y todo lo que he deseado en los últimos años de mi
vida. Ahora entiendo por qué Lainaya se introdujo en mi destino... o, mejor
dicho, por qué me introduje yo en el destino de Lainaya... porque es el lugar
donde verdaderamente puedo ser yo misma. ¿Nunca has sentido que no has nacido
para habitar en este mundo, Sinéad? —Yo le asentí silenciosamente—. Yo he
sentido eso desde que nací, Sinéad, desde que era humana. Sentía que este mundo
no estaba hecho para mí. Yo nunca he entendido esta realidad. Yo he preferido
restar apartada de todo por miedo a que la maldad de la vida pueda...
—
Pero si muchas veces te quejabas de que Leonard te
obligaba a restar apartada de la civilización —me reí confundida.
—
Lo que me molestaba de Leonard no era que me
obligase a restar apartada de la vida, sino el hecho de que me obligase a
hacerlo porque en el mundo no hay más que peligros... No sé si me entiendes —se
lamentó confusa. Yo le negué con la cabeza—. Lo que me entristece no es que
tengamos que vivir aislados, sino que tengamos que hacerlo porque nuestra vida
no está segura en ningún lugar. A mí no me molesta vivir apartada de todo... Me
gusta vivir así... siempre que sea porque yo lo he decidido y no porque tenga
que resguardarme de la maldad que invade todo este mundo.
—
Sí, sí te entiendo.
—
Yo no quiero estar aquí, Sinéad. Siento que me
asfixio.
—
No estoy segura de que puedas regresar a Lainaya,
Scarlya. Tendríamos que hablar con alguna reina de Lainaya para que...
—
¿No tenemos que ir a la boda de Zelm y de Aliad?
—
Sí, en primavera.
—
Cuando vayamos... yo le rogaré a Brisa que me
permita quedarme.
—
Pero entonces morirás para siempre, Scarlya.
Entonces nunca más podrás regresar a este mundo. Las puertas de este mundo se
cerrarán eternamente para ti si decides quedarte viviendo en Lainaya.
—
No me importa. Este mundo no merece tanto la pena
como para regresar.
—
¿Y qué sucede con todos los que te queremos?
—
Si en verdad me queréis, aceptaréis que me quede
allí. Allí estaré bien, Sinéad. Yo no quiero estar más aquí. He intentado hacer
cualquier cosa para ser feliz en esta realidad, pero ya no puedo, ya no sé qué
hacer... Estoy cansada de la sangre, de la noche, de la muerte, del frío de mi
cuerpo...
Scarlya
estaba completamente desesperada y desconsolada. Me estremeció descubrir que
Scarlya estaba agotada de ser vampiresa. Entonces recordé que, hacía muchos y
muchos años, mi padre me dijo que, cuando un vampiro se cansaba de vivir, no
existía fuerza mundana ni celestial que pudiese deshacer esos sentimientos.
Scarlya ya no podía pertenecer a nuestra realidad porque ya nada brillaba para
ella.
La
observé con detenimiento y cariño. La miré profundamente a los ojos tras
limpiárselos con mi fiel pañuelo. Entonces me acordé de aquella noche en la que
nos habíamos conocido, cuán bella y mágica me había parecido, qué poco
perteneciente la había creído a nuestro tangible mundo. Con aquella guirnalda
de flores en la cabeza, con aquel vestido blanco lleno de tallitos de hierba y
de pétalos de rosa, Scarlya parecía una ninfa de los bosques, un ser mágico que
no podía formar parte de una realidad tan cruda como la que creaba la vida de
la humanidad.
No,
Scarlya nunca había podido ser feliz en nuestro mundo porque su alma en realidad
era pura, inocente e inmaculada... y había sido la misma realidad a la que su
cuerpo le obligaba a pertenecer la que había corrompido su pálido y mágico
espíritu.
—
Sí, te entiendo perfectamente y sé lo que sientes.
No, tú ya no puedes ser feliz en este mundo, Scarlya. Quizá la naturaleza se
equivocó al hacerte nacer en esta realidad. Te ayudaré, no te preocupes. De
momento, confórmate con saber que dentro de poco regresaremos a Lainaya y que
podrás quedarte allí para siempre. Nada corromperá tu alma y podrás existir
lejos de toda la maldad que destruye la belleza de este mundo. Nada más te hará
daño. Serás feliz en la tierra de los sueños y de la magia, donde siempre
debiste existir. No puedes vivir aquí y tampoco puedes ser quien deseas ser
porque no estás hecha para habitar en la Tierra, sino en un lugar situado más
allá de la misma magia donde tu alma sí pueda expresarse como siempre anheló
hacerlo. No temas... Todo irá bien, Scarlya. Vive intensamente estos pocos días
que te quedan por vivir en esta realidad...
—
Leonard no lo entenderá y le romperé el corazón...
—
Se lo romperás de todos modos si sigues forzándote a
vivir con él.
—
Sinéad, lamento mucho que ni siquiera en el mundo
que creaste unida a la consciencia de la naturaleza haya podido encontrar esa
felicidad...
—
No puedes seguir siendo lo que eres. Ser vampiresa ya
no concuerda con tu alma, es cierto.
—
¿Y con la tuya? Yo creo que tú tampoco estás hecha
para ser...
—
Yo ya me he acostumbrado —reí vergonzosa—. Yo no
puedo estar cansada de la muerte ni de la sangre porque no mato cuando me
alimento, o eso intento, y en realidad me gusta muchísimo ser como soy... pues
me siento poderosa y puedo volar tan raudo como el viento...
—
A mí nunca me gustó volar...
—
Lo sé —me reí acariciándole los cabellos.
—
¿Y qué tipo de hada crees que debo ser? —me preguntó
un poco más calmada. Los ojos le refulgían de ternura.
—
Pues... creo que tendrías que ser una heidelf.
—
¿NO me pega más ser una audelf?
—
No, te pega tener alitas —me reí curiosa.
—
Pero si no me gusta volar —susurró confundida.
—
¡Ah, es cierto! Pero es que me acostumbré a verte
con alitas...
—
Tal vez tenga que decidirlo la misma Ugvia.
—
Lo que está claro es que no debes ser ni una niedelf
ni una estidelf —me reí acariciándole todavía los cabellos.
—
Podría ser mamá, Sinéad —musitó de pronto,
estremecida.
—
Es cierto...
—
Gracias por escucharme y por entenderme, Sinéad...
Eres la mejor amiga que se puede tener.
—
Me entristece mucho saber que no eres feliz y que
tienes que alejarte de nosotros para poder serlo... pero tú eres la única que
debe y puede decidir sobre tu vida.
—
Eres muy buena, Sinéad —me halagó de nuevo llorando
tiernamente.
—
No llores más, por favor... Piensa que dentro de
poco estarás en Lainaya...
—
Me dará mucha pena abandonar este mundo...
—
Tienes que hablar con Leonard.
—
No... Lo mejor será que se entere de todo esto
cuando nos encontremos en Lainaya.
—
Sí, es cierto...
—
Gracias por todo, Sinéad. Te quiero mucho. Te quiero
de verdad —me dijo abrazándome desesperada y muy cariñosamente.
—
Yo también te quiero mucho, Scarlya —le contesté a
punto de ponerme a llorar.
Cuando
Scarlya se marchó, no pude evitar que las lágrimas comenzasen a rodar por mis
mejillas. Me entristecía muchísimo saber que Scarlya se alejaría para siempre
de nuestro mundo y que posiblemente nos costaría mucho volver a verla... pero
también sabía que marcharse a Lainaya y quedarse allí para siempre era lo mejor
que podía hacer. Era cierto que Scarlya nunca había conseguido ser plenamente
feliz desde que había regresado de la muerte. Quizá en la fría y sombría tierra
de la muerte se hubiese quedado la parte más inocente de su alma... la que
podía fundirse de nuevo con su cuerpo si ella abandonaba para siempre la vida
de la Tierra y se adentraba en el mágico mundo de Lainaya.
Intenté
serenarme, pues de pronto me acordé de lo que mi padre me había explicado sobre
Arthur. Me dirigí hacia mi hogar anhelando que Eros no se hallase allí, pues
deseaba conversar a solas con Arthur para asegurarme de que él deseaba que Eros
también viajase junto a nosotros.
Parecía
como si algo cumpliese continuamente mis deseos, pues, cuando me adentré en mi
hogar, vi que Arthur estaba leyendo en el salón y que la puerta de la alcoba
que yo compartía con Eros estaba abierta, desvelándome que él no se hallaba en
nuestro hogar. Arthur me saludó con felicidad y tensión cuando me senté a su
lado. Me explicó que Eros había ido a dar una vuelta con la moto y que vendría
cuando amaneciese.
—
Le he propuesto algo... No sé si la idea te gustará
—me confesó nervioso cerrando el libro que leía.
—
Creo que sé algo. He hablado con Leonard.
—
Vaya. Yo quería que fuese una sorpresa. Verás...
Hace mucho tiempo que deseo llevarte a un lugar muy importante para mí. Es la
isla más bonita del mundo... exceptuando Lacnisha, por supuesto —se rió cuando
me vio entornar los ojos—. Se trata de una isla irlandesa que está envuelta en
brumas y que nadie ha visitado jamás, pues el mar que la rodea tiene corrientes
muy peligrosas que arrastran los barcos lejos de su orilla.
—
Vaya —exclamé sorprendida.
—
Me gustaría que fuésemos solos, tú y yo...pero soy
plenamente consciente de que no te atreverías a irte sin Eros, así que he
pensado que él también puede venir.
—
¿Cómo es posible? Parece como si me hubieses leído
la mente, Arthur.
—
TE conozco demasiado bien, Sinéad —me confesó
acercándose mucho a mí y tomando mi cabeza entre sus cariñosas manos—. Creo que
te conozco mejor que nadie. He compartido contigo momentos demasiado íntimos y
sé cómo puedes pensar en todo momento.
—
Eres el segundo que me dice eso esta noche —me quejé
entornando los ojos—. Si al final todos me conoceréis mejor que yo misma.
—
Vaya, no creo —se rió muy dulcemente. Cuando sonrió
de aquella manera tan hermosa, nostálgica y atractiva, noté que algo se
quebraba por dentro de mí—. Pareces preocupada. ¿Te ocurre algo?
—
No tiene importancia...
—
Ahora parece como si nada la tuviese, ¿verdad? —me
preguntó acariciándome la mejilla—. Tus ojos absorben todo lo que puede
inquietarnos y llena la vida de una luz que nunca nos deslumbrará.
—
Eres tú quien lo tiñe todo de magia, Arthur...
—susurré muy cerca de sus labios.
—
Todo es mágico porque estoy contigo.
—
Y porque tus ojos son la mirada de la magia.
—
Eso ocurre porque te miran a ti.
—
Siempre me arrebatas las palabras —me reí
tímidamente.
—
Porque las palabras sobran cuando estamos juntos.
—
No existe una voz más hermosa que la de tus
miradas...
Arthur
me miraba con tanto amor, respeto, fascinación y dulzura que por un momento me
olvidé de todo aquello que me atería el alma, de todo lo que me hacía llorar,
de todo lo que me inquietaba. Pareció como si el mundo se redujese a sus ojos,
a su nostálgica y bellísima sonrisa, a sus delicadas y cariñosas manos... a su
respiración, su pausada, tibia y amorosa respiración. No pude evitar que mi
cuerpo se llenase de amor, de felicidad, de calor y de harmonía. Tampoco pude
evitar que él se acercase más a mí y que al fin uniese sus labios a los míos.
Empezamos a besarnos con mucha calma, ternura y delicadeza, como si temiésemos
que aquellos besos pudiesen deshacer nuestra piel.
Entonces
recordé, sin poder evitarlo, la primera vez que besé a Arthur... en aquel
lejano instante en el que parecía que el mundo podía desvanecerse en cualquier
momento... en aquel amanecer en el que sobre nosotros llovía la luz dorada del
alba más especial que yo vivía en mi vida... Aquel recuerdo provocó que los
besos que le daba a Arthur con tanta delicadeza comenzasen a intensificarse
dulcemente. Acabamos besándonos casi desesperadamente, como si nos faltase el
aire y nuestros besos fuesen nuestro aliento.
El
tiempo fluyó sin regreso mientras nos besábamos tan tierna, apasionada y amorosamente,
sin culpa, sabiendo que la vida ya no nos prohibía entregarnos el amor que
sentíamos uno por el otro sin que nadie sufriese, sin que se quebrase ninguna
alma. Éramos libres en un mundo lleno de destrucción, de maldad, de tristeza,
de problemas. Éramos libres en un momento en el que la vida era tan frágil como
los pétalos de una amapola, en el que la felicidad era tan efímera como la vida
de una mariposa. Entre los brazos de Arthur me sentía como si me hubiese
adentrado en un mundo mágico donde nada podía hacerme daño, donde la fantasía más
inmensa e inocente construía todos nuestros instantes y forjaba para nosotros
un futuro que se alargaría eternamente en el interminable transcurrir del
tiempo.
—
Al fin, al fin, Sinéad —suspiraba Arthur mientras me
acomodaba entre sus brazos—. Te extrañaba tanto, amor mío... Te necesitaba
tanto, tanto, tanto... —me confesaba abrazándome con una fuerza muy tierna que
me hacía estremecer.
—
Arthur... —suspiré llena de luz, de harmonía, de
tibieza, de felicidad...—. Arthur, mi Arthur.
—
Soy tan tuyo como el agua lo es de la lluvia... —me
musitó en el oído mientras deslizaba sus manos por mis cabellos.
—
Mi alma te pertenece, amor... —le contesté cerrando
con fuerza los ojos, invadida por la inmensa ternura con la que Arthur me
acariciaba.
Creí
que nuestro momento, nuestro tierno momento, se llenaría de desesperación, de
deseo, de nostalgia, de amor... pero entonces oímos que alguien ascendía los
peldaños que conducían a nuestro hogar. No dudamos de que se trataba de Eros.
Nos separamos casi con miedo, como si temiésemos que la frialdad más
inquebrantable e insoportable se adentrase en nuestro cuerpo. Me alcé de donde
estaba sentada y corrí hacia mi alcoba. Tomé el arpa y empecé a tañerla como si
llevase haciéndolo desde hacía una eternidad. Aunque Eros nos permitiese
compartir aquellos momentos tan dulces, no deseaba que él los presenciase ni
nos descubriese sumergidos en nuestro imperecedero amor.
Mas,
al contrario de lo que me esperaba, aquella noche estuvo cargada de momentos
apasionantes, risueños y muy tiernos. Con ilusión y emoción, preparamos nuestro
equipaje. Eros estaba entusiasmado con la idea de pasar un tiempo en aquella
isla que Arthur adoraba tanto. Ver a Eros tan feliz y conforme me tranquilizaba
inmensamente, me hacía creer que la vida no era tan triste ni tan difícil como
yo creía y sobre todo me hacía confiar en que nuestro futuro sería mucho más
sencillo y ameno de lo que yo me esperaba. Cuando el amanecer empezó a templar
todos los rincones de la naturaleza, rogué que la harmonía de nuestra vida
nunca se quebrase y que para siempre pudiésemos ser dulcemente felices en un mundo
que no nos rasgase el alma.
2 comentarios:
Empezando por el final, hay que ver qué suerte tiene Sinéad, normalmente no se encuentra tanta comprensión a la hora de encajar líos amorosos... jajajaja... bueno, se ve que, poquito a poco, la historia va tomando otro cariz; me da mucha pena que Scarlya tenga decidido no solo dejar a Leonard, (que no me imagino cómo se lo va a tomar), sino dejar de ser vampiresa, nada menos. Cierto que la tentación de vivir en Lainaya es muy fuerte, y hasta cierto punto comprendo que recuperar de nuevo esas sensaciones perdidas, tan sensuales, debe de ser una tentación enorme para un vampiro... y es verdad que Scarlya parece demasiado... no sé la palabra... demasiado selvática, para ser vampiresa, en cambio de heidelf me la imagino de sobra, ¡si es un ser totalmente floral! En fin, espero que no pierda el contacto con sus actuales compañeros, aunque ya sabemos que difícilmente pueden hacerse visitas entre estas dos realidades... También me da pena que se pierda, o mejor quede abandonado, el castillo de Leonard, después de tanto tiempo en él; por cierto que está muy bien que hayan aparecido esos escritos de Áurea, cuántos recuerdos me trae, me pregunto si Arthur se acuerda de ella. Ah, muy generoso y conveniente que haya recuperado sus poderes gracias a Leonard. En fin, un capítulo muy bonito, incluso he aprendido la palabra "ventada", que no conocía (y consideré erróneamente un catalinismo hasta que miré en el DRAE, claro, jajajajajaja), me pregunto cómo será esa remota isla irlandesa. Esto va viento en popa, me ha gustado mucho.
Que se quiten las telenovelas, ¡aquí hay más líos amorosos! Empiezo por Lainaya. Está claro que ese mundo a causado a todos un gran impacto. Pensaba que Sinéad era la más afectada pero parece ser que Scarlya lo está todavía más. Es triste, que después de la tormenta emocional que sufrieron ella y Leonard al final su amor desaparezca para siempre. Está claro que es una relación que nunca ha estado muy compensada. Siempre he visto a Leonard más entregado y enamorado que ella. No digo que no lo quisiese pero...le faltaba chispa (algo que sí que tuvo cuando se enamoró de Sineád). Que quiera regresar a Lainaya por una parte es triste...no podremos volver a saber de ella (a no ser que sea en sueños y tal). Leonard sufrirá mucho con esta decisión. Tampoco la pasión por Erick le hace plantearse quedarse en este mundo. Por otra parte entiendo a Scarlya, Leonard está borde. Su forma de hablar y comportarse últimamente no me gusta nada. Quizás en ese lugar al que va se sentirá mejor, aunque sin Scarlya... Por otro lado la propuesta de Arthur. Esa isla irlandesa desierta puede ser un experimento en el que pueden saltar chispas o que las cosas se solucionen entre los tres. Tiene razón Vicente, no es normal encontrar tanta comprensión en un caso como este, Eros está siendo realmente comprensivo. ¿Funcionará una relación a tres bandos? Recuerdo una peli en la que una chica se enamoraba de un chico teniendo novio pero amaba también a su novio. No sabía que hacer hasta que se enteró que su novio también amaba a ese chico y ese chico a su novio, pero también la amaban a ella. Al final decidieron mantener una relación a tres, y en la película parecía que funcionaba a la perfección. Quizás esto no sea tan fácil en la realidad, pero estamos hablando de vampiros que llevan muchos años a sus espaldas, capaces de ver la vida más allá. No lo sé, lo que ocurra en esa isla será importante. ¡Que siga pronto!
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