domingo, 3 de enero de 2016

ABANDONANDO LA REALIDAD - 04. TRISTEZA


 
TRISTEZA
 
La oscuridad del sueño se había convertido en sensaciones que parecían no caber en mí. Notaba que algo me impulsaba a través de la nada, sentía la velocidad del aire en los cabellos y en la piel. Deseaba aferrarme a algo que me impidiese perderme por aquel inmenso vacío, pero no podía moverme. Estaba muy asustada, tanto que no podía controlar mis emociones ni pensar con claridad.
Inesperadamente, noté que mi alrededor se llenaba de quietud. No estaba ya tan dormida, sino que podía abrir los ojos; pero me daba miedo hacerlo y encontrarme con alguna imagen que me hiriese en el alma. Percibía detalles que no lograba entender: una mano cerca de mi rostro, una respiración imperceptible y lejana, la tibieza de una lumbre cuyas llamas crepitaban quebrando el espeso silencio que me rodeaba, unos pasos tenues y remotos, el crujir de las ramas vacías de los árboles... Todos aquellos sonidos me recordaron al instante en el que se terminó mi transformación en vampiresa y ya podía enfrentarme a la nueva vida que se había iniciado para mí.
Sabía que no estaba sola, pero era incapaz de determinar quién se hallaba a mi lado, tomándome de la mano con una suavidad exquisita y con una ternura demasiado antigua. De vez en cuando, unos dedos ágiles y cariñosos me retiraban de las mejillas unas lágrimas cuya presencia yo ni siquiera podía detectar. Estaba llorando, pero yo no era consciente de mi llanto. Lo fui cuando aquel ser que se encontraba junto a mí empezó a limpiarme esas lágrimas que estarían turbando la brillante palidez de mi piel.
     Sinéad, ¿puedes oírme?
Era una voz profunda y aterciopelada que sonó anegada en inquietud y temor. Una controlada desesperación tiñó esas dulces palabras, a las cuales yo solamente pude responder moviendo delicadamente los párpados, intentando abrir los ojos; pero las lágrimas que brotaban de mi mirada sin que yo pudiese preverlo me lo impidieron, pues se me habían secado en las pestañas. Quien me había apelado con tanta ternura reparó en que yo no podía abrir los ojos y entonces me los limpió delicadamente.
     Ya puedes abrir los ojos, cariño. Serénate, estás en casa.
     Leonard.
Supe que quien se hallaba a mi lado hablándome con tanto amor era mi padre porque reconocí todos los recuerdos que nos pertenecían en esa voz profunda y tierna que se dirigía a mí con un primor y un cariño que nadie podría sentir por mí jamás. Saber que él estaba a mi lado me alentó y me ayudó a abrir los ojos.
Estaba muy desorientada, como lo estuve cuando abrí los ojos a la vida vampírica. No podía recordar ningún detalle que hubiese formado los momentos previos a aquel instante. Abrí los ojos sin acordarme de nada, creyendo que mi presente se había convertido en aquel lejano pasado. Notaba, además, que algo pesado y potente me presionaba el alma, como si me hubiese tragado la roca más agresiva de la Tierra.
     ¿Cómo te encuentras, cariño? —me preguntó Leonard acariciándome la mano que me tenía tomada.
Yo no podía contestarle. Miraba desorientada a mi alrededor sin comprender dónde me encontraba, sin poder recordar lo que me había ocurrido antes de ese momento. Leonard fue paciente conmigo, como lo fue cuando mi conversión acabó; pero yo notaba que de sus ojos emanaba una tristeza que no tenía ni principio ni fin, una tristeza que yo también sentía sin saber por qué.
     ¿Dónde estoy?
     Estás en casa.
     ¿Qué casa? —le pregunté con una voz frágil.
     En nuestra casa, en un castillo muy antiguo y abandonado.
Sin poder controlar mis movimientos, me separé de Leonard, desasiendo así nuestras manos, y corrí hacia una puerta de madera gruesa y oscurecida. Leonard no me detuvo. Permitió que corriese hacia el exterior para que me encontrase con la naturaleza que rodeaba aquel hogar misterioso.
Corrí por pasadizos que se asemejaban mucho a aquéllos que habían creado la distribución de la mayoría de castillos donde Leonard y yo habíamos habitado. No obstante, era incapaz de prestarles atención a los detalles que formaban mi alrededor. Todo lo que percibía con mis sentidos llegaba distorsionado a mi alma. Las imágenes de mi entorno eran sombras que no brillaban y los sonidos que podía captar estaban atenuados por la desorientación que sentía.
Al fin, salí de aquella enorme morada. Me encontré rodeada por un bosque silencioso en el que reverberaban los últimos suspiros del atardecer. Los árboles que lo poblaban eran majestuosos y hermosos. Tenían las copas llenas de hojas enormes que pretendían ocultarme el brillo de las estrellas; pero éstas refulgían con una fuerza infinita e invencible. La luna, orgullosa y tierna, resplandecía en lo más alto del firmamento, esparciendo su plateado fulgor por todos los rincones de ese bosque cuya beldad me había dejado sin aliento.
Noté que las piernas me temblaban y que estaba a punto de perder el equilibrio. La respiración se me había convertido en unos hondos suspiros que contenían un llanto incontrolable y profundo. Me arrodillé en el suelo y empecé a llorar sin saber por qué plañía de ese modo. Solamente podía sentir que toda la hermosura eterna de aquella naturaleza me había acariciado el alma pretendiendo curar las heridas que tanto me torturaban, que todavía sangraban por dentro de mí sin que yo pudiese soportarlo. Me había emocionado muchísimo hallarme rodeada de una naturaleza que parecía tan poderosa.
     Sinéad, hija.
La voz de Leonard se introdujo tiernamente en aquel delirante momento en el que me sentía totalmente incapaz de pensar con claridad y de soportar todas las emociones que gritaban en mi interior. Noté que Leonard se arrodillaba a mi lado, que me rodeaba con sus brazos y me apretaba contra su pecho, como siempre hacía cuando deseaba protegerme de la tristeza.
     ¿Dónde estoy, padre? —le pregunté hipando sin poder evitarlo, sin poder controlar mi pena.
     Cariño, serénate.
     No me encuentro bien. Tengo algo en el alma que me hace llorar...
     Sí, es comprensible.
     ¿Qué ha ocurrido? Esta naturaleza...
     Esta naturaleza te ayudará a curarte, cariño.
     ¿Dónde estamos?
     Tienes que tranquilizarte para que pueda explicártelo todo.
     Es que...
     Mira, mira estos árboles, mira lo bellos y lo poderosos que son. ¿Ves cómo brillan la luna y las estrellas? ¿Captas el olor de la savia, el de la humedad, el del viento? —me preguntaba mientras tomaba mi cabeza entre sus manos y se la apartaba del pecho para que yo percibiese nítidamente todos esos detalles que Leonard deseaba que detectase—. Estás en un lugar donde nada puede hacerte daño.
     No es posible que esta naturaleza forme parte de este presente tan horrible. Ya no hay bosques así, Leonard —le contesté con mi voz totalmente anegada en tristeza—. Me cuesta recordar qué me ha sucedido antes de despertarme aquí, pero sé que la belleza del mundo donde vivimos está muriendo.
     Sí, es cierto, en ese presente horrible casi no quedan rincones como éstos. Lo que ocurre es que no nos hallamos en ese presente.
     ¿Cómo? —le pregunté completamente desorientada y asustada.
     Te conozco mejor que nadie. Ni siquiera tú te conoces a ti misma como yo te conozco, por lo que enseguida detecté, a través de la distancia, cómo te sentías y supe que algo muy grave te había ocurrido. Así pues, volé hacia Lacnisha y te encontré tirada en el suelo, profundamente dormida. Estaba a punto de amanecer sobre ti. Estabas en peligro. Entonces, mediante el lazo que nos une, pude introducirme en tu sueño y así capté todo lo que te había acaecido. Noté, además, que tenías el alma irrevocablemente herida. Esa honda herida me reveló que en ese presente jamás podrías curarte, así que...
     ¿Qué hiciste?
     Sabes muy bien que uno de nuestros poderes más especiales y complicados de usar es viajar a través del tiempo y del espacio. Me esforcé lo indecible por llevarte al pasado, a esos años que tanto necesitas volver a vivir. No obstante, no podemos quedarnos aquí más de dos días, pues entonces nunca podremos regresar a nuestro presente. Desapareceríamos por las brumas del tiempo porque no podemos vivir en el pasado. Ya existen en estos momentos un Leonard y una Sinéad que desconocen por completo que...
     Un momento, Leonard —lo interrumpí amedrentada y casi desesperada. Noté que estaba temblando brutalmente—. ¿Estás diciéndome que nos encontramos en el pasado?
     Sí, estamos en el pasado.
     ¿Por qué me has traído hasta aquí, hasta estos momentos? Verlos me hace mucho más daño —sollocé descontrolada por una sensación inmensamente potente que me hacía temblar sin cesar—. Yo no quiero irme de aquí, no querré irme.
     Disfruta por unos instantes de la belleza de esta naturaleza. Estamos en el siglo XV. No corres el riesgo de encontrarte contigo misma porque hace poco que nos marchamos de aquí. Estamos en Hispania.
     No puedo serenarme —protesté aferrándome con fuerza a Leonard, protegiéndome entre sus brazos.
     Quizá estés así porque no te haya hecho bien viajar a través del tiempo... pero intenta caminar por estos bosques y olvídate de todo.
Leonard me animó, no solamente con palabras, sino sobre todo con gestos, a levantarme del suelo y empezar a caminar por ese bosque tan frondoso, denso y hermoso; un bosque cuya imagen despertó mi memoria y me hizo evocar un sinfín de recuerdos preciosos en los que me veía siendo totalmente feliz, corriendo bajo la luz de la luna y de las estrellas hacia aquel lago en el que adoraba tanto bañarme. El recuerdo de aquel lago me hizo sonreír levemente. Deseaba volver a hallarme allí, rodeada por los poderosos árboles que lo cercaban, sumergida en sus tibias y nítidas aguas, formando parte del pequeño mundo que vivía en sus profundidades. No obstante, todavía estaba muy asustada y desorientada. Tenía miedo a encontrarme con una imagen que me hiriese en el alma de forma irrevocable. Sabía que aquel miedo no procedía de esos instantes, sino del presente en el que trataba de vivir.
Pese a todo lo que sentía, empecé a caminar alejándome de Leonard, internándome en aquel bosque cuya voz se mezclaba con los rescoldos de ese llanto que tanto me había hecho temblar. No sabía por qué estaba tan triste. Era incapaz de recordar con nitidez todo lo que me había ocurrido antes de que Leonard me llevase al pasado; pero era levemente consciente de que me había acaecido algo inmensamente doloroso de lo que Leonard había tratado de apartarme arrancándome de esos instantes tan delirantes. De pronto, acordándome de lo que Leonard me había contado, supe que, si él no hubiese aparecido justo en esos momentos, tal vez yo no estaría viva. No sabía si la luz del día podría haberme matado, pues aún recordaba que era inmortal y que el fulgor del sol solamente podía quemarme la piel; pero dudaba de que hubiese podido seguir viva si me sentía tan lacerada, tan inmensamente dolida por algo que en esos momentos no podía conocer. Lo más probable era que el dolor de mi alma me hubiese vuelto vulnerable.
Caminaba lentamente, como si me costase dar los pasos que me llevarían hasta aquel lugar donde tanto deseaba volver a encontrarme. Me sentía tan desorientada que era incapaz de saber muy bien qué anhelaba en realidad, pero por dentro de mí susurraba una voz tímida que me advertía de que debía disfrutar de esos instantes porque tal vez fuesen una eterna despedida a esa naturaleza que yo tanto había amado. Podría gozar una última vez de su hermosura, de su esplendor y de su poder antes de que ésta desapareciese para siempre. Ese pensamiento me hizo reaccionar y entonces alcé la cabeza, miré atentamente a mi alrededor y permití que toda aquella beldad que me rodeaba me hechizase y me guiase a través de la noche hasta esos rincones que con tanto cariño rememoraba.
Lentamente, fui recordando el camino que recorría todas las noches para llegar hasta ese lago que siempre me recibía con el suave susurro de su voz, que me devolvía mi reflejo con una nitidez brillante y que me acogía en sus aguas como si me hubiese aguardado con ansias y amor. Yo sentía que era la naturaleza quien me abrazaba siempre que me introducía en aquellas limpias y transparentes aguas.
     Ya no quedan lugares así, ya no quedan aguas tan limpias —me dije arrodillándome en la orilla de aquel inmenso lago—. Sigues devolviéndome mi reflejo como lo hiciste siempre.
Aquel lago me había ayudado a reencontrarme conmigo misma cuando me creía irrevocablemente perdida en las sombras más densas de la tristeza hacía ya tantos y tantos años. Tuve la esperanza de que aquellas aguas me devolviesen lo que yo creía perdido para siempre; esa ilusión por vivir, esa facilidad para sonreír, esa confianza en la felicidad y en la vida... pero cuando me asomé a ese espejo natural que tanto brillaba solamente pude encontrarme con una Sinéad con los ojos más tristes que jamás pude haber visto, con una mirada totalmente anegada en melancolía y derrota. ¿Por qué estaba tan triste, por qué? ¿Por qué mi imagen aparecía tan teñida de desolación?
Intenté recordar todo lo que había sucedido antes de despertarme en esos instantes tan remotos. Me esforcé por traer a mi memoria todo lo que había formado parte de los últimos momentos que había vivido en mi horrible presente. Entonces, lentamente, la mente se me llenó de imágenes que me resultaron totalmente incomprensibles. Pude ver que la nieve de Lacnisha se derretía, que el mar que siempre la había protegido del resto de la humanidad se descongelaba, que aquellas poderosas banquisas que habían sido el puente hacia la realidad se convertían en olas que arañaban la nieve que cubría su arredondeada orilla, que el mundo que había construido con tanto amor uniéndome a la magia de la Naturaleza se llenaba de sombras, que un terremoto violento y despiadado agitaba el suelo de aquella tierra hasta tirar todos sus árboles y derrumbar todos los hogares que se habían erigido con tanto esfuerzo y que algo me arrastraba hacia la realidad y me arrebataba las pocas fuerzas que me habrían permitido luchar contra esa nada.
     No puede ser —susurré cubriéndome el rostro con las manos—. No puede ser cierto.
Entonces entendí por qué Leonard me había arrancado de ese presente hasta traerme a ese pasado que con tanto cariño y nostalgia rememorábamos ambos. Entonces supe que Leonard me había apartado de esa dura realidad por miedo a que yo fuese incapaz de aceptar que Lacnisha estaba desapareciendo y que el mundo que mi magia había creado se había desvanecido para siempre, marchándose con esa naturaleza todos mis seres queridos.
Toda la impotencia que llevaba experimentando desde hacía años estalló por dentro de mí, convirtiendo mi alma en un mar de desolación y agonía. Sin pensar en lo que hacía, me despojé de mi vestido y me lancé a esas aguas tan nítidas y cálidas como si quisiese huir de la dura e inaceptable realidad que mis recuerdos me habían revelado. Nadé a través de ese inmenso lago, bajo la luz de la luna llena, bajo el fulgor de las estrellas, aspirando profundamente el aire que me rodeaba para percibir todas las fragancias de la naturaleza, tratando de que toda la interminable tristeza que me anegaba el alma se tornase paz; pero, por mucho que lo intentase, no podía serenarme. Saber que Lacnisha estaba desvaneciéndose y que el mundo en el que tan felices podíamos ser todos había desaparecido me destrozaba el corazón y les impedía a mis sentidos entregarme con claridad todos los detalles de mi entorno.
Oí que alguien me llamaba desde la distancia, pero no podía determinar de quién se trataba. Era una voz suave y aterciopelada que me reclamaba como si temiese introducirse en un momento demasiado íntimo. Yo no podía controlar el ritmo de mi respiración. Lloraba sin poder prever el momento en que las lágrimas me brotaban de los ojos, sin poder entender por qué, por qué había ocurrido todo aquello. Necesitaba explicaciones, motivos, razones, pero era consciente de que nadie podría ofrecerme ninguna explicación, ninguna respuesta, ninguna razón, nada, nada que pudiese serenarme, que pudiese alentarme a luchar contra ese devorador vacío, el vacío de la nada, de la desolación y del olvido.
     ¡Lacnisha! —grité desesperada aferrándome a las piedras que orillaban aquel gran lago—. ¡Leonard! ¡Leonard!
Sabía que, dondequiera que se hallase, mi padre podría escuchar mi voz, podría detectar toda la impotencia que brotaba de mis palabras. No podía controlar ni mi voz ni mis pensamientos. Continuamente veía cómo la nieve que había argentado siempre los bosques de Lacnisha se derretía, se convertía en ríos tímidos que resbalaban por las laderas de esas eternas montañas que siempre me habían hecho sentir protegida. No podía dejar de recordar cómo unas brumas insondables y un terremoto despiadado absorbían la vida de mis seres queridos y cómo esas mismas brumas y ese brutal terremoto destruían todo lo que había nacido de mi alma, de mi magia.
     Lacnisha, Lacnisha, Lacnisha —suspiraba, sollozaba, me quejaba—. Madre, madre, padre... No, no, no os habéis ido...
Un dolor indescriptible e insoportable me presionaba el corazón, como si de repente toda mi sangre se hubiese convertido en unas manos de hierro que deseaban destrozármelo. Me faltaba el aire, ese aire que no era necesario que inspirase para seguir viva, pero ese aire que me permitía sentirme en el mundo, creerme aún con vida. Se me agotaba el aliento, ese aliento que me impediría perder la cordura. Llamaba continuamente a mi padre vampiro, a mi madre, a mi Klaudia, mi Klaudia, y a Ernest, y a mi hermano y a todos, a todos... Todos se merecían que los apelase con toda la desesperación del mundo, de la vida, de la Historia. Lacnisha era el nombre que más resonaba en mis labios, en mi quebrada voz.
Entonces me percaté de que la piedra que presionaba con las manos estaba volviéndose polvo, que con mi fuerza estaba deshaciéndola, estaba turbando su forma y destruyendo su vida. Me sentía tan mal, tan inmensamente mal que no podía dominar la fuerza eterna de mi cuerpo, de mi vampírico cuerpo; ese que de repente se hallaba en un instante en el que yo debería tener solamente mil años, ; un pasado en el que yo era más antigua que la Sinéad que en verdad había vivido allí, disfrutando de aquella naturaleza sin saber que ésta podía morir; esa inconsciente Sinéad que se apenaba por razones que ni siquiera se asemejaban a los motivos que me deprimían a mí en el presente. Deseaba gritar y decirle que era estúpida, que debía disfrutar más de esos árboles, de ese lago, de esas estrellas y de esa luminosa luna, porque un día ya no le quedaría nada de eso, nada, nada, nada, ¡nada!
Sin preverlo, pensé también en Tsolen. A él no le costaba nada vivir en ese mundo cuya belleza estaba desapareciendo. A él nunca le costó convivir con los humanos; con esa especie que solamente sabe pensar en su bienestar sin importarle que con sus avances está destruyendo lo que nos da la vida a todos. Me pregunté cómo era posible que a un vampiro tan inteligente y romántico no le inquietase todo lo que estaba sucediendo en el mundo. Tal vez Tsolen estuviese hecho de otra materia, supiese apreciar otros detalles y se esforzase por olvidar todo lo que podía turbar el brillo de su vida.
Tsolen: estaba tan lejos... ya no solamente en el espacio, sino sobre todo en el tiempo. Nos hallábamos separados por una frontera infranqueable; la frontera del pasado y del presente, la frontera que separa las edades.
     Nunca podría encontrarme, ni en Lacnisha, ni en ninguna parte, si me buscase, porque ahora me hallo aquí, en otro tiempo —me dije intentando calmarme, pero la tristeza que me presionaba el alma me dolía tanto y tanto que no podía respirar con serenidad.
Un impulso me guió y me hizo salir del agua empleando una velocidad temblorosa. Me vestí rápidamente y entonces empecé a volar a través de la noche, olvidándome de que Leonard me había apelado con desesperación y temor. Volé irracionalmente hasta hallarme en ese castillo donde yo había sido tan feliz, donde había aprendido a apreciar todos los detalles hermosos de la noche. Me introduje en aquella antigua morada con la intención de encontrar alguna tela que pudiese ayudarme a secarme. Me sentía incómoda estando tan mojada. Corrí por sus pasillos de piedra, recordando inconsciente e involuntariamente todo lo que había vivido en aquel lugar. Llegué a una estancia donde yo recordaba muy vagamente que había abandonado unos cuantos vestidos ya demasiado viejos y me sequé a toda prisa, como si se me agotase el tiempo, como si no quedasen momentos después de aquéllos que vivía de una forma tan delirante.
Después, sin querer recordar más, salí de ese castillo y corrí y corrí a través del bosque, notando cómo la luna brillaba en mi piel, cómo los árboles trataban de protegerme de todos mis sentimientos, captando la voz de la noche como un susurro sosegador que sin embargo no conseguía adentrarse en toda mi turbación. Levemente me pregunté si estaba perdiendo la razón. Me sentía tan descontrolada por la tristeza y la impotencia que me costaba prever mis movimientos, mis pensamientos y mis suspiros.
Cuando creía que nada presenciaría mi derrota, me alcé hacia el cielo y empecé a volar, atravesando las pocas nubes que trataban de ocultar el brillo de las estrellas. Volé y volé recordando un camino que en ese tiempo todavía no conocía, un camino que había aprendido a recorrer muchos años después. Incluso sentirme tan desorientada en el tiempo y no comprender muy bien cómo fluían los hechos que me acaecían me descontrolaba mucho más.
Volaba sabiendo muy bien hacia dónde deseaba dirigirme, pero volaba sin prestarles atención a los detalles de mi entorno. No miraba hacia los lares que sobrevolaba, ni perdía los ojos por los bosques y los pueblos que dejaba atrás. Podían llegar a mí, de forma vaga e imprecisa, los sonidos que componían el ambiente de esas ciudades medievales que crecían hacia el horizonte de la naturaleza, pero no deseaba captar nada que no perteneciese a mis deseos. Volaba tan rápido que el viento me golpeaba brutalmente en los cabellos y en el rostro, pero a mí no me importaba. Ningún golpe podría hacerme mucho más daño que la tristeza que me anegaba el alma.
Estaba cada vez más cansada y angustiada. Tenía sed, pero yo, igualmente, volaba cada vez más rápido, hasta que de repente noté que la temperatura de mi entorno descendía hasta convertirse en un aliento helado que intentó arañarme en la piel. Las manos se me congelaron y percibí que las lágrimas que no cesaban de brotarme de los ojos se cristalizaban, tornándose rubíes resplandecientes en los que refulgían las estrellas.
Sabía que anhelaba llegar hasta Lacnisha. Ansiaba despedirme de ella porque sabía que, aunque fuese inmensamente injusta, la realidad que me revelaban mis recuerdos era irremediable e irrevocable. Deseaba hallarme rodeada por la magia de Lacnisha, la que yo había creído sempiterna e invencible.
No obstante, me costaba muchísimo alcanzar mi destino. Mientras volaba, las nubes más gélidas y espesas que me habían rodeado nunca intentaban arrebatarme el equilibrio. A lo lejos podía detectar el brillante resplandor de Lacnisha refulgiendo en mitad de una oscuridad densa e insondable; pero no podía llegar hasta ella, como si de repente me encontrase en uno de esos sueños en los que no podemos caminar por mucho que lo intentemos, en los que todo nuestro cuerpo nos pesa como si se hubiese vuelto de hierro.
La destellante nieve de Lacnisha lucía en medio de la oscuridad, pero su resplandor cada vez era más tenue, más lejano y frágil. No podía entender por qué de repente el fulgor de Lacnisha se perdía entre esas insondables sombras. Yo volaba cada vez más rauda intentando atravesar esas nieblas tan densas, pero era incapaz de llegar hasta Lacnisha. No podía nevar con las lágrimas de aquel eterno invierno hacia esos bosques poblados por esos árboles tan antiguos y poderosos. Me había perdido en un mar de brumas que no tenía ni orilla, ni superficie ni fondo. Volaba a la deriva por un mundo que ya no era mi mundo, por un tiempo que ya no era ni mi pasado ni mi presente. Estaba perdida en medio de la nada, arrastrada por la desolación y el olvido. Entonces, con todas mis fuerzas anímicas y físicas, llamé a Leonard. Necesitaba que me rescatase de ese momento. Tuve de pronto tanto miedo que no pude controlar mi voz y empecé a gritar como si mi vida estuviese desvaneciéndose. Llamaba sin cesar a mi padre, lo llamaba con una desesperación que estaba destrozando mi razón.
     ¡Leonard! ¡Leonard! ¡Padre!
Notaba que estaba perdiendo el equilibrio, que una brutal gravedad me impulsaba hacia un lugar que yo no podía vislumbrar en las sombras de aquel inmenso olvido. Había dejado de percibir la estela brillante de la nieve de Lacnisha y en esos momentos me rodeaban unas brumas que no tenían ni principio ni fin, que me habían envuelto en desesperación y desasosiego. Todavía estaba llorando mucho, pero a mi tristeza se le había sumado un pánico incontrolable que me impedía dejar de gritar.
De repente, noté que alguien me aferraba de las manos y me las presionaba con mucho calor y cariño. Aquellas manos intentaban serenarme, pero yo había perdido por completo la calma. No podía respirar con tranquilidad, no podía silenciar mis gritos, no podía dejar de llorar ni de temblar. Aquellas manos cada vez me presionaban con más fuerza, me asían con desesperación para impedirme hacer el más sutil movimiento. Al sentirme apresada, chillé con mucha más fuerza.
     ¡Sinéad, Sinéad! ¡Cálmate, Sinéad!
La potencia de aquella aterciopelada voz se introdujo dificultosamente en mi desesperación y empezó a serenarme mínimamente. Supe que quien me aferraba con tanta fuerza y a la vez cariño de las manos era mi padre. Me sentí de pronto inmensamente protegida. Que él estuviese a mi lado significaba que ya no estaba tan perdida.
     Padre, padre, padre —suspiraba descontrolada por el pánico.
     Tranquilízate, Sinéad. Despierta, hija, despierta.
Al darme aquella extraña e inesperada orden, toda esa desorientación que me había atacado tan vilmente empezó a agrietarse y por esas grietas se coló la consciencia, la estela de mi razón, la voz de mis pensamientos. De repente abrí los ojos y los desplacé por mi alrededor, sintiendo todavía en mi alma los rescoldos de esa profunda desorientación y esa inmensa tristeza que tanto me habían descontrolado. Tenía la respiración agitada, pero poco a poco pude dominarla y al fin la encerré en mi pecho convirtiéndola en esa tenue e imperceptible cadencia que tanto me caracterizaba. Leonard me aferraba todavía de las manos, me las presionaba con dulzura y mucho amor y me miraba con ternura para tratar de alejar de mí todos esos sentimientos que me destrozaban el alma.
     Sinéad, cariño, estabas soñando.
     No entiendo nada. ¿Cuándo ha empezado mi sueño? No entiendo nada, nada —protesté con la voz cansada. Supe que todo aquel llanto y aquellos gritos que en mi sueño me habían agitado tanto habían existido de verdad en la vigilia.
     Incorpórate, cariño —me pidió Leonard impulsándome hacia él. Cuando lo obedecí, me abrazó muy dulcemente—. Tranquilízate. Todo ha sido una pesadilla.
     Pero... ¿el qué? ¿Desde cuándo estoy soñando, padre? ¿Dónde estamos? ¿En qué siglo estamos?
     Sinéad, por Dios —se rió Leonard con mucho amor mientras me acariciaba los cabellos—. ¿De qué estás hablando?
     ¿En qué siglo estamos? ¿Estamos en Hispania?
     ¿Has perdido la razón, cariño? Estamos en Hispania, pero ya no se llama así, y estamos en el siglo XXI.
     ¿Dónde está Lacnisha?
     Donde siempre.
     ¿No está desapareciendo?
     ¿Has soñado que Lacnisha desaparecía? Entonces entiendo por qué llorabas y gritabas tanto. Incluso te has levantado de la cama y has empezado a volar por el cielo. Estabas sonámbula y he tenido que tomarte en brazos para devolverte a esta alcoba.
     He soñado que me iba al mundo que creé y que...
     Sí, Sinéad, he podido verlo; aunque ha llegado un momento en el que ya no he podido detectar lo que soñabas.
     ¿Entonces nunca me he marchado de aquí?
     Tienes que serenarte, cielo. Sí, sí te has marchado, pero ha sido involuntariamente. Tsolen me contó que estabas muy triste y que no había forma de animarte. Consideré que lo mejor que podía hacer por ti era dormirte y entonces... has soñado todo eso, has tenido un sueño muy agitado donde...
     ¿No he estado allí con mis padres, ni con Áurea, ni con Geork, ni con Alex, ni siquiera Tsolen viajó a ese mundo para pedirme que regresase junto a él? ¿Todo ha sido un sueño?
     Sí, todo eso ha sido un sueño.
     ¡No entiendo nada!
     Serénate, cariño.
     ¿Cómo quieres que me tranquilice? Yo nunca...
     Tienes que descansar. Esta vez no soñarás nada.
     ¡No, no! ¡No me hagas dormir otra vez! —le supliqué separándome de él y corriendo hacia el exterior.
     Sinéad, vuelve. No estás en condiciones de correr ni volar por ninguna parte.
     No, no... Tengo que ir a Lacnisha. Estoy segura de que todo lo que he soñado es real, es el reflejo de lo que está ocurriendo en verdad.
     No, ahora no irás sola a ninguna parte —determinó alzándose de la silla que ocupaba y tomándome de la mano.
     Nunca he estado allí... No puedo creérmelo.
     Todo ha sido un sueño, cariño.
     ¡No es verdad! ¡Yo sí he estado allí!
     Sinéad...
     Y luego tú me llevaste a Hispania, al siglo XV.
     No, Sinéad, no.
     Sí, Leonard, ¡yo estuve allí!
     ¡No, hija!
     Era demasiado real para que fuese un sueño.
     No creo que lo mejor sea que viajes ahora a Lacnisha. Mírame...
     Estás intentando dormirme, continuamente. Quieres que me duerma porque es verdad que Lacnisha está desapareciendo y que lo ha hecho el mundo que yo creé con tanto amor.
     Sinéad, yo solamente quería protegerte.
     ‘¡No me protejas con mentiras! ¡Dime qué ha sido real y qué un sueño!
     Tranquilízate. Cuando lo hagas, te lo explicaré todo.
Agaché la mirada, incomprensiblemente avergonzada, y me senté en aquella cama donde había dormido durante un tiempo tan inconcreto. Me sentía mucho más desorientada que en aquel sueño tan horrible que tanto me había hecho llorar, pero era incapaz de decir nada. Esperé a que Leonard se sentase a mi lado y empezase a explicarme todo lo que había acaecido en realidad y que me revelase qué momentos había vivido yo en el mundo real y cuáles habían formado parte de aquella terrible pesadilla. Fuese como fuere, todavía tenía el alma llena de congoja y de miedo.

2 comentarios:

Wensus dijo...

Cuando estaban en el pasado (aunque fuese un sueño), me ha venido una idea tonta a la cabeza. Es como un videojuego. Te lo pasas con dificultad, te sorprendes y tal y cuando lo concluyes, todo queda al descubierto. Puedes ir a la pantalla que quieras, puedes incluso estar en lugares que se supone no es posible estar, e incluso armas infinitas, vida infinita, recordar niveles pasados, explotar,...Este punto en la vida de Sinéad me recordaba algo así. Aunque es divertido, parece que pierde un punto de frescura o sorpresa para ella. Lo conoce todo y lo que más amaba desaparece. Es como estar en el nivel final, en el que todo está destruido y volver al nivel uno es la solución perfecta para regresar al mundo en el que realmente era feliz. Estoy divagando jajaja. Ahora Leonard le tendrá que contar que es real y que es un sueño. Yo deseo que sea todo un sueño y que nada de lo que pasó en Lacnischa sea verdad, pero mucho me temo que el sueño es simplemente su viaje al pasado. Por cierto, aunque es fascinante y a todos nos gustaría, debe ser duro regresar a tiempos pasados...ya sabes "todo tiempo pasado fue mejor", aunque muchas veces eso no es cierto. Que manía con dormirle...es que le debe cansar, no me extraña. Siempre la duerme cuando se pone nerviosa o tiene problemas. Tendría que hacer lo mismo ella cuando Leonard se sienta mal jajajaja. A ver que ocurre a continuación. Muy bonito como siempre, tu forma de escribir es maravillosa.

Uber Regé dijo...

Lacnisha es un lugar mágico, aunque esté unido a nuestro mundo real, no puedo pensar en que se vaya a destruir, porque es el refugio no solo de Sinéad, sino también de quienes necesitamos un Avalon donde escondernos aunque sea un rato de todo lo feo y lo malo de este mundo. Sinéad siempre ha demostrado que es más poderosa de lo que ella misma sospecha, y lo que ha creado está fuera del dominio de los hombres. Soy pesimista con la acción del ser humano en el mundo, creo que vamos a peor, que manchamos todo lo que tocamos, pero también soy optimista a más largo plazo, es decir, en nuestra soberbia nos vendremos abajo, y la vida y la naturaleza son tan fuertes que se recuperarán, por encima de nosotros, seremos una especie dañina que desaparecerá y tras ella todo renacerá, nuestro poder no es tanto como para acabar con la vida. Sí, yo también estoy divagando, y es que eso es lo que pasa al leer lo que escribes, da que pensar, es inevitable apasionarse, sentir que la historia tiene que ir por tal o por cual sitio, tener miedo de que hagas algo irreversible... de lo que no hay duda es de que Sinéad está con nosotros, que la queremos mucho, que tiene que salvarse ella y todo lo que importa, porque seguramente ella es lo último que nos queda. Así que no seas muy mala, con estos sueños y vuelta atrás me has hecho soñar, pasarlo mal... pero no pierdo la esperanza, ojalá nuestra vampiresa favorita tampoco.