TRISTEZA
La oscuridad del sueño se había convertido en
sensaciones que parecían no caber en mí. Notaba que algo me impulsaba a través
de la nada, sentía la velocidad del aire en los cabellos y en la piel. Deseaba
aferrarme a algo que me impidiese perderme por aquel inmenso vacío, pero no
podía moverme. Estaba muy asustada, tanto que no podía controlar mis emociones
ni pensar con claridad.
Inesperadamente, noté que mi alrededor se
llenaba de quietud. No estaba ya tan dormida, sino que podía abrir los ojos;
pero me daba miedo hacerlo y encontrarme con alguna imagen que me hiriese en el
alma. Percibía detalles que no lograba entender: una mano cerca de mi rostro,
una respiración imperceptible y lejana, la tibieza de una lumbre cuyas llamas
crepitaban quebrando el espeso silencio que me rodeaba, unos pasos tenues y
remotos, el crujir de las ramas vacías de los árboles... Todos aquellos sonidos
me recordaron al instante en el que se terminó mi transformación en vampiresa y
ya podía enfrentarme a la nueva vida que se había iniciado para mí.
Sabía que no estaba sola, pero era incapaz de
determinar quién se hallaba a mi lado, tomándome de la mano con una suavidad
exquisita y con una ternura demasiado antigua. De vez en cuando, unos dedos
ágiles y cariñosos me retiraban de las mejillas unas lágrimas cuya presencia yo
ni siquiera podía detectar. Estaba llorando, pero yo no era consciente de mi
llanto. Lo fui cuando aquel ser que se encontraba junto a mí empezó a limpiarme
esas lágrimas que estarían turbando la brillante palidez de mi piel.
—
Sinéad, ¿puedes oírme?
Era una voz profunda y aterciopelada que sonó
anegada en inquietud y temor. Una controlada desesperación tiñó esas dulces
palabras, a las cuales yo solamente pude responder moviendo delicadamente los párpados,
intentando abrir los ojos; pero las lágrimas que brotaban de mi mirada sin que
yo pudiese preverlo me lo impidieron, pues se me habían secado en las pestañas.
Quien me había apelado con tanta ternura reparó en que yo no podía abrir los
ojos y entonces me los limpió delicadamente.
—
Ya puedes abrir los ojos, cariño. Serénate, estás en casa.
—
Leonard.
Supe que quien se hallaba a mi lado
hablándome con tanto amor era mi padre porque reconocí todos los recuerdos que
nos pertenecían en esa voz profunda y tierna que se dirigía a mí con un primor
y un cariño que nadie podría sentir por mí jamás. Saber que él estaba a mi lado
me alentó y me ayudó a abrir los ojos.
Estaba muy desorientada, como lo estuve
cuando abrí los ojos a la vida vampírica. No podía recordar ningún detalle que
hubiese formado los momentos previos a aquel instante. Abrí los ojos sin
acordarme de nada, creyendo que mi presente se había convertido en aquel lejano
pasado. Notaba, además, que algo pesado y potente me presionaba el alma, como si
me hubiese tragado la roca más agresiva de la Tierra.
—
¿Cómo te encuentras, cariño? —me preguntó Leonard acariciándome la
mano que me tenía tomada.
Yo no podía contestarle. Miraba desorientada
a mi alrededor sin comprender dónde me encontraba, sin poder recordar lo que me
había ocurrido antes de ese momento. Leonard fue paciente conmigo, como lo fue
cuando mi conversión acabó; pero yo notaba que de sus ojos emanaba una tristeza
que no tenía ni principio ni fin, una tristeza que yo también sentía sin saber por
qué.
—
¿Dónde estoy?
—
Estás en casa.
—
¿Qué casa? —le pregunté con una voz frágil.
—
En nuestra casa, en un castillo muy antiguo y abandonado.
Sin poder controlar mis movimientos, me
separé de Leonard, desasiendo así nuestras manos, y corrí hacia una puerta de
madera gruesa y oscurecida. Leonard no me detuvo. Permitió que corriese hacia
el exterior para que me encontrase con la naturaleza que rodeaba aquel hogar
misterioso.
Corrí por pasadizos que se asemejaban mucho a
aquéllos que habían creado la distribución de la mayoría de castillos donde
Leonard y yo habíamos habitado. No obstante, era incapaz de prestarles atención
a los detalles que formaban mi alrededor. Todo lo que percibía con mis sentidos
llegaba distorsionado a mi alma. Las imágenes de mi entorno eran sombras que no
brillaban y los sonidos que podía captar estaban atenuados por la
desorientación que sentía.
Al fin, salí de aquella enorme morada. Me
encontré rodeada por un bosque silencioso en el que reverberaban los últimos
suspiros del atardecer. Los árboles que lo poblaban eran majestuosos y
hermosos. Tenían las copas llenas de hojas enormes que pretendían ocultarme el
brillo de las estrellas; pero éstas refulgían con una fuerza infinita e
invencible. La luna, orgullosa y tierna, resplandecía en lo más alto del
firmamento, esparciendo su plateado fulgor por todos los rincones de ese bosque
cuya beldad me había dejado sin aliento.
Noté que las piernas me temblaban y que
estaba a punto de perder el equilibrio. La respiración se me había convertido
en unos hondos suspiros que contenían un llanto incontrolable y profundo. Me
arrodillé en el suelo y empecé a llorar sin saber por qué plañía de ese modo.
Solamente podía sentir que toda la hermosura eterna de aquella naturaleza me
había acariciado el alma pretendiendo curar las heridas que tanto me
torturaban, que todavía sangraban por dentro de mí sin que yo pudiese
soportarlo. Me había emocionado muchísimo hallarme rodeada de una naturaleza
que parecía tan poderosa.
—
Sinéad, hija.
La voz de Leonard se introdujo tiernamente en
aquel delirante momento en el que me sentía totalmente incapaz de pensar con
claridad y de soportar todas las emociones que gritaban en mi interior. Noté
que Leonard se arrodillaba a mi lado, que me rodeaba con sus brazos y me
apretaba contra su pecho, como siempre hacía cuando deseaba protegerme de la
tristeza.
—
¿Dónde estoy, padre? —le pregunté hipando sin poder evitarlo, sin
poder controlar mi pena.
—
Cariño, serénate.
—
No me encuentro bien. Tengo algo en el alma que me hace llorar...
—
Sí, es comprensible.
—
¿Qué ha ocurrido? Esta naturaleza...
—
Esta naturaleza te ayudará a curarte, cariño.
—
¿Dónde estamos?
—
Tienes que tranquilizarte para que pueda explicártelo todo.
—
Es que...
—
Mira, mira estos árboles, mira lo bellos y lo poderosos que son. ¿Ves
cómo brillan la luna y las estrellas? ¿Captas el olor de la savia, el de la
humedad, el del viento? —me preguntaba mientras tomaba mi cabeza entre sus
manos y se la apartaba del pecho para que yo percibiese nítidamente todos esos
detalles que Leonard deseaba que detectase—. Estás en un lugar donde nada puede
hacerte daño.
—
No es posible que esta naturaleza forme parte de este presente tan
horrible. Ya no hay bosques así, Leonard —le contesté con mi voz totalmente
anegada en tristeza—. Me cuesta recordar qué me ha sucedido antes de
despertarme aquí, pero sé que la belleza del mundo donde vivimos está muriendo.
—
Sí, es cierto, en ese presente horrible casi no quedan rincones como
éstos. Lo que ocurre es que no nos hallamos en ese presente.
—
¿Cómo? —le pregunté completamente desorientada y asustada.
—
Te conozco mejor que nadie. Ni siquiera tú te conoces a ti misma como
yo te conozco, por lo que enseguida detecté, a través de la distancia, cómo te
sentías y supe que algo muy grave te había ocurrido. Así pues, volé hacia
Lacnisha y te encontré tirada en el suelo, profundamente dormida. Estaba a
punto de amanecer sobre ti. Estabas en peligro. Entonces, mediante el lazo que
nos une, pude introducirme en tu sueño y así capté todo lo que te había acaecido.
Noté, además, que tenías el alma irrevocablemente herida. Esa honda herida me
reveló que en ese presente jamás podrías curarte, así que...
—
¿Qué hiciste?
—
Sabes muy bien que uno de nuestros poderes más especiales y
complicados de usar es viajar a través del tiempo y del espacio. Me esforcé lo
indecible por llevarte al pasado, a esos años que tanto necesitas volver a
vivir. No obstante, no podemos quedarnos aquí más de dos días, pues entonces
nunca podremos regresar a nuestro presente. Desapareceríamos por las brumas del
tiempo porque no podemos vivir en el pasado. Ya existen en estos momentos un
Leonard y una Sinéad que desconocen por completo que...
—
Un momento, Leonard —lo interrumpí amedrentada y casi desesperada.
Noté que estaba temblando brutalmente—. ¿Estás diciéndome que nos encontramos
en el pasado?
—
Sí, estamos en el pasado.
—
¿Por qué me has traído hasta aquí, hasta estos momentos? Verlos me
hace mucho más daño —sollocé descontrolada por una sensación inmensamente
potente que me hacía temblar sin cesar—. Yo no quiero irme de aquí, no querré
irme.
—
Disfruta por unos instantes de la belleza de esta naturaleza. Estamos en
el siglo XV. No corres el riesgo de encontrarte contigo misma porque hace poco
que nos marchamos de aquí. Estamos en Hispania.
—
No puedo serenarme —protesté aferrándome con fuerza a Leonard,
protegiéndome entre sus brazos.
—
Quizá estés así porque no te haya hecho bien viajar a través del
tiempo... pero intenta caminar por estos bosques y olvídate de todo.
Leonard me animó, no solamente con palabras,
sino sobre todo con gestos, a levantarme del suelo y empezar a caminar por ese
bosque tan frondoso, denso y hermoso; un bosque cuya imagen despertó mi memoria
y me hizo evocar un sinfín de recuerdos preciosos en los que me veía siendo
totalmente feliz, corriendo bajo la luz de la luna y de las estrellas hacia
aquel lago en el que adoraba tanto bañarme. El recuerdo de aquel lago me hizo
sonreír levemente. Deseaba volver a hallarme allí, rodeada por los poderosos
árboles que lo cercaban, sumergida en sus tibias y nítidas aguas, formando
parte del pequeño mundo que vivía en sus profundidades. No obstante, todavía
estaba muy asustada y desorientada. Tenía miedo a encontrarme con una imagen
que me hiriese en el alma de forma irrevocable. Sabía que aquel miedo no
procedía de esos instantes, sino del presente en el que trataba de vivir.
Pese a todo lo que sentía, empecé a caminar
alejándome de Leonard, internándome en aquel bosque cuya voz se mezclaba con
los rescoldos de ese llanto que tanto me había hecho temblar. No sabía por qué
estaba tan triste. Era incapaz de recordar con nitidez todo lo que me había
ocurrido antes de que Leonard me llevase al pasado; pero era levemente
consciente de que me había acaecido algo inmensamente doloroso de lo que
Leonard había tratado de apartarme arrancándome de esos instantes tan
delirantes. De pronto, acordándome de lo que Leonard me había contado, supe
que, si él no hubiese aparecido justo en esos momentos, tal vez yo no estaría
viva. No sabía si la luz del día podría haberme matado, pues aún recordaba que
era inmortal y que el fulgor del sol solamente podía quemarme la piel; pero
dudaba de que hubiese podido seguir viva si me sentía tan lacerada, tan
inmensamente dolida por algo que en esos momentos no podía conocer. Lo más probable
era que el dolor de mi alma me hubiese vuelto vulnerable.
Caminaba lentamente, como si me costase dar
los pasos que me llevarían hasta aquel lugar donde tanto deseaba volver a
encontrarme. Me sentía tan desorientada que era incapaz de saber muy bien qué
anhelaba en realidad, pero por dentro de mí susurraba una voz tímida que me
advertía de que debía disfrutar de esos instantes porque tal vez fuesen una
eterna despedida a esa naturaleza que yo tanto había amado. Podría gozar una
última vez de su hermosura, de su esplendor y de su poder antes de que ésta
desapareciese para siempre. Ese pensamiento me hizo reaccionar y entonces alcé
la cabeza, miré atentamente a mi alrededor y permití que toda aquella beldad
que me rodeaba me hechizase y me guiase a través de la noche hasta esos
rincones que con tanto cariño rememoraba.
Lentamente, fui recordando el camino que
recorría todas las noches para llegar hasta ese lago que siempre me recibía con
el suave susurro de su voz, que me devolvía mi reflejo con una nitidez
brillante y que me acogía en sus aguas como si me hubiese aguardado con ansias
y amor. Yo sentía que era la naturaleza quien me abrazaba siempre que me
introducía en aquellas limpias y transparentes aguas.
—
Ya no quedan lugares así, ya no quedan aguas tan limpias —me dije
arrodillándome en la orilla de aquel inmenso lago—. Sigues devolviéndome mi
reflejo como lo hiciste siempre.
Aquel lago me había ayudado a reencontrarme
conmigo misma cuando me creía irrevocablemente perdida en las sombras más
densas de la tristeza hacía ya tantos y tantos años. Tuve la esperanza de que
aquellas aguas me devolviesen lo que yo creía perdido para siempre; esa ilusión
por vivir, esa facilidad para sonreír, esa confianza en la felicidad y en la
vida... pero cuando me asomé a ese espejo natural que tanto brillaba solamente
pude encontrarme con una Sinéad con los ojos más tristes que jamás pude haber
visto, con una mirada totalmente anegada en melancolía y derrota. ¿Por qué
estaba tan triste, por qué? ¿Por qué mi imagen aparecía tan teñida de
desolación?
Intenté recordar todo lo que había sucedido antes
de despertarme en esos instantes tan remotos. Me esforcé por traer a mi memoria
todo lo que había formado parte de los últimos momentos que había vivido en mi
horrible presente. Entonces, lentamente, la mente se me llenó de imágenes que
me resultaron totalmente incomprensibles. Pude ver que la nieve de Lacnisha se
derretía, que el mar que siempre la había protegido del resto de la humanidad
se descongelaba, que aquellas poderosas banquisas que habían sido el puente
hacia la realidad se convertían en olas que arañaban la nieve que cubría su
arredondeada orilla, que el mundo que había construido con tanto amor uniéndome
a la magia de la Naturaleza se llenaba de sombras, que un terremoto violento y
despiadado agitaba el suelo de aquella tierra hasta tirar todos sus árboles y
derrumbar todos los hogares que se habían erigido con tanto esfuerzo y que algo
me arrastraba hacia la realidad y me arrebataba las pocas fuerzas que me
habrían permitido luchar contra esa nada.
—
No puede ser —susurré cubriéndome el rostro con las manos—. No puede
ser cierto.
Entonces entendí por qué Leonard me había
arrancado de ese presente hasta traerme a ese pasado que con tanto cariño y
nostalgia rememorábamos ambos. Entonces supe que Leonard me había apartado de
esa dura realidad por miedo a que yo fuese incapaz de aceptar que Lacnisha
estaba desapareciendo y que el mundo que mi magia había creado se había
desvanecido para siempre, marchándose con esa naturaleza todos mis seres
queridos.
Toda la impotencia que llevaba experimentando
desde hacía años estalló por dentro de mí, convirtiendo mi alma en un mar de
desolación y agonía. Sin pensar en lo que hacía, me despojé de mi vestido y me
lancé a esas aguas tan nítidas y cálidas como si quisiese huir de la dura e
inaceptable realidad que mis recuerdos me habían revelado. Nadé a través de ese
inmenso lago, bajo la luz de la luna llena, bajo el fulgor de las estrellas,
aspirando profundamente el aire que me rodeaba para percibir todas las
fragancias de la naturaleza, tratando de que toda la interminable tristeza que
me anegaba el alma se tornase paz; pero, por mucho que lo intentase, no podía
serenarme. Saber que Lacnisha estaba desvaneciéndose y que el mundo en el que
tan felices podíamos ser todos había desaparecido me destrozaba el corazón y
les impedía a mis sentidos entregarme con claridad todos los detalles de mi
entorno.
Oí que alguien me llamaba desde la distancia,
pero no podía determinar de quién se trataba. Era una voz suave y aterciopelada
que me reclamaba como si temiese introducirse en un momento demasiado íntimo.
Yo no podía controlar el ritmo de mi respiración. Lloraba sin poder prever el
momento en que las lágrimas me brotaban de los ojos, sin poder entender por
qué, por qué había ocurrido todo aquello. Necesitaba explicaciones, motivos,
razones, pero era consciente de que nadie podría ofrecerme ninguna explicación,
ninguna respuesta, ninguna razón, nada, nada que pudiese serenarme, que pudiese
alentarme a luchar contra ese devorador vacío, el vacío de la nada, de la
desolación y del olvido.
—
¡Lacnisha! —grité desesperada aferrándome a las piedras que orillaban
aquel gran lago—. ¡Leonard! ¡Leonard!
Sabía que, dondequiera que se hallase, mi
padre podría escuchar mi voz, podría detectar toda la impotencia que brotaba de
mis palabras. No podía controlar ni mi voz ni mis pensamientos. Continuamente
veía cómo la nieve que había argentado siempre los bosques de Lacnisha se
derretía, se convertía en ríos tímidos que resbalaban por las laderas de esas
eternas montañas que siempre me habían hecho sentir protegida. No podía dejar
de recordar cómo unas brumas insondables y un terremoto despiadado absorbían la
vida de mis seres queridos y cómo esas mismas brumas y ese brutal terremoto
destruían todo lo que había nacido de mi alma, de mi magia.
—
Lacnisha, Lacnisha, Lacnisha —suspiraba, sollozaba, me quejaba—.
Madre, madre, padre... No, no, no os habéis ido...
Un dolor indescriptible e insoportable me
presionaba el corazón, como si de repente toda mi sangre se hubiese convertido
en unas manos de hierro que deseaban destrozármelo. Me faltaba el aire, ese
aire que no era necesario que inspirase para seguir viva, pero ese aire que me
permitía sentirme en el mundo, creerme aún con vida. Se me agotaba el aliento,
ese aliento que me impediría perder la cordura. Llamaba continuamente a mi
padre vampiro, a mi madre, a mi Klaudia, mi Klaudia, y a Ernest, y a mi hermano
y a todos, a todos... Todos se merecían que los apelase con toda la
desesperación del mundo, de la vida, de la Historia. Lacnisha era el nombre que
más resonaba en mis labios, en mi quebrada voz.
Entonces me percaté de que la piedra que
presionaba con las manos estaba volviéndose polvo, que con mi fuerza estaba
deshaciéndola, estaba turbando su forma y destruyendo su vida. Me sentía tan
mal, tan inmensamente mal que no podía dominar la fuerza eterna de mi cuerpo,
de mi vampírico cuerpo; ese que de repente se hallaba en un instante en el que
yo debería tener solamente mil años, ; un pasado en el que yo era más antigua
que la Sinéad que en verdad había vivido allí, disfrutando de aquella
naturaleza sin saber que ésta podía morir; esa inconsciente Sinéad que se
apenaba por razones que ni siquiera se asemejaban a los motivos que me
deprimían a mí en el presente. Deseaba gritar y decirle que era estúpida, que
debía disfrutar más de esos árboles, de ese lago, de esas estrellas y de esa
luminosa luna, porque un día ya no le quedaría nada de eso, nada, nada, nada,
¡nada!
Sin preverlo, pensé también en Tsolen. A él
no le costaba nada vivir en ese mundo cuya belleza estaba desapareciendo. A él
nunca le costó convivir con los humanos; con esa especie que solamente sabe
pensar en su bienestar sin importarle que con sus avances está destruyendo lo
que nos da la vida a todos. Me pregunté cómo era posible que a un vampiro tan
inteligente y romántico no le inquietase todo lo que estaba sucediendo en el
mundo. Tal vez Tsolen estuviese hecho de otra materia, supiese apreciar otros
detalles y se esforzase por olvidar todo lo que podía turbar el brillo de su
vida.
Tsolen: estaba tan lejos... ya no solamente
en el espacio, sino sobre todo en el tiempo. Nos hallábamos separados por una
frontera infranqueable; la frontera del pasado y del presente, la frontera que
separa las edades.
—
Nunca podría encontrarme, ni en Lacnisha, ni en ninguna parte, si me
buscase, porque ahora me hallo aquí, en otro tiempo —me dije intentando
calmarme, pero la tristeza que me presionaba el alma me dolía tanto y tanto que
no podía respirar con serenidad.
Un impulso me guió y me hizo salir del agua
empleando una velocidad temblorosa. Me vestí rápidamente y entonces empecé a
volar a través de la noche, olvidándome de que Leonard me había apelado con
desesperación y temor. Volé irracionalmente hasta hallarme en ese castillo
donde yo había sido tan feliz, donde había aprendido a apreciar todos los
detalles hermosos de la noche. Me introduje en aquella antigua morada con la
intención de encontrar alguna tela que pudiese ayudarme a secarme. Me sentía
incómoda estando tan mojada. Corrí por sus pasillos de piedra, recordando
inconsciente e involuntariamente todo lo que había vivido en aquel lugar.
Llegué a una estancia donde yo recordaba muy vagamente que había abandonado
unos cuantos vestidos ya demasiado viejos y me sequé a toda prisa, como si se me
agotase el tiempo, como si no quedasen momentos después de aquéllos que vivía
de una forma tan delirante.
Después, sin querer recordar más, salí de ese
castillo y corrí y corrí a través del bosque, notando cómo la luna brillaba en
mi piel, cómo los árboles trataban de protegerme de todos mis sentimientos,
captando la voz de la noche como un susurro sosegador que sin embargo no
conseguía adentrarse en toda mi turbación. Levemente me pregunté si estaba
perdiendo la razón. Me sentía tan descontrolada por la tristeza y la impotencia
que me costaba prever mis movimientos, mis pensamientos y mis suspiros.
Cuando creía que nada presenciaría mi
derrota, me alcé hacia el cielo y empecé a volar, atravesando las pocas nubes
que trataban de ocultar el brillo de las estrellas. Volé y volé recordando un
camino que en ese tiempo todavía no conocía, un camino que había aprendido a
recorrer muchos años después. Incluso sentirme tan desorientada en el tiempo y
no comprender muy bien cómo fluían los hechos que me acaecían me descontrolaba
mucho más.
Volaba sabiendo muy bien hacia dónde deseaba
dirigirme, pero volaba sin prestarles atención a los detalles de mi entorno. No
miraba hacia los lares que sobrevolaba, ni perdía los ojos por los bosques y
los pueblos que dejaba atrás. Podían llegar a mí, de forma vaga e imprecisa,
los sonidos que componían el ambiente de esas ciudades medievales que crecían
hacia el horizonte de la naturaleza, pero no deseaba captar nada que no
perteneciese a mis deseos. Volaba tan rápido que el viento me golpeaba
brutalmente en los cabellos y en el rostro, pero a mí no me importaba. Ningún
golpe podría hacerme mucho más daño que la tristeza que me anegaba el alma.
Estaba cada vez más cansada y angustiada.
Tenía sed, pero yo, igualmente, volaba cada vez más rápido, hasta que de
repente noté que la temperatura de mi entorno descendía hasta convertirse en un
aliento helado que intentó arañarme en la piel. Las manos se me congelaron y
percibí que las lágrimas que no cesaban de brotarme de los ojos se cristalizaban,
tornándose rubíes resplandecientes en los que refulgían las estrellas.
Sabía que anhelaba llegar hasta Lacnisha.
Ansiaba despedirme de ella porque sabía que, aunque fuese inmensamente injusta,
la realidad que me revelaban mis recuerdos era irremediable e irrevocable.
Deseaba hallarme rodeada por la magia de Lacnisha, la que yo había creído
sempiterna e invencible.
No obstante, me costaba muchísimo alcanzar mi
destino. Mientras volaba, las nubes más gélidas y espesas que me habían rodeado
nunca intentaban arrebatarme el equilibrio. A lo lejos podía detectar el
brillante resplandor de Lacnisha refulgiendo en mitad de una oscuridad densa e
insondable; pero no podía llegar hasta ella, como si de repente me encontrase
en uno de esos sueños en los que no podemos caminar por mucho que lo
intentemos, en los que todo nuestro cuerpo nos pesa como si se hubiese vuelto
de hierro.
La destellante nieve de Lacnisha lucía en
medio de la oscuridad, pero su resplandor cada vez era más tenue, más lejano y
frágil. No podía entender por qué de repente el fulgor de Lacnisha se perdía
entre esas insondables sombras. Yo volaba cada vez más rauda intentando
atravesar esas nieblas tan densas, pero era incapaz de llegar hasta Lacnisha.
No podía nevar con las lágrimas de aquel eterno invierno hacia esos bosques
poblados por esos árboles tan antiguos y poderosos. Me había perdido en un mar
de brumas que no tenía ni orilla, ni superficie ni fondo. Volaba a la deriva
por un mundo que ya no era mi mundo, por un tiempo que ya no era ni mi pasado
ni mi presente. Estaba perdida en medio de la nada, arrastrada por la
desolación y el olvido. Entonces, con todas mis fuerzas anímicas y físicas,
llamé a Leonard. Necesitaba que me rescatase de ese momento. Tuve de pronto
tanto miedo que no pude controlar mi voz y empecé a gritar como si mi vida
estuviese desvaneciéndose. Llamaba sin cesar a mi padre, lo llamaba con una
desesperación que estaba destrozando mi razón.
—
¡Leonard! ¡Leonard! ¡Padre!
Notaba que estaba perdiendo el equilibrio, que
una brutal gravedad me impulsaba hacia un lugar que yo no podía vislumbrar en
las sombras de aquel inmenso olvido. Había dejado de percibir la estela
brillante de la nieve de Lacnisha y en esos momentos me rodeaban unas brumas
que no tenían ni principio ni fin, que me habían envuelto en desesperación y
desasosiego. Todavía estaba llorando mucho, pero a mi tristeza se le había
sumado un pánico incontrolable que me impedía dejar de gritar.
De repente, noté que alguien me aferraba de
las manos y me las presionaba con mucho calor y cariño. Aquellas manos
intentaban serenarme, pero yo había perdido por completo la calma. No podía
respirar con tranquilidad, no podía silenciar mis gritos, no podía dejar de
llorar ni de temblar. Aquellas manos cada vez me presionaban con más fuerza, me
asían con desesperación para impedirme hacer el más sutil movimiento. Al
sentirme apresada, chillé con mucha más fuerza.
—
¡Sinéad, Sinéad! ¡Cálmate, Sinéad!
La potencia de aquella aterciopelada voz se
introdujo dificultosamente en mi desesperación y empezó a serenarme
mínimamente. Supe que quien me aferraba con tanta fuerza y a la vez cariño de
las manos era mi padre. Me sentí de pronto inmensamente protegida. Que él
estuviese a mi lado significaba que ya no estaba tan perdida.
—
Padre, padre, padre —suspiraba descontrolada por el pánico.
—
Tranquilízate, Sinéad. Despierta, hija, despierta.
Al darme aquella extraña e inesperada orden,
toda esa desorientación que me había atacado tan vilmente empezó a agrietarse y
por esas grietas se coló la consciencia, la estela de mi razón, la voz de mis
pensamientos. De repente abrí los ojos y los desplacé por mi alrededor,
sintiendo todavía en mi alma los rescoldos de esa profunda desorientación y esa
inmensa tristeza que tanto me habían descontrolado. Tenía la respiración
agitada, pero poco a poco pude dominarla y al fin la encerré en mi pecho
convirtiéndola en esa tenue e imperceptible cadencia que tanto me
caracterizaba. Leonard me aferraba todavía de las manos, me las presionaba con
dulzura y mucho amor y me miraba con ternura para tratar de alejar de mí todos
esos sentimientos que me destrozaban el alma.
—
Sinéad, cariño, estabas soñando.
—
No entiendo nada. ¿Cuándo ha empezado mi sueño? No entiendo nada, nada
—protesté con la voz cansada. Supe que todo aquel llanto y aquellos gritos que
en mi sueño me habían agitado tanto habían existido de verdad en la vigilia.
—
Incorpórate, cariño —me pidió Leonard impulsándome hacia él. Cuando lo
obedecí, me abrazó muy dulcemente—. Tranquilízate. Todo ha sido una pesadilla.
—
Pero... ¿el qué? ¿Desde cuándo estoy soñando, padre? ¿Dónde estamos?
¿En qué siglo estamos?
—
Sinéad, por Dios —se rió Leonard con mucho amor mientras me acariciaba
los cabellos—. ¿De qué estás hablando?
—
¿En qué siglo estamos? ¿Estamos en Hispania?
—
¿Has perdido la razón, cariño? Estamos en Hispania, pero ya no se
llama así, y estamos en el siglo XXI.
—
¿Dónde está Lacnisha?
—
Donde siempre.
—
¿No está desapareciendo?
—
¿Has soñado que Lacnisha desaparecía? Entonces entiendo por qué
llorabas y gritabas tanto. Incluso te has levantado de la cama y has empezado a
volar por el cielo. Estabas sonámbula y he tenido que tomarte en brazos para
devolverte a esta alcoba.
—
He soñado que me iba al mundo que creé y que...
—
Sí, Sinéad, he podido verlo; aunque ha llegado un momento en el que ya
no he podido detectar lo que soñabas.
—
¿Entonces nunca me he marchado de aquí?
—
Tienes que serenarte, cielo. Sí, sí te has marchado, pero ha sido
involuntariamente. Tsolen me contó que estabas muy triste y que no había forma
de animarte. Consideré que lo mejor que podía hacer por ti era dormirte y
entonces... has soñado todo eso, has tenido un sueño muy agitado donde...
—
¿No he estado allí con mis padres, ni con Áurea, ni con Geork, ni con
Alex, ni siquiera Tsolen viajó a ese mundo para pedirme que regresase junto a
él? ¿Todo ha sido un sueño?
—
Sí, todo eso ha sido un sueño.
—
¡No entiendo nada!
—
Serénate, cariño.
—
¿Cómo quieres que me tranquilice? Yo nunca...
—
Tienes que descansar. Esta vez no soñarás nada.
—
¡No, no! ¡No me hagas dormir otra vez! —le supliqué separándome de él
y corriendo hacia el exterior.
—
Sinéad, vuelve. No estás en condiciones de correr ni volar por ninguna
parte.
—
No, no... Tengo que ir a Lacnisha. Estoy segura de que todo lo que he
soñado es real, es el reflejo de lo que está ocurriendo en verdad.
—
No, ahora no irás sola a ninguna parte —determinó alzándose de la
silla que ocupaba y tomándome de la mano.
—
Nunca he estado allí... No puedo creérmelo.
—
Todo ha sido un sueño, cariño.
—
¡No es verdad! ¡Yo sí he estado allí!
—
Sinéad...
—
Y luego tú me llevaste a Hispania, al siglo XV.
—
No, Sinéad, no.
—
Sí, Leonard, ¡yo estuve allí!
—
¡No, hija!
—
Era demasiado real para que fuese un sueño.
—
No creo que lo mejor sea que viajes ahora a Lacnisha. Mírame...
—
Estás intentando dormirme, continuamente. Quieres que me duerma porque
es verdad que Lacnisha está desapareciendo y que lo ha hecho el mundo que yo creé
con tanto amor.
—
Sinéad, yo solamente quería protegerte.
—
‘¡No me protejas con mentiras! ¡Dime qué ha sido real y qué un sueño!
—
Tranquilízate. Cuando lo hagas, te lo explicaré todo.
Agaché la mirada, incomprensiblemente
avergonzada, y me senté en aquella cama donde había dormido durante un tiempo
tan inconcreto. Me sentía mucho más desorientada que en aquel sueño tan
horrible que tanto me había hecho llorar, pero era incapaz de decir nada.
Esperé a que Leonard se sentase a mi lado y empezase a explicarme todo lo que
había acaecido en realidad y que me revelase qué momentos había vivido yo en el
mundo real y cuáles habían formado parte de aquella terrible pesadilla. Fuese
como fuere, todavía tenía el alma llena de congoja y de miedo.
2 comentarios:
Cuando estaban en el pasado (aunque fuese un sueño), me ha venido una idea tonta a la cabeza. Es como un videojuego. Te lo pasas con dificultad, te sorprendes y tal y cuando lo concluyes, todo queda al descubierto. Puedes ir a la pantalla que quieras, puedes incluso estar en lugares que se supone no es posible estar, e incluso armas infinitas, vida infinita, recordar niveles pasados, explotar,...Este punto en la vida de Sinéad me recordaba algo así. Aunque es divertido, parece que pierde un punto de frescura o sorpresa para ella. Lo conoce todo y lo que más amaba desaparece. Es como estar en el nivel final, en el que todo está destruido y volver al nivel uno es la solución perfecta para regresar al mundo en el que realmente era feliz. Estoy divagando jajaja. Ahora Leonard le tendrá que contar que es real y que es un sueño. Yo deseo que sea todo un sueño y que nada de lo que pasó en Lacnischa sea verdad, pero mucho me temo que el sueño es simplemente su viaje al pasado. Por cierto, aunque es fascinante y a todos nos gustaría, debe ser duro regresar a tiempos pasados...ya sabes "todo tiempo pasado fue mejor", aunque muchas veces eso no es cierto. Que manía con dormirle...es que le debe cansar, no me extraña. Siempre la duerme cuando se pone nerviosa o tiene problemas. Tendría que hacer lo mismo ella cuando Leonard se sienta mal jajajaja. A ver que ocurre a continuación. Muy bonito como siempre, tu forma de escribir es maravillosa.
Lacnisha es un lugar mágico, aunque esté unido a nuestro mundo real, no puedo pensar en que se vaya a destruir, porque es el refugio no solo de Sinéad, sino también de quienes necesitamos un Avalon donde escondernos aunque sea un rato de todo lo feo y lo malo de este mundo. Sinéad siempre ha demostrado que es más poderosa de lo que ella misma sospecha, y lo que ha creado está fuera del dominio de los hombres. Soy pesimista con la acción del ser humano en el mundo, creo que vamos a peor, que manchamos todo lo que tocamos, pero también soy optimista a más largo plazo, es decir, en nuestra soberbia nos vendremos abajo, y la vida y la naturaleza son tan fuertes que se recuperarán, por encima de nosotros, seremos una especie dañina que desaparecerá y tras ella todo renacerá, nuestro poder no es tanto como para acabar con la vida. Sí, yo también estoy divagando, y es que eso es lo que pasa al leer lo que escribes, da que pensar, es inevitable apasionarse, sentir que la historia tiene que ir por tal o por cual sitio, tener miedo de que hagas algo irreversible... de lo que no hay duda es de que Sinéad está con nosotros, que la queremos mucho, que tiene que salvarse ella y todo lo que importa, porque seguramente ella es lo último que nos queda. Así que no seas muy mala, con estos sueños y vuelta atrás me has hecho soñar, pasarlo mal... pero no pierdo la esperanza, ojalá nuestra vampiresa favorita tampoco.
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