domingo, 29 de septiembre de 2019

¡CÁLLATE!


¡CÁLLATE!

“¿Quién te crees que eres? ¿Quién pretendes ser? Deseas tantas cosas y, sin embargo, eres tan sumamente incapaz de llevarlas a cabo... No eres capaz de luchar por nada ni de responder a tus principios esenciales. Mírate. Mírate bien al espejo y dite a ti misma lo que ves. Pretendes aparecer bella ante la gente. Sientes envidia de esas mujeres que tienen la capacidad de pasar largos minutos de sus días ante el espejo maquillándose y acicalándose y que, además, gozan del vigor suficiente para hacer deporte y llevar una dieta sana; pero ni siquiera esa envidia que sientes te anima a volver realidad lo que deseas hacer. No eres capaz ni de comer sano, ni de hacer deporte ni de cuidarte. Sales a la calle vestida siempre con pantalones tejanos y una camiseta sosa con algún mensaje estúpido que ni e entiendes. Trabajas en una frutería y mueren allí tus horas ya muertas. ¿Quién pretendes ser, tú, ingenua perezosa? ¿De qué te quejas? No fuiste capaz de acabar la carrera de psicología que empezaste con tanta ilusión y ni tan sólo fuiste capaz de luchar por el amor de ese chico que tanto querías. ¿Por qué? Porque no eres capaz de nada, porque te superan las dificultades, porque no naciste para ser fuerte ni valiente, por muy valiente que los demás crean que eres. No eres valiente. Tienes una suerte que no te mereces. No te mereces la familia que tienes, tan buena y amable, no te mereces tener trabajo porque no lo aprecias. No te mereces tener una cara bonita porque ni siquiera sabes cuidártela. No te mereces nada. Ni siquiera te mereces morir porque la muerte sería un alivio para ti. Sufres por detalles insignificantes que te vuelven absurda. Eres absurda, tonta y completamente prescindible. Es comprensible que no entiendas por qué los demás te quieren. Estás volviéndote como la mayoría de mujeres que viven sin ilusión, que caminan por el mundo sin cuidar su aspecto. Estás gorda y tienes una cara de absoluta amargura. No eres capaz de mirarte a los ojos porque, cuando lo haces, lo único que encuentras en tu mirada es odio, odio hacia ti misma. Sientes ese odio recorriéndote las venas y ansías poder darte una paliza a ti misma. ¿Cómo es posible que no te hayas tirado todavía por el balcón? ¿A qué esperas? Mírate, qué pena das. Vas vestida con unos simples tejanos y una camiseta tras la cual intentas ocultar esa barriguita que te está saliendo. No quedas con tus amigas porque te sientes inferior a su lado, al lado de todas tus amigas. Las ves más guapas, sientes que tienen más energía que tú, más cosas que contar, que viven una vida excelente, que no tienen problemas, que te gustaría ser como ellas, que las quieres imitar en lo que más te gusta de ellas, pero no eres capaz de nada. Cuando llegas del trabajo, lo único que haces es abrir un paquete de galletas de chocolate y comértelas mirando ese concurso de preguntas. Intentas contestar alguna de esas preguntas, pero no puedes porque eres una ignorante. De eso también te quejas, de que no sabes nada. La cultura te atrae mucho, pero ni siquiera eres capaz de pasar una mañana de sábado en el museo del Prado. Sientes envidia de esas amigas tuyas que trabajan como profesoras. Te habría gustado ser profesora, pero, evidentemente, tampoco has sido capaz de luchar por ese sueño. Personas como tú no deberían estar vivas. No deberían nacer, simplemente. Un día, te despiertas con ganas de cambiar de color de cabello. Ahora lo llevas negro azabache. La peluquera te advirtió de que el negro es un tinte que cuesta mucho de quitar, pero no quisiste escucharla y ahora echas de menos ese color rojizo que hacía brillar tu cara un poco, sólo un poco, porque tu piel no tiene brillo. Eres apagada como una noche sin estrellas. Creen que eres bonita, pero tú no piensas eso en absoluto. Eres normal, incluso algo fea. Tienes unas mejillas demasiado redondas, unos ojos pequeños e insignificantes, unos labios finos. No hay nada especial en ti. De veras, no pierdas más tiempo. No le hagas perder más tiempo a la sociedad. Desaparece. Es lo único que te mereces, desaparecer. Tus padres te llorarán cuando mueras, pero se acostumbrarán rápido a vivir sin ti. No sueles hablar con ellos para nada. Nunca hacéis planes juntos. Parece que su desgana es lo único que heredaste de ellos.”

“¡Cállate! ¡Cállate de una vez!” Grité histérica dándole un puñetazo al espejo. La voz no desapareció, sino que comenzó a hablarme mucho más agresivamente.

“Pero ¿qué haces? ¿Qué has conseguido con eso, estúpida? Pues hacerte daño. Te sangran los nudillos, idiota. Has roto el espejo, imbécil. Ni siquiera te duele esa herida que tú misma te acabas de hacer. No me callaré nunca, jamás. Gritaré por dentro de ti siempre, hasta el último instante de tu vida. No puedes deshacerte de mí. Soy la voz del odio que sientes hacia ti misma. Soy la voz de la rabia que tú misma te inspiras. Soy el odio a tu ser, el rencor hacia tu existencia. Mátate y, entonces, yo desapareceré. No soy tu verdugo. Tú eres tu propia verdugo. Durante años, fuiste matándote. Acaba con esto de una vez. Nada cambiará. Seguirá todo igual durante años. No hay solución para ti.”

“¡Quiero ser libre!” Grité de nuevo dándole otro puñetazo al espejo, con mucha más fuerza que antes. Sentí que la herida que me acababa de hacer se volvía más profunda y que algunos cristales se mezclaban con la sangre que comenzó a manarme con más intensidad. Entre lágrimas, agarré un cristalito entre mis trémulos dedos y me hice otro corte profundo en el brazo. No moriría volando hacia la nada. No me lanzaría por el balcón como yo misma me ordenaba. Moriría en un charco de sangre, de mi propia sangre, y la saborearía hasta quedarme sin aliento, hasta beberme mi propio aire. No moriría rápidamente. No me merecía una muerte rápida. Me merecía apagarme poco a poco, sufrir mi marcha, notar cómo mi vida se convertía en silencio.

Y eso es lo que estoy haciendo ahora. Escribir con sangre estas palabras, con los últimos suspiros de mi destino le doy punto final a toda mi indiferencia. Quisiera hundir el recuerdo de mí misma en este lago de sangre en el que me gustaría ahogarme.

 

1 comentario:

Wensus dijo...

Madre del amor hermoso, ¡pero que juez interior tiene esa! Es el rey de los jueces interiores, el puto amo de los jueces. Es capaz de destruir a esa persona, consiguiendo que se suicide.Todos tenemos ese juez interior que es muy destructivo con nosotros, diría que desagradable y letal, pero lo de esta chica es de campeonato. Menudas cosas le dice, cosas terribles y yo creo que no se deja ningún fleco por tocar. Se asegura de destruirla desde todos los ángulos,en todos los aspectos de su vida. Luchar contra esos pensamientos a veces es muy difícil, pues ese juez no se da por vencido y suele atacar muchas veces en el transcurso de nuestra vida. Si mi juez interior fuese así, estaría metido bajo las mantas para siempre, es brutal. La chica intenta luchar, pero finalmente se da por vencida...jolin. Es otro final trágico que te deja perplejo, pensativo. ¡Espero que mi juez interior nunca sea tan radical!