domingo, 7 de septiembre de 2014

EN LAS MANOS DEL DESTINO - 05. EL AMOR DEL FRÍO


EN LAS MANOS DEL DESTINO - 05. EL AMOR DEL FRÍO
La lumbre ya no ardía a mi lado. El silencio que me rodeaba entonaba la trova de una nueva existencia. La oscuridad que me cubría era espesa, pero a la vez acogedora. Alguien tañía la cítara cada vez más lejos de mí y el viento soplaba con fuerza en un lugar inconcreto de mi mundo. Tenía los ojos cerrados, mas no necesitaba abrirlos. Algo pesaba en mi cuerpo, tal vez la certeza de que todo había cambiado, de que para siempre había perdido la templanza de mi ser. Algo pesaba en mí como si se tratase de los últimos suspiros de mi vida, de mi futuro, de mi presente. Tenía las manos cruzadas sobre mi estómago, como si desease retener en mi interior el último eco de mis pensamientos. Notaba que mi alma temblaba de vida, pero también se estremecía de inquietud y temor. No recordaba los últimos instantes de mi pasado. Únicamente podía evocar unos momentos que no sabía explicar, en los que me percibía agitada por un dolor cuya procedencia no era capaz de concretar; un dolor que, sin embargo, me gustaba, me gustaba tanto que deseaba que fuese eterno. Era un dolor placentero que se repartía por todos mis miembros, como si alguien estuviese haciéndome cosquillas con una pluma por todos los rincones de mi ser. Era un dolor que me hacía tener ganas de llorar y de reír a la vez; algo que duró un tiempo demasiado inconcreto. Aquel dolor traía consigo unas sensaciones que nunca había experimentado: sentía que mis manos se helaban, que la parte material de mi ser se tornaba flotante y volátil, que mis cabellos perdían fuerza para convertirse en algo etéreo, que mis ojos se agrandaban en sus cuencas, que mis dientes se encogían, que mi rostro se volvía pétreo, que mi vida se congelaba en un instante que nadie podría abatir jamás.
Fue como volver a experimentar la transformación en vampiresa, pero, sin embargo, sin sufrir la insoportable hoguera de la conversión. Únicamente notaba que mi cuerpo se helaba, que la parte tangible de mi vida devenía en espíritu. Era como si estuviese perdiendo consistencia. Me supe, de pronto, excesivamente volátil, transportable fácilmente por el viento. Me supe fuerte y a la vez frágil, triste, pero al mismo tiempo feliz y conforme.
Ya podía abrir los ojos, pero no me atrevía a hacerlo, tal como me había sucedido cuando la conversión en vampiresa había finalizado. Mas entonces detecté que no estaba sola, como me había acaecido en aquel entonces. Alguien estaba a mi lado, aguardando mi despertar con ilusión y a la vez temor: Zelm.
Notaba que sus manos estaban cerca de mis cabellos, como si desease acariciármelos y no se atreviese a hacerlo. Sentía a mi lado su respiración, oía el tranquilo latir de su corazón, podía percibir el frío que exhalaba su cuerpo; un frío que no se asemejaba al que emanaba de mi piel cuando mi alma se encerraba en mi forma vampírica. Se trataba de un frío acogedor, como ese frío que desprenden las aguas de un río al amanecer.
-          Sinéad, ¿puedes oírme? —me preguntó muy quedamente. Sentí que acercaba sus manos a mi rostro.
-          Debo irme cuanto antes.
Fue lo único que pude contestar. No sabía cuánto tiempo había durado la conversión, pero estaba segura de que no debía permitir que la vida siguiese discurriendo sin que yo huyese de ese hogar. No podía olvidarme de que en sueños había visto verosímilmente cómo Eros y Rauth eran vencidos por una inquebrantable tormenta invernal que había empezado a apagar el calor de su vida.
-          Tienes que reposar un poco... Toma, bebe este caldito. Te hará mucho bien.
-          No puedo, no puedo. Debo irme...
-          Estás tan hermosa, hija...
No dudaba de sus palabras. Sí, era su hija, así como lo eran todos los niedelfs que vivían en Lainaya. Tomé entre mis nuevas manos el cuenco con sopa que me ofrecía y me lo bebí apenas sin saborearlo. Estaba nerviosa, tensa, aterrada. Temía que Zelm no me permitiese huir.
-          Sé que están en peligro. Debo ayudarlos.
-          Es tu destino... No puedo oponerme...
-          Lo siento. Os agradezco...
-          No me trates como una reina. Ahora soy tu madre.
-          Mi madre... —musité incapaz de creerme que aquellas palabras fuesen posibles.
-          Siempre has necesitado el calor y el cariño de una madre. Yo puedo dártelos si te quedas conmigo.
Me quedé tristemente en silencio. Sí, anhelaba que alguien amoroso me tratase como si fuese mi madre, pero no podía permitir que los recuerdos y los sentimientos me confundiesen. Rauth y Eros estaban en peligro. Debía ayudarlos... Así pues, aun sintiendo que por dentro de mí mi alma se quebraba de lástima, le contesté:
-          Estoy segura de que puedes ofrecerme un amor inquebrantable, pues todo lo que emana del invierno lo es; pero mis seres queridos están en peligro. Si he permitido que la conversión finalice, no ha sido porque desease transformarme en niedelf, sino porque era la única forma de poder ayudarlos... Lo siento mucho. Lamento decepcionarte de este modo.
-          ¿Decepcionarme? Acabas de demostrarme que el amor es lo que más te importa, Sinéad. Por amor eres capaz de renunciar a todo. Por tus seres queridos puedes dejar atrás todo lo que eres... Tu amor es tan puro como la nieve, tan inquebrantable como el hielo y tan fuerte como el viento. Anhelo ser, alguna noche, alguna de tus seres queridos...
-          Gracias por comprenderme.
-          Ve con ellos, pero nunca olvides que aquí tienes tu hogar. Ayúdalos, sálvales la vida, ve a buscar la reina de Lainaya para librarnos a todos del mal que nos acecha, que acecha a toda Lainaya, para quebrar al fin todas las controversias que nos separan. Por favor, háblales de nosotros. Cuéntale que estamos perdiendo nuestras tierras y nuestro derecho a convivir en paz con los demás elementos de la naturaleza. Te lo agradeceremos tanto... Y ayuda también a tu hijita a recibir la transformación en audelf cuando le llegue el momento.
-          Gracias, Zelm.
-          La reina de Lainaya pertenece al verano, pero es mucho más comprensiva que los estidelfs que la siguen. Estoy segura de que te entenderá.
-          Antes de irme, necesito preguntarte si hay algo que pueda vencerme...
-          Sí, por supuesto. No permitas que el fuego te envuelva. Puede derretir todo lo que eres. Además, los desiertos pueden ser nuestra sepultura en cualquier momento. Te daré unas hierbas para protegerte de los peligros más ineludibles de tu viaje, aunque no garantizan que puedas sobrevivir a todo. —Entonces me tendió una curiosa bolsita de tela que contenía hierbas aromáticas y prosiguió—: Tómalas solamente tú. Están preparadas para que únicamente puedan ingerirlas los niedelfs. Los heidelfs tienen sus propias medicinas...
-          De acuerdo.
-          Mézclalas con agua de ríos caudalosos y limpios.
-          Está bien —le sonreí.
-          Vuelve pronto cuando sepas algo... Comunícate conmigo a través del hielo si sientes que lo necesitas. Yo estaré aquí para escucharte. Ve en paz y que la Diosa te acompañe y te proteja siempre, adorable Sinéad. Sabe que siempre formaste parte del destino de los niedelfs, desde el ocaso en que naciste.
Aquellas palabras me hicieron cerrar los ojos de pronto, emocionada, tiernamente nostálgica. Entonces me alcé del suelo y, tras colocarme mejor mis ropajes, me dirigí hacia la puerta. Me sentía tan extraña que no podía atender nítidamente a lo que experimentaba. Lo hice tras despedirme con una profunda mirada de Zelm, quien me dijo adiós sentada cabe la lumbre dedicándome aquella delicada sonrisa que encogía levemente sus grandes ojos.
Cuando el frío me rodeó, volví a sentirme parte del invierno. Ya conocía esa sensación de pertenecer a la nieve. El frío no me afectaba. Podía permitir que el aliento del invierno más helado de la Historia me envolviese hasta formar parte de mi propia piel, y mi cuerpo ni siquiera necesitaba hacer el amago de ponerse a temblar. Me sentía protegida siendo acariciada por aquel viento helado y cortante... Me sentía segura.
Comencé a vagar velozmente por entre los muros de nieve que se derribaban a mi alrededor. El valle ya no se presentaba amenazante ante mis ojos, sino acogedor, protector. La nieve cubría mis largos, negros y etéreos cabellos, me helaba las manos, me acariciaba las mejillas, pero yo no tenía miedo. La nieve me impulsaba a vagar libremente por aquella horadación crecida entre las montañas, aquel valle que parecía querer hundirse hasta las profundidades de Lainaya para apagar todo su fuego.
Rogaba que la nieve me guiase, que me llevase hasta Rauth y Eros, y sentía que ella cumplía mis deseos como si en realidad fuesen los suyos. El viento y la nieve mecida por su fuerza me mostraban sendas que se perdían en la brillante oscuridad de aquella tormenta. Parecía como si del suelo helado emergiesen columnas de cristal que resplandecían en aquella naturaleza tan estremecedora; la que sin embargo me protegía amorosamente.
Y así fue como, de pronto, entre la lucha impetuosa entre el viento y la nieve, bajo el rojizo y helado cielo que lo cubría todo, percibí dos figuras siendo cubiertas por las lágrimas más hirientes del invierno. Eran ellos, no podía dudarlo. Me deslicé más velozmente por encima de la nieve, apenas sin tocarla, hasta que mi congelado cuerpo notó los últimos suspiros de calor que quedaban en su ser.
-          ¡Rauth! ¡Eros! —los apelé desesperada.
Y entonces pareció que el viento dejaba de soplar para que mi llamado se repartiese por la inmensa soledad que nos rodeaba. Cuando los reclamé con tanta desesperación, la nieve se quedó paralizada en el firmamento. Todo se aquietó por unos momentos y la imagen de Rauth y de Eros tendidos en el suelo se volvió mucho más nítida. Sí, eran ellos... o, más bien, estaban dejando de serlo.
-          Eros, amor mío, Rauth... Rauth, cariño —musité cuando supe que mis manos podían tañerlos—. Estoy aquí, Rauth, Rauth... Eros, vida mía...
Mientras los apelaba con tanta desesperación y miedo, intentaba tomarlos en brazos; pero mis brazos no eran tan fuertes para poder transportarlos a los dos. Era fuerte porque podía soportar el helor del invierno, pero también era frágil como la escarcha. No tenía tanto vigor como creía.
-          Zelm, por favor, ayúdame —le pedí a través de la distancia con un ímpetu que ni siquiera la muerte podría abatir—. Zelm, ven, por favor...
Entonces el viento reanudó su silbante fuerza y la nieve comenzó a danzar a mi alrededor como si quisiese pugnar por mi atención. Sentí ganas de llorar cuando me planteé la posibilidad de que Zelm no oyese mi llamado; pero entonces percibí que algo se erguía ante mí, algo parecido a una nebulosa azulada. Y  de repente Zelm apareció delante de mis ojos, blanca y reluciente como la nieve que nos rodeaba. Sin decirme nada, sus manos tomaron las mías y me infundió unas fuerzas que el helor del invierno acreció. Rápidamente, se inclinó a mi lado y me ayudó a tomar en brazos a Eros y a Rauth. En silencio, comenzó a volar a través de aquella nívea y escalofriante tormenta. Yo la seguía sin decir nada tampoco, aferrando con fuerza el cuerpo de Rauth. Sin saber en qué momento había ocurrido, Zelm había tomado en brazos a Eros y yo había abrazado a Rauth para arrancarlo de las manos de la muerte.
El paisaje que nos rodeaba era desolador, pero no nos deteníamos. Aquella impetuosa y escalofriante tormenta se intensificaba a medida que nos alejábamos del valle, como si quisiese protestar por nuestra huida; pero, de pronto, cuando noté que ascendíamos una de las montañas que cercaban aquella horadación tan gélida, la fuerza del viento aminoró y la nieve fue aquietándose, serenándose. Un horizonte plateado, contrastante con el oscuro cielo que lo cubría todo, apareció ante nosotras, firme y brillante.
Mas Zelm no se detuvo. Continuó vagando rápidamente por aquella naturaleza tan helada y yo la seguía como si no tuviese otro destino. La tormenta había cesado. De repente todo se había cubierto de calma, de harmonía, de silencio. No se oía nada, ni siquiera el eco del viento que había soplado con tanta desesperación en el valle.
-          Ya están a salvo —me anunció Zelm con sublimidad.
-          Pero no reaccionan...
-          Tenemos que llevarlos al Bosque de la Serenidad.
-          Hemos estado ahí hace poco...
Entonces recordé que Brisita, Scarlya y Leonard restaban aguardando nuestra llegada en algún rincón que yo no recordaba. Me estremecí de inquietud y pánico cuando me di cuenta de que no tenía ni la más sutil noción de dónde estaban; pero de momento me interesaba que Eros y Rauth se recuperasen. Notaba que Rauth tiritaba cada vez más débilmente entre mis brazos; lo cual me hacía tener ganas de llorar.
Sin advertir el momento en que aquello había sucedido, de pronto me percibí rodeada por esos frondosos árboles, envuelta en la serena fragancia de ese bosque donde habíamos dormido hacía ya un número inconcreto de noches. La conversión en niedelf me había desorientado en el tiempo.
-          Ve a buscar a los demás. Yo intentaré curarlos —me ordenó Zelm sentándose en la hierba y acomodando a Eros entre dos árboles—. No te preocupes por ellos, Sinéad. Sé curarlos.
Yo todavía sostenía a Rauth en mis brazos. Lo abrazaba como si él fuese una parte de mi ser que estaba a punto de perder. Tiritaba sutilmente y su respiración era interrumpida y entrecortada. Su piel se había enfriado excesivamente, sus ojos estaban completamente cerrados y el gesto que se había congelado en su rostro destilaba miedo, inseguridad y tristeza.
Lo tumbé junto a Eros entre aquellos árboles y los miré con muchísimo amor. Zelm estaba a mi lado, infundiéndome calma con sus enormes ojos. En aquel bosque lleno de matices verdosos y azulados, Zelm parecía muchísimo más frágil y pálida, como si fuese un rayo de luna que se colaba entre las densas ramas de los árboles. Me pregunté si yo también desprendería esa sensación de debilidad y si brillaría tanto como aquella doncella tan pura... a quien, inevitablemente, ya había empezado a querer y a respetar con toda mi alma.
-          Ve a buscarlos —me ordenó con cariño dedicándome aquella sonrisa tan tierna—. Están aguardándote en la cueva donde descansasteis la primera noche de vuestro viaje.
-          ¿Cómo sabes todo eso?
-          Ya aprenderás a comunicarte plenamente con la Diosa. Necesitas vivir aquí unos cuantos siglos para lograr que ella converse contigo a través de la naturaleza.
-          Es... mágico —susurré a punto de emocionarme.
-          Cuántos creyentes desearían poder comunicarse con su divinidad como lo hacemos nosotros; aunque eso sólo es posible en los seres que creen plenamente en el poder de la naturaleza. Ve antes de que sea más tarde. Los días aquí son muy cortos.
-          Gracias, Zelm...
-          Gracias a ti por ser una de nosotros. Es lo mínimo que puedo hacer por ti.
Me despedí de ella con una sonrisa cargada de cariño y gratitud y me adentré en la búsqueda de aquella cueva que había sido nuestro primer refugio. Extrañamente, no me costó nada encontrarla. Era como si me conociese plenamente todos los rincones de esos bosques, como si hubiesen nacido de mi mente. Cuando divisé aquella misteriosa cueva entre las imponentes montañas, sentí tanta alegría que no pude evitar reírme tiernamente. Lentamente, todo aquello que se había desestabilizado en nuestra rara vida estaba enderezándose. Confiaba nítidamente en Zelm. Sabía que podría curar a Eros y a Rauth apenas sin esfuerzo... Entonces rogué que alguna noche yo pudiese ser tan sabia como ella...
Entré en la cueva en silencio, pero con ilusión. Scarlya, Brisita y Leonard estaban tendidos en el suelo, cabe una lumbre que temblaba de miedo ante la oscuridad. Estaban tiernamente dormidos, los tres abrazaditos. Era una imagen tan dulce que resté observándola durante un tiempo inconcreto sin atreverme a turbarla.
Al verlos tan unidos, al observar con cariño su imagen, la añoranza más impredecible, espontánea y poderosa envolvió mi corazón y anegó toda mi alma. Al ver sus curiosas orejitas y el rosado de sus mejillas, al notar la forma delicada de sus alas escondidas bajo sus ropajes y al oír su templada respiración, fui plenamente consciente de que yo había dejado de ser como ellos. Ya no volvería a ser igual. Había perdido esas hermosas orejitas que tan mágica me habían hecho parecer, ya no tendría jamás esas etéreas alitas que me permitían vagar por el cielo sintiéndome parte de su azul matiz, mi piel ya no volvería a desprender esa templanza que acogía hasta a la lumbre más potente... Volvía a ser fría, fría como el hielo, y tan pálida como la nieve. Había vuelto a perder el pequeño ápice de calor que la naturaleza me había otorgado. Había perdido la oportunidad de estar más cerca de la especie a la que algún día pertenecí... a esa delicada, pero entrañable especie cuyos rescoldos siempre han permanecido palpitando en mi alma a pesar de todas mis transformaciones.
Estaba perdida. No sabía qué necesidades tendría mi cuerpo, no tenía idea de cómo percibiría el mundo con ese nuevo cuerpo. Estaba desorientada en una existencia nueva. Me pregunté cuántas veces había experimentado aquella sensación. Sin embargo, pese a todo, estaba levemente emocionada. Me miré las manos y, al captarlas tan pálidas y relucientes, me acordé de que en mi vida normal mi piel tenía exactamente la misma textura y la misma apariencia. Parecía como si hubiese recuperado mi cuerpo vampírico, pero no tenía colmillos, mi piel no era tan inquebrantable como la que envolvía mi alma en mi vida eterna y además seguía notando por dentro de mí algunas necesidades que también me habían atacado siendo humana y heidelf. Tenía hambre y sed.
Me miré los cabellos. Eran tan finos, largos y suaves como lo eran cuando vagaba por el mundo siendo vampiresa, pero parecían etéreos y poder deshacerse entre mis dedos en cualquier momento. Parecía hecha de nieve enteramente, de una nieve teñida de todos los matices de la tierra: la oscuridad de la noche,  la frialdad del invierno... No sabía de qué color eran mis ojos, pero intuía que habían mantenido ese matiz violáceo que tanto me caracteriza, siendo mi mirada entonces el ocaso de todos los inviernos.
Una parte de mi se asustaba al pensar en el momento en el que Rauth y los demás me viesen con mi nuevo cuerpo; pero la parte más inocente de mi alma me instaba a propiciar ese instante cuanto antes. Decidí escuchar a esa fracción tan pura de mi ser y me dirigí hacia Leonard, Scarlya y Brisita para despertarlos con todo mi amor. La templanza de la lumbre que ardía a su lado rozó mi piel y agradecí cariñosamente ese calor que, sin embargo, mi cuerpo no necesitaba. Me sentía como si hubiese recobrado mi forma vampírica... o la mitad de mi vampirismo... pero a la vez me percibía tan frágil y fácilmente abatible... Era vulnerable y vigorosa.
-          Leonard, Brisita, Scarlya...
Brisita fue la primera en abrir los ojos. Me miró desorientada, extrañada y asustada; pero, en cuanto hundió sus ojos en los míos, aquellos punzantes sentimientos que impregnaban su rostro se tornaron felicidad. Se separó de los brazos de Scarlya y saltó hacia mí con una sonrisa llena de lágrimas de felicidad. Me abrazó sin apercibirse de que yo no era la misma... pero no se lo comuniqué. La apreté contra mí, protegiéndola entre mis brazos, besándola después en la frente... aspirando el dulce aroma a infancia que emanaba de sus cabellos.
-          Cariño... —le susurré dulcemente.
-          Mami... estás bien... Pensaba que no volverías... ¿Dónde están papi y Eros?
-          Estarán bien... Están en el Bosque de la Serenidad, cariño.
Brisita pareció conformarse, pero yo la notaba temerosa. La miré a los ojos y entonces me di cuenta de que me observaba con cautela y extrañeza. Ya se había percatado de que me había sucedido algo extraño. Sin embargo, no pareció asustarse.
-          Mami, ya no eres una heidelf —me comunicó con añoranza—. Sabía que dejarías de serlo en  cualquier momento, pero no pensé que sería tan pronto.
-          ¿Lo sabías?
-          Sí, así como también sé que yo dejaré de ser una heidelf cuando alcance la edad madura; para lo cual ya no queda mucho. Si mi destino fuese ser una heidelf, a estas alturas ya me habrían crecido las alitas, y no lo han hecho.
-          Lo sé...
-          ¿Cómo ha sido?
-          Ya te lo explicaré en otro momento más calmado. Ahora tenemos que despertar a Scarlya y a Leonard para ir junto a Eros y Rauth.
-          ¿Has encontrado a la Doncella Blanca? Ahora ella es tu reina... Le debes obediencia y lealtad.
-          Pero también se la debo a Lumia, ¿verdad?
-          A Lumia se la deben todos los habitantes de Lainaya, sean reyes o no...
-          Sí, la he conocido. Es... es encantadora, Brisita.
-          No lo sé...
-          Está ayudando a Eros y a Rauth. Ellos no soportaron el frío...
-          Tenemos que ir cuanto antes junto a ellos —se limitó a decir mientras se separaba de mis brazos. De pronto me pareció que Brisita era la mayor y yo, la niña.
Despertamos a Leonard y a Scarlya con tranquilidad. Ambos estuvieron a punto de lanzar una exclamación de sorpresa cuando se apercibieron de que había cambiado tanto, pero se mantuvieron en silencio, tal vez siendo conscientes de que tenían que aceptar algo que nunca habían imaginado. Como si de pronto ellos se hubiesen vuelto sumisos, me siguieron sin decir nada, con los ojos agachados, en silencio...
Al fin llegamos al Bosque de la Serenidad. Zelm ya no estaba junto a Eros y a Rauth. En un primer momento no me atreví a observarlos fijamente, pues una parte de mí sentía una extraña desconfianza hacia Zelm. Creía que ella habría aprovechado mi ausencia para convertir a Rauth y a Eros en niedelfs. La rara actitud de Brisita me había hecho empezar a temer algo que, sin embargo, no había sucedido.
Eros y Rauth estaban sentados en la hierba, comiendo tranquilamente una suculenta manzana. Cuando se apercibieron de que estábamos cerca de ellos, nos miraron extrañados y desorientados. Cuando Rauth posó sus dubitativos ojos en mí, se quedó completamente paralizado, tan paralizado que parecía una estatua cincelada en oro y coral.
-          ¿Qué has hecho? —me preguntó casi inaudiblemente. Fue lo único que se atrevió a decirme tras un largo silencio.
-          Rauth, necesito que me escuches...
-          ¿Por qué lo has hecho? —me cuestionó alzándose de pronto del suelo y dirigiéndose hacia mí con los ojos resplandeciéndole de impotencia y tristeza—. ¿Por qué, Sinéad?
-          Porque deseaba salvaros la vida a ti y a Eros, Rauth —le contesté intentando no sentir la tristeza que emanaba de sus ojos.
Rauth se quedó en silencio, paralizado de nuevo, observándome con tanta lástima que no pude evitar que los ojos se me llenasen de lágrimas. Rauth nunca me había mirado con tanta tristeza. Mi respuesta pareció acentuar la pena que rodeaba su corazón y se desprendía de sus ojos.
-          No quería hacerlo, pero en sueños vi que el viento y la nieve os habían vencido. La única forma de salvaros la vida era convirtiéndome en niedelf.
-          Era convirtiéndote en niedelf... —repitió Rauth atónito.
-          Shiny... —me apeló Eros con pena—. Shiny, si pareces tan... tan triste y vulnerable... ¿Qué te han hecho, mi Shiny? —me preguntó levantándose del suelo y acercándose a mí. No se atrevía a tocarme.
-          ¿Lo has hecho únicamente porque deseabas salvarnos la vida, Sinéad, o porque Zelm te ha conmovido con sus historias de que están perdiendo el terreno del invierno?
-          Sus historias son tristemente ciertas, Rauth; pero ella no me convenció de que debía convertirme en niedelf. Fue el sueño  que tuve lo que me aclaró que tenía que hacerlo cuanto antes.
-          Entonces era tu destino. Sea como sea... gracias... —me musitó agachando los ojos. Él tampoco se atrevía a tocarme.
-          Debemos ser fuertes, todos, y proseguir con nuestro viaje —dije intentando quebrar la tensión de ese momento—. Sea lo que sea, yo nunca os abandonaré.
-          Tarde o temprano necesitarás regresar a la región del invierno —me comunicó Rauth con lástima.
-          De momento, eso no es así. Quiero que sepáis que sois lo que más quiero en el mundo y, por mucho que mi alma me lo ruegue, yo no iré a ningún lugar donde vosotros no podáis estar.
-          Shiny...
-          Eros, amor mío... sigues siendo la razón que me impulsa a vivir, vida mía. Sería capaz de hacer por vosotros cualquier cosa, hasta dejarme atrapar por las llamas de las entrañas de la tierra... Os quiero tanto que no me planteo nada cuando vuestra vida está a punto de tornarse muerte.
-          Papi, los niedelfs no son malos —le comunicó Brisita—. Yo seré una audelf dentro de poco, por lo que seré distinta a vosotros; pero nadie es malo aquí. Los únicos  seres crueles son Alneth y todos los que procedan de su mundo.
-          Zelm me ha pedido que le hable a Lumia de todo lo que está sucediendo entre los estidelfs, los heidelfs y los niedelfs —le expliqué a Rauth con temor y respeto.
-          Lo haremos, sí; pero...
-          No temas, Rauth —le pedí tomando sus manos.
-          Qué fría estás...
-          Es como si fuese otra vez vampiresa —me reí intentando teñir de inocencia aquel momento.
-          Pues estás preciosa, Sinéad —me reveló Scarlya con admiración—. Parece como si tu cuerpo estuviese hecho de piel de luna. Brillas mucho... y eres hermosa. Tus ojos se han vuelto más grandes y tu rostro expresa tanta calma... Pareces un ser divino.
-          Gracias, Scarlya —le dije avergonzada—. Si vieses a Zelm, estoy segura de que te parecería mucho más mística que yo.
-          La belleza de Zelm es tan sublime... pero también es peligrosa. Es demasiado hipnótica —apuntó Rauth.
-          Deberíamos seguir cuanto antes con nuestro viaje —intervine esperanzada—. No os preocupéis por mí. Zelm me ha dado medicinas para cuando sienta que mi vida quiere derretirse... No temáis por nada. Os protegeré todo lo que pueda...
Nadie dijo nada. Leonard, quien hasta entonces se había mantenido quieto y quedo a nuestro lado, me miró conforme y extrañado, pero en sus ojos había tanto amor que todo lo que me inquietaba se desvaneció. Tomando con fuerza la mano de Eros, empecé a caminar y todos lo hicieron tras de mí. El Bosque de la Serenidad se presentaba nítidamente puro ante nosotros, fácilmente escrutable, tiernamente acogedor. Aquella aromática, tranquila y harmoniosa naturaleza nos incitó a creer que nuestro viaje no era peligroso y que nuestro destino estaba lleno de instantes hermosísimos que ni siquiera podríamos imaginarnos. Yo me sentía extraña con mi nuevo cuerpo; pero junto a Scarlya, Leonard, Brisita, Rauth y Eros me creía el ser más poderoso y feliz de la Historia, la mujer más dichosa y más fuerte de todos los Universos...
 

2 comentarios:

Uber Regé dijo...

Finalmente Sinéad, con su nueva naturaleza niedelf, creo que puede ser un puente muy importante que sirva para restaurar el equilibrio de las diferentes partes de esas hermosas tierras, ¡y hasta Brisita será (o es) una audelf! Es muy curioso que los vampiros en este universo puedan tener naturalezas tan distintas unos de otros. Me gusta que el amor entre los seres esté por encima de sus naturalezas respectivas, y que ese vínculo resulte el verdaderamente importante: el amor de Sinéad y los demás no se ha debilitado con su cambio. Por otro lado, me pregunto cuál es la naturaleza de Alneth, ¿de dónde habrá salido alguien así? Nada bueno va a venir de ese lado... me estremece un poco saber que Sinéad es ahora vulnerable al fuego, y que no puede sobrevivir en el desierto, supongo que a cambio tiene capacidades de las que los heidelfs carecen, especialmente la resistencia a la nieve y el frío. Me pregunto qué preferiría ser yo... tener alitas está muy bien, qué duda cabe pero ¡es tan bonito el invierno! Y seguro que las verduras de invierno, a las que se refiere la Doncella Blanca, están riquísimas, me imagino que serán nueces, avellanas, moras, grosellas... ¡ñam ñam!
Como quiera que sea, vuelve a aparecer en el horizonte de la historia la necesidad de encontrarse con Lumia, y afrontar el futuro de Brisita y la situación en todo ese mundo. Automáticamente también he pensado que, del mismo modo que existe la Dama Blanca, habrá seres que gobiernen a las criaturas de cada estación, ¿las conoceremos alguna vez? El mundo que has creado se extiende, se ramifica, y toma vida en lo que escribes, pero se encarna en quienes leemos tu creación, formando ya parte de nosotros. Y eso también es mágico.

Wensus dijo...

Ya está hecho, Sinéad es un niedelf. Creo que a Rauth le costará aceptar esta transformación...ya veremos. Es cierto que ser niedelf tiene similitudes con ser vampiro, así que es posible que se acostumbre. Gracias a su gran corazón Eros y Rauth están vivos, espero que eso lo sepan valorar...sobretodo Rauth. Al final Zelm a resultado ser una fantástica aliada, dispuesta a ayudarles si necesitan ayuda. Ahora que Sinéad es su hija se preocupará e intentará aydarles. Me sorprende lo inteligente que es Brisita, es verdad que a veces parece ella la adulta jajaja. Que bonito eso que le dice Scarlya a Sinéad "parece que tengas piel de luna", que imaginación tienes. Que ganas de que siga, a ver que nuevas aventuras les depara el camino hacia Lumia. Como siempre, fantásticoooo!!