EN LAS MANOS DEL DESTINO - 08. SENTIMIENTOS
LUMINOSOS EN LA OSCURIDAD
El eco de mi vida se esparcía
por mi alrededor, mezclándose con aquellas gélidas brumas que lo anegaban todo.
Nunca creí que pudiese sentirme tan volátil, jamás me había percibido tan
vaporosa y etérea. Era como si estuviese muerta, como si me hubiese desprendido
de la parte material de mi vida para siempre. Me pregunté si aquella sensación
era la que se experimentaba cuando el alma está a punto de abandonar el cuerpo
en el que se ha encerrado durante toda una vida más. En varias ocasiones, yo me
había detectado irrevocablemente cercana a la muerte, pero jamás me había
captado tan efímera como en esos momentos, en los que vagaba perdida por un
vacío lleno de tinieblas que ni siquiera la oscuridad se atrevía a observar.
Solamente pensaba en mis seres
queridos: en mi padre, en Rauth, en Eros, en Scarlya y en Brisita, para
encontrar en ellos las fuerzas que me impelerían hacia la libertad. Mi mente
estaba llena de su recuerdo para evitar que la oscuridad invadiese todos mis
pensamientos. Sin embargo, a medida que vagaba etéreamente por aquellas nieblas
tan espesas, el ímpetu que me ayudaba a no perder la serenidad iba
desvaneciéndose. En ningún momento había dejado de notar que alguien me seguía
incesantemente. Era imposible que oyese pasos en aquel brumoso vacío, pero
percibía una presencia indestructible cuyo olor a vida pasada se mezclaba con
la oscuridad que me rodeaba. Yo deseaba ignorar aquella presencia, pues
entonces el miedo volvería a adueñarse de mis sentimientos y no deseaba que la
poca valentía que quedaba en mi corazón se deshiciese; pero, a medida que los
segundos transcurrían, la sensación de no estar sola fue arrebatándome la
calma. Inesperadamente, aprecié que alguien me asía del intangible vestido que
portaba. Me sorprendió darme cuenta de que no solamente mi cuerpo se había tornado
espíritu, sino también mis ropajes. Detectar que alguien me atrapaba de la
falda de mi vestido me paralizó de miedo. Enseguida recordé las horribles y
estremecedoras advertencias de Alneth. Desesperadamente, empecé a rogar que a
mi hijita no le hiciesen daño y también a culparme por haber sido tan
imprudente. Si a Brisita le ocurría algo lamentable, únicamente sería por culpa
mía.
El miedo se había adueñado de
todos mis sentimientos y movimientos; sin embargo, el ímpetu que me impulsaba a
través de esa honda y espesa oscuridad no se había silenciado. Fue el que me
ayudó a pugnar por mi interrumpida libertad. Me moví desesperadamente para
intentar huir de esas manos que me apresaban; pero la fuerza que éstas poseían
era mucho más poderosa que mis ansias de huir. Noté que la fuerza que las
caracterizaba me arrastraba velozmente a través de ese vacío tan oscuro. Quise
gritar, pero mi voz también se había convertido en aire, por lo que no podía
sonar. Entonces recordé que, cuando me había encontrado con Lianid, la parte
material de mi ser se había unido inesperada e imperceptiblemente a mi espíritu
para que mi voz sonase nítida.
Estaba confusa y asustada, pero
no dejé de luchar por mi libertad. Continuaba moviéndome con temor, pero las
manos que me habían apresado no me soltaron en ningún momento, sino que parecía
que me presionasen toda el alma con una fuerza estremecedora. Inesperadamente,
noté que algo me absorbía. La oscuridad que me había envuelto hasta entonces me
pareció inmensamente luminosa cuando hundí mis ojos en mi entorno. No había
absolutamente nada, ni siquiera se albergaba en ese rincón la sensación del
vacío y de la soledad. Sin embargo, yo sabía que no estaba sola.
-
Ya has oído a Alneth, ¿verdad? Sabías que no podías huir, y aún así lo
has hecho. Bien, has provocado que Alneth acabe definitivamente con la vida de
tu adorable hijita.
-
¡No! —grité desconsolada perdiendo inevitablemente el ímpetu de
moverme y de pensar. Inesperadamente, me di cuenta de que ya había recuperado
la parte material de mi vida—. Por favor, hacedme lo que sea a mí, matadme si
es necesario; pero a ella no le hagáis nada, por favor, por favor —rogué
llorando sin poder preverlo.
-
Ya es demasiado tarde para que nos pidas eso.
-
¿Quiénes sois? ¿Por qué deseáis hacernos daño? Nosotras no os hemos
hecho nada...
Entonces me fijé en el ser que
me había apresado tan desconsideradamente. Se trataba de un espíritu azulado
cuyas facciones y extremidades apenas se percibían en medio de aquella
oscuridad tan inhóspita e inquebrantable. Solamente advertía que brillaba una
luz tras aquellas neblinas, pero era una luz que no desprendía vida, sino
solamente desconsuelo y finitud. Parecía ser los últimos destellos de una
estrella fugaz.
-
Creo que no es necesario que responda a tu pregunta. Lo único que te
diré es que Brisita morirá ante tus ojos. Si la próxima reina de Lainaya
fenece, entonces esta tierra irá desapareciendo progresivamente hasta acabar
convirtiéndose en polvo y vacío...
-
No, no, no... Lainaya es una tierra inocente...
-
Sí, claro que sí, por eso los estidelfs y los niedelfs se respetan...
—ironizó—. Ni siquiera encontráis paz entre vosotros mismos.
-
No le hagas daño a mi niña, por favor...
-
No eres más que una madre desesperada. Tus sentimientos me aburren.
Están a punto de traer a Brisita, quien está muriéndose por no ser asistida en
la conversión, así que no tendremos que esforzarnos mucho para arrebatarle la
vida...
-
No, no...
Mas el vacío que nos rodeaba se
tornó, inesperadamente, en una estancia pedregosa, llena de humedad y frío,
parecida al lugar en el que me había despertado antes de conocer a Lianid. El
ser espectral que me había dirigido palabras tan hirientes se desvaneció, pero
reapareció a los pocos instantes acompañado de Alneth y de más espíritus
semejantes a él. Todos me miraban con burla. De su vaporosa presencia se
desprendía un sinfín de emociones lacerantes y tristes. Percibí rencor,
malicia, venganza, ira.
Lo que más me sobrecogió y me
hizo gritar inesperadamente fue ver que Alneth sostenía a Brisita entre sus
brazos. Apenas pude detectar el aspecto de mi hijita, pues las lágrimas me
ocultaron mi alrededor. Quise retirármelas, pero unas manos golpearon las mías
y entonces otras manos me envolvieron en una fría cadena que se me clavó en
todas las partes de mi cuerpo. Chillé de nuevo y el ser que me había
aprisionado apretó más las cadenas que me inmovilizaban.
-
Brisita, despierta. Aquí está tu mamá —le ordenó Alneth meciéndola con
brutalidad. Brisita se revolvió inquieta entre sus brazos—. ¿No me has oído?
¡Despierta, maldita niña!
-
Mami, mami...
Su voz no era más que un susurro
tembloroso lleno de miedo, tristeza y angustia. Intenté alzarme para lanzarme a
Alneth y arrebatarle a mi hijita de sus podridos brazos, pero las cadenas me
detuvieron impiadosamente. Quise llamarla, pero la agonía más inquebrantable se
había convertido en un poderoso nudo que me presionaba con fuerza y
desconsideración la garganta.
-
Brisita —musité casi inaudiblemente—. Alneth, por favor, suéltala.
-
Mami, mami...
A través de las relucientes
lágrimas que anegaban mis ojos, pude percibir vagamente que Brisita me
observaba con muchísima lástima y un infinito terror. Me di cuenta de que
estaba tiritando descontroladamente y que su piel se había vuelto pálida como
la nieve. Tuve tanto miedo por ella que no pude evitar comenzar a gritar
desesperadamente, pronunciando palabras que ni siquiera yo pensaba:
-
¡Por favor, Ugvia, si en verdad manejas el destino de todos los que
nacemos de tu alma y de tu imperecedera mente, por favor, te suplico que nos
ayudes! ¡No permitas que esto ocurra, Ugvia, madre de todas las cosas!
¡Ayúdanos, por favor, por favor!
-
Mami... Shiny... Mami, no quiero que me separen de ti nunca más. Por
favor, Alneth, déjame morir entre sus brazos... Por favor, te lo ruego...
-
Oh, qué enternecedor...
-
Déjame morir entre sus brazos —hipaba mi hijita con desesperación y
mucha tristeza—. Por favor... voy a morir de todas formas... Mami...
Incomprensiblemente, Alneth se
acercó a mí con Brisita entre sus brazos y la depositó en mi regazo. Intenté
abrazarla, pero las cadenas me impedían mover las manos. Alguien me las desató
sutilmente, así que pude rodear a Brisita con mis brazos y presionarla contra
mí con un cariño que me destrozó el corazón. Comencé a llorar profunda y
desconsoladamente, como hacía mucho tiempo que no lloraba.
-
Mami, mami... Entre tú y yo hay un vínculo que nada podrá romper, un
vínculo que traspasará las fronteras que separan la vida y la muerte, que será
mucho más fuerte que la misma muerte. Podemos comunicarnos en silencio. Húndete
en mis ojos y permite que te hable a través de mis pensamientos. Necesito
decirte algo —me solicitó Brisita con una voz casi inaudible.
-
Sí, amor mío... Haré lo que quieras...
-
Mami, te quiero, te quiero mucho, muchísimo. Te quiero como nadie ha
querido a una madre... pero no quiero que llores ni que estés triste por mí. Si
Ugvia está permitiendo que yo muera, quiere decir que la vida de Lainaya debe
acabar... que en verdad su hado no es resplandecer en medio de la oscuridad...
-
No, no, no... Tú no vas a morir...
-
Mami, estoy malita. No sé lo que me pasa, pero necesito ayuda...
-
Tenéis cinco instantes para despediros una de la otra —nos advirtió
Alneth sentándose en el suelo—; pero haced el favor de no alargar un momento
tan asquerosamente empalagoso.
-
Mami, mírame...
Obedecí a Brisita intentando que
mis lágrimas no me ocultasen sus amorosos ojitos. Me hundí en su mirada
deseando que nuestro alrededor se desvaneciese y que solamente quedase en el
mundo la adorable y reluciente imagen de mi amada hijita. Entonces, de repente,
todo mi ser se llenó de unos pensamientos que solamente podían provenir del
alma de Brisita. «Mami, escúchame. Sé que tienes un vínculo muy fuerte con
Zelm. Debes llamarla desesperadamente. Ella podrá oírnos y quizá pueda
ayudarnos, Shiny. Yo estoy convirtiéndome en audelf, por lo que,
irremediablemente, en mí están naciendo lazos que me unen a los miembros de mi
especie. No he dejado de llamarlos. Sé que el viento, que es el elemento al
cual estoy atada, les llevará mis reclamos. Tienes que ser fuerte, Sinéad. Sé
que nos salvarán. Sé que no estamos tan abandonadas como parece».
La silenciosa voz anímica de
Brisita me infundió unas fuerzas que por mí misma no habría sido capaz de
conseguir. Creí que en verdad era posible que la oscuridad se separase al fin
de nosotras y que la luz de la vida y de las esperanzas nos condujese hacia
donde nos aguardarían Rauth, Leonard, Scarlya y Eros. Cada vez que pensaba en
ellos, el alma se me desquebrajaba y se repartía por dentro de mí una lástima
punzante que me asfixiaba; pero, tras oír las palabras de Brisita, empecé a
confiar en que aquellos horribles instantes desaparecerían al fin y que dentro
de poco nos veríamos rodeadas de los seres más buenos de la tierra y de toda la
Historia.
Durante unos largos momentos, Brisita
y yo nos mantuvimos en silencio, hablándonos únicamente a través de nuestros
aunados pensamientos. Nos acariciábamos con ternura y amor, nos mirábamos con
una dulzura que nadie podría comprender y nos sonreíamos a través de la
tristeza y el miedo para alentarnos.
-
Ya se han terminado los cinco instantes —advirtió Alneth de pronto,
alzándose del suelo—. ¿Ya te has despedido bien de Brisita, ingenua Sinéad?
-
Brisita jamás se despedirá de su madre, maldita bruja —la contradijo
de pronto una voz potente y a la vez dulce.
Inesperadamente, el aire que nos
envolvía, el quieto aire que respirábamos, se convirtió en un potente viento
que empezó a hacer crujir los muros. Vi cómo esos espectros azulados comenzaban
a vagar descontroladamente por nuestro alrededor. El viento los mecía con un
desconsiderado ímpetu, tratándolos como si fuesen hojas caducas que esperan en
la tierra la descomposición de su vida. Brisita me miraba intentando que sus amorosos
ojitos no desvelasen sus más recónditos sentimientos. Entonces supe que aquel
viento tan feroz y potente emanaba de su alma, de su mágica alma...
-
¿Se puede saber qué haces? —gritó Alneth desesperada. Entonces me di
cuenta de que había dejado de ser aquella hermosa heidelf para convertirse en
un ser formado únicamente de espíritu—. ¡Maldita seas!
-
¡Vuelve a atacar a una audelf y te aseguro que te perderás en el
abismo más huracanado de la naturaleza! —la amenazó la misma voz que la había
contradicho antes.
Entonces me pregunté de qué alma
emanaría ese viento tan violento y devastador. No estábamos solas, no lo
estábamos, tal como Brisita había asegurado. Alguien había aparecido
inesperadamente y estaba ayudándonos a combatir esos horribles momentos.
Enseguida entendí que Brisita no era la única causante de ese remolino tan
gélido.
-
Muy bien, cariño —la halagué emocionada.
-
¡Huid! —nos ordenó desesperadamente la voz que había amenazado a
Alneth. Entonces me percaté de que quien nos hablaba era Cerinia—. ¡No perdáis
tiempo, por favor!
-
¡Mi mamá está encadenada! —gritó Brisita asustada—. ¡No puede moverse!
-
¡Pídele que se desprenda de su materia! —exigió Cerinia.
Entonces intenté silenciar todos
mis sentimientos para anegar mi alma en el deseo de ser solamente espíritu. Lo
anhelé con tanta fuerza y desesperación que en breve noté que mi materia se
desvanecía. En cuanto percibí que ya nada me ataba a la faz terrenal de mi
existencia, me alcé del suelo y comencé a vagar por mi alrededor como si nunca
hubiese tenido miedo. No podía sostener a Brisita siendo tan volátil y efímera,
así que mi pobre hijita tuvo que correr tras de mí en medio de aquellos vientos
oscuros y descontrolados que mecían sin piedad ni tregua a todos esos espectros
amenazantes que ansiaban arrebatarnos la vida.
-
¡Huid! —nos instó Cerinia intentando sobreponer su voz a la de
aquellos feroces vientos.
-
¿Y qué sucederá contigo? —pregunté asustada.
-
¡No os preocupéis por mí! ¡Yo os alcanzaré enseguida!
Así pues, sin mirar atrás, sintiendo en mi alma
la fuerza de una gratitud inmensa, empecé a deslizarme por aquella estancia
hasta acabar en un pasadizo oscuro y húmedo. Brisita corría costosamente tras
de mí, arrastrando su miedo, su tristeza y su malestar. Me dolía percibirla tan
frágil, así que, cuando creí que ya nadie podría perseguirnos, rogué que la
parte material de mi ser se uniese a mi alma. Recuperé mi cuerpo mucho antes de
que Brisita cayese al suelo, totalmente agotada. La tomé en brazos con un
cariño infinito mientras, con una voz muy suave e impregnada de amor, le pedía
que se tranquilizase, le instaba a que creyese que todo saldría bien. Brisita
apenas podía mirarme a los ojos. El cansancio y el terror había entornado sus
párpados y su mirada estaba vacía.
-
Cariño, no te rindas, por favor. Estarás bien, te lo aseguro.
Regresaremos a la región del otoño para que algún audelf pueda ayudarte, te lo
prometo. Después buscaremos a Leonard, a Scarlya, a Rauth y a Eros. Los
encontraremos enseguida, amor mío...
Aunque sonase tierna, mi voz
apenas poseía ímpetu. La tristeza más asfixiante me presionaba la garganta y
deshacía cualquier vigor que pudiese latir en mi interior. Brisita no me
indicaba ni con gestos ni con una mirada que oía mi voz; lo cual me desolaba
inmensamente. Corría con ella entre mis brazos por aquellos pasadizos escalofriantes,
oscuros y solitarios suplicando que cuanto antes encontrase una puerta por la
que pudiésemos escapar de aquel terrorífico instante.
Cuando creí que aquella húmeda,
fría y vacía oscuridad nos abatiría o nos devoraría para siempre, en medio de
dos pilares gruesos y cubiertos de polvo, atisbé una luz que parecía llamarnos
desde las profundidades de la soledad. Corrí con más ímpetu cuando aquel
extraño y delicado fulgor rozó mis ojos y entonces, afortunadamente, apareció
ante nosotras una pequeña puerta de madera que estaba entreabierta. No me
pregunté qué habría al otro lado de la oscuridad. Salí de allí sin mirar atrás,
rogando que la naturaleza que nos aguardaba en las afueras de aquella
terrorífica morada fuese dulce.
Lo era. No solamente lo era,
sino que, además, parecía una naturaleza creada por el alma más soñadora y
noble. Sentí ganas de llorar cuando descubrí el aspecto de los bosques que nos
habían acogido. Se asemejaban mucho a los que cubrían la región del otoño, pero
el cielo que protegía los árboles y las plantas era reluciente, ninguna nube
espesa y oscura lo ensombrecía. Sin embargo, su color era triste, melancólico.
-
Brisita, ya estamos a salvo. —Brisita no me contestó, pero yo continué
hablándole—: Ahora buscaremos el hogar de Lianid y él te ayudará a terminar
bien la conversión. Te pondrás buena, vida mía.
Sí, confiaba en mis palabras y en
la bondad que destilaban porque por dentro de mí sentía latir una fuerza
procedente de la misma alma que siempre me había ayudado a creer que la vida
podía ser mucho más hermosa de lo que aparentaba. Sabía que Zelm nunca me había
abandonado. A través de la distancia y de las estaciones, siempre me había
instado a que no me rindiese, a que luchase incesantemente por mi vida.
Corrí con Brisita entre mis
brazos por aquel bosque tan hermoso y nostálgico. Las hojas de los árboles, ya
amarillentas y rojizas, temblaban sutilmente, a punto de abandonar la rama que siempre
las había acogido. El suelo estaba cubierto de hojas ya crujientes y moribundas
que creaban una alfombra mullida donde descansaban las últimas flores del
otoño. El cielo, de color grisáceo y brillante, iluminaba todos los rincones de
ese bosque donde se respiraba la serenidad más tierna y aromática.
Corrí sin detenerme, aunque casi
no tuviese fuerzas para hacerlo, hasta que atisbé, entre los árboles, algunas
plantas que me resultaron levemente conocidas. Eran las mismas que había
descubierto en el bosque que reinaba en la región del otoño. Además, el cielo
se volvía más oscuro, lo cubrían más nubes a medida que nos acercábamos a aquel
recoveco tan húmedo y melancólico. Me estremecí de ternura cuando, antes de
entrar en aquel bosque espeso y a la vez triste, reconocí el árbol donde
habitaban Lianid y su madre.
-
Brisita, ya estamos llegando.
Mas Brisita no me contestó, ni
siquiera intentó abrir los ojos cuando mis palabras acariciaron su alma. Estaba
totalmente paralizada, dormida... Su piel se había vuelto pálida, ya no había
rubor en sus mejillas y el gesto que se había congelado en su rostro destilaba
muchísima pena y miedo. Verla tan apagada me hizo correr con mucha más fuerza.
Enseguida noté que el suelo que pisaba era más mullido y a la vez crujiente.
Las hojas acababan de morir bajo mis pies y las ramas de los árboles se
desprendían de su fronda en una lluvia de hojas doradas y rojizas que se
posaban en mi cabeza con inocencia y ternura.
-
Allí está el hogar de Lianid, Brisita...
Apenas dudaba de la veracidad y
de la inocencia de ese instante, pero mi alma estaba aterida, triste, llena de
desconsuelo y desconfianza. Después de todo lo que había sucedido, no creía en
mí misma. Me culpaba estúpidamente de todo lo malo que nos había acaecido a
todos. Me culpaba de que Brisita estuviese tan malita, de que Leonard y todos
los demás estuviesen desaparecidos... y no me perdonaría jamás que la vida de
alguno de ellos se desvaneciese. Estaba feliz de haber podido huir de las
garras de Alneth y de todos esos seres malignos y oscuros, pero tenía tantas
ganas de llorar que apenas podía impedir que los ojos se me llenasen de
lágrimas. Luchaba incesantemente contra ese llanto para que no me ocultase la
senda que debía seguir.
Cuando me hallé enfrente de ese
gran árbol donde habitaban Lianid y la reina del otoño, llamé a Lianid con una
voz casi susurrante, temiendo que él no quisiese dejarme entrar en su hogar por
miedo a que la oscuridad se apoderase de su tierra. Entonces, al pensar en
aquella posibilidad, recordé que, cuando me habían apartado de aquel nostálgico
bosque, la tormenta más impiadosa y devastadora estaba destruyendo sin consideración
la calma que anegaba aquel lugar tan bonito. Entendí que Cerinia había logrado
que aquella tormentosa oscuridad abandonase aquel bosque tan ameno y
entrañable.
-
¿Sinéad?
La voz de Lianid sonó a través
de aquella gruesa madera. Destiló sorpresa, alegría y ternura. La imperceptible
puerta de aquella morada se abrió inesperadamente ante nosotras y Lianid
apareció bello, melancólico y a la vez reluciente. Me sonreía con alivio y
dulzura; pero su sonrisa devino mucho más tierna y entrañable cuando se
apercibió de que portaba a Brisita en mis brazos.
-
Pasad, por favor —me rogó casi inaudiblemente—. ¡Has traído a tu
hijita! —exclamó cuando ya nos hallamos sentados cabe una tímida lumbre—. Se
llamaba Brisita, ¿verdad?
-
Se llama Brisa, pero la llamamos Brisita —le sonreí intentando impregnar
de serenidad mi sonrisa.
-
¿Qué le sucede?
-
Está convirtiéndose en audelf y se encuentra muy mal. Por favor,
ayúdala —le supliqué incapaz de retener las lágrimas por más tiempo—. Hemos
pasado mucho miedo... Todo se ha torcido y... y tu madre está en peligro. Nos
ha salvado la vida —sollozaba apenas sin poder hablar—. No te imaginas lo
agradecida que me siento con vosotros... Gracias...
-
Tranquilízate, Sinéad —me pidió acercándose a mí y acariciándome los
cabellos—. Todo saldrá bien, Sinéad.
-
Ya no confío en que todo salga bien. Mis seres queridos están
perdidos, no sé si necesitan ayuda... Tengo mucho miedo, muchísimo... Tengo
miedo también por mi hijita... No reacciona...
-
La ayudaré enseguida, pero debes calmarte. Necesita tu serenidad,
Sinéad.
-
Yo no creía que este viaje sería tan duro...
-
Cálmate, adorable Sinéad...
Las caricias y la suave voz de
Lianid fueron unos brazos que me ampararon y unas manos que mecieron mi aterida
alma hasta lograr que la serenidad la anegase. Dejé de llorar lentamente,
intentando convencerme de que a partir de aquel instante la maldad iría
alejándose de nosotros y nos permitiría reunirnos para proseguir con ese
difícil e imposible viaje. Cuando ya no brotaron más lágrimas de mis ojos,
Lianid tomó en brazos a Brisita y la acunó con cariño y mucha ternura. Me hizo
gracia darme cuenta de que Brisita no era mucho más pequeña que Lianid. La
altura de ambos era casi idéntica, pero Lianid la acogía como si en verdad
Brisita fuese diminuta y muy frágil.
-
Tengo que darle de comer unas hierbas especiales que la ayudarán a
sufrir serenamente la transformación...
-
De acuerdo —susurré tiernamente.
Lianid la alimentó con paciencia
y ternura. Brisita estaba despierta, pero apenas podía prestarle atención a lo
que acaecía a su alrededor. No obstante, tenía la suficiente consciencia para
obedecer lo que Lianid le mandaba con cariño y sosiego. Brisita ingirió todas
las tisanas de hierbas que Lianid le preparó, durmió cabe el fuego cuando él se
lo ordenó y, cuando el sueño más tierno y suave de su vida la envolvió, Lianid
se sentó a mi lado tras darle un efímero besito a Brisita en la frente.
-
Será rápido. Ya ha pasado casi toda la conversión. Solamente le falta
adquirir las facultades que poseemos los audelfs...
-
Ella sabe manejar el viento —le confesé con amor—. Ha ayudado a tu
madre a convertir en un huracán todo el aire que nos rodeaba. Ha sido divertido
ver cómo esos espíritus malignos vagaban desorientados por todas partes,
incapaces de controlar su etéreo cuerpo —me reí intentando teñir de inocencia
mis palabras y aquel instante.
-
Sí, debió de ser divertido —me sonrió con cariño.
-
Tu madre...
-
Mi madre está bien. Vendrá enseguida.
-
¿Conseguirá abatir a Alneth y a los demás espíritus que la siguen?
-
No creo... Solamente conseguirá vencerlos por unos instantes, pero
enseguida todos renacerán con mucha más rabia que nunca. Sin embargo, cuando
eso ocurra, vosotras ya estaréis muy lejos de aquí.
-
¿Cómo es posible que Alneth haga crecer un hogar tan escalofriante
allí donde no hay ni una sola piedra que pueda construirlo? He vuelto a estar
en un sitio horrible...
-
Es la morada de la oscuridad. La oscuridad puede construir de la nada
un lugar donde albergarse...
-
Quiero que todo esto acabe, Lianid...
-
Yo también, Sinéad; pero presiento que durará mucho más de lo que
podamos soportar.
-
¿Crees que la reina de Lainaya podrá destruir la oscuridad y toda la
enemistad que hay repartida por esta tierra?
-
Lumia no creo que lo haga, Sinéad...
-
Vaya... ¿Entonces, qué podemos hacer?
-
Lumia no lo hará... sino la siguiente reina de Lainaya —me sonrió con
amor mirando a Brisita.
-
¿Crees que ella...?
-
Brisita tiene un alma mucho más poderosa y valiente de lo que la
oscuridad presiente. Por eso Alneth quiere destruirla. En todo este tiempo, ha
podido hacerle daño a Lumia, y no lo ha hecho. Ha esperado a que Brisita nazca
para expresarse.
-
Lo entiendo...
-
Brisita es adorable —me sonrió tímidamente—. Es la audelf más bella
que he visto en mi vida...
-
¿De veras?
-
Sí... Estoy deseando oírla hablar...
-
¿Puedo hacerte una pregunta, Lianid?
-
Sí...
-
¿Cuántos años tienes?
-
¿Años? ¿Qué quiere decir eso?
-
¿No sabes lo que son los años? No puede ser...
-
No, no lo sé...
-
Es comprensible.
-
¿Qué significa esa palabra?
-
¿Cuánto tiempo has vivido, Lianid?
-
Muchos atardeceres... Creo que he vivido seiscientos atardeceres, pero
no estoy seguro. No sabemos contar muy bien el tiempo, pero he vivido lo
suficiente para adquirir consciencia de todo lo que sucede y me rodea. Mis
facultades audélficas ya están casi desarrolladas por completo.
-
Entiendo.
Había olvidado que en Lainaya el
tiempo no fluía de la forma que yo conocía. Me sorprendió saber que Lianid no
conocía la medida de los años y que en verdad hubiese vivido tan poco; pero
enseguida comprendí que todas las hadas habitantes de Lainaya crecían mucho más
rápido que los seres que pertenecían a la realidad de la que me había alejado
ya hacía tanto tiempo...
Nos mantuvimos en silencio,
Lianid mirando disimuladamente a Brisita y yo, perdiendo mis ojos por el baile
de la tímida lumbre que ardía en una pequeña chimenea. Me pregunté por dónde
saldría el humo que desprendían las llamas... No quería pensar en nada que me
entristeciese y me preocupase, pero mi mente y mi alma estaban llenas de temor
y desconsuelo.
Inesperadamente, cuando el
silencio se había vuelto casi tangible, Brisita abrió los ojos y se removió
inquieta en el lecho que Lianid le había preparado. Los dos la miramos con expectación
y esperanza, pero sobre todo con miedo. Brisita se incorporó lentamente y se
frotó los ojos como si quisiese desvanecer el sueño que se posaba en sus
párpados. Ni Lianid ni yo nos atrevíamos a decir nada. Temíamos asustarla.
-
Mami...
-
Cariño —le contesté aproximándome a ella y dirigiéndole aquella mirada
amorosa que ella tanto adoraba—. ¿Cómo te encuentras?
-
Me siento bien, mami; pero no sé qué ha pasado. No sé dónde estoy...
-
Estás a salvo, Brisita —le aseguré acariciándole los cabellos—. Mira,
él es Lianid y te ha ayudado a terminar bien la conversión en audelf.
Confusa, Brisita miró a Lianid.
Cuando sus inocentes ojitos se hundieron en el aspecto de aquel audelf tan
entrañable, sus finos y rosados labios esbozaron una sonrisa que yo jamás había
visto. Me pareció una sonrisa tan tierna y hermosa que no pude evitar sonreír
yo también. Una dulce sospecha latió por dentro de mí, pero mi corazón se negó
a prestarle atención.
-
Hola, Brisa —la saludó Lianid agachando levemente la cabeza—. Encantado
de conocerte. Me alegro de que ya estés bien...
-
Hola, Lianid. Gracias por ayudarme —le contestó ella acercándose más a
él y tendiéndole la mano. Lianid se la tomó con cuidado, como si Brisita fuese
de escarcha, y se hundió en los ojitos de aquella audelf recién llegada a la
región del otoño, quien lo miraba como si él fuese la materialización de su
alma, su ángel de la guarda.
-
No ha sido nada... Solamente necesitabas un pequeño impulso, pero lo
has dado casi tú sola. Eres muy
valiente, Brisita.
-
Estábamos en peligro y yo había perdido la noción de todo lo que me
rodeaba y de mí misma. Si no hubiese sido por ti, yo jamás la habría
recuperado, por muy valiente que sea —adujo ella con vergüenza.
-
Te ayudaré siempre que pueda.
-
Gracias...
El uno se hundió en los ojos del
otro como si no existiese nada más en el mundo. Yo conocía perfectamente la
sensación que anegaba su alma: la de sentir que no hay nada en el mundo que
pueda desprender tanta hermosura como el ser que te observa con atención y
mucha dulzura. Mi corazón se encogió por dentro de mí cuando comencé a entender
las intenciones de nuestro destino; el que nos había llevado tortuosamente
hasta ese instante.
No me atrevía a romper el
silencio que flotaba a nuestro alrededor, el que se había instalado entre
nosotros de una forma espesa y a la vez dulce, porque tenía la sensación de
que, si hablaba o me movía, la calma que teñía nuestra vida en esos momentos se
desvanecería para siempre. Así pues, me mantuve quieta y queda, disfrutando de
esa serenidad que la lumbre alimentaba.
Me di cuenta de que las mejillas
de Brisita estaban cobrando un rubor que hacía relucir su piel, la que se había
vuelto más resplandeciente. Su vergüenza me hizo sonreír tiernamente y me anegó
el alma en esperanza, gratitud y vida. Ver a Brisita tan viva, tan tiernamente
viva, me emocionó tanto que no pude evitar que los ojos se me llenasen de
lágrimas. Cuando hice el amago de retirármelas, entonces, de súbito, alguien
entró en aquel entrañable y acogedor hogar. Sabía que se trataba de Cerinia,
pero no me atrevía a darme la vuelta por miedo a que ella detectase mi emoción.
-
Hola —nos saludó sonriente y alegre—. Ya pasó todo... ¡Brisita!
-
Hola, mamá —la saludó Lianid soltando furtiva y delicadamente la mano
de Brisita y volteándose para mirar a su madre—. Brisita ya está bien, mamá.
-
Gracias por ayudarla, hijo. Has sido muy valiente. Ahora, todos
necesitamos descansar. Hemos vivido momentos muy tensos. Comeremos
tranquilamente y después dormiremos todos cabe la lumbre. Sinéad, dentro de
unos días partiremos a la región del agua para ayudarte a buscar a tus seres
queridos; pero no podemos hacerlo hasta que Brisita se haya recuperado
definitivamente y tú te sientas preparada para vagar de nuevo por Lainaya.
Tienes el alma demasiado aterida todavía. Necesitas serenarte... No te
preocupes por ellos. Sé que no están en peligro, sólo perdidos. Siento por
dentro de mí que están bien. Tienes que tratar de recobrar las fuerzas que te
ayudarán a seguir con este duro viaje.
-
Sí, es cierto... —reconocí con vergüenza. Sin embargo, aunque las
palabras de Cerinia me pareciesen lógicas y reales, yo atisbé en sus ojos otro
sentido que ella no deseaba revelarme. Había una intención oculta e inocente en
su mirada, pero no me atreví a preguntar nada.
La serenidad y la inocencia
también habitaban en aquel hogar. Todos los instantes que compartía con Lianid,
Brisita y Cerinia me parecían mágicos y entrañables. Cerinia me trataba como si
fuese una audelf más, como si hubiese nacido de sus entrañas. A Brisita empezó
a quererla y a respetarla con una pureza que me encogía el corazón. Brisita era
la mimada de todos nosotros. Le sonreíamos siempre que nos miraba con un cariño
inquebrantable e infinito, la escuchábamos atentamente cuando nos hablaba,
cantábamos con ella canciones que nos enternecían vivamente y mezclábamos
nuestra risa con la suya cuando la inmaculada bondad de su corazón se escapaba
de sus hermosos y melancólicos ojitos.
Lianid y ella cada vez estaban
más unidos. La primera noche que compartí con Lianid y Cerinia, Brisita y él
hablaron hasta que el alba rozó las murientes hojas, tiñendo de oro todos los
rincones de aquella nostálgica naturaleza. Conversaban quedamente, como si
temiesen despertarnos, y se reían tapándose los labios con sus manitos para que
el volumen de sus carcajadas no se introdujese en nuestro sueño; pero yo no
podía dormir. Furtivamente, a veces abría los ojos y los observaba con amor. A
Brisita le brillaba la mirada cada vez que Lianid le sonreía o se dirigía a
ella con palabras impregnadas de inocencia. Cuando Lianid sonreía, para Brisita
parecía que el mundo se desvaneciese, que el espacio y el tiempo de su vida se
redujesen a ese instante. Me costaba creer que Brisita estuviese viviendo algo
así; pero, a medida que avanzaban los momentos, la mágica unión que había
nacido entre ambos se volvía más fuerte e inquebrantable. La forma en que se
miraban cada vez era más profunda y amorosa. Ni siquiera necesitaban pronunciar
palabras cuando el uno se hundía en los ojos del otro, sino que con sus miradas
se expresaban, con sus sonrisas desvelaban sus sentimientos.
Cuando hablando con Brisita me
refería a Lianid, ella se sonrojaba y agachaba la cabeza, ocultándome el brillo
que se desprendía de sus ojos; pero yo podía adentrarme en su mirada y atisbar
el eco de todos sus sentimientos. Así fue como, la tercera noche que vivía con
ellos, una noche cercana al instante de partir al fin, me arrimé a Brisita y,
mientras todos dormían, le pregunté:
-
¿Cómo te sientes, cariño? Me gustaría mantener contigo una
conversación muy importante...
-
Salgamos afuera... —me pidió casi inaudiblemente.
Empezamos a caminar bajo las
lejanas y brumosas estrellas. Brisita se había envuelto en su ya limpio
abriguito y andaba apenas sin fijarse en su alrededor. Ni siquiera se atrevía a
tomarme de la mano. Cuando ya nos alejamos de la morada de Lianid y de Cerinia,
Brisita se detuvo y, apenas sin mirarme, empezó a hablarme con vergüenza y
ternura al mismo tiempo:
-
Mami, me siento extraña. Me parece que he dejado de ser niña. Ya no
veo la vida como antes. Antes pensaba que la vida era un regalo del destino que
solamente nos pertenece a nosotros, que era un camino lleno de luz e inocencia y
que todos los seres que nos encontrábamos mientras lo recorríamos eran buenos y
nobles; pero ahora creo que la vida no es más que una senda llena de
obstáculos. Sigo pensando que es un regalo, pero es un regalo envuelto en un
papel que fácilmente puede ser rasgado. Los seres que forman parte de nuestro
hado no son siempre nobles y dulces, sino que pueden destruir la cobertura que
protege tu corazón para acceder a él y destrozártelo; pero ahora... viviendo
aquí, en este mágico hogar después de haber pensado que moriría para siempre,
he entendido que dentro de la maldad, de la oscuridad y de la impiedad siempre
hay un fulgor que nunca se desvanece.
-
Lo que dices es muy triste y hermoso, pero es totalmente cierto. La
vida no es solamente luz, cariño... Que te hayas dado cuenta de eso quiere
decir que has dejado la infancia atrás.
-
NO solamente la he dejado atrás porque piense así, sino porque ahora
experimento sentimientos que nunca sentí antes, Sinéad.
-
Me lo imagino...
-
Mami, sé que mi destino es ser reina de Lainaya, también ir a buscar a
Lumia para preguntarle un sinfín de cosas que no entiendo... pero no quiero
vivir eso si... si, para hacerlo, tengo que separarme de Lianid. Ahora soy
audelf. Eso quiere decir que no puedo acercarme a la región del fuego; pero
Cerinia me asegura que, si tengo que ser reina, el fuego no me hará daño...
Seré una audelf especial que no morirá tan fácilmente como los demás, pero...
pero yo no quiero vivir eso si tengo que distanciarme de Lianid... —insistió
con la mirada perdida en las hojas caídas.
-
Cariño, siempre podrás reencontrarte con él tras cada viaje. No te
separarás para siempre de él... pero tienes que venir con nosotros, amor mío.
Yo te entiendo, créeme; pero...
-
Lianid se ha convertido en el centro de mi vida, Sinéad. Con él me
sucede algo muy bonito y doloroso. Cuando lo miro, siento ganas de reír y de
llorar a la vez, cuando cierra los ojos me parece que toda la oscuridad de la
vida se ha cernido sobre mí y cuando me mira noto que todo mi alrededor se
llena de luz... No sé qué nombre recibe este sentimiento, pero lo único que sé
es que no quiero que me alejen de él nunca, nunca —protestó tímidamente a punto
de ponerse a llorar—. Además, siempre que lo miro, deseo abrazarlo y darle
besitos... quiero ser una con él, pero no sé lo que significa esa sensación...
-
Lo que sientes se llama amor, Brisita —le sonreí emocionada.
-
¿Amor?
-
Te has enamorado de Lianid...
-
¿Y qué debo hacer?
-
Nada extraño... Sólo tienes que dejarte llevar por lo que sientes,
hijita mía... El amor es algo hermoso, pero también muy doloroso. Amar es
aceptar que también puedes sufrir...
-
Ya estoy sufriendo, me parece. Me siento muy triste cuando pienso en
él, pero también muy emocionada... y, cuando recuerdo que tengo que alejarme de
él, me parece que el mundo se derrumba sobre mí...
Brisita empezó a llorar
inesperadamente. Suspiraba silenciosamente y sus relucientes lágrimas brillaban
en aquella otoñal oscuridad. La abracé con amor y fuerza para que entre mis
brazos encontrase el consuelo que necesitaba para sonreír. Ella se apretó
contra mí como si la vida la aterrase y el aire que la rodeaba fuesen unas
manos que podían arrancarla de mi lado. Permanecimos abrazadas durante un
tiempo tierno y espeso que el viento adornó con su canto. Cuando las ramas de
los árboles se movían lentamente impulsadas por aquellas otoñales brisas, el
mundo parecía inocente y la vida, un camino lleno de fulgores que nunca se
desvanecerían.
Sin embargo, aunque la ternura
más suave y harmoniosa hubiese impregnado nuestro instante, la incertidumbre
flotaba por nuestro alrededor. No estaba segura de si Brisa había accedido a
acompañarme en el viaje que juntas habíamos emprendido. Tenía la sensación de
que en su interior guardaba planes secretos que ni siquiera se confesaría a sí
misma. No obstante, no quise preguntarle nada. La mimé y la cuidé aquella noche
como si al amanecer tuviésemos que separarnos. Hablamos y reímos como si la
maldad no hubiese ensombrecido nuestros momentos y soñamos juntas con una
realidad mágica que nunca desapareciese.
2 comentarios:
Tenía el alma en vilo, pensando ya lo peor...menos mal que Brisita se ha recuperado, en serio que pensaba que moriría puff. Un capítulo tierno pero emocionante. Aunque consiguen escapar de Alneth y esos espíritus, la amenaza de que vuelvan más rabiosos es una realidad a tener muy en cuenta. Que cosas más crueles que decía Alneth, aunque me sorprendió que dejase que Brisita y Sinéad se abrazasen, quizás quede en su interior algo de luz...no sé. Gracias a la intervención de Cercinia y Lianid ahora están sanas y salvas. No esperaba que entre Brisita y Lianid surgiese el amor y debo confesar que la idea me encanta, son tal para cual. Los dos bellos y mágicos, además de buenos. Brisita ha dejado de ser una niña inocente y ahora parece comprender cual es la realidad de la vida. Da pena por un lado pero por otro es fantástico, por los sentimientos que tiene por Lianid. No deja claro si seguirá con el viaje o se quedará con él, pero creo que no tiene más remedio que proseguir, por su bien y por el de todos. Sinéad que tu niña ya no es tan niñaaa jajaja. ¿Que decisión tomará? ¿Estarán los demás vivos? ¡Que sigaaaaaaaaaaa!
Es sobrecogedor cómo siento con tanta intensidad las cosas al leer estos capítulos. Algo me decía que Brisa no podía morir, pero por otra parte la escena con Alneth es sobrecogedora, se me ponían los ojos húmedos con la despedida de madre e hija, y la cruel insensibilidad de quienes las apresaban, las palabras de Brisita aceptando su muerte y, lo que es peor, la de Lainaya, me han dado mucha pena... menos mal que ahí estaba Cercinia para darles un respiro, yo pensaba que sería la Doncella del Invierno quien aparecería, pero bueno, lo importante es que han superado el trance, y lo que es más importante, que Brisa ya por fin se ha transformado, y parece que con ello ha crecido también... como lo prueba el amor que ahora siente por Lianid, ¡qué bonito es el amor, ay! Claro está que no sabemos nada de Rauth y compañía, su ausencia no presagia nada bueno, pero confío en que no les haya pasado nada malo. El lenguaje y la ambientación de este capítulo son de auténtico lujo, es imprescindible convertir todo esto en un libro... me encanta.
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