jueves, 26 de marzo de 2020

MÁS ALLÁ DEL VIENTO: CAPÍTULO 4. LA SEMILLA DEL TEMOR


CAPÍTULO 4

LA SEMILLA DEL TEMOR

El crepúsculo era una ola de luz azulada que se arrastraba por el cielo, trayendo consigo el manto que formaban las lejanas estrellas. Algunas nubes deseaban adornar aquel paisaje celeste que a Yuna le pareció propio de un sueño, pero el viento que de vez en cuando soplaba atravesando el bosque las alejaba, las deshacía, jugaba con ellas hasta convertirlas en una lluvia de vapor áureo.
El poblado en el que Anwon vivía se asemejaba mucho al que había visto nacer y crecer a Yuna. Las casas que lo componían estaban hechas de madera y piedra y se alineaban formando calles por las que era muy cómodo caminar, calles cubiertas por la arena de los bosques. Los árboles protegían aquellos hogares que el cielo también teñía de oro en aquellos momentos. Parecía como si aquel rincón del mundo estuviese hecho solamente de atardecer.
Yuna captó el olor del humo, de la comida cociéndose y también el de algunas hierbas vueltas infusiones templadas. De algunas casas que tenían las ventanas y la puerta abiertas, se escapaban risas, voces desconocidas, palabras que, aunque estuviesen pronunciadas en el idioma que Yuna hablaba, le parecían emanar de un mundo muy lejano al suyo; un mundo que a la vez era cercano y accesible a ella. No era un mundo desconocido como lo había sido el que habitaba Ondina y todas aquellas mujeres que creían en aquellas diosas tan hermosas y a la vez extrañas para Yuna.
     Ésa es mi casa –le indicó Anwon señalándole una casa pequeña con las paredes pintadas de blanco y gris–. MI madre estará haciendo la cena.
     Tengo mucha hambre –le confesó Yuna sin saber lo que decía.
Yuna estaba anonadada por la calma que reinaba en aquel lugar; una calma que en absoluto se parecía a la que había inundado el poblado de Ondina. Aquella serenidad la acogía, le hacía creer que su mundo no había desaparecido y además la ayudaba a confiar más en su posible futuro. No obstante, Yuna supo enseguida que su futuro tampoco podía estar entre aquellas gentes desconocidas, porque ella no debía depender de la amabilidad de otros seres. Ella debía construirse su propia vida, su propio bienestar…
     Mira, ahí viene Maebe –le comentó Anwon extrayéndola bruscamente de sus pensamientos; los que ya habían comenzado a desalentarla.
Al ver a Maebe caminando hacia ella, Yuna sintió que regresaban a su memoria todos los recuerdos de su vida pasada. Vio en Maebe el rostro de su madre y, al mirarla a los ojos, creyó oír su risa, la voz de su padre llamándola y también pudo aspirar el olor a castañas asadas, a infancia, a cobijo, a hogar. Maebe portaba en su figura, en su apariencia y en su modo de andar el vestigio de aquel pasado del que Yuna no deseaba olvidarse nunca. Maebe era la prueba de que su mundo sí había existido.
Maebe era alta, con la piel pálida, con los ojos grandes y muy negros, tan negros como la noche más oscura, y su cabello largo y nocturno en marcaba su bello rostro. Yuna siempre creyó que Maebe era la mujer más hermosa que jamás había visto. Era muy delgada, pero sus brazos y sus piernas contenían una fuerza que la ayudaba a no agotarse nunca. Caminaba serenamente, sin hacer ruido, y prácticamente siempre portaba vestidos oscuros que realzaban la esbeltez de su precioso cuerpo. Era cinco años mayor que Yuna, pero Yuna siempre tuvo la impresión de que en el interior de aquella mujer vivía una niña reprimida que nunca pudo ser niña, que no disfrutó plenamente de la infancia ni de la inocencia que otorgan esos valiosos años que sirven como cuna del carácter que después cada persona debe desarrollar.
     Yuna –la llamó Maebe con su aterciopelada y sosegada voz–, siento mucho lo que ocurrió.
Maebe se expresaba con una calma que contrastaba, muchas veces, con los sentimientos que le brotaban de la mirada. Yuna creía que Maebe siempre estaba triste. Nunca la había visto sonreír.
     No sabes nada de ellos, ¿verdad? –le preguntó intentando que su voz no reflejase la pena que le oprimía la garganta.
     No sé nada de ellos porque me marché justo el mismo día en el que tú emprendiste tu viaje. Ayer regresé a tu poblado y entonces...
     No sabes nada tampoco.
     No sé nada, pero no te desanimes. Los buscaremos.
Maebe no sonreía prácticamente nunca, pero, en aquellos momentos, Yuna creyó detectar en su honda mirada el atisbo de una tímida y esperanzadora sonrisa; pero aquella visión fue tan efímera como una estrella fugaz.
     Ven, debes de estar hambrienta.
     Maebe, me gustaría contarte lo que me ocurrió ayer. Creo que te interesará mucho –le dijo de pronto esperanzada.
     Por supuesto. me interesa cualquier cosa que quieras explicarme –le ofreció empezando a caminar junto a ella.
Yuna sabía que Maebe sentía mucho interés por otras culturas muy distintas a la que ella había conocido desde su nacimiento. Intuía que le despertaría una inmensa curiosidad conocer las creencias de Ondina y de las mujeres de aquel silencioso poblado. De pronto, Yuna creyó que Maebe había nacido en el lugar equivocado. Ella era tan queda como Ondina e incluso le pareció, súbitamente, que Ondina se hallaba de nuevo a su lado, corporeizada en Maebe. Quizá Maebe sí pudiese adorar con toda su alma a aquellas diosas tan especiales.
La madre de Anwon y de Maebe la recibió con un cariño que a Yuna le llenó los ojos de lágrimas. Se sintió tiernamente acogida en el dulce abrazo que aquella mujer tan cariñosa le entregó. La besó en la frente y le pidió que nunca dudase en solicitarle cualquier cosa que necesitase. Yuna encontró en los ojos de aquella mujer el reflejo de la bondad de la gente de su pueblo.
Cenó con calma y mucho apetito. El cocido de verduras y hortalizas que le sirvieron le pareció la comida más exquisita que había probado en su vida.
Cuando terminó de comer el postre, entonces Maebe le propuso salir a dar un paseo bajo las estrellas. Yuna, entonces, mientras caminaba sosegadamente junto a Maebe, le explicó todo lo que había vivido desde que había emprendido aquel viaje que, aunque hubiese sido infructífero, posiblemente le había salvado la vida.
Maebe la escuchó con mucho interés. Cuando Yuna terminó de relatarle todo lo que había vivido antes de encontrarse con Anwon, entonces se instaló entre ellas un silencio aterciopelado que Yuna no se atrevió a romper. Al fin, Maebe dijo:
     Es probable que conozca a Ondina.
Y ya no dijo nada más sobre el tema.
La noche se expandía sobre aquel pequeño mundo, escondido del resto de la Humanidad por aquellas imponentes montañas áridas, de laderas imposibles que parecían desembocar en el centro de la Tierra misma.
Maebe se deslizaba en silencio por aquellas desiertas calles, compuestas por casas de las que brotaban aquellos sonidos de vida, tan alegres, tan llenos de complicidad. Maebe caminaba sin mirar a ninguna parte, sólo fijándose levemente qué tenía ante ella para esquivar sigilosamente cualquier obstáculo; pero parecía como si ella no anduviese guiándose por sus ojos, sino por su alma, como si conociese de memoria todos los rincones de aquel poblado que era su pequeño hogar. Yuna iba junto a ella sin atreverse a romper aquel inhóspito silencio que las envolvía. Pensó entonces que estaba cansada de que el mundo pareciese callado. Ella necesitaba hablar e incluso gritar su desgracia. Necesitaba pedir ayuda alzando brutalmente su voz. Así pues, interrumpió aquella falta de palabras sin importarle que a Maebe le apeteciese permanecer callada.
      Quiero encontrar a mi familia. Estoy segura de que siguen vivos. Me gustaría que me ayudaseis, pero entenderé que no podáis hacerlo.
      ¿Quién te dijo que no pueda hacerlo?
      No quiero suponer ningún problema ni ninguna molestia.
      ¿Por qué piensas que eres una molestia? Eres parte de nuestra familia y tus padres y tus hermanos también son nuestra familia. Nosotros también queremos encontrarlos y saber lo que ocurrió.
      Sí, pero...
      Te ayudaré, Yuna, pero tienes que confiar en mí y también aceptar la posibilidad de que no los encontremos por muchos esfuerzos que dediquemos a buscarlos. Has de estar preparada para cualquier cosa.
      Lo estoy. Llevo... creo que dos días pensando que los había perdido para siempre, pero ahora estoy segura de que no están muertos. Si pensase que están muertos sin haberlos buscado antes, estaría matándolos en vida. ¿No crees’
      Lo creo, sí. Es cierto.
      ¿Qué podemos hacer?
      Primeramente, tenemos que volver a tu poblado y buscar, entre los escombros, alguna señal que nos indique qué fue de ellos, a dónde fueron, si quedan objetos suyos que nos puedan orientar. Si no encontramos nada, entonces me temo que tendremos que recorrer casi todos estos bosques en busca de alguna señal que hubiesen podido dejar a su paso. No obstante, no podemos emprender este viaje solas. Necesitamos ayuda, una ayuda muy especial.
Maebe se expresaba como si solamente ella se escuchase a sí misma. Parecía hablarle a la noche silenciosa y oscura. Yuna se fijó en que casi no había luces a su alrededor que les iluminasen el camino y que llevaban andando sin advertir qué las rodeaba desde que habían salido de la casa de Maebe. En ese momento, Yuna se percató de que la noche se había henchido de una tristeza que le apretaba el alma. Las palabras que Maebe lanzaba al silencio chocaban con su corazón, haciéndolo temblar. Maebe trataba de expresarse sin sentimientos para que sus palabras sonasen alentadoras y esperanzadoras, pero también realistas, y el efecto que su hablar causaba en el alma de Yuna era mucho más profundo que la noche inquebrantable que las envolvía.
Entonces se detuvo de súbito sintiendo que empezaba a faltarle el aire. Maebe también se paró junto a ella. Yuna no quería que la tocase. Le parecía que la tristeza de Maebe flotaba a su alrededor como unas nieblas húmedas y espesas y temía que, si la tomaba de la mano, esa pena tan honda se le adentraría irreversiblemente en el alma hasta arrancarle los pequeños destellos de esperanza que aún palpitaban en su corazón.
Yuna notaba que Maebe la observaba con sus ojos profundamente negros y brillantes, grandes y expresivos. Maebe la miraba con interés, pero también con calma, como si entendiese ese momento mejor que nadie y le diese tiempo a Yuna a aceptar la situación en la que se encontraba.
La noche se extendía ante ellas, cada vez más oscura, oculta tras las brumas que a Maebe le manaban de la mirada, del alma, de la piel. Era como si ella fuese la corporeización de la tristeza. Yuna no pudo retener las palabras que de pronto le habían llenado la mente y que le presionaban los labios como si tuviesen materia y se inflasen alimentadas por el aire de la noche.
      Maebe, ¿por qué pareces siempre tan triste? Cuando te vi por primera vez teniendo solamente cinco años, creí que te acababa de ocurrir algo terrible. Le pregunté a mi madre qué te pasaba, pero ella no supo contestarme. Luego, años después, en otra ocasión en la que volviste a mi poblado, seguías pareciéndome muy triste. Quise preguntarte qué te sucedía, pero no me atreví porque eres tan silenciosa y reservada que cuesta mucho acercarse a ti. ¿Por qué estás así, tan alicaída?
Maebe miró asustada a Yuna. Yuna percibió, entre las sombras densas de la noche, que los ojos de Maebe se habían llenado de incomodidad e incluso culpabilidad. Un silencio extenso e inquebrantable se instaló entre ellas y Yuna se sintió de repente tan arrepentida por haber sido tan grosera que, sin poder evitarlo, se acercó a Maebe y la tomó delicadamente de la mano, apretándosela después con ánimo y cariño. Entonces prosiguió:
      No quiero ser descortés contigo. Quiero que me hables de ti. Eres parte de mi familia y no te conozco en absoluto. Quieres ayudarme, pero yo nunca te he ayudado a ti y ni siquiera sé si puedo hacerlo. Quiero que seamos amigas, no sólo primas lejanas. Realmente no sé qué eres para mí, pero sólo necesito que confíes en mí. Si confías en mí, entonces me resultará más sencillo confiar yo en ti.
      Ahora yo no importo, Yuna. Quien importa es tu familia. Ellos son los que necesitan ayuda, no yo. A mí no puedes ayudarme de ninguna manera. Nadie puede hacerlo. Créeme, durante toda mi vida, intenté buscar ayuda en muchos remedios y personas sabias, pero jamás nadie ha podido ayudarme. Ahora no es momento de hablar de esto. Te lo explicaré en otra ocasión.
      Pero, al menos, podrías...
      No, Yuna. Te aseguro que conocer mi historia no te ayudaría en absoluto a concentrarte en buscar a tu familia. Es preciso que reúnas toda tu energía ahora. Tienes que ser fuerte, Yuna. Es probable que vivamos momentos muy duros y ahora mi situación no es relevante. Lo único que haría si te abriese mi corazón sería entorpecerlo todo.
      Pero también tienes derecho a que te apoyen, a que te escuchen si necesitas hablar.
      No, yo no merezco nada de eso, Yuna. Créeme, ahora no procede que hablemos de mí. Yo también quiero olvidarme de mi propia vida. Necesito ayudarte para sentir que merece la pena que esté en este mundo. Quiero entregarme a esta búsqueda con toda mi alma para que, al menos, mi existencia sirva para algo. Puede que esto te parezca algo egoísta, pero te aseguro que en absoluto es así. No busco realizarme a través de tu desgracia. Sólo quiero hacer algo útil por los demás antes de... de...
Maebe se quedó en silencio, más en silencio si cabía, y cerró los ojos con fuerza. Una certeza flotó entre Yuna y Maebe, potente y devastadora. Yuna quería preguntarle por las palabras que había dejado en el aire, pero no se atrevió. Supo que éstas eran mucho más duras que la realidad en la que se hallaban atrapadas.
      Creo que deberíamos volver —dijo Maebe de súbito, abriendo lentamente los ojos. Yuna se fijó en que la mirada de Maebe brillaba como si hubiesen caído las estrellas en sus ojos—. Se hace tarde. Tenemos que descansar para que mañana nos sintamos preparadas para emprender la búsqueda de tu pasado. Vayamos a casa, Yuna.
Yuna se había quedado embelesada, detenida en un instante que se había apoderado de su corazón. Al ver la profunda, brillante y tierna mirada que Maebe le había dedicado, el corazón se le había encogido dentro de su pecho. No entendía lo que le estaba ocurriendo con aquella mujer misteriosa que tanto se desvivía por ayudarla. Sólo supo que, en aquel momento, había nacido entre ellas una conexión potente que se fortalecería con el paso de los días, a medida que fuesen viviendo la tristeza y la desesperación juntas.
Volvieron a casa en silencio. Ya se habían dirigido demasiadas palabras aquella noche. Maebe parecía emocionada y agotada y Yuna notaba en esos momentos todo el cansancio que se acumulaba en su alma después de casi un día entero corriendo a través del bosque, de las montañas, del viento, al encuentro de aquel llamado que le había entregado una nueva oportunidad para buscar su pasado.
Aquella noche estuvo llena de pesadillas. Yuna soñó que una enorme fiera de color rojo se lanzaba sobre ella, apresándola entre sus poderosas garras. Su aliento era ardiente, como si estuviese hecho de lava, y la fiera la miraba con ojos terribles. Yuna quería gritar, pero tenía una gran piedra sobre su rostro. Se asfixiaba. No podía respirar ni susurrar porque la piedra y el humo que brotaba de aquella horrible criatura le arrebataba el aire.
Una mano cálida y cariñosa le agitaba el hombro, pero Yuna no reaccionaba. Seguía intentando gritar y respirar. Entonces oyó que alguien la llamaba con dulzura, pronunciando su nombre queda, pero intensamente. Abrió los ojos desorientada, sintiendo que todavía le costaba respirar, sin poder quitarse de los ojos las imágenes de aquella espantosa pesadilla.
Maebe estaba a su lado, aguardando su despertar, tomándola de las manos, mirándola con ternura. Yuna vio que, tras Maebe, ya despuntaba el alba. Se preguntó cómo era posible que la noche hubiese pasado tan rápido.
      Estabas teniendo una pesadilla. Querías gritar, pero algo te lo impedía.
      Gracias por despertarme. Estaba siendo terrible —le confesó Yuna con la voz quebrada.
      ¿Qué soñabas?
Cuando Yuna le narró su terrible sueño, entonces Maebe dejó de mirarla, entornó los ojos y permaneció unos segundos en silencio, pensativa y preocupada.
      Aquella bestia era el fuego que devoró tu poblado —le confesó volviendo a mirarla con dulzura—. El fuego es destructivo y cruel. Tenemos que descubrir quién incendió tu aldea.
      ¿Cómo sabes que fue intencionado?
      Lo sé. No es necesario que nadie me lo diga.
Maebe se había expresado con una gravedad que Yuna nunca le había oído en la voz.
      Tengo que contarte algo, Yuna; pero lo haré dentro de unas horas, cuando nos hallemos caminando hacia tu poblado. Ahora es preciso que descanses un poco más.
Yuna no pudo volver a dormirse. Continuamente le volvían a la mente las palabras de Maebe. Plantearse la posibilidad de que el incendio que le había arrebatado su presente hubiese sido intencionado le destrozaba el corazón. Pensarlo le dolía como si ella misma se estuviese clavando un puñal en el alma. No quería llorar antes de conocer la verdad, pero no pudo evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas continuamente, sin tregua, como si por dentro de ella hubiese un río desbocado que pugnaba por liberarse de los diques que lo contenían.
“Maebe me ayudará” se dijo intentando calmarme. “Ella es sabia y parece conocer mucho más detalles que yo. Ha viajado mucho más que yo, ha visto otras culturas e incluso creo que ha estado en contacto con el mundo que queda más allá de las montañas. He de confiar en ella”.
La mañana llegó dorando los campos y las calles del poblado. El profundo silencio de la noche se quebró en mil sonidos de alegría y vida. Todos los habitantes de la aldea salieron de sus casas en busca de comida, de agua o del frescor de la mañana. A través de las ventanas del hogar de Maebe, Yuna vio cómo las mujeres del poblado cargaban sobre sus cabezas cestos llenos de ropa, de comida, de frutas, de leche. Pensó que en aquel rincón del mundo se desempeñaban muchas más tareas que en el lugar en el que ella había nacido y vivido.
      ¿Adónde van con esos cestos llenos de comida? —le preguntó Yuna a Maebe mientras desayunaban frutas y leche fresca—. Tu hermano y tu madre tampoco están. ¿Adónde fueron?
      Van al mercado. Allí venden las frutas que no van a comer. Las mujeres que llevan ropa en los cestos van a lavar al río —le contestó Maebe con calma, como si hubiese explicado aquello muchas veces. Había falta de interés en su voz—. Yo tendría que haber ido con ellos, pero me hallo en otras circunstancias.
      Pero ¿ellos no van a venir con nosotras a buscar a mi familia?
      No, Yuna. Ellos no pueden venir con nosotras. Creía que lo sabías —se excusó sin mirarla a los ojos.
      ¿Por qué? yo creía que...
      Verás, Yuna, este poblado no es tan seguro como el tuyo.
      Como lo era el mío —la corrigió Yuna decepcionada.
      Como lo era el tuyo. Lo siento.
      ¿Por qué?
      No podemos dejar los hogares abandonados, cerrados. Es probable que, cuando volviésemos, alguien se hubiese apoderado de todo lo que era nuestro.
      ¿Cómo? Eso nunca habría ocurrido en mi poblado.
      Por eso acabo de decirte que esta aldea no es tan segura como la tuya, Yuna. Estamos expuestos a más peligros. Este poblado queda cerca de otro país donde en absoluto tienen costumbres parecidas a las nuestras. Aquí tenemos el fin de nuestro mundo.
      pero las montañas...
      ¿Qué montañas? Hay humanos a los que ni siquiera las montañas pueden detener.
      No puedo creer que haya personas capaces de quitarles a los demás lo que les pertenece.
      Las hay y eso no es lo peor que pueden hacer.
Yuna notó que se le partía el alma.
      Tenemos que prepararlo todo para el viaje. Tu aldea queda a más de dos días de aquí. No podemos ir caminando porque entonces tardaríamos más de tres días y no creo que sea conveniente que nos demoremos tanto. Tenemos que encontrar los vestigios de la vida de tu familia y de tus vecinos antes de que...
      Antes de ¿qué, Maebe? por favor, no me ocultes información.
      Antes de que lo encuentren otros.
      ¿Otros?
      Bueno, no es precisamente encontrar. Antes de que otros lleguen a esos lares y puedan destruirlos todavía más.
      Maebe, ¿qué sabes?
      Sé demasiado, Yuna. Sé tanto que me gustaría no saber. Me gustaría olvidar e ignorar, créeme.
La voz de Maebe había sonado trémula y lluviosa.
      Lo siento. Me siento tan alterada y decepcionada que no domino mis sentimientos ni mis palabras. Perdóname. Estoy siendo grosera contigo.
      No, en absoluto. Estás siendo como en estos momentos te sale ser. No tienes que disculparte por mostrar tus emociones. Yo sé que no estás decepcionada ni enfadada conmigo, sino con la situación —le expresó mientras recogía la mesa, ponía a remojar los cubiertos y tazas que habían utilizado y los lavaba enseguida frotando con plantas aromáticas—. No tardaremos en irnos.
      Escucha, Maebe, dijiste que no iríamos andando a mi aldea. ¿Cómo nos desplazaremos, entonces?
      Con yeguas. ¿Alguna vez has montado a caballo?
      ¿A caballo? —preguntó Yuna entusiasmada.
      Sí, a caballo —le contestó Maebe sonriéndole por primera vez en su vida, creyó Yuna.
Y qué sonrisa tan bonita tenía. Era una sonrisa franca, brillante, bondadosa y tierna. Los ojos se le entornaron cuando arqueó los labios y su rostro quedó iluminado por una luz muy cálida que se expandió por toda la casa.
      Nunca he montado a caballo. Tendrás que enseñarme —le confesó con timidez, pero también alegre, contagiada por la sonrisa resplandeciente de Maebe.
      Ah, es muy sencillo. Lo más importante es conectar con la yegua —le explicó mientras frotaba los cubiertos con un paño—. Si el animal confía en ti, entonces ya tienes medio camino recorrido. Después, sólo tienes que dejarte llevar por ella y sientes que vuelas a través del viento. Te sientes libre, al fin. Es una sensación tan hermosa...
Maebe hablaba de forma ensoñadora. Era la primera vez que Yuna la oía expresarse de ese modo. Descubrió entonces que el alma de Maebe estaba llena de ternura y de magia. Había algo en su voz que le apretaba dulcemente el corazón y que la emocionaba. Parecía como si Maebe se refiriese a algo más trascendental que simplemente correr por el bosque a lomos de una yegua.
      Te gustará mucho. También es bonito desplazarte por ti misma, corriendo lo más velozmente posible, pero nosotras nos agotamos muy rápido.
      Yo ayer corrí durante horas por el bosque cuando oí el llamado de tu hermano.
      Sí, pero en ese momento no era tu cuerpo el que te proporcionaba tanta energía.
      ¿Y quién era, entonces?
      Era la Naturaleza, la Naturaleza en mayúsculas. No era el bosque, no eran las montañas ni el viento. Era el espíritu de todos ellos.
      tienes tanta razón... Yo así lo sentía.
      Entonces no cabe duda de que era así. Siempre escucha y cree lo que te dice tu alma.
      Gracias.
      Gracias a ti. Hace mucho que nadie me escucha como lo haces tú, no sólo con atención, sino también con cariño.
Maebe había entornado los ojos intentando ocultarle a Yuna que se le habían llenado de lágrimas. Se volteó antes de que Yuna pudiese atisbar la emoción esparcida por todo su rostro.
      Tenemos que preparar lo que necesitaremos para el viaje —le habló al cabo de unos segundos. Su voz sonó más queda y contenida. Yuna supo que Maebe luchaba contra la emoción que le apretaba la garganta—. Cogeremos algo de ropa y comida.
      Yo no tengo nada más que esta túnica y estos mantos —le expresó Yuna desolada, recordando de súbito que había perdido absolutamente todo lo que había tenido.
      No te preocupes por nada. Todo lo que perdiste en el incendio es reemplazable. Lo único que no se puede reemplazar es la vida.
Aquellas palabras le golpearon el corazón a Yuna. Notó que le subía por el pecho una emoción incontrolable. Jamás le habían dirigido unas palabras tan sabias y reales. Nunca había sido consciente de aquella verdad tan absoluta que Maebe acababa de compartir con ella.
      Vaya, me parece que hoy nos despertamos las dos bastante sensibles —le sonrió Maebe retirándose una lágrima que pugnaba por escaparse de sus ojos negrísimos, nocturnos y expresivos. Era la segunda vez que Yuna la veía sonreír, pero aquella sonrisa era distinta a la anterior, menos brillante, pero más hermosa—. Preparemos ya nuestro pequeño equipaje antes de que sea más tarde.
Salieron del hogar de Maebe cuando el sol derramaba su cálida y potente luz sobre las casas, las montañas, el bosque. Maebe condujo a Yuna hacia unas cuadras de madera donde aguardaban, pacientes e ilusionadas, dos yeguas preciosas.
      Ella es Litzia —dijo Maebe señalando una yegua blanca con los ojos grandes y verdosos—. Es mi yegua. La que está a su lado es su hermana Unse. Es muy importante que los nombres de ambas tengan un sonar tan distinto para que no haya confusión cuando las llamemos.
Unse era preciosa, también. Era blanca y gris. Tenía los ojos más pequeños que su hermana y una crin brillante, con vetas grises que contrastaban con el blancor de todo su cuerpo.
      Hola, Unse —la saludó Yuna acariciándola con cuidado para no asustarla ni intimidarla—. Soy Yuna. Espero que seamos muy buenas amigas.
Unse la miraba con curiosidad e interés. Entornaba los ojos, luego volvía a abrirlos nítidamente, brillantes y calmados. Cuando Yuna le habló, agachó la cabeza y resopló simpática. Yuna rió con dulzura y miró de reojo a Maebe. Vio entonces que Maebe volvía a sonreír tranquila y encantada. Yuna se sintió afortunada por lograr que Maebe sonriese tantas veces en tan poco tiempo.
      Le caes bien —le dijo Maebe cariñosamente mientras acariciaba a Litzia—. Tienes que ir poco a poco con ella para no asustarla. Lo primero que haremos será caminar tomándolas de las bridas hasta que lleguemos a lo profundo del bosque. Es preciso que Unse note que puede confiar en ti, que caminas llevándola con decisión. También fortaleza. No temas. No es conveniente que noten que tienes miedo o te sientes insegura, al contrario. Ellas buscan que estemos serenas y confiadas a su lado.
      Lo entiendo.
Dirigiéndose hacia el bosque, dieron un paseo calmado y ágil. Las yeguas caminaban también con pausa, pero fijándose en todo lo que ocurría a su alrededor. En esos momentos, Yuna se dio cuenta de que, pese a la tristeza que le anegaba el corazón, se sentía feliz. Confiaba en que aquella emoción la ayudase a ser fuerte y creyó que, si no se dejaba vencer por el desaliento, podría encontrar a su familia dondequiera que estuviese.


2 comentarios:

Wensus dijo...

Es sorprendente lo que pueden cambiar las cosas de un capítulo a otro. Me encanta esos cambios de personajes, de mundos, de culturas. Es divertido. Maebe me cae muy bien, y a diferencia de Ondina, no me despierta desconfianza (aunque la pobre Ondina tampoco ha hecho nada para merecer desconfianza). Me gusta su poblado, su gente y su forma de pensar. Han sido muy hospitalarios con Yuna y para nada es una molestia para ellos. Ondina me parece misteriosa, inteligente,fuerte, mística y algo perturbadora, pero Maebe me transmite otras cosas. Parece delicada, triste y soñadora. Parece que tiene buen corazón y creo que sus intenciones son transparentes, pero todo esto son solo sensaciones, que me puedo equivocar perfectamente. Maebe oculta traumas personales, secretos que no quiere desvelar, pero también creo que sabe mucho más de lo que dice. Espero que nos lo aclare en el próximo capítulo. No sé, pero me ha dado la sensación de que entre ellas han saltado chispas...aunque a lo mejor soy yo, que quiero ver donde no hay jajajaja. Ella tiene claro que lo que le ocurrió a la aldea de Yuna no fue un accidente. Eso que cuenta de personas que cruzan las montañas, pertenecientes de otros lugares y que no son precisamente buenas personas, me hace temer lo peor. A ver como les va en su viaje al poblado de Yuna, con esas dos yeguas tan bonitas (¡dan ganas de tener un caballo!jajaja). ¡Espero que muuuuchas ganas la continuación!

Uber Regé dijo...

Es curioso cómo Ondina no está presente en el capítulo pero a la vez su presencia se deja notar, y qué verdad es que a veces un silencio es más expresivo que las palabras, porque cuando Maebe dice que "tal vez" la conozca se crea una especie de abismo que queda ahí, en suspenso. Ahora ya sabemos más, sabemos que hay peligros, que hay vecinos peligrosos, me los imagino como una especie de bárbaros, y que frente a una cultura que parece pacífica y naturalista existe otra conquistadora y arrasadora, me pregunto cómo se defiende en los pueblos de Ondine, Maebe y Yuna, aunque el de Yuna aparezca como misteriosamente protegido, ¿bastan esos dos días de distancia a la frontera para que se salven con tanta facilidad? Pero el hecho es que Yuna no ha visto un ataque en todos sus días de vida; por cierto que es esta hipótesis, la del ataque, la que gana fuerza, también me he acordado de mi librito de continuación de El Señor de los Anillos, que empezaba así, con un habitante de un poblado regresando a casa y encontrándose la aldea destruida y quemada, aunque ahí sí que había cadáveres, parece que Yuna no encontró ninguno, que mira, al final es mejor así porque deja espacio para la esperanza.
La relación entre Maebe y Yuna es completamente distinta de la que se estableció con Ondina, aunque ambas sean amistosas, pero al complicidad entre las dos primeras nada tiene que ver con la otra; y en la escena con las yeguas, que por cierto es preciosa, queda más que patente. Nos queda ver cómo transcurre ese pequeño viaje hasta la aldea de Yuna y qué descubren en él, ojalá algo bueno, no me gustaría nada que todo quede una matanza absoluta pero bueno, conociéndote eres capaz de que haya un alud de piedras y no quede títere con cabeza jajajajajajajajajjajajaja, bueno, sigo adelante, la historia es muy bonita.