EL PESO DE LAS LÁGRIMAS
Los sonidos de la vida me
llamaban desde la distancia de la vigilia. Estaba sumida en un sueño profundo y
espeso que ni siquiera se había llenado de imágenes; pero al fin abrí los ojos
guiada por la sensación de la desorientación y la confusión. Cuando intenté
mirar a mi alrededor, apenas reconocí el lugar donde me hallaba. Era una
habitación cuadrada en cuyo centro había un lecho de hojas y pétalos en el que yo
estaba tendida. Una suave manta me protegía del ambiente y una tenue luz bañaba
la alcoba como si procediese de una lejana luna. No había nadie a mi lado.
Estaba sola, me sentía débil y perdida e, incomprensiblemente, tenía muchísimas
ganas de llorar, como si me hubiese dormido plañendo desconsoladamente.
Sin embargo, me incorporé e
intenté salir del lecho, pero las fuerzas me flaquearon y perdí el equilibrio.
Estaba mareada. Volví a acomodarme en la cama y traté de recuperar el aliento.
No entendía por qué estaba tan agotada; pero enseguida mi mente se llenó de
recuerdos que parecían vividos por otro ser, pues aparecieron remotos y vagos.
Me percibí tendida en la fresca hierba que cubría la orilla de aquel lago
mágico, acompañada por Rauth y Alneth; pero apenas podía rememorar los
instantes que componían esos recuerdos.
Quise llamar a Rauth. Mi voz
sonó suave y delicada, pero sabía que él me oiría dondequiera que se hallase.
Al cabo de unos pocos minutos, oí que alguien caminaba hacia donde me
encontraba. Rauth entró en aquella alcoba con un paso presuroso y lleno de
preocupación. Se sentó a mi lado e intentó alzarme tomándome de los hombros,
pero la debilidad había vuelto pesado mi cuerpo. Traté de mirarlo a los ojos,
pero mis párpados también estaban exhaustos.
- Sinéad, cariño, al fin despiertas, amor. ¿Te encuentras bien? —me preguntó mientras me arropaba.
- No me siento bien —le contesté casi llorando. Tampoco entendía por qué estaba tan extremadamente sensible—. ¿Qué ha sucedido?
- ¿Por qué lloras, vida mía? —quiso saber mientras se acostaba a mi lado para abrazarme—. Todo está bien, Sinéad. Todo ha salido bien. No temas.
- No, eso no es verdad —lo contradije de pronto.
Había recordado lo que había
visto en el lago. Mi mente se llenó de imágenes que mi alma no soportaba, que
me parecieron horribles y que profundizaron mis intensísimas ganas de llorar.
No pude evitar deshacerme en sollozos entre los brazos de Rauth. Continuamente
veía a Eros y a Scarlya unidos en un solo ser, besándose, abrazándose,
acariciándose, amándose como si no existiese nada más en el mundo.
- Sinéad, Sinéad... Cálmate, amor... Todo está bien. Tú te pondrás buena en cuanto menos te lo esperes... Tienes que ser fuerte, vida. Ella te necesita.
- Eros, Eros... Eros... ha... —intenté decir, pero los sollozos ahogaban mi voz.
- ¿Qué sucede con Eros? —me preguntó alarmado; pero yo no pude contestarle—. Sinéad, tranquilízate. Tienes que comer algo para recobrar tus fuerzas. Ella te necesita.
Era la segunda vez que me
hablaba de alguien a quien yo no recordaba; lo cual mermó levemente mis ganas
de llorar. Alcé los ojos y lo miré con una interrogación profunda reflejada en
mi rostro. Rauth sonrió mientras me secaba las lágrimas. Con una voz muy dulce,
me dijo:
- ¿No recuerdas que has sido madre, Sinéad? ¿No te sientes diferente?
- He sido madre... —musité agachando la mirada. Entonces, sí, recordé todos aquellos instantes que mi memoria no se atrevía a recuperar. Rememoré el punzante y desgarrador dolor del alumbramiento, la desesperación nacida de la incertidumbre y el desasosiego y la debilidad tras aquellos momentos en los que creía que mi vida se escaparía de mi cuerpo para siempre—. Sí, es cierto. La oí llorar, pero...
- Es una niña preciosa, Sinéad. Está deseando sentirse entre tus brazos. Es muy lista y cariñosa.
- No estoy preparada para verla aún —protesté incapaz de evitar que el llanto se apoderase nuevamente de mí.
- Claro que no. Tienes que comer algo. Alneth está preparándote una tisana de flores que te devolverán las fuerzas. No te preocupes por nada. Todo está bien, todo está bien, amor mío —me consolaba abrazándome con muchísima ternura; sin embargo, aquella vez sus brazos no me serenaron. Tenía en el alma un dolor demasiado hondo para que pudiese ser mitigado con caricias y palabras dulces.
- Eros me ha sido infiel, Rauth... —le confesé de pronto sin poder evitarlo, como si aquellas palabras hubiesen tenido vida propia.
- ¿Cómo? —me preguntó sorprendido y triste—. ¿Qué has dicho, Sinéad?
- Eros y Scarlya... estuvieron juntos... —lloraba desconsoladamente.
- No, no, eso es imposible —se rió nervioso—. Eros te ama con locura.
- Lo ha hecho... Tengo que volver para saber si acaso ha dejado de amarme. Tengo que volver...
- No puedes irte ahora, Sinéad, al menos hasta que la hayas visto. Necesita que le pongamos un nombre...
- Lo siento, pero ahora no tengo fuerzas ni ánimos para pensar en nadie más. Eros era mi vida, toda mi vida, y, desde que vine aquí, ha ido alejándose de mí hasta... hasta perderse... Jamás creí que sucedería esto.
- Cálmate, Sinéad. Seguro que fue tu ausencia y la tristeza las que lo influyeron y...
- Quiero hablar con él.
- Aguarda un instante, por favor —me pidió con miedo—. Después de verla, podrás irte si lo deseas; pero al menos deja que te conozca.
- No, no, no quiero —le negué nerviosa—. No quiero que me conozca, no quiero que me recuerde. Quiero que piense que morí.
- ¿Por qué? —me cuestionó asustado e infinitamente entristecido.
- No quiero que me conozca si no voy a vivir aquí —le respondí intentando que el llanto no volviese a quebrar mi voz.
- Sinéad, no...
- ¡Quiero irme de aquí, pero tampoco quiero estar en ese mundo! —exclamé descontrolada por el miedo, la pena, el desconsuelo—. Se me ha roto la vida... Eros, mi Eros...
- Sinéad, tienes que serenarte. Eros te ama, estoy completamente seguro de ello; pero fue la tristeza... A lo mejor él piensa que también tiene derecho a pasar buenos momentos como tú. Por favor, serénate. No digas que te irás. Te necesitamos.
Ver a Rauth tan triste,
desesperado y asustado me encogió el alma. Lo miré con una inmensa culpa
reluciendo en mis ojos y busqué en su mirada las fuerzas que me permitiesen
dejar de llorar. Al fin, con sus caricias y sus abrazos, Rauth logró que el
llanto me abandonase por unos momentos. Cuando al fin dejé de llorar,
inesperadamente, Alneth entró en la alcoba portando una brillante bandeja del
color del cielo más veraniego en la que había unas cuantas frutas y una tacita
blanca que contenía un líquido humeante.
- Hola, Sinéad —me saludó con cariño, sonriéndome con amabilidad—. Tienes que tomarte esto —me dijo mientras posaba la bandeja en una pequeña mesita que había al lado de la cama—. Te irá bien.
- Gracias —respondí apenas sin poder hablar.
Sin decir nada, sin protestar,
ingerí aquellas pequeñas y suculentas frutas y me bebí la infusión casi sin
saborear la comida; pero con una lentitud que me hizo pensar que el tiempo se
había agotado de fluir. No podía centrarme en nada, como si mi mente se negase
a prestarles atención a las percepciones que mis sentidos captaban. Únicamente
podía acordarme de Eros y de Scarlya juntos en aquel rincón que tanto nos
pertenecía a Eros y a mí; sus miradas enloquecidas de pasión y felicidad, sus
risas, sus caricias... Aquellas imágenes me robaban la razón, el aliento y el
ánimo; pero intenté que aquellos sentimientos no emanasen de mis ojos.
Durante aquel rato que pasé
comiendo, Alneth y Rauth se miraron como si conociesen todos mis secretos. Sus
ojos irradiaban temor, compasión y pena; pero ninguno de los dos me dijo nada.
Cuando al fin terminé de comer, Alneth se levantó, cogió la bandeja y se fue
para regresar a los pocos segundos con una mirada que intentó llenar de
felicidad y dulzura. Con una voz calmada, me preguntó.
- ¿Estás segura de que no quieres verla?
- Será tu única hija, Sinéad —me advirtió Rauth con pena.
No podía contestar. De nuevo, un
feroz nudo me presionaba la garganta. No podía oír sus palabras con claridad,
pues parecía que cada sonido se convertía en una de esas imágenes que tanto me
destrozaban el alma. Era como si mi mente hubiese devenido en esos recuerdos en
los que presenciaba una traición que se hundía en mi corazón como si de una
afilada espada se tratase. Aquellas imágenes fueron las que,
incomprensiblemente, me dominaron y me hicieron reaccionar. Sin contestarles,
sin apenas poder mirarlos, me alcé del lecho y corrí hacia la puerta mientras
notaba cómo los ojos volvían a llenárseme de lágrimas que pretendían ocultarme
mi exterior.
- ¡Sinéad! —me apeló Alneth sorprendida.
- Déjala, Alneth... Creo que tiene derecho a irse. Ya la hemos retenido suficiente.
- ¡Pero tiene que cuidarla!
- Déjala en paz, por favor —le exigió con una voz quebrada y susurrante.
Saber que Rauth estaba a punto
de ponerse a llorar me detuvo, me hizo preguntarme por qué huía, por qué me
negaba a conocer al fruto de mis entrañas, de la unión del alma de Rauth con la
mía. Aquellas preguntas me hicieron llorar más profundamente; pero no quise que
el llanto volviese a controlarme de nuevo. Me sequé rápidamente las lágrimas
con la intención de regresar junto a ellos y explicarles cómo me sentía; pero
algo interrumpió mis propósitos.
Fue un llanto suave, delicado,
casi fugaz. Era como si emanase de la brisa más tierna y cálida. Inesperada e
incomprensiblemente, aquel llanto se convirtió en mis fuerzas. Sin preverlo,
empecé a caminar hacia el lugar del que provenía y enseguida me hallé en una
alcoba muy graciosa decorada con flores y con dibujos inocentes pintados en las
paredes. En uno de los rincones, había un pequeño lecho donde reposaba alguien
mucho más pequeño que me miraba con extrañeza. No tardé en saber de quién se
trataba.
Me quedé paralizada, sin saber
cómo debía actuar, qué debía hacer, cómo debía hablar o mirar; pero aquella
parálisis se convirtió en una cálida sensación al hundirme en los ojitos de
aquella niña que me miraba como si en mí se encontrase su destino. Sin pensar
en nada, me acerqué sigilosamente a ella y me senté al lado de su pequeño
lecho. Aún nos mirábamos como si no existiese nada más. Inesperadamente, ella
alargó una de sus delicadas manitos y me acarició la mejilla derecha con un
primor que me hizo sonreír de ternura. Los ojos volvieron a llenárseme de
lágrimas, pero esta vez brotaban de la felicidad más dulce.
- Hola, cariño. Perdóname por...
Mas de repente supe que no debía
disculparme, pues lo que sentía en esos momentos destruía cualquier sentimiento
de culpa, me perdonaba por todo lo que había pensado antes de ese instante.
Aquella sensación no podía ser descrita con palabras. Era mucho más grande que
mi alma, parecía no caber en mi ser. Aquella sensación mezclaba la felicidad
más inabarcable, la ternura más templada y el orgullo más potente y
resplandeciente. Me incliné sobre su suave frente y se la besé con una
delicadeza sublime.
- Eres preciosa, hija mía —le dije muy quedamente mirándola aún a los ojos.
Sí, era hermosísima, era tan
hermosa que no parecía real. Sus redonditos ojitos parecían suspiros del ocaso
reflejados en el lago más profundo. Eran tan violáceos como los míos, tan
expresivos como una tormenta de verano. Miraban como si todo lo que la rodeaba
le resultase tierno y curioso. Su rostro tenía la forma del mío; era redondo y
su barbilla se distinguía suavemente al final de la perfecta curva de su
mandíbula. Su nariz era pequeña y fina, sus mofletes tenían el contorno de una
manzana madura y sus cabellos eran tan rojizos como el reflejo del fuego en las
olas del mar. Tenía unos ricitos muy rebeldes que le cubrían sus diminutas orejitas
y su preciosa frente. Sí, se percibía claramente que aquella niña era hija de Rauth
y mía.
De pronto me di cuenta de que me
sonreía. Aquello me estremeció de ternura, de vida, de alivio. Sus finos labios
también se asemejaban mucho a los míos. Parecía como si hubiese besado el alma
de una fresa a punto de madurar. Su color rosado me resultó inmensamente
curioso y agradable. Sí, era una niña mágica.
- Brisa —susurré suavemente sin pensar en nada, sintiendo la inabarcable ternura de aquel instante—. ¿Te gusta el nombre de Brisa, cariño? —le pregunté acariciándole los cabellos; los cuales eran tan suaves como los pétalos de las amapolas.
Su sonrisa se volvió más
cariñosa, más nítida, más amplia. Entonces me di cuenta de que ya tenía
creciditos en su boquita unos delicados y resplandecientes dientes. No me pregunté
nada. Rauth me había explicado que los niños que nacían en aquel mundo no
habían sido alimentados únicamente por el alma de sus padres, sino también por
el espíritu de los bosques, lo cual provocaba que su crecimiento fuese mucho
más precoz y rápido. Sí me pregunté si sabría hablar...
- ¿Te gusta, entonces? —me reí mientras, con muchísimo amor y cuidado, la tomaba en brazos. En cuanto me sintió tan cerca, Brisa se abrazó a mí casi con desesperación—. Pues te llamarás así, vida mía... Perdóname, cariño —le susurré quedamente—. Estaba muy asustada.
No, Brisa no sabía hablar
todavía, pero con sus ojos y sus sonrisas expresaba mucho más que con las
palabras. Parecía como si continuamente me dijese: «No te preocupes, Sinéad,
todo está bien. Me siento muy cómoda y feliz entre tus brazos. Te quiero, mamá».
Durante unos largos y espesos instantes, me olvidé del mundo, de mi tristeza,
del miedo, y solamente tuve alma para Brisa, solamente existí para ella.
Lloré
de felicidad, de ternura, de amor. Con sus delicados y finos dedos, Brisa
jugaba con mis lágrimas. Ya las esparcía por mis mejillas, ya me las apartaba
como si pudiesen quemar mi piel. Yo jugaba con sus ricitos, desrizándolos y
rizándolos como hacía cuando estaba íntimamente abrazada a Rauth. Hundía mis cariñosos
dedos en sus graciosas mejillas, le daba besitos en la frente, en los mofletes,
entre sus cabellos. Su olor parecía creado por las flores más tiernas de la
primavera y su respiración era calmada, aunque a veces se convertía en suspiros
que expresaban su felicidad.
Y
también rió por primera vez. Su risa era como el musitar del agua. Era tierna,
delicada, suave. Tras su efímera carcajada, adiviné una voz transparente, fina,
amorosa. Deseé oírla hablar por vez primera... Aquel anhelo me paralizó inesperadamente,
pues me había revelado que... que deseaba quedarme junto a mi hijita.
- ¿Dónde tienes tus orejitas? —le pregunté riéndome feliz mientras descubría sus pequeñas y puntiagudas orejitas—. Qué pequeñitas —seguí riéndome mientras la peinaba con amor—. Todavía no tienes alitas.
- Sinéad...
La
voz de Rauth se adentró en nuestro íntimo instante. Se acercó a nosotras y se
sentó a mi lado, en el suelo. Brisa le sonrió y alargó sus bracitos indicándole
que deseaba que se aproximase más. Cuando Rauth la obedeció, Brisa le revolvió
los cabellos mientras se reía alegre.
- Se parece muchísimo a ti —le dije a Rauth mientras lo miraba con mucho amor.
- Y a ti. Su rostro es tan redondo y hermoso como el tuyo y tiene tu mismo color de ojos.
- Ya no seré la única en el mundo que tenga los ojos violáceos —me reí con amor—. Es preciosa, Rauth...
- Sí... Es la niña más hermosa de la Historia y de todos los mundos —confirmó él mientras la abrazaba.
Entonces
me sobrevino una sensación de asfixia al recordar que, antes de encontrarme con
Brisa por primera vez, había deseado marcharme de ese mundo para no regresar
nunca más. Sí, tenía intenciones de volver a mi mundo para comprobar qué
sucedía, pero... pero abandonar a Rauth y a Brisa para siempre no formaba parte
de mi futuro.
- ¿Ya le has dado de comer? —me preguntó Rauth de pronto, extrayéndome de mis pensamientos.
- Todavía no... No me lo ha pedido; pero tampoco sé qué debo hacer...
- Lo más sencillo... amamantarla —me contestó mientras me permitía tomarla nuevamente en brazos.
- ¿Como si fuese humana?
- Sí, por supuesto; aunque no le entregarás únicamente leche, sino amor, pedacitos de tu alma para que la suya se una a ti para siempre.
- ¿De veras?
- Sí, sí —se rió al verme tan sorprendida.
- ¿Quieres comer, Brisa?
- ¿Brisa? ¿Ya le has puesto nombre? —me preguntó con mucho amor—. Es un nombre precioso.
- Es que su llanto me ha recordado a una cálida brisa veraniega y...
- Sí, es perfecto para ella. Me gusta.
- Me alegro —me reí con él—. ¿Quieres comer, Brisita?
Ella
me miró curiosa mientras me sonreía con muchísima ternura. Sí, aquella sonrisa
era una respuesta afirmativa. Así pues, la abracé con muchísimo más cariño,
incitándola a apoyarse en mi pecho, y, con vergüenza y delicadeza, permití que
sus labios se conectasen con mi piel. Me cubrí suavemente con mis cabellos
mientras cerraba los ojos y me concentraba en entregarle todo mi amor en cada
sorbo de leche que se adentrase en su cuerpo.
- ¿Quieres que me vaya? —me preguntó Rauth con respeto.
- No, no. Quédate aquí conmigo.
Rauth
no me dijo nada más. Se acomodó a mi lado y me rodeó tiernamente con su brazo
derecho mientras yo disfrutaba de la intimidad de aquel instante; un instante
solamente nuestro. Brisa también tenía los ojos cerrados y sorbía con pausa y
mucho cuidado, como si no quisiese hacerme daño. No, no me hizo daño; al
contrario, reí de amor cuando noté que estaba entregándole algo que solamente
existía para ella.
Pensé
que aquel momento duraría eternamente, pero de repente Brisa se retiró de mi
pecho y me miró satisfecha a los ojos. Volví a cubrirme mientras la besaba en
la frente con una gratitud que no cabía en mi ser.
- Jamás me imaginé que alimentar a mi hija fuese un acto tan bonito, tierno e íntimo. Parece como si solamente existiésemos ella y yo en ese instante...
- Es cierto. Es precioso. Qué pena que yo no pueda hacerlo —se lamentó él riéndose con mucho amor.
- Perdóname, Rauth. No supe reaccionar.
- Es comprensible que te sintieses así, no te preocupes.
- Sin embargo, me gustaría asomarme a las aguas para ver qué sucede. Creo que debería regresar para... para explicarle lo que ha ocurrido... aunque no sé si tiene sentido que lo haga —rectifiqué con mucha pena.
- Por supuesto que sí, vida mía. No te preocupes por nada. Aquí estaremos bien. Haz lo que creas conveniente; pero, por favor, no vuelvas a decir que te marcharás para siempre. Brisa... Brisa y yo te necesitamos. Eres nuestra vida —me confesó cerrando delicadamente los ojos. Vi que de su mirada brotaban dos lágrimas relucientes que humedecieron sus varoniles mejillas.
- No temas, Rauth, amor mío —le pedí acariciándole los cabellos.
- Brisa necesita vernos juntos.
- Y lo hará —le aseguré con mucho amor.
Aquel
día, que había comenzado siendo tan extraño, cuyo empiece yo no era capaz de
vislumbrar en la confusión de mis recuerdos, se convirtió en uno de los días
más felices de mi último tiempo vivido. Me sentía feliz junto a Rauth y Brisa y
creía que ya no necesitaba nada más para creer que la vida era hermosa; sin
embargo, no podía dejar de acordarme de Eros ni de preguntarme qué sentiría.
Quería asomarme a las aguas de aquel mágico lago para encontrar el momento
idóneo para regresar junto a él y conversar sobre nuestros sentimientos. Tenía
la dolorosa intuición de que nada volvería a ser igual después de aquella mañana
en la que Scarlya y él habían intimado tan irreversiblemente; pero aquel día no
quería pensar en algo tan triste ni tampoco le permití a mi alma que se llenase
de desorientación. Disfruté de la compañía y de la dulzura de Rauth y de Brisa,
les entregué mi cariño, mi amor, mi respeto, como si después de aquel día ya no
existiese ningún otro.
Y
así transcurrieron los días y las noches, viviendo junto a dos seres
maravillosos instantes mágicos que nos acariciaban el alma; pero la vida no
discurría llevándose mis recuerdos, sino que parecía que el paso del tiempo
fortaleciese mis intenciones. Todavía no había dejado de palpitar por dentro de
mí la tristeza nacida de saber que para Eros tal vez yo ya no fuese la única
mujer... nacida de ver cómo le entregaba su pasión a Scarlya, a alguien que
supuestamente me respetaba y me quería hondamente. En esos momentos ya no sabía
qué creer.
Un
atardecer perdido en ese tiempo que pasaba tan dulcemente, dejé a Rauth y a
Brisa jugando en la hierba y me escapé a la intimidad de aquel lago mágico.
Rauth no me objetó nada, aunque con sus ojos me confesó que estaba preocupado
por mí. Rehusé ser acompañada por él. Quería vivir aquel momento a solas.
La
soledad de la naturaleza era húmeda, fresca, aromática. Me senté en la hierba
intentando que mi alma se anegase en paz. Estaba infinitamente nerviosa. Notaba
que mi corazón latía rápidamente, como jamás lo había sentido palpitar. Temía
encontrarme con una imagen que volviese a destrozarme el alma; pero, sin
embargo, deseaba que la magia de la naturaleza me mostrase esos instantes que
fluían tan lejos de mí.
El
aire se volvió pesado, el viento se aquietó y las aguas se paralizaron para
convertirse en el espejo más liso y brillante de la vida. Abrí los ojos cuando
noté que todo se había quedado en silencio y los hundí en aquel lago que ya
empezaba a mostrarme cómo transcurrían los momentos en aquella dimensión que
había abandonado hacía ya tanto tiempo.
Scarlya
estaba asomada al balcón, perdiendo sus ojos por la luminosa belleza de la
noche. Parecía estar esperando a alguien... Sí, tal vez a Eros; pero era incapaz
de pensar y de hacerme preguntas, sólo me centré en presenciar esos instantes
que únicamente le pertenecían a Scarlya; quien parecía estar ausente del mundo,
de sus pensamientos, de su alma. Sus ojos aparecían llenos de sombras que
ocultaban sus sentimientos. Me resultó posible que en verdad ella no fijase su
mirada en nada.
Al
fin, oyó unos pasos tras de ella y se volteó con una hermosísima sonrisa
esbozada en sus labios carmesíes. Eros la miraba con fijeza y detenimiento,
pero sobre todo con admiración. Entonces me di cuenta de que Scarlya portaba un
hermoso vestido blanco que le llegaba a las rodillas. La tela era vaporosa y
frágil, como si hasta la brisa más sutil pudiese rasgarla. Sus castaños, lisos
y brillantes cabellos contrastaban con la nívea apariencia de aquel traje tan
reluciente. El suave viento de la noche se los mecía de vez en cuando,
descubriendo su recto cuello, sus bellos hombros, sus delgados brazos. Su piel
resplandecía como si la luna se hubiese encerrado en su cuerpo y sus ojos irradiaban
felicidad, conformidad y ternura. Aquella mirada me paralizó, pero, sin
embargo, no se me clavó en el alma como lo hizo la que Eros le dedicaba a
Scarlya. La observaba con una fascinación inabarcable, incluso con deseo.
Aquello me dejó sin aliento.
No
se dijeron nada, solamente se dedicaron a mirarse (hablando a través de los
ojos) durante un tiempo que casi convirtió en noche el ocaso que brillaba en mi
entorno. Al fin, Scarlya se acercó muy lentamente a él y lo tomó de la mano
mientras entornaba los ojos, como si la belleza de Eros la deslumbrase. La
sonrisa que tenía esbozada en sus labios se tornó un gesto de paz y conformidad
cuando Eros soltó sus manos y posó las suyas en su cintura mientras se hundía
más hondamente en su verdosa mirada.
- Estás preciosa esta noche —le susurró con cariño y sensualidad—. ¿Por qué?
- Vayamos adentro. Tengo miedo a que el anochecer oiga mis palabras.
- De acuerdo —accedió él mientras se separaba de ella—. ¿Qué te sucede? Te noto tensa y nerviosa —le preguntó cuando se hubieron sentado en el sofá.
- ¿Así me notas?
- Sí —se rió al verla tan tímida y nerviosa.
- Sinceramente, me siento extraña; pero creo que éste no es el mejor momento para hablar de esto —se excusó retirando sus ojos de los de Eros.
- Puedes contarme lo que desees, Scarlya —le ofreció él posando su mano diestra en la barbilla de Scarlya—. Sabes que soy tu amigo.
- Sí... lo sé... y te lo agradezco mucho, Eros; pero no puedo decirte esto. Temo que todo se estropee...
- ¿Por qué va a estropearse?
- Pues...
- Nada puede ir peor —musitó agachando los ojos—. Cada vez estoy más convencido de que Sinéad no regresará.
- Es posible que lo haga cuando menos nos lo esperemos.
- Mientras tanto... estamos solamente tú y yo aquí, sin nadie más —le susurró sensualmente acercándose a ella.
- Precisamente por eso... Me estremece sentirte tan cerca, Eros —se rió cariñosamente aferrándose con delicadeza a sus hombros—. Creo que...
- ¿Qué sucede?
- Me parece que cada vez me gustas más —le confesó entornando los ojos—. Desde lo que ocurrió hace casi una semana, me siento diferente, como si la vida me hubiese hecho un hermoso regalo; pero al mismo tiempo estoy inmensamente triste y asustada.
- ¿Por qué?
- Porque temo enamorarme de ti.
- No creo que eso suceda —se rió incómodo retirándole la mirada.
- No es tan imposible... pero sé que nunca podrás fijarte en mí —dijo cerrando los ojos. Intuí que tenía ganas de llorar.
- La palabra nunca no debe formar parte de nuestra eterna vida, Scarlya.
- No, no... Realmente no confío en que pueda llegar a ser feliz con nadie, ni siquiera conmigo misma —protestó con lástima apartándose de Eros y acomodándose en el sofá.
- Ni siquiera me has permitido expresarme —la avisó riéndose nervioso.
- Eros, me siento muy triste esta noche. Llevo sintiéndome triste durante un montón de noches, incluso meses. Hay pensamientos oscuros que nunca me abandonan, que quieren convencerme de que nunca podré ser realmente feliz. Si alguna vez lo soy, mi felicidad será efímera. El dolor, las injusticias y la inconformidad la destruirán... No he nacido para conocer la felicidad duradera e inquebrantable. Fui desdichada desde el principio de mi vida y lo seré eternamente —declaró llorando cada vez más profundamente—. Lo siento, no debería haberme puesto a llorar así, pero es que no sé a quién decirle esto. Intento continuamente ser alguien, tener mi puesto en el mundo, en la vida; pero es imposible. A veces me pierdo y no sé quién soy. Creo que soy alguien, pero de repente me doy cuenta de que estoy escondiéndome tras una máscara que oculta unos sentimientos que ni yo misma deseo escuchar. Estoy cansada de mí, de la vida, de la noche, de todo. No veo la belleza de la vida, esa belleza que detecté durante los primeros años de mi vida vampírica. No sé lo que me ocurre...
- Te ocurre que estás desmotivada, que no has encontrado realmente lo que te hace feliz; pero te aseguro que no estarás así eternamente, Scarlya.
- No sé ni cómo debo sentirme, ni qué pensar, ni nada.
- No tienes que forzarte a pensar ni sentir nada. Siente y piensa sin pensar.
- No, eso es imposible —le negó riéndose nerviosa a la vez que lloraba.
- ¿Hay algo que podría hacerte feliz? ¿Cómo te imaginas una vida llena de dicha?
- No lo sé. Tampoco aspiro a vivir una existencia llena de luz y flores, aunque adore las flores. También me gusta la tristeza y la melancolía; pero esta pena que siento está destrozándome. Ni siquiera me permite componer música hermosa o escribir palabras bellas... Todo lo que sale de mí es oscuro, asfixiante... y siempre ha sido así.
- Yo no te veo oscura... y tampoco creo que no seas nadie. Eres una mujer con una personalidad mágica y atractiva. Eres buena, pero también rebelde y tienes un lado oscuro que me fascina... Eres sensible... Más de una quisiera ser tan sensible como tú. Eres empática... bueno, excepto con los humanos crueles... y también eres muy romántica, apasionada y dulce. Te gusta aprovechar cada instante y teñirlo de belleza. Estoy seguro de que esto que sientes es cansancio. No podemos vivir eternamente de la misma forma. Nosotros también necesitamos cambios.
- Me entiendes como Leonard no lo hizo nunca —le reveló llorando hondamente.
- No llores más. No permitas que las lágrimas oscurezcan tu mirada, Scarlya... Tienes unos ojos preciosos y una sonrisa luminosa que vuelve luz la oscuridad —le declaró apartándole las lágrimas con sus dedos.
- Gracias, Eros.
- Se me olvidó decir que eres una mujer hermosísima y muy atractiva —le sonrió.
- ¿De veras te parezco todo eso?
- Por supuesto que sí. No te lo diría por decir.
- Creo que la vida me ha regalado tu amistad para hacerme entender que es mucho más hermosa de lo que he llegado a creer.
- La vida es muy bonita, Scarlya, de veras. Sólo tenemos que saber encontrar su rostro más amable y luminoso.
- Yo lo veo en ti cada vez que te miro.
- Tú también reflejas muy bien la cara más suave y dulce de la vida, sobre todo cuando no lloras —se rió con cariño.
- Eres mágico...
- Que va, Scarlya. Tú me ves mágico.
- No entiendo cómo es posible que Sinéad se haya ido dejándote tan solo...
- No estoy solo. Estoy contigo.
Al
decir esto, Eros tomó entre sus brazos la cabeza de Scarlya, se la acercó a su
pecho y la abrazó como si temiese que el aire rasgase su piel. Scarlya se
abrazó a él suspirando de felicidad mientras sonreía ampliamente de dulzura,
conformidad y calma. Y así permanecieron, abrazándose como si en su mundo no
existiese nada más. Creí que estarían así hasta que el alba quebrase la
oscuridad de la noche, pero de pronto Scarlya alzó la cabeza y hundió sus ojos
en los de Eros. Estaban tan cerca que respiraban el mismo aliento.
- Me gustas muchísimo, Eros. Lo siento... no he podido evitar confesártelo, no puedo evitar declarártelo cada vez que te miro a los ojos... Sé que nunca podrás corresponderme...
- Pero no me resultas indiferente, Scarlya —le aseguró acariciándole los cabellos.
- ¿De veras?
Eros
no contestó. Entonces Scarlya aprovechó aquel silencio para acercarse más a sus
labios. Empezó a besarlo con una delicadeza sublime que Eros tornó descontrol y
desesperación. Aunque presenciar aquel momento me doliese hondamente en el
alma, no aparté mis ojos de ellos, sino que permanecí mirándolos fijamente,
como si quisiese interrumpir con mis ojos aquel prohibido momento que tanto me
destrozaba el alma.
- Quiero estar contigo otra vez —le pidió Scarlya descontrolada por la pasión.
Apenas
detecté el momento en que empezaron a desprenderse de sus ropas. Parecía como
si el mundo se hubiese desvanecido, como si aquellas imágenes hubiesen
destruido mis sentidos; mas de pronto algo me hizo reaccionar. Fue un sonido
que no podía pertenecer al instante que Eros y Scarlya estaban viviendo tan
descontroladamente. Oí que alguien se adentraba subrepticiamente en nuestro
hogar, quebrando bruscamente la intimidad que los protegía.
Me
estremecí de horror y sorpresa cuando vi a Leonard detenido en medio del salón.
Sus ojos irradiaban un desconcierto muchísimo más inmenso que el universo.
Scarlya y Eros estaban irrevocablemente abrazados, casi desnudos, besándose con
descontrol y pasión, sin apercibirse de que no estaban solos en aquel lugar que
creían tan suyo.
La
mirada de Leonard me encogió el corazón, me llenó el alma de pánico, heló mi
sangre y me paralizó tanto física como espiritualmente. No era capaz de pensar,
ni de razonar ni de preguntarme qué sucedería a partir de aquel instante. Era
testigo de unos momentos que ni siquiera sabía digerir.
- ¿Se puede saber qué significa esto? —gritó Leonard de pronto, sobresaltándome.
Eros
se separó rápidamente de Scarlya en cuanto oyó aquellas palabras pronunciadas
con tanto desconcierto. Sabía que la desorientación de Leonard se convertiría,
progresivamente, en una ira que podía hacer explotar el mundo; pero tampoco
quería aceptar aquella realidad.
- ¡Leonard! —exclamó Scarlya cubriéndose de pronto con sus cabellos, incapaz de mirar directamente a mi padre—. ¿Desde cuándo estás aquí?
- Leonard, no es lo que parece —se excusó Eros estúpidamente.
- ¡No pretendas engañarme! ¡No puede parecer otra cosa! ¿Qué estáis haciendo? ¿Cómo es posible? —les preguntó cubriéndose el rostro con las manos.
Rápidamente,
Eros comenzó a vestirse y Scarlya lo imitó sin mirar a ninguna parte. Cuando se
ocultaron tras sus ropajes, ambos se acomodaron en el sofá y se sumieron en un
silencio que ni siquiera Leonard se atrevía a interrumpir. Me di cuenta de que
Scarlya estaba temblando sutilmente y que Eros deseaba agarrarla de la mano,
pero no era capaz de hacerlo.
- Jamás creí que vosotros... ¿Qué sucede con Sinéad? ¿Cómo es posible que la engañes de esa manera, desgraciado? —le preguntó a gritos mientras se acercaba al sofá—. ¡Eres un desgraciado! —volvió a insultarlo mientras lo agarraba del cuello de la camisa y lo miraba con una ira que me estremeció.
- ¡Suéltalo, Leonard! —le pidió Scarlya nerviosa.
- ¡Cállate, furcia! —le chilló con impotencia y tristeza—. ¡Sois, sois...!
- Leonard, tranquilízate. Podemos explicártelo todo —susurró Eros con vergüenza—. Suéltame, por favor.
- ¡No eres nadie para pedirme nada! ¿Cómo te atreves a engañar a Sinéad de esa manera, maldito asqueroso? ¿Cómo es posible? ¡Jamás creí que te comportases así! ¡Te aprovechas de su ausencia para fornicar con mi mujer! ¡Scarlya todavía está casada conmigo! ¿Acaso no lo recordáis? —gritaba descontrolado por la impotencia, la frustración y el desengaño.
- Leonard, haciéndole daño a Eros no vas a cambiar las cosas —le advirtió Scarlya con miedo—. Por favor, sentémonos y hablemos con calma. Creo que tienes que escucharnos...
- ¡No escucharé vuestras estúpidas razones! ¡Tú, Eros! ¡Quiero que te marches lejos y no vuelvas bajo ninguna circunstancia! ¡No te mereces a mi Sinéad! ¡Desagradecido! ¡Desgraciado! —lo insultaba mientras tiraba de su camisa, provocando que Eros perdiese el equilibrio y cayese al suelo. Entonces, mientras lo miraba con ira, Leonard se agachó enfrente de él y lo obligó a mirarlo a los ojos—. Dime, ¿por qué lo has hecho? No es la primera vez que ocurre, ¿verdad? ¡Dímelo! ¡Dímelo, maldito! —le ordenó descontrolado por la ira mientras, lamentablemente, lo golpeaba en la cabeza con una fuerza que le hizo temblar—. ¡Siempre supe que no eras bueno para Sinéad!
- ¡Basta, Leonard, basta! —chilló Scarlya lanzándose a Leonard para intentar separarlo de Eros.
- ¡APÁRTATE DE AQUÍ, INGRATA! —le mandó con una ira interminable mientras la empujaba.
- Éste es mi hogar. ¡No pienso permitir que me faltes al respeto en mi propia casa! —declaró Eros impeliendo a Leonard y alzándose del suelo—. ¡Largo de aquí, Leonard!
- ¡Esta casa también es mía! ¡Yo os ayudé a pagarla!
- Como no te vayas ahora mismo, ¡juro que no controlaré mi rabia! —le advirtió entornando los ojos.
- ¡Basta ya, por favor! —volvió a gritar Scarlya mientras aferraba a Eros de las manos—. Quiero que hablemos calmadamente los tres.
- ¿Dónde está Sinéad? ¡Responde! ¿Qué has hecho con ella?
- Sinéad está en otro mundo —le contestó Scarlya nerviosa—. Está viviendo con Arthur en otro mundo y han tenido una hija juntos.
- ¿Qué? ¿Cómo es posible que os inventéis algo tan absurdo?
- Es cierto, Leonard —insistió Scarlya.
- ¡Sea cierto o no, no tenéis derecho a traicionarnos de esta manera!
- Leonard, yo no consideraba que todavía estuviésemos juntos —le confesó Scarlya con miedo—. Llevamos sin vernos casi un mes.
- ¡Sigues siendo mi esposa! —protestó él con una impotencia desgarradora.
- ¡No puedo seguir siendo tu esposa si ya no quiero estar contigo!
- ¿Cómo?
- Hemos terminado, Leonard —le anunció Scarlya intentando que los nervios no hiciesen temblar su voz—. Lo siento, pero ya no quiero estar contigo...
- No puede ser.
- Lo que sentía por ti ha mermado hasta casi desaparecer. Creo que... que necesito rehacer mi vida.
- ¿Con Eros? ¡Él jamás podrá corresponderte!
- Eso no lo sabemos —musitó ella nerviosa.
- Eres una ingrata, Scarlya. Después de todo...
- No me vengas ahora con que tengo que corresponderte porque te esforzaste infinitamente por devolverme a la vida... Es cierto que te lo agradeceré eternamente, Leonard... pero ya no podemos estar juntos. No estoy hecha para estar contigo, Leonard. Por favor, entiéndelo.
- Estás hecha para permanecer junto a un ser tan despreciable y aprovechado como Eros, es cierto —espetó con rabia—. Está bien... Haz lo que te dé la gana. Ve cuanto antes al castillo para recoger tus cosas. No quiero ver ni una sola pertenencia tuya. Si en una semana no te has llevado todas tus basuras, lo quemaré todo.
- De acuerdo. No te preocupes por eso —contestó ella avergonzada, agachando los ojos—. Sólo me gustaría que supieses que yo no he decidido que esto ocurriese, Leonard. Yo era feliz contigo, pero no sé lo que ha sucedido.
- La ausencia de Sinéad está yéndoos muy bien a los dos, ¿verdad? —les preguntó con desafío mirando a Eros.
- No es cierto —lo contradijo Eros con pena—. Yo sigo amándola.
- ¡No es cierto! ¡Si fuese así, no, no...! ¡Piensa por un momento en lo que sientes por Scarlya, gran necio! ¿Acaso estabas entregándote a ella sin sentir nada?
Eros
se quedó paralizado, sin saber qué decir, sin saber cómo debía actuar. Al fin,
miró a Scarlya, intentando encontrar en sus ojos el sosiego que aquella
situación le había arrebatado. Entonces, Scarlya le sonrió con complicidad... y
la mirada de Eros recuperó la valentía que necesitaba para hablar. Ver aquel
gesto me hizo actuar impredeciblemente. Sin poder esperarlo, ansié que la
naturaleza me ayudase a regresar junto a ellos. Necesitaba escuchar
directamente las palabras que Eros pronunciaría en aquellos momentos... sin que
el agua ni el viento me impidiesen captar el fluir de su respiración cerca de
mí.
2 comentarios:
Voy por partes, que la entrada tiene miga. Por un lado Sinéad y Brisa, su hija. La complicidad entre ellas es sorprendente y el cariño que ambas se tienen superado todo lo que hasta ese momento ha vivido. No es una niña normal, crece más rápido y es inteligente. Cuando le daba el pecho ha sido muy bonito, muy personal. Me daba pena que se marchase sin conocer a su hija, menos mal que al final no ha sido así. Está claro que en ese mundo es feliz, las coas son perfectas y después del engaño de Eros se lo replantea todo. Ella ama a Eros, y estoy seguro que Eros también a ella, pero las cosas se han complicado demasiado. Por un lado no puedo justificar la actuación de Eros, pero por otro la puedo comprender. Sinéad se entregó a Rauth, entrando en su mundo, olvidando su vida junto a él. Aunque eso no justifica que la engañe (y menos con Scarlya), quizás el miedo, la incertidumbre, sentirse solo, abandonado y posiblemente despechado...le hayah hecho cometer este error. También se comprende por la gran belelza de Scarlya, que cautiva a cualquiera. La reacción de Leonard es la lógica, aunque esperaba incluso una reacción más violenta. Me da pena, a él le cuesta adaptarse a estos tiempos y sin embargo a los demás no, eso hace que entre ellos las cosas cambien y se distancien, es lo que le a ocurrido con Scarlya. Es imposible olvidar todo lo que hizo en el pasado para devolverle la vida...Llegados a este punto me planteo una pregunta. Si viviésemos eternamente, ¿el amor sería para siempre o tendría fecha de caducidad? Todos las relaciones terminan mal (aunque algunas por el fallecimiento de uno de los dos), viendo este capítulo quizás las cosas sean así. El amor dura un tiempo y al final no es tan fuerte como para apartar aquellas cosas que lo pueden destruir. Estoy deseando saber que dirá Eros cuando la tenga delante. Esto se complica pero es emocionanteeee!!
Ay, Brisita, qué nombre tan rico, ¡jamás pensé que Sinéad iba a amamantar a una criatura! Muchas son las cosas que pasan en este capítulo, pero posiblemente su aparición sea la más relevante. Y Wensus tiene toda la razón en su comentario anterior: el eje central del capítulo es la persistencia o no del amor en los seres eternos, o mejor dicho, en seres que viven varios siglos. Las relaciones amorosas entre los seres humanos a veces duran "toda la vida", pero eso son a lo sumo sesenta u ochenta años todo lo más, ahora bien, a menudo las relaciones se rompen, incluso siendo muy sólidas, y ambos rehacen sus vidas con nuevas parejas; esto los humanos lo hacemos dos o tres veces, no sé la media, pero ¿y si viviéramos mucho más tiempo? ¿Y si la muerte no fuera algo necesariamente inevitable? Es verdad que Eros y Sinéad tenían (o tienen) una relación muy sólida, que se diría incluso indestructible; pero casi me duele más la ruptura de Leonard y Scarlya, ¿será irreversible? Me acuerdo perfectamente de los años que pasó Leonard obsesionado con su muerte, hasta llegar a parecer un alma en pena ¿qué pasa ahora? También pienso en eso, en que a menudo luchamos por conseguir las cosas, y luego cuando las tenemos nos cansamos de ellas, y eso incluye ser pareja de alguien; de hecho conozco gente que solo quiere vivir los primeros momentos de la relación, cuando todo es novedad, pero luego, inmediatamente busca un reemplazo, ¿es eso algo de nuestra naturaleza? Por otro lado, Sinéad y Rauth ahora comparten nada menos que un descendiente, ¿podrá salir de su mundo mágico y traspasar el nuestro? Cuanto más mágico es el ambiente más me gusta, y a la vez, más lo encuentro real y cercano; tus relatos han puesto la magia a mi alrededor, eso es algo que nunca te agradeceré lo bastante. Y ahora, hay que seguir adelante, ¿qué pasaráaaaa?
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